Personajes de Mizuki e Igarashi.
Bueno, cumpliendo con la segunda parte espero sea de su agrado, quisiera decirle más palabras, pero por el momento no estoy tan bien para hacerlo. Dios nos bendiga.
Candy, había sido invitada por su gran amigo Michael a una exposición de arte, era importante que ella estuviera allí, como escritora profesional debía seguir los pasos de su cliente, quien deseaba lanzar al mercado su autobiografía. Su hermoso nene lo dejó al cuidado de su amiga Luisa, la cual tenía enormes deseos de ser madre por lo que servir de niñera para ella era parte de su entrenamiento como futura madre.
Candy, lucía un hermoso vestido largo, sin manga, color rojo, escotado de espalda y pecho, con abertura en su pierna izquierda, lucía sensual y elegante a la vez. Sandalias altas doradas a juego con sus aretes del mismo tono. Definitivamente, Candy, ya era una mujer hecha y derecha de 30 años de edad con una personalidad única:
─── Oh, Michael, que feliz me siento, verte aquí lleno de entusiasmo ─había dicho la rubia saludándole con un beso en cada mejilla, era la tierra del amor: Paris, así que se comportaba conforme a las costumbres de aquella región. Su principal función motivar a su artista que deseaba reponerse del abandono amoroso que sufrió hace tan sólo dos semanas, no era nada fácil reponerse de una ruptura amorosa; Candy lo sabía perfectamente, por ello tenía la suficiente moral y comprensión para aconsejar en estos casos tan deprimente en lo que piensas en tener al ser amado a tu lado, sin importar que emita palabra alguna, con el simple hecho de saber que está bien: eres feliz, por tanto le sugirió que reviviera su pasado, que hiciera un recorrido por todas aquellas situaciones que tuvo que pasar para convertirse hoy en día en uno de los artistas plásticos más prestigiosos del mundo, así que tomándole la palabra anunció a los medios sociales que daría detalle de su vida privada, sin escatimar detalle alguno, asunto que puso en jaque a sus amantes, quienes no dudaron en hacerle llamadas secretas para evitar que sus matrimonios se vieran afectados por los romances fortuitos que habían vivido desenfrenadamente.
─ Mi musa, mi salvadora, yo… ¡qué hermosa eres! Yo, estoy más feliz de tenerte aquí, hoy, te haré entrega de mi más preciado tesoro, sólo tú, lo tendrás.
─ Me alagas ─ ella expresó sonrojada.
Caminaron hasta el despacho, allí, él le hizo tomar asiento y mientras le explicaba la importancia del objeto que le entregaría, buscaba en su segunda gaveta del escritorio para sacar un pequeño diario empastado de cuero negro con la identificación de su nombre en letras doradas.
Candy, leyó: ─ Michael, ¿es tu diario?
─ Es más que un diario, es mi vi…, ─ El tocar de la puerta les interrumpió ─ ¿quién es? ─ preguntó él.
─ Tu socio ─ esa voz a Candy, le resultó familiar, extraña, hizo que su cuerpo se estremeciera como nunca antes.
─ Candy, he pedido a un amigo y socio que participe en la escritura de mi biografía, espero no te moleste, es el mejor editor.
─ Para nada me causará molestia por el contrario, me hará feliz tener un mentor, nunca se deja de aprender.
─ ¡Qué feliz me haces, linda! ─dijo acariciándole amorosamente la mejilla derecha, a la vez, que le daba un suave apretón.
Al entrar el hombre, ella sintió aquella fragancia que le recordó a la persona, que le robó su corazón hace más de siete años, ese hombre que la llevó a conocer las estrellas, que le bajó la luna y sin explicación alguna se fue de su vida dejándole un recuerdo que nadie, ni nada podría arrebatárselo, al voltear no lo podía creer.
Sus ojos hablaron por sí, solos. La ira se apoderó de ella:
¡Maldito, maldito, sucio, te odio maldito! ¿Cómo fuiste capaz de abandonarme, sin darme explicación? Le preguntaba a medida que lo golpeaba con el diario, le daba cachetadas y patadas hasta cansarse. Eso era lo que Candy hubiera querido hacer; por el contrario al escuchar su nombre, le extendió su mano con amabilidad acompañado de una sonrisa forzada, la pelirroja que le acompañaba, ayudó a romper el hielo:
─ Así, que tu eres Candy.
─ Sí, soy yo.
─ Vaya sorpresa, Albert. ¡Qué pequeño es el mundo! ¿No lo crees? ─manifestó la pelirroja.
─ Si, Catrina, el mundo es pequeño ─Albert se acercó a Candy─ qué sorpresa rencontrarnos, son siete años desde la última vez que nos vimos.
Candy, le habría gustado replicarle: en realidad son 2548 días con 15 horas, 3 minutos y 7 segundos, ja, ja, ja, pero, ¿quién los cuenta?
─ Profesor, Bert, perdón quise decir: profesor Ardlay, creo que estamos destinados a encontrarnos, debo preguntar: ¿continúa con las clases de sexología?
─ No, no he impartido más clases, te presento a mi prometida ─ Candy, tragó en seco, quería que la tierra se la comiera.
¿Es en serio, me presenta así; como si nada? ¿Presenta a su ex amante a su prometida? ¿Qué sucede en la actualidad? ¿Es que todo es tan libertino? Se preguntaba Candy, ante la frescura de Albert y su prometida, quien consideró que en definitiva no tenían fuego en las venas. Ahora, no le cabía duda que él sólo sintió por ella: placer, y ella se lo dio en bandeja de plata.
─ Candy, entre nosotros no existen secretos, nuestra relación se basa en la verdad, tú fuiste una mujer importante en su vida. Espero que podamos ser amigas y más ahora que trabajaremos en conjunto de modo profesional ─le habló con serenidad, Catrina.
Michael, intervino:
─ Mis tesoros, ash, para mí, esto sí, ha sido una sorpresa, nunca imaginé que ustedes, vaya, fueron: ¿pareja?
─ Sí, pero como han dicho, ha sido cosa del pasado, una simple aventura, que ambos disfrutamos, ¿cierto?
Albert, contestó, afirmando: ─ Claro, disfrutamos en el pasado.
─ Ahora, él está próximo a casarse, y aquí estamos como los adultos que somos. Trabajaremos en pro de tu beneficio y no debes temer por las amenazas que has recibido; tu tesoro, lo cuidaré con mi vida. Albert, Catrina, me iré, tengo un hijo maravilloso, esperando por mí, si no ja, ja, ja, sino le leo su historia favorita de los tres mosqueteros, simplemente no se duerme.
─ Vaya, ¿tienes un hijo? ─preguntó con curiosidad, Catrina.
─ Sí ─ respondió, Candy con una sonrisa, que trataba de disimular sus verdaderas emociones.
─ ¡Qué lindo ser, madre! ¿Qué edad tiene?
─ Casi siete años. Nos vemos─. La respuesta dejó a todos en jaque.
Continuará.
