Summary: La extraña vida de Sakura se desplomó en tragedia con la muerte de su mejor amigo, Sai. Luego de años tras superarlo, se encuentra de nuevo con numerosas muertes que la colisionan dejándola en un shock. Por si fuera poco desde niña presenciaba la singular forma de un ser superior a cualquier humano, y que siempre, ante cualquier circunstancia llevaba habitualmente vestimenta funeraria.
Advertencia: Mucho OoC. Sí, de acá a la China (no me cuelguen por querer escribir esto y más por la rareza de la ship, pero feels son feels, si no les da buena espina no lo lean, pero si quieren háganlo… están advertidos). Esto es un AU –un jodido AU–.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a Masashi Kishimoto.
Créditos: A la autora de la imagen: Yomi-gaeru (vayan a su tumblr, si les gusta el IndraSaku y más el MadaSaku se enamorarán de su arte)
Hay SaiSaku (friend), SasuSaku (ligerísimo) y la principal IndraSaku.
Para ambientar un poco la atmósfera, pueden buscar los siguientes temas: "Questions in a World of Blue" de Julee Cruise. Y para cuando estén terminando: "Prisonic Fairytale" y "Promise" los dos de Silent Hill 2.
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El noctámbulo viernes de 1940 una esplendorosa lluvia sacudía la pequeña ciudad de Dwienchst, condado casi olvidado por la enorme fama que brindo Chessidre en el Sur de Lousidde-Felidiphe, ofuscado por el fatídico Diario "Lost Coven", diario popular que logró extenderse exitosamente por toda Europa a fines de 1935 y que fue la única que perduró hasta los inicios de 1960, cuyo encabezado principal de "El fortuito encuentro de Chessidre con el Alcalde Sire Macuare" inundó las esquinas y alrededores del pueblucho el mismo día que Dwienchst fue nombrado como ciudad. La desgracia no acababa allí, los ciudadanos comenzaron a decaer con creces económicamente, la minoría de la salud de un extraño azar de niños enfermó contrayendo una excéntrica enfermedad cardiovascular, provocándoles la muerte a todos aquellos que no abandonaban el municipio.
El maizal crecido albergaba insectos poderosamente venenosos para la mortalidad, verde e imponente amenazaba cualquier vida inocente que se cruzase por las arrinconadas y deplorables esquinas.
Una niña de tez blanquecina examinaba sigilosa el pastizal, escondida entre un par de árboles que con sus ramificadas y crecidas crestas ásperas la ocultaban sin que se distinguiera su sombra. Ella veía el peligro de lejos, como un asesino serial invisible implacable que no tenía la menor compasión siquiera de una inocente alma joven que irradiara humanidad y amor. La "cosa" era un ser encomendado para no tener piedad.
– ¿Qué haces ahora? –Interrumpió una voz sobresaltando a la niña. Ella al voltearse, reconoció perfectamente el cabello corto y alborotado de su amigo y vecino Sai –el mocoso entrometido- le nombró ella, existía tardes insoportables que no lograba calmar y entender la fácil irritación del amigo y deteriorando la situación lo llamaba por ese sobrenombre.
Sakura lanza una turbulenta exclamación hasta suspirar de alivio en su encuentro. El aire no cambiaba su guijosa punzante de miedo, se lo podía oler y sentir en la piel. Y ella lo veía.
–Una niña como tú no debe recorrer estas zonas sin alguien mayor –siguió él reprochando.
Sakura carraspeó. Bien sabía ella a dónde iba la atípica acusación de no ir sola a menos que estés acompañado de un adulto, pero no cabía en su mente esa regla puritana e ignorante, de maravilla que absolutamente nadie que no sea mayor de dieciocho años cruzase estos límites en solitaria existencia, no obstante, que el "Paliseo" decreció en sabiduría y evolucionó infligiendo injusticia. ¿Injusticia? ¿En qué? En degradar a su género, imposibilitando a las mujeres en ser reprimidas que cualquier trabajo digno, una mujer que finalizase el secundario era, técnicamente, una empleaducha. Como su mamá, tía, abuela, prima, etcétera.
–No salgas a enseñarme de doble moral, sabes que me pudre. –Gruñó ella. En esta provocación, o ya sea todas, siempre iban en serio. Había leyes que debían ser renovadas y otras que no tenían ni tocarse. – Si tenemos que hablar de menores… ¿qué haces aquí?
La comisura de Sai se dibujó en una satisfactoria sonrisa zorruna. Apuñalando cada instante la paciencia de la pequeña.
–Es una ley muy justa, para ti. –Bromea sin detonar su sarcástico gesto y chasqueando los dedos murmuraba– No necesito de un mayor para estar seguro.
Ella se rotó con brusquedad y lo miró denotando más furia en sus jades iris, que pronto refusilaban cólera. Momentos como estos no le apetecía verlo, reprimía una inmensas ganas de golpear al niño que estaba frente de ella. En el colegio primario es un colosal calvario tolerar una mirada firme y casi-sonriente, sin tener que fruncir el ceño y gruñir cada segundo por resultado del estado bipolar de Sai, se preguntaba a veces porqué seguía siendo su amiga, apartando completamente los desmerecidos momentos que los cortos cinco años fueron de valer la pena y a seguir siendo motivo de ser su mejor amiga.
El viento siseó gritando acremente y lanzando chirridos en los pastizales, atrajo más indecorosos polvillos grisáceos, rodeando al par de niños. Los minúsculos puntitos se levantaron suavemente danzando al son de la oscuridad y la noche, yendo de un lado a otro, se deslizó con lentitud hacia la mejilla enrojecida, aún de enojo, de Sakura.
El ligero roce la estremeció asustándola. Luego como acto de reflejo se giró por todos los lugares que su vista podía otorgarle. Su propia piel no dejaba de tiritar, ese rozamiento era como si alguien quisiera entrar en contacto con ella, no de esos que quería entablar una conversación, sino como un inocente toque o eso pensaba.
Sai ignoraba aquel espectáculo de polvillos, miraba interrogante y frunciendo todo su rostro, como diciendo « ¿Qué demonios te picó ahora? ».
Sakura no apartó ni por un parpadeo la nítida fila de granitos de cenizas que se esparcían por su cercanía. Miró de soslayo a Sai, quien no se dio por enterado de la presencia que ahora los rodeaba, mientras que las hojas arrimaban su frívola tempestad de soledad una furtiva esperanza iluminó el rostro de la pequeña.
–Sai… –se giró poseída del terror– dime… dime que tú poder ver eso… –señaló espantada, el polvillo se pulverizaba y transmutaba en partículas mucho más diminutas, aunque el color gris no cambiaba.
Sai enarcó una ceja y suspiró irritado al no recibir una respuesta por parte de su amiga.
– ¡Saku! ¿De qué estás hablando? –Aludió sacudiéndola para que despertara del trance que la mortificaba. Luego clavó su mirada hacia el horizonte, donde su amiga no despegaba su vista. – Yo no veo nada…
La pequeña soltó un débil sollozo, la extraña sensación que transmitían esos polvillos le albergaban un incomprensible horror, y por encima de todo la hacía ver como una lunática, pues Sai se estaba hartando de su atemorizado comportamiento.
–Ves… por esa razón no tienes que estar sola –escrutó él retorciendo sus delgados y pequeños nudillos.
El vistazo de esos polvos la sensibilizó de algún modo, sus ojos verdes oscilaban sin pestañar, la hipnotizaban de manera que se quedara quieta y abrumada, convenciéndose de que "eso" era un ente fuera, muy fuera de lo atisbado a lo normal y simple. Las agrietadas tierras secas esparcían un humo asfixiante, ambos niños tuvieron que protegerse con sus brazos a la deriva de sus rostros, con los ojos tapados y todos los sentidos alerta, Sakura fue la primera en retornar la observación del sitio.
Cruzó sus cejas arrastrando sorpresa y alivio. El polvillo había desaparecido. Y consigo la inseguridad y el miedo que la noqueaban se esfumaron junto con el polvo grisáceo.
Sai no daba tregua al raro comportamiento que sufrió Sakura, ¿acaso sufriría de alucinaciones? O puede que quizás en los recreos ingería sustancias prohibidas o médicas que los doctores debieron de haberle diagnosticado alguna enfermedad. Pero, la verdad, había muchas cosas por las cuales pensar en que fueron esas expresiones de divisar algo desagradable, porque para Sakura es particularmente fuera de lugar que quedara paralizada del miedo hace unos cinco minutos.
– ¡Demonios Saku! –Exclamó sin sacar la imagen de su amiga, quieta como una estatua, sin dejar de observar lo que había a su espalda– ¿Qué fue eso?
Ella recuperada lo miró aliviada.
–Sólo vámonos. –Soltó Sakura sujetando la mano de su amigo para irse del lugar. Había una parte de ella que desde muy en el fondo se preguntaba: ¿Y si esa cosa regresa? Un escalofrío recorrió su espalda, el miedo retornó pero no del mismo modo que la había invadido la vez anterior. Por ahora sería mejor irse a casa y convencer a Sai para que se olvide de ello, ya que más adelante acarrearía futuros problemas.
El maizal se alborotó, sonidos de las resecas hojas chocando entre ellas, agudizó el oído de Sakura horrorizándola, y para su desconcierto Sai quitó su mano, dejándola tiesa. Sakura apretó los dientes, furiosa le gritó a su amigo para que regresara con ella a casa, no obstante, Sai pasó de ella como si tal comentario volara por los aires.
– ¡Sai! –Farfulló alcanzándolo pero su miedo la hizo retroceder– ¡Ven aquí, imbécil! –Quería molerlo a golpes, a él y a ella misma. Más que nada en el mundo a ella, se odiaba por la cobardía que corría por sus venas, tanto su mente como su cuerpo percibían el peligro y la amenaza que emanaba desde los maizales.
El niño ajeno a la presencia de Sakura, siguió dando pasos desacelerados e incrementando la curiosidad de aquello que caminaba por el muerto cultivo amarillento, casi de frente a frente con el ruidoso maizal, rechinó estirando sus nudillos, conteniendo la respiración. Se hundió en el interior del enorme maizal, las pisadas se volvieron estridentes y con cada paso que daba le era más difícil continuar adelante si no fuera por lo duro y puntiagudo que era el cultivo. En cuanto siguió un lento y esforzado camino, a lo lejos divisó una figura negra, la cual se desplazaba de recóndito en recóndito hacia unos escasos centímetros de él. Sai tragó duro, los nervios afloraron en su mente, su cuerpo aún no se había entumecido, estaba en posición de alerta por si "eso" lo atacara. La figura se movió rápidamente en dirección a sus pies, Sai lanzó un grito de sorpresa y retrocedió tratando de asestarle a lo que fuera aquello una patada.
– ¡Sai! –Gritó a los llantos Sakura. Necesitaba buscarlo, su temor se lo impedía, temblando, golpeó impotente el suelo.
El ruidoso maizal dejó de resonar y los chasquidos y pisoteadas con los choques secos de las plantas murieron con el viento.
Sakura soltó un alarido lastimero, y tomando coraje dio un paso adelante. Arrugando enfurecidamente sus facciones corrió en donde Sai ahogó su grito, las plantas del agónico maizal la rasparon y obstruyeron el camino. Las marcas o molestias que le causaban no la preocupaban, lo que solo hacía mella en ella era encontrar a su amigo y nada más, arrastrarlo de aquí, ya sea inconsciente o sangrando o lo que fuese, quería irse antes que la noche perpetuara más en sus horas.
Entretanto volteaba para ver si encontraba a Sai, maldecía a su amigo por no tomarla en serio cuando le dijo que no se acercara, en cuanto lo encontrara y escapen se aseguraría de dejarle un buen recordatorio de jamás de los jamases cometiera la misma sandez en ignorarla.
–Verás cómo te dejaré la mejilla hecha una berenjena por unas buenas semanas, idiota. –Pensaba Sakura moviendo sus piernas ágilmente al esquivar algunos muebles partidos a la mitad y totalmente resquebrajados por el proceso de humedad y los saltos de los años.
Unos sonidos sordos pero claros navegaron por los tímpanos de la niña, provenían a espaldas de ella, su corazón comenzó a acelerar y hacer eco en su propio cerebro. De seguro debe ser Sai, se decía despejando las inquietudes que la carcomían como termitas, millones de termitas.
Las zancadas aparecieron y rompieron detrás de Sakura. Ella ahoga un gritito, una respiración la golpeaba a sus espaldas, aireada y asustada se dio la vuelta y pegó un grito junto con una maldición que se perdía en los alrededores del vacío maizal. Frente a la niña se encontraba la cabeza de un gato negro, que la miraba con ojos sumamente penetrantes e intimidantes. Entonces pudo observar que el animal estaba siendo sostenido por una persona, casualidad que era de su misma estatura.
Sakura entrecerró hastiada los ojos sabiendo quien le estaba gastando una broma barata.
Sai no podía aguantar su risa por más tiempo y soltó al gato negro, al ver que el animal se quedaba viéndoles liberó una estrepitosa carcajada, cayendo al suelo y retorciéndose entre más risas ahogando su respiración.
Ella, encabronada por la broma gastada, pateó sin tapujo a Sai, luego volvió a darle unos cuantos golpes hasta que las risas y carcajadas dieron fin en aullidos de dolor.
El niño maldijo por los golpes que su amiga le había proporcionado, escupió luego de levantarse y sacudirse. Su ropa no gozaba de buena apariencia para la vista de sus padres, y de seguro que se ganaría una buena hostia de ellos por ensuciar el uniforme.
–Eres un idiota –rompió Sakura abofeteando a su amigo.
Sai gruñe por lo bajo, y la mira desafiante.
Ninguno sabía que un pequeño anfitrión los observaba tan minuciosamente.
–Vámonos, por tu culpa, tendremos que pensar en alguna excusa para que nuestros padres no nos cuelguen de un mástil.
Sai se mordió la lengua asintiendo la propuesta de Sakura. Tenía razón, aunque la culpa era meramente de ella, sino fuera por esa manía que tenía de irse aquí para ser objetivo de cualquier peligro que amenazase la vida de la pequeña, nada de esto hubiera ocurrido. Ahora no le apetecía fastidiarla o seguir con las burlas dedicada al espanto que había tenido cuando colocó al gato negro sobre su rostro para atemorizarla. Simplemente la idea de estar en su hogar y comer el estofado de arroz con pollo cubierto de salsa casera hecha por su madre, le hacía babear con tan solo pensar en el cálido aroma a tomates y oréganos combinando los alimentos.
–Deja de babear, pon a trabajar esa cabezota que tienes e inventa una excusa, cabeza de chorlito. –Caminaban evitando los muebles punzantes y con más lentitud, la oscuridad gobernaba el lugar, la única luz que les servía como una nítida lámpara era la luna misma, el firmamento centellaba fugaz y resplandeciente.
Al cabo de traspasar el pajoso maizal, Sakura y Sai se detuvieron en seco, escucharon unos pasos agudos por detrás de ellos, se miraron de soslayo y voltearon al mismo tiempo que sus dermis tiritaron al unísono. Observaban perplejos cómo aquella cosa caminaba sin parar y sentarse a su lado.
El gato negro los había perseguido.
Los dos infantes lo siguen estupefactos con la mirada. Sakura endurece su semblante y refunfuña contra Sai.
–Ni de coña pienses que voy a hacerme cargo de ese animal. –Aclaró entornando una desdeñosa apatía hacia el gato– A lo mejor puede tener la peste… –examinó rodeándolo con desaprobación– sucio e infestado de pulgas y garrapatas.
Sai se acercó lentamente al gato, caminado de manera confianzuda para que el animal no saliera corriendo despavorido. Tras acercarse y flexionar las rodillas, notó que era un gato viejo, y ello concordó el por qué cuando lo sujeto por primera vez era muy pesado. Acarició al felino suavemente, el pequeñín ronroneó refregando el lomo sobre Sai, estando aun en cuclillas.
Sakura soltó una maldición.
–No me digas que ya le tienes cariño a esa cosa. Además si te lo quedas parecerás uno de los niños afeminados.
Sai resopló.
–Lo dice la niña que cree que estamos en una sociedad machista. –Ironizó él, sin abandonar los mimos que brinda al desgastado felino.
La infanta entrecerró las enfurecidas esmeraldas de sus ojos, cediendo a la derrota y dándole la espalda a Sai.
Sai no apartaba de manosear al pequeño gato, el animal continuaba sumergiéndose en el deleite de un roce, parecía que hace mucho no gozaba de contacto humano. Merodeó después a Sakura, paseando sobre sus cuatro patitas, restregándose en las cortas piernas de la niña, como resultado ella lo miró asqueada sintiendo la tierra esparcida sobre su piel. Sin embargo, todo aquel desprecio insignificante hacia el felino se perdió, en cuanto escuchó los melodiosos maullidos que hipnotizaron a ambos chiquillos. Sakura se preguntaba cómo serían las voces de las sirenas, aquellas ninfas acuáticas que, con sus suaves y audibles voces, dejaban anonadados a los desdichados náufragos que merodeaban, por azares del destino, justamente allí. Había escuchado hasta el cansancio; maullidos irritantes de gatos, gruñidos vociferantes incluyendo los espantosos ataques de rabia que sufrían esos animalejos, era por eso el motivo, y otro, que sucedió en la vivienda de su tía Tsunade. La pobre conservaba tres gatos aproximadamente, dos que fueron obsequiados por su madre. Y el tercero, viejo y gruñón, lo había encontrado su tía en una antigua casa abandonada, salvándolo de una horrorosa suerte vinculado al matadero de ese entonces. Un día que la había visitado, fue víctima de una espantosa escena cubierta de sangre y desgarramiento extendida por todos los rincones de la habitación de su tía. Recordó cómo su madre y ella gritaron hasta explotar sus cuerdas vocales, pues los dos pequeños gatitos fueron desmembrados, todo aquel pelaje afelpado con manchitas grises y pequeñísimos cuerpitos estaba despojados y sacudidos por arañones, agujeros emanando torrentes de sustancia pura carmesí, las orejitas eran irreconocibles ya que se encontraban hechas girones y arrancadas ferozmente de la cabeza. Un escenario inolvidable, pero lo que menos olvidaría sería el asesino que aún masticaba rabioso una de las orejas de los gatitos, era el gato viejo, acompañado de minúsculos rasguños, tanto las dos patas delanteras como las anteriores estaban teñidas de sangre, el hocico y la boca además de estar esparcidos de carne había espuma plagado por la comisura del avejentado felino. Nunca lo olvidó y por esa razón desconfiaba de los gatos, y más si de viejos se trataban…
El felino maullaba en espera de una respuesta por parte de Sakura, mirándola como si se quisiera comunicarse con ella. Sakura lo estudiaba con miedo, pensando en si el animal buscaría una forma de dañarla.
–Vamos Saku, es sólo un gato –animó Sai.
Sakura puso los ojos en blanco en dirección a su amigo.
–Claro… es fácil decirlo para ti.
Sakura tomó aire, encorvó su espalda y se agachó, deslizando su mano en el polvoriento pelaje del gato. Al principio, sintió repulsión al hacer contacto con la mugre que contenía el animal, luego de masajearlo y acariciarlo, la sorprendió el meloso comportamiento al oírlo ronronear. Tal positivo la enterneció sonriéndole con afecto. Al cruzarse las miradas, entre felino y humano, Sakura se dio cuenta que el ojo izquierdo del animal estaba descolorido, la pupila perfectamente oscura y el iris verde oro, como el derecho, pintaban tenues un incoloro detalle traslúcido, como si estuviese no del todo ciego de ese lado. La pena le recorrió por cada fibra sensible, ese gato era un luchador.
–Tal vez haga una excepción por él. –Inquirió dubitativa. Sai exhaló sacándose un peso menos de encima– Ah, pero tú te haces cargo de ese gato. –Terminó ella sacándole una bocanada de maldición de Sai.
–Pero…
–Nada de peros, tonto. Recuerda quien lo encontró y a quien declaro su dueño.
Sai guardó silencio, pensando en buscar algo para que persuadiera a su amiga.
–Aunque me haré cargo también de él, Sai. No pienso ni loca dejarte completamente al gato, seguro el pobre estaría peor acompañado que donde lo encontraste…
Sai frunció el ceño desconcertado ante las duras palabras de Sakura.
Después de una leve discusión que duró no menos de tres minutos, los infantes se sumieron a una precipitada carrera, llevando entre brazos a un gato que no le importaba ser arrastrado y despojado de su solitaria vida. Ambos aceleraron el batir de sus piernas, las horas que derramaron en darle a la jugarreta y perder la caída del sol y el inicio del anochecer para embobarse con el gato, no serían exactamente una respuesta inteligente y culta a los taciturnos rostros de preocupación que mostrarían los padres por la falta de criterio en hundirse en las peligrosas afueras del límite. Indagaron juntos una contestación que los libraría un poco, aunque se ganarían una buena reprimenda por el retraso.
«Encontramos a este gato casi tuerto, el pobrecillo se quejaba un poco, y no podíamos dejarlo tirado allí…"» esa fue la única oración que dirigió Sakura ante las dos familias, claramente hubo participación de Sai, aunque no del todo convencido, lograron distraer una parte del enfado de ellos, incluso las familias acunaron al gato, había semanas en las que se turnaban para que una familia cuidase del animal, hasta que llegara la otra para que la siguiente se encargara de él. Por suerte, el felino estaba acostumbrado a semejante traslado, extraño carácter en un animal, los gatos solían ser nómadas, hasta que los humanos llegaron y modificaron, domesticando así a los pequeños felinos, tanto el destino del perro, caballo, etcétera.
Los años agolparon en el par de pequeños, los dos con el continuo aumento de los días se volvieron inseparables, había tiempos en los que se quedaban a dormir en la casa de uno de ellos para cuidar a "Shinder" (así llamaron al deteriorado felino), el gato fue el más grande lazo que fortaleció aquella amistad entre Sakura y Sai. Quedaban despiertos hasta tarde, jugando a las cartas o vertiendo los minutos aburridos en hacer caminar o tirarle una bola de hilo a Shinder para que se entretuviese.
Llegó exclusivamente el viernes trece de octubre de 1945, Sakura salía como de costumbre deprisa, pues los viernes en el secundario eran los más exhaustivos, su melena rosada se alborotaban con la agitación de la corrida silbante y el rechinar de los zapatos golpeando el férreo suelo de mármol. Hoy Sai faltó sin avisarle, y eso la conllevó a una preocupación enorme, no había día que Sai apareciera con Ino –una de sus nuevas amistades después de comenzar el secundario– y juntos charlasen de los profesores cuyos comportamientos no toleraban. Entonces hicieron un plan para que los tres, incluidos un par de jóvenes de otro curso, se escabullesen de la clase que menos interés les proporcionaba. Para Sakura, Sai y Sasuke sufrieron los mismos averíos con la materia de lenguaje extranjera española, repudiaban con cada milímetro de su ser a la profesora, mientras que Ino y Naruto tuvieron pleitos con el suplente de historia, por supuesto, estos dos últimos recibieron un gran castigo por las discusiones y a la larga por las salidas en la hora de clase.
Sakura desacelero su andar y examinó que inclusive Ino no había tocado el colegio en todo el día… ¿Sasuke y Naruto también estuvieron presentes? Fue ahí que una desesperación la arrobó por dentro. Acaso algo muy… ¡no! No podría ser, decía remarcándose su lisa cabellera con nerviosismo. Ayer visitó a Sai, inclusive el usual grupo que planificaron las fugas de clases, se tomaron el tiempo libre de deberes y sesearon de carcajadas con chistes estúpidos y charlas entre pequeños cotilleos de ambos cursos, reuniéndose en la propia habitación de Sai.
Caminaba desolada en cada cimiento que rememoraba su mente, dirigiéndose subconscientemente a la casa donde residía su mejor amigo. Una sombra la detuvo como si viera un horroroso insecto venenoso y de aspecto retorcido, séase cucarachas, arañas, ciempiés. Sakura se llevó la mano en el pecho por una sensación de peligro… como aquel día en el que una sombra emergió por detrás de Sai y se extinguió en unas pequeñísimas partículas de polvo, tan similar pero diferente. Vio entonces a una anciana totalmente encorvada, la joroba era exageradamente ancha y gorda, como si hubiese sufrido una maldeformación, no tan alta ni tan pequeña, aunque debería de medir casi la misma estatura que la joven. Sakura fijó su visión en las arrugadas manos, las cuales apoyaban la poca fuerza para caminar con el bastón de madera. El deambular de aquel vejestorio, la aturdió un poco, después de todo era una anciana, temblaba con cada pie que avanzaba para llegar al destino.
Sakura enderezó su semblante y enrojecida detuvo a la anciana, haciendo contacto con la manchada y exorbitada piel fláccida.
–Disculpe.
La anciana paró en seco, enroscó furtiva el pañuelo que ocultaba el canoso cabello, giró hacia Sakura y la nítida luz del ocaso enmarcaba las estriadas facciones de la senil vieja. Cuando la observó, Sakura sintió en sus entrañas el fétido olor a pútrido, no de cuerpos o vegetaciones en estado de descomposición, se trataba de la piel magullada, plegada de forma bizarra y seca como las hojas al tocar el invierno. El miedo y los nervios le jugaron en contra vislumbrando los ojos ávidos azabaches, había especialmente un ojo envuelto en una carne cristalina opaca, esto le hizo dar un revuelco en el estómago, aquel color cristalino que sobresalía en forma de circulo era los iris, en cambio la pupila no se discernía, aunque el punto negro se notaba.
–Apresúrate mocosa, no tengo todo el día. –Movió su ojo de carne hacia la joven. Ella tragó grueso y endureció el gesto con apatía. – El tiempo es oro, y el funeral de mi nieto espera.
Sakura quedó paralizada y ensombrecida, apartó la mirada y volcó su atención en el camino que la anciana recorría. La mirada de Sakura se heló, mordiendo su labio con fuerza, sollozando.
–Pero… es-sa casa es la de Sa-sai –tartamudeó aguantando las ganas de llorar.
La anciana plantada al frente de la muchacha, resopla y la sujeta del hombro, con el más sentido pésame.
–Sí, niña. Sai es mi nieto. –Afirma– Falleció a las 10:30 a.m, un carro pasó a toda velocidad, y él sin percatarse cae, siendo arrollado por los caballos.
Sakura quiebra su fuerza para no sollozar, las piernas se le sacuden, como si por arte de magia su equilibrio la traicionase y el suelo se convirtiese en vacío, haciéndola caer en una inmensa tristeza. Las lágrimas afloraban su rostro, una mano decrépita se deslizó en la mejilla de la fémina, acariciando suavemente, consolándola.
–No llores, szerelem. –Peinó con los dedos andrajosos el cabello de Sakura, mirándola apacible. – La muerte es normal para los humanos y seres vivos que coexisten en el universo. En fin, nos vemos luego. –Dijo quitando la mano de la melena de la joven. Regalándole una vista del ojo pútrido a medio desprender.
Siendo participe de tal rara y mórbida visión, añadiendo el extraño comportamiento de la desconocida abuela de Sai. Siendo honesta y tratando de conciliar la firmeza, uniendo cada recuerdo o mención que su amigo había hecho, en sus ocho años de amistad con Sai jamás dignó en parlotear acerca de los abuelos suyos. Podría contar una vez, que en ese propiciado verano, él había hecho una leve alusión del abuelo fallecido en primeros meses de haber nacido, había sido el único abuelo que no logró vivir del todo para conocer más detalladamente la vida que afrontó, historias de caballos galopando, misiones del ejército que cumplió sin un deje vacilante, aventuras indeterminables con animales, arboles parlanchines, mares que nunca silenciaban en las noches, y personas que eran interesantes y, de las cuales, no te arrepentirías de conocer a la larga.
Otro vuelco en su deteriorado estómago la convulsionó por dentro, la náusea dominó, tirada en medio del camino, sus céfiros carecían de luz, y las gotas traslúcidas comenzaron germinar como ríos embotados de furia. El sol se ocultaba tristemente, Sakura no se movió, el shock de perder a su amigo de la nada, la conmocionó. ¿Cómo no pudo darse cuenta de ese detalle? ¿Tan estúpida era? Nunca pensó en que una inocente falta podía llevar a un trágico final.
Sumida en su memoria, un diminuto arácnido paseó con sus ocho escabrosas patas la tersa y sensible piel, despertándola completamente, un gritito salió de los labios de la fémina y espantada con la sensación del insecto caminado por sus brazos, lo golpeteó un par de veces hasta tirarlo y limpiarse la piel con su blanca camisa del colegio secundario donde cursaba. Giró la cabeza adelante y miró alrededor en busca de la anciana, pero no había signo de vida en su dirección, viera donde viese una presencia que la ponía de los nervios, haciéndola tiritar, no se había ido del todo. Los sonidos agazapados envolvieron sus sentidos, alertándola.
– ¿Sakura?
La voz de atrás le dio un respingo de sorpresa. Mientras volteaba, enjuagó con sus débiles manos las lágrimas que no paraban de caer. Observó al sujeto y un silencio incómodo los calló a ambos.
Su amigo, Sasuke la miraba melancólicamente, titubeando en saludarla o ir al grano tras lo ocurrido. No obstante, viendo el afligido estado en el que se hallaba sumida la joven, le tendió una mano, al estrecharla la ayudó a levantarse.
–Así que… ya lo sabes ¿verdad? –Interrogó Sasuke.
Sakura asintió liberando gemidos de dolor. La ventisca gaznaba vehemente sobre el par de jóvenes de dieciséis años, apoyaron sus sufrimientos contenidos y los vertieron juntos soltando al unísono un sonoro sollozo de agonía. Sasuke la rodeó de la cintura con sus brazos, reconfortándola, sabía que la que más sufriría por la pérdida de Sai, esa sería Sakura. Pero no estaría sola para enfrentarlo, la sujeto, apretándola más contra él con ímpetu, determinado y decidido. Era una promesa.
Domingo triste. Ese era el sentimiento para toda la familia de Sai, las amistades que forjó con cada uno de los amigos del instituto, los de su clase de violín y aquellos que regalaba una sonrisa junto con un chiste sorno, llevado consigo de una crítica escandalosa. Echarían de menos las insistentes conversaciones que aumentaban de escala, ganándose represarías de los demás, o incluso pleitos que llegaban casi a las agresiones con amenazas de golpes.
La nebulosa mañana era amortiguadora, sin un apéndice de amparo desdoblado en el aire mismo, los azulejos asimismo que los ruiseñores se les prohibía cantar en pos de interrumpir la despedida de un ser joven, demasiado joven para terminar en una recámara de madera. El cielo vacío profería llantos sosegados en silencio.
No llovía. No había sol que desprendiese una sola esperanza de brillo, las campanas golpeaban en medio de la elevada torre de la Iglesia, antigua y desbordante, los cimientos ambiguos arrejadas en su totalidad cubrían las ventanas y los pequeños espacios de plantas con margaritas quemadas, tulipanes desteñidas a un gris antropomorfo y las joviales rosas detonadas y marchitas en la seca tierra. Más que una Iglesia corriente, daba un aspecto a una prisión abandonada, claro está, descartando la decoración de un par de estatuas de gárgolas góticas, posando en cuclillas y mirando fijamente a cada espectador que se cruzase por el camino.
En cuanto el Padre Asuma finalizó la oración y las plegarias, haciendo llegar las condolencias hacia la familia de Sai, las caras abatidas de cada presente ennegrecían decayendo el estado de Sakura, quien no dejó de llorar desde que la «abuela» de su amigo le hizo saber la fatídica noticia. Los puños temblantes los tenían amarrados contra su pecho, evitar rebatir en sus recuerdos a un Sai crispando groserías y murmurando insultos a ella, la entristeció más. Esos otoñales días en los que jugaban con el gato, lo alimentaban y mimaban…
Sakura abrió ligera sus verdes orbes, reteniendo un clamor. El día que Sai sufrió el accidente, pasada esa noche no volvió a ver al gato negro, pues según su memoria lo había dejado encerrado en su habitación, pero se dejó golpetear al entender que la ventana la había dejado abierta. De todas formas era raro, el felino se escabullía cuando quería, solía hacerlo con frecuencia cada mañana, y llegada el mediodía lo encontraba recostado cubriendo en todo lo alto y ancho la almohada. Hoy era domingo, y ni un débil rastro del animal.
Cabe una posibilidad que el felino se haya dado cuenta de la circunstancia y deprimido se habrá trasladado a un recinto más acoplado a su gusto. Analizó erróneamente aquello y lo descartó agitando negativamente la cabeza. No, era poco o muy, demasiado improbable que un animal, y viniendo de un gato que acunó en su hogar junto con Sai se encariñase tan fácil. Olvidaba el hecho que era un animal. Eso y nada más. No se trataba de un humano como ellos.
Su sincronización fue interrumpida por los chasquidos que producían los refinados zapados de cuero, bordados filosamente con un hilito grueso anaranjado que combinaba a la perfección con color ambarino del calzado, pertenecientes del padre de Sai. El hombre aparentaba no pasar de más de los cuarenta y cinco años, las canas no eran del todo vistas en la cabellera castaña, llegando casi a la decadencia no podía especular que dentro de meses las pocas hebras oscuras irían deteriorándose hasta tornarse blancas como las nubes. Yamato se llamaba, curioso nombre.
La andante marcha precipitada de Yamato aminoró encontrándose de frente a Sakura. La chica fijó su vista en la demacrada cara del pobre hombre, los lentes redondos que usualmente traía los llevaba en la solapa desordenado del traje negro, la fisonomía estaba envejecida y arrugada, las mejillas adornadas con guirnaldas que desprendían de los ojos. La boca fruncida y apretada contra los dientes, le dio a entender que Yamato quería darle unas palabras, por más que lo intentara no lograba gesticular nada coherente sin sollozar.
–Lo entiendo, Sr. Yamato –articuló ella apoyando confianza y compartiendo el mismo dolor hacia el desdichado hombre– Lo quería como a un hermano muy cercano –profirió soltando más lágrimas.
Yamato apretó con más fuerza los labios y liberó un llanto agonizante, después apoyó cuidadosamente las grandes manos en los diminutos hombros de Sakura, mientras tanto buscaba pronunciar un agradecimiento.
–Yo so-solo quiero darte la-las gracias, Sakura. –Quejumbró mirándola aún apenado pero dejando entreabrir una leve sonrisa– Por ti, mi hijo vivió los mejores años de su vida… por más del poco tiempo que caminó creciendo para detenerse aquí… –el llanto lo sumergió borrándole la media sonrisa del rostro. Sakura entrecerró los ojos e instintivamente abrazó al padre de Sai, diciendo entrecortadamente que "soy de la familia, seguiré siendo su hermana". El confortamiento de su parte conmovió a Yamato y la abrazó fuertemente como un segundo padre, un familiar querido, abrazaría a una hija. – Gra-gracias, Sakura.
Durante esos instantes, al separarse, se produjo un incómodo silencio, Sakura lo creyó una eternidad, debido a que la mirada perdida de Yamato no espabilaba a otro rincón más que a ella. Ideó en formular un par de preguntas con tal de distraerlo un poco, y de la nada, como si de repente un lienzo le rozara el oído, recordó a la abuela de Sai. Curiosa le preguntó a Yamato:
–Señor, disculpe. Pero ¿cómo anda de salud la abuela de Sai? La vez que ella fue a visitarlo ayer, llevaba un ojo enfermo. –Soltó por fin, ansiada en desechar una interrogación de su enorme lista.
El rostro embotonado de miseria de Yamato, cambio a una crispante, los ojos castaños la miraban desorbitados y un revuelo de disconformidad aminoró la cabeza de Sakura por echar a la deriva el tema de conversación. Se arrepintió.
El padre de Sai le dio la espalda y llevándose ambas manos a la cara, la serie de sollozos sonoros e intragables se arremolinaron en el tétrico ambiente del cementerio, bastó una fría "Ni idea de lo que hablas" para apaciguar y alejar la curiosidad. Yamato echó a llorar con más frenesí, como si el recuerdo de la abuela o la descripción del ojo descompuesto le hicieran tirar más leña al fuego, abrumándolo con los recuerdos. La niebla se espesó doblándole en dificultad la visión, Sakura todavía discernía la jorobada espalda de Yamato, quien se desdoblaba del llanto.
El hombre refregó su brazo en la cara, limpiándose las lágrimas surcadas, respiró aireadamente, parecía que los pulmones habían colapsado tras sacar lo vívido en las rememoraciones pasadas. Agitó los anteojos ovalados, limpiándolos, y se los colocó. Sakura pudo notar que Yamato recuperaba el habla, y girándose hacia ella, la miró con los ojos avenados de sangre, totalmente irritados y desafiándolo a que unas gotas brillaran en las sonrojadas mejillas. Pero se contuvo a tiempo.
–Sakura… –tembló Yamato– La única abuela que llevaba con vida era mi madre Chiyo, qué en paz descanse, enfermó por una mala cirugía al tratar de reducir la expansión de su ceguera. –Entrecortó la respiración y tragó con dificultad, como si aún estuviera presente, aquí y ahora en la sala de espera, buscando una esperanza en la mejoría de la anciana madre– Y como sabrás, hubo un fallo y entró en crisis… luego de cinco minutos de latigazos contra las crueles agujas del reloj, se había ido. –Cortó él cabizbajo y se marchó enrojecido de la tristeza.
Sakura estaba inmóvil, las palabras carcomidas de dolor que retumbaban en su mente «Qué en paz descanse» y «una mala cirugía… se había ido», ahogó su respiración y los ojos le pesaron. Un ciclón tempesteado de frío la electrizó, erizándole cada bello de la piel, divagando en la diminuta túnica carnosa del decrepito y muerto vejestorio. La ruin elegía drenó opacando sus esmeraldas iris de cualquier claridad de vida, el silencio de muerte alrededor de las campanas componían las estrofas del cancionero lírico de la capilla central. El grisáceo indecoroso de las lápidas fragmentó en su cabeza, pintoresca e introvertida. Alucinó atisbando desde el rabillo del ojo una inconexa sombra, observándola en las penumbras, ella quiso correr estrepitada hacia allí, desenmascarar al maldecido y golpearlo sin éxito en el intento. Era imposible tal cometido, las piernas le flaquearon y se derrumbó en el tumulto de muerte, llorando con desgano.
Los días siguieron su curso, las primeras semanas y meses plantearon en ella un aplastante dolor, se culpaba en general al no presentarse en la casa de los padres de Sai, el trabajo de ir al hogar y visitar a los vecinos se veían nulos. El caso la arrinconó cuestionando qué cara debía plantarse delante de los padres de su difunto amigo. El cariño entre ellos eran mutuos, lo mismo el respeto y la humildad.
Pasó un año y aquel aprecio significativo se evaporó como la nieve al hacer contacto con la piel, la relación no volvió a ser la misma de antes, solo eran conocidos-vecinos. La última vez que trató de hacer reparo obsequiándoles galletas navideñas, ellos le sonrieron de una manera que nunca ni por asomo los vislumbró, sonrisas temblantes y nerviosas, falsas e inclusive efusivas. Le habían agradecido por la consideración y le cerraron la puerta en la cara, oyendo de lejos cuchicheos convirtiéndose en susurros hasta desaparecer en la nada. Esto fue la gota que colmó el vaso, no sé había esperado ese comportamiento dedicado a ella.
Aquellos veranos rellenados de felicidad la golpearon. En ellas el felino nocturno regresaba de su torturada caja de Pandora para plantearse qué demonios le habrá sucedido al animal. A lo mejor de tan viejo debió de llegar la fecha de caducidad. Como la misma anciana extraña le había dicho ese día que supieron la muerte de Sai.
A la medianoche, la luna menguante ensañaría junto con las burbujeantes estrellas el noctámbulo paisaje caído en la precoz obscuridad del tumultuoso silencio abismal. Sakura aproximó su cuerpo a su litera para luego desfallecer en ella, igualando el movimiento de una muñeca de trapo siendo arrojada abrupta al suelo. La tarde ajetreada fue exhaustiva, el profesor de literatura había encomendado hacer unas múltiples entrevistas a unas cuantas personas sean conocidas o no, respondiendo a una serie de interrogantes concierne a la libertad de expresión y a la censura. Hubiese sido tan sencillo si el cabronazo eligiese compartir grupos determinados y explicar resumidas las respuestas, sin lujos detallados. En cambio el bastardo reagrupó desordenadamente cómo se le dio la gana y bajó drástico las calificaciones de quienes le daba un resumen general abarcado del tema. Ella a regañadientes aprobó con un máximo de siete ochenta y cinco.
Ojeó la cajita musical de Blancanieves, blanca en su totalidad, adornados con tintes de puntitos pequeños negros y rojos. Encima de la caja metálica, semiagachada sujetando amable a unas ardillas llenas de polvo y, cantando se encontraba Blancanieves, petrificada en aquella pose danzarina y preparada para cantar melodías al unísono con los pajarillos.
Bastaron unos estridentes aullidos de agonía resonar en los oídos de la joven que observaba anonadada la cajita de la princesa. Sakura estupefacta clavó una mirada atónita al marco de su habitación, la cual reflejaba la titilante relevancia del firmamento gobernando como los máximos reyes de la noche. Otro grito seguido de unas palabras "¡ayuda!" acaeció la desesperación de la fémina, tiesa y fría. Durante un largo segundo, volvió en sí, parándose y corrió hacia donde sus padres dormían. Abrió de con un estruendo la puerta, ambos adultos saltaron ante el fuerte ruido y objetaron enfadados la acción de la chica. Sakura arrastró pesada y rápidamente los pies, contándoles a sus padres lo ocurrido.
La madre escuchaba horrorizada lo que la hija relataba.
– ¡Mamá! ¡Papá! –Movió ella preparada para salir, temblando– Tengo que ayudarlo…
Su padre gruñó sujetando el hombro de la fémina. Escudriñando la disconformidad en tomar aquella decisión.
–Ah no, jovencita –agitó colocándola al lado de él– tú te quedas aquí. Es peligroso para ti salir a estas horas…
Sakura disgustada, maniobró un débil empuje que transigió a una reacción desconcentrada para que su progenitor la soltase por unos breves segundos. En cuanto su muñeca gozaba de la libertad, esquivó la puerta que estuvo a un peldaño de cerrarse y en pos de carrera, bajó las escaleras fugaz, pensando en los socorros que el niño necesitaría y dobló hacia la sala, sacó de su pantalón las llaves, mientras sus padres bajaban a ruidos sofocantes, aminorando por el pasillo su nombre y los diversos castigos que le deparaban si salía de la casa. Ella sin perder más tiempo, metió la llave de plata en la cerradura, la giró un par de veces, desbloqueándola, y arremetió abriendo la puerta y cerrándola instantáneamente. Escuchando de fondo los bramidos enfurecidos de ambos adultos, en crisis de estrangular a la menor.
Continuó el trote hasta oír sollozos agudos a unas dos calles más. El barrio estaba hecho un desierto insolado de un perpetuo silencio, eso la incomodó, aunque se tranquilizó sabiendo que era por buenos motivos a los que se dirigía allí. Cruzó recorriendo lo que pudo, en el punto que creyó oír el gimoteo, comenzó a caminar, mirando de un lado a otro. Un resoplido y pisadas la alarmaron, rotando a una esquina provista de total oscuridad, encontró una desdibujada sombra sentada al lado de un sucio y hediondo basurero.
– ¿Hola? ¿Tú eres el que gritó hace un rato?
La sombra se removió acurrucándose y un niño, pasando los ocho años y medio salió del escondite. De pequeña estatura, agazapado y asustado examinaba todos los rincones, paranoico. Tenía el cabello moreno, cubierto de suciedad y desgreñado, atado, ya que llevaba meses sin cortárselo. El chaleco azulado no rebosaba del todo de mugre o rasguños, lo mismo con el pantalón y los zapatos. El niño curioso, la siguió escaneando.
Sakura pegó una exclamación seguida de un susto, el chiquillo le estaba sangrando un ojo.
– ¿Qué te sucedió? –Preguntaba mientras sacaba la bufanda que llevaba puesta y limpiaba la zona goteada de sangre– ¿Quién fue el hijo de puta que te hizo esto?
El niño tartamudeó, tímido, sintiendo la cálida bufanda disminuir el flujo constante de sangre.
–Dime ¿cómo te llamas? –Decidió interrogar, debido a que el pequeño no respondía a ninguna de las preguntas.
El enmarañado cabello del muchachito se sacudió al son del ululo danzante de las hojas siendo ventiladas por el mismo viento susurrador.
El niño esbozó una sonrisa y contestó lo siguiente:
–Me llamo Spriker.
Sakura asintió con una leve sonrisita de satisfacción por la cooperación del infante.
–Muy bien Spriker, acompáñame, te llevaré a mi casa, cuando lleguemos allí, llamaremos a la policía y ellos se encargarán de encontrar al malnacido. –Decía tomando la manita pequeña del niño. Él parpadeó analizando la situación y agitó la mano de ella, soltándola.
La fémina lo atisbaba interrogándolo por la actitud.
–Discúlpeme, pero no puedo irme de aquí –una línea de gota, espesa, flameante como el fuego, adornó el rostro– Mi madre dijo que volvería –continuó cabizbajo– y…
Sakura se adelantó y cubrió el ojo lastimado, colocando firmemente la bufanda encima de la cabeza y enroscándolo alrededor del ojo.
–Tú espérame aquí, iré por mis padres, llamaré a la policía y los traeré aquí en menos de cinco minutos. –Sacó su abrigo de tela y se lo entregó al niño. Él enarcó una ceja, como si le jugasen una broma.
– ¿Estás loca, mujer? –Sintiéndose insultado. ¿Se le había zafado un tornillo a ésta jodida mujer? – De verdad que eres estúpida… estás más desabrigada que yo.
Ella escupió y puso encima de los hombros el abrigo. Justo cuando daba marcha atrás, el niño la sujetó fuerte de la muñeca. Intentó zafarse, no obstante, se vio ejercida en dirección a él, sorprendida de que un chiquillo tuviese semejante esfuerzo para atraerla hacia su lado.
– ¿De dónde sacas esa bestial fuerza?
Spriker frunció el entrecejo sin liberarla.
–No puedes irte, es peligroso. Más adelante debe estar ese loco hombre que clavó su navaja en mi ojo. –Apuntó él, desafiándola con el oscuro orbe sin tapar.
–Por eso mismo te propuse ir a mi casa. –Discrepó intentando zafarse de él– Yo soy mayor y créeme, que sé defenderme sola. Tú en cambio no pasas ni los diez. –Le recordó.
«Sí supieras…» protestó lanzándole un sonoro gruñido de disconformidad.
Spriker le recorrió la mirada, dudoso de lo que iba hacer. Pisadas aparecieron tenues en la callejuela, parecía que el individuo llevaba prisa, bordeando el lugar de roncas corridas. El niño divisó la sombra viajera del extraño, que pasó veloz dejándolos solos a Sakura y él. El infante aguardó unos segundos de más, estrujando la muñeca de la fémina. Luego los soltó como si el tacto de la nada le ardiera.
–Puedes irte –Apresuró él.
Sakura, indignada y dubitativa no sé movió.
–Pero…
– ¡Vete! –Rugió con todos los pulmones.
Entonces Sakura lo obedeció. Se planteaba ¿por qué demonios obedecería acotaciones de un mocoso que apenas le llegaba a la cintura? A medida que corría regresando a su hogar. Temía a los azotazos que recibiría de sus padres en cuanto abriera la puerta. Ahorcarla sería considerado un acto de compasión, claramente. Sin embargo, advirtió que el tiempo perdido con el niño, sus padres pudieron haberla encontrado antes de que el infante dijese el nombre. Crujió la manija de la puerta y entró en su hogar. Tras cerrarla silenciosamente, el sentimiento de agitación y soledad la perforaron. Ni un refunfuño ni gritos histéricos plagaron el lugar. Desvió la cabeza en dirección al pasillo de la sala y encaminando temerosa de cada paso fue a la escalera, dio un grito al el cielo observando las salpicaduras de sangre que ascendían hasta las habitaciones. ¿Cómo era eso posible? ¿Acaso era por qué dejó la puerta sin asegurar? La había cerrado… pero no asegurado.
Subió cansada lo que aun su energía embargaba, no quería subir, algo… algo muy malo les sucedió a sus padres. Arrastró pesadamente los pasos y la habitación de sus padres se hallaba abierta de par en par. Se acercó y encendió la luz. Cuando las luces emergieron los alaridos de Sakura explotaron los rincones de la recámara.
Sus padres estaban muertos.
Desmembrados. Su padre estaba revolcado en el suelo, despatarrado y calcinado en sangre, la vestimenta para dormir no era más que trapos recubiertos de linfa, cayó al suelo y gateó llorando descomunalmente acercándose a los cadáveres de sus padres. Sakura sintió romper con su puño apretado algo viscoso y que al notar lo resbaladizo, bajó la mirada y pegó otro grito, retrocedió y se golpeó fuertemente contra la puerta, había aplastado el ojo derecho de su padre. Notó que recibió más de seis apuñaladas, pues al contarlas volvió a desmoronarse cerca del rostro deformado de golpes de su progenitor.
Y su madre…
La fémina envolvió su atención y abrió desorbitada los jades ojos, sollozando y golpeándose la cabeza agachada al suelo. Su madre estaba tirada, semidesnuda y boca abajo. Sakura se gateó temblando y recorriendo el charco hediondo coagulado de flujo carmesí, se aproximó al lecho donde yacía su madre y le dio vuelta. Soltó más maldiciones y el shock y las lágrimas se mezclaron, su joven madre llevaba abierta de cuajo la caja torácica en forma vertical, sé tapó la boca para evitar emitir gritos expectantes, las tripas que sobresalían desde adentro hacia afuera era inquietante y enloquecedor. Las sábanas pegoteadas a las vísceras, como si la sangre fuese un pegamento. Sakura se acurrucó contra la pared, abrazó sus rodillas y se meció llorando altiva la muerte de sus progenitores. Alzó sus mojadas manos manchadas de membranas rojas y un nauseabundo regocijo desdobló su sensible estómago apretujándole las tripas, la hediondez cobraba vida como si fuese una nube tóxica y las arcadas patearon su garganta, expulsando el resto de la cena. Vislumbró los rostros de miedo grabados en las facciones deformadas de los adultos muertos, con la vista perdida en el vacío, otro empuje en su vientre la hizo arquear para vomitar. Al disminuir la sensación, su cuerpo automáticamente se desplomó, carcomiéndole el frío y la oscuridad. Luego todo se distorsionó y oscureció.
Aquel día no supo cómo haría para disculparse con sus padres después de desobedecer e irse contra la corriente, sumando la presencia de un psicópata hijo de perra. Si el cielo la perdonase, si sus padres la perdonasen…
Un árbol de antaño, carcomido por la podredumbre incineraba la cálida brisa, llameándola de peste. Los insectos consumidos de sonidos inherentes, cuchicheaban estridentemente como si fuesen una jauría descontrolada de lobos discutiendo hambrientos por su alimento. Las moscas rodeaban su tenue cuerpo, no lo discernía bien debido a que una espesa masa de niebla inundaba el lugar, sin embargo denotó que estaba desnuda, sin un solo ropaje encima. Girando confusa, atinó observando a su costado unas lápidas estropeadas y ensuciadas de modo que el moho florecía como si de flores se tratase, esto la asusto, haciéndola retroceder del miedo. El viento volvió con tanta furia que la meció abruptamente al húmedo suelo campal, liberando maldiciones, trató de ponerse en pie. Pero unas manos frías que salieron de la nada, desde la agrietada tierra la impulsaban salvaje hacia abajo. Sakura no dudó en gritar, los dedos la apretujaban, lastimaban con fiereza y descarga, tanto como si aquellas manos estuviesen enfurecidos con ella. Entonces en un abrir y cerrar de ojos las lápidas se encontraban posicionadas delante de Sakura, y después de unos minutos de leer las inscripciones, la sorpresa y el terror la sobresaltaron, los dedos que la sujetaban se tensaron y de un momento a otro clavaron las filosas uñas cubiertas de mugre y hongos en los brazos y piernas –desnudas de cualquier protección– luego la desgarraron brotando rápidamente sangre de los arañones, la fuerza era descomunal. Perpleja y chillando con toda su potencia, su timbre de voz brotaba desgarradoramente, le dolía como los mil demonios, y de repente la piel se desprendió. El perfume de hierro y el torrente carmesí la bañaron, en donde antes había piel ahora era una callosa musculatura emanando por doquier sangre. Tanto las piernas y los brazos sufrieron aquel atroz mutilamiento. Las risas reinaban el tétrico lugar, los gritos de agonía se callaron junto con el resoplido de la cínica danza frívola del remolino nocturno.
– ¡Sakura! –Un grito la despejaba del dolor. Mientras que unas manos cálidas la movían de golpe, no de un modo violento, pues parecía que temía a sacudirle descontrolada.
Una voz grave y masculina la despertó de la tortuosa y horrible pesadilla. Abriendo tanto rápido como lento los párpados, apesadumbrada largó una exclamación, sus pestañas ofuscaban su visión y al abrir los ojos deslumbró el rostro preocupado de la única persona que pereció a su lado, aquella vida que no fuera arrebatada por esa presencia invisible que asesinaba sin piedad a cada una de las personas que amó con todo su corazón. Sonrió ante el pensamiento, al mismo tiempo que su mente se planteó cómo hubiese sido despertar todos los días al lado de Sasuke, aunque ya estaba descansando en las profundidades, encerrado en un infinito sueño que por ninguna circunstancia volvería a atisbar un mero brillo de luz. Sacudió su cabeza, alejando esos negativos y doloroso recuerdos, ya estaba muerto, se reprochó desganada… igual que todos. Menos él.
–Sakura –susurró él, apartando las hebras despeinadas de la mujer con quien compartía el lecho– Te oí murmurar y gruñir, ¿tuviste otra pesadilla, virágom? –Ay, qué bien la conocía, se decía ella, afortunada de tenerlo.
Ella le respondió rozando sus labios en la punta de la nariz de Indra. Este gesto le sacó una media sonrisa, entretanto el muchacho la estrechaba entre sus brazos y la apegaba al musculoso pecho desnudo, susurrando en su oído « ¿Cuéntame que sucedió? ».
Indra, era el nombre de su marido. Lo conoció una dorada mañana del 1955, ella una desconcertada, trágica y alegre profesora de Historia sucumbida del sufrimiento tras perder a su futuro esposo, Sasuke Uchiha. Y él, un apasionado pianista y poeta extranjero, oriundo de Hungría, destilaba grandeza por donde se dirigiese, pues en sus principios de amistad supuso que la familia a la que él pertenecía debía de ser de las clases altas, aunque más adelante se enteró que fue huérfano desde muy pequeño y una adinerada familia que trabajaba exclusivamente para los políticos más emblemáticos y famosos, lo acogió en el seno. Pese a las dificultades que tuvieron encima, una del montón era, la desaprobación de la madre de Indra al respecto de sostener una relación con una muchacha cualquiera, esas fueron las crueles palabras escritas en una carta, en su debido momento Indra le había contado que la situación con su actual madre era tan desagradable, que solamente se comunicaban por medio de cartas. Claro la etiqueta de "muchacha cualquiera", hizo despotricar la paciencia de su marido, más le dolió que la mujer que tanto lo crió, cuidó y amó no aceptara a la chica que en un futuro haría un contrato nupcial, uniéndolos en sagrado matrimonio. Había días en los que se preguntaba cómo era la familia de su esposo, sonaba patético el pensarlo u decirlo siquiera. ¿Cómo una muchacha que contrajo matrimonio con un joven de alta burguesía no conocía a sus suegros? Pues ni ella misma se lo creía. Con el sigilo de los meses lo conllevó con toda normalidad hasta olvidar el suceso.
–Um… –tanteó los dedos jugueteando sobre los brazos de Indra, concentrándose en darle una explicación más resumida. – Bueno… no es tan fácil de relatar. –Confirió incómoda a la vez que su estómago se desgarraba (como si un revoltijo de inmensas mariposas invadieran cada milímetro de su contrariado órgano y lo torturasen hasta deshilar agujeros que amenazaran salir a flote) con cada tacto que Indra llevara a cabo. Por ejemplo, ahora, reprochado por la actitud de ella; la apretó más a él, luego aflojó un brazo y acercó su mano muy lenta deslizando la callosa mano sobre el sedoso torso de Sakura, ascendió dibujando una invisible línea por el contorno del hombro, atormentándola con aquel roce, finalizó el recorrido subiendo hacia el centro del cuello, donde lo remarcó a leve mordiscos, y viajando hasta los pómulos femeninos rozó los finos labios hasta tocar la mejilla con los dedos, luego lo pellizcó, indignado.
Sakura lo escrutó con un sacudida, aún atrapada entre el fuerte brazo de Indra.
–Llevo casi dos años enteros escuchando tus pesadillas, ¿y un "es difícil de relatar" es tu respuesta? –Graznó él con hastío, estirándole la barbilla.
La fémina le clavó mirándolo entornando los jades orbes, desafiándolo a una batalla de miradas inquisidoras. Los ojos oscuros de Indra no se quedaban atrás, la quedaban examinando como un búho a su presa, el cabello carbón del muchacho atado y despeinado destilaba aires amenazantes y que harían rechinar el hilo de valor a cualquier ladrón que tuviera pensado hurtarle. Durante un corto tiempo de sostener miradas entre ellos, Sakura creyó ver algo en el rostro de su marido, ese algo que en toda su vida reflejada en una cámara vieja y descompuesta por diversas manchas la asechaba desde las penumbras o qué imaginó reconocer en algún lugar. Acortando la distancia, Sakura se ve más irradiada en su curiosidad que no examinó el gesto de inseguridad de Indra. De un corte para el otro, él la distanció ligero, liberándola del único brazo que la apretaba. Por ello, no pasó desapercibida por aquel repentino cambio.
Sakura frunce el entrecejo, extrañada.
– ¿Qué sucede? –Pregunta apegándose a él. Indra gruñe tomando un poco de espacio entre Sakura. – Creí que en miradas fijas nadie te ganaba, pero creo que escuché mal. –Agregó a regañadientes.
Indra resopló acomodándose a un lado de la cama. Elevó las sábanas y se cubrió todo el cuerpo con ellas. Sakura podía sentir como su cabeza iba a estallar, sus oídos salían vapor y sus ojos centellaban ira. Oyó que su marido murmuraba algo irreconocible y, paupérrimo en desconocer el idioma, envía unos ligeros empujoncitos a un Indra cabreado. Observando la situación no entendió que puedo haberlo enfadado, después de todo sólo ironizó burlescamente de lo chulo que él se creía en mirar sin recurrir una reacción, en esos duelos le gustaba exasperarlo comparándolo con una estatua, no obstante, ahora se enfadó por una mera burla que no acoplaba ser ofensiva en su inocente vista.
– ¡Oh! Vamos –lo volvió a empujar dando golpecitos medio bruscos– Si te ofendí no proponía hacerlo, no pensé que te enfadarías por un estúpido comentario mío.
Indra taladró, desconcertado, gruñendo falsamente.
Sakura se lleva la mano hacia la cara.
–Amor. –Rompió ella colocándose encima de Indra. Él envuelve el inexpresivo rostro a la fémina.
Antes que Sakura continuase hablando, Indra la detiene sellándole los labios suavemente con el dedo índice, murmurando:
–Cuéntame, szeretett. –Suavizó las duras facciones y tomó la mejilla izquierda de Sakura, acariciándola– ¿Qué sueño fue el que sufriste hace media hora?
Había días en las que Indra la llamaba en húngaro, así como también solía insultar a las personas que discutían con él, y sí alguna vez se encontraba con otro húngaro, seguro se armaba de la gorda en despegarlo de la pelea.
Sakura lo miró paralizada. A pesar del desenfrenado temperamento que Indra tenía, había una fibra muy sensible que la hacía sentir tan segura y a la vez triste.
Melancólica, le sonríe sujetando su mano contra la de él, y asiente afirmativamente.
Le contó lo realista que el sueño había sido, el árbol descompuesto en insectos que gritaban exageradamente, las lápidas que bien no lograba visualizarlas en la mente, los golpes, risas y las manos ulceradas la agarraban para luego arrancarle la piel. Indra enarcaba una ceja oyendo cómo la desgarraban y que esas mismas lápidas se aparecieron de golpe frente a ella.
– ¿Recuerdas los nombres grabados en las tumbas?
–Eso intento… –decía Sakura frunciendo los párpados. Cerrándolos avisó el mármol colocado perpendicular a cada lado de las demás lápidas removidas y desteñidas a un blanco traslúcido, las letras tal como imaginaba, eran pequeñas letras escritas a las apuradas, una empezaba con "S" leyendo un tal «Sai»… Sakura apretó los nudillos y pegó un suspiro de miedo. Dos de las tantas grababan en dedicatoria al mismo apellido «Haruno», el habla nubló su lengua.
– ¿Qué sucede, Sakura? –La sacudió Indra otra vez.
Ella exclama un sollozo.
–Mis padres… las lápidas eran de mis padres, de Sai y Sasuke.
El transcurso de los días decayó a una velocidad incomparable. Indra estaba conmocionado que consiguieran tener ya cinco años de casados. La relación tenía sus bajas de cuando en cuando, problemas insignificantes que conducían a pleitos diminutos, Sakura fue una mujer que la mayoría del tiempo se despreocupaba de las menudas desapariciones de su marido, dado que al amanecer cuando los primeros rayos ultravioleta se filtraran por la ventana, Indra no estaba por ningún lado. Normalmente entre los martes y jueves él dejaba el desayuno en la mesa y se esfumaba –esos dos días de la semana ella daba clases a la mañana en una escuela privada–, después entre las cinco o seis de la tarde volvía a la casa sin traer consigo un maletín u bolso (según él innecesarios). Sakura se interrogaba cada vez más el porqué, a fin de cuentas era un profesor de piano y por lenguas de los vecinos enseñaba húngaro en un colegio apartado del pueblo. Un lunes se lo preguntó. «No creo que lo conozcas, es un instituto del campo a unos veinte kilómetros de la ciudad» aquellas palabras sonaban secas, expresando con exactitud que no son incumbencia de ella. Lo había reprendido, aunque no volvió a tocar más el tema, ya que unos cuantos intentos y la miraba ajetreado y cansado.
Un trágico martes la salud de Sakura se precipitó a un agujero negro, la joven de veintisiete años despertó con una fatiga que incrementó rápidamente a un vahído, dejándola inconsciente todo el mediodía. En cuanto Indra giró el pomo y se encaminó encontrándose con el cuerpo tirado en la habitación matrimonial, el horror lo invadió y a regañadientes la llevó al hospital. Según el doctor una enfermedad se adhirió tajoneando las defensas, de buenas a primeras pensaron que se trataba de una gripe, pero los médicos al hacerle una revisión completa notaron que unas verrugas gráciles adornaban en los omóplatos y tobilleras de Sakura. Las horas se volvieron el verdadero averno, los dolores agudos hicieron mella en ella, algo muy malo se instalaba en su cuerpo cada minuto. Mas una semana corrió para que el sufrimiento se intensificará. Indra pegado a la silla, no comía a menos que Sakura o el mismo doctor le ordenasen hacerlo, cansado no despegó un solo ojo del letargo de la fémina, el sarpullido o tipo alergia que tuviera ella, la estremecía.
La noche antes de que se marchara obligadamente por una demanda unánime de médicos profesionales y enfermeras, la escena de Sakura intentando moverse lo perturbó, revolvió algo mucho más escalofriante, los azabaches orbes chispearon conociendo el verdadero miedo y desesperación. La respiración de Indra dejó de marchar, el oxígeno se trasformó en agua impidiéndole exhalar correcto.
Dio tres pasos saliendo del cuarto doscientos ochenta y cinco, cuarto donde retenían a Sakura, uno de los últimos pisos –recordando para los adentros, memorizando–. Volteó hacia Sakura, desamparada y aletargada de múltiples manchas mohosas ambarinas. Se arrepentiría de la única decisión que tenía provista. Dejarla. Darle un tiempo para ella –o por mero egoísmo, para pensar–. Llevando la cabeza firmemente destrozada, salió del hospital hasta no volver unos meses.
Tres meses nefastos derrumbaron la salud de Sakura, erupciones oscuras entremezcladas de salpullidos rojos esparcían día a día por nuevas zonas del cuerpo. Transcurridos ese período de tiempo, Indra no volvió desde que el doctor veterano le recomendó retirarse, la idea había sido que ausentase las visitas máximo unos días, pero no imaginó que él la abandonase. Visto que la deformidad incrementaba con la marcha de las horas, pensó que la ausencia de su marido sería lo mejor, la percepción de verlo rechazándola la torturaba.
Elevó con cierta lentitud y dificultad la mano que alguna vez era sedosa y pálida, a comparación de antes, los huesudos dedos, arrugados e infestados de magulladuras, las uñas oxidadas como los antiguos metales incrustaban perforaciones medianas cubiertas en el fondo de una sustancia húmeda y calcinada de pus. La hinchazón en su ojo impedía que concentrase su vista en la marchitada piel. Ni los doctores ni los mejores prodigios en la materia de la medicina supieron sacar un diagnóstico de su enfermedad. Con tres meses, postrada a una infernal cama, los encargados de llevar a cabo su investigación obtuvieron en limpio que, el huésped que se infiltró en su sistema inmunológico detonaba cada uno de los órganos vitales, descomponiendo y carcomiendo como sanguijuela la piel. Aquel cabello suave e imponente, caía fácilmente, a una simple cepillada, el suelo acumulaba cabellos recios como si fuesen pelos de gatos.
La impotencia y la hostilidad la afectaron, empeorando la relación de cada enfermera que la cuidase. Los huesos y los músculos la golpeaban y partían como clavos en la piel, aunque en el fondo ella reflexionó que los clavos serían más leves a comparación de lo costoso que se volvía dar un minúsculo paso o ejecutar un brusco movimiento con los brazos. Deseaba estar muerta. Sin embargo, quería seguir en pie para esperar al regreso de su esposo. Ese era el único hecho que la mantenía cuerda y viva.
El jueves 20 de febrero Indra hizo acto de presencia, la imagen de la mujer que amó a más no poder siendo arrebatada de la libertad y el placer de caminar u percibir el aire fresco. Conocía a detalle la etapa que trastornaba la vida de Sakura, asimismo le fue desconocido el tipo de calificación del virus, por lo tanto él se aseguró que el doctor encargado del caso le informase desde la leve mancha hasta cualquier descubrimiento relacionado con el desagradable envejecimiento de la piel.
Pisar el cuarto y que las sensaciones inquietantes lo atropellasen le resultó curioso y mordaz, abriendo la puerta de par en par, saliendo el chirrido irritante del mueble, sacudió la ovalada manija de hierro y cerró en sí la entrada.
Ella lo examinó de reojo, fría e implacable. Indra aguardó quieto, esperando una invitación ya sea negativa o positiva.
–Me veo como un monstruo ¿verdad? –dijo casi en un rugido. Revisaba de reojo cómo él evitaba el contacto visual.
El muchacho le costaba recorrer la mirada al irreconocible y deplorable estado de Sakura. Le dolía verla, la culpa lo afligió entornando los ojos. Justo que el habla predomino en Indra, la mujer lo silenció con bufidos y largos ataques de tos. Tratando de reponerse, una bocanada de acuosa saliva carmesí la atragantó y sin previo aviso sus manos se llenaron de sangre.
Indra palidece viendo cuan espesa sangre envolvía las fragmentadas manos de ella, se abalanzó hacia ella y, sacando del bolsillo un esponjoso pañuelo, cumple con la tarea despejando cada centímetro rojo manchado sobre la enferma piel de la muchacha.
–Te soy repugnante, no hace falta que lo digas. –Indra suelta el pañuelo y la queda mirando, atónito. ¿En verdad pensaba de él en esa forma…?– La puerta está abierta, así que te puedes marchar.
–… –No supo que contestar. En parte se sentía culpable. ¿Por qué? Sencillo porque en todos los meses que a Sakura se le fue privada la cálida luz reconfortante del sol y el aire a libertad que residía en cada habitante del planeta. Pasar veinte minutos encerrado en cuatro paredes de una caja de concreto le partía la cordura. La entendió, y estaba en todo su derecho enojarse con él, pues Indra al enterarse y confirmar que Sakura sufría una enfermedad terminal que adelante la acabaría pulverizándola del dolor. No podía, ni sabía cómo reaccionar ante la noticia, sintetizó en los años perdidos de ella y, olvidándose de un escabroso detalle, tuvo el descaro de desaparecer en aquellos momentos que Sakura más necesitaba de él. –Sakura… comprendo tu hostilidad hacia mí, pero delante de mis ojos jamás fuiste asquerosa, ni lo eres ahora.
Sakura rascó los dientes gruñendo.
–Mientes –lo acusó.
–No –atestiguó él tomando asiento al lado de ella. – Si de verdad mentiría, no estaría aquí.
La joven enmudeció, haciendo un intento de verse descontenta con aquello. No entendía que hacía él aquí. Después de esos meses, tenerlo allí, a su lado. El sentimiento de pensar en morir sola desconsoló su maldecida alma, no iba a estar sola, porque Indra regresó. Y por supuesto, ambos sabían muy bien lo que significaba. El calvario de agonizar el suplicio triplicado de sus huesos, la hacían gemir del daño y muy pocas veces lloró deseando que alguien le diera fin a su vida. ¿Dónde estaría aquel ente invisible que había encargado de matar a cada uno de sus amados seres? Era la frase de cada noche, luego de recibir los analgésicos y las diarias agujas que la anestesiaban y relajaban.
Indra reparaba intranquilo, por primera vez, dejándose ver sin alejarse como las precedentes escenas acabando una acalorada discusión, contempló absorto en la epidermis contaminada de un color amarillo pastel, los puntitos que parecían tener forma moldeada de granos poco hinchados. La cutícula ambarina y granuda se extendía en todo el cuerpo, o eso deducía si no fuera por la bata celeste que vestía recostada.
–Oí que el doctor habló contigo de mi mejoría. –Manifestó ella– Si es cierto que me darán de alta mañana, no me vendría mal regresar a casa.
El joven mordió la lengua, revoloteó las despeinadas hebras morenas, degustando un amargo silencio. Entablar conversación de lo que en verdad sucedía, le regocijaba el estómago, cansado era estar corto, no físicamente sino mentalmente, el inicio de la desconocida enfermedad de Sakura lo hacía decaer. Tanto esfuerzo en vano.
–El doctor no dijo nada de una mejoría. –Corrigió entrecruzando los grandes dedos masculinos en los delgados de ella– Significa lo contrario… –exhaló manteniendo la voz queda, con ligeros fallos que Sakura no pudo notar– No sacaron nada en limpio, a sola excepción que tienes menos de dos días de vida. –estrechó con más fuerza, meciéndola al lado de él.
Sakura dejó de parpadear, las largas y débiles pestañas no se movieron, el golpeteo subiendo y bajando de las personas retumbó las cuatro paredes. Ocultó la sombría sorpresa, dentro, muy dentro, sabía que acabaría de ese modo, pero no tan rápido.
Observó a Indra y unas gotas como la lluvia enmarcaron las detonadas mejillas. ¿Qué pasaría con Indra? El enfado no se disipó, no lo había perdonado de abandonarla estos tres meses de soledad. Quería y necesitaba una explicación. La vida de su esposo con otra mujer la estremeció, apareció en pleno mientras tanto él la acunaba.
–Indra…
Él bajó la vista hacia ella, la respiración se entrecortaba conteniendo la impotencia y la ira. Anhelaba con todo su ser tener una vida con ella. Hijos. Verlos crecer al lado de su mujer…
La chica avizoró el rostro duro y entristecido de su prometido lagrimeando torpemente, hizo ademan de mover la mano y con la fuerza que aún conservaba, acarició le mejilla suave. Apreció esos oscuros orbes de la noche.
Los ojos azabaches.
Aquellos que la hipnotizaba después de haber hecho el amor y la reconfortaban en momentos estresantes, como ahora. Examinándolo minuciosa, advirtió una diminuta anomalía en un ojo de Indra, parecía como si tuviese algo nítido. Debajo de él, el iris era un ligero tono grisáceo. Recordó entonces el color del gato. La pronunciación de la anciana muerta y el color… Ocurriendo de nuevo con el chiquillo…
Indra lo notó, era hora de decirlo. "No más mentiras", se juró.
Sakura lo miraba sin dar crédito a las similitudes.
Él era el gato negro. La horripilante anciana que se denominó "abuela de Sai". Era él, el niñito que lloraba agriamente en las desoladas calles. El enorme y salvaje cuervo, fue su esposo.
– ¿Te arrepientes de todo…? –Intervino interrogándola con una mirada taciturna, compuso el timbre de la garganta y prosiguió–… ¿Absolutamente todo?
Sakura brumada del dolor, comprendió la inquietud en los orbes azabaches de Indra. Él no era un monstruo, tampoco humano. Pero de lo que sí sabía era que lo amaba. Así concluyó, negando firme y directa a él.
–No… –dijo Sakura débil– nunca lo haría.
Indra apretó los dientes, sin soltar la deteriorada mano esponjosa de Sakura.
–Sakura, mi szeretett. Eres piadosa, como toda alma humana, como los de tú propia especie son, entenderé el motivo de tu odio hacia mí. –Replicó negando la sinceridad y afecto que ella le proporcionaba– Jamás fui digno de tal aprecio. –Se calló y desfalleció en ella una mirada arrepentida– Te mentí. Y créeme que después de todas las muertes que cometí, me odias.
Sakura denotó el pequeño miedo que instalaba en los parpados temblorosos de Indra, mientras él la peinaba suavemente con la mano libre. Ella le dolía que su esposo, el mismo hombre que había visto en varias ocasiones de su infancia, ya sea en forma de animal o en otras personas, se proclamase asesino. Creyó que también se enojaría, que le gritaría lo mucho que extrañó los abrazos y la compañía de Sasuke, el incondicional apoyo de su familia a pesar del escandaloso conflicto que llevó los últimos años en la preparatoria, y la confianza que Sai le regaló en los ocho años de pura amistad cordial, recuerdos inolvidables y a la vez, muy dolorosos. Pensó en una reacción donde lo martillaría con insultos al azar y ampliaría el sufrimiento. Sin embargo, no lo hizo. La noche que se había topado con el gato negro adivinó que algo extraño traía –infortunio y calamidades, según los supersticiosos– y lo confirmó hace breves instantes. La abuela fallecida de Sai, avejentada y con un ojo calcinado de podredumbre, resultó ser Indra también. El pequeño niño que no pasaba los diez años, que con los bramidos y sollozos, ella agudizó yendo a él antes de que un asesino serial pisase su casa y la arrastrase a una turbia muerte garantizada. O aquella ocasión de endeble desolación que cierto cuervo negro cruzó el parabrisas, desviándola hacia un mal crecido árbol, antes de que una bandada de carros chocase contra ella.
En otras palabras, Indra le salvó la vida desde siempre. Aunque salvarla implicaba sacrificar a alguien, y entendió el porqué de su deplorable culpa comiéndole la conciencia.
–Indra –llamó terciando el paralizado gesto. Odiaba su actual estado, no la dejaba expresar lo que necesitaba– Hiciste lo que creías correcto y no te odio. Lo que pasó en el pasado se queda en el pasado… además ¿Quién en su sano juicio reprocharía con matar a su salvador? Yo no, y lo sabes muy bien.
El soplido instaló en el cuarto de enfermería, la vidriera, abierta de par en par, dio la bienvenida a dóciles susurros que chocaban vehemente contra los descontrolados oídos de Indra. Entumecido después de escuchar el comentario de Sakura, experimentó cómo un roce le palpó la nuca para que voltease, al hacerlo entrecerró el ceño, disgustado, musitó unas palabras con suma lentitud, cerciorándose de que ese algo que estaba al frente de él, retrocediera.
– ¡Takarodj innen, anya! –Se levantó del asiento, giró hacia la puerta abierta exclamando la misma frase. Las luces se sofocaron dando leves tintineos, parecían a punto de colapsar o estallar en cualquier instante, y entonces Indra más cabreado que nunca arrulló contra aquello que los espiaba. – Maradj ki ebből. Ez csak rám és az ő. –Hubo un apagón masivo y a lo lejos, las explosiones de algunos faroles de fuera cayeron en furia, lo mismo que a continuación, algunos que otras lámparas y focos reventaron como simples cascaras de huevos al resquebrajarlos, luego la lluvia de vidrios y los gritos procedentes de enfermeras que acompañaban a los pacientes junto con los doctores intoxicaron el hospital entero. Indra se percató de la catástrofe que provocó. Una fina ventisca lo paralizó, inmerso en la oscuridad, cuidando una Sakura improvista de hacer mucho esfuerzo. – Kérjük, anya… –pronunció derrotado y caído.
Terminado de agitar esas últimas palabras, el ente que destiló el lío de las luces, las encendió mientras la puerta que daba al pasillo cerró abruptamente con un portazo. El foco de la habitación que Sakura e Indra estaban, iluminó la recámara, uno de los pocos que sobrevivió al desastre, los muebles no se hallaban despatarrados o ninguna alteración que no fuera de la luz preocupó al joven.
Exceptuando la expresión facial aturdida de Sakura, debido a los daños que aconteció su cuerpo, su angelical rostro ahora era una nítida visión del ayer, los jades iris conservaban su vivaz resplandor como de costumbre, la enmarañada piel relucía ligeras protuberancias en el mentón y pómulos, en tanto que el resto del cuerpo presentaba un encamino de quemaduras rojizas entornadas de escamas arrugadas, el cuello y toda extremidad como los brazos y piernas tuvieron el mismo destino, el cuero cabelludo era un caparazón pálido que si no fuera por la melena exótica rosácea de la fémina el aspecto sería más atroz.
Indra torció la sonrisa, aguantando verla de ese modo o las secuelas mencionadas por la misma Sakura nominándose "monstruo", el pensamiento era una falacia. Mas, el repugnante aspecto de la mujer a la que había elegido no le importó, la aversión que producía culpabilidad y provocaba que él apartara la vista de la fémina fue un suceso contundente concierne a lo que Indra. Solo él podía presenciarlo con sus propios ojos.
–Indra, me gustaría que respondieses una pregunta, desde que me trasladaron aquí no me quepa. –El joven la insta a que prosiguiera, asintiendo– ¿Por qué me dejaste esos tres meses? ¿O es qué los doctores te prohibieron de antemano visitarme? –Él soltó una carcajada, "unos debiluchos humanos impidiéndome ver a mi esposa", pensó riéndose.
Él carraspeó pesadamente las manos sobre la melena. La boca se le estaba secando y las pequeñas bolsas debajo de sus ojos lo apresaban fatigándolo. Delegó el cansancio notable en el semblante y prosiguió al pedido de Sakura. No era propio de él expresarse, mucho menos interactuando y hablando abiertamente de sus verdaderas intenciones.
Largó un interminable suspiro y la miró fijamente.
–Porque… –la tensión fermentó, de todos modos ¿qué importaba revelarle la verdad? Ella ya se estaba muriendo– cuando una persona está marcada, generalmente lleva como espectros que lo devoran, la mayoría suelen ser tábanos o moscas, conforme este anunciado su destino la cantidad crece hasta matarlos. –Desvió con un ápice de frustración– Y tú, Sakura. No eres la excepción concierne al tema. En este preciso instante, tienes muchas de ellas en ti.
La pasiva expresión desliñada de verrugas se tornó horrorizada.
–Y por ello quisiste tomar distancia –conjeturó, relajando su semblante.
El joven espabiló los brazos y cruzó las cejas pensativo. La respuesta seguía siendo la incorrecta, se irritaba pasarle por la cabeza evadirla. Ladeó de entre lados la órbita de los ojos y la imagen de la luna a medio llenarse enfocó el interés. El marco de la ventana, en donde se mecía la bonancible bóveda celeste, cuyos enjambres con el tintinar de luces danzaban inmortales en un eterno baile junto con la desplaciente luna. Una tortuosa noche con tan reconfortante ambiente, tan doloroso…
Indra abandonó la cercanía de Sakura, poniéndose en pie, justo al lado del lecho que reposaba. La fémina le clavó una mirada indicando sorpresa. Él destapó las viejas sábanas, impregnadas de sudor y hedor de vejez, con toda la paciencia del universo ubicó uno de los brazos de Sakura enroscándola sobre la nuca de Indra, sujetó su espalda con el brazo derecho mientras con el otro instaló acurrucando sus escuchimizadas piernas. Su peso era ligero y débil, casi tratándose de un muñeco de maniquí.
– ¿Qué estás haciendo? –Le cuestionó agitada– Si los enfermeros te descubren, te sacarán a patadas de aquí.
El muchacho la acercó más a él, apretándola, que a la vez tuvo cuidado con dañarla en su complicado estado.
–No logro convencerme que aún repitas esas tonterías. –Replicó él desganado, emprendiendo el recorrido, saliendo de la habitación– Tu especie no me atemoriza, szeretett. Que hagan lo que se les dé la gana, pero no me pidas irme o qué ordenes debo obedecer. –Caminó rápidamente por los pasillos atestados de enfermedad y angustia. Avanzando adelante pasó varias habitaciones, llegó a una puerta ambigua, la abrió y dijo unas palabras– Solo por ahora ¿puedes cerrar la boca y dejarme esto a mí?
Sakura aireó, intentando gruñir, y en ello consiguió tartamudear incoherencias.
Posteriormente, el chirrido irritante del metal cerrando el pórtico sacó una desconfianza en la fémina inválida.
–Tranquilízate, szeretett. Nada va a pasarte. –Reclinó él, sosteniéndola.
Sakura acalló escuchando el canto fúnebre de los grillos. Indra la había traído a lo que parecía ser el patio trasero del hospital, las plantas crecentadas y la maleza poblaban el área. La estatua de un ángel sin dos brazos, inclinado y agrietado, llevaba una travesía serpenteante de varias ramificaciones verdes acompañadas de moho y pequeños arbustos en los alrededores del mármol. Los jazmines risueños abundaban perfumando el aire, llenando los poros de Sakura con nostalgia.
El patio estaba poblado de flores de toda índole: tulipanes, rosas, margaritas, peonías, lirios, jancitos, gladiolos, y entre otras muchas. Un patio muy extenso que albergaba la luz nítida y clara de la luna, ofuscando los avivados colores de las plantas, dándoles un sombrío gris oscuro.
Los orbes ónice de Indra miraban con devoción el fulgor. Examinó la extensión del jardín, buscando el borde pavimentado para sentarse, luego recostó a Sakura, sin soltarla, entre los brazos.
Sakura miraba expectante y fascinada la vista nocturna del panorama. El viento le asestó como una cachetada, iniciando una serie de tos que la dejó vibrándola. Las tinturas rojas salpicadas en las decrepitas manos huesudas, le acarrearon un malestar.
Indra comprimió el agarre, deseando jamás dejarla ir, pero no había marcha atrás y la vida continuaba, para desgracia de él.
–Tenía miedo… –comenzó el muchacho, sobresaltado– que por seguir aquí la enfermedad seguiría, y pensé que si me alejaba o tomaba distancia, mejorarías... en ese entonces había pasado un mes aproximadamente, volví pero no de la misma forma que ahora o las anteriores. –Sakura cautivada, oía como la voz gruesa de Indra pasaba a tomar un rumbo más calmado.
Él soltó un jadeo.
– ¿Por qué luces como si esto fuera tu culpa? –Le espetó ella.
–Porque lo es. Pude advertirte, seguir cuidándote y mandarte a un mejor hospital con médicos más profesionales que esos… –arrastró el timbre apesadumbrado– Y protegerte… pero no lo hice, te fallé de nuevo. –Soslayó el iris ónices al suelo crecido, fijó deambulando en un tulipán negro. Discurrió en todas lo que consistía la vida, desbordado de planeamientos y cicatrices, de muertes y conjeturas ennegrecidas de sufrimiento. La vida de Indra se resumía a la de un tulipán negro. Sufrir seguiría siendo el destino implantado por la maldición que él había iniciado.
La tos bramó otra vez los pulmones y la delicada garganta de Sakura, la sangre ya no sólo salía por la boca, sino que también una delgada línea roja adornó sus fosas nasales. Indra la acunó, aferrándola, sin hacerle daño. Un tenue brillo hacia abajo lo exaltó, tras seguir la mirada, vio que había un pensamiento multicolor junto al tulipán negro, murmuró algo y lo recogió, recordando que una vez su odiosa abuela le había narrado unos cuentos antiguos acerca de flores.
El pensamiento multicolor era una flor que crecía en invierno, cuyos pétalos aterciopelados son desproporcionales y su cáliz más largos que cualquier simple flor. Las tonalidades jaspeaban, el violeta predominaba en la parte superior, las gamas formaban un arco iris, mientras que en el inferior una mezcla marrón carmesí caía como un arroyo en primavera.
Arrancándolo lo apreció y tendió la flor ubicándolo sobre el lóbulo de la oreja de Sakura, escondiendo con fragilidad la seca melena rosa descolorida.
–Indra… ya basta, la culpa no es tuya. –Dijo reuniendo las fuerzas necesarias en levantar la palma de su mano. – Me hiciste tan feliz, que yo no fui capaz de devolverte nada. Por eso, vive tu vida… –entonces Sakura sacó de su bolsillo superior de la bata, una flor de ciruelo– hazlo.
Indra estaba pasmado.
– ¿De dónde sacaste esa flor?
–La encontré por ahí…
El joven impávido parecía estar en un trance con aquella planta. Los cinco pétalos distribuidos finos y coloreados de un rojo intenso.
– ¿De verdad quieres que lo haga? No estoy en condiciones, ni en las mejores para recordar, mas, cumplir promesas. Sakura me conoces, podré intentarlo. Pero… una promesa es inquebrantable. –Aceptó la flor de ciruelo, dubitativo.
–Con que lo intentes es un comienzo.
Los dos enajenados compusieron su atención en la ovalada luna llena, amarillenta y colosal. Tan magnífica noche y triste. La voz y el acelerado corazón al que Indra se acostumbró a sentir parpadeaba débilmente, Sakura exhalaba sus últimos instantes. Se situaba en el limbo del dolor y la muerte, conocía esa fase tanto como la palma de su mano.
–Sakura si quieres que aca…
–Hazlo –lo interrumpió contrariada– con otra condición. –Indra hizo ademan para que continuara– Qu-ue no me-me olvi-vides… –trato de aclararse la garganta– Sé que sonará egoísta, pe-pero me du-duele pensar en el ol-olvido.
Indra la acogió de los pálidos dedos de palo y la abrazó con suma delicadeza.
–No es egoísta. –Espetó él acariciando el pajoso cabello de Sakura.
Al separarse del funesto abrazo, la contuvo unos breves momentos y aspiró el débil bálsamo que todavía residía en ella. Luego cargó entre ambas manos la cabeza de Sakura, delineó con el pulgar un suave roce, después el ojo izquierdo de Indra se tornó más oscuro y se podía apreciar que en el fondo un nítido y diminuto punto rojizo se volvía más sofocante y crecía leve.
Indra la rodeó y la besó. Los labios de la fémina bailaban tímidamente, haciendo un intento de estar en sincronía con los de su esposo, él intensificó el beso palpando las frías mejillas, hizo un tenue recorrido viajando de los hombros a la cintura, deslizando las manos con sumo cuidado.
Sakura observó cómo los ojos de Indra adquirían una tonalidad roja alrededor del iris ónices. Buceando en una ola de calidez, esa misma que sólo Indra le brindaba, sintió una punzada en el corazón y el gélido oxígeno pestañó, faltándole, entonces el miedo la embargó. El miedo de morir sola, de estar envuelta en una enorme masa de negrura, donde el frío perece y de segundo a otro el cuerpo se congela convirtiéndose en un mero adorno invisible en la tempestad del vacío.
En ello, las callosas manos de Indra intervinieron, consolándola. Ella lo miró, concentrándose y los labios de él se movieron más a los suyos, acoplándose en un desenfrenado frenesí de excitación, el desbordante ardor sacó la desesperación de la joven moribunda. El dolor que corroía por sus huesos desapareció y el ojo bermellón izquierdo de Indra tintineó. El calor y la sensación de estar junto a su esposo, le hizo esbozar una sonrisa y luego, descansada como si le hubieran quitado un enorme peso de encima, la vista de Indra se distorsionó y la oscuridad perpetuó en toda la sala. Su corazón dejó de latir.
Él miró con detenimiento la viveza que perdía los jades ojos de Sakura, el gesto que ella le había regalado.
Los orbes del muchacho reprodujeron en cámara lenta cómo la helada mano huesuda de su mujer caía al suelo, el dibujo paupérrimo de los labios sucumbió, endeble.
La pérdida lo dejó hueco, parecería que un agujero adornara su pecho y de repente ya nada valiera la pena, teniendo entre brazos el cadáver de Sakura, deteriorado por la enfermedad. La ventisca retornó frívola y salvaje.
Indra cerró los ojos entrecerrados de Sakura y volvió a abrazarla.
Inspiró por última vez la esencia, que se disolvía en el jardín.
Soltó unos sollozos y graznó furioso, dando golpes a la tierra. Mantuvo la calma, el cadáver de Sakura se enfriaba, la tortura y la culpabilidad lo carcomieron más por dentro.
Vio de reojo la flor de ciruelo que ella le había regalado minutos antes que Indra la liberara del sufrimiento.
–"La promesa" –Se repitió. Ahora lo supo, detrás de las palabras y la segunda condición, había un mensaje tácito en esto. Si bien, Sakura quería que él siguiera adelante, eso inquiría que no debía recordarla, sin embargo, ella no soportaba la idea de olvidar. Que él la olvidase.
–Esa mujer… –Decía Indra en tanto esbozaba leve una sonrisa a Sakura.
Un año había pasado después de la muerte de Sakura.
El cementerio estaba casi desierto, potenciado a una críptica niebla, era casi costumbre que todos los días el sitio sea el primer lugar en nublarse.
En la decimoquinta fila un gato gigante, superando el tamaño de cualquier gato normal, negro como la noche, reposaba en la última lápida.
«"Aquí yace: Sakura Haruno. 1930-1957. Joven profesora de Historia, amada y querida." »
Bajo las inscripciones grabadas, en el suelo, un pequeño ramo de pensamiento multicolor adornaba el recuerdo de una persona querida. Al lado una plantita a medio crecer, rosácea, brotaba lenta y tranquila cada paso de los meses.
En cuanto marzo tocara los inicios, el florecimiento del ume avanzaría y adornaría con más frecuencia el decaído y abandonado cementerio. La planta que albergaba la flor de ciruelo.
El gato negro dio un maullido a la tumba, sentado, paseando la vista en la escritura de la lápida.
Luego caminó hacia la diminuta plantita. Interponiéndose entre la tumba y la flor. Se recostó al lado, vigilando taciturno.
No se movería hasta que el sol cayera y la luz de la luna se ubicase en el sendero.
Para así marcharse entre el espeso y carbonizado aire.
Fin
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N/A: Palabras en húngaro; "szerelem": amor. "Virágom": flor. "Szeretett": querida, amada, vendría a ser casi lo mismo que el primero. "¡Takarodj innen, anya!": ¡Fuera de aquí, madre!". "Maradj ki ebből. Ez csak rám és az ő": Mantente fuera de esto. Es sólo entre ella y yo. "Kérjük, anya…": Por favor, madre...
Significado de las flores; "Tulipán negro": estoy sufriendo mucho. "Pensamiento multicolor": piensa en mí como yo lo hago en ti. "Flor de ciruelo": mantén tu promesa.
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Espero que lo hayan disfrutado así cómo lo disfruté al escribirlo, porque sinceramente no fue nada fácil xD. Pero mi kokoro me repetía "tienes una buena trama para una historia IndraSaku" más bien para un onee-shot, pensé que sería corto, y viendo que me llevó unas cuantas hojas *cofcofcof 30*, al terminarlo dije "¡WTF!" jajaja. Al principio la idea del amigo de Sakura (osea Sai) se me ocurrió colocar a Madara pero todo sería tan flashero y ver que al final lo mataría, exclamé un "¡HAHA NO!"... así que metí a Sai. Y no me tiren piedritas por el escaso momento SasuSaku, ideé escribir un texto, cosa que conociéndome terminaría por relatar como cinco páginas más, y por eso sólo terminé por mencionar que se iba a casar con Sasuke. Ah y lo de la enfermedad, está basado en la enfermedad terminal de Mary del videojuego Silent Hill 2, ese puto juego de Lucifer sólo causa kokoros rotos en coma, tendrá miedo, una atmósfera con música de puta madre, pero los personajes y cada trauma son el plato fuerte que decís "¿cómo carajos hace para vivir cargando con eso?"... ni yo me aguanto mis problemas, no me imagino esto xD.
Si hubo algunos errores ortográficos o algo no comprendieron del todo, déjenmelos en los reviews.
Bueno pasando a lo siguiente, sepan perdonar tanta melosidad de un Indra OoC xD. Les traduzco lo siguiente: Osea it's my first day (? Mi primer IndraSaku, VUELVO, SORRY SI CAGUÉ EL CARÁCTER JOPUTA DE INDRA (por más que no sepamos mucho de él) ESH UN AU (?. END.
Terminando esto, estaba pensando en escribir un MadaSaku, cosa que no sé si sería un onee-shot o una serie de drabbles (sí, cortos, ya sé el concepto). Dejemos que los días fluyan y veré que escribo.
Me retiro de mi pc y les deseo un hermoshou finde ;u;
"weiver nu ajed", GENTE. (?
Pd: lean al revés lo que está escrito en negrita C:
Con mucho love and pain, goodbye.
