Bienvenidos todos a una nueva historia después de mucho tiempo en huelga de inspiración! Antes de que comencéis a leer, debo advertiros de que esta historia es un Universo Alterno, similar al mundo fantástico de la Tierra Media o de la Dragonlance.

A pesar de que los personajes pertenezcan a Saint Seiya y al Lost Canvas, estan moldeados a mi antojo por lo que quizá sus "nuevas" personalidades os sorprendan.

¡Espero que os guste la mezcla de estos dos mundos fantásticos!

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LA ÚLTIMA ESPERANZA

Capítulo 1: La caída de Naur

Cuenta una leyenda que cuando el mundo aún era joven nada rompía el silencio más que el trino alegre de los pájaros, el agradable murmullo de los arroyos y la sutil risa del aire entre sus árboles. Nada podían contemplar unos ojos además del verdor de sus praderas, adornado por los vivos colores de las flores bañadas en el rocío de la primavera, como si un pintor hubiera dado caprichosas pinceladas de color aquí y allá. Dicen, que sus aguas eran tan cristalinas y puras como las lágrimas de un niño y su aire tan limpio… que allá, en las escarpadas regiones del Norte, donde los hielos son eternos, uno podía embriagarse del aroma de los olivos proveniente de las calidas tierras del sur. Dicen, que en el este; la brisa salada y suave de los mares del Oeste te acunaba en la noche con su suave caricia, trayendo consigo el melancólico graznido de las gaviotas.

Era un mundo hermoso.

Sin embargo, una noche las estrellas titilaron nerviosas… Su brillo se nublaba, para volver a encenderse con más fuerza, inquietando así a todas las criaturas que moraban en la tierra aguardando silenciosas y expectantes a que algo ocurriera. El viento se detuvo y el aire se tornó calido. Por un instante, no hubo una sola luz que iluminase sus campos y bosques. Sólo había quietud y oscuridad. Pero no duró demasiado… pues incluso en los lugares más oscuros siempre brilla una tenue luz y tan rápido como se apagaron, las estrellas volvieron a adornar el firmamento con su nervioso baile.

Apenas las criaturas abandonaron sus escondrijos aún temerosas, algo se agitó en los cielos e hizo tambalearse los cimientos de la misma tierra. Los astros brillaron con una intensidad desconocida hasta aquel instante, el viento se revolvió con fuerza, agitando el polvo, la hierba y las hojas de los árboles.

Entonces, de la nada surgieron dos inmensas alas recubiertas de escamas de fuego; resplandeciendo por primera vez aquella noche del mismo modo que el sol de mediodía. Unas alas plateadas las siguieron, opacando con su brillo a la hermosa luna llena que reinaba en aquel oscuro firmamento.

Surcaron los cielos toda la noche. Su vuelo, hábil e hipnotizante, dejaba tras de si una hermosa estela de luz que se desvanecía en la oscuridad del mismo modo en que la arena se escurre entre los dedos. Mas, las leyendas cuentan que de esa estela de luz surgió nueva vida.

Tomaron tierra en la cima de una escarpada colina. Las garras de sus fuertes patas quebraron la roca y entonces, el rugido de aquellas bestias aladas acabó por despertar hasta a la última alimaña de la tierra. De entre sus fauces, ardientes lenguas de fuego advertían de su innegable poderío y les proclamaban señores de aquel mundo.

El silencio de la noche fue testigo mudo, por vez primera, de la majestuosa danza de dos dragones que traían consigo el poder indomable del fuego que los dioses les habían concedido; pues ellos, eran sus criaturas predilectas. Mas no fue ese su único don, pues aquellas imponentes bestias aladas, surcaron los cielos a partir de entonces a sus anchas, vigilando todo aquello que se movía bajo la extensión de sus alas ya que nada escapaba a sus miradas profundas y desbordantes de magia. Eran criaturas fascinantes de sobrenaturales poderes, cargadas de una sabiduría que ningún hombre o elfo alcanzaría jamás.

Fue así, como los elfos y hombres nacieron bajo la luz de los padres de los dragones. Llegaron a un mundo cargado de misticismo y seres rebosantes de magia. Unos perduraron… otros se extinguieron como las llamas de un fuego. Pero aquellos dos dragones, jamás abandonaron aquellos parajes.

Naur e Idril, así los llamaron los elfos más adelante; "Fuego" y "Plata"; mismo nombre que dieron a las tierras que cada uno adoptó como morada. Fueron venerados y respetados por sobre todas las cosas y así los dragones extendieron su hegemonía por ese hermoso mundo.

Se dice que los dragones dotaron a los elfos de una inigualable belleza. Su piel era blanca e inmaculada, suave como pocas cosas en la tierra. Su era mirada tan penetrante como la del Fuego y la Plata. Pero sus vidas eran tan largas que demasiados días nacieron y murieron ante sus ojos, demasiado era el cambio que experimentaba su tan amada naturaleza. La nostalgia inundo sus corazones, haciendo de ellos seres tan sabios, como orgullosos. Pronto fue difícil contemplarlos y gozar de sus cantos y palabras más allá de las blancas murallas de sus reinos. Se replegaron… allá, a los bosques de Lemuria en el Oeste y a las frías nieves imperecederas de Asgard, en el Norte.

Se convirtieron en diestros arqueros y guerreros, siendo los mejores en el arte de las armas y la orfebrería. Perfeccionaron su magia, y plasmaron sus conocimientos en hermosos libros cubiertos de terciopelo y escritos en oro, que aún hoy perduran. Dejaron así, que la soberanía de aquel viejo mundo dominado por dragones, recayera en la estirpe más antigua de los hombres. Para los elfos, no eran más que niños inexpertos de sentimientos cambiantes e impulsivos, de corta vida y voluntad débil. Y aún así, los tomaron bajo su protección, pues eran pocos pero puros de corazón. Les transmitieron sus conocimientos, les forjaron sus armas… y les dejaron libres; del mismo modo que un niño cuando alcanza la madurez y abandona la sombra de sus padres.

Los hombres exploraron cada bosque, cada río y cada rincón. Se ganaron el favor de Naur e Idril, que desde los cielos cuidaban de ellos y les regalaban consejo, pues a pesar de que los hombres eran los únicos capaces de tropezar dos veces con la misma piedra… la intensidad de sus sentimientos sobrecogía sus corazones. Amaban por sobre todas las cosas, odiaban del mismo modo. Sufrían y reían como si fuera el último día de sus vidas.

Sin embargo, la Plata y el Fuego, concedieron su favor y protección a los dos linajes más importantes entre ellos. Se dice que descendían de los mismos elfos, no sólo por su indudable belleza, sino porque amaban la magia, la tierra en que vivían… y habían heredado su destreza en el arte de la guerra.

Pero fue precisamente de ese modo que comenzó la eterna batalla por el poder que asolaría el mundo hasta nuestros días; pues aunque ambos dragones eran tan sabios y antiguos como aquella tierra, su juicio era muy diferente.

Naur escuchaba con tristeza como su compañera prefería a los hermosos elfos… antes que a los hombres, a quienes consideraba débiles y pasionales. Eran, simplemente, demasiado fáciles de corromper por el poder.

"Pronto llegará el tiempo en que luchen entre ellos por imponerse al otro, y eso, compañero mío… Será culpa nuestra por haberles concedido nuestro favor a la ligera." Insistía ella.

"Ten fe, Idril. Pues los hombres, con sus innumerables defectos son quienes están destinados a gobernar este mundo y son sus propias debilidades las que les harán fuertes y les darán la ansiada victoria." Replicaba él.

"¿Quieres comprobarlo, mi señor?" prosiguió confiada la hermosa dragona alzando el vuelo. "Solamente es cuestión de tiempo… Concedámosles nuestro poder. Dejemos que sean ellos quienes decidan como usarlo. No tardaran en encontrar un modo de destruirse unos a otros."

"Sugieres ponerles la tentación al alcance de la mano. Ni tus amados elfos se mantendrían imperturbables ante eso."

"Hagamos esto entonces, que los elfos forjen un colgante… Encerremos en él nuestra esencia, nuestra magia y sabiduría; los conocimientos de este mundo, démoselo…"

"Sabes bien que se enzarzarán en una lucha por su dominio y control." Respondió el de escamas doradas.

"¿Temes acaso, Naur, que tu linaje favorito caiga presa de la ambición? Yo puedo asegurarte… que aunque no sea así, el mal prevalecerá, porque la maldad que inunda sus corazones es más fuerte y pura, por pequeña que sea, que su intenso amor cambiante. Ahora te digo, grandes penurias se extenderán por el mundo… Y sus propios actos demostraran si son dignos del peso que recae sobre sus hombros."

"Así sea entonces. Que forjen ese dije. No temo eso que dices Idril, pero no quisiera que la sangre manchara los pastos a causa nuestra. Sin embargo, si eso es lo que debe ser, sea así. Yo te digo… el bien prevalecerá. Aunque oscuros y aciagos pasen los años y parezca que toda esperanza esta extinguida. Cuando menos los esperes… surgirá un llanto, tan desgarrador pero tan cargado de vida, que traerá de vuelta la gloria y la paz de los días de antaño, cuando los elfos eran jóvenes y paseaban por estas tierras."

"Sea así, compañero."

Y así se hizo. Los mejores orfebres entre los elfos, forjaron un hermoso dije de oro blanco: un dragón con las alas desplegadas, cuya cola se enroscaba en una gema blanca de incalculable valor engarzada bajo su vientre.

Idril hizo llamar al rey de su linaje predilecto, de negros cabellos y aún más oscuro corazón; y lo mismo hizo Naur, que veía en los ojos esmeraldas de su protegido la esperanza que Idril parecía haber perdido. Los cuatro se reunieron y fue en aquel preciso instante, cuando el Dije Dragón reposó en manos de los hombres, que el brillo de la ambición y el mal corrompió sus corazones.

"Os concedemos un regalo de incalculable valor. Pero ¡cuidado! Que su poder no os engañe… pues es tremendamente peligroso y con el podéis ocasionar desastres innumerables. Manejadlo con sabiduría, pues a la vez, podéis hacer gran bien." Les dijo Naur.

"Así será." Respondieron los hombres, sellando con su sangre el poder de Naur e Idril.

Y los Padres de los Dragones los vieron partir.

Tristemente pareciera que la Plata tenía razón, pues no tardó en darse a aquella joya una oscura utilidad. Ambos linajes se enfrentaron por su poder, y mientras uno de ellos demostraba que las palabras de Naur albergaban cierta verdad… el otro, más poderoso, dejaba claro que el mal era más fuerte. Así se desató una guerra interminable que asoló aquellas tierras, que recluyó a los dragones en sus cuevas y devastó las cosechas, bosques y praderas, cubriendo sus cielos de una triste oscuridad. Incluso los Grandes Dragones, Naur e Idril, dejaron de volar sobre sus campos.

Sin embargo, la oscuridad jamás consiguió doblegar la voluntad del linaje del Fuego, y desde entonces, ambas familias libran una cruenta batalla que no solo decidirá sus destinos… sino hasta el da la más diminuta criatura que camine sobre la tierra. Una guerra, que solo conocerá final cuando el bien o el mal sean liberados por completo de ese colgante.

Muchos siglos pasaron desde aquel pacto, y aún ahora, en el transcurso de esta historia, ese fantástico mundo continua sumido en esa batalla… que se desarrolla más cruenta que nunca.

Pocos saben como el colgante llego a manos de Deuteros, Rey de Naur. Quizá eso sea algo que se desvele a lo largo de este tortuoso camino. Más, en su poder estuvo por largo tiempo, para perderse después en la inmensidad de la tierra.

Deuteros fue un rey heredero de la sabiduría y buen criterio de su poderoso linaje. Así pues, cuando la joya estuvo en sus manos, se apresuró a contrarrestar el hechizo que Hades, Rey y Hechicero Oscuro de Idril, había impuesto sobre ella. Un hechizo de macabras intenciones, pues con el poder que el dije contenía había conseguido el control sobre la delgada línea entre la vida y la muerte, de modo que en sus territorios… aún cayendo heridos y viendo sus vidas acabar, sus soldados volvían a levantarse una y otra vez de entre los muertos. Así sembró el terror en las tierras conquistadas y en las incursiones que sus hombres llevaban a cabo en las tierras libres. Quemaban, saqueaban, mataban y esclavizaban.

Pero el soberano de Naur, escuchó el consejo de sus más cercanos caballeros; hombres venidos de todos los rincones del mundo: elfos, hombres libres, magos… Y juntos, tomaron la decisión de encadenar el futuro que ese dije había impuesto al mundo cual maldición, al futuro de los herederos al trono de Naur; pues a pesar de que ya había un príncipe heredero, tenia un hermano gemelo y solo la sangre de ambos sobre aquella gema decidiría definitivamente el final de una era de guerras e injusticias: la oscuridad prevalecería y sometería al mundo… o finalmente, los rayos de sol encontrarían su camino entre aquellas nubes negras.

Fue así que Asmita, el hechicero más poderoso de la corte, encontró él modo de limitar el efecto oscuro de la joya. Mas era posible que aquel hechizo se tornara en su contra, pues invocando otras palabras… la fuerza de Hades se expandiría sin control.

El hechicero consumió su poder en esa empresa, viendo el fin de su vida. La oscuridad, no tardó en alcanzar el reino más fuerte de los hombres libres: Naur sería asediada y la gran batalla que tanto tiempo el Fuego y la Plata llevaban esperando… estaba a punto de librarse.

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Cinco años después del hechizo de Asmita

La inquietante calma que asolaba la ciudadela de Naur en aquella oscura noche, era para muchos la clara señal de que pronto la tormenta llegaría en forma de flechas llameantes, brillante acero empuñado por ejércitos enemigos… y un evento que condicionaría el destino que siglos atrás había sido escrito por dos viejos Dragones.

Deuteros y Shion corrían, antorcha en mano, a toda velocidad por los pasillos del castillo. Ambos sabían que el tiempo se agotaba y no tenían ya margen de error. Era una decisión arriesgada y peligrosa la que habían tomado, pero el rey… había decidido caer defendiendo a los suyos.

Llegaron a sus aposentos, deteniéndose frente a la puerta contigua. Ambos hombres se miraron por un momento, buscando en la mirada del otro el consuelo ante lo que se les presentaba. Calmaron ligeramente sus respiraciones, y sólo entonces, abrieron.

Shion entró como una exhalación, mientras Deuteros cerraba la puerta tras él y colocaba la antorcha en el pebetero de la entrada. Las llamas llenaron la habitación de brillos rojizos y dorados, alargando las sombras de los muebles por toda la estancia. Al fondo, las pesadas cortinas de terciopelo añil bordadas en oro, caían sobre el suelo aislando al cuarto de la luz plateada que la luna proyectaba sobre el castillo. El rey llevó sus ojos de un lado a otro, grabando en su memoria aquella infantil habitación donde había escuchado tantas risas y tantos llantos y que pronto… no sería más que un recuerdo, porque sus dueños no volverían a descansar allí. Sabía que Saga y Kanon debían abandonar a toda prisa Naur si quería que sobrevivieran y con ellos, la esperanza de todo un mundo por ser libre. Sin embargo, observar aquellos dos rostros angelicales e idénticos, durmiendo entre las mantas con sus vivaces ojos cerrados y su cabello azulado desparramado por la almohada… le encogía el corazón.

Suspiró, y fue entonces que reparó en que Shion, su caballero y hechicero, permanecía de pie a los pies de la cama de Kanon. La expresión del peliverde era tan sombría como la suya propia y no le culpaba; pues le había pedido algo que sabía iba en contra de sus principios y ese hombre, amaba a los pequeños desde el día que nacieron, como si fueran suyos. Pero era necesario, los niños no podían recordar quienes eran una vez abandonasen las murallas de la ciudad.

Se acercó hasta la cama, y se arrodilló a su lado. Apartó un mechón de cabello azulado del rostro de Kanon con cuidado de no despertarlo. Contempló por unos instantes su rostro infantil cargado de paz, y por ultimo, besó su frente.

-No tiene porque ser así… -susurró Shion. Deuteros frunció el ceño sin mirarlo, perdiéndose en la imagen de su hijo.- Ven con nosotros.

-¿Qué clase de rey abandonaría a su pueblo a sabiendas de que la penuria y la oscuridad se cernirá sobre ellos sin piedad? Saquearan la ciudad y los matarán. Y a los que vivan… les convertirán en esclavos. –Shion calló.- ¡Ojala pudiera irme con ellos y emprender una vida lejos de la realeza y todo lo que nuestro linaje significa! Pero no puedo… Ni debo. Este es el momento para el que nací, la batalla de mi tiempo.

-Ni siquiera recordarán tu rostro o tu voz… Crecerán en el exilio. No tendrán nada si seguimos adelante. –El lemuriano insistía con voz y mirada suplicante, con la esperanza de que Deuteros cambiara de opinión. Pero este, únicamente sonrío con pesar.

-Te tendrán a ti.-dijo.-Siento que tengas que hacer esto… Se que no quieres y a mi me rompe el corazón, pero sabes que no lo haría si tuviera otra opción. Sus vidas y las nuestras cambiaran para siempre a partir de esta noche.

Shion supo que no tenía sentido insistir. Su rey estaba seguro de lo que hacían, aunque en su interior ambos deseaban que aquello no fuera más que una mala pesadilla. Bajó su mirada al suelo y respiró hondo. Se acercó a Kanon, y se sentó a su lado en la cama. El pequeño se removió ligeramente al sentir la presencia de un intruso invadiendo su lecho, pero no despertó.

Deuteros suspiró una vez más, mientras se incorporaba, y a paso lento, se acercó hasta la otra cama donde Saga permanecía perdido en un mundo de sueños medio destapado.

-¿Listo? –susurró el rey al peliverde. Este asintió.

-Sólo intenta que Saga no se despierte. Será menos doloroso y más efectivo si están dormidos.-replicó.

Acto seguido, Shion llevó su mano derecha sobre la frente del chiquillo y cerrando los ojos, se concentró. Busco las palabras adecuadas mientras el hechizo tomaba forma en su mente. Pronto, una calida luz dorada emanaba de su mano, envolviendo así al pequeño.

- ¿Papá?

Deuteros se sobresaltó al escuchar la infantil voz, al igual que Shion, que por un instante abrió sus rosados ojos desviando la atención de Kanon. El peliazul volteo hacía el chiquillo y se sentó a su lado, revolviendo ligeramente su cabello.

- Duérmete, Saga. Es tarde. –susurró arropándolo y deseando que el niño de veras lo hiciera.

- ¿Le pasa algo a Kanon? –preguntó el pequeño tallándose los ojos y ahogando un bostezo, mientras miraba hacia Shion y su hermano.

- No te preocupes, todo esta bien. –replicó el mayor sonriendo ligeramente.

- ¿Qué hace Shion aquí? –insistió mientras apartaba la manta y apoyaba su cabeza en el regazo de su padre.

En ese instante, el peliverde susurró algo indescrifable y la intensidad del destello aumentó, iluminando por completo la habitación y eliminando cualquier sombra de la estancia.

Saga abrió los ojos de par en par, y boquiabierto se aferró inconscientemente a su padre. Deuteros suspiró. "Saga y su don de la oportunidad." pensó, y rápidamente, acogió al pequeño en sus brazos. El niño rodeó su cuello con fuerza, mientras sus pequeñas manitas jugueteaban nerviosamente con los mechones de cabello añil de su padre. Sin embargo, sus ojos rebosantes de sueño y cansancio no dejaban de vigilar a su hermano gemelo un solo segundo. El rey se levantó de la cama cargando a Saga. De sobra sabía que no volvería a dormirse hasta saber con certeza que su hermano estaba completamente bien, a su lado. Siempre había sido así, alejar al uno del otro era como quitarles una parte de si mismos.

Se encaminó al fondo de la habitación. Observó como la nana de los niños había dejado la ropa de los pequeños allí, tal y como se la ordenó. Dejó a Saga de pie sobre la mesa. El niño había dejado de mirar a su hermano para centrar su atención por completo en su padre.

-¿Vamos a algún sitio? –preguntó con una luminosa sonrisa.

-¿Sabes Saga? Tengo una sorpresa para vosotros. –dijo mientras comenzaba a vestirle.

El pequeño alzó su rostro con una expresión tal de ilusión y felicidad que Deuteros sintió como su corazón se rompía en mil pedazos en su pecho.

-¿Qué es? –preguntó impaciente, mientras su padre le colocaba la chaqueta.

-¿Recuerdas al viejo Dragón Alas de Fuego, Naur? –el niño asintió emocionado.- Bien… pues creo que podemos ir a verle esta noche.

-¡Pero es muy tarde! –dijo Saga aún sin creérselo.

-Lo se. Pero no le gusta cazar con el calor del día… ya esta muy viejo. –Saga amplió su sonrisa contagiando con ella a su padre.

El mayor llevó las manos a su cuello y con cuidado, desabrochó la brillante cadena que colgaba de él. Sostuvo la joya en sus manos, mientras la contemplaba unos instantes por última vez. Saga lo miraba con curiosidad.

-Esto es para ti. –dijo de pronto su padre, mientras colocaba la cadena al niño y ocultaba el dije entre su ropa.- ¿Me prometes que nunca te separaras de él?

-Prometido. –dijo el pequeño asintiendo enérgicamente.

-¿Y que no dejarás que nadie lo vea? –Saga asintió una vez más.

Deuteros sonrío débilmente, a sabiendas que el niño jamás recordaría esa promesa. Besó su frente y lo cargó en sus brazos, haciendo que Saga se aferrase a su cuello una vez más.

-Ya está. –interrumpió Shion.

El rey clavó sus ojos verdes en el lemuriano y la sonrisa se borró de su rostro. Pudo observar la tristeza que embargaba a su amigo y compañero, que no era más que una mínima parte de la que ocultaba él mismo.

-¿Qué haremos ahora? –preguntó Shion, refiriéndose a Saga. Deuteros comprendió rápidamente.

-Darnos prisa, Naur nos espera. –replicó mirando fijamente a su acompañante, quien pareció entender que el plan debería acabarse con un poco de retraso.

Shion corrió junto a Kanon y rápidamente retiró las mantas y lo cargó en sus brazos, colocándole la chaqueta que Deuteros le tendía junto a la puerta de la habitación ya abierta. El lemuriano avanzó por el pasillo, hasta que el rey lo alcanzó con la antorcha en la otra mano mientras cargaba a Saga.

- Por aquí. –indicó descubriendo un pasadizo hasta entonces secreto para el elfo.

Apresuraron el paso a medida que se adentraban en las profundidades secretas del castillo. Los corredores estaban oscuros y húmedos, pues bajo la ciudadela pasaba el río y desde donde se encontraban podían escuchar a la perfección el rumor de sus aguas. Se toparon con una gran puerta de hierro forjado. Deuteros se detuvo y rebuscó en sus bolsillos, mientras Shion miraba nerviosamente hacia atrás una y otra vez. Finalmente, el peliazul encontró la llave que buscaba y abrió el portón.

Tras él, se extendía una habitación circular, de hermosas paredes talladas en la roca viva y altas columnas que se enroscaban entre si, como si fueran viejas raíces de árboles milenarios. Era un lugar hermoso y desconocido, digno de los mejores palacios de los elfos. La piedra brillaba con un tono plateado gracias a la luz de la luna que se filtraba por un hueco del techo, iluminándolos tenuemente.

Ambos adultos intercambiaron miradas por un instante esperando algo, o mejor dicho a alguien. Unos ligeros pasos no tardaron en oírse y de entre las sombras del pasadizo al otro lado de la habitación, surgió una esbelta silueta encapuchada. Deuteros y Shion dejaron escapar el aire contenido inconscientemente por unos instantes, y finalmente, contemplaron el rostro de su nuevo acompañante. Sus suaves y hermosas facciones, eran adornadas por su ensortijado cabello castaño que caía por su frente. Pero sus ojos azules se habían fijado en el niño despierto que traía Deuteros en sus brazos, y sin querer, su ceño se había fruncido ligeramente.

-Debemos apresurarnos, señor. –dijo suavemente, cargando en brazos a un completamente dormido y hechizado Kanon.

-Tu esposa y tu hija Niahm… ¿ya abandonaron la ciudad?

Sísifo asintió y los tres adultos intercambiaron miradas una vez más. De pronto un cuerno resonó en toda la ciudad varias veces. El niño se sobresaltó en sus brazos aferrándose a él con renovada fuerza.

-¿Qué es eso, papá? –susurró.

La hora había llegado; estaban siendo atacados y la batalla había comenzado. Debían abandonar el palacio cuanto antes. Deuteros dejó a Saga en el suelo y se agachó hasta quedar a su altura y enfrentar aquellos ojos interrogantes que lo miraban fijamente en busca de una respuesta y cargados de miedo.

-Escúchame Saga. Debo volver, me necesitan en el castillo. –los ojos del pequeño se nublaron. El cuerno sonó de nuevo y una vez más se sobresaltó, conteniendo un llanto inevitable.- Debes ir con Shion y Sísifo, ¿de acuerdo?

-¿Vendrás? –preguntó con la voz entrecortada, pues algo en el interior del pequeño le decía que su padre no lo seguiría y que aquello no era sino una despedida.

- Claro. –dijo el mayor con una sonrisa cargada de tristeza.

Acarició el pelo del niño, peinándolo con sus dedos y sujetó su rostro entre sus manos. Besó su frente y miró sus ojos, exactamente iguales a los suyos. Esa mirada infantil y abatida le trasmitía tantas cosas y removía tantos sentimientos en su interior que no la pudo aguantar mucho más. Atrajo al pequeño hacia si y lo abrazó, besando una vez más su cabello.

-Cuida de tus hermanos, ¿de acuerdo? –el niño asintió y por unos instantes sus miradas se cruzaron nuevamente.

-Debemos irnos, señor. –interrumpió Sísifo en apenas un susurró. Pero el rey no contestó.

-Deuteros… -insistió Shion cabizbajo.

-¡No quiero ir! –El grito desgarrador de Saga, que pareció comprender finalmente, estremeció a todos. Aumentó la fuerza del abrazo a su padre, mientras sus ojos descargaban un torrente de lagrimas.

Deuteros cerró sus ojos con fuerza intentando que sus propias lágrimas no cayeran y se mezclaran con las de su hijo. Podía ser un rey estricto, serio y que apenas mostraba una sonrisa de vez en cuando, pero amaba a sus hijos por encima de todo y separarse de ellos le rompía el corazón.

Shion y Sísifo contemplaban a padre e hijo despedirse con una tristeza sobrecogedora. El llanto de Saga les estremecía y la expresión de su amigo y su rey suplicaba en silencio que aquella tortura acabase pronto. Shion se acercó hasta ellos y con decisión, sujetó al niño.

-Tenemos que irnos, Saga. –dijo con dureza mientras arrancaba al niño de los brazos de su padre. Deuteros se puso en pie mientras veía a su hijo llorar.

-¡Déjame! ¡Quiero quedarme! –Sollozó el pequeño pataleando en brazos de Shion, mientras estiraba su mano hacia su padre.- ¡Papá!

Deuteros clavó sus ojos verdes, tan brillantes como el mar, en los rosados de Shion. Con esa ultima mirada intentó transmitir toda su gratitud por lo que estaba haciendo… a la vez que suplicaba porque cuidara de ellos ignorando como podía los gritos de su hijo.

-Gracias. –dijo quedamente mirando de uno a otro de sus caballero. Finalmente, miró de nuevo a Shion y continuó.- Desde hoy son tus hijos. -susurró. El peliverde asintió.

Pero el rey no pronunció palabra alguna más. Rápidamente se dio la vuelta, y llevando su mano a la empuñadura de la espada que llevaba sujeta a su cinto, corrió por el pasadizo por el que habían llegado, cerrando el portón de hierro a sus espaldas y tirando la llave a la profundidad de la caverna.

-¡Papá no te vayas! –Fue lo último que escuchó a sus espaldas mientras finalmente dejaba que sus lágrimas resbalaran de sus ojos.- ¡Papá!

-X-

Deuteros corrió a toda velocidad. Se aseguró que nadie le viera salir del pasaje escondido. Los gritos de Saga llamándolo aún retumbaban en su cabeza, torturando su corazón. Esas lágrimas jamás se borrarían. Se acercó hasta el fondo del pasillo, donde un ventanal le permitía divisar la parte norte de la ciudad. La vista le sobrecogió.

Había peleado muchas batallas y había salido airoso de todas. Pero jamás había visto el esplendor de su reino marchitarse entre las llamas de fuegos enemigos y desvencijarse bajo los aceros. Por un instante, la multitud de emociones encontradas que lo invadían lo aturdió, y su cabeza se meció en un letargo del que sólo los gritos desgarradores de sus aldeanos y el cuerno que alertaba de que sus tropas se replegaban, lo despertó. Apretó los dientes, de igual modo que apretó su mano sobre la empuñadura de su espada una vez más. Y sin pensarlo, se encaminó hacia el patio frente al salón del trono, donde sus hombres intentaban contener al ejército enemigo.

Llegó con la respiración agitada pero con su rostro cargado de determinación. Sabía que ese momento llegaría, y afortunadamente, había conseguido llevarse a sus hijos de allí… Ahora, solo necesitaba darles tiempo a sus dos caballeros de alejarse lo suficiente.

-No es necesario que estéis aquí, mi Rey. –escuchó a su izquierda la pausada voz de Degel mientras observaban como el portón temblaba, a punto de ceder.

-No hay otro lugar que me corresponda. –replicó, y por un instante, un genuino brillo dorado inundó sus ojos. Degel sonrío débilmente, su rey jamás los abandonaría.

-Es un placer pelear a vuestro lado. –Interrumpió Kardia, colocándose a su derecha con su habitual expresión alegre.

Y así, flanqueado por dos de sus mejores hombres, el rey contempló como el portón cedía bajo el ariete enemigo. Desenvainó su espada, cuyo filo brilló como el mismo fuego, y en su rostro se dibujó una sonrisa fiera, la misma que adornaba el rostro de sus dos acompañantes a su lado. Quizá esa fuera su última noche con vida, pero no lo pondrían fácil.

Rápidamente un batallón de espectros atravesó las puertas, como si de un incontenible río se tratara. Los pocos hombres de Naur que aún quedaban en pie, peleaban sin descanso, demostrando porque se hacían llamar Naurilors, hijos del Fuego. Las sangre de los mejores guerreros corría por sus venas y eran bravos y valientes, pues aún sabiendo que enfrentaban una muerte segura… daban todo de si mismos por llevarse consigo cuantos espectros de ese maldito Hades fuera posible.

-¡Replegaos! –gritó el rey mientras detenía una firme estocada de un espectro, para después enterrar sin piedad su filo en el pecho de aquel pobre diablo.

-¡Retirada! –escuchó a Kardia mientras corría hacia él, seguido de cerca por Degel.

En unos segundos, los pocos hombres que quedaban en pie, siguieron a su rey a las profundidades del salón del trono. El tono blanquecino de sus suelos brilló cuando las puertas se abrieron, para sumirlos después en una lúgubre penumbra cuando se cerraron.

-La ciudad esta tomada. –se lamentó uno de sus soldados cargado de desesperanza.

-Mientras sigamos vivos, Naur no habrá caído. –le reprendió Kardia.

-Iros. –Interrumpió Deuteros mientras envainaba su espada.- Es cierto que la ciudad ha caído, y poco podemos hacer ya por evitar el funesto destino que alguien tejió para nosotros. No tiene sentido que permanezcáis aquí, pues os aseguro que Hades vendrá. No tenéis porque quedaros, os libero de toda responsabilidad hacia mí, pues habéis servido con honor y valentía. Esta es mi maldición, no tiene porque ser también la vuestra.

Pero nadie se movió. Kardia y Degel dieron un paso al frente.

-Nosotros nos quedamos, señor. –dijo aseguró el segundo. Deuteros los miró, dispuesto a decir algo.

-Podéis decir cuanto queráis, Alteza. –insistió con seguridad.- Pero nuestra decisión es permanecer con vos hasta el final.

-¡Ni loco me perdería la oportunidad de que mi nombre perdure toda la eternidad en los cuentos de los trovadores! –exclamó Kardia. Y finalmente, el rey rió.

-Entonces llamadme Deuteros, pues ya no soy más vuestro señor. Soy vuestro amigo.

-Siempre lo habéis sido. –sentenció Degel, devolviendo la sonrisa.

El resto de los hombres, hizo lo propio. Ninguno abandonó la estancia y así… todos se encaminaron juntos hacia el final de una era.

-X-

Escuchar el llanto del pequeño, su respiración entrecortada y sus gritos les partía el corazón. Sin embargo, tanto Shion como Sísifo sabían que no había tiempo que perder. Corrían cuanto podían por el oscuro pasaje, habían dejado atrás las antorchas para pasar desapercibidos y la única luz que veían, brillaba tenue y apenas perceptible al fondo.

No tardaron en escuchar el sonido de la refriega en las calles de la ciudad, los cascos de los caballos encabritados y los gritos de los aldeanos aterrorizados. Instintivamente, Shion estrechó a Saga con fuerza entre sus brazos. Hacia unos segundos que el niño había dejado de pelear en contra de su agarre, pero temía que su llanto pudiera delatarles. Llevó su mano a la boca del pequeño, que sorprendido lo miró con sus ojos enrojecidos.

-Shhhh… -susurró el peliverde intentando tranquilizarlo.

Complacido, comprobó como el chiquillo asentía e intentaba con todas sus fuerzas acallar sus sollozos, mientras se aferraba a su cuello y hundía su rostro entre su cabello.

Apenas unos metros más el pasillo daba un brusco giro a la derecha, para mostrar ante ellos una escalera que ascendía hasta la superficie, y finalmente, la libertad. No tardaron en salir, y aliviado, Shion comprobó como se encontraban junto al lago a un par de kilómetros de las murallas de la ciudad, ocultos bajo las espesas copas de los sauces llorones que servían como perfecto manto para ocultar los dos caballos que los esperaban.

Sísifo cerró la puerta que ocultaba el pasadizo y disimuló su entrada con las ramas caídas que abundaban aquí y allá. Sin mediar palabra, ambos caballeros desataron las riendas de los caballos. El peliverde dejó a Saga en el suelo un momento, que no se separó de su lado; mientras ayudaba a acomodar a Kanon en la silla del caballo del otro caballero.

Nuevamente resonó un cuerno en la lejanía. Ambos adultos compartieron una mirada preocupada, a la vez que Saga se aferraba a la mano de Shion con fuerza. El lemuriano miró al pequeño, y sonrío con tristeza.

-Vamos, Saga. –susurró cogiéndolo en brazos y subiéndolo a la silla de su caballo.- Agarrate bien. –El niño peliazul obedeció y se aferró a la silla mientras Shion se colocaba tras él.

-En marcha. –dijo Sísifo.

Y así, los dos Caballeros de Naur abandonaron su hogar, dejando atrás una batalla que sabían estaba perdida, pero con la esperanza de un futuro mejor depositada en aquellos dos niños que cuidaban con tanto esmero.

-¿Cuánto tiempo continuara dormido? –preguntó el castaño, mientras rodeaba con su brazo a Kanon, asegurándose de que estuviera bien sujeto.

-Lo suficiente. –Shion no lo miró, y su tono de voz fue tan lastimero que a su compañero le preocupó seguir preguntando.

-¿Y… ahora? –dijo refiriéndose a Saga.

-Debemos esperar a estar en lugar seguro. –el peliverde se estremeció al sentir contra su pecho, el llanto que Saga aún intentaba contener con mucho esfuerzo. Inconscientemente, lo atrajo un poco mas hacia si.- No podemos detenernos hasta llegar a las montañas.

-X-

Un silencio sepulcral no tardo en hacerse dueño de la ciudadela de Naur. Pronto cesaron los gritos, el sonido de las espadas y los lamentos. Únicamente el crepitar de los fuegos que devoraban los tejados de algunas casas se dejaba escuchar.

Deuteros llevaba unos largos minutos sentado en el trono que presidía la estancia. Kardia y Degel, uno a cada lado, no se habían movido desde hacía rato. Juntos, esperaban con impaciencia a que algo sucediera. Y aunque a ambos caballeros les daba la impresión de que su rey sabía de sobra la identidad del traidor que les había condenado… ellos estaban ansiosos por descubrirlo, por verle la cara a aquel maldito.

Momentos después, unos fuertes golpes en la puerta los sobresaltaron. Los soldados que permanecían con ellos, hacían esfuerzos por mantenerse enteros y ocultar su miedo. Kardia y Degel fruncían el ceño ligeramente, mientras Deuteros, contemplaba aquella hermosa puerta tallada a punto de ceder antes los golpes y desplomarse ante sus ojos. Sin embargo, su mirada era imperturbable y exasperantemente tranquila.

Un último golpe, y finalmente la ultima defensa que los separaba de sus enemigos cayó. Tras ella, la oscuridad invadió la habitación, y a cualquiera le parecería que devoraba sin piedad cada rastro de luz y vida que albergaba aquella estancia.

Los ojos de Deuteros se clavaron en la silueta que avanzada decidida hacia ellos, Hades. Su negra cabellera apenas se distinguía de la capa que cubría su armadura, pero a pesar de ello, sus ojos albergaban un macabro brillo. No tardó en fijarse en sus dos acompañantes, a su izquierda un hombre joven de largo cabello plateado, apenas un niño; y a su derecha… el traidor. Este, dejó caer hacia atrás la capucha que cubría su rostro y apartando los mechones de largo cabello oscuro, reveló finalmente su identidad.

Deuteros sonrió.

-Veo que no os sorprendéis. –dijo Hades con tranquilidad.

-¿Debería? –Sus miradas se cruzaron, rey contra rey.- Se distinguir una rata cuando la veo.

-¿Lo sabíais? –preguntó divertido el oscuro emperador.

-No insultéis mi inteligencia, Hades. Yo no insulte la vuestra. –Replicó poniéndose en pie, sintiendo la furia que despedían sus dos caballeros.- Deberíais elegir mejor a vuestras ratas. –Su mirada se centró en el traidor y se tornó áspera y dura.- Esta es una tremendamente incompetente.

Hades rió, mientras a su lado, el llamado traidor apretaba su báculo con fuerza. Sus nudillos se tornaron blancos ante la presión, y finalmente, el dragón rojo que se enroscaba en su extremo, sobre una gran piedra azul… brilló con fuerza.

-¿De veras crees que me impresionas? –Dijo Deuteros alzando una ceja.- A estas alturas deberías saber que tus trucos de magia para niños no me atemorizan en lo mas mínimo.

-Incluso en esta precaria situación mantienes tu arrogancia. –espetó. Deuteros volteó a Kardia y a Degel.

-¿Qué decís? ¿Debemos temer a esta… marioneta? –ambos caballeros sonrieron.

-Deberíamos matarlo como lo que es... –replicó Kardia con una mirada cargada de desprecio para el que en su día fuera su compañero y amigo.

-Una rata.-sentenció Degel.

-¿Sabéis? –dijo de nuevo Deuteros, mirando alternativamente de Hades a su acompañante.- Los dos hechiceros dignos de temer que había en este reino… ya no están.

Hades frunció el ceño y a su lado, el traidor ocultó como pudo el temor que lo sobrecogió en ese instante.

-¿Os sorprende? –preguntó divertido el peliazul.

-Dadnos el colgante, y prometo que vuestra muerte será digna de alguien de vuestro rango. –prosiguió Hades.- Sois un rey de la estirpe más antigua de todas.

-Es una lastima… porque no lo tengo. –hizo una pausa y sonrío de nuevo, regodeándose en la furia del emperador.- Os dije que vuestra marioneta era un incompetente, lo se bien, fue mi sirviente durante toda una vida. De todos modos… decidme, ¿Qué pensabais hacer con el colgante? ¿Olvidasteis acaso que esta sellado? -El emperador lo miró a los ojos completamente serio.

-¿Olvidasteis vos quien soy, Deuteros? ¿Creéis que no encontraré a los dos mocosos? –Dejó escapar una escalofriante carcajada.- Arrodillaos ante mi y prometo que los dejaré vivir.

Pero Deuteros no se movió. Apretó los dientes y permaneció con la cabeza bien alta. Sin embargo, Minos, el joven de cabello plateado no tardó en obligarle a hacerlo, asestándole un golpe en el estomago con la empuñadura de su espada. Kardia y Degel avanzaron un par de pasos, espada en mano. Sin embargo, sus armas se calentaron alcanzando el rojo vivo, haciéndoles imposible sostenerlas más tiempo. Antes de que se dieran cuenta, una fuerza invisible y dolorosa, los obligaba a arrodillarse junto a su señor.

-Él no es el único que domina la magia en esta habitación. –Susurró Hades señalando a su acompañante.- Pero como veo que no estáis dispuesto a ceder… Dejaré que vuestro pueblo os recuerde como un rey orgulloso, que permitió que todos fueran exterminado sin mover un solo dedo.

-Eso no es cierto. –interrumpió Degel.

-Nadie lo creerá. –continuó Kardia.

Hades río una vez más. Una extraña luz opaca y oscura inundó la palma de su mano que permanecía abierta. De pronto la cerró. Kardia y Degel ahogaron un grito de dolor, desplomándose casi instantáneamente. Sus respiraciones se tornaron casi imposibles, su vista borrosa y el dolor de su pecho insoportable. Era como si su corazón estuviera siendo estrujado por una mano cruel y despiadada. Deuteros se estremeció.

-Dime donde están los niños y todos viviréis. –dijo Hades.

-No… -murmuró Degel con dificultad. Deuteros calló.

-Entonces, ellos morirán. –sentenció Hades ampliando su poder sobre los caballeros y prolongando su agonía.

-Es… un h-honor… morir a vuestro lado. –susurró Kardia sin desprenderse de su arrogante sonrisa cuando su ultimo aliento se perdió en la habitación.

Deuteros cerró los ojos con pesar. Sus dos caballeros habían muerto. Sus hijos estaban rumbo a un lugar seguro, junto con el dije. Ya no había nada más por lo que luchar. Sus destinos ya no estaban en sus manos. Todo había acabado. No retiró su mirada orgullosa en ningún momento, a pesar que sabia… que su vida no tardaría en acabar.

-Es todo tuyo. –Le dijo Hades al traidor.- Prended fuego al castillo. Que no quede nadie con vida.

-X-

Sísifo acercó los caballos al pequeño riachuelo, para que saciaran su sed. Hacia ya horas que habían abandonado Naur, y finalmente, bajo el abrigo de las montañas; Saga se había calmado. Seguramente debido al agotamiento que el llanto le había provocado. Descansaba ahora en el regazo de Shion, a los pies de una diminuta hoguera para calentarles. Su mirada, estaba completamente perdida en la aterradora imagen que veían al fondo de la llanura, a los pies de la cordillera.

Allá, la que siempre había sido hermosa silueta de la ciudadela de Naur, no era mas que una mancha anaranjada. Un montón de piedra y madera envuelta en las llamas, que lo devoraban con un ánimo sobrenatural, casi mágico. Incluso allí, donde se encontraban, el viento traía las cenizas.

-Se acabó. –susurró Sísifo para si mismo, acomodándose junto al durmiente Kanon.

-Debo hacerlo cuanto antes. –continuó Shion.

-¿Puedo ayudarte en algo?

-No. –susurró.

Acomodó al pequeño Saga entre sus brazos una vez más, y colocó un mechón de su azulado cabello tras la oreja del niño.

-Tienes que dormir, Saga. –susurró.

-Tengo miedo.-contestó el pequeño.- No me dejes solo.

-No voy a separarme de ti.-El niño desvió su hipnotizante mirada del fuego en el horizonte y asintió, acurrucándose en el abrazo del mayor y cerrando sus ojos.

Esta vez, Shion no reunió su energía en la palma de su mano como anteriormente había hecho con Kanon, sino que con su calidez, intentaba envolver al pequeño que temblaba en su regazo. Pronto, el chiquillo se durmió por completo. Aún se notaban en sus mejillas los regueros de lágrimas y sus largas pestañas permanecían empapadas. Pero su rostro, al fin adquirió un gesto de completa paz, que hizo que el lemuriano respirase más tranquilo. Susurró unas palabras bajo la atenta mirada de Sísifo; la luz aumentó… y finalmente se extinguió.

El hechizo se había completado. La próxima vez que los gemelos abrieran los ojos, lo harían muy lejos de allí, sin recuerdo alguno de la vida que habían llevado hasta entonces, sin recuerdo alguno de su identidad.

Era el principio de una nueva vida.

-Continuará…-

NdA: Y hasta aquí el primer capítulo. Opiniones, dudas, sugerencias y abrazos y mimos a mi pequeñito Saga… En el boton de Review =)

Por último, a mis adoradas niñas, Sunrise Spirit y Silentforce666. Finalmente aquí lo teneis. ¡Espero que sea de vuestro total agrado porque sin vosotras no lo hubiera hecho! Os lo dedico.

Un saludo, La Dama de las Estrellas