Amar En Tiempos De Dolor Y Tristeza

Prólogo:

Santuario de Atenas. 23 de Enero de 1744.

Era una noche oscura en la habitación de la diosa Athena. Se encontraba recargada en el respaldo de la ventana observando la luna. Se veía tan hermosa desde lejos, pero a la vez era su única compañera, la que verdaderamente entendía su dolor y siempre la consolaba. Había pasado un año desde que la guerra santa en contra de Hades había terminado, aquella guerra le había arrebatado a Sasha a sus santos dorados, dejándola únicamente con dos de ellos. Shion de Aries era ahora el actual Patriarca del Santuario, y Dohko de Libra vivía ahora en Rozan.

Hace tres meses, Sasha cumplió los 18 años de edad. Pero ni siquiera el aniversario de su mayoría de edad la había alegrado. Sasha se encontraba sumamente deprimida. Se sentía sola, el Santuario ya no era el mismo, sus doces caballeros dorados ya no estaban.

Ese solo pensamiento la hacía sentirse sola. Extrañaba cada gesto, cada palabra de cada uno de sus doce caballeros dorados. Pero eran los gestos y las palabras de uno de los doce, los que ocupaban el pensamiento de Sasha. Su mente dibujó aquellos ojos azules prusia tan característicos, los ojos de un caballero muy especial. Eran los ojos de Sísifo.

Sasha lloró en silencio. Hace más de un año que lo había perdido frente a las puertas del lienzo perdido cuando intentaron entrar a los territorios conjurados por Hades. Desde entonces, un profundo vacío había perforado su corazón.

Sasha lo extrañaba. Lo extrañaba demasiado. En in principio no comprendía el favoritismo por llorar su muerte. Sísifo no era el único que había muerto después de todo. ¿Qué era lo que sentía? ¿Por qué le dolía más aquella muerte que las demás? Con el tiempo, se fue dando cuenta qué era aquel sentimiento. Se trataba de un sentimiento que ella jamás creyó que experimentaría en la vida por su posición como diosa virgen. Era un sentimiento que la acompaña todas las noches, y no la dejaba respirar. Era amor.

Se había dado cuenta muy tarde. Se había enamorado de Sísifo como él también se había dado cuenta tan tarde de aquellos sentimientos. Sentimientos que descubrió mientras realizaba la Exclamación de Athena. El corazón de Sasha se había percatado de aquellos sentimientos en aquel momento, pero cuando quiso tratar de comprenderlos, aclarar sus dudas, Sísifo ya no estaba allí para decirle lo que sentía. Y ahora ninguno de sus santos dorados estaba tampoco. Era un vacío que jamás dejaría su corazón.

Sasha entonces decidió negar aquellos sentimientos. Tenía que acostar, conciliar el sueño, mañana sería un día atareado. Debía descansar. Entre sus nuevas responsabilidades estaba el supervisar la re-construcción del Santuario de Atenas. Si no dormía ahora, no tendría energías mañana para continuar con su labor.

Se recostó en su cama, apago la luz de la vela. Estaba cansada, necesitaba aceptar el manto de la noche. Había llorado tanto que se habían consumido sus energías. Trató de cerrar los ojos, al principio le costaba mucho dormir. Pero ya después de un rato pudo descansar. Por fin se sintió en paz, y su respiración resonó tranquilamente. Su único consuelo eran sus sueños donde se veía a si misma con él.

El sueño de Sasha.

Siempre tenía el mismo sueño. Se veía a sí misma en los brazos de Sísifo, y ambos observaban el anochecer como cualquier pareja que salía a compartir una cita cualquiera. Pero para Sasha era especial, era un momento en el que dejaban de ser el caballero dorado de Sagitario y la reencarnación de la diosa Atenea. Se acurrucaba en su pecho desnudo, delineaba sus bíceps bien tonificados, sonreía con ternura.

—La noche se ve hermosa desde aquí —le decía a Sísifo algo adormilada—. Hace tiempo que no me detenía a ver las estrellas, ¿sabes? —la felicidad se notaba en su dulce sonrisa, en la gentileza de su rostro. Sísifo asintió, le besó cariñosamente la frente, y Sasha comenzó a cabecear por el agotamiento pues tenía mucho sueño. Estaba agotada de estar con este hombre tanto magnifico, solamente quería descansar en el pecho desnudo de su amante.

—Lo sé —le susurró—. Ddescansa mi cielo, todo estará bien, te lo prometo. Yo vigilaré tu sueño. Ahora solo concéntrate en descansar. Solo piensa en lo que más deseas en este mundo —habló Sísifo con una voz suave y varonil que había conquistado a Sasha desde el primer momento, y mientras acariciaba su rostro con un dedo.

La arropaba con una sábana, escondiendo su cuerpo completamente desnudo tras haber hecho el amor por más de dos horas. Sashaestaba igualmente agotada, pero sumamente feliz en sus brazos. Sasha comenzó a soñar pensando en que Sísifo algún día la desposaría y tendrían hijos. Soñaba con el día en que serían una familia.

Él jamás se imaginó tenerla así, completamente desnuda, entregada y principalmente feliz, durmiendo tranquilamente en contra de su pecho. Ni en sus sueños más ocultos y eróticos Sísifo pensó tenerla así. Le besó la frente con ternura, era tan frágil y hermosa.

Sísifo se acomodó, descansó su rostro en la frente de ella, y también comenzó a cerrar los ojos. Estaba agotado también, lo único que quería era descansar. Rodeó completamente la delicada cintura de Sasha con sus fuertes y poderosos brazos de hombre, durmió pacíficamente con ella. Sasha abrió los ojos, sonrió al ver a Sísifo durmiendo tranquilamente, le dio un beso en los labios cuando se disponía a volver a dormitar.

De pronto, todo se comenzó a poner oscuro, eso asustó a Sasha, que no dejaba de buscar a Sísifo por toda su cama. Pero Sísifo no se encontraba en ningún lado. Aquello la horrorizó. De pronto Sasha estaba corriendo por los bordes de un precipicio. Cerca de este había una cascada de lava combinada con sangre fresca, como si hubieran matado un ejército de caballeros para formar ese terrible rio de sangre.

Pero eso no fue lo que atemorizó a Sasha, lo que la había aterrado fue que en la cima de esa misma cascada habían cadáveres vestidos de blanco, caminaban hasta el final de una roca, saltaban hasta el rio que quedaba a una altura sumamente alta. Entre esas almas estaba Sísifo, aquello le desquebrajó el alma.

Sasha intentó correr en su auxilio, pero sintió que sus pies no podían moverse. Aquello la sobresaltó. Trató de moverlos, pero no lo consiguió. Su cuerpo se negaba a responderle. Gritó desesperadamente, víctima del miedo y el terror. Descubrió en ese momento que un par de grilletes dorados le rodeaban los tobillos, y la herían con una sensación hirviente. Lanzó un alarido ahogado de dolor. El ardor era insoportable. Sus llorosos ojos se abrieron, y se achicaron, mientras su mente divagaba víctima del pánico de una visión que creyó que no volvería a ver.

Alone, su hermano a quien no veía desde que ella expulso a Hades de su cuerpo, vestía una túnica de color blanco como el hueso, y adornada con bordados de turquesa y negro en las mangas de su vestimenta. Llevaba sandalias doradas, y una cruz muy parecida a la que ella usaba de niña antes de ser llevada al Santuario por Sísifo. Llevaba una biblia en su mano, y un rosario que a Sasha le parecía familiar.

Sasha comenzó a sufrir por el bienestar de su hermano Alone, tenía una mirada fría y severa que la asustó hasta lo más profundo de su alma. Comenzó a retroceder, intimidada. Temía lo peor. Alone sonrió de forma arrogante, se acercó.

—Has pecado, Sasha, lo sabes muy bien —la voz de Alone irradiaba locura—. ¿Quién lo diría? La diosa Athena que ha permanecido virgen desde los tiempos de la antigüedad ha ofrecido su virginidad. Y peor aún, a uno de sus queridos caballeros dorados. Me sorprendes, hermana —rio Alone, y Sasha sentía que sus ojos se llenaban de lágrimas ante las crueles palabras de su hermano.

—¡Eso no es verdad! —gritaba ella—. Pero lo hubiera hecho por amor a Sísifo. Pero las garras de la muerte me lo arrebataron primero, ya no importa… de verdad quiero a Sísifo… lo quiero de regreso… —lloró Sasha al recordar al antiguo caballero de Sagitario, a su Sísifo.

—No lo tendrás jamás, Sasha —le respondió Alone—. Él está donde debe estar, en el Tártaros. En cambio tú. Fuiste demasiado estúpida al no darte cuenta de los sentimientos de tu caballero de Sagitario. Y él que siempre te amó. Pero tú nunca te diste cuenta —cada palabra, destrozaba el corazón de Sasha más y más. Por amor, había perdido todo su valor—. Ahora que no lo tienes a tu lado parece que no queda rastro de la diosa de la guerra. Solo queda el sufrimiento. ¿Dices que sentiste su dolor? Claro, el dolor de su alma quizás, pero no el dolor de su corazón —cada palabra le golpeaba el pecho, desgarraban su alma, ella sabía que era verdad, ella jamás prestó atención a los sentimientos de su caballero.

Ahora que Sasha se había dado cuenta, descubrió que su corazón le correspondía. Pero eso no importaba ya, era demasiado tarde, Sísifo ya no estaba. Alone sonrió con malicia. Jamás creyó que el precursor de la guerra santa, Sísifo de Sagitario, podría haber cautivado el corazón de su hermana Sasha.

—Athena —interrumpió sus pensamientos Alone—. Tendría que darle una tortura muy digna a Sísifo. Ningún mortal debería tener el lujo de formar parte de los sueños de una diosa, ni siquiera se le debería permitir a un caballero dorado. Pero por ahora, me conformo con castigarte a ti —Alone sacó del interior de su manga la espada roja del dios del inframundo, la apuntó al pecho de Sasha y le atravesó el corazón.

Sasha comenzó a sentir el mismo dolor que experimentó Sísifo. Tembló víctima del dolor, el terror y la confusión, mientras Alone tiraba de la espada en su pecho, arrancándola. Todo se volvió oscuro, escuchó a alguien llamándola, pero todo se volvió oscuridad.

Santuario de Athenas.

—¡Aaaaahhhhh! —Sasha se despertó sobresaltada y bañada en su propio sudor. Su corazón latía más rápido que nunca. Se tomó el pecho, buscando algún indicio de una herida hecha por la espada de Hades. Pero su pecho estaba intacto, solo tenía esa cicatriz que se había hecho cuando Sísifo le disparó la flecha en su pecho, pero nada más.

Estaba de vuelta en su habitación, pero alguien la había llamado, y presa del pánico buscó a ese alguien alrededor de la habitación. Se encontró con los ojos violetas de Andrea, una de sus tantas criadas. Andrea la miraba con preocupación. Shion también estaba a su lado, preocupado también. Ella los miró a ambos confundida. Andrea, notando la tensión, le sonrió con ternura.

—Buenos días, señorita Sasha —comenzó Andrea—. Veo que ya se despertó —Sasha asintió, aun ligeramente perturbada—. ¿Pue-puedo preguntarle algo? Espero que no se incomode pero…—se avergonzó Andrea—, ¿Acaso está teniendo sueños un poco... eróticos? —preguntó, y Sasha se ruborizando pues la habían descubierto.

Sasha soñaba que Sísifo la hacía su mujer constantemente, y que ella se entregaba a él por amor y eran felices. Shion notó la incomodidad de Sasha con la pregunta, y le pidió amablemente a la criada que se retirara para poder hablar con su diosa sobre ese asunto. Andrea asintió, hizo una reverencia, y se retiró directo a la cocina a traerle el desayuno a su diosa. Shion se sentó en el umbral de la cama, se quitó la máscara de Patriarca, y sus ojos morados observaron a Sasha. La diosa simplemente desvió la mirada ruborizada.

—Señorita Sasha, me gustaría saber, ¿qué estaba soñando que no podía despertar? —una mezcla de miedo y vergüenza se reflejó en su rostro, Shion la notó, pero prefirió mantener la calma—. Espero que pueda tenerme la suficiente confianza para decírmelo… —pidió Shion amablemente.

Shion conocía mejor que nadie los sentimientos de Sasha hacia Sísifo. Después de haberlo perdido cruelmente en la guerra santa contra Hades, el dios de las tinieblas y del inframundo, aquellos sentimientos emergieron al grado que eran más que evidentes. Sasha asintió, se abrazó del brazo de Shion, quien era el único consuelo que tenía ahora.

—Hace tiempo que el mismo sueño siempre me atormenta… un sueño en el que yo… me entregaba felizmente a Sísifo, le prometía ser su mujer, su esposa, la madre de sus hijos, y que sería la persona especial que siempre estaría con él mientras durasen nuestras vidas… —Sasha lloró, todo su cuerpo tembló—. Sueño que tengo un deseo… un deseo muy grande… deseo más que nada en este mundo tener en mi vientre un bebe de Sísifo, que me recuerde a su padre. Es lo único que quiero, nada me haría más feliz que ver el rostro de Sísifo aún con vida en un hijo nacido de nuestra unión… —lloró Sasha.

Shion recordaba perfectamente aquel día. Frente a las puertas del Lienzo Perdido, con su corazón ensangrentado en la mano, Sísifo declarando sus sentimientos, una declaración que Sasha no había comprendido. Shion se mordió el labio con ira, desde hace más de un año que la guerra santa terminó Sasha había cambiado bastante. Ya no era la joven alegre, risueña, dulce, e inocente que era. Sasha ahora era solo una sombra de lo que era antes. Sus santos dorados habían muerto. Desde hace más de dos meses, había intentado revivirlos, pero siempre sucedía algo que se lo impedía, estaba seguro que era el mismo dios del inframundo, pero este ya había sido expulsado del cuerpo de Alone.

Alone vivía tranquilamente en una villa italiana donde se habían conocido él, Sasha y Tenma. En ocasiones venía de visita a ver a su hermana, pero ahora ella estaba deprimida, quería a sus santos de vuelta. Debía haber una forma de traer a Sísifo y al resto de los caballeros dorados a la vida para que Sasha se sintiera feliz. Tendría que negociar con Hades, Sasha no podía asimilar la muerte e sus caballeros, pero por Sasha, sintió que debía correr aquel riesgo.

—Todo estará bien. Ya verás que hallaremos una solución —la tranquilizó Shion—. Sé que ese día en el que Sísifo perdió su vida fue muy difícil para ti, de eso no hay ninguna duda pero creo que es mejor que sigas adelante, Sasha. Aun tienes toda una vida por delante, apenas y tienes 18 años de edad —le sonrió Shion.

Pero eso no cambió el ánimo de Sasha, solo sirvió para ponerla más tensa por la memoria de aquel día frente a la puerta del Lienzo Perdido. Aquel momento en el que Sísifo se había arrancado voluntariamente el corazón para ofrecerlo a la balanza continuaba atormentando su mente. Sasha sin embargo, logró asentir a duras penas, se levantó, y comenzó a caminar hasta su armario.

No era únicamente porque Sasha tuviera un día atareado. Pero tras mucho pensarlo, Sasha había planeado algo que necesitaba mantener en secreto de Shion. Iría al inframundo para recuperar a sus caballeros dorados, o al menos para luchar por el alma de Sísifo, por lo que se dispuso a vestirse mientras Shion se retiraba a atender sus funciones como Patriarca.

Poco a poco, el Santuario volvía a su esplendor gracias a los nuevos reclutas. Había entrenamientos constantes para así llenar las 60 constelaciones que existían en ese entonces. Tras la terrible guerra, muchas armaduras habían terminado vacías. La mitad del Santuario también estaba desierto. Los reemplazos debían elegirse lo más rápido posible para así estar preparados en caso de que una nueva guerra estallara.

Los templos eran los primeros en ser reparados por los reclutas y los sobrevivientes. Las armaduras doradas habían sido reparadas ya, pero ninguna tenía un dueño aún. Con la excepción de las armaduras de Aries y Libra, aunque sus dueños ya no las usaran con la frecuencia esperada.

Llegado el medio día, Sasha se colocó una capucha rosada para cubrir su identidad cuando sus criadas no se percataron de ella, y se dirigió al templo donde estaba postrada la diosa Nike, descansando sobre la mano de una estatua de Sasha que los aldeanos habían erguido en su honor. Tomó el báculo en sus manos, suspiró, cerró sus ojos y comenzó a concentrar su cosmos gentilmente para no ser descubierta.

Suspiró intentando tranquilizarse. Esta era una decisión que había tomado ella egoístamente, algo que debía hacer por sí misma. El nerviosismo la molestaba, pero debía hacerlo así, no quería que Shion interfiriera. Por fin una grieta de cosmos se abrió a sus pies, la tragó, y Sasha se encontró a sí misma aterrizando gentilmente frente a la entrada del palacio de Hades en el inframundo.

El esfuerzo la agotó, solo había conseguido realizar el viaje por la debilidad del inframundo tras la guerra, y tras consumir casi la totalidad de su cosmos. Y sin embargo, Sasha dudaba que su viaje al inframundo pudiera ser tan sencillo, y no estaba equivocada. Hades, el verdadero Hades, estaba al tanto de que ella vendría a verlo. Sasha lo supo cuando dos escoltas se presentaron ante ella frente a las puertas del templo.

Uno de los escoltas se hizo a un lado para que ella pudiera pasar, y Sasha, con un levemente movimiento de cabeza, asintió, y se fue siguiendo a los dos soldados que la escoltaron por un gran corredor oscuro que contenía estatuas de diferentes reencarnaciones de Hades, e inclusive, la de su hermano Alone que era la reencarnación de Hades más reciente. Pero eso no mejoró el humor de Sasha. Las columnas del recinto, estaban adornadas con una extensa cantidad de cabezas de gorgonas. La panorámica aterraba a Sasha, no todas las cabezas eran cabezas de gorgonas, algunas eran humanas, y estaban petrificadas con rostros envueltos en sufrimiento. Sasha cerró los ojos, pidiendo el descanso de esas almas.

Por fin llegaron hasta una gran puerta negra. Los soldados le abrieron la puerta, y dentro se encontraba el trono de Hades, pero no era Hades quien se sentaba en el trono. En su ausencia, era Pandora quien gobernaba. Aquello molestó a Sasha, quién jamás creyó que la vería nuevamente.

Pandora le sonrió con sensualidad al volver a ver a Sasha. Aquello hizo que la reencarnación de Atenea frunciera el ceño. Alzó el cuello, sacó el pecho, y le demostró a Pandora que no se dejaría intimidar. Sin embargo su valor no le duró mucho. Detrás del trono, unas puertas negras se abrieron, y de su interior salió uno de los tres grandes dioses de la trinidad, Hades, el señor del inframundo en su cuerpo original y sin ser controlado por la influencia de Alone.

—Querida sobrina —comenzó el soberano del inframundo, aparentemente con alegría, lo que confundía a Sasha aún más—. Pero qué grata sorpresa es el volver a verte. Aunque no ha pasado más de un año desde la última vez en que nos vimos, en aquel entonces estaba un poco… fuera de mí mismo… —sonrió Hades malignamente. Sasha lo miro impasible y sin decir nada—. Sé a qué has venido. Deseas negociar por las almas de tus caballeros dorados. Hay un alma en especial entre ellos, ¿verdad? Sagitario creo… —y Sasha titubeó—. ¿Será acaso esta el alma que más añoras? —se burló Hades, y abrió su mano derecha. En esta se reflejó una luz dorada ante la que Sasha gimió de dolor. Era un resplandor inconfundible, era el alma de Sísifo. Sasha reconocía esa calidez que el albergaba, los ojos de la diosa se llenaron de lágrimas.

—Sísifo… —fue lo único que ella logró decir mientras sus ojos se ahogaban en lágrimas que amenazaban con ser derramadas.

Hades cerró su mano, movió la mano para que Pandora se apartara de su trono, y se posó frente a Sasha. Hades sentía repudio por Atenea desde la era mitológica. Pero una parte de él amaba a su sobrina, por lo que se atrevió a sentir compasión por ella. Sasha había luchado en la guerra mayormente en contra de Alone, así que Hades encontraba pocas razones para sentir repudio por la actual encarnación.

—Te estuve observando desde el cuerpo de Alone, mi querida Athena —comenzó Hades nuevamente—. Sé que nos hemos odiados por miles de años… pero una parte de mí aún te ve como a mi querida sobrina. Y en estos momentos no poseo ejército, y tú no posees el tuyo. Combatir solo nos llevaría a la muerte de ambos. Es por esto, que he decidido que sellemos una tregua en esta era. Y como acto de buena fe, te concederé la felicidad que deseas —terminó Hades con una sonrisa, que Sasha no podía definir si era falsa o no.

—¿Cómo puedo creerte después del daño que le has hecho a la humanidad? —preguntó Sasha—. Quisiera confiar en tu palabra, pero no puedo, querido tío —Hades simplemente la miró y suspiró. Hades bajó las escaleras de su trono, y se paró frente a Sasha.

—Sé que no me crees. Pero en esta era no somos enemigos —le explicó—. Harías bien en aceptar mis cortesías, no sea que me arrepienta, sobrina mía—. Si no me crees, te daré razones para hacerlo. ¿Qué te parece por ejemplo, devolverte a tus caballeros dorados? A todos los que perdiste, incluso reconstruiré sus cuerpos a que sean idénticos a los que enterraste en el Santuario —la noticia estremeció el corazón de Sasha, pero Hades, a pesar de ceder, no era del todo benévolo—. Sin embargo… Sagitario… —comenzó—. Su cuerpo, será diferente.

—¿El cuerpo de Sísifo? —preguntó Sasha—. ¿Qué… qué planeas hacer con el cuerpo de Sísifo? ¿Por qué no lo reconstruirías? —preguntó.

—Busco la paz en esta generación… no una completa reconciliación… —fue la respuesta de Hades—. Sé que lo amas y que no pudiste decírselo, y sé que sueñas con él todas las noche. Hypnos, aunque sellado, aún se comunica conmigo a través del cosmos —y Sasha se estremeció, y Hades le sonrió—. Habrá paz en esta era, pero a cambio, por el alma de Sagitario te exigiré tu virginidad, Atenea —le ordenó.

Sasha abrió los ojos asombrada al escuchar la palabra virginidad, ella jamás creyó que su tío le hablaría de ese tema. La verdad jamás pensó que estuviera interesado en su pureza, y no entendía las razones de semejante petición. Hades por su parte, se limitó a sonreírle con malicia.

—¿Te has asombrado? —preguntó, y Sasha asintió—. He visto los deseos más profundos de tu corazón. Sé que desde hace tiempo sueñas que Sagitario te desposa, y que eras feliz a su lado. Son sueños repugnantes, pero no es nada que no pueda cumplirse. Como caballero, es uno de los mortales más esplendidos, me atrevería a decir que es digno de ser dueño del corazón de la diosa Atenea. Por esa razón, hagamos un trato Sasha. ¿Aceptarás todos los términos? —sentenció Hades, y Sasha lo miró asombrada, pero después de unos minutos, asintió.

—Aceptaré todo lo que me pidas, siempre y cuando sea un intercambio justo —aceptó la oferta Sasha, y Hades asintió mientras le sonreía con malicia.

—No será nada del otro mundo, claro —le aseguró Hades—. Este es el trato: tienes un plazo aproximadamente de tres meses para que Sagitario te desvirgue y quedes embarazada de él —la mención sobresaltó el corazón de Sasha—. Si en ese plazo de tres meses no hubo por lo menos un encuentro sexual entre ustedes dos, él morirá en el último día del tercer me. Pero si logras esto, el vivirá la vida que se le negó en nuestra guerra. Parece un trato sencillo, ¿no te parece? —preguntó el dios del inframundo a Sasha, que al principio se mostró asombrada, pues la virginidad que ella se había estado guardando por años.

—Quizás… —respondió ella sobresaltada, y asintió al final—. Si es solamente por mi pureza… no me parece un sacrificio inaceptable… probablemente solo incomodo… admitió.

—Es más inaceptable de lo que crees… —se susurró Hades a sí mismo—. Hay algo más… —y Sasha comenzó a preocuparse—. No debe ser únicamente un encuentro de placer. Debe ser un encuentro en el que sus corazones se acepten mutuamente.

—No lo aceptaría de cualquier otra manera —aseguró Sasha—. Atenea… se ha mantenido por siempre virgen… pero yo lo amo, y estoy dispuesta a hacer ese sacrificio por él… le entregaré lo más preciado de Atenea… así como él me entregó su vida. Acepto los términos.

—Entonces, esta misma noche tus santos regresaran a la vida. Inclusive Sagitario —Sasha asintió—. El tiempo corre, querida sobrina… ve pensando el cómo harás para seducirlo —Hades entonces pidió a sus lacallos que trajeran las almas de los diez caballeros dorados caídos.

Sasha al ver sus almas ella lloró de felicidad. Los vería de nuevo, les daría la segunda de oportunidad de vida, una segunda oportunidad para ser felices. Pero tendría que afrontar duras pruebas con Sísifo, y tendría que contarle a Shion sobre el precio de hacer un trato con Hades. Seguramente, Shion no estaría feliz por semejante trato. Pero este ya estaba hecho. Sasha reverenció, y comenzó a retirarse. Pero antes de que saliera, Hades se dio la vuelta y la detuvo.

—Sobrina —comenzó, y Sasha se estremeció—. Solo por esta era… démonos la oportunidad de olvidar todo el daño que nos hemos dado el uno al otro… —comenzó—. Solo por esta era. Permíteme verte feliz. Aun me queda algo de bondad para ti. Dile a tu Patriarca que si Hades puede ser comprensivo, ¿por qué no el Patriarca del Santuario? Sé egoísta, por una vez en tu vida… —terminó Hades, y Sasha notó que se veía extrañamente sincero.

Sasha no pudo soportarlo más. Le agradeció a su tío por lo que estaba haciendo, despidiéndose de él con un gentil abrazo, no exento de todo miedo, pero sí lleno con un cariño que por miles de años se negaron el uno al otro. Tras el abrazo, Sasha se retiró, ansiosa de volver a ver a sus caballeros. Pandora por su parte, se mostró sumamente molesta por la bondad de su señor que jamás creyó que le volvería a dirigir a Atenea. Hades notó su descontento, e interfirió con autoridad antes de que a Pandora se le ocurriera alguna tontería.

—No interfieras en esto, Pandora —le ordenó Hades—. Solo es por una era… por una vez quisiera volver a sentirme como el tío bondadoso de mi sobrina favorita. Ya nos hemos lastimado lo suficiente en esta era. Si interfieres… no dudaré en reprenderte severamente —terminó.

Pandora simplemente tuvo que asentir con evidente molestia. Y sin embargo, no pretendía quedarse de brazos cruzados. Ya planearía algo para esos dos a espaldas del dios del inframundo. Pero tendría que pasar antes un tiempo. Movería sus hilos solamente cuando el momento fuera el adecuado. Con esta idea en mente, Pandora se retiró, y Hades suspiró. Presentía que su sobrina tendría que enfrentar muy duras pruebas, para ganar el amor de Sagitario.