"Vamos, Beckett, ¿qué pasó con la chica rebelde con chaqueta de cuero y moto?" le intenta engatusar él.
"Que ahora cumple la ley y bebe vino caro." contesta ella resignada.
(Castle episodio 11 de la temporada 7)
CAPÍTULO 1: Becks y Alex
Mediados de los 90.
Viernes noche, la ciudad de Nueva York ruge, como cada fin de semana. Cientos de miles de personas que se mueven de un lado a otro buscando diversión. Copas, baile, cine, música... la oferta es amplia y a cualquier sitio al que decidas ir ten por seguro que tendrás que guardar cola un buen rato, aunque sea un antro de mala muerte. De colas y de lugares poco recomendables Becks era toda una experta.
Desde lejos nadie hubiese dicho que esa figura alta y delgada, con el pelo largo y descuidado, botas estilo militar, jeans rotos, cazadora de cuero sobre una camisa a cuadros con los faldones asomando por debajo, correspondían a una chica de instituto de 16 años. Y de eso se trataba: de sobrevivir en la jungla. Para completar el cuadro, la muchacha llevaba un cadavérico maquillaje con el que parecía que acababa de abandonar la cripta.
La chica caminaba cabizbaja pero con decisión, como si estuviera dándole vueltas a algo en la cabeza, la mochila colgada de un hombro bailaba con cada zancada, pero ella la mantenía en su espalda empujándola con el codo del brazo izquierdo, el mismo que sostenía un casco de moto negro y reluciente que destacaba sobre su descuidada imagen.
Llegó a la altura de un local con impresionantes luces de neón y música tan alta que se oía desde fuera. No parecía un mal sitio, por eso había aparcado su moto en la acera de enfrente y había caminado dos manzanas para comprar unas birras en una tienducha en la que ni siquiera le habían pedido el carnet falso que llevaba para estos casos. Ahora tocaba conducir un rato y no pudo reprimir una sonrisa que dejó asomar brevemente una disimulada ortodoncia, que delataba su verdadera edad.
Se paró al lado de su máquina y la contempló orgullosa. Apenas se notaban los arreglillos que le había tenido que hacer en la chapa y tras muchas horas frotando con cera ya no parecía que la hubiesen sacado del fondo del Hudson. El tipo al que se la compró se hubiese quedado boquiabierto. Se colocó bien la mochila a la espalda y se ordenó con los dedos de una mano su larga melena para enfundarse el casco. Unos gritos a su espalda llamaron vagamente su atención.
- ¡Ey! ... ¡Pare! ... ¡No!
Un coche frenó en seco delante de un tipo que estaba en medio de la calzada con los brazos en alto y gritando. Ella no vio gran cosa, sólo las luces rojas traseras del sedán encendiéndose con la frenada y apagándose tras el acelerón que dio en cuanto esquivó al pirado que había intentado pararlo. Nueva York estaba lleno de locos, sobre todo los fines de semana.
Ella siguió a lo suyo. Se montó a horcajadas en su moto y se dispuso a colocarse el casco cuando reconoció la misma voz gritando a lo lejos.
- ¡Ey!¡Espera! ... ¡Por favor! ... ¡Necesito ayuda!
A pesar de que la acera estaba llena de gente haciendo cola y de que había pequeños grupitos de personas aquí y allí, Becks tuvo la terrible sospecha de que se estaba dirigiendo hacia ella. Le entró pavor. Se supone que una persona con las pintas que llevaba ella infundía desconfianza y temor. Por eso iba de rollo grunge. Para que la dejaran en paz.
- ¡No te asustes!¡Por favor!¡Ayúdame!
Becks se giró hacia el pirado con mirada asesina dispuesta a espantarlo. Pero al segundo abrió los ojos como platos y se quedó estupefacta contemplando a... Batman.
No era el hombre murciélago, por supuesto, era un tipo que se encontraba parado a unos metros de ella, encorvado y recuperando el aliento, como si hubiese corrido un buen rato. Pero llevaba un disfraz de Batman realmente bueno, goma negra, botas de cuero, capa de una tela que no dejaba traspasar la luz... muy diferente a los que venden en las tiendas.
- ¡Te compro la moto!...-arf-...¡Dime cuanto quieres!
Becks se quedó muda y con los ojos abiertos, ante semejante proposición. Lo último que pensó era que ese tipo fuese en serio. El hombre se acercó a a ella dando unos cansados pasos.
- ¡Alto ahí, tío! - La voz de la chica sonó decidida y autoritaria. En realidad estaba muerta de miedo. El tipo paró y levantó las manos en son de paz.
- Escucha... - dijo él en tono más bajo y muy nervioso - ... mi niña está en el Hospital, se ha caído, tiene una brecha, le van a dar puntos, no consigo dar con mi mujer, tengo que ir, por favor, llevo corriendo dos manzanas, no consigo parar ningún taxi, las calles están colapsadas, el metro está medio en huelga y parece una lata de sardinas... ¡dime la cantidad que quieras!
La chica se le quedó mirando frunciendo el ceño. Había hablado tan rápido y entrecortadamente que apenas había logrado entenderlo. Lo miró un segundo recuperando la respiración a duras penas. Llevaba la cara casi completamente tapada por el disfraz así que no pudiendo verle con claridad, desconfió de sus verdaderas intenciones.
- Olvídalo, no está en venta. - dijo dándole la espalda para ponerse el casco.
- Por favor, ayúdame, no me hagas perder la fe en la humanidad, dime que tengo que hacer para que me ayudes...
- No soy poli. ¡Pide ayuda a la policía, tío!.- le contestó Becks empezando a sentirse incómoda.
- Ella... - el hombre gimoteó lastimosamente - ... ha empezado a caminar solita hace unos días y se ha caído intentando coger una foto mía de una mesita, porque... -hipó - ...todos los días le leo un cuento antes de acostarse y seguro que me echaba de menos, ¡mi niña!... - el hombre se puso a llorar tapándose la cara avergonzadamente.
Se dejó caer al suelo con torpeza. Sus hombros temblaban por el llanto. No es lo que te esperas cuando un tipo va disfrazado de Batman. Becks sintió una punzada en el corazón, pero no se dejó llevar por la emotiva interpretación del hombre. No era tonta. Es así como las chicas acaban protagonizando las historias más macabras en los titulares del New York Ledger.
- Lo siento. - dijo ella con una voz mucho más suave, por si daba la remota casualidad de que el hombre decía la verdad.
Dicho esto, se bajó la visera de su casco y aceleró alejándose calle abajo.
El característico traqueteo de su moto mientras dejaba atrás al tipo aquel la tranquilizó. No sabes lo que te puedes encontrar por ahí, sus padres no dejaban de recordárselo a todas horas. Como abogados, ambos habían seguido de cerca numerosos casos de crímenes que le ponían los pelos de punta y ella casi podría recitar los detalles de memoria de tantas veces que se los habían enumerado.
Frenó en el semáforo y echó el pie al suelo. Miró al temblequeante retrovisor de su moto y se quedó observando, para cerciorarse que el tipo no había echado a correr detrás de ella. Media manzana más atrás, el muy loco aún seguía intentando parar algún coche. Sin suerte alguna, como es lógico.
La furgoneta de reparto que esperaba tras ella pitó. El semáforo se había puesto verde y ella no se había dado cuenta. Aceleró y tomó la curva a la derecha.
- ¡Maldito sea! - gritó Becks sin referirse a nadie en particular. De todas maneras nadie la oyó embutida en su casco.
Siguió recto y volvió a maldecir. Todas las alarmas del sentido común empezaron a sonar dentro de su cabeza. Cuando llegó a la siguiente esquina volvió a girar a la derecha. No tenía que estar haciendo esto. No era lo mejor que podía hacer una chica de 16 años en una noche de viernes en una ciudad como Nueva York. Aceleró como queriendo escapar de todas las imágenes que llegaban a su cerebro y en la siguiente esquina volvió a girar a la derecha. Volvió a maldecir.
Había dado la vuelta a la manzana. Frenó ruidosamente la moto al llegar a la altura del tipo disfrazado de Batman, quien dio un salto a un lado pensando que le atropellaba y se calló al suelo. Becks giró el manillar y le enfocó la cara con el cegador faro de su Harley. Entonces pudo verle los ojos con claridad. Valoró si realmente el tipo esta en apuros o si estaba mintiendo... y tomó una decisión.
- ¿Qué Hospital? - preguntó tras levantarse la visera del casco.
El tipo protegiéndose los ojos con la mano, titubeó, sin duda sorprendido por el cambio de opinión.
- El Emergency Medical Care. Está en Chambers Street ...
- En Tribeca. - dijo ella terminando la frase. Conocía el lugar, y no era una zona 'chunga' ni mucho menos. - Sube. Te llevo.
El hombre se levantó apresuradamente y le dio mil gracias. Becks sentía latir su corazón tan fuerte que pensaba que se le iba a salir por la boca. Lo que estaba haciendo era 'una pasada' incluso para ella. Cierto es que un psicópata no le hubiese indicado un Hospital de lujo y en pleno Manhattan, pero no dejaba de ser un desconocido.
- Me gustaría saber tu nombre. - dijo ella cortándole sus 'gracias-gracias-gracias' encadenados.
- ... Alex, Alex Rodgers.
Una sospechosa pausa al hablar la puso en alerta, se le quedó mirando. Aún se podía echar atrás, pero la torpe manera en la que el hombre, encorsetado en ese caro disfraz, se acercó hacia su moto, la tranquilizó. Si intentara hacerle algo sería fácil darle un empujón y caería al suelo como un plomo. El tipo levantó aparatosamente una pierna y la pasó por encima de la moto. Se apoyó prudentemente en la mochila que ella llevaba a la espalda para finalmente poder sentarse.
- A mí me llaman Becks.
Por encima de su cadáver le iba a dar su verdadero nombre a un extraño. Se movió en el sillín hacia delante, haciéndole sitio para evitar, en la medida de lo posible, el contacto. Cosa bastante complicada.
- Encantado 'Becky' - dijo él inocentemente mientras se acomodaba.
- BECKS.- le repitió ella enfatizando su 'nombre de guerra'.
- Uy, perdón, no te había entendido... Becks.
Sus disculpas le parecieron sinceras.
- Ya estoy. Oye, nunca he ido de paquete en una de estas, pero parece...
Ella dio un acelerón y de un impulso llegó hasta el semáforo, que estaba en rojo. Frenó en seco haciendo chirriar las ruedas y sintió cómo su torpe acompañante se daba de morros contra su mochila cargadita de cervezas.
- ¡GUAU! - gritó él exageradamente.
El tal Alex se había agarrado a sus hombros con fuerza. El traqueteo de la moto era menor con tanto peso encima. El asiento de la Harley era doble, pero la parte de atrás estaba más elevada, así que notaba los muslos de él a la altura de su cadera. El agradable calor contrastaba con el frío de las cervezas a su espalda. Sintió que se ruborizaba.
- Mantén las piernas bien apretadas a los laterales y agárrate a... mi cintura. Fuerte. Y como note que te agarras a otro sitio te... tiro al río. - dijo Becks con la voz más autoritaria que pudo.
Ella nunca había conducido con un paquete detrás suyo... en ninguno de los sentidos. No quería acabar en el suelo arrastrada por la fuerza centrífuga en un giro pero tampoco quería que el tío se aprovechase.
- Vale. - El tipo quitó las manos de la mochila y la rodeó con sus brazos fuerte, pero respetuosamente.
No podía negar que le gustaba el calor que emanaba de sus brazos a la altura de su ombligo. Becks sintió sus mejillas arder. Un escalofrío recorrió su espalda al sentir la helada mochila más apretada. El semáforo cambió a verde.
- Y haz el favor de recogerte... la capa... que no quiero dar el espectáculo. - dijo Becks preocupada, antes de acelerar, sabiendo que difícilmente iban a lograr pasar desapercibidos, aunque fuese un viernes por la noche en la ciudad más loca del mundo.
