Disclaimer: The Hunger Games no me pertenece en absoluto. The Hunger Games le pertenece a Suzanne Collins. ¡Gracias por tanto, Suzanne!

Aclaración: No soy escritora. No soy profesional. No tengo experiencia. Solamente soy una persona que deja volar mundos alternos, What if… y demás cosas.

Summary: AU. Sabía que debía agradecerle al hijo del panadero por haber salvado mi vida y cuando lo hice nunca hubiera imaginado que nuestra amistad sería fruto de dos hogazas de pan. Sin embargo, ambos somos Tributos del Distrito 12 de los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre, y ahora comienzo a arrepentirme de haberme permitido conocerlo antes. No puedo matar a mi mejor amigo.


Prólogo: 4 años antes.

Veo como una hogaza de pan cae a centímetros de mí. No sé si estoy delirando por ello, pero deseo que no sea una treta de mi imaginación y que el hijo del panadero esté a metros de distancia con el restante pan en su mano. Entonces lo tira a mi dirección. Miro al suelo y se encuentran dos hogazas perfectas, aunque quemadas. Es todo lo que necesito. Sin embargo, por un instante, considero dejarlas ahí. No quiero deberle nada a alguien que no conozco.

La imagen de Prim muriendo de hambre impacta mi mente.

Prim.

Mi pequeña Prim, muriéndose de hambre.

Miles de personas en el Distrito 12 mueren diariamente. Morir de hambre en la Veta —la zona más pobre de mi Distrito— es tan normal como el día y la noche. Normalmente, la gente trabaja en las minas pero la paga por ello apenas alcanza para vivir unos cuantos días. Las familias de gran tamaño no consiguen ahorrar por ello y los cadáveres debido a la inanición son tan comunes para nosotros que logramos ignorarlo. Sin embargo, la visión de Prim muriendo de forma dolorosa a causa de una vida que no hemos elegido logra que con las últimas fuerzas que tengo agarre el pan y vuelva a casa a la carrera. Ni siquiera puedo agradecerle al niño porque desapareció antes de que pudiera reaccionar.

Cuando llego a casa, Prim está acostada en nuestra cama respirando levemente con la mirada perdida. Sus ojos vacíos y sus mejillas hundidas hacen que solamente me apresure en cortar las partes quemadas del pan. La llamo y ella al notar lo que llevo en las manos viene corriendo hacia a mí, pensando que seguramente es un delirio. Su andar es vago y rápido a la vez, mayormente motivado por el hambre.

Quiere comer inmediatamente, pero se lo prohíbo. La siento en una silla cercana a la mesa y ella sigue cada uno de mis movimientos con la mirada: el cómo preparo el té y el cómo corto en rodajas el pan. Luego voy en busca de mi madre, quien al principio se resiste para no salir de la cama otorgándome su indiferencia, pero la obligo y finalmente se sienta junto a nosotras.

Tratamos de comer con calma, sabiendo que si lo hacemos apresuradamente, lo devolveríamos. El pan con pasas y nueces es delicioso así que utilizo toda mi fuerza de voluntad para no comérmelo de un solo bocado. Nadie habla, estamos poniendo atención solamente al hecho de que por hoy, nos salvamos. Sobrevivimos otro día, ¿pero y mañana? Decido guardar la otra hogaza, sabiendo que no durará para siempre.

Una vez que terminamos nos vamos a dormir. Dejo mi ropa mojada cerca de la chimenea y me dejo llevar por el sueño con el estómago lleno por primera vez desde hace mucho tiempo. Prim, no pregunta de dónde saqué la comida y le doy gracias mentalmente por ello porque no sabría como explicarle. No puedo explicarle algo que no entiendo.

Antes de dormir pienso en ese chico. Sé que va a mi misma clase, lo he visto. No sé su nombre porque siempre lo consideré irrelevante. Solamente sé que es un chico con muchos amigos, bien alimentado seguramente por tener padres dueños de una panadería, y también que no es de la Veta, por supuesto, porque nos caracterizamos por ojos grisáceos, piel olivácea y cabello oscuro.

Mi madre y Prim tienen los ojos color azul y cabello rubio. Iguales al hijo del panadero. Iguales a los comerciantes.

Me duermo preguntándome cómo se llamará.


Le debo mi vida al hijo del panadero.

Recién durante la mañana puedo ver el verdadero significado de ello.

Anoche estaba tan hambrienta que lo único en lo que podía pensar era en las hogazas de pan, pero ahora estoy en mis cincos sentidos.

Le debo la vida de Prim, también.

Me pregunto si su lástima hacia mí fue tanta que no soporto verme esquelética. O si amaba tanto su manzano como para ver como era manchado con mi cuerpo y mi muerte inminente. De un modo u otro, el resultado es el mismo: estoy viva un día más. Me regaló una oportunidad.

Prim, a mi lado, se remueve y suelta un suspiro. Ha tenido un sueño tranquilo, ayer cenó hasta quedar satisfecha pero sé que cuando se despierte va a querer comer el resto de pan. Lo que me devuelve a la realidad sobre qué tengo que hacer con el niño de ojos azules y cabello rubio.

Saber que tuve su lastima por un momento me llena de vergüenza y humillación. El percatarme de que estuve a punto de morir en su patio trasero produce un calor en mis mejillas. No lo quiero ver. ¿Con qué cara podría hacerlo? Le tengo que agradecer, eso lo tengo claro. No puedo quedarme callada. Los panes, en el Distrito, son de gran valor. Una suma a la que nunca podría llegar, porque mi prioridad es Prim y si llego a tener dinero voy a utilizarlo para alimentarla a ella y no al niño rubio. Pero, también el dejar el asunto inconcluso me hace hervir de impotencia por mi poca capacidad para acercarme a la gente. No tengo amigos en mi clase, y nunca fui buena para socializar con la gente; más nunca pensé que sería un problema hasta el día de hoy.

El sol comienza a iluminar nuestra habitación y sé que debo levantarme. No estoy cansada, así que hacerlo no me supone ningún esfuerzo. Por primera vez en meses tuve el sueño tranquilo.

Cuando caliento el agua para un té de hierbas, Prim ya está a mi lado cortando el pan en pequeñas rodajas y de forma pausada y lenta, como si aún no pudiera creer que la primera comida real en días esté ahí y no en su imaginación.

Comemos parte del pan durante el desayuno. Cuando llegamos a la escuela trato de encontrar al chico pero no lo logro. Supongo que lo veré luego, y así pasa; no obstante me impresiono al notar que su cara está golpeada. El día anterior le había visto una marca rojiza en la mejilla pero parece que ha empeorado, porque ahora su ojo está morado. En ese momento me doy cuenta que su madre no solamente es una bruja con las personas fuera de su círculo familiar, sino que también lo es con sus hijos.

Eso me sorprende. Mis padres nunca me levantaron la mano. Ni menos a Prim.

El chico evita mi mirada durante todo el día o eso supongo, porque no lo he visto mirarme ni una vez. Igualmente, no tendría por qué interesarme, no tiene razón alguna para mirarme pero la duda está latente en mi cabeza, ¿quemó el pan a propósito? ¿Y si así fue, por qué lo hizo? Estoy segura que no me conoce, quizás me haya visto. Me atrevo a decir que nunca hemos estado cerca, y yo recién reparo en su existencia.

También está la duda. ¿Qué padre pone a trabajar a su hijo de doce años en una panadería con el peligro presente? Considero la opción sobre que quemó el pan por accidente, es probable. Después de todo, los accidentes ocurren.

Esa alternativa alivia mi cabeza.

Aun así, no puedo quitarle los ojos de encima y eso me fastidia.

Cuando busco a Prim, ella me recibe con un efusivo abrazo y toma mi mano, un hábito común en nosotras. Caminamos entre todos los niños para ir a casa, en donde nos espera el resto del pan. Mi último pensamiento hace voltearme para ver al niño rubio. Me petrifico, no pensaba que estaría mirándome. Pero lo está haciendo y siento que mi cara está caliente. Miro al piso instintivamente por la vergüenza como si de esa forma no pudiera quemarme con la sangre que recorren mis venas. Miro con curiosidad el diente de león que está a unos centímetros de mis zapatos y me agacho para arrancarlo del suelo.

No me pasa desapercibido que el clima y el tiempo no es el adecuado para un diente de león. Parece ser el primero de la temporada…

Y me recuerda a los días del bosque con mi padre.

Antes de que muriera mi padre en un accidente de minas, me llevaba a recorrer el bosque. Está prohibido pisar cualquier perímetro fuera del Distrito 12 y violar esa ley es considerado un delito que se paga con la muerte, pero éramos pobres —menos que ahora, por lo menos— y el dinero no nos alcanzaba. Nunca supe cómo se animó a cruzar la cerca eléctrica y nunca le pregunté si él había sido el primero. ¿Quién le enseñó a cazar? ¿A reconocer las plantas? ¿Lo hizo solo? ¿Alguien lo ayudó? Mi pecho siente un cosquilleo desalentador cuando me percato de que nunca tendré respuestas totalmente acertadas a mis dudas. En mi niñez, decidió que ya tenía edad para ir al bosque para acompañarlo. Y luego de unos meses, me enseñó su supervivencia básica.

Entonces, por primera vez en mucho tiempo, me dejo llevar por las memorias que tengo junto a él. Cuando nadábamos en el lago, cuando cantábamos, cuando él me enseñó a usar el arco, la primera vez que cazamos juntos… y las siguientes.

Una epifanía me corta la respiración. Me petrifico. Eso es. No olvidé en donde están las herramientas de caza, y aunque suene muy peligroso, sé lo que voy a hacer. La única manera para alimentar a mi madre y a mi Prim.

Vuelvo a mi casa más animada.


—¿Qué es eso, Katniss? —pregunta Prim, viendo sobre mi hombro.

El gran libro está frente la chimenea. El fuego ilumina las páginas y me da calor.

Encontrarlo no fue muy complicado.

Mi madre nunca ha tocado ningún objeto de mi padre una vez que murió. Es como si quisiera aferrarse de los recuerdos mediante ellos. Tal vez, cree que si algún día se desprende de éstos le estará diciendo adiós a la, quizás, época más feliz de su vida. Me gusta creer a veces que es así y no porque no se levanta de su cama ni para alimentarse. De cualquier modo, el libro es muy importante. No habría forma de tirarlo.

Dejo de leer para ver como Prim se sienta a mi lado. Abro la manta que cubre mi cuerpo y dejo que se acurruque a mi lado. La calidez de Prim me pacifica.

Le explico lo que es, de quién es, y para qué nos servirá.

Sus ojos brillan, sé que ella ve esperanza. Tanto como yo la veo.

Nos quedamos leyendo la información que contiene cada una de las plantas y memorizando los bocetos detalladamente.


En la escuela veo al chico rubio, una vez más. Quiero acercarme a darle las gracias, sabiendo que ni así podré pagar mi deuda, es lo correcto pero no me atrevo. El día pasa, y cuando llega la tarde, tomo la chaqueta de caza de mi padre y me dispongo a ir a la pradera.

Mi principal objetivo es observar el lugar.

La pradera está cerca de mi casa. Cerca de la Veta; pero aun así, está demasiado alejado de las personas. Nunca supe si la pradera era un lugar prohibido, dado que nunca hay personas en el lugar, seguramente el miedo es tan palpable que no quieren comentar ningún error o tal vez, no saben reconocer las plantas tanto como mi padre y mi madre. De cualquier modo, nadie vería si salgo por el alambrado del Distrito. Y tal vez, si lo hacen, no dirían nada.

Mi madre, antes de conocer a mi padre, se dedicaba al negocio de las medicinas en la zona comercial del Distrito 12. Por ese motivo, tiene los ojos azules y cabello rubio que solo desentona con el cabello oscuro y ojos grises de los habitantes de la Veta. Luego de fugarse con mi padre e instalarse en la zona más pobre del Distrito se dedicó a tener un pequeño consultorio que aliviaba quemaduras, dolores musculares y migrañas; dolores de estómago, de hígado. Con el tiempo, los casos aumentaban su gravedad.

Pero luego del accidente de mina, solamente se dedicó a acostarse en su cama y dejarse morir…

Y dejarnos morir.

Una ola de odio me embarga, sin creer aún que estuvimos tan cerca de la muerte porque ella no puede salir de ese pozo en el que se metió ella misma. No puedo dejar de sentir la aberración al posible hecho de la muerte de Prim. Sola, y acompañada al mismo tiempo por un cuerpo inerte que no se preocupa por ella. La sola idea me produce escalofríos.

Sin alejarme demasiado de la zona segura recolecto unas pocas plantas que reconozco del libro de mi padre. No es suficiente, pero alcanza para hacer unas ensaladas o brebajes de hierbas para saciar el hambre. La pradera tiene ese ligero olor a humedad y siento el glop de mis botas al pisar el barro por los anteriores días lluviosos. El tiempo es desfavorable y aunque la primavera se acerca todavía se siente el frio que dejó la temporada del invierno.

Cuando me enrollo en mis sábanas durante la noche, mi mente trabaja a mil por hora. Decido que mañana trataré de nuevo, dado que no me sorprende no haber conseguido mucho hoy. Y nuevamente, antes de dejarme llevar por el sueño, el niño se cuela entre mis pensamientos.


—Me gustaría acompañarte.

Prim detiene mi paso cuando me agarra de la tela de la chaqueta de mi padre. Veo en sus ojos decisión.

—Creo que podría ser peligroso.

—No lo es. Me lo dijeron —murmura mientras me toma de la mano para ir hacia la pradera.

No me sorprende. Prim tiene un lado sumamente social, un lado que yo nunca tuve y nunca voy a tener. Es amable y considerada. No es malhumorada como yo. Es demasiado humana para esta vida. Es un ángel. Y todos la aman.

Caminamos durante unos minutos. El suelo todavía está húmedo pero ya no hace ese horrible sonido que producía unos días atrás. El tiempo ha cambiado, al mismo tiempo que mi humor y mi suerte. Como si supiera el giro que ha dado mi vida, y la oportunidad que me dio el hijo del panadero. El sol brilla en lo alto.

—¡Katniss! —exclama mi hermana— ¡Es tan hermoso!

Según yo, no lo es. Es un descampado con pasto seco y pocos árboles que apenas están vivos. Muchos arbustos que contienen insectos que pueden matar en un segundo. Es esperanzador y desesperanzador al mismo tiempo para mí. Pero no hay grandes vistas en el Distrito 12 y Prim apenas recuerda el lugar, así que no le refuto lo equivocada que está.

Corre hacia un árbol y su faldita de volantes se mueve el compás de sus pies. No es la ropa apropiada para el lugar, pero se ha invitado así misma y yo no podía esperar a que se cambiara de atuendo. Su ropa le queda holgada debido a que es mía y yo apenas la usaba hasta hace dos años. Su blusa se ha salido por detrás.

—No te vayas a caer, patito.


En la escuela, reflexiono sobre la importancia de dar mi agradecimiento al hijo del panadero. Es notorio que simplemente no le puedo sacar los ojos encima porque siento una carga en mi espalda del que tengo que deshacerme. Para la desgracia de mi consciencia parece no despegarse de sus amigos y soy muy cobarde para acercarme estando ellos presentes.

Luego de buscar a Prim, vamos a la vidriera de la panadería. A ella le encanta ver los pasteles decorados y las galletas en formas extrañas, así que trato de llevarla una vez a la semana para que se entretenga. No me agrada la idea de ir, por otro lado. Nunca podríamos comprar algo de ahí, los precios no son altos, pero nosotras no tenemos dinero con que pagar, ni un objeto para un trueque; no quiero que se ilusione con poseer algo que nunca va a tener.

Me aterra encontrarme con el niño también.

Cuando nos vamos, la puerta se abre. Me asusto, pensando que seguramente sería la bruja para echarnos a patadas por ahuyentar a los clientes. Por acto reflejo aprieto la mano de Prim pero me relajo cuando me doy cuenta que es el panadero, que trae una bandeja de galletas y nos mira con una sonrisa. Yo en cambio, alzo una ceja, a la defensiva.

Conversa con Prim un rato, y yo me limito a escuchar. No quiero participar en la conversación porque no tengo la habilidad para ser amistosa al contrario de Prim, pero igualmente me sorprendo cuando el señor nos ofrece una galleta. Veo como a mi hermana se le encienden los ojos de la ilusión y no puedo impedirle que tome una. Aunque yo no la acepto, más por orgullo que por otra cosa.

Me pongo resistente cuando nos invita a pasar. No le encuentro el sentido, no tendríamos que hablar con él tampoco, pero no es la primera vez que Prim y él conversan, ni la primera que la invita a pasar. Yo me limito a esperarla afuera, porque generalmente, el panadero le pide opinión sobre algún pastel que está dentro de la tienda. Sin embargo, esta vez, mi hermana —que no me soltó la mano— me conduce hacia adentro, ignorando mi mala cara.

Me quedo cerca de la puerta, deseando que la bruja no llegue sorpresivamente para lanzarnos fuego por la boca por estar ahí si no vamos a comprar nada. El panadero y Prim se quedan cerca de la mesa, al otro extremo de la habitación, en donde se encuentra la caja registradora, más pasteles, panes y un enorme libro con fotografías que seguramente deben contener diseños.

Entonces, siento como alguien abre la puerta y en consecuencia me golpea la espalda. No es un golpe fuerte, pero si lo siento para generar una mueca de dolor y de exasperación. Veo al causante de mi golpe y siento que no puedo respirar.

El hijo del panadero me mira avergonzado y totalmente ruborizado. Yo también me ruborizo, y sé que mi cara muestra sorpresa. Murmura una débil disculpa y su padre grita su nombre con alegría.

Peeta.

Se llama así, y lo considero un nombre curioso.

Me siento bastante incómoda con su presencia, así que le digo a Prim que es hora de irnos, ella se queja momentáneamente pero luego agarra mi mano y la llevo hasta la salida.

Cuando estamos a unos metros lejos de la panadería escucho que alguien corre detrás de mí, pero no le hago caso hasta que siento que me tocan tímidamente el hombro. Es el niño de nuevo. Peeta. Y en su mano tiene una bolsa de galletas. Me frustro cuando me las ofrece. No quiero deberle nada más, y me molesta que me vea como una niñita desamparada que necesita comida, que a pesar de que aunque no lo admita, es cierto. Estoy a punto de darme vuelta para ignorarlo y seguir con mi camino, pero él me explica tímidamente que su padre le pidió que nos la diera, y sin poder negarme, dejo que Prim las tome.

—Gracias —susurro avergonzada.

—De nada, Katniss.

Eso me sorprende. Y la creencia de que no sabía mi nombre cae a pique. Tomo valor para pronunciar las próximas palabras, porque sé que si no es en ese momento, no lo será nunca.

—Gracias por todo —tartamudeo mientras miro el piso—. Por los panes, me refiero.

Gracias por darme esperanza, quiero añadir pero no lo hago.


Peeta Mellark no me ha vuelto a dirigir la palabra. Y me alegro por ello.

Nuestra pequeña conversación fue muy incómoda para mí, y no quiero volver a revivirla. Aunque sé que es buen chico, no es mi tipode gente. De hecho, creo que ninguna persona es adecuada para mí. Soy demasiado cerrada para mostrarme amable, y lo supe cuando traté con Peeta Mellark.

Cuando su padre nos regaló las galletas a Prim y a mí.

Esto es lo que sé de Peeta Mellark: se llama Peeta Mellark, tiene mi edad y decora los pasteles de la panadería de su padre. Es más que suficiente para mí.

—Mejoro con el tiempo —dijo mientras miraba al suelo.

—Ah —comenté.

No soy buena conversando y creo que él se percato al segundo de ello. Así que no me ha vuelto a dirigir la palabra.

Me alegro, de hecho. No sé tener amigos.

Pero no puedo quitarle los ojos de encima.

Desde hace cuatro semanas.

Estoy enojada conmigo misma.


Me detengo en la alambrada para corroborar que la cerca no está electrificada. Cruzo rápidamente cuando compruebo que no hay peligro alguno.

Desde hace dos semanas recolecto frutos y plantas silvestres fuera del perímetro del Distrito 12. Y por supuesto, no he traído a Prim. Sería muy peligroso para ella, y se rindió de ir a La Pradera cuando una abeja le picó el brazo y lloró toda la tarde del dolor. Tuve que decirle por media hora que no iba a morir por ello.

Me ha ido bien desde que voy al bosque. Aunque sé que, además de mantener un orden entre los Distritos, el alambrado sirve para alejar a las bestias salvajes de la sociedad. Tuve un susto de muerte cuando me crucé con un perro salvaje.

Trepo por un árbol para mirar el paisaje. Es mucho más hermoso que el de La Pradera. Me siento libre. Me permito olvidar en las condiciones por las que voy ahí, y qué tengo que hacer. Inhalo el aire puro y empapo mi mirada del verde musgo que tiene cada hoja de cada árbol.

Ahora el verde, para mí, tiene el significado de libertad.

Camino unos minutos con el carcaj de flechas y el arco en mi mano derecha, tratando de cazar algo. No soy tan buena como mi padre. Tuve suerte de matar a unas cuantas ardillas y ni siquiera fueron unos tiros limpios. Estoy dispuesta a mejorar, sin embargo.


—Es la chica esa —una niña me señala y no es nada disimulada—. Salió al bosque. Está loca.

Es la tercera vez que sucede y me doy cuenta de ello. Les frunzo el ceño a las dos niñas de mi clase antes de mirar hacia mi hoja.

Sabía que esto sucedería tarde o temprano, pero hubiera preferido tarde. Seguramente alguien me vio cruzando el alambrado saliendo o entrando del Distrito 12, con mi bolsa de recolección llena o vacía. Pero pensé que se limitarían a ignorarme como lo han hecho desde que mi padre falleció, más parece que eso no sucederá.

A esta altura parece que todo el mundo lo sabe. Peeta Mellark me mira después de dos meses y su mirada es la gran muestra de preocupación. Sin embargo, no soy capaz de mantener mi mirada, apenas nuestros ojos se encuentran desvío mi mirada hacia la ventana.

En el almuerzo me siento sola, de nuevo. Prim no tiene el mismo horario que el mío, por ende, no la pasamos juntas. Estoy acostumbrada a estar sola, es mucho más tranquilo y no parece que soy la única persona tímida. Una niña rubia con un vestido demasiado formal color aguamarina camina hacia mí con pasos dudosos, como si le fuera a gruñir o tirar una mesa por la cabeza. Bufo. Es la hija del Alcalde Undersee.

Me pregunta en voz baja si puede sentarse junto a mí dado que nadie le ha dejado y asiento una vez.

—Me llamo Madge… —susurra minutos después.

—Katniss —me presento de la misma forma tímida.

La actitud de Madge Undersee me sorprende. No es como el resto de los niños de la zona comercial, acostumbrados a andar en grupo dado que todos se conocen entre sí. No, Madge calla la mayoría del tiempo, pasa el tiempo a solas y casi parece culpable cuando abre su caja y saca un almuerzo sustancioso que comparte conmigo. Al principio me negué, pero luego tuve que aceptar a regañadientes porque no soportaba su mirada. Además, si quiero mantener a Prim alimentada, primero tengo que alimentarme yo. Y mejor si yo no tengo que mover un dedo para conseguir dicha comida. Aunque me hace sentir culpable.

Madge Undersee no me dirige la palabra en lo que resta del almuerzo. Pero algo me dice que se sentará conmigo mañana de nuevo.

Cuando volvemos a casa con Prim, tenemos los ojos de los habitantes de la Veta encima. Algunos nos miran con lástima, otros con enojo, unos con indiferencia. Me parece irónico que esto suceda ahora.

El hombre de las cabras —dicho apodo lo obtuvo por tener muchas cabras— me mira con los ojos abiertos y molestos.

—¡Te van a matar! —me grita.

Prim a mi lado, se sobresalta y se pega más a mí. Me enojo e ignoro al hombre, llevando a mi hermana a casa casi corriendo.


—Hola Katniss.

La voz de Peeta Mellark me sobresalta. No esperaba escucharlo. De hecho, no esperaba encontrármelo ahí.

La Pradera es verde. El invierno parece irse lentamente, como mis malos sueños —aunque éstos siempre regresan— y el tiempo me sonríe. El suelo está cubierto de pasto, pero levemente, debido a las inundaciones de lluvia. Los arbustos nunca han parecido menos peligrosos que ahora.

Su presencia me preocupa. Nunca ha estado tan cerca voluntariamente y no puedo evitar fruncirle el ceño cuando se sienta al lado mío. Me hubiera gustado que por lo menos preguntara sí podía…

Aunque la Pradera no es de mi propiedad. Pero podría irme rápidamente dejando en claro que no tengo intención de conversar con él.

Son las primeras palabras que me da luego de dos meses. Pensé que ciertamente sus atenciones hacía mí como los panes y las galletas no eran más que muestras de lástima y con mi gracias estaría más que saldada la deuda. Parece que no.

Pero viéndolo de esa forma, por supuesto que querrá pedirme algo a cambio por sus favores.

Evito su mirada como si sus ojos me envenenasen. Se remueve incómodo durante un minuto y yo me pregunto qué está esperando, hasta que me doy cuenta de que nunca le he devuelto el saludo.

—Hola —murmuro.

—¿Lindo día, eh? —pregunta con una sonrisa nerviosa.

No le devuelvo el gesto, sin embargo. Me encuentro totalmente molesta. ¿Hizo un recorrido hasta aquí para hablar sobre el clima? Estoy segura que Peeta Mellark nunca ha visitado este lugar y sé que su madre lo retará si se entera que estuvo demasiado cerca de la Veta. No puedo entender la razón de su presencia.

Una voz en mi mente me dice suavemente que él no esperaba encontrarme aquí. Que mi presencia también lo tomó por sorpresa y seguramente le ha decepcionado que yo haya estropeado sus planes de soledad y tranquilidad.

—Sí… —digo levantándome del suelo—. Tengo que ir a buscar a Prim —miento.

Pero cuando estoy a punto de darme la vuelta para ir hacia mi casa su mano aprieta la mía con demasiada fuerza.

—¿Qué haces? —pregunto tratando de soltarme y él lo comprende. Libera mis dedos rápidamente, como si temiese que yo fuera a golpearlo o insultarlo.

Frunzo el ceño. No estoy acostumbrada a que me toquen directamente. Me incomoda. Y más si es el hijo del panadero, con el cual no tengo ninguna relación amistosa. Pero el que se alejara de mí con miedo me hace sentir como una roca maldita sin sentimientos. Esa reacción golpea mi pecho y me muestro dolida.

—Lo… lo siento. Yo… q-quería hablar con-contigo —responde.

Me siento lentamente a su lado de nuevo tratando de emendar mi error. Por alguna razón, el pensamiento de que Peeta Mellark me considere un monstruo me parece insoportable.

—¿Sobre qué?

Sus ojos revolotean por la zona, como buscando algo o alguien y como si esperara no encontrarlo. Sus ojos de profundo azul están asustados, preocupados y me da una mirada rápida que me incomoda aún más. Con cuidado, se aproxima más a mí y tengo que usar toda mi fuerza de voluntad para no alejarme e irme corriendo. Su expresión me mantiene petrificada en el suelo. Él nunca podría fingir algo así, lo que quiere decirme es importante. No hay dudas.

Su labio tiembla levemente y lanza un suspiro cuando me penetra con la mirada. No soporto que él esté estudiándome y fijándose de cada movimiento que maniobro.

Quiero que hable para así poder irme.

—Debes dejar de hacerlo —susurra tan bajo que creo que no le he escuchado bien.

—¿Qué? —le pregunto, confundida.

—Debes dejar de hacerlo, Katniss —susurra claramente y luego mira temerosamente la cerca electrificada que está a unos metros de distancia. De pronto entiendo lo que quiere decirme—. Mi padre y yo… hemos hablado. Será difícil, pero no será ne-necesario que tengas que hacer esto —lanza una mirada al bosque—. Yo… Nosotros podemos ayu…

—¡¿Qué?! —repito.

Estoy furiosa.

Estoy furiosa con él. ¿Quién se ha creído? No puede meterse en mis asuntos.

Él sabe que he escuchado bien y que mi pregunta ha sido más retórica que otra cosa. Comprende que estoy echando prácticamente fuego por los ojos pero no se retracta. Y yo quiero golpearlo. No puedo creer que hace unos minutos me apenaba que me viera como alguien sin corazón, ahora quiero insultarlo como él me ha insultado a mí.

—No necesitamos tu lástima —siseo entre dientes.

—No es lástima, Katniss —responde él claramente ofendido. Eso me ofende aún más. ¡Yo tendría que ofenderme!—. Es ayuda. Es preocupación.

—No necesito ayuda.

En parte es verdad. La caza va muy bien. Prim está satisfecha, mi madre está satisfecha. Yo lo estoy. No necesito que nadie me ayude. ¿De qué manera me ayudaría? ¿Me regalaría panes? ¿Me los entregaría y luego cuando tuviera dinero tendría que pagarle? "Puedes pagarnos cuando quieras…" No. No puedo permitirme eso. Sería mucha deuda. Mi cabeza no estaría en paz.

—Nosotros te daríamos algo de comida —la voz de Peeta Mellark raramente se convierte en eco de mis pensamientos.

—No —susurro sintiendo mi cara roja por la ira.

—Es peligroso Katniss… te matarán —me contradice y creo que hay una nota de desesperación en su voz.

No lo harán. ¿Y si lo hacen por qué él no puede dejar las cosas como están?

La voz del hombre de las cabras cobra tanto sentido ahora…

—Los Agentes de la Paz podrían encontrarte —parece un vómito de palabras, habla frenéticamente como si sus pensamientos brotaran por cada segundo y viajaran a su boca sin poder contenerse—. Es muy peligroso, no puedes arriesgarte a esto. Te ayudaremos. Mi padre dice que no hay problema. Los rumores corren por todo el Distrito, solo haría falta que te atraparan haciéndolo. Te matarán.

Intenta contagiarme de su miedo, pero lo único que logra es transmitirme su desesperación.

—No me atraparán. Soy cuidadosa. Puedo cuidarme sola.

—También están los peligros del bosque —ante eso me quedo quieta y él entiende que tiene razón—. Hay criaturas, son peligrosas. Yo no puedo permitirlo… no permitiré que vayas.

No sentía ese calor protector desde la muerte de mi padre. Pero veo como lentamente recorre mi cuerpo y que éste proviene de Peeta Mellark. Su preocupación extrañamente tiene un efecto tranquilizador en mí.

Antes del accidente de las minas yo no tenía que jugar un rol importante en mi familia. Yo no tenía que arriesgar mi vida para alimentarlos. Yo no tenía obligaciones que estaban rozando a la muerte, pero ahora este es mi papel. Tengo a dos personas a quién mantener vivas además de mí. No puedo rehuir a él porque es mi obligación. Tuve que sufrir un cambio drástico que no me dejó en el mismo lugar. De pronto, yo era la persona que tenía que mantener a flote a mi madre y a Prim. Yo tenía que preocuparme por ellas. ¿Alguien se preocupaba por mí?

Peeta Mellark me mira preocupado ahora. Me mira preocupado desde hace dos meses.

Pero algo me dice que no será suficiente ahora.

—Lo siento, Peeta Mellark —digo formalmente tratando de reunir mi dignidad para irme—. Pero no puedo hacerlo. No puedo dejarte la carga de mis deberes. Tampoco a tu padre. Estaré bien. Solamente te han llenado la cabeza con mentiras. El bosque no es más peligroso que el Distrito —trato de demostrar que mi mirada es pura convicción—. Es más, beneficia. No voy a dejar de ir. Lo siento.

Me levanto lentamente y esta vez él no me impide irme. Camino lentamente, sintiendo que ese calor se desprende de mí dolorosamente. Extraño la sensación tan rápido que me asusta.

Siento la voz de Peeta Mellark llamándome y balbuceando algo sin sentido.

Corre rápidamente hacia mí y por algún momento siento que va a agarrarme de los hombros y va a zarandearme diciendo "¡Reacciona, Katniss! ¡Reacciona! ¡Es peligroso!" pero se detiene a solamente unos pocos centímetros de mí. Me quedo petrificada. Tal vez va a decirle a los Agentes de la Paz lo que hago para que me maten al instante.

Él no se atrevería.

—¿Qué dijiste? —le pregunto temerosa.

—Dije que —susurra tan rápidamente que tengo que encontrar todo tipo de concentración para no perderme las palabras— iré a cazar contigo. Te acompañaré al bosque.


Nota de Autora: Esta es una idea que ha rondado mi mente por días, semanas, ¡meses!

¿Qué hubiera pasado si Katniss y Peeta hubieran entablado amistad luego de las hogazas de pan? ¿Qué pasaría si Peeta hubiera iniciado con cazas furtivas junto a ella, para que luego se les sumara Gale?

Si es así, ¿la conexión de Katniss-Gale se vería interceptada por un tercero? ¿A Gale le caería bien Peeta? ¿Gale se enamoraría de Katniss si ya no comparten ese "tiempo" que en la historia original era tan importante para ellos?

¿Cambiarían los sentimientos de Katniss hacia nuestro adorable Peeta antes de los Juegos? ¿Mentiría sobre ellos para que puedan sobrevivir? ¿O ambos harían un plan de supervivencia?

¿Peeta, gracias a sus días en el bosque, podrá tener menos probabilidades de salir lastimado?

¿Estaría presente el triángulo amoroso poco convencional de Gale-Katniss-Peeta?

Empezó así. Y de pronto no pude controlarme. Me di cuenta que solamente una duda desata a muchas de ellas. Solo piénsenlo por un instante. Muevan una pieza en este juego y como consecuencia todas sufrirán un cambio. Sin embargo, mi intensión es mover algunas fichas para que cosas cambien. Para que sean evitadas… ¿entienden?

Pero creo que mis decisiones también traerán problemas.

¿Esto es un cliché? ¿Mi idea es muy mala? Espero que me den su opinión.

¡Saludos y gracias!

Isla Tonks.

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