Atención: El siguiente fanfic está reescrito por motivos de que antes estaba bien OOC, feo y la trama era una basura (?). ¡Pero no se preocupen más! Acabo de corregirlo ;D
No sé insertar hipervínculos pero:
Coautor: Adler
Beta Reader: floraisms
Les garantizo una buena dosis de carcajadas. Disfruten la lectura~
CAPÍTULO I
Los Cuervos habían culminado con la práctica del día, por lo que todos sus miembros se hallaban limpiando el gimnasio.
El armador prodigio se encontraba recogiendo los balones, pero por alguna razón no dejaba de prestar atención a su compañero de alborotados cabellos naranja. Últimamente había sentido confusión con las sonrisas, simples palabras u oraciones que éste le brindaba, y le hacían sentir una extraña emoción que en su vida había experimentado.
Para distraerse, intentó fijarse en las chicas de la escuela; no obstante, ninguna le generaba suficiente interés. Algo raro sucedía con él y lo sabía. Observó de arriba a abajo a la carnada perfecta, e intentó buscar algo que le pareciera atrayente.
«Quizás sus ojos —pensó— o su voz y su sonrisa, o… ¡No!»
—Con un demonio —maldijo por lo bajo sin alejar la mirada del muchacho que lo hacía dudar de su sexualidad.
Asahi se retiró junto con Nishinoya y Tanaka. Tsukishima se fue mientras Yamaguchi se despedía por ambos; así, el gimnasio comenzó a vaciarse.
—¡Kageyama!
Al colocar el último balón en su lugar, Tobio se dispuso a llevarlos a la bodega, pero la característica voz del número diez lo interrumpió.
—¡Mira! —extendió la mano, dejando ver la llave del gimnasio—. Suga me encargó cerrar esta vez, ¿Acaso no es genial? —era un milagro que dicho objeto no se le cayera de las manos con tanto salto que daba.
Tobio no se inmutó. Hinata le estaba hablando sobre una cosa asombrosa, la verdad que no sabía, no prestaba la más mínima atención a esas palabras, era más interesante observar esos labios moverse y formar sonrisas, al igual que esos grandes ojos que…
«¡No de nuevo!» El carmín hizo presencia en sus mejillas, así que su cuerpo se movió por inercia con lo que primero se le vino a la mente: levantó sus brazos con las palmas abiertas y las llevó a sus mejillas, golpeándose de la forma característica en la que algunos de Karasuno lo hacían.
Hinata saltó hacia atrás con tremenda cara de espanto, adoptando una curiosa pose de defensa antes de agregar:
—¿Todo bien?
—¡No! —tomó la cesta de balones y se encaminó al almacén, dando pisotones que resonaban por todo el lugar. Estaba molesto.
«Todo es culpa del hiperactivo enano ese —dijo para sus adentros—. ¡Si tan sólo fuese menos lindo todo sería normal!»
Kageyama vio la espalda de su compañero alejarse. «¿Estará molesto por eso?», pensó y pasados unos segundos, lo siguió.
—¡Lo siento mucho! —se abalanzó hacia él—. ¡S-si te molestó que hiciera chistes sobre tu flequillo con Noya y Tanaka en la práctica, prometo no volverlo a hacer! ¡Pero sigue levantando para mí!
El azabache abrió los ojos en sorpresa. ¿Acaso pensaba que se había molestado por el hecho de tontear con los mayores? ¿Pensaba que estaba… celoso? Sintió un ligero temblor en las rodillas, el cual pudo controlar. También tenía una extraña pero agradable revoltura en el estómago.
—Cálmate de una buena vez —llevo las manos a los hombros contrarios, separándolo un poco y ruborizándose por todo el contacto que estaban teniendo, ya que el chico no solía abrazarlo—. No entiendo por qué te disculpas, tampoco sé por qué habría de molestarme que estés con Nishi… ¡¿Qué dijiste de mi flequillo?!
—Kageyama, estás rojo. ¡Tienes fiebre!
—¡¿Qué?! ¡Date prisa y haz lo que tengas que hacer, idiota!
—El rey está dando órdenes de nuevo —dio un saltito hacia atrás y se sobresaltó por la fulminante mirada que le fue dirigida como (aparente) respuesta—; digo, ¡Sí, ya voy!
Llevó una mano a su frente y suspiró. Tal vez solo estaba prestándole demasiada atención a Shoyo. Pero era normal; después de todo, siempre lo observaba, era demasiado inquieto y llamativo como para no hacerlo.
—Hinata —no estaba del todo seguro si decir lo que pensaba pero, vamos, no era un tema tan raro entre chicos de su edad—. ¿Hay alguien que te guste?
La pregunta lo dejó helado. Para un par de muchachos que siempre tenían en mente el deporte, eso era algo muy extraño. Tenía cierto tipo de sentimientos por el armador, que correspondían a algo descrito como amor, pero ¿Debería decirle? Aunque si lo negaba, ¿Sería como decir que no lo amaba del todo?
—Pues ahora que lo mencionas, s-sí me gusta alguien. Es… —hizo una pequeña pausa para elegir bien sus palabras—, una persona un poco fría, de cabello negro un poco largo a la cual admiro mucho, no solo su condición física, sino muchas otras cosas —buscó los ojos contrarios, alarmándose al ver que éstos lo observaban con atención—. ¡Sólo no vayas a decirle nada de esto a los otros chicos! A-Además, no sabrían quién es. Es una persona que cuando llega es muy ¡fwosh!, y a toda la gente le causa una gran impresión y ¡boom! Aun así yo ¡Le aprecio bastante!
«¿Kiyoko?» No podía ser verdad. Tal vez se equivocaba, pero por la descripción que dio no pudo ser nadie más, o quizá...
—¿Por qué la pregunta? ¿A ti te gusta alguien? —el menor tomó la palabra.
—Quizá. S-Sí, hay alguien. Es una pe-persona muy alegre, i-inquieta, espontánea… —estaba algo nervioso, al punto de que su voz fue disminuyendo poco a poco hasta sonar como un siseo.
—¡¿Ah?! ¡¿Qué dices, Kageyama?! ¿Puedes hablar un poco más fuerte? —hizo el ademán de ponerse una mano alrededor del oído para amplificar el sonido.
—¡Que últimamente he estado odiando a esa persona! —gritó, mientras una venita de molestia adornaba su cien. Creer que estaba esforzándose para decir aquello y que le saliera con esa clase de cosas era tan...
—¿Cómo puedes odiar a la persona que te gusta? —interrumpió, tapando su oído aturdido—, a eso se le llama ser «tsundere», Tontoyama.
—¡Cállate, idiota! ¡Déjame terminar! —se aclaró la garganta de forma rápida—. Es que me confunde mucho —se detuvo a unos cuantos pasos del otro, no quería asustarlo con el lindo semblante que había en su rostro—. ¿Quieres saber quién es?
Hinata mantuvo una expresión de intriga en su rostro y asintió varias veces con la cabeza, lo que hizo dudar al más alto; sin embargo, ya lo había decidido y no se echaría para atrás tan fácil.
—Esa persona —le miró con el ceño fruncido, típico de él—, eres tú, Hinata… yo... Me gustas —finalizó aún más nervioso que antes, apretando sus puños, listo para cualquier respuesta.
Shoyo quedó sin expresión y al poco tiempo, su cara se tornó blanca cual papel.
—¡Qué miedo!
—¡¿A q-qué te refieres con eso?!
—Es que tú no puedes amar. ¡Tu corazón es un témpano de hielo! Si se calienta y se derrite, ¡Morirás!
Entonces Tobio maldijo internamente a la deidad que le había puesto cerebro a Hinata, porque de seguro lo había confundido con un alpiste.
—Escúchame bien, pedazo de engendro —extendió un brazo para agarrar al chiquillo del cuello de la playera, pero éste había desarrollado una habilidad buenísima para esquivar. Hubo un duelo de miradas que duró apenas unos segundos. Shoyo supo lo que debía hacer: correr por su vida.
En pocos minutos el almacén comenzó a ponerse patas arriba con un ratoncito corriendo por su vida y un torpe exterminador con dificultades técnicas para manipular raticida.
Cuando Tobio consiguió atrapar al futuro cadáver, agregó con delicadeza de sicario:
—¡Con un demonio! Si te estoy diciendo que me gustas, ¡Es porque en verdad me gustas, idiota!
—¡A mí también! —exclamó al instante, tanto de asombro como de miedo, si es que esas emociones deberían juntarse en un momento romántico.
Era en este instante cuando el ambiente se tornaba rosita y comenzaba a sonar una música empalagosa compuesta por un pianista gay sin vida. Digno de todo un manga shojo. ¡Pero no! Ambos tenían una cara de confusión de proporciones épicas.
Tras unos segundos en mutismo, el más creativo se dispuso a hablar:
—¿Y ahora qué?
—Hm —el Rey de la Cancha soltó su violento agarre y dejó a su compañero de nuevo en el piso—. Supongo que deberíamos besarnos.
—¡¿Qué?! —¿Cuántas veces más la cara de Shoyo seguiría palideciendo ante tales ocurrencias?—. ¡¿Cómo?!
—Hay que besarnos —llevó ambas manos a los hombros ajenos, sujetándolo con firmeza—. ¡Es para romper la tensión! —y su rostro de Freddy Krueger coronaba el momento.
—¡El efecto será todo lo contrario! —era una suerte que aun pudiera hablar, pues su alma casi abandonaba su cuerpo.
—¡Internet decía que era una buena idea!
Lejos del nervioso griterío que se escuchaba hasta la tienda del entrenador Ukai, ambos mostraban el entrecejo fruncido, uno por la evidente confusión y el otro, porque ya era habitual. Kageyama quería acercar el rostro hacia el contrario, pero éste tenía una mano en la frente ajena y la otra en su pecho, luchando por mantener sus labios vírgenes, a no ser que los trancazos del balón dirigidos hacia su rostro contaran como besos deportivos.
—Maldición, qué molesto eres —enunció Kageyama antes de alejarse unos centímetros para despistar al enemigo y apresurarse a tomar ambas muñecas opuestas para posicionarlas sobre su cabeza, contra la pared—. ¡Al fin! Ahora para los labios.
—Oye, oye, oye, ¿Internet no decía que esto debía ser romántico?
—Estoy siendo romántico.
—Como siempre, no puedo comprender a la realeza… —murmuró con un tono decepcionado mientras dirigía la mirada hacia alguna parte del suelo. Aunque ahora confirmaba que Kageyama era de otro planeta.
Tobio no respondió, mas una venita de molestia asomó su sien. Acto seguido, tomó el rostro del chiquillo por las mejillas, decidido a terminar lo que empezó.
—¡Alto, alto, alto!
—¡Que dejes de moverte!
—¡Es que espantas! ¿Cómo sé que no me vas a estrangular?
Eso fue la gota que derramó el vaso. Al diablo con ser «romántico». Estampó sus labios contra los contrarios. Tan sólo habría que esperar su reacción; ojalá fuera una buena, si no, consideraría seriamente la idea de ponerle las manos alrededor del cuello.
Hinata abrió los ojos de par en par, su cerebro se volvió incapaz de procesar los datos a su alrededor y, como una ruleta de azar, todos sus sentidos se concentraron en sus labios, sintiendo lo forzado que había sido y lo cálido que resultaba.
Luego de unos segundos, se separaron, recuperando el oxígeno que habían contenido de forma inconsciente.
—Eso… ¡No se sintió increíble! —pasó de estar absorto a mover las manos en todas direcciones—. ¿No se supone que el primer beso debe ser todo woah? ¿Por qué no escuché la musiquita chillona de los animes shojo? De seguro hiciste algo mal.
—¿Ah? Si tanto te quejas, deberías hacer…
—Me toca —lo tomó de las prendas, atrayéndolo a sí, parándose sobre las puntas de sus pies para tomar altura antes de besarlo.
Tobio cerró los ojos, y se dejó llevar por esa cálida sensación que lo recorría en su totalidad. Se aventuró a sujetar la delgada cintura del rematador y decidió encender el contacto un poquito más, moviendo sus labios de una manera que el chiquillo pudiera imitar.
El solecito al fin sentía la diferencia. Quería separarse y restregarle eso en la cara a su compañero, pero se sentía en la necesidad de quedarse así unos instantes más. Un escalofrío le recorrió la columna y entreabrió un poco los ojos; entonces, decidió intentarlo y con algo de lentitud probó los labios ajenos, relajándose con el sonido de los besos. A su vez, pasó las manos de la playera a la espalda del más alto, en un abrazo, soltando un suspiro al cumplir su cometido.
Por el ritmo que llevaban, iban bien, aunque el Rey de la Cancha quería más. Meditó un poco lo que iba a hacer pero ¿Qué podría salir mal? Así que adentró su lengua en la boca ajena, arrancando un sonoro gemido.
Ambos se separaron; Hinata, avergonzado por el sonido y Kageyama, por la sorpresa.
—¿Qué fue eso? —interrogó éste último.
—Tu imaginación.
—Gemiste.
—¡Pero qué imaginación más puerca tienes!
Quedaron en silencio, como intentando adivinar lo que pensaba el otro, hasta que la carnada perfecta soltó una pequeña risa, no como burla, ni para molestar; su corazón se encontraba en paz y podía disfrutar plenamente ese momento, guardando en sus memorias lo que había sido su primer beso.
Pareciera que el armador notó lo que pasaba por su cabeza, ya que se sentía igual. Sus facciones no se mostraban sonrientes como las de su compañero, sino relajadas.
Acto seguido, llevó una de sus manos a los cabellos anaranjados, con la mera intención de revolverlos cariñosamente; no obstante, terminó apretujando aquella cabeza como si se tratara de un balón de volley.
—¡Gah! ¡Kageyama!
«Lo arruinaste de nuevo, idiota» y lo haría recoger solo el desastre del almacén sólo por haber arruinado ese beso.
