No es mi primer fic pero sí el primero de HEY ARNOLD. A mis 22 años, viendo Hey Arnold, he descubierto los increíbles personajes creados para esta serie infantil y no he podido evitar escribir una pieza para ellos (No muy infantil, todo hay que decirlo). Hormonas, adolescentes y Helga y Arnold (algo cambiados quizá por esta nueva etapa de la adolescencia). En esta historia, la aventura de la Jungla no ocurre y tampoco Hey Arnold The Movie. Por tanto, Arnold sigue sin conocer los sentimientos de Helga, aunque éstos no tendrán tanto protagonismo como en la serie original puesto que con la adolescencia, Helga decidirá intentar reprimirlos más (Sin éxito, como todos imaginamos). Espero que les guste. DISFRUTEN:

SUDOR Y LLUVIA

Su estómago hambriento resonaba con fuerza mientras se abría paso entre sus compañeros de instituto. Como de costumbre, sus labios se habían convertido en una mueca de desagrado. Su larga y única ceja zozobraba sobre sus grandes ojos, afeando sus facciones en una indudable expresión de enfado. Andaba con las piernas muy separadas, borrando la feminidad que su falda vaquera hubiera otorgado a cualquier otra muchacha. Con grandes zancadas, Helga intentaba huir de aquella masa de caras familiares. Escuchó la queja de una chica a la que le había tirado los libros, pero Helga la ignoró, concentrándose en el fondo del pasillo, donde se encontraba la puerta de la cafetería.

Sus ojos se iluminaron y una pequeña sonrisa apareció en cuanto vio la máquina expendedora. Helga se paró en seco, mirando con adoración aquel objeto, como si quisiera grabar en su memoria el brillo del metal y los llamativos colores de los envases de las chocolatinas y los paquetes de patatas. Su estómago volvió a rugir, despertando a Helga de su minuciosa observación. Helga se acercó a la maquina, sacó algunas monedas de su bolsillo y las introdujo en la ranura con ansiedad. Mientras su barra de chocolate preferida se desprendía de la balda, Helga jugó con la punta de su lazada rosa que caía sobre su hombro. Era una manía que había adoptado desde que había sustituido el gran lazo de su infancia por una coleta alta, hilada en la misma cinta rosa pero sin añadirle el lazo.

El chocolate en sus labios calmó su hambre por unos segundos, distraída por este placebo, Helga no se dio cuenta de que alguien se había acercado a ella por la espalda.

- No deberías desayunar eso- dijo una voz suave que le resultaba muy familiar.

Helga, aún concentrada en su barra de chocolate, sólo emitió un sonido débil como si no hubiera escuchado aquellas palabras. Dirigió su mirada hacia el recién llegado manteniendo su rostro impasible.

- Hoy tienes entrenamiento ¿verdad? Haciendo tanto ejercicio no deberías desayunar tan poco- repitió. Su cuerpo estaba tranquilo, con los hombros descolgados. No era propio que los alumnos del instituto de Hillwood se sintieran cómodos en presencia de Helga. Pero él era diferente, siempre lo había sido.

El suave tacto del chocolate derritiéndose en su lengua no era suficiente para calmar su agresivo carácter, por ello la aparente calma en la que se había encontrado de repente Helga se desmoronó de inmediato.

- ¿Y a ti qué te importa, Football-head?

A pesar del insulto, Arnold sonrió levemente. Esto exasperó a Helga que se dirigió hacia la puerta de la cafetería, golpeando a Arnold en el hombro al pasar junto a él.

- Tenía hambre ¿vale?- fue lo último que escucho Arnold, en un susurro, antes de que Helga desapareciera por la puerta de la cafetería. Arnold se quedó solo en la sala y meneó la cabeza negativamente antes de soltar un suspiro.

El instituto los había convertido en desconocidos. A veces sentía que cada uno de sus compañeros y él mismo se habían dejado absorber por la masa de nuevos alumnos, las hormonas y la nueva dinámica que imponía los años de la adolescencia. Helga había entrado en esta etapa de la vida con un nuevo peinado y una nueva actitud. Aunque seguía siendo agresiva, amenazante, exagerada, poética y seguía murmurando maldiciones muy particulares, había dejado de jugar con bolas de papel y de rociar a sus compañeros con el agua de la fuente. Los juegos infantiles se habían terminado y con ellos, su relación amistosa había quedado reducida a saludos y conversaciones breves y corteses. Ambos coincidían en pocas clases y cuando lo hacían, tampoco les quedaba mucho que contar. Cada vez que la veía a lo lejos en el pasillo o en el recreo, rodeada de otras caras conocidas pero mucho menos familiares, sentía que de alguna forma aquella no era la Helga G Pataki que siempre había conocido. Su ausencia, la lejanía en la que se mantenía resultaba perturbadora.

Esta era su nueva rutinaria, su nuevo día a día en el que sólo se encontraba la mitad de sus antiguos compañeros de clase. Afortunadamente, uno de ellos era Gerald, que se había apuntado a la mayoría de las clases de Arnold. Su mejor amigo era de las pocas cosas que había continuado presente en su vida, de forma inquebrantable. Incluso aquel saludo que habían inventado cuando sólo eran dos críos permaneció inalterable. Debido al carácter amigable de Arnold, no había tenido ningún problema al adaptarse a los nuevos compañeros. No podía considerarse uno de los chicos más populares del instituto pero sí se llevaba bien con todo el mundo. De hecho, entre esos compañeros había conocido a Cindy Barret, su primera novia formal (puesto que aquella extraña relación que había tenido con Lila no se podía considerar como tal).

XXX

Un, dos, tres….vamos, Helga

Helga intentaba acompasar su respiración con el movimiento de sus piernas, llevaba media hora corriendo y su pelo rubio ya se había adherido a su piel por el sudor. Le comenzaban a doler los gemelos y sentía que en los pulmones no tenía suficiente aire. Era de las pocas que seguían en pie, corriendo, en aquella prueba de resistencia. Tenía los auriculares colocados en sus oídos y conectados con un pequeño reproductor de audio mp3, por el cual escuchaba música clásica. Su música actual preferida era el rock pero para correr necesitaba voces más calmadas que le hicieran olvidar el dolor de sus articulaciones. Dando vueltas por el campo, pudo reconocer a Harold, corriendo también puesto que su redondo cuerpo infantil se había transformado en músculo y fibra al pasar a la adolescencia. Además de ellos dos, la única otra persona que seguía corriendo era Mathew Black, un joven problemático que solía pasar la mayor parte del tiempo en las aulas de castigo.

Un poco más, Helga

Helga se dio ánimos mentalmente y obligó a sus piernas a continuar moviéndose, con un ritmo pausado. Ella misma no era la única que se daba ánimos, podía oír a Rhonda Wellington Lloyd dando gritos de ánimo tanto a Harold y a ella como si se tratara de una competición, marginando al impopular de Mathew Black. Rhonda cambiaba de opinión constantemente en cuanto a si consideraba o no a Helga como a una amiga, en ocasiones la invitaba a las fiestas que solía organizar y en otras ocasiones no, como si la mala fama de Helga fuera a perjudicar realmente el resultado de sus celebraciones. Hoy, sin embargo, parecía haber decidido que eran amigas de la infancia.

El profesor de Gimnasia pitó con un silbato. Todos lo llamaban Guisante a sus espaldas debido al pequeño tamaño de su cabeza en comparación con sus hombros. En cuanto se oyó el sonido, los tres corredores se dejaron caer sobre el suelo, exhaustos por el cansancio.

- ¡Levántense, señoritas, eso no ha sido nada!- gritó Guisante. Helga se mantuvo tumbada, con la mejilla pegada contra el albero y puso los ojos en blanco al escuchar el machista comentario.

XXX

Cindy Barret era una de las chicas más brillantes de su curso. No era sorprendente, por tanto, que fuera capaz de atender a cada palabra del profesor al mismo tiempo que acariciaba distraída la mano de su novio. Arnold, sin embargo, no tenía tanto poder de concentración y el solo tacto de su mano sobre la suya lo introducía en un estado de adormecimiento incompatible con las explicaciones del profesor. El señor Collins tenía una voz baja y rutinaria que no lo ayudaba con su profesión, más de un alumno se había quedado dormido en plena clase. En estos momentos, el profesor de matemáticas daba la espalda a los alumnos mientras que escribía en la pizarra una serie de ecuaciones. Cindy, aún atenta a las anotaciones del Señor Collins, colocó su mano en el muslo de su novio y continuó con las caricias. Arnold abrió los ojos de par en par, saliendo de su estado somnoliento y miró sorprendido cómo la mano de Cindy se deslizaba hasta el interior de su muslo, casi rozando su miembro. Arnold estaba seguro de que de repente su cabeza había adoptado el color de un tomate.

El Señor Collins se dio la vuelta, preguntando alguna cuestión matemática (Arnold no estaba muy seguro qué había dicho). Arnold se mordió el labio inferior y deseó que la tierra se lo tragara. No se atrevía a apartar con brusquedad la mano de su novia por temor a que este rápido gesto alertara al profesor, así que sólo rozó con sus dedos temblorosos la mano de Cindy. Fue peor, porque ella en lugar de apartar la mano pensó que Arnold la estaba animando y comenzó a mover sus dedos con mayor rapidez. La mano libre de Cindy se alzó en el aire en cuanto el profesor terminó con su pregunta. Arnold tragó saliva, incómodo, al notar cómo la mirada del Señor Collins se posaba sobre ambos, aunque al parecer ignoraba lo que ocurría bajo el pupitre del alumno. Cindy no había apartado la mirada de la pizarra durante toda la clase, aún así, continuaba con sus movimientos sugerentes, clavando sus dedos con suavidad en la piel de su novio. Sus labios se abrieron levemente para decir la respuesta y sonrió en cuanto el profesor la felicitó por acertar la ecuación. El Señor Collins se dio la vuelta para escribir en la pizarra los números que Cindy le había indicado. Arnold aprovechó que el profesor les daba nuevamente la espalda para apartar la mano de Cindy, le miró aún con los ojos muy abiertos.

- Ahora no- dijo ruborizado. Parecía una súplica más que una orden.

Cindy reprimió una pequeña risa y le sonrió melosa- Te veía muy dormido, cariño.

Arnold apartó la mirada y resopló, intentando calmarse para volver a su color de piel natural. Puso las manos sobre el pupitre y dedicó toda su atención a las palabras del profesor, aún un poco turbado. Miró a través de la ventana, en el cielo comenzaban a acumularse nubes grises. Arnold miró desalentado el mal tiempo, esperaba que aquellas nubes no descargan agua puesto que la siguiente clase era Gimnasia, su preferida.

XXX

El cielo fue generoso y se mantuvo nublado pero sin lluvias. Arnold caminó junto a su mejor amigo, ya vestido con la ropa deportiva. En el fondo, ocupando el campo de fútbol, podía ver a otros alumnos recogiendo. La única figura reconocible era la del profesor de Gimnasia, mucho más ancho y alto que el resto de los estudiantes. Sólo cuando Arnold y Gerald estaban a pocos metros del campo de fútbol pudieron reconocer a algunos de sus antiguos compañeros. A Rhonda, que ayudaba a levantarse a un cansado Harold (que por alguna razón que los chicos desconocían, había estado tumbado bocarriba en el suelo); A Phoebe, que sonrió tímidamente a Gerald cuando éste pasó por su lado y a Sheena que estaba rezagada, hablando con el profesor. La mirada de Gerald se quedó durante algunos segundos más fijada en la menuda figura de Phoebe, que apoyada en un banco esperaba que su mejor amiga llegará hasta dónde ella se encontraba. Al seguir la mirada de Phoebe, Arnold vio a Helga, hablando muy pegada a uno de los chicos más problemáticos del instituto, Mathew Black. Instintivamente, Arnold frunció las cejas.

Helga se despegó el húmedo flequillo de la frente. Aún le dolían los músculos y estaba segura de que en pocas horas tendría unas insoportables agujetas. Sin que ella se percatara de su compañía, Black dejó caer su pesado brazo sobre los cansados hombros de la joven, inclinándose levemente hacia ella.

- Enhorabuena, Pataki. Ha sido una buena carrera.

- No era una competición- le recordó la chica, liberándose del brazo de Mathew.

- Gracias a Dios que no. He tenido unas preciosas vistas de tus piernas al correr detrás tuya- respondió el chico con una maliciosa sonrisa.

Helga meneó la cabeza pero no dijo nada. Desgraciadamente, Mathew Black era el único chico del instituto que se fijaba en sus piernas. Entre ellos dos había una relación especial surgida del entendimiento propio. Eran los únicos que tenían una familia horrible que apenas se preocupaba de ellos y esta desgracia común además de la poca popularidad que tenían en su centro de estudio, los había convertido en algo parecido a amigos. Además Black nunca perdía la oportunidad de hacerle alguna propuesta indecente.

- ¿Qué has desayunado hoy?

- Una barra de chocolate ¿tú?

- Dos cigarrillos- respondió sin emociones Black- Se los robé a mi padre así que seguramente me ganaré unas cuantas zurras cuando llegue a casa. Todo sea por el vicio- añadió solemne, sacando otro cigarrillo.

Helga intentó no mostrar signos de compasión. Ella misma odiaba que se apiadaran de ella aquellos que se enteraban de su situación familiar, por ello se limitó a encogerse de hombros y a proponer:

- ¿Nos morimos de hambre juntos en la cafetería hoy a la hora del almuerzo?

- Suena como un buen plan- respondió Black antes de encenderse el cigarro.

En ese mismo instante, Helga se cruzó con Arnold y evitó mirarlo. En cambio, el joven con cabeza de balón mantuvo su mirada curiosa sobre su antigua compañera. Arnold miró cómo Helga pasaba a su lado, caminando más despacio que de costumbre. Su piel brillaba perlada a causa del sudor y su cabello rubio estaba pegado a la piel. Una gota de sudor descendía desde su cuello, atravesando su escote. Arnold volvió a sonrojarse al encontrar la imagen de Helga algo erótica. ¡Dios, era Helga! ¿Qué le pasaba a sus hormonas?

- Parece ser que hoy vamos a tener prueba de resistencia- dijo Gerald, a su lado, despertándolo de sus impropios pensamientos. Arnold asintió, compartiendo con su amigo su decepción. Por el rabillo del ojo vio cómo Helga y Black, aún caminando juntos, llegaban hasta donde se encontraba Phoebe. No volvió a verlos hasta horas después, en la cafetería.

XXX

Gran parte de las mesas de la cafetería estaban ya ocupadas por los alumnos. Helga, resopló, sujetando su bandeja casi vacía con fuerza. Después de ducharse en los vestuarios, había vuelto a colocarse su falda vaquera y su sudadera rosa. Su pelo limpio volvía a estar perfectamente recogido en una estrecha coleta. Helga no pudo evitar arrugar la nariz cuando vio a Arnold, sentado junto a su novia, asquerosamente acaramelados, sus manos entrelazadas y sus narices demasiado cerca para el gusto de Helga.

- ¡Crimeny, Helga, lo has olvidado ya!- se recordó a sí misma, obligándose a apartar la mirada de los tórtolos para seguir buscando entre las mesas. Cerca de la mesa de Arnold pudo reconocer a Phoebe, que la llamaba balanceando su brazo derecho en el aire. Junto a ella, ya se encontraba Black, con las piernas en alto sobre la mesa.

Estaba tan pendiente de su destino, la mesa desde la que Phoebe le hacía aún señas, que no vio cómo Rhonda se cruzaba en su camino, chocando con Helga y tirándole el pudín sobre la sudadera. Helga miró su sudadera manchada, sus ojos brillaron con furia.

- ¡Mira por dónde vas, princesa!- al decir estas palabras alzó su puño, pero Rhonda sólo miró a Helga con cierta desconfianza. Helga odiaba cómo sus antiguos compañeros habían decidido que sus amenazas no eran lo suficiente temibles. Solían mantenerse a una distancia segura, evitaban contradecirla o enfurecerla pero cuando ella levantaba el puño ya no huían de ella despavoridos. Quizás la conocían un poco y Helga odiaba eso. Aún así, el grito de Helga llamó la atención de todos aquellos que estaban en la cafetería. La mayoría de ellos dejaron sus conversaciones de lado para ver la discusión, esperanzados por alguna pelea que los entretuvieras.

- Intenté hablar contigo después de la clase de Gimnasia- respondió Rhonda con naturalidad- Pero te fuiste pronto- Rhonda le tendió una invitación y un billete- Siento lo de la comida, cómprate algo.

Helga parpadeó sorprendido y aún algo furiosa. Miró la invitación y el dinero que Rhonda le había dado.

- No quiero tu dinero- rugió tendiéndole el billete pero Rhonda no lo aceptó- ¿y por qué me invitas a tu fiesta? ¿Ahora somos amigas?

Rhonda sonrió- Insisto- empujo el puño en el que Helga sostenía el dinero hacía ella- Y no sé de que estás hablando, Helga. Nos conocemos desde que somos pequeñas ¿Por qué no iba a invitarte a mi fiesta?- Echo un breve vistazo hacia Mathew Black- Siento que hace mucho que no hablamos y que podríamos ponernos al día.

Helga miró con desconfianza el dinero de su mano. Finalmente se lo guardó en el bolsillo- No voy a darte las gracias- murmuró.

Rhonda volvió a sonreír. Sus sonrisas siempre parecían forzadas, minuciosamente estudiadas. Ambas chicas siguieron su camino y algunos estudiantes que las habían estado observando, bufaron decepcionados por la falta de acción. Helga gruñó por lo bajo mientras volvía a la cola de la cafetería para comprarse comida. Parecía que al final no pasaría hambre. El dinero que le había dado Rhonda era suficiente para alimentarse durante tres días enteros. Esa era la extraña relación en la que se habían introducido Rhonda y Helga. Eran más enemigas que amigas pero, en ocasiones, cuando estaban seguras de que nadie las iba acusar de tener buenas intencionas la una con la otra, realizaban algún acto amistoso. Helga estaba segura de que Rhonda la había oído mencionar a alguien que aquel día tendría pocos alimentos sobre su bandeja. Aún así, la razón por la que Rhonda la había invitado a la fiesta aún era un misterio para ella. Sí, Rhonda no era siempre tan repelente, por tratándose de Helga sus invitaciones siempre tenían intenciones ocultas.

Su puño alzado en el aire de forma amenazante le pareció a Arnold como una regresión a aquellos inolvidables años en el P.S 118. Aunque el carácter de Helga no había cambiado puesto que seguía haciendo monólogos elocuentes y blandiendo una agresividad difícil de reprimir, las bromas como las bolas de papel habían llegado a su fin. Aquella imagen, Helga contra Rhonda, le resultó como un recuerdo casi melancólico.

- A esa le encanta llamar la atención- bramó Cindy, mirando a Helga que se colocaba en la cola de la cafetería.

Arnold entrecerró los ojos, tentado de defenderla pero sólo atrevió a decir- Su nombre es Helga.

- Helga G Pataki, exactamente- dijo Gerald que acababa de llegar con su bandeja- Nuestra matona particular. Nos atormentó durante primaria, especialmente a Arnold- Gerald sonrió, preparado para contar una de sus entretenidas historias, esta vez, protagonizadas por Helga. Había pensado en contar sobre el día de los inocentes, en el que Helga fingió que Arnold le había dejado ciega o contar sobre aquella vez en la que Helga se había disfrazado de la novia fantasma para atemorizar a sus compañeros. Pero su sonrisa radiante se disolvió en cuanto vio junto a quién estaba sentada Phoebe.

Arnold, que aún estaba pendiente de su comida no se dio cuenta del cambio de ánimo en su amigo. Pero Cindy pudo notar cómo la mirada de Gerald se volvía fría al encontrarse con Mathew Black.

- ¿Qué hace sentado en esa mesa?- preguntó Gerald, su amargura presente en sus rostro. Arnold lo miró confuso, incorporándose de momento a la conversación.

Phoebe y Gerald habían sido novios durante el primer año de instituto, pero Phoebe había abandonado a Gerald consumida por unos rumores sobre su supuesta y continua infidelidad. Aunque estos rumores no habían sido ciertos, la pareja había decidido darse un tiempo para replantearse las cosas. Ese tiempo aún perduraba y la relación entre Phoebe y Gerald vacilaba cada día. A veces eran sólo amigos, otras veces más que eso. Ninguno se atrevía a dar un nuevo paso en su relación y volver a referirse el uno al otro como novio y novia. Sin embargo, todos los alumnos del instituto sabían perfectamente que ni Phoebe ni Gerald estaban libres. La visión de Mathew Black, que era conocido por ser el chico más problemático del lugar, tan cerca de Phoebe incomodó a Gerarld.

- No te preocupes, Gerald, Phoebe está segura. Black no se ha sentado en esa mesa por ella- dijo Cindy, mirando con malicia a Helga que volvía a la mesa donde estaban Phoebe y Mathew.

Gerald relajó su fría mirada pero frunció las cejas- No sabía que Helga y Mathew Black eran amigos.

- Sólo están en la misma clase- dijo Arnold.

- Son más que amigos- dijo Cindy- Los rumores dicen que Helga le hace ciertos favores a Black.

Arnold frunció las cejas, sin comprender- ¿Qué clase de favores?

- Favores sexuales, Arnold. Me han dicho que la pillaron de rodillas delante de Black en el servicio de chicas…no tengo que deciros qué estaba haciendo ¿verdad?- dijo Cindy mirando a Arnold.

- Helga no hace ese tipo de cosas- dijo Arnold.

- ¿Y tú como lo sabes?- preguntó Cindy, a la defensiva.

- Porque la conozco

- Oh, Arnold eres tan ingenuo. ¿Hace cuánto que no hablas con ella? ¿Dos años? La conociste cuándo era sólo una niña…y según vosotros era una malhablada ¿te sorprende que ahora sea algo ligera? Te apuesto lo que quieras a que Helga G Pataki hace tiempo que dejó de ser pura y casta.

Arnold miró a su amigo en busca de apoyo pero Gerald hacía tiempo que había dejado de atender a la conversación para mirar a Phoebe, que conversaba animadamente con su mejor amiga y con Mathew Black. Arnold siguió su mirada y no pudo evitar arrugar la nariz al ver cómo Black se sentaba tan cerca de Helga. Se sentía como si de repente se hubiera dado cuenta de que habían pervertido a la pequeña Helga de nueve años que tan presente había estado en aquellos años de su vida.

- Además ¿Por qué crees que Rhonda la ha invitado a su fiesta? Quiere enterarse de todo lo posible sobre la relación de Helga y Black. Lástima que yo no vaya a poder asistir a aquella fiesta. Mis padres no pueden ser más inoportunos a la hora de elegir fechas para ir a las playas de Francia- Cindy se lamentó de su propia mala suerte.

Arnold a su lado se limitó a mirar por la ventana y a susurrar- Hoy va a llover.

XXX

Y llovió. De hecho la carretera se había convertido en un pequeño riachuelo. Arnold se aferró más a su paraguas y continúo andando por las frías calles del invierno de Hillwood. A pesar de que el paraguas le resguardaba del agua que caía, su calzado no era el adecuado y sus calcetines estaban empapados a causa de los charcos. No era excesivamente tarde pero como era natural en Invierno el sol se había ocultado pronto. La lluvia torrencial convertía la ciudad de Hillwood en un paisaje bastante deprimente en el que sólo destacaban las luces de los coches que circulaban. Los edificios de llamativos colores palidecían bajo el manto de lluvia y oscuridad. Sin embargo, Arnold con su optimismo pensaba que la lluvia tenía también su belleza propia incluso cuando le calaba los calcetines. De repente, un coche muy grande se detuvo a su lado. Arnold, por un momento pensó que su abuelo al final había podido ir a recogerlo, pero fue suficiente echar una mirada rápida al alto vehículo para saber que ese no era el viejo trasto con ruedas que le gustaba conducir a su abuelo.

Arnold acentuó la vista, la luz que desprendía el coche le impedía ver a su ocupante. Cuando Arnold se asomó al cristal del asiento copiloto, una voz familiar resonó irritada.

- Jeez, Arnold-o ¿Vas a estar parado ahí todo el día o vas a entrar en el coche?- La inesperada voz de Helga empujó a Arnold a cerrar el paraguas y entrar en el asiento copiloto.

Hasta que no entró en el coche, protegido por la calefacción interior, no descubrió que sus músculos se habían agarrotado por el frío. Helga, a su lado, no esperó ninguna clase de saludo y arrancó el coche que devoró las mojadas calles como si fuera una bestia. Tras algunos segundos de silencio en los que Arnold se acomodaba al acogedor calor, el chico se atrevió a hablar.

- Muchas gracias, Helga.

- No ha sido nada, Arnold- dijo la joven mirando hacia el frente. Luego, echó una rápida vista a su acompañante y algo sonrojada repuso- Quiero decir, no te acostumbres a que te vaya recogiendo por las calles Futball-head, yo no soy un taxista.

- Lo que tú digas, Helga- respondió Arnold, divertido por aquel conocido intercambio verbal. Arnold miró a la ventanilla- Llueve mucho- Helga no respondió. Por supuesto, había sido una comentario estúpido se dijo Arnold.

El coche dobló una esquina y los dos adolescentes se mantuvieron en silencio. Arnold no podía evitar mirarla de reojo, como si aquella chica más alta de lo que él recordaba fuera un espectro que se fuera a esfumar en cuestión de segundos. Hacía muchísimo que no estaba tan cerca de ella, hacía muchísimo que no paseaban juntos y aunque el coche era un elemento nuevo que surgía de su condición de adolescente (aquella nueva etapa de la vida que los había separado), Arnold no pudo evitar comparar este momento a aquellas tantas veces en las que Arnold le había ofrecido acompañarla a casa. Esta vez era ella la que le llevaba hasta su casa.

- Hacía mucho que no hablábamos- dijo de repente Arnold, permitiendo que la melancolía le atrapara una vez más.

Helga frunció su ceja, extrañada- Hemos hablado esta mañana.

Arnold asintió, recordando el incidente de la barra de chocolate- Antes de esta mañana, hacía muchísimo que no hablábamos.

Helga lo miró confusa, pero finalmente asintió- Supongo que sí.

La carretera frente a ellos parecía una larga cola de serpiente. Ahora que disponían de coches, habían abandonado el barrio por sí solos para explorar nuevas zonas de ocio. La ciudad nunca les había parecido tan grande y limitarse a las pequeñas diversiones que rodeaban su colegio resultaba ahora un disparate.

- Gira ahora por la derecha, es un atajo- dijo Arnold. Sorprendentemente, Helga obedeció sin comenzar ninguna disputa.

- ¿Cómo se encuentran tus abuelos?

- Bien. Igual que siempre ¿Y tus padres?

Helga no apartó la mirada de la carretera para responder, aunque Arnold al mirar su perfil pudo apreciar cómo sus ojos perdían cierto brillo al hablar de su situación familiar.

- Igual que siempre- respondió. Arnold comprendió perfectamente qué escondía esa contestación y decidió no decir nada más al respecto. Nuevamente se quedaron en silencio. Arnold se sentía incómodo y odiaba sentirse así, porque eso no era más que otra inequívoca seña de que Helga G Pataki se había convertido en una conocida más. De esas con las que te sentías obligado a hacer conversaciones corteses y cuyo silencio siempre resultaba desagradable. Aún así, Arnold no intentó forzar el silencio, por alguna extraña razón quería oír su voz, sus gritos, sus quejas y sus conocidas maldiciones.

Fuera del coche todo parecía oscuridad. Una absoluta nada que la luz del coche despejaba. Estaban en una zona rural que se encontraba en una de las fronteras de Hillwood, aún bastante lejos del barrio donde ambos vivían. De repente las ruedas del coche pisaron algo y el automóvil dio un pequeño salto para continuar circulando con más velocidad, deslizándose por el resbaladizo pavimento. Arnold se apoyó en el salpicadero y vio cómo Helga intentaba controlar el coche con el volante. Una de las ruedas comenzó a chirriar y Arnold imaginó que salían chispas con el contacto con el pavimento. Por fin, Helga pudo controlar el coche que se detuvo en su carril, en medio de la desierta carretera. Ambos respiraron con agitación y se soltaron del salpicadero y del volante, a los cuales se habían aferrado con fuerza. La mirada de Helga estaba perdida, aún mirando hacia el frente pero inmersa en sus propias preocupaciones.

- ¿Estás bien?- preguntó Arnold con dulzura.

- ¡Crimeny!- gritó Helga con fuerza, al mismo tiempo que se quitaba el cinturón de seguridad.

Comenzó a murmurar insultos y maldiciones y a quejarse de su mala suerte. Helga se bajó del coche y la lluvia, que aún caía en cascada, la empapó por completo y silenció sus quejas. Arnold la miró sorprendido desde el interior del automóvil. Su figura delgada y mojada se movía con pasos bruscos, su ceja fruncida en su conocido rostro furioso. Helga se detuvo junto a una de las ruedas delanteras y dio una fuerte patada al coche. Fue en este momento cuando Arnold despertó de su shock y salió del vehículo con su paraguas.

- Mi padre va a matarme, mi padre me va a aniquilar, me va a enterrar viva- murmuraba Helga, aún pendiente de la rueda pinchada. Arnold la tapó con su paraguas pero Helga estaba tan pendiente de su desdicha que ni siquiera se dio cuenta de que el agua había dejado de caer sobre ella. Estaba completamente mojada y su camiseta celeste se pegaba a su cuerpo como si fuera una segunda piel. Helga continuó mirando la rueda y se abrazó a sí misma para protegerse del frío.

- Deberíamos entrar en el coche. Estás congelada y vas a coger un resfriado.

Helga se dio la vuelta con brusquedad para mirarle como si repentinamente recordara que no estaba sola. Abrió la boca para decir algo pero decidió limitarse a asentir. Arnold puso una mano en su hombro y la guió hacia el coche. No pudo evitar pensar que hacía siglos que no la tocaba. Su mano se quedó húmeda con el mojado tacto de Helga.

-Se ha pinchado la rueda- explicó Helga, una vez dentro del coche, como si Arnold no la hubiera visto con sus propios ojos.

Helga estaba comenzando a tiritar y Arnold pensó que la calefacción interna del coche ya no era suficiente. Se quitó su propia sudadera y se la tendió a Helga. Ella negó con la cabeza.

- Entonces el que te morirás de frío serás tú, Arnold

- Yo no estoy empapado hasta los huesos- dijo Arnold, insistiendo.

- Me secaré en seguida, si me la pongo, te la mojaré

- Helga- dijo Arnold tajante. Era una orden.

Helga lo miró dudosa y finalmente aceptó el ofrecimiento. Se puso la sudadera sobre los hombros y se frotó los brazos. Ambos habían entrado en los asientos traseros puesto que la calefacción llegaba con más fuerza en esta zona pero Arnold no se había dado cuenta de su cercanía hasta ese momento. Helga parecía en estos momentos como una niña desvalida, se abrazaba a sí misma y estaba acurrucada contra la puerta del coche, colocada lo más lejos posible de Arnold como si le tuviera miedo. Al mirarla, Arnold recordó cuándo se la había encontrado esta mañana al salir de gimnasia e instintivamente su mirada se posó en su escote. En esta ocasión no había ninguna gota que descendiera por su cuello pero tenía la piel de gallina y su camiseta se pegaba a su cuerpo, marcando su pecho. Era la primera vez que Arnold se daba cuenta de que Helga ya se había desarrollado como mujer. La distancia había hecho que siempre la recordara como aquella niña de nueve años, con piernas canijas, dos coletas y poco pecho.

- Aún estamos muy lejos de casa- dijo la joven. Arnold la miró a la cara y se preguntó si ella le había descubierto mirándola.

- Puedo llamar a Gerald para que nos recoja.

Helga se encogió de hombros, se acomodó en el asiento y miró hacia la ventanilla. Arnold hizo como había prometido pero mientras hablaba con su mejor amigo no podía evitar mirar a Helga. Su pelo rubio estaba pegado a su espalda, más rizado que de costumbre y su sudadera le quedaba demasiado grande aún cuando Arnold era uno de los chicos más delgados y bajitos de su instituto. Ante esta distracción, Arnold respondía con torpeza a las preguntas de su amigo pero se aseguró de repetirle al menos tres veces la dirección en la que se encontraban. Gerald le prometió que iría ahora mismo a recogerle. En cuanto colgaron, Arnold se dio cuenta de que había olvidado decirle que se encontraba con Helga G Pataki.

- ¿De dónde vienes?- preguntó Arnold curioso, intentando volver a las conversaciones corteses aunque la situación no era propicia para ello.

Su acompañante le miró sobre el hombro, sorprendida por la pregunta. Tardó algunas segundos en responder y Arnold llegó a pensar que se iba a quedar en silencio, que se abrazaría con más fuerza a sí misma y volvería a mirar a través del cristal, ignorando su presencia.

- De la casa de Black, vive en las afueras.

Helga se sorprendió a sí misma dando una respuesta sincera. La lluvia, de alguna forma, tenía ese extraño poder sobre ella. Ella amaba la lluvia, de repente se volvía mejor persona, más dócil, más romántica, más inspirada. Una especie de Lila incapaz de mentir.

- No sabía que erais amigos- dijo Arnold, su voz más quebrada que de costumbre. Pero Helga, inmersa en sus pensamientos, no notó el tono de su voz.

- Lo somos. Más o menos, no lo sé. Es una cuestión complicada

Arnold recordó la acusación que Cindy había hecho sobre Helga aquella misma mañana en la cafetería. No pudo evitar imaginarse a Black besando a Helga, en el cuello, en las manos, en el escote. ¿Qué habrían hecho en su casa? Arnold miró a Helga, ella también estaba concentrada en sus propios pensamientos. Su mirada parecía triste. Arnold se preguntó si lo echaba de menos, si se había enamorado de él o si sólo estaba rememorando lo que habían hecho en su casa, fuera lo que fuera.

Un largo suspiró salió de los labios de Helga que se dio la vuelta para encontrase completamente frente a él- Arnold tendrías que haber visto a su padre. Su situación familiar es tan… horrible- terminó por decir Helga, apoyando la cabeza contra el asiento.

Arnold miró con confusión a Helga. Por alguna razón había imaginado a Mathew Black viviendo solo, independizado en una acogedora casa. Aunque, evidentemente, Mathew como él sólo era un adolescente que aún no tenía posibilidades de vivir por su cuenta. Helga lo miraba en silencio y si se hubiera tratado de otra joven, Arnold juraría que se iba a poner a llorar. Pero era Helga, una de las chicas más fuertes que conocía. Sus ojos brillaban con tristeza. Arnold se sintió vulnerable bajo esa mirada, como si de repente le abriera un mundo de padres despreocupados, falta de cariño y necesidades no cubiertas.

- Mi padre ganaría el premio al mejor padre en comparación con el suyo- dijo la joven y Arnold supo que ella no iba a hablar más. No rompería la confianza que le tenía Black de mantener su situación familiar en secreto. Al fin y al cabo, eso era algo con lo que ella se sentía muy familiarizada. Arnold no sabía cómo responder, siempre había tenido unos abuelos que lo querían y se preocupaban por él, se sentía incapaz de añadir nada sensible a aquella conversación.

Arnold creía oír el pálpito del corazón de Helga, no necesitaba mirar el pecho de su compañera (subiendo y bajando), para poder oírlo con fuerza. Los ojos azules de la joven aún lo miraban con fuerza como si ella esperara que Arnold dijera algo significativo. Pero él no tenía nada que decir. Arnold sintió deseos de pegar su espalda contra la puerta, alejarse todo lo posible del cuerpo húmedo de Helga, pero sus piernas no le obedecieron. Odiaba sentirse tan vulnerable delante de ella, odiaba la forma en que su hormonas comenzaban a revolverse con el simple olor húmedo de la piel de Helga (y algún tipo de perfume que olía a hierba fresca). El cuerpo de la joven estaba frío, húmedo, su piel mojada y pálida y, sin embargo, él comenzaba a sentir calor. Pero no ella. Ella seguía respirando agitadamente (y su pecho iba de arriba abajo), su piel de gallina, tenía frío.

- Quítate la camiseta mojada- dijo repentinamente Arnold. Por un momento dudó que aquella frase hubiera salido de sus propios labios. Pero el rostro de Helga no mostró sorpresa alguna, seguía mirándole detenidamente sin decir nada. Arnold deseó que sus palabras hubieran sido imaginaciones suyas y que la pasividad de Helga se debiera a que nunca habían existido.

Pero lo había dicho, alto y claro. Arnold no tuvo ninguna duda en cuanto Helga se quitó la sudadera prestada y la dejó sobre su regazo. Su delgado cuerpo se estiró ante el esfuerzo de despegar la mojada camiseta de su piel. Era un movimiento lento e hipnótico que Arnold siguió con los ojos bien abiertos, como si quisiera grabarlo en su memoria. Debajo de la camiseta comenzó a vislumbrarse un sujetador blanco, Arnold depositó su mirada sobre la copa del sujetador, justo en la zona en la que terminaba el sujetador y comenzaba la húmeda piel de Helga. Esta visión le fue prohibida en cuanto Helga volvió a colocarse la sudadera encima, pero antes de que Helga cerrara la cremallera, ocultando por completo su piel, Arnold estiró su brazo, colocando su mano sobre el corazón de Helga.

No sabía qué hacía ni que sentía (además de calor) y de alguna forma, el sonido de los latidos de Helga sonaban con más fuerza ahora (o él los escuchaba así)

- ¿Qué haces, Arnold?- preguntó ella aunque no hizo ningún movimiento para apartar su mano.

- Tienes frío y estás respirando entrecortadamente- respondió Arnold. Pero una vez más su voz había salido de forma automática, como si él no mandara sobre ella. El pecho de Helga que seguía subiendo y bajando, lo obsesionaba. Era una imagen erótica, completamente erótica, que lo envolvía por completo, que lo hipnotizaba sin permitirle tregua. No comprendía qué le pasaba, qué le había ocurrido en esta última semana que había comenzado a obsesionarse con Helga, con Helga y su cuerpo, con Helga y su piel (especialmente cuando estaba húmeda de sudor o lluvia), con Helga y su corazón palpitante.

No sentía nada y a la vez sentía todo. Arnold miró a los ojos de Helga, aún con su mano sobre su pecho. Ella le miraba con cierta confusión, sus labios medio abiertos pero sin emitir ningún sonido. Sus ojos azules, casi tan hipnóticos como sus latidos, lo empujaron hacia ella con la misma fuerza de atracción que las mitológicas sirenas. En el exterior seguía reinando la oscuridad y la lluvia. Esa lluvia que no cesaba y que los atacaba desde el exterior, sonando como pequeñas navajas que se estrellaban contra el coche. En medio de aquella plena oscuridad, Arnold se inclinó hacia delante y la besó. Aspiró el aire de sus labios entreabiertos, estaban mojados, al igual que la piel debajo de su mano. Con su otra mano libre alcanzó la nuca de Helga y con agresividad y suavidad al mismo tiempo la empujó hacia sí mismo. Fue entonces, cuando sintió la lengua de Helga que salía de su boca como una serpiente que sale de su caverna, con lentitud, casi rectando entre los labios de ambos. Y entonces se hizo la luz. Frente a ellos una luz cegadora e incómoda los cegó, provocando que ambos se separaran el uno del otro. Aún mirándose, aún confusos, aún con la mano sobre su corazón.

Un ruido extraño, como un grito atragantado hizo que Arnold girara la cabeza, buscando la fuente de tanta luz repentina. Delante de ellos, sujetando una linterna se encontraba Gerald. Su boca abierta por el asombro, los ojos casi saliendo de sus cuencas. Balbuceó algo que ninguno de los dos pudo entender. Helga se abrazó aún más a su sudadera y Arnold continuó mirando a su amigo, confuso. Tenía calor y los labios húmedos.

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Espero que les haya gustado. Hay un segundos capítulo que será el último, no es un fic largo por tanto. Sé que, quizás, un Arnold hormonal es un poco Off-character pero quería trabajar más con la atracción física por eso los he llevado a la adolescencia. Aviso que no pienso a hacer a una Helga virginal y perfecta en todos los sentidos, si ha parecido así. Siento también si no he conseguido plasmar sus voces, pero es que lo veo en inglés (Y me siento incapaz de escribir en inglés como en español) de ahí que los motes y las expresiones de Helga los he dejado en inglés, siento si a alguien le ha desagradado.

Por último, siempre son bienvenidos los reviews :D