El jardín de las mentiras

Capítulo 01 - La flor

La música sonaba por todas partes, con fuerza, provocando que la tierra incluso vibrara alrededor de los altavoces, que tronaban con fuerza aquella voz femenina metalizada por algún efecto extraño de los que se usaban actualmente. No le gustaba para nada aquella canción; la encontraba uno más de esos "éxitos" discotequeros que se parecían todos y la letra era, hablando mal, una mierda. Decía algo de "sleep with you" y "ride you like my bike". Así estaban creciendo los chavales, como si fuesen monos en periodo de celo. Sus manos se estiraban y salían de entre el gentío, se apoyaban en las espaldas de la gente y con lentitud, casi mimo, las apartaba. Conocía a un niñito en el barrio que jugaba a un videojuego en el que salía un tipo de blanco que apartaba a la gente con la misma gracia que él. Finalmente, dio con la barra y el camarero le observó con una sonrisa, esperando que le pidiera algo. Su cliente, ese hombre que había delante de él, era un chico rubio que tenía cara de estar agobiado. Pobrecillo... Bueno, si venía de muy lejos era comprensible ya que la discoteca estaba a reventar.

Francis Bonnefoy hubiera disfrutado como cualquier otra persona de aquel ambiente de no ser porque no era exactamente el que a él le gustaba. Su cabello rubio, largo, recogido en una coleta con una goma austera y fina de color negro, se encontraba algo aplastado contra su piel, blanquecina, debido al sudor. Llevaba un rato temiendo por la ropa... Como se le hicieran los típicos redondeles sobaqueros, no iba a salir del baño hasta que lo arreglara. Sus ojos azules miraron la nada mientras cavilaba qué era lo que deseaba pedir para beber. Mientras, sus manos, con uñas bien cortadas y cuidadas, impolutas, movían la camisa de cachemira de color blanco y con unas ondas negras por el borde de la misma, sutiles, difuminadas. Sus pantalones, negros, no eran puramente tejanos así que se amoldaban bastante bien a su figura. Para acabarlo de rematar llevaba unos mocasines blancos con bordes pardos que completaban así su conjunto de la noche.

No sabía por qué se había arreglado tanto; seguramente por inercia. Sabía que iba a salir e hizo lo que normalmente hacía. Después de haber pasado entre la marea de gente, Francis pensó que lo mejor que hubiera hecho hubiese sido vestir bien horrible para que nadie se le acercara. ¡Que le habían tocado el culo! Y si hubiese sido en otro sitio, pues vale, pero no allí. Estaban en una discoteca de ambiente. ¡Seguro que quien le había tocado el trasero no se trataba de una bella mujer!

- ¡Un vodka con limón! -pidió finalmente, sintiéndose algo malhumorado al recordar aquello.

Francis Bonnefoy, edad 27 años. Sus hobbies eran la lectura, tocar el piano y, cuando disponía de tiempo y dinero, la equitación. Tampoco se le daba mal la cocina y, si todo lo demás le aburría, se metía entre fogones para crear lo primero que le viniese a la cabeza. Estado civil: Soltero y sin compromiso. Se declaraba abiertamente heterosexual y le gustaban bonitas y pechugonas. Era muy típico de los hombres que el busto le atrajese. Bueno, dos pechos bien puestos eran dos pechos al fin y al cabo. Francis una vez escuchó un dicho español de parte de su abuelo que decía algo acerca de tetas y carretas... No lo podía recordar bien.

Se dio la vuelta bruscamente y le dirigió una mirada asesina a un tipo calvo y muy feo que le había pasado muy cerca. Como le tocara el culo, le partía la boca. Bueno, vale, quizás aquello era bravuconería pura y si ocurría lo único que haría sería gritar un "¡Eh...!" y boquear como un pez fuera del agua. Tomó el vodka y miró alrededor a desgana. La música no le desagradaba, era house y le gustaba, como buen francés. Las luces parpadeaban contra la sala y le daban diversas tonalidades, intermitentemente, para luego acabar con un blanco que lo iluminaba todo de forma rápida y que el rubio pensó que quizás podría producirle epilepsia a cualquiera. La gente bailaba al son de cada ritmo, cantando cuando venía una parte de la letra que se sabía y se divertía contoneándose cuando venía el estribillo. A Francis le gustaba bailar lo mismo que le gustaba ver a la gente hacerlo. Creía que era una manera de mostrar el alma y la belleza interna de cada persona.

Suspiró hondo y pensó que lo mejor sería regresar hacia donde su compañero estaba. Porque si, Francis había venido no era por voluntad propia. No, era porque su amigo desde pequeño le había presionado para que le acompañara bajo el pretexto de: "necesito una figura masculina que le haga acojonarse". Él había insistido unas cuantas veces en que se equivocaba de tipo y que, por mucho que lo deseara, no acojonaba a nadie. Entonces usó su mejor truco: puso ojitos y le suplicó que viniera. Malditos ojos de pollo que tenía... Era como magia negra, si le miraba de esa manera no podía decirle que no nunca. Es que le inspiraba pena y era su colega, no podía dejarle tirado de esa manera.

No es que Pierre quisiera espantar a nadie, precisamente. Su objetivo principal era el de hacer que el chico con el que tonteaba le prestara más atención al ver que su puesto era amenazado por "una figura masculina de una belleza impresionante" -y confesaba que ese halago le había gustado demasiado y le había hecho estar menos enfadado-.

Tomó el valor que necesitaba y se adentró de nuevo en la marea de gente, con el vaso en lo alto y pidiendo permiso educadamente a voz de grito. En una ocasión maldijo porque alguien le dio un codazo y casi tira el vaso de vodka. Salió como si le hubiesen empujado a un sitio más vacío y suspiró con alivio. Aquello era una locura... ¡Todos los presentes no podían ser gay! ¡Se negaba a creerlo! ¡Pues al final resultaría que había más gente en el armario que fuera...! Miró hacia la derecha y allí pudo ver a su amigo. Pierre era un chico muy curioso cuya ascendencia se notaba a simple vista. Su cabello era rubio bien claro, corto, algo despeinado y sus ojos eran de color azabache, con pestañas largas. Francis se había burlado de él constantemente diciéndole que parecía un pollo. Era demasiado divertido ver cómo saltaba indignado y le decía que se fuese a la mierda. Iba vestido con una camiseta roja y unos tejanos desgastados, su cuerpo no estaba tremendamente musculoso pero tampoco era un enclenque. A Pierre le gustaba correr, era todo un atleta. Cuando le daba por ahí, cogía y se iba a dar una vuelta. Además, corría muy rápido y Francis lo aprovechaba para burlarse y decirle que parecía que volaba y que eso le convertía en algo así como un pichón. Uf... Aquel día se le saltaron las lágrimas de la risa y se puso tremendamente rojo. Claro que luego Pierre le dio un codazo que le estuvo doliendo un par de días, pero mereció la pena totalmente.

El tipo que estaba a su lado, con aspecto azorado aunque seguro de sí mismo, era el tío con el que estaba tonteando. También tenía el cabello claro, los ojos de color marrón y un acento alemán que no había quien se lo quitara. El nombre que le había dicho era Gisfrid y venía de la zona que antes había sido Prusia. Ese detalle sin importancia lo sabía porque se ve que iba diciendo por ahí que no había que confundir a los alemanes con los que tenían orígenes prusianos ya que estos eran más eficientes.

Gisfrid iba con una camisa arremangada, de lino, color salmón, llevaba una camiseta negra que asomaba porque la prenda que iba encima llevaba casi todos los botones desabrochados y, en la parte inferior, llevaba un pantalón de color pálido, parecido al beige. Les vio en plan mimoso y suspiró. Bien, ya no podía acercarse sin joder a su amigo. Lo que hizo al final fue sentarse en otra mesa, solo, y miró a su alrededor. Era una mierda... Las chicas que se veían heterosexuales o iban acompañadas por sus parejas o simplemente no eran su tipo. Se fijó en Pierre y le vio riendo mientras Gisfrid le abrazaba por la cintura y le daba besos en la mejilla.

Otro suspiro. A Pierre siempre se le había visto feliz aunque estuviese con hombres, a diferencia de Francis con sus esporádicos ligues, y eso le chocaba. Se terminó el vodka y movió el vaso para hacer que los hielos diesen vueltas sobre ellos mismos. Bueno, la verdad era que tenía cierta lógica... ¿Quién mejor que un hombre para conocer bien cómo reacciona el cuerpo de otro hombre? Se quedó quieto y miró el vaso de cristal. ¿Ya le estaba haciendo efecto el alcohol? Debería haber cenado más. Bueno, él era heterosexual... Eso sí. Pero también creía en que el momento para experimentar cosas era mientras uno estaba vivo. Sin embargo, por lo general no se había planteado eso de acostarse con un tío. Quizás porque no le atraían demasiado. Podía reconocer a un hombre atractivo si lo veía, pero no sentía deseos de tirarse encima de nadie y hacerle perversiones, como Pierre a veces había dicho.

Pero, bien pensado, seguro que no era tan horrible. El trasero era seguro cálido y si se abría un poco seguro que rodeaba el pene mejor que una vagina, más apretadamente. Seguro que con algo de lubricante sería interesante... Y sí, por ahí se defecaba, pero existían los condones para algo. Uf... ¿Seguro que eso no le hacía sonar raro? Probablemente sí. Había demasiado tío magreándose y parecían pasárselo bien y él, en cambio, estaba tan solo... ¿Y si lo hacía? ¿Y si buscaba a un tío que fuese bien atractivo y se lo tiraba? Bueno, aunque no le gustara, entonces ya podría afirmar al 100% que no era ni gay ni bisexual. Mientras, Pierre podría ir diciéndole que eso es porque no había probado las maravillas del sexo entre hombres y otras provocaciones que le ponían de los nervios. Ese era el tipo de relación que tenía con Pierre, un tira afloja de puteos amistosos.

Y, volviendo al tema, tenía que ser atractivo o luego siempre recordaría el momento como lo más vergonzoso que había hecho en su vida, con un tipo feo. Por muy superficial que sonara, era la verdad. Tuvo que tomarse un trago más, esta vez de algo más flojo que el vodka, para acabar de decidirse. No es que estuviese borracho; había bebido más en otras ocasiones, sólo estaba contentillo. Se trataba de lo justo para estar más desinhibido y recordarlo todo al día siguiente. Sería un absoluto fracaso si después no podía acordarse. Vamos, para darse cabezazos contra las paredes.

Pasó a modo depredador cuando se levantó, estrechó la mirada en un gesto un poco cómico y empezó a analizar a los tíos que había. Primero seleccionaba los que le llamaban la atención, luego analizaba si iban acompañados o si eran demasiado mariposones. Es que quería tirarse a un tío, no a un hombre tremendamente afeminado... Para eso, se iba directamente con una mujer. Se acercó a uno de cabellos negros cortos y ojos oscuros, éste le dijo que estaba allí con alguien cuando él únicamente le había saludado. Gays... Tenían sus reglas propias, mejor no cuestionarlas. Francis suspiró a disgusto y entonces ese chico le dijo que si buscaba un buen polvo que fuese a una salita que no había visto antes. Decía que la tenían para que esas cosas no sucediesen en la pista, cosa que no sería tan descabellada si la gente iba muy pasada de copas.

Durante diez minutos, Francis se quedó apoyando contra la pared mirando la entrada de ese cuarto de folleteo (al menos ese es el nombre que le había dado por el momento). Se iba animando mentalmente, intentaba buscar de nuevo los motivos que le habían impulsado a hacer eso, pensó que tampoco tenía que ser tan malo... En algunas ocasiones se preguntaba quién le mandaría establecerse la regla de probar todo lo que le producía curiosidad. Pegó un golpe contra la pared con la palma de la mano y se impulsó. Venga, con un par, podía hacer aquello. Era Francis Bonnefoy, encantador y exitoso en lo que se proponía. Iba a serlo aunque el reto esta vez fuese metérsela a un tío por el recto. Es que las tías eran reacias al sexo anal y le daba demasiada curiosidad.

Caminó y entró en aquel cuarto, oscuro, sumido en una penumbra roja y azul, viciado y, para su inicial sorpresa, bastante lleno de gente. La música de la discoteca se escuchaba apenas como un murmullo y el ambiente allí se componía de suspiros, jadeos y algunos gemidos. Su corazón se le aceleró. Pues bueno, ya estaba dentro. Ahora hacía falta escoger quién iba a ser el elegido... Y aquello fue más difícil de lo que pensó. Casi todos estaban acompañados y no charlando mucho, precisamente. Había un chico de pelos claros agachado en el suelo, contra otro que posaba la mano en la cabeza y le guiaba. Realmente tenía pinta de estarlo disfrutando... A quien eligiese, le preguntaría si podía hacer aquello. Ya puestos a experimentar... Era curioso que la situación le excitara más de lo que había pensado. Se fue fijando en los demás: tres juntos, uno de pelo negro arrinconando a uno de cabellos castaños y besando su cuello con dedicación, otros ya directamente haciéndolo... Suerte que las luces eran rojas, sentía las mejillas algo tibias y dedujo que estaba sonrojado. Bueno, era bastante vergonzoso para él estar ahí y sentirse excitado.

Dio otra vuelta por el ahora renombrado "Cuarto oscuro" y pensó que debía verse estúpido. Era el segundo paseo completo que se daba y aún no se había decidido. Patético... Suspiró y se apoyó contra la pared, con los ojos cerrados, mientras se preguntaba a sí mismo qué estaba haciendo. Entonces sintió una mano apoyada contra la pared, cerca de su espalda y un calorcito que venía de su derecha. Abrió los ojos y se encontró, a su misma altura, un chico de cabellos castaños cortos y ojos claritos que le miraba fijamente. Cuando vio que tenía su atención, le sonrió, divertido. Ese era el tío cuyo cuello había estado invadido hacía unos segundos.

- Hola. -le dijo en un murmullo el hombre. Estaba claro que no se permitía hablar muy fuerte en ese lugar.

- H-hola... -contestó Francis. Bueno, no era un delito estar nervioso.

Ese hombre estaba bastante bien, la verdad. Comparado con él mismo, su piel era más morena y desprendía un olorcito agradable. No sabía bien de qué color eran sus ojos, pero estaba seguro de que eran claros y tenían energía, jovialidad, desparpajo. Su cabello era oscuro, aunque no como el tío que le había estado arrinconando, así que dedujo que era castaño. Estaba despeinado pero no porque precisamente no se lo hubiese arreglado, parecía que sus mechones eran de esa manera naturalmente. Iba vestido con una camisa negra de manga larga que llevaba arremangada y desabrochada por culpa del tío de antes. Sus pantalones eran tejanos, azules oscuros y, a pesar de la rigidez, le resaltaba la figura de manera agradable. Se quedó un rato mirándole, sin decir nada, y entonces se dio cuenta de que el hombre se reía. Francis reaccionó en ese momento.

- No te había visto nunca por aquí. -le dijo y ahora puso las manos sobre sus hombros y acarició hacia abajo. Le ponía nervioso y se notaba porque estaba tenso. Olía muy bien. Ahora que estaban más cerca le llegaba mejor el aroma- Bueno, no es que yo venga mucho por aquí tampoco...

- Es la primera vez que vengo a esta discoteca. -confesó Francis. Entonces se puso rígido cuando vio que se acercaba peligrosamente a sus labios. Ese hombre se detuvo al ver su reacción- No quiero besos.

El de cabellos castaños y acento español -no le desagradaba para nada el francés con ese toque- de repente empezó a reír suavemente. No supo si había dicho algo tan gracioso, pero por un momento se sintió hasta ofendido. ¿Qué le pasaba?

- Sinceramente, yo tampoco doy besos en los labios. Sólo me acercaba por el simple placer de sentirlos cerca. No te preocupes. ¿Los besos por el cuello y mejilla están prohibidos también, señor quisquilloso?

Estuvo analizándolo un par de segundos. En los labios le parecía que podía significar algo que no era, pero en el cuello o por alguna otra parte de su cuerpo no le parecía mala idea. Negó con la cabeza y el chico le sonrió. Le devolvió el gesto, apurado, y vio que de nuevo reía.

- Me da a mí que es la primera vez que estás en esta sala incluso... -dijo el hispano aún risueño. Francis frunció el ceño, ofendido- Incluso que es la primera vez que tienes a un hombre tan cerca de esta manera.

- Pues no sé por qué tienes esa idea, te equivocas. -le replicó con el enfurruñamiento similar al de un niño pequeño- No sé por qué lo dices.

- Porque tus ojos hablan por sí mismos y no sólo eso...

Las manos de ese hombre delante de él asieron su camisa y le empujaron contra la pared. Sintió el cuerpo del español desconocido apretarse contra el suyo y una rodilla colarse entre las suyas, rozando su entrepierna. Lo mismo que se sorprendió, también notó un cosquilleo recorrerle el cuerpo.

- Tu cuerpo también habla. Ahora mismo te has tensado y todo... Eres bastante mono. -le dijo cerca de su oído, en un susurro que sólo fue audible para él. Lo que escuchó por un segundo fue la respiración cálida sobre su oreja y los jadeos generalizados de la sala.

- No soy mono. Soy un hombre, no me gusta que insinúen que soy adorable. Puedo ser hermoso, pero no adorable. Deberías fascinarte con mi belleza, no tratarme como si fuera un niño de cinco años.

- Menudos humos... -dijo tras reír. Fue repartiendo besos por el lóbulo de la oreja, lentamente- Pero tienes la experiencia de un niño en esto, ¿no? Venía con otra idea, pero creo que acabo de cambiar de opinión, me gustas bastante.

Abrió la boca para decir algo pero se quedó en blanco cuando pudo notar la mano de ese desconocido sobre su torso y la otra atraerle, sujetándole por la cintura, y luego manosear un poco su trasero. Bueno, era hora de dejar de estar estático; si no experimentaba no sabría si lo que estaba haciendo le gustaba o no. Con vergüenza sus manos intentaron tocar el cuerpo que tenía delante de él. No era lo mismo, estaba claro, además no tenía pecho y tocar el torso era... Bueno, decepcionante. Eso sí, el tío estaba bastante bien y su abdomen era como tableta de chocolate de esas que desearía tener. Daba mucho trabajo y no tenía tiempo. Sintió de repente una mano tocar su entrepierna directamente y suspiró inaudiblemente. Analizó cómo se sentía ante aquello. Bueno, no era como normalmente, pero podía llegar a ser placentero. Dejó de acariciar y con una mano fue capaz de desabrochar su pantalón. En cuanto terminó retomó lo que estaba haciendo, con más libertad de movimiento, subiendo y bajando la mano a ritmo lento pero constante.

Los labios de ese tío se posaron por su cuello y, aunque al principio pensó que sería desagradable, luego se sorprendió al notar que de la manera en que lo hacía no le incomodaba, que además le producía un cosquilleo interesante y que se percataba de cada sutil cambio en su cuerpo, ya que luego ignoraba algunas zonas y simplemente besaba las que eran más placenteras para él. El hispano se dio cuenta de que Francis parecía perdido y sin saber qué hacer con las manos, que vagaron por el torso y luego por la espalda, así que cogió una con la que él tenía libre y la dejó descansar sobre su pantalón, en aquella zona abultada. Sintió un susurro sobre su cuello, cálido y casi estremecedor.

- Si no quieres tocar directamente con la mano puedes por encima de la ropa, pero no seas cruel...

Y en eso estuvieron un rato: el español concentrado atacando su cuello repetidamente, mordiéndolo aunque sin dejar ninguna marca, besándolo e incluso lamiendo de una manera que le estremecía y mientras seguía moviendo aquella mano sobre su miembro, de una manera especial, como si supiera qué puntos era mejor rozar casualmente para provocar un estremecimiento. Él, por el momento, no se había atrevido a meter la mano, simplemente acariciaba por encima y se sorprendía al ver que lograba arrancarle algún jadeo con aquel toque. ¿Era normal si sentía un cosquilleo sólo por conseguir que se alterara? No imaginó que un hombre pudiera considerarle tan atractivo como para encenderse hasta ese extremo.

Y entonces ocurrió algo que le dejó por un segundo confundido y al siguiente sorprendido. El español de cabellos castaños le hizo girarse y apoyarse contra la pared, de cara a ésta. Puso las manos sobre la superficie sólida y ladeó el rostro, no tuvo que esforzarse mucho en verle porque entonces ya estaba pegado a su cuerpo y volvía a acariciar su miembro con insistencia. Ese constante movimiento le impedía pensar con claridad aunque estaba medio histérico.

- Oye, yo quería ser el que la metiese... Y así parece que eres tú el que... -dijo el galo con inquietud. Sin embargo, no pudo reprimir otro jadeo más fuerte cuando el dedo índice rozó suavemente la punta de su miembro.

- Shhh... No te preocupes. A diferencia de ti, yo no soy un novato. Precisamente tenía la idea de dejar que me lo hicieses tú, pero me pareces bastante adorable por mucho que digas que no lo eres. Tan loco como para meterse en un sitio desconocido en busca de sexo. -le dejó un mordisco sobre el cuello, un poco más fuerte- No te estreses, confía en mí, te aseguro que puedes disfrutarlo...

Francis apoyó la frente contra la pared, sin tomarse tiempo para mirar si estaba sucia o si había algo pegada a ésta. Pudo notar que movía la otra mano, como si buscara algo, aunque no tocaba su cuerpo. Ladeó la mirada y le vio morder el tapón de un tubito de lo que parecía crema. Oh, joder... Se lo iba a tirar... Le dieron ganas de golpearle y apartarse rápidamente, pero el placer era uno de los factores que le hacían no moverse de allí. Otro es que podía escuchar su voz decirle que confiara en él y aquí entraba también el tercer y último factor, se notaba que tenía experiencia. Bueno, fuese como fuese, ya era tarde. Iba a tocarle ser un hombre y aguantar aquello. El hispano tocaba con unos dedos humedecidos entre sus nalgas y por dentro Francis estaba mortificado pensando que meterse en aquel sitio había sido la peor idea de su vida. Se quejó un poco al sentir ese dedo empezar a entrar en su trasero.

- No te tenses... Respira, relájate... -le dijo el chico.

- Como si eso fuese tan fácil... -le reprochó el galo- Claro, como tú no eres el que tiene un dedo en su trasero...

Escuchó de nuevo la risa de su acompañante español.

- He tenido cosas peores que un dedo metidas en mi culo, te lo prometo. -suspiró- Está bien, no quiero que esto sea traumático para ti, te preguntaré algo... ¿Alguna venérea de la que tenga que saber?

- Ninguna. ¿Por quién me tomas? -le replicó indignado ante aquella insinuación. Su grito molestó al resto de los que había en aquel cuarto, que empezaron a farfullar.

- ¡A ver si te lo follas de una puta vez y os calláis! ¡Os cargáis el ambiente! ¡Para hablar a la puta calle!

- ¡Chocolatito, si el rubio no te quiere yo estoy libre~! -exclamó otro.

Francis se sonrojó muchísimo. Por un momento había olvidado el lugar en el que estaban y saber que le estaban viendo y escuchando del mismo modo que ese hombre de cabellos castaños que ahora le hizo darse la vuelta, era demasiado para él. Olvidó la vergüenza por un momento cuando observó al chico descubrir su miembro del todo con una sola mano, la del culo no la apartaba ni queriendo y, de hecho, movía el dedo hacia los lados con lentitud, de una manera que ni molestaba.

- No hago esto en general con nadie, así que más te vale que a partir de ahora te calles o que me impidas hacerlo antes de empezar. -le dijo seriamente.

Entonces el español se inclinó y observó de cerca su pene erecto, caliente y sensible. No podía ser... Había abierto la boca para decirle que sí, que parase, pero al ver eso no había podido pronunciar ni una sola palabra. Si con la mano lo hacía bien, no quería ni imaginarse cómo lo haría con la boca. La curiosidad mató al gato, decían. Francis estaba seguro de que esa noche la curiosidad mataría a su trasero. Apoyó la cabeza con fuerza contra la pared cuando sintió que la húmeda boca tomaba aquella parte tan sobreexcitada de su cuerpo. Tal y como imaginó, el de cabellos castaños era experto y, tras un poco de ensayo y error, desentrañó una manera de continuar la felación que le estaba volviendo loco por momentos. No fue tan difícil soportar la dilatación que sus dígitos iban realizando en su ano. A ratos era molesto, pero se estaba tomando su tiempo, igual que con su boca. No iba a correrse en su cara o dentro de esa cavidad, así que Francis se esforzaba por mantener el control mientras jadeaba ahogadamente, con una mano apretada con fuerza contra la pared y la otra sobre los cabellos de color chocolate, apretando irremediablemente su cabeza contra su cuerpo y adentrándose un poquito más en esa boca que hacía puras delicias.

Unos minutos después, aunque no era consciente, el galo tenía tres dedos en su interior. Era extraño pero es que la boca... La boca ahora se entretenía haciendo maravillas sobre su escroto. Nunca le habían chupado los testículos, todo sea dicho, pero era agradable de la manera en la que el hispano lo hacía. Sintió un beso de despedida y entonces se incorporó hasta quedar a su altura. Metió la mano en sus pantalones oscuros y de ahí sacó un condón. Se lo dio y no hizo falta que se lo explicara. Bueno, si lo iba a hacer, mejor que fuese protegido. El galo no tenía nada, pero a saber qué mierda podía tener aquel atractivo hombre de tez morena.

Mordió el plástico y lo abrió sin ningún problema, respirando con cierta irregularidad mientras ese desconocido seguía moviendo los dedos que tenía en su interior, dilatándole todo lo que podía. Mirándole durante segundos, varias veces, a los ojos, Francis apoyó sobre la punta del miembro ahora al descubierto el condón y, de un sólo movimiento, lo bajó hasta cubrirlo entero. Se sorprendió al sentir que ese movimiento provocó un temblor en el cuerpo del español, tan excitado tras una sesión larga en la que no había recibido más que estimulación auditiva y ninguna física. Suspiró ahora Francis al notar que los dedos salían de su cuerpo por completo. Su trasero estaba abierto, se podía sentir.

- Ahora sí que tienes que darte la vuelta, guapetón. -le murmuró el español y con movimientos gráciles volvió a apresarle contra la pared- Recuerda, relájate...

Ni le contestó, le parecía una pérdida de tiempo. Tal y como imaginó, tres dedos no se asemejaban a un pene erecto en condiciones y fue molesto el momento en el que se fue metiendo en él. Cerró los ojos, la frente contra la pared, y se centró en respirar. El tipo era agradable y no iba demasiado rápido, le podía oír jadear contra su piel, que besaba a la altura del cuello. Fue mejor cuando volvió a masturbarle, a buen ritmo. Le pareció una eternidad hasta que estuvo dentro y los primeros movimientos le eran molestos y pensó: "Esto no me va a gustar y este tío me ha mentido" Poco a poco, combinado con la mano, el vaivén empezó a ser hasta agradable y podía realizarlo con facilidad. Se sorprendió a sí mismo al oírse gemir cuando la cintura de ese español se movía ya fuese para entrar o salir de su cuerpo. Y su mano se deslizaba por su miembro apretando algunas zonas de piel un poco más fuerte, produciéndole pequeñas descargas de placer. El hombre se inclinó y besó su cuello con deseo, entre gemidos del gozo que el interior del galo le provocaba. Francis fue, increíblemente, el primero en ceder, sobreestimulado por todo aquello. El hispano siguió metiéndose, con fuerza, hasta que le oyó gemir con más vigor y luego se quedó un poco flojo. Un segundo pasó antes de que saliese de su trasero, algo resentido en ese momento. Francis respiraba a bocanadas, asimilando lo que acababa de pasar. Un tío se lo había tirado y había sentido placer hasta correrse... Eso hacía que no pudiese volver a decir que era puramente heterosexual, estaba claro. Se apresuró a taparse la parte de delante y pegó un respingo al sentir una cachetada en una nalga. Alarmado, Francis se giró y vio al hombre. Éste le guiñó el ojo y le sonrió jovialmente. La verdad es que era un poco mono.

- ¿Ves como ha sido bueno? Ale, nos vemos, rubito.

Francis se quedó sin palabras aunque siguiese subiéndose el pantalón y lo abrochara. Tan repentino como había aparecido, se había ido el desconocido hispano. Y, así de fácil, a Francis se lo había beneficiado un tío del que no sabía ni el nombre.


Pierre estaba en una de las mejores etapas de su vida: era joven, sexualmente libre y, además, estaba encaprichado de un alemá- es decir, prusiano, de ojos de color chocolate y un cuerpo bastante agradable. La primera vez coincidieron en la barra e intercambiaron un saludo ya que se observaron furtivamente. Nunca había visto a Gisfrid y catalogar a la gente que conocía era una regla de oro para Pierre. La siguiente vez fue en el lavabo. El francés se estaba lavando las manos cuando de uno de los cubículos salió el alemán. Le había reconocido, pero no quería ser pesado así que siguió a lo suyo. Fue Gisfrid el que se acercó a él y le saludó. Se presentaron y era capaz de recordar el momento porque luego se había reído mucho al ver su reacción ya que cuando se iba le dijo:

- ¿Te vas a ir sin lavarte las manos, Gisfrid?

Un segundo y se miró las manos. Dos segundos y le miró. Al tercero se estaba excusando mientras, atropelladamente, se iba hacia uno de los lavamanos y le daba al agua. Fue en ese momento en el que pensó que ese hombre era bastante agradable y que no le importaría tener algo con él. Y ahí empezó una odisea de seducción. Porque todo lo que Gisfrid tenía de atractivo, a ratos lo tenía de tonto. O no entendía aquellos sutiles gestos o simplemente los ignoraba. Hasta que se cansó y se lo dijo. Resultó que sus raíces prusianas eran lo más conservador que hubiese podido imaginar. Le dijo que bueno, pero que fuesen lentamente, a ver cómo iban las cosas. Entonces le preguntó si es que se tiraba a otro y no veas la cara de pánico. Era gracioso, bastante.

Por ese "vamos más lentos", Pierre había arrastrado consigo a su mejor amigo, Francis Bonnefoy, el mismo que había ido con él a clase desde que tenían 12 años. Su historia conjunta era larga y ahora no venía a cuento, pero el caso es que le había pedido que viniera en un intento de poner a Gisfrid celoso. No supo bien si fue un éxito, aunque el alemán parecía desenvuelto y abierto. Claro que había bebido un montón y a saber si no era por el alcohol... Por muy mal que sonara, se olvidó de su amigo hasta que empezaba a ser tarde y pensó en que sería buena idea ir a casa.

- Hostia... ¿Dónde está Francis? -preguntó al alemán delante de él, el cual negó con la cabeza y se encogió de hombros.

Buscar a alguien en la penumbra, con la música a todo volumen y en un local lleno de gente era misión imposible. Por mucho que gritara su nombre, no conseguía hacerse oír demasiado. Al ver que no le hallaba, empezó a preocuparse y decidió ir fuera y llamarle. Una vez hubo atravesado la marea humana, Pierre salió a la calle. Le llamó la atención la figura de su amigo, sentado en un banco, con un cubata en la mano y aire ausente. Suspiró y se fue hacia él. Bueno, quizás había sido demasiado para su cabeza y no le culpaba. Una cosa era segura: el coche tendría que traerlo él, no fuese que los pararan. No quería pagar una multa a medias.

- Te estaba buscando por todas partes. Ya podrías haberme avisado, tío, que estaba ya preocupado. -le dijo sentándose a su lado, virado para poder mirarle de frente sin entornar el rostro.

- Pierre... Me han jodido. -murmuró con aire ido antes de pegar otro trago a su vaso. Su amigo arqueó una ceja.

- ¿Te han pegado o algo? Te lo tengo dicho de siempre que si eso pasa, no te enfrentes y corre hacia mí, quizás entre los dos...

- No me refiero a eso. Quiero decir en sentido literal. Me han jodido ahí atrás.

- ¿Eh? ¿Te han forzado? -dijo escandalizado. ¡Su amigo era heterosexual...! Nunca había escuchado algo por el estilo. Aunque estaba despeinado, no se observaba en su cuerpo, a simple vista, las típicas marcas de alguien que ha sido forzado.

- No... Se me cruzaron los cables, me sentía solo y lo que decidí fue probar cómo es eso de tirarme a un tío, ¿sabes? -le dijo con expresión apenada. Ah... Su plan había sonado tan bien... Como los planes de los grandes de la historia.

- Eres un enfermo... Te declaras hetero pero luego decides probar lo que sea. Esto debe ser alguna enfermedad sexual y, si no existe, puede ser una nueva a la que darán tu nombre. Francitis aguda, o algo así.

- Fui al cuarto oscuro ese. -dijo el galo ignorando esa salida de tono.

- Ay dios... ¿Ahí? -le preguntó con una sonrisa cada vez más evidente. Bueno, si lo pensaba, era hasta cómico.

- Y en ese sitio he visto a ese desgraciado... -dijo y finalmente se apuró lo que le quedaba de beber en el vaso- Pensé que ese estaba bien para mí y, cuando menos lo esperaba, me ha puesto contra la pared y... Ya te puedes imaginar el resto.

De repente Pierre estalló en una carcajada incontrolable. Francis arqueó una ceja con incredulidad y le miró. El otro se daba hasta golpecitos en el muslo del ataque que estaba teniendo. Es que esa historia, si la analizaba, era la hostia. Podrían hacer una peli porno gay con ese argumento y seguro que era un taquillazo. Cambiarían algunas cosas pero...

- ¿Has gritado mucho? -dijo entre risas. Francis le pegó en un brazo, con reproche, pero eso no cesaba su carcajada- Venga, no te enfades. Es que lo cuentas de una manera... Apuesto a que estás tan alterado porque en el fondo lo has disfrutado.

El de cabellos más largos y despeinados abrió la boca, dispuesto a replicarle, pero entonces lo analizó seriamente. El principio había sido incómodo, bastante, le había hecho pensar que los dedos podían ser pasables -siempre y cuando la boca fuese tan maravillosa como la de ese chico- pero desde luego lo otro no. Sin embargo, como con todo con ese chico al parecer, se volvió bueno, bastante. Se sonrojó un poco, tenso, sin saber cómo contestar. Aquella reacción hizo que Pierre riera de nuevo con fuerza.

- ¡Lo sabía! ¡Ay, Francis, que no eres tan heterosexual como pensabas...! -dijo dándose de nuevo golpecitos en el muslo. Se apartó a tiempo de evitar otro golpe en sus costillas. Se ponía bien agresivo cuando se metían con él con motivo. Claro, luego el tío se metía con el resto pero a él no le podían decir nada. Tenía una jeta...- No te pongas así, sabes que tengo razón.

- Esto ha sido un desliz provocado por el alcohol. No volverá a pasar. ¡La próxima vez me avisas y vengo! -Pierre rió más fuerte después de esta afirmación tan vigorosa. Francis entrecerró los ojos y sonrió a disgusto- Deja de reírte o te mandaré a la mierda. ¡Tengo un motivo! Ese tío tiene algo pendiente conmigo y cuando lo vuelva a encontrar le convenceré y me lo tiraré. Entonces estaremos empate.

- ¡Eres el más pervertido y raro del mundo! ¡Alcanzas niveles preocupantes! -dijo Pierre ya con lágrimas por el rostro de lo mucho que se estaba riendo. Por eso seguía siendo amigo de él: Francis Bonnefoy era peculiar e incomprensible y él se lo pasaba pipa viendo sus estupideces, que se acentuaban puntualmente y se convertían en locuras.

- La idea no era dejar que me arrebataran mi virginidad trasera de ese modo, ¿sabes? -dijo indignado el de ojos azules.

Pierre tuvo que levantarse, casi gritando de la pura risa mientras decía comentarios sobre lo gracioso que era. Le vio apoyarse contra una pared mientras todo su cuerpo temblaba de lo que estaba riendo. Al poco volvió con los ojos llorosos y rojos de habérselos frotado, una sonrisa que no podía disimular y respirando acelerado. Francis entrecerró los ojos. Le daban ganas de pegarle una hostia.

- Perdón, perdón... Es que deberías saber que a eso te arriesgabas y más conociéndote. Seguro que entraste como un cachorrito perdido y asustado. ¿De verdad creerías que no despertarías los instintos de nadie?

- Sé que soy irresistible para las mujeres, pero no sabía que también podía serlo para los hombres. -dijo Francis algo más recuperado, peinándose mejor con las mismas manos- Es un delito haber nacido tan bello. Lamento haceros esto, mis pequeños, pero este hombre por el momento está centrado únicamente en las chicas con pechos. Bueno, y en ese hispano escurridizo que me las pagará, ni te quepa duda.

- Ay, Francis, me parece que cada vez te alejas más de tu acera... Y créeme, la otra está bastante bien, es grande, hay diversidad y uno se divierte~ Así que ya me contarás de nuevo si las prefieres pechugonas o simplemente uno que tenga un buen culo~

Su mejor amigo hizo un gesto negativo con la cabeza mientras repetía que eso era imposible y que tetas y carretas y otras cosas que Pierre no entendió en ese momento. Le quitó las llaves del bolsillo y eso erizó a Francis, que empezó a chillar que si el mundo se había confabulado para que todos los hombres le metieran mano y demás idioteces que prefirió ignorar. Seguro que iba a tener una resaca de caballo al día siguiente, sumado al hecho de un trasero resentido. No es que hubiera tenido problemas con que fuese heterosexual, pero iba a ser divertido verle pegar esos resbalones hacia el otro lado. Francis fue canturreando canciones de su infancia y a Pierre le parecía gracioso así que le seguía el rollo. Dejó su automóvil aparcado y le llevó hasta su casa. Una vez lo aseguró en la cama, se despidió y se marchó. Aún suerte que no vivía muy lejos, si no era capaz de tomarle prestado el coche.


La semana se le hizo bastante larga. Después del sábado de fiesta que había tenido, en la que había sido la noche más extraña de toda su vida, el domingo había estado en su casa, encerrado como si estuviese a punto de morirse. Las persianas permanecieron casi todo el día parcialmente echadas y Francis no quiso moverse demasiado de la cama ya que, cuando lo hacía, el trasero le escocía una barbaridad.

Maldijo en infinidad de ocasiones al hispano (a ese sexy hispano) que se lo había tirado de esa manera y, en su mente, empezó a distorsionar los recuerdos hasta que incluso se transformaron en algo más brusco de lo que había sido en realidad. Por suerte, el lunes ya estaba mejor y pudo ir a trabajar con normalidad. Sí que cuando se sentaba lo hacía con cuidado y notaba una pequeña punzadita. Pero, por lo demás, la resaca quedaba atrás. Francis vivía en un modesto apartamento en la ciudad de Rennes, situada al noroeste de Francia, en la Bretaña.

Era un lugar bastante urbanizado, aunque comparado con la gran París, se quedaba en una ciudad pequeña. Eso sí, contaban con un metro que les comunicaba con diversas zonas. La parte preferida de Francis era el casco antiguo, en la que se erguían edificios del siglo XVI, de fachadas blancas con entramado de madera. Parecían una de esas posadas de época y podías ver a un montón de turistas, de Francia y diferentes países, haciendo fotos y observando con fascinación alguno de los más de ochenta edificios. Francis era fan de ellos, pero de tanto verlos, por lo general, no les prestaba atención. No obstante, no sólo contaba con edificios históricos, también había otros del siglo XX que la convertían en una ciudad culturalmente rica.

Era parcialmente atravesada por un canal, el de Saint Martin, y por donde normalmente se podía ver bastante bullicio. Otro de los puntos claves eran las dos plazas más grandes, donde según la época se podían ver mercados montados. Rennes era una ciudad hermosa y no tenía nada que envidiarle a París según su propio criterio. Por eso mismo había preferido quedarse a vivir allí. Al principio su trabajo no era la gran cosa, pero luego se instaló la gran firma para la que ahora trabajaba y allí encontró un puesto bastante bueno. No le daba para grandes caprichos, lamentablemente, pero era más que suficiente para pasar el mes holgadamente.

El edificio en el que trabajaba era una mezcla de construcción antigua y contaba con unas grandes cristaleras que se mantenían mediante una estructura metálica grande. Todo el recinto era propiedad de la empresa, de grande renombre dentro de Francia y en parte del extranjero. De hecho, esa compañía llegó desde fuera y muchos colaboraron en crearla. Allí, él trabajaba en el departamento de marketing y creaban campañas y elaboraban estudios para analizar el impacto de la empresa en las personas. Era un trabajo bastante creativo y le gustaba. La sociedad se dedicaba a la construcción de diversos productos, desde bungalows a electrodomésticos. Por ese mismo motivo, Francis estaba contento de estar en aquel lugar trabajando, ya que no siempre trataba con el mismo tipo de producto y sus ideas fluían con más facilidad.

En aquel momento estaba preparando una campaña para uno de los que más años hacía que estaba en el catálogo. La parte que le tocaba era realmente la aburrida, la de preparar la burocracia para poder poner anuncios en diversos sitios. Fue a la sala con impresora, que trabajaba a toda velocidad haciendo un ruido molesto, y fue recogiendo los papeles que iban saliendo, formando una pila considerable. Iba de regreso a su despacho cuando una chica, de piel nívea como la suya, largos cabellos castaños claros, ligeramente ondulados hacia las puntas y ojos verdes, le asaltó.

- Francis, Francis, Francis, cotilleo de última hora, convoco consejo de sabios ya. -dijo ella excitada, con una sonrisa jovial. El galo arqueó una ceja ante aquello.

- ¿Ahora? ¿No ves que llevo un montón de papeles y que además pesan? Siempre escoges el peor momento, Elisabeth... -murmuró Bonnefoy y, tras eso, prosiguió con su camino.

La muchacha hizo un mohín, aunque en vano ya que Francis no estaba atento. Chasqueó la lengua y se fue detrás de él. No tuvo ningún inconveniente en invadir su despacho e incluso se sentó en la silla que había delante del escritorio negro de Francis. El mismo francés de momento decidió ignorar a la chica. Tenía trabajo y, aunque normalmente le prestaba atención si tenía algún chismorreo que contar, ahora mismo no se sentía de humor.

- ¿No me vas a preguntar qué es lo que sé? -indagó ella sintiéndose tremendamente decepcionada.

- Sinceramente, ahora mi preocupación se centra en esto, que debo terminar para mañana. Si se retrasa la campaña al que le gritarán será a mí. -respondió sin inmutarse Francis.

- Me da igual, te lo voy a contar de todas maneras, aunque no te interese. El jefe de la compañía está enfermo. Bastante, además. Dicen que si sigue podría morir en poco tiempo porque su salud es delicada.

- Pobre hombre. Una vez le vi de lejos, parecía buena persona. Es un anciano sonriente, nada que ver con el armario pelirrojo que le seguía a todas partes. -comentó sin demasiado interés.

- Dicen que ahora su hijo va a sucederle y todos temen que cambie la política de la empresa. No sabemos ni cómo es. Aunque ha ido rondando por aquí un chico rubio, así con cejas oscuras, y todos tenemos el presentimiento de que es ese. Parece muy serio y profesional.

- Mientras sea coherente con cómo llevaba las cosas su padre...

A Francis el organigrama de la empresa no le interesaba a no ser que fuese para ascenderle. Él era un simple trabajador, no le importaba si en vez de a un simpático abuelito ahora debía ser productivo para un rubio. Tan poco le interesaba, que había olvidado hasta el nombre del que era el jefe de todos. Demasiadas caras, por el momento sabía quiénes eran sus jefes más próximos. Una vez escalase puestos, entonces ya miraría al gran jefe final.

- Sólo para que sepas que si ves a ese tipo, que seas agradable con él. No sea que le hagas enfadar y lo primero que haga cuando entre sea echarte por maleducado. -dijo Elisabeth- Que en general eres tranquilo, pero cuando estás de faena hasta los topes eres un borde.

- Eso no es cierto, vete a la porra. -dijo Francis, con un tono suave y lento que dejaba claro que lo hacía por fastidiar, no porque fuese borde con ella. Aunque tenía razón, cuando tenía mucho estrés se ponía irritable.

- Como te pongas muy tonto, le diré a mi novio que venga a partirte la boca por molestar a su querida Elisabeth. -dijo ella levantándose grácilmente y sonriéndole con malicia.

- No soy de hablar mal, pero estoy irritado así que te diré que tu novio puede chupármela. Ese tío se acojona con más facilidad que yo.

- Deja que mi novio no chupe nada... Al menos nada tuyo. Que si lo hiciera, aún te gustaría.

Francis se tensó de manera imperceptible. ¿Estaba insinuando algo? Porque lo parecía. Aunque no tenía sentido, ya que el único que sabía todo, y no con tantos detalles, era Pierre. Pero lo parecía. ¿Estaría ya paranoico del todo? Frunció el ceño y dejó el bolígrafo con fuerza sobre el escritorio.

- No digas estupideces. Es un sinsentido y antes de dejar que me chupe nada le pegaría una hostia que le harían palmas las orejas. Mi cuerpo sólo es para las mujeres hermosas.

- ¡Uah, uah...! ¡Calmaa...! ¡No te pongas como un gallo de pelea! ¡Estábamos hablando figuradamente, como siempre! ¿Por qué te pones así? ¿No has tomado café? Ya sabes que tu mal humor se incrementa exponencialmente si no lo tomas.

Francis se dio cuenta del error que había cometido. Vale, quizás estaba demasiado susceptible a ese tema, pero no era para menos. Durante el domingo y lo que llevaba de semana, Francis había estado pensando seriamente en todo lo que conllevaba lo que había pasado en aquel cuarto oscuro de discoteca. No podía evitar sonrojarse cada vez que lo recordaba. Aún le parecía escuchar la voz de aquel tipo en su oreja. Lo primero fue admitir que realmente le había gustado, y eso le costó bastante. De repente había un nuevo abanico de posibilidades y, ahora, podía echarse aire a dos manos (en general, esa metáfora sonaba sucia, y eso le gustaba). En los siguientes días, se estuvo fijando en los hombres y se dio cuenta de que encontraba a algunos más atractivos que a otros. No sentía deseos de irles detrás como le ocurría con las mujeres, pero sí que se dio cuenta de que podía clasificarles entre: me los tiraría y no me los tiraría.

Francis no era heterosexual, Francis era bisexual con inclinación hacia las mujeres. Lo fuerte es que, por el momento, su parte gay le daba vergüenza y cualquier insinuación le sentaba como una patada en la entrepierna. Suspiró y esbozó una sonrisa resignada. Elisabeth era inteligente y mejor no forzar a que su cerebro pensara demasiado.

- No he encontrado café esta mañana, es cierto. Creo que eso me tiene alterado. -se frotó la mejilla izquierda con la mano de ese mismo lado.

- Ya decía yo que estabas raro... Si no te cuido, te pelearías con todo el mundo. Te iré a buscar uno. Creo que en mi departamento aún queda alguna cápsula, no te preocupes.

Tras darle las gracias, Elisabeth abandonó el despacho. Era una sala amplia, con dos ventanas por las que entraba el sol toda la mañana, de paredes de color crema. Los muebles eran en su mayoría de madera oscura y los demás eran negros. No era su despacho personal, eso hubiese sido demasiado para un trabajador mundano como él, lo compartía con el novio de Elisabeth, un alemán chismoso, ruidoso y con ideas de bombero. Se notaba que no estaba por el reinante silencio. A veces se callaba, sí, pero entonces le oías teclear con fuerza y hasta le hacía parar y mirarle, preguntándose si hoy sería el día en que por fin se cargaría el teclado.

Se echó contra el respaldo de la silla y suspiró pesadamente. De repente se acordó de ese chico. Debería regresar a la discoteca y buscarle. Tenía que saldar cuentas con él. Esta vez el que iba a estar contra la pared sería el español.


No hubiese imaginado que estaría pletórico por algo así. Todo empezó cuando se encontró a Pierre justo al salir del trabajo. Le dijo que necesitaba de su ayuda, que su coche estaba roto, que quería beber y le pidió por favor que le llevara a esa discoteca de ambiente de la última vez. No sabía ni el nombre, de hecho ni Pierre, sólo sabían que estaba al lado de la gasolinera y el supermercado, justo enfrente del Mc Donalds, que era perfecto para los jóvenes que salían de ahí. Francis se hizo de rogar únicamente por ser elogiado y que Pierre le hiciera la pelota. Él mientras ponía expresión digna, diciendo que tenía mucho trabajo que hacer y que no podía perder el tiempo en una discoteca. Su amigo sabía que lo decía porque se estaba haciendo el duro, así que por eso insistió una y otra vez en que viniera, en que lo pasarían bien. Al final suspiró y fingió resignación.

- Está bien, iré contigo si tanto insistes. Pero que conste que es la última vez que lo hago. -dijo Francis con un tono condescendiente.

Aunque sabía que Pierre no se lo había creído, al menos de cara al exterior había quedado genial, como un tipo duro que además se preocupaba y sacrificaba por sus amigos. En su mente, por otra parte, estaba contento al saber que podría encontrar a ese español y dejarle por fin las cosas claras. Sí, tenía como una especie de obsesión enfermiza, pero era culpa de él. Él había aparecido y había puesto su vida de patas arriba. No era nada fácil pensar que también le agradaban los hombres, de hecho aún sentía rechazo hacia sí mismo según como lo pensara. Se sacudió eso de la cabeza y se continuó vistiendo para la ocasión. Llevaba una camisa blanca con líneas grises y encima un chaleco del mismo color. Las mangas las llevaba subidas y luego llevaba un pantalón negro, que contrastaba con los zapatos blancos. Como alguien le pisara, se lo comía con patatas, que los había limpiado a conciencia. Esta vez se dejó el pelo suelto a excepción de un par de mechones, los más cercanos a las mejillas, que se los echó hacia atrás y los ató en una pequeña coletita. Se echó perfume, lo suficiente para que el olor pudiera percibirse, aunque controlando que no apestara.

Entonces salió de su apartamento, se montó en su coche, que ya empezaba a ser viejo pero que aún se conservaba en perfecto estado gracias a sus cuidados, y puso rumbo a casa de Pierre. Le parecía un muchacho muy agradable. Aunque sabía que tenía motivos para venir, igualmente le dio las gracias por llevarle y traer en coche. Francis le quitó sarro al asunto diciendo que un día le llevaría a un club de striptease con tías pechugonas y que a él le tocaría conducir entonces.

Tuvieron muchísima suerte y encontraron aparcamiento casi en la misma puerta. Había cola pero no se aburrieron ya que iban charlando de temas aleatorios que les venían a la mente. Y entonces volvieron a ese ambiente en el que las voces no llegaban a ser ni un susurro, en el que los cuerpos, sudorosos, se movían al ritmo de la música mientras las mentes se vaciaban y se dejaban inundar por cada nuevo compás. Pierre bien pronto se fue, pasando entre la gente de manera grácil. Si es que cuando le decía que parecía un pájaro no lo decía por decirlo... Seguro que iba a buscar a ese alemán.

Bueno, no le importaba, él también quería buscar a alguien y sería más efectivo si lo hacía solo. Aunque la idea de ir allí le hacía experimentar sentimientos encontrados, el primer sitio al que decidió acercarse fue al cuarto oscuro. Paseó entre gente, esta vez con más decisión y seguridad, sin asustarse de lo que veía. Tuvo que mirar a algunos en más de una ocasión ya que no veía sus caras, pero ninguno de ellos era ese chico. Cuando salió estaba decepcionado. Pensaba que le encontraría, pero quizás era demasiado pedir.

Deambuló, algo desanimado, por la discoteca hasta que de repente sus ojos azules captaron una figura y se abrieron más. Poco tardó en recuperar su vigor y entonces abrirse paso entre la gente en dirección a ese chico. Cuando llegó le tocó con el dedo índice un par de veces sobre su hombro derecho y gritó.

- ¡Tú y yo, encima de ti, hoy! -le gritó para hacerse oír por encima de todo el ruido.

El chico al escuchar eso sonrió, se dio la vuelta y cuando le vio le miró sorprendido. La verdad es que se esperaba cualquier persona antes que a ese rubio de nuevo. Su expresión cambió y dibujó una sonrisa divertida, sin decir nada. Entonces alzó las cejas y puso cara de no entender qué le había dicho. Se preguntaba si tendría el valor de decírselo de nuevo. Cuando vio que abría la boca para gritar, le negó y le hizo un gesto con el dedo para que se acercase y señaló su oído. Francis se quedó con cara de tonto. ¿Quería que lo susurrara en su oreja...? Maldito. Y aún se creía que dominaba la situación. Nada más lejos de la realidad, se lo iba a demostrar.

Dio un paso al frente, agarró su brazo a la altura del codo y tiró de él para acercarlo hasta que su oído casi rozaba contra sus labios. Pudo notar un leve temblor, ¿tenía más sensibilidad en la zona de la oreja? Esa información no pensaba olvidarla, la usaría en cuanto lo tuviese contra la pared.

- Te he dicho que esta noche el que va a meterla voy a ser yo. -dijo en un tono íntimo, seductor- Que te haré gemir. Así que déjate de tragos.

Bueno, no le iba mucho ese rollo de ser mandón pero es que no se lo estaba poniendo nada fácil, le hería el orgullo haciéndole ir tras de él de aquella manera. ¡Claro que lo había oído la primera vez! ¡Hasta los que estaban cerca lo habían hecho! Lo que pasaba es que a él le daba la gana de que lo volviese a decir y por eso esta segunda vez había sido diferente, más brusco, más bestia. Esperaba que tras eso le sonriese, sabiendo que ese asalto lo había perdido, y se viniese con él. Pero lo que hizo fue echarse a reír como si hubiese contado el chiste más grande del mundo, se apartó y fue negando con la cabeza.

- ¡Nooo...! ¡Qué va! ¡Eso no va a pasar! -dijo mientras seguía riendo y ya hacía gesto hasta con las manos.

Bueno, aquello no era lo que había esperado, la verdad. Pensaba que quizás le diría que vale y le haría seguirle hasta el cuarto oscuro. Lo que le había dejado a cuadros y bastante herido por dentro era que se estuviera riendo de esa manera. Durante un segundo no supo ni qué hacer y el chico se alejó de allí. Entonces despertó, frunció el ceño y se fue detrás de él a paso rápido. Pudo alcanzarle cuando se paró en una de las mesas para seguir con el trago que había pedido.

- ¡Ey! ¡¿Pero qué respuesta más penosa es esa?! ¡Exijo una explicación! El otro día sí, ¿hoy no? ¿Por qué? -le preguntó Francis molesto. No se le olvidaba esa risa burlona que se le había quedado grabada en lo más profundo de su cerebro y se repetía una y otra vez.

- No me acuesto con nadie una segunda vez. Es una de mis reglas personales. Y, dado que el otro día me salté dos por ti, no estás en condiciones de pedirme que me salte otra más para complacer tu deseo personal. -dijo el hispano de ojos claros- Ahora déjame tranquilito, ¿vale? -concluyó con una sonrisa.

Francis se quedó como un pasmarote allí, al lado de esa mesa ahora vacía. ¿Que no se acostaba con nadie más de una vez? ¿Pero es que se creía algo así como una diva? O peor, parecía una de esas personas que van de cama en cama. Bueno, no le parecía tampoco una locura tan grande. Cuando le vio por primera vez, un tipo le comía el cuello y luego vino a por él. Aunque pensó un montón de argumentos en su contra, Francis se sentía frustrado por aquella doble negativa. Tanto que, media hora después, salió fuera a que le diera un poco el aire, a ver si se le pasaba el enfado. Allí se lo volvió a encontrar y pensó que el mundo se tenía que haber confabulado en su contra. El chico tenía el cabello de color castaño oscuro, color chocolate, sus mechones estaban cada uno para un lado y algunos despuntaban. Parecía que se había levantado de la cama hacía nada, pero lo fuerte es que le quedaba bien. Estaba en un bordillo, sentado, vestido con una camisa blanca pulcra, arremangada, y unos pantalones negros que le marcaban la figura sin ser demasiado entallados. Algo en su interior se le revolvió. Francis siempre había sido conocido por su cabezonería y, en ese momento, se dio cuenta de que se le daba bastante mal eso de rendirse. Sus ojos azules se perdieron por un instante en ese cigarrillo que se llevó a los labios, entreabiertos, rojizos y entonces el francés suspiró. Se rendía. Caminó a paso ligero, de un par de zancadas se plantó a su vera y se sentó en el bordillo.

El español pensó que anda que no había sitio para que alguien se viniera a sentar justo a su lado. Entonces levantó la cabeza, miró de reojo y se encontró con ese rubio, que le miraba con fijación. ¿Otra vez? ¿Es que le estaba siguiendo por todo el lugar?

- ¿No te cansas o qué? -le dijo tranquilamente, sin mucho interés, tras echar el humo del cigarro.

- Escúchame bien... Técnicamente, no nos acostamos. Estábamos de pie. -dijo Francis con aire serio.

El español le miró del mismo modo un segundo y entonces estalló en una sonora carcajada. Esta vez no era como antes, que había sido casi una ofensa, una burla, ahora era una risa de corazón. Se enfurruñó y miró hacia el suelo, tras suspirar pesadamente. ¿Por qué parecía que todo lo que decía se lo tomaba a chiste? Bueno, confesaba que ese comentario no era el más brillante y que casi sonaba desesperado, pero tampoco tenía que volverse a reír.

- Eres bastante gracioso, la verdad. Pero, por mucho que me digas eso, mi regla especifica que no puedo follar con un tío más de una vez. ¿Así lo entiendes mejor? Ahora no puedes decirme que no lo hemos hecho, porque yo lo recuerdo muy bien, aunque tú olieses a vodka.

- Esa regla es una mierda. ¿De verdad prefieres intentar ligar con alguien más cuando tienes a alguien tan maravilloso como yo a tu lado? Muchas personas se pelearían por estar conmigo. -dijo con aire digno y superior- No entiendo por qué desaprovecharás una oportunidad así, pareces un chico listo.

- Quiero poder sentarme al día siguiente, prefiero que me la meta alguien que tenga experiencia con los hombres, gracias. -le dijo con una sonrisilla. Notó que el rubio a su lado fruncía el entrecejo por un momento y eso le hizo acentuar su propio gesto.

- No sé por qué dices eso. Yo tengo experiencia, claro que sí que la tengo. -mintió Francis como un condenado. Otra vez se rió de él. El rubio puso los ojos en blanco por un segundo.

- Eres un poquillo mentirosillo, ¿eh? ¿De veras esperas que me lo crea? Entraste como un corderito a una sala llena de lobos. Con carita de pena... -el de ojos verdes tiró el cigarro ya consumido, juntó las manos y puso miradita inocente- Por favor, no me hagáis nada, es la primera vez que vengo aquí y soy virgen. Soy claramente virgen. Por favor, tratadme bien... ¿Cómo quieres que me trague que tienes experiencia con los tíos? Además, dijiste que querías hacérmelo tú a mí. No es difícil atar cabos y saber que viniste para probar. Y que probaste lo que no te apetecía realmente.

- ¡Fue tu culpa! -dijo Francis indignado- ¡Yo te había elegido y de repente me diste la vuelta! Todo iba según mis planes hasta que te dio por tener ganas de metérmela. No sé qué demonios te pasó por la cabeza.

- ¿Lo ves? No tienes experiencia.

Francis abrió la boca sorprendido. Es que le había hecho confesar con tanta facilidad que había resultado hasta insultante. Se encorvó hacia delante y apoyó la frente contra sus manos, con los codos descansando sobre los muslos. Suspiró pesadamente y pudo escuchar que de nuevo se reía. Le agarraría las cuerdas vocales y se las retorcería hasta que no pudiera reír en toda su maldita vida, lo juraba.

- Eres un pedazo de tramposo y como te vuelvas a reír de mí te juro que te echaré sobre el césped y te meteré el móvil por el recto, para se te tire "alguien nuevo". -dijo Francis a disgusto.

- Venga, no te lo tomes tan a pecho. -dijo haciendo un gesto con la mano- Tú mismo me has confirmado eso. Admito que estás bueno, pero no voy a dejar que me lo hagas por mi regla y, básicamente, porque no tienes experiencia. Quiero poder sentarme mañana, tengo faena por hacer.

El hispano estiró una de las manos, la apoyó en su mejilla y se inclinó hacia él. Pudo oler un perfume que, aunque era bastante fuerte, le agradaba. Era masculino y le sentaba bien. Tuvo sus ojos bien cerca, de un verde aceituna que no había podido apreciar en la discoteca, y las pestañas eran bastante largas para ser un hombre, aunque sólo se podía ver bien si le tenías tan próximo. Entonces sintió la tibieza de sus labios contra su mejilla, cerca de su ojo derecho, el cual cerró ligeramente por instinto.

- Lo siento... -dijo con una sonrisa mientras se apartaba de su vera.

A Francis se le había muerto algo por dentro en ese momento. No supo qué factor de todos los que podía enumerar fue el decisivo, pero alguno de ellos. Quizás fue poder percibir esa colonia, tan atractiva, o ver sus ojos verdes, tan cerca, mirándole de aquella forma misteriosa, como si ocultara tanto pero no le dejara ver ninguno de sus secretos. O puede que fueran sus labios, entreabiertos, que desprendían un cálido aliento con olor a menta. El caso es que, por el motivo que fuera, Francis sintió ganas de darle un beso. No sabía qué le atraía de ese tío tan extraño y a ratos insoportable. Se acercó, dispuesto a posar los labios contra los suyos y entonces sintió una mano en su frente que le impedía avanzar.

- Creo haberte comentado en alguna ocasión que no beso a nadie. -dijo el hispano sonriendo de una manera que daba mal rollo.

- Vengaa... No seas así. ¿Me la chupaste y ahora me dices que no me puedes dar un beso? Yo no lo entiendo, de verdad. -dijo Francis con frustración, haciendo fuerza para intentar llegar a su rostro. Le parecía extraño y a la vez curioso que ese hombre no se hubiera apartado ni un milímetro, tan tranquilo.

- Esa es otra regla que me salté, no se la chupo a nadie. Pero me diste hasta pena de lo asustado que parecías y... -se encogió de hombros- La primera vez siempre asusta, tampoco quería que te traumatizaras. Es una buena distracción.

Francis no opinó nada de eso. Se la guardó para sí mismo. Aunque a ratos parecía un capullo integral, se dio cuenta de que en el fondo tenía algo de bueno. No todo el mundo haría algo que no quería por hacer una experiencia más placentera a un total desconocido. Al menos, Francis consideraba que él no haría algo así.

- ¿Cómo te llamas? -preguntó de repente- Dices que no vas a acostarte otra vez conmigo, cosa que es discutible, pero un nombre sí tendrás, ¿no? Podrías decírmelo.

El de cabellos castaños miró al suelo pensativo y entonces sus ojos verdes se movieron hasta enfocarle a él.

- Me llamo Nicolás, Nicolás Sarkozy. -dijo con aire solemne. Un tic sacudió la ceja derecha del galo y entonces se echó a reír- Perdón, perdón~ Es que me parecía que estaba tan a huevo que tenía que hacerlo.

Entonces se quedó en silencio mientras el español jugueteaba con un teléfono móvil. Parecía estar enviando algún mensaje. Decidió no cotillear demasiado. No era de su incumbencia y tampoco quería que se enfadara con él. ¡Y seguía callado el tío...!

- ¿Hola? ¿El nombre? -preguntó Francis con indignación.

- Me llamo Eusebio Eustaquio. -dijo el chico.

- Eso no te lo crees ni tú. -le replicó.

El hispano otra vez se rió. Le hacían gracia las expresiones faciales que su rostro adoptaban con cada comentario que le soltaba. Era un chico divertido. Francis se enfurruñó. Al final tendría que usar el móvil y no se iba a arrepentir de ello.

- No es bueno que te obsesiones conmigo, franchute salao. -le replicó- Cuanto menos sepas, más feliz serás.

- No estoy de acuerdo con esa afirmación. Y quizás, si me dijeras tu nombre, yo no me obsesionaría tanto.

- ¿Quieres uno? -le dijo enseñándole el paquete de tabaco abierto. Tenía un cigarrillo entre los labios, sujetándolo apenas con fuerza, pero se mantenía porque se le había pegado el papel al mojarlo.

Francis se quedó mirando el cartón, sin saber qué hacer. Aunque podría fumarse uno si lo requiriese la situación, no era muy dado al tabaco.

- No fumas, ¿verdad? Eres todo un santo. -se rió el de cabellos castaños. Francis le miró enfadado, como si le hubiese retado, pero cuando iba a coger uno, el otro ya lo había apartado- Venga, no te enfades y ahora vayas a fumar por fumar.

- Eres rarísimo...

- Le dijo la sartén al cazo: ¡apártate que me tiznas! -dijo el hombre y entonces suspiró y echó el humo- Veo una tontería que por un pique lo que hagas sea fastidiar tu salud. Mejor para ti si no fumas. Es algo bueno.

Francis negó con la cabeza en silencio; es que no le entendía. Decía unas cosas muy bordes y luego se comportaba con amabilidad. Se quedó quieto, mirando la fachada de la discoteca.

- ¿Estás seguro con eso de que no podemos acostarnos? Mira que soy bueno si me lo propongo... Y las ganas de hacértelo pasar bien las tengo. -le dijo, insistente.

- Lo dicho, tú nunca te cansas. Estoy segurísimo.-le replicó con una sonrisa confiada.

El rubio suspiró con pesadez, apoyó las manos contra el bordillo y se empujó hasta estar levantado. Se expulsó, con dos palmaditas, el trasero y se encaminó hacia la discoteca sin decir adiós. Entonces, de repente, se dio la vuelta y señaló al español, que le miraba con los ojos abiertos debido a la sorpresa.

- Pues déjame decirte una cosa, culo prieto -le dijo con una sonrisa socarrona- Te advierto de que te has encontrado con Francis Bonnefoy, el que nunca se rinde. La persona más cabezota y pesada del mundo. Así que te anuncio algo: voy a lograr que te acuestes conmigo de nuevo y que incumplas otra norma.

El hombre de origen hispano le miró sorprendido y en ese pequeño silencio sonrió socarronamente, apoyó las manos a sus lados y se echó hacia atrás, mirándole con suficiencia y con el cigarro en la comisura de los labios, sujeto por éstos.

- ¿Ah, sí? Qué confiado, señor Bonnefoy. Aunque me temo que está muy equivocado...

- ¡Y no sólo eso! Te gustará tanto que me pedirás que lo haga de nuevo, y otra vez, hasta que acabarás a mis pies. Entonces quizás seré yo el que te rechace.

Francis se dio la vuelta, muy contento con su discurso, y volvió adentro. En aquel bordillo en el que estaba sentado, el misterioso chico de cabellos castaños y ojos verdes miraba atónito el lugar en el que había estado el galo. Entonces se echó a reír mientras negaba con la cabeza. Ese tío era demasiado raro.


He vuelto de vacacioneees owo

Bueno, como agosto es aún fechas de vacaciones, puede que el ritmo de actualización disminuya un poco. No voy a negarlo, dependerá seguramente de dos factores: 1- el recibimiento que tiene el fic (reviews, vamos) 2- Lo ocupada o no que yo esté. Los capítulos no van a ser tan largos como el anterior fic, porque me quitaban mucho tiempo. El primero es más extenso, pero es por introducir un poco.

Sobre los review, pues no voy a decir un número porque no es así. Quizás recibo uno y me inspira muchísimo y siento la urgencia de actualizar. Si no recibo nada, pues es obvio que no me voy a motivar XDU Pero vamos, no me voy a convertir en una autora de esas de "Si no tengo X número de revis, no actualizo".

Así pues, será semanal o cada dos semanas. Dependerá. Lo siento uvu

Sobre el fic... Pues quería hacer un fic en el que no fuera Francis el que solo tiene rollos de una noche y que no se acuesta con nadie más de una vez, que eso lo he visto por ahí como elemento típico. Así que aquí es Antonio el que tiene esa regla. En este fic tuve ganas de hacer diversas cosas que no he leído por ahí en Frain. También es el primer fic (realmente) en el que salía Eduardo, así que ya lo podéis esperar por ahí en el futuro xDDD ouo

Ya más adelante hablaré del título del fic, que aún estamos metiéndonos en la historia como aquel que dice. Es un fic bastante largo, así que espero que os guste (... si la memoria no me falla, es más largo que el de ángeles y demonios)

Y este es mi fic número 40... WUUUUUUTT... XDDDDD

Un saludo.

Nos leemos :3

Miruru.