Advertencias:
Este fanfic continene SPOILERs de la trama del juego.
Disclaimer:
Amour Sucré es propiedad de ChiNoMiko
Capítulo 1
Nathaniel era un alumno modelo.
Un chico bien con apariencia profesional: con traje y corbata, toneladas de gomina en el cabello, rubio, una nota media de sobresaliente y una hermosa sonrisa que surcaba su rostro de lado a lado. Una sonrisa de cortesía que carecía de cualquier tipo de sentimiento real, por supuesto. Pero eso no era importante. En algún momento de su vida, la anciana directora del instituto Sweet Amoris (nombre que desde luego a ninguno de los estudiantes se le había pasado por la cabeza ir nombrando por la calle) lo había nombrado delegado principal y le había hecho cargar con miles de responsabilidades de dudosa veracidad dentro de tal cargo. Esto, como a cualquier "pelota" (apodo por el cual algunos se referían a él), le había llenado de felicidad. O al menos eso era lo que dictaba el guión jamás escrito que por lo visto protagonizaba. Fuera como fuese, la cosa estaba clara: debía atender a los nuevos estudiantes a principios del curso.
Así que ese día había llegado temprano, más de lo habitual, y estaba terminando el agotador papeleo en su amado silencio cuando la puerta de la sala de delegados se abrió sin aviso previo, chirriando bruscamente (producto del óxido que debían de llevar encima las bisagras), causando que pegara un bote por el susto inesperado y dejara caer todo el montón de papeles que llevaba en las manos. De espaldas a la puerta, tratando de salir de su pequeña parálisis, se tragó la mueca de disgusto para pintar en su lugar una amable sonrisa con la que recibió al autor de su desgracia cuando se giró. Y fingió que las hojas desparramadas al otro lado de la mesa nunca habían existido.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó en un tono hipócritamente encantador.
—Busco a un tal Nathaniel, la directora me ha dicho que...
El delegado se permitió unos segundos para apreciar la figura del intruso en su santuario (no era que realmente considerara esa sala como algo sagrado, pero sí el único lugar donde tenía tranquilidad), quien había resultado ser una joven desconocida con el cabello negro, corto, medio escondido bajo una especie de boina (también negra) que le tapaba los ojos (¿sería oportuno comentarle a la muchacha que los gorros y similares estaban prohibidos bajo techo por el reglamento escolar estándar?); su ropa tenía la misma tonalidad y por lo poco que había podido ver con la boina, tenía el rostro algo aniñado. En conclusión: Si la chica se pegaba a una pared, pasaría desapercibida.
—Has tenido suerte, yo soy Nathaniel, imagino que debes ser la alumna nueva, esto... —pero había olvidado el nombre que ponía en la ficha que le había dado la directora.
—Emilie, Emilie Larousse —se aventuró a presentarse ella.
—Ah, sí. Justo estaba mirando tu formulario de inscripción —y los había tirado al suelo por su culpa—. Me temo que ha habido un par de inconvenientes, mientras los soluciono agradecería que pudieras traer tu foto de carnet y...
La chica no parecía demasiado conforme con lo que Nathaniel había empezado a decir, pero para variar un poco su suerte, no le puso ninguna pega y simplemente se fue de la sala. Sin siquiera despedirse. El joven se quedó mirando la puerta durante unos largos segundos y finalmente abandonó la rigidez que había adquirido su cuerpo, soltando un pesado suspiro. Después, volvió a acercarse a donde antes había perdido todas las hojas y se agachó para poder recogerlas; allí estaban los papeles de Emilie, junto a los de otro nuevo que aún no había llegado, además de varios informes que le habían encasquetado vilmente en su lista de tareas.
Él era feliz así.
Era un alumno modelo.
Terminados de ordenar los papeles, Nathaniel se dispuso a salir de la sala de delegados, en busca de la muchacha, con el deseo creciente de que ella ya tuviera todo preparado y pudiera quitársela de encima. Sin embargo, toda esa fantasía se desvaneció ante la desagradable visión de una cabellera rojiza (de bote, debía añadir) perteneciente a uno de los delirios de su agonía, más comúnmente llamado Castiel, junto a la nueva alumna hablando de quién sabría qué. Sintió que le iba entrando un tic en el ojo y se llevó una mano a la sien para calmar el dolor de cabeza que esa simple vista le producía.
—¿Habéis visto a esa zorra? ¡Está intentando ligar con Castiel! —viró la cabeza al escuchar una voz femenina a lo lejos. No le costó mucho tiempo reconocer el tono chillón de su hermana Ámber, con su habitual forma de despreciar a la gente que no le caía bien— Pero ya veréis cómo no soporta a esa rarita, ¿podéis creer que va con el nuevo pringado ese de las galletas? ¡Dan pena! —y sus amigas rieron a coro.
Nathaniel negó suspirando de nuevo, ¿siempre iba a ser de esa manera? Si bien no se terminaba de llevar con ella, seguía siendo su hermana, y le preocupaba que toda esa fanfarronería y malas conductas acabaran por caerle encima y aplastarla algún día (no era en sentido metafórico, más de un alumno se la tenían jurada a Ámber, así que era cuestión de tiempo que la esperaran a la salida de clase para cobrarse todas las malas pasadas...). De todas formas, se haría una nota mental de llevar siempre a mano el botiquín de primeros auxilios; ya sólo le faltaba que lo culparan por no estar tras ella las veinticuatro horas velando porque no viniera una macarra a pegarle en el recreo.
—¡...y más le vale no acercarse a Nathaniel o verá de lo que soy capaz! —otro tic en el ojo.
A veces se preguntaba si la posesividad de su hermana no rozaba unos límites obsesivos. Temía llegar a saber la respuesta.
Aún con aquella frase resonando por el pasillo, no le pareció que fuese a ser realmente un problema, al fin y al cabo, ahí estaba Emilie: teniendo una agradable conversación con ese intento de hombre que pronto volvería a ir camino de repetir el curso gracias a su supuestamente atrayente falta de respeto a las normas. ¿Cómo era que la chica nueva había tenido el más mínimo interés de acercarse a Castiel? Parecía concentrada en lo que fuera que le decía.
Suficiente.
Nathaniel apartó la vista asqueado y emprendió el paso por donde había venido. Lástima que algún ente en el cielo no estaba de su parte, pues en tres segundos ya había tropezado contra un chico bajito al que nunca antes había visto. El paquete de galletas que llevaba cayó al suelo y —gracias al no tan hermoso comentario de su hermana al respecto— pronto pudo hacerse una ligera idea de quién era antes de terminar de disculparse por no mirar dónde caminaba.
—Kentin, ¿verdad? —inquirió entonces adoptando su típica sonrisa cordial. Al menos ése no le había tirado los informes— Soy Nathaniel, la directora me ha dejado al cargo de tu solicitud de inscripción.
El chico fue relativamente fácil de tratar. Un problema menos. Sólo quedaba lidiar con Emilie, quien hasta por lo menos una media hora después no se dignó a aparecer. Se veía cansada y tenía la respiración algo agitada, como si hubiera estado corriendo por la ciudad durante todo ese tiempo (lo cuál no le sorprendería, no vendría a ser la primera estudiante en hacerse la foto fuera del recinto a última hora).
—Lamento mucho decirte que hay diversos errores en tu solicitud, no vamos a poder aceptarte en el instituto este año... —habló con calma, tratando de reprimir la sonrisa retorcida que luchaba por escapar bajo la supuesta amabilidad, delatando la sombra de una personalidad que había enterrado en su mente, lejos de los demás.
Emilie olvidó respirar.
—Pero... ¡¿qué?! Si yo... lo rellené todo como ponía en... tiene que ser... no puede... —las palabras se le trababan formando simples pedazos de frases incoherentes— Es... una broma, ¿verdad? ¡Tiene que serlo! —estalló al fin en su histeria alzando la voz.
—Sí, sólo era una broma —confesó sin perder su aire tranquilo, como si simplemente estuviese hablando del clima.
—Ah... ¡No fue divertido! —exclamó con evidente molestia.
Pero no tenía razón; pues entonces, ya sin la dichosa boina tapándole la cara, Nathaniel había podido ver como la expresión de la joven, que en su inicio sin poder verla del todo le había parecido distante y seria, se aniñaba aún más con la palabra "ira" dibujada en la frente.
Para él sí era divertido.
La directora hizo acto de presencia y, ya con todo en orden, dio la bienvenida a los dos alumnos transferidos quitándoselos al fin de encima (¿Que cuándo había vuelto a aparecer Kentin? Nathaniel no se preocupó por saberlo). Así que algo más alegre por haber resuelto el tema de los nuevos, fue a dejar el resto de los folios apilados en la mesa de la sala de delegados, aprovechando el rato para serenarse y olvidar las ansias de molestar que se habían revolucionado en su mente cuando le había soltado aquella broma a la chica. No podía seguir esos viejos instintos, él era un alumno modelo, debía comportarse como tal, justo lo que haría entonces, cuando la sirena se dignó a sonar avisándole de que la presentación del inicio de curso había acabado y, aunque pudiera saltarse el discurso, debía entrar en clase. Se acomodó la corbata antes de emprender el camino. Siempre puntual. Siempre con la misma sonrisa.
Hipócrita.
La palabra volvió a escucharse en su cabeza, no obstante, ¿había alguien en ese instituto que no lo fuera?
Cumpliendo su predicción, pronto se halló sentado en uno de los sitios de la zona delantera de la clase, al descubierto, completamente visible. "Los alumnos modelo nunca se sientan detrás", eso era para los macarras y matones, justo como Castiel, quien sorprendentemente se encontraba en la última fila (con las piernas en la mesa) en vez de haberse saltado el horario, incluso cuando había ignorado la presentación inicial a la que ni siquiera el delegado, por sus deberes, había podido ir.
De reojo, vio entrar a Melody, una joven con el pelo castaño y los ojos azules que lo buscó con la mirada. Sintió un leve cosquilleo en el estómago al preguntarse si ese año les había tocado en la misma clase, no porque le gustara, o algo similar, sino por la idea de tener junto a él a alguien que quisiera sentarse a su lado sin haber sido obligado por el profesor de turno. Después de todo, los alumnos modelo no solían caer bien entre la gente común. Era una de esas normas nunca escritas: las personas debía agruparse por similitud. Así el proceso empático del cerebro podía hacer que se identificaran unos con otros y crear relaciones de camadería con facilidad. Pero los alumnos modelos, para desgracia o fortuna de Nathaniel, se presentaban en muy raras ocasiones. Estaban fuera de lo normal. Los demás preferían alejarse...
Melody era una alumna modelo.
—¡Natha...! —pero cuando la chica se había empezado a acercar para saludarlo, alguien bloqueó el contacto visual dejándose caer en la silla a su lado.
—¿Puedo sentarme aquí?
Nathaniel casi no la escuchó, lo había dicho en a penas un murmullo, pero dicho, a fin de cuentas. Allí reconoció la imagen de Emilie, la chica nueva, vestida con sus ropas oscuras y monótonas, quien parecía más interesada en contar las baldosas del suelo que en mirarlo a la cara. Al fijarse un poco más, pudo notar que la chaqueta negra que llevaba le quedaba una o dos tallas más grandes que la suya, como si tratara de esconderse bajo la ropa. Ese pensamiento le trajo un recuerdo desagradable.
—¿No estarías mejor atrás con Castiel? Aquí los profesores no te dejarán en paz —le sonrió.
Castiel era un rebelde, y a ella parecía agradarle, así que vivían en mundos diferentes.
—No soy buena con la gente problemática —Nathaniel pestañeó.
—Antes parecía que os llevabais bien —afirmó con perplejidad antes de morderse la lengua, ¿consideraría la chica eso como una confesión de haberlos espiado?
—Le estaba preguntando si sabía dónde podía hacerme la foto de carnet... —Emilie alzó una ceja a la vez que el rostro (¡al fin algo de educación al hablar con otra persona!)— Y además, las sillas del fondo ya están ocupadas.
—¿Y Kentin? Los dos sois nuevos —volvió a morderse la lengua, ¿no estaba siendo demasiado directo?
—Está en otra clase, no tenemos la misma materia de modalidad —su tono había cambiado a uno más mosqueado—. Siento molestar —forzó una sonrisa y Nathaniel se preguntó si se vería así de mal cuando él lo hacía—. No se me da la gente, por eso busqué una cara conocida, pero ya veré dónde sentarme —y cuando se levantaba para irse del asiento, el delegado la detuvo.
—Lo siento, pensé que eras amiga de Castiel y no quería tener problemas —se excusó, y aunque no era del todo mentira, trató de volver a tejer ese velo de cordialidad que debía mantener ante los alumnos.
Sin defectos. Solucionando todos los problemas, un ejemplo a seguir. Nathaniel estaba obligado a dar una apariencia de perfección, no era algo que pudiese cambiar o decidir por sí mismo, era lo que tenía asumido. Y si bien su primer encuentro con Emilie no había sido agradable, la pobre chica tampoco le había hecho nada para que la tratara de forma tan mordaz.
—Si tú lo dices.
Una respuesta seca, producto de que no se había creído nada.
Aún así, cuando el profesor llegó, no tuvo más remedio que sentarse de nuevo.
Entonces, unos más fastidiados que otros, terminaron por tomar asiento y guardaron silencio durante a penas unos segundos antes de que el cuchicheo empezara a volverse murmullos más que audibles por la clase. La parte trasera, donde Castiel se balanceaba con la silla al lado de su amigo Lysandro, ya se había vuelto un caos. Por su parte, Nathaniel trataba de atender al profesor y tras él se hallaba sentada Melody. Aún tenía una expresión hastiada, como alguien con un plan fallido. Se había dedicado a contemplar la espalda de su compañero durante un largo rato, ignorando al hombre frente a la pizarra, pero en algún momento su mirada se desvió a la chica nueva, la misma que sin una pizca de consideración se había plantado en medio del objeto de su deseo.
Melody estaba enamorada de Nathaniel.
Siempre tras él, siempre a su lado. Y nunca había conseguido que la viera de forma romántica.
Nathaniel no necesitaba escuchar a la voz que en su cabeza le gritaba que estaba siendo observado para saber que así era, tampoco para saber que Melody le guardaría rencor a Emilie durante un buen tiempo. Al menos hasta que la joven decidiera cambiarle el sitio (o en su defecto, Melody llegase antes y decidiera apropiarse de él). Y aunque la chica sentía la necesidad de reconocimiento y privilegio por su parte, al ser una de las pocas que creía conocerlo, en realidad lo que Melody sabía de él no era más que la punta del iceberg.
Melody conocía al alumno modelo.
Nadie conocía al hipócrita.
Notas:
Sí, como se puede ver, soy una masoquista de primera y publico cuando ya tengo 34543444 mil cosas pendientes, en fin...
También es la primera vez que publico un OC (léase "Emilie" alias "Sucrette"), y la verdad, no sé si estoy demasiado contenta con el resultado, creo que esto va a ser todo un reto para mí. Espero no convertirla en una vomitiva María Susana (acá Mary Sue), o a saber qué monstruo...
