Disclaimer: Los personajes de Death Note no me pertenecen.
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Prólogo
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— ¡Mamá, papá! ¡Estoy en casa!— exclamó desde la entrada con una enorme sonrisa, quitándose los zapatos con pequeño golpecitos mientras tiraba los útiles escolares al suelo.
— ¡Misa!— escuchó su nombre en un grito ahogado, el cual fue seguido de un estallido hueco que retumbó en las paredes y la sobresaltó, obligándola a cerrar los ojos.
— ¡Mamá!— gritó al salir de su turbación, corriendo hacia la cocina.
— ¡Misa, vete!— alcanzó a ver la súplica en los ojos de su padre antes de que la sangre de éste le salpicara la cara y entrara en su boca, cálida y espesa.
— ¡Papá!— gritó, paralizada al ver la escena llena de sangre y desolación, cayendo de rodillas al tiempo que el sujeto que había matado a sus padres le apuntaba a la cabeza.
Y gatilló, pero la bala no salió.
Misa Amane miró al asesino de sus padres a los ojos, y éste volvió a gatillar, pero de nuevo el disparo no salió.
Aterrado, el sujeto se desesperó por escapar, saliendo por la puerta que claramente había sido forzado, dejando a Misa detrás, demasiado aturdida y horrorizada como para hacer cualquier cosa, sólo con los despiadados ojos de aquel sujeto en su mente, apenas siendo consciente de que su vida había cambiado para siempre.
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—"Y en las noticias locales, una familia fue asesinada en un robo al norte de Shibuya. La hija mayor, única sobreviviente de la masacre, ya ha identificado al asesino con la policía del distrito de…"
—Señor, ¿desea que se le sirva el desayuno?— Shingo parpadeó y desvió la mirada de la televisión, enfocándola en la sirvienta que estaba respetuosamente inclinada tras él.
—No, gracias. Dile al chofer que se prepare para salir en 20 minutos— ordenó, regresando la vista al frente.
Los presentadores cambiaron de noticia y entonces apagó la pantalla, levantándose para salir del enorme y solitario salón arrastrando los pies con pereza.
Un sirviente ya había preparado su traje; otro su camisa y corbata; un tercero había buscado sus zapatos y había dejado todo prolijamente ordenado sobre la cama. Eso no le sorprendió a Shingo Midō.
Como hijo de un político, todo su mundo había estado cuidadosamente sumido en la rutina desde antes de que llegara al mundo, y a sus casi treinta años se había convertido en todo lo que se había esperado de él: un hombre ilustrado, refinado y exitoso; deportista de élite, tradicionalista y con futuro brillante aún por delante, siempre cumpliendo expectativas y obteniendo con gran facilidad lo que mucho jamás soñarían en tener ni aunque vivieran cien vidas, pues sus padres lo habían formado para eso.
De actitud calmada y perceptiva, siempre había aspirado a vivir en lo estipulado, sin sorpresas no altibajos; de esa forma sabía que todo iría bien. No podía ser de otra manera para el hijo de un respetado congresista y la hija de una de las familias más prestigiosas del país.
Sí, Shingo sabía que, llegada la hora, desposaría a una joven de buena familia, centrada y educada bajo los mismos preceptos que él, sólo que eso sería muchos años más adelante, cuando todas sus ambiciones y sueños corporativos se vieran completados. Su mujer probablemente no sería la flor más bella del jardín, pero era tras un apellido que debía ir.
Así debía ser su vida.
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Nunca había creído en idioteces tales como el destino, el amor a primera vista o ese tipo de cosas. Nunca, hasta aquel día en que, sin saber por qué fuerza divina, había permitido que Reiji Namikawa lo arrastrara a esa fiesta a la que no tenía pensado asistir; y fue en esa misma fiesta que la vio por primera vez.
La conocía por las publicidades, y alguna que otra vez que había vislumbrado su imagen en la televisión; sólo de vista. No tenía idea de su nombre. No supo cómo averiguó que ella apenas había cumplido la mayoría de edad, ni que se paseaba por aquella fiesta, con expresión aburrida y distante, porque formaba parte de un séquito de hermosas y jóvenes modelos que el adinerado dueño de casa había contratado para embellecer la velada.
Desde el primer momento Shingo no supo distinguir qué en ella llamaba tanto su atención, más allá de su innegable belleza y su personalidad tan alegre y entusiasta. No, no era eso lo que le impedía apartar la mirada; eran esos ojos de reflejos azulados, chispeantes y alegres para todo el mundo, pero repletos de una innegable tristeza si uno se acercaba lo suficiente como para perderse en ellos. Y él lo hizo. No sólo se acercó, si no que además intentó descifrar aquella mirada curiosa, ver más allá de la hermosa chica de cabello claro y piel como porcelana que gustaba a todo el mundo por el simple hecho de estar siempre sonriendo a todo, sin importarle que no hubiera lugar para alguien como ella en su universo ya planificado.
Ella era una joven modelo, actriz y cantante con un prometedor futuro; un ave libre, dueña de sus propias decisiones; él era un ejecutivo con un respetable apellido a cuestas, cuya vida y relaciones ya habían sido planeadas incluso antes de que pudiera caminar, y que, a pesar de su apariencia aún juvenil, le llevaba más de diez años por delante. No había punto en común; nada los unía ni podría unirlos, lo mirase por donde lo mirase. Sin embargo, con todo en contra, fue él quien se acercó a hablarle, olvidándose de toda timidez natural y los planes de su familia.
Y así fue que todo comenzó; con una copa de vino, unos cuantos bocadillos y unas miradas huidizas. Para el final de la noche Shingo supo que, a pesar de que todo estuviera en contra, ya nunca dejaría ir a Amane Misa de su vida.
Lograr que ella se interesara no fue difícil. Era una adolescente sola, sin familia, que, al igual que él, sólo buscaba un poco de cariño y compañía. Su primer punto de común. Se pasaron la noche hablando de sus planes, de lo mucho que le gustaba actuar y de su sueño de convertirse en una actriz famosa. A Shingo ninguna noche se le había hecho tan corta como aquella en el balcón que compartió con Misa Amane, escuchando cada uno de sus sueños por cumplir. Ella lo había invadido con preguntas también, que él respondía con educación y cortesía, aunque sin revelar más de lo apropiado. Le dijo que, a pesar de la diferencia de edades, nunca se había sentido tan a gusto con alguien, sobre todo porque era el primer hombre cuyos ojos no se perdían en las curvas de su cuerpo, y Shingo se ruborizó como nunca, y ella rió, haciéndole saber que quería escuchar esa risa por el resto de su vida.
Se despidieron en la mañana, pues Misa debía retirarse con sus compañeras de agencia; él iba a besar el dorso de su mano pero ella se adelantó y unió sus labios tan inesperadamente que no le dio tiempo a reaccionar, y todo lo planeado, su meticuloso futuro predicho, se desvaneció con ese beso. Dos semanas después ya eran formalmente novios, y en un mes más vivían juntos.
Sus padres habían pegado el grito en el cielo, amenazándolo con desheredarlo por osar arruinar su vida de aquella forma; su círculo estaba más que sorprendido por verlo de pronto en todas las revistas del corazón y siendo mencionado en aquellos programas de chimentos de segunda categoría, pero, extrañamente, nada de eso le importó.
Shingo nunca antes se había sentido tan acompañado y pleno.
Misa volvía a sentirse tan cuidada como antes.
Su romance era la comidilla de muchos; la mayoría apostaba que no iban a durar, pero a ninguno le importó.
Una noche, a resguardo del mundo exterior en la casa que compartían, Misa le confesó que lo que más deseaba en el mundo era vengar a su familia. Él la escuchó en silencio y ambos terminaron haciendo el amor por primera vez en la cocina, lento, dulce. Shingo le prometió que cuidaría de ella y le daría una razón a su vida, y que siempre, siempre, vería por su felicidad.
Y así lo hizo.
Conseguir a los matones fue cosa fácil, así como localizar al ladronzuelo que la policía había liberado meses atrás.
Misa nunca se había entregado a él con tantas ganas y cariño, jurándole amor eterno y una larga vida juntos. Él sabía que lo que había hecho estaba mal, pero nada de eso le interesaba si hacía a Misa feliz.
Después de eso, a pesar de las constantes amenazas y negativas de parte de su familia, no tardó demasiado para que acabaran uniendo sus vidas, apenas Shingo llegó a lo más alto del Grupo Yotsuba, asegurando una buena vida para ambos sin tener que recurrir a la fortuna familiar.
Se casaron enamorados; él la había amado desde el primer momento, y ella lo veneraba como el Dios que le había dado el obsequio más grande en el mundo: el descanso eterno de sus seres amados.
A Misa no le importó tener que dejar su ascendente carrera de modelo y actriz tan pronto para convertirse en una esposa ideal y, de esa forma, agradar al congresista Midō y su esposa; tampoco tener que cambiar su guardarropas y tener que dejar de actuar como un niña de la noche a la mañana para comportarse como una dama de sociedad en cada reunión y evento. Aceptó cada resignado consejo de la señora Midō y aprendió todo en cuanto a buenas costumbres y etiqueta para ser digna de llevar aquel apellido, pues amaba a Shingo Midō, y no necesitaba de nada más para ser feliz.
Salvo no perderlo a él también.
La boda fue monumental, y se llevó a cabo una vez que la señora Midō estuvo segura de que Misa se había convertido en la mujer perfecta para su único hijo. Luego todo fue mucho más sencillo, y no volvió a extrañar su carrera de modelo.
Sucesos muy extraños pasaban en el mundo, pero ella y su ahora esposo no se preocupaban por ello. Eran felices a pesar de todo.
Felices como ninguno creyó que alguna vez sería.
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No recordaba haberse sentido tan plena y feliz antes de conocerlo.
El día de su muerte se suponía que sólo iría a visitar a una amiga, pero aquel desquiciado había logrado abordarla dentro del edificio.
Para Misa era el final, pero se alegraba profundamente de que fuera ella y no Shingo quien iba a morir. Sin embargo, aquel hombre se desplomó sin hacerle daño, o eso fue lo que le dijo a la policía, que determinó que había muerto a causa de una falla cardíaca.
Su esposo fue por ella y la abrazó muy fuerte, a pesar de que jamás había sido aficionado a las muestras públicas de cariño.
Esa noche hicieron el amor como nunca, agradeciendo a cada momento aún tenerse el uno al otro, sobre todo Misa, quien no cabía en si misma de alegría ante aquella segunda oportunidad de estar junto a aquel hombre al que idolatraba.
Lo que ella no supo entonces fue que su vida, desde esa noche, había vuelto a cambiar.
Para siempre.
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Continuará...
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N del A:
Muchas gracias por leer el prólogo de mi nuevo loco proyecto en el universo de Death Note.
Para quienes están interesados, será una especie de MidōxMisaxL; la historia que todos conocemos, pero con el ligero cambio de lo que yo creo que hubiera pasado si Misa conociera antes a Midō que a Light.
Tan, tan.
Nos veremos!
H.S.
