Capítulo 1
Corría.
Callejón mojado.
Sangre en sus manos.
Sirenas de policía a sus espaldas y a su alrededor.
Unas luces acercándose.
— ¡Cuidado! —y el grito de una mujer.
.
Despertó después de tener la misma pesadilla.
Otro día en esa celda aburrida, estando solamente sentado mirando los barrotes todo el día. De nuevo.
Se levantó de su cama de un salto, y antes de que pudiera ver al guardia que le observaba, comenzó a hacer flexiones sin siquiera dirigirle una mirada. El guardia solamente le miro de reojo, sabiendo que no podría decir nada hasta que él haya terminado de hacer su ejercicio matutino, como ya era una costumbre entre ellos.
Realmente el guardia de seguridad canadiense no esperaba jamás en toda su carrera, conocer a alguien tan peculiar como ese estadounidense. Aunque, realmente nunca había esperado trabajar como guardia en una cárcel.
El estadounidense se sentó en el suelo luego de haber hecho sus cien flexiones matinales, con la frente empapada de sudor caliente. Exhalo pesadamente, sintiéndose observado por los ojos violáceos que él ya identificaba.
—Siempre me sorprende su constancia, señor Jones—hablo el amable canadiense, abriendo la celda con un sonido parecido a un rechinido.
—Y a mí tu amabilidad, Mattie—contesto de igual modo, levantándose del piso con una sonrisa en la cara. Se acomodó los lentes de marco rojo mejor sobre su respingada nariz, guiñándole un ojo—. Los ejercicios de la prisión no son suficientes.
Mathew suspiro suavemente, dando un paso al costado para dejar pasar al estadounidense. El canadiense siempre se sorprendía de él.
El preso 11201 era una leyenda en la prisión, con una enorme reputación que se había creado con falsedades y verdades torcidas. Aún recordaba estar preocupado cuando le informaron que el preso 11201 estaría en el área que debía de supervisar en la prisión en la cual trabajaba. Jamás en todos sus años de servicio se le había ocurrido que la historia que contaban en los pasillos para hacer temblar a los presos, pudiera ser verdadera.
Alfred F. Jones. Mejor conocido como el preso 11201, 19 años de edad. 6 de esos años viviendo en el reclusorio infantil para criminales menores de edad, 1 de ellos en la prisión; 40 años de condena restante.
Los rumores que había escuchado de él, aun podían provocar que el miedo le invadiera sin poder controlarse. Ciertamente, no los creía ya; pero no había abierto la carpeta de crímenes de Jones jamás, confiaba en lo que Alfred le había dicho cuando lo conoció.
Suspiro mientras el estadounidense pasaba a su lado con una gran sonrisa. Definitivamente Alfred no era alguien peligroso en lo absoluto.
—¿Cómo amaneciste hoy, Mathew? —dijo Alfred, comenzando la típica conversación que compartían ellos en las mañanas.
—Bien, Jones—contesto el canadiense mirándole con una sonrisa—. Muy bien. ¿Y tú?
El rubio le miro con una ceja alzada, mientras detenía su paso. Estaban enfrente de las demás celdas, ya vacías. El estadounidense les miro con una sonrisa melancólica, dándose cuenta que había dos camas en cada una. Dos personas. No una.
Sus ojos azules como el cielo se tornaron oscuros, y de haber sido observado con atención por su amigo, hubiera visto la triste nostalgia que se miraban en aquellos ojos azules vacíos y carentes de emoción, contando solamente con los destellos de húmedas lagrimas que luchaban por correr por las comisuras de sus ojos, rodar por sus mejillas deliberadamente. Detuvo el impulso de limpiarse los ojos y reanudo su paso, aumentando la velocidad y sintiendo como el canadiense seguía a su lado, viéndole con un poco de preocupación en el rostro.
—Como normalmente lo hago—respondió en un murmullo con los ojos ocultos por el flequillo del cabello, solamente dejando ver los lentes de marco rojo—. Solo.
Por primera vez en su vida desde que había sido encerrado y privado del mundo exterior, decidió que era momento de salir. Quería ser libre.
Y lo conseguiría.
.
El comedor de la prisión era algo desordenado, y aunque había vivido casi la mitad de su vida rodeado de ese caos enloquecedor y frustrante, con convictos caminando de un lado a otro como si fuera un gran mercado para intercambiar productos. Solo que ahí se intercambiaba información y planeaciones para intimidar al novato.
Alfred había olvidado el primer día que llego a la correccional infantil, pero si su primera pelea y lo que esta género.
No recordaba el nombre de los tres chicos que se habían tratado de pasar de listos con él, pero recordaba la mirada que le habían dirigido en ese entonces. Como la de un predador viendo a su presa, como si fuera carne que mascar para satisfacer deseos primitivos de sus perseguidores; se sorprendió que aun de doce años supiera reconocer esa mirada a la perfección. Se giró en redondo para irse del lugar, cuándo sintió una mano en su hombro de manera nada amistosa. Su cuerpo había reaccionado por si solo de una manera casi irrealista, volteándose en el acto, tomando la extremidad con su mano izquierda y torciendo el brazo, dejando caer el puño derecho con todas sus fuerzas en el codo. Casi juro escuchar el sonido del hueso quebrándose con brutalidad.
Los otros dos se lanzaron hacia él mientras su compañero gritaba de dolor en el suelo. El primero le dio un puñetazo en la mandíbula, que no pudo esquivar, pero le regreso el golpe con un rodillazo en el estómago; bajando rápidamente la pierna al suelo y colocando el pie izquierdo hacia atrás, alcanzo a golpear al otro en la nariz con su codo, girándose para golpearlo con el puño derecho en el cuello. Sintió el golpe en la espalda, y se volteó para darle en el tobillo con su pie, tirándolo al suelo y pateando dos veces con fuerza su estómago.
Su reputación de chicho malo y busca peleas se disparó en el momento que los oficiales lo encerraron en confinamiento solitario y escucharon por rumores el delito que cometió para estar ahí encerrado.
Pero en la cárcel era distinto, comprendió, pues todos lo veían no con miedo, sino con burla. Sabía que no tardarían en querer ponerle en su lugar ahí, y no se equivocó.
La primera noche en el comedor, fue rodeado por dos grandulones, mientras los demás permanecían alejados. Los guardias estaban indiferentes, como siempre, y no los detuvieron cuando se abalanzaron sobre él—pensó que era para asegurarse de cuan verdaderos eran los rumores—. No se contuvo y se defendió—usando su charola de comida para hacerlo— y tratar de dejar en claro que no se metieran con él, pero no resulto. Lo único que gano fue estar en confinamiento solitario por comportamiento agresivo, y que aumentaran 10 años de su condena por homicidio involuntario. Los guardias abogaron por él, diciendo que el difunto—Big Bob creía que se llamaba— había comenzado la disputa para herirlo.
Cuando encontraron la navaja en el bolsillo del traje naranja de Bob, lo único que gano fue que le redujeran veinte años de la condena de homicidio, pero se habían sumado 10 años a su condena original.
Por lo mismo, cuando Alfred se formaba para comer, la mayoría trataba de ignorarlo para no generar disputas, sabiendo que los rumores eran ciertos. Todo mundo era cauteloso cuando se trataba de él, excepto Mattie; porque Mathew sabía la verdad.
Se posiciono en la fila del comedor, y cuando tomo la charola, supo que su plan había comenzado.
Golpeo al de enfrente con fuerza, pero no suficiente para dejarlo inconsciente, y se agacho cuando este trato de darle un puñetazo, por consecuente impactándolo con el rostro de quien estaba atrás. La pelea comenzó. Ni siquiera los guardias pudieron pararla.
Las bocinas anunciaron que necesitaban a los guardias en la cafetería. Y él se perdió entre la multitud iracunda del comedor, que se había convertido en un máximo caos lleno de cuerpos peleando entre sí.
Tomando la mano de Mathew y jalándolo con fuerza mientras corría hacia las escaleras.
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— ¿Pero qué demonios, Alfred? —Exclamo con la respiración desbocada el de ojos violáceos—. ¿Qué se supone que estamos haciendo?
El rubio se detuvo en una esquina, verificando que no hubiera nadie en los pasillos próximos que pudiera detenerle. Cuando se aseguro, tomo el brazo del otro y lo jalo por este, mirando a todas partes alerta. Le dedico una sonrisa alegre por sobre el hombro.
—Es obvio, Mattie—dijo Alfred, volviéndose hacia el frente de nuevo—. Vamos a escapar.
Los ojos violáceos se abrieron con sorpresa inmensa, mirando con incredulidad y algo de miedo al estadounidense.
—Estas bromeando, ¿Cierto? —Soltó una risita nerviosa, pero se calló cuando no recibió respuesta—. Jones, dime que es una mala broma.
—Claro que no—se detuvo cuando un guardia paso por frente suyo en una esquina, pero corría tan rápido que no había reparado en su presencia. Cuando se hubo ido, reanudo la marcha—. De hecho, es lo más serio que he hecho en mi vida desde hace mucho tiempo.
—¿Por qué, aparte de lo obvio, quieres escapar ahora? —le parecía estúpida esa pregunta, pero… si Alfred había querido escapar, ¿Por qué lo hizo hasta ahora?
—Es muy claro, Mattie—le miro con una sonrisa ladeada, y con los ojos empapados de desbordante decisión, sin detener su marcha—. Porque ya no me siento solo. Tú eres mi amigo, Mathew, mi único amigo que he tenido desde que estoy encerrado aquí; eres mi hermano Mathew. Además de ti, estoy completamente solo. Yo ya no quiero estar solo.
El canadiense no pudo evitar no sentir lastima cuando los ojos azules se nublaron en tristeza profunda. Y tampoco evito comenzar a correr con el estadounidense, guiándolo hacia una de las salidas de la prisión. Porque al final… Alfred era su único amigo también.
Ambos, al final, eran hermanos.
Siguieron corriendo por los oscuros pasillos de la prisión, teniendo cuidado al doblar una esquina, para que no los atraparan, dándose cuenta que todos los guardias estaban en el comedor, junto con todos los presos. Por un momento, pensó que verdaderamente podía ayudar a Alfred a escapar, a que fuera libre. Eso, hasta que la alarma comenzó a sonar.
El canadiense se detuvo al ver las cámaras de seguridad, dándose cuenta que se había olvidado completamente de ellas. En un ataque de histeria, le entrego al estadounidense su arma de repuesto, y sacando las esposas de su bolsillo, coloco una en la muñeca del estadounidense, apresando la propia con el otro extremo; hizo todo tan rápido y bajo la mirada atenta del de ojos azules, que no se dio cuenta cuando comenzó a correr de nuevo hacia la salida.
—Cualquier… cosa que pase…—jadeo el de ojos violáceos, mirando al de uniforme naranja—… me vas a poner el cañón de la pistola en la sien…
— ¡¿Estás loco?! —exclamo el estadounidense, mirando la pistola y luego a Mathew—. Esto está cargado… Mattie, yo no…
— ¡Es la única manera! —Doblaron una esquina y pudo ver la puerta del closet de mantenimiento, suspirando con alivio—. Ya casi llegamos a la salida de emergencia… pero, escucha, deben de creer que soy tu rehén y de ser necesario, debes de disparar en la pierna a alguien para reafirmar tu desesperación.
—Ya lo sé. Pensé que podía hacer eso del rehén, pero no quería herirte.
—No me harás daño, Alfred. Confió en ello con mi propia vida.
Al acercarse a una puerta de color gris oscuro, un guardia se atravesó en su camino. Mathew miro con asombro como Alfred le disparaba en la pierna, provocando un grito de dolor en él, luego lo jalo hacia su cuerpo para ponerle el cañón en la cabeza, exactamente como le había dicho. Miro a los ojos americanos, dándose cuenta de los vacíos y fríos que estos eran en aquellos momentos.
—Escucha, imbécil—escupió cada palabra, y un estremecimiento le recorrió la espalda de solo escuchar el odio que broto de esa oración, sorprendiéndose de ello con extremado miedo.
—O me dejas ir, o vuelo tu cabeza —el cañón cambio hacia al otro guardia, que se sostenía la pierna con una mueca de dolor y lágrimas en los ojos. Se apartó a rastras de la puerta, y pudieron llegar a ella, con Alfred aun apuntando a la cabeza del guardia—. Ábrela—se dirigió a él con el mismo odio, y sin querer titubeo un poco al hacerlo, viéndose temeroso al abrirla. Alfred le empujo suavemente con un brazo, pero exagero el movimiento.
Cuando miro a su alrededor, ambos estaban fuera. Y Alfred gritaba de júbilo.
—Andando, Mattie—pidió con una sonrisa, y se dirigieron corriendo a su automóvil azul, para poder escapar de la prisión hacia la ciudad.
Arranco el auto, viendo que a su lado Alfred se ponía su cinturón de seguridad y ponía el arma apuntándole, aunque tuviera el seguro puesto. Acelero hasta el fondo, y no se detuvo al ver la caseta de seguridad del estacionamiento, sino, que se estrelló contra la reja de metal que surgía de ella, soltándola y dejando el carro en la carretera, mientras avanzaba por ella a toda velocidad hacia la ciudad, sabiendo que una vez ahí, podría perder a los oficiales.
Solo un poco más, pensó, y seria por fin libre.
.
Arthur no sabía si el destino o cualquier fuerza sobrenatural que rodeaba la tierra, estaba en su contra.
Se removió de nuevo en el asiento de cuero negro de la limosina, incomodo. Sus cabellos rubios rozaban sus orejas cuando el vehículo giro en un puente, y sintió las venas de su cuerpo enfriarse al ver la desconocida ciudad desde las alturas. Cruzo sus brazos con más insistencia contra su pecho, rozando las múltiples medallas de su traje rojo de gala.
El hombre de cabello pelirrojo a su lado, vestido de traje negro y corbata azul, dejo de prestar atención a su teléfono personal, alzando la mirada. El hombre le miro con el ceño levemente fruncido, y una mueca preocupada en el rostro, mientras observaba con atención la mueca que se reflejaba en la ventana. Descruzo las piernas, mirando al frente, en donde tres hombres más le prestaron atención, sin ninguna expresión alguna.
— ¿Estas bien, conejo? —pregunto, mirando sobre su celular. Le dirigió una mirada levemente molesto.
—Obviamente no lo estoy, Scott—bufo, mirando hacia la ventana de nuevo.
— ¿Puede saberse la razón a ello, joven Kirkland? —pregunto un joven con un poco más de edad que él, de cabello naranja pálido, con una sonrisa traviesa en el rostro y un audífono en la oreja, mirando distraídamente al hombre idéntico a su lado derecho.
— ¿Te refieres además del hecho de estar rodeado por pelirrojos? —Sonrió burlonamente el único rubio de la limosina, levantando una ceja. El de cabello naranja le gruño con molestia.
—No deben de pelear, jóvenes príncipes—dijo el conductor canoso desde el asiento delantero, sin perder la vista del camino que comandaban los automóviles y motocicletas policiales—. Recuerden que están aquí por asuntos diplomáticos con Estados Unidos, no para armar un nuevo escándalo social.
—Lo lamento, Richard—dijo Arthur—. Pero no puedo soportar el hecho de estar en otro país en lugar de Inglaterra.
—Yo lo entiendo, amo Arthur—suspiro el de cabello blanco, mirándole por el espejo retrovisor—. Realmente ya quiero volver a nuestra amada Inglaterra.
—Ciertamente—dijo Scott, cruzándose de brazos—, los únicos que no volverán a Gran Bretaña serán Dylan, Cian y yo; iremos a Francia por la reunión oficial de la Unión Europea, apoyando al Embajador en la reunión. Solamente tú volverás a Inglaterra, Arthur.
—Ya lo sé, Scott—miro a su hermano con los ojos esmeraldas llameantes en cólera—. Soy demasiado idiota para ser considerado alguien importante por nuestro padre.
—Sabes muy bien que el Rey…
— ¡El rey siempre ha querido aislarme de ustedes! —grito sin poder contenerse, sintiendo sus mejillas tornarse rojas por la cólera—. Desde que era pequeño siempre me ha considerado inferior a ustedes. Siempre. Por lo mismo me ha mantenido en lugares donde no pueda acercarme a ustedes, forzándome a estudiar y tratar de ser como ustedes. ¡Y ni siquiera ven eso siguiéndolo idolatrando como si fuera alguien a quien respetar!
— ¡Es tu Rey y lo vas a respetar, Arthur! —Scott le respondió con un grito de igual manera, mirándole con furia en los ojos por tal carencia de respeto por el que le dio la vida—, ¡Y por sobre todo, es tu padre!
El de cabello rubio iba a contestar, pero las sirenas múltiples que se escucharon en la misma avenida que la limosina le interrumpió. Los cuatro hermanos miraron hacia la ventana, sorprendidos de ver tal cantidad de vehículos policiacos dejando su posición inicial y yendo por otro camino. Los autos de enfrente también dejaron de lado su misión principal: proteger el automóvil. Comprendió entonces, que no era normal aquel comportamiento errático entre los oficiales.
Algo pasaba.
Cuando la limosina dio un errático movimiento, mientras chocaba contra un automóvil de la policía y los barandales del puente, raspando la pintura y sacando chispas al instante. Arthur respiro de manera fuerte, asustado, con el corazón desbocado latiéndole con fuerza el pecho. Sus hermanos estaban igual que él, y se miraban alternadamente verificando que no tuvieran heridas, Richard estaba inconsciente en el asiento de conductor, con una herida en la sien. Un sujeto vestido de oficial salió del automóvil, y uno más con el traje naranja de preso lo imito, y sin dar crédito a lo que pasaba, Arthur vio cómo se acercaban a la volcada limosina para ayudarles.
Eso es lo último que recuerda antes de que entrara en la inconciencia.
Nini: Bueno, espero que les haya gustado el primer capítulo de esta intrépida historia, llena de humor absurdo y negro, con algo de drama y angst, y mucho romance y sentimentalismos más allá de los románticos. La idea llego cuando vi una foto en Facebook, en la página UsUk My Eternal love(la cual es excelente, por cierto) y una de las ussers había pedido un fic de esa imagen, claro que me dispuse a hacerlo.
Quiero decir que gracias a esa imagen he podido crear al fin la historia que quería hacer desde hace tiempo (casi idéntica, pero en lugar de Arthur príncipe era policía). Sin nada más que decir, gracias por leer y espero que me sigan en mi camino.
Hasta la próxima semana.
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