Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son todos de la maravillosa mente de Rumiko Takahashi. Mientras que lloro por un InuYasha que no es mío, esta extraña trama salió de mi cabeza.

¡Espero que os guste!


Kagome recordaba perfectamente el segundo exacto en el que, tanto ella como sus amigos, sintieron las presencias demoníacas mientras se encontraban junto a una hoguera descansando después de una larga caminata. Su mirada se había encontrado con la de Sango, Miroku y finalmente se había desviado hacia InuYasha. Este último ya se encontraba de pie- sorprendentemente con el ramen a medio comer tirado de cualquier manera a sus pies- y con la espada ya sacada de su funda, escrutando el bosque que les rodeaba en busca de cualquier movimiento sospechoso. Notando como los vellos se le ponían de punta, a Kagome tan solo le bastó extender un brazo para que un cuerpo pequeño y peludo se acurrucara en ellos.

Sí, puede que mientras que ella fuera una débil humana, Shippo fuera un fuerte y temible demonio, pero desde el primer momento en el que lo vio, en el interior de la muchacha creció un fuerte instinto de protección hacia el pequeño- a quién veía como si fuera prácticamente como su hijo- y sabía que sería capaz de hacer cualquier cosa antes de que le ocurriera algo malo.

— Tened cuidado— gruñó InuYasha entonces.

Y como si lo hubieran escuchado, una orda de demonios apareció de entre la maleza. Eran pequeños y muy rápidos, tanto que hasta a Kagome le costó un poco distinguirlos, e InuYasha tuvo que ser el que le pegara un tirón del brazo, empujándola para así evitar que fueran contra ella.

La escondió tras su espalda, con una pared escarlata como única visión para la sacerdotisa, y creyó oírlo gruñir algunas palabras que no llegó a distinguir. Durante unos minutos, todo fue un caos. InuYasha, no sin esfuerzo, conseguía repeler a los demonios con agilidad y maestría, impidiendo así que ninguno traspasara la barrera y llegara hasta donde estaba la chica del futuro. Por otro lado, Sango y Miroku luchaban espalda contra espalda a unos metros más allá con la ayuda del hiraikotsu, el báculo y los talismanes.

Kagome deseaba ayudar. Odiaba la sensación de sentirse una carga para InuYasha y sus amigos, pero ella no sabía luchar cuerpo a cuerpo y sus flechas de nada servirían con esos seres tan escurridizos. Lo único que haría sería malgastarlas para cuando en un futuro verdaderamente tuviera que necesitarlas.

Por ello, se encontraba atada de pies y manos, sosteniendo con fuerzas al pequeño en sus brazos y rezando por que sus amigos terminaran con ellos sanos y salvos.

—¡Cuidado!— gritó en algún momento Sango.

No pudo evitarlo. Realmente preocupada, la joven sacerdotisa se retorció para poder ver lo que ocurría por el lateral del medio demonio y apenas tuvo tiempo para descubrir lo que pasaba que en menos de un parpadeo, alguien la empujó. Escuchó a Shippo gritar cuando ambos cayeron al suelo, pero gracias a los reflejos de ella, ninguno de los dos se hizo daño. Pudo protegerlo del suelo y de los demonios que se dirigían hacia ellos volando, encerrándolo entre el terreno y su propio cuerpo.

¡Viento cortante!

Un fogonazo de luz la cegó por un instante cuando sintió el ataque ser lanzado por encima de sus cabezas. Creyó oír al medio demonio llamándola, un poco distante, y supo que en medio de la batalla, con el empujón y la caída, se habían alejado el uno del otro.

Intentó que el miedo no la paralizara.

— Shippo, ¿estás bien?— murmuró incorporándose un poco y echándole un rápido vistazo.

Distinguió un par de arañazos en sus mejillas llenas de pecas, pero nada que fuera muy grave. Él sacudió la cabeza, confirmando sus pensamientos, y Kagome sonrió aliviada.

— Bien— se incorporó lentamente. Sintió un fuerte escozor en la rodilla y ni si quiera necesitó mirarse la zona para saber que estaba herida, con la piel levantada y la sangre bajando por sus piernas— Debemos volver con InuYasha.

— Tranquila, Kagome— había decisión y firmeza en la mirada del pequeño— Yo te protegeré con mi fuego de cualquier cosa.

— Sé que lo harás— asintió ella, enternecida.

De pronto, se levantó un fuerte viento y cuando vieron en la dirección en la que se encontraba, descubrieron el Hiraikotsu ir hacia ellos. Ni si quiera tuvieron tiempo a reaccionar. En el último segundo, este se levantó en el aire dirigiéndose hacia los demonios que se estaban acercando a ambos y los mató a todos, sin dejar ni a uno vivo. Después, volvió con su dueña, quién con su espada en mano, defendía a un monje inconsciente.

¡Miroku!

— ¡Kagome! ¡Kagome, maldita sea, vuelve aquí!— escuchó entonces la orden alta y clara del medio demonio. Al virar el semblante a donde se encontraba él, sintió su boca secarse de sopetón.

Parecía que los demonios chicos cada vez iban desaparecieron, pues su cantidad de atacantes había descendido drásticamente, pero ahora había un demonio que antes no se encontraba. Era grande, mucho más grande que InuYasha, y tenía la forma de... ¿una avispa gigante?

— Shippo, necesito mi arco y flechas— murmuró mientras en su cabeza un plan- 'estúpido y temeriario', como lo definiría InuYasha- empezaba a formarse en su cabeza— Lo dejé...

— ¡Sé dónde está!— afirmó sin titubear el demonio zorro— ¡Espera, que volveré a por él!

Y sin dejarle decir palabra alguna, el niño corrió hacia donde estaba el arma, llegando a quemar con su fuego azul a las pocas "abejas" que aún quedaban en el lugar.

Kagome observó al nuevo demonio. Parecía grande y poderoso, y daría su brazo si en su aguijón no hubiera un peligroso veneno. El zumbido de sus alas- de pronto, familiarmente audible para sus oídos- retumbaba en su interior. Lo miró bien, intentando descubrir si llevaba en su interior algún fragmento de la perla, pero como había sabido de antemano, ese demonio estaba limpio.

Un escalofrío le subió por la espalda, cuando la avispa abrió una boca llena de hileras de dientes puntiagudos.

«¿Las avispas tienen boca?», pasó fugazmente por su cabeza. «No estoy segura, pero así dudo mucho que sean.»

— ¡Ya me tienen harto, acabaré contigo de una vez por todas! ¡Por tu culpa tiré el delicioso ramen que estaba comiendo!

Preparó la espada, dispuesto a su último ataque, pero no le dio tiempo a hacer más. De pronto, la avispa volvió a mostrar sus dientes, peligrosamente impresionantes, y... ¿chilló?

Kagome tuvo un muy mal presentimiento.

— ¡InuYasha, cuidado!

Hizo sus piernas moverse casi sin pensar si quiera, sin sentir el dolor, y soprendentemente -después de tanto tiempo viajando y luchando, aunque uno no lo crea, empieza a estar preparada a este tipo de sucesos- llegó a su lado antes de lo esperado. InuYasha la miró, alarmado e iracundo, una mirada que la habría enterrado bajo tierra si fuera posible, pero poco pudo hacer. En el segundo exacto que se colocaba frente a él, entre ambos demonios, de las fauces del demonio avispa salió un humo blanquecino que le dio de lleno.

— ¡Kagome!

La sacerdotisa fue envuelta en unos brazos, unos que conocía como si fueran una extensión de si misma, así que sin pensárselo ni un segundo, se aferró al cuerpo que la protegía, interponiéndose ahora él en la trayectoria del "humo". Sin embargo, había sido demasiado tarde y aunque había evitado una mayor gravedad, sabía que ese "humo" había entrado en sus pulmones porque sentía su interior al rojo vivo.

¿Y si era... vereno?

Sus manos se aferraron con fuerza a la tela roja del medio demonio cuando creyó sentir sus pulmones estallar en llamas. Cada vez que el aire viajaba por la faringe, era como si tragase el mismísimo fuego, calcinando todo a su paso. Gimió, sintiendo todo su cuerpo perder fuerzas, y si no fuera porque estaba apoyada en el cuerpo del medio demonio hubiera caído al suelo.

— ¿Kagome? ¡Kagome, ¿qué te pasa?!— sintió sus brazos tensarse a su alrededor y el pánico a través de su voz— ¡Kagome, responde, maldita sea!

Ella quería hacerlo, de verdad, quería decirle que no se preocupase, que todo estaba bien. Pero no era capaz ni de pronunciar un mísero "sí". Creyó sentir un rugido a lo lejos, incluso un alarido de dolor -que, sorprendentemente, no pertenecía a ella, por mucho que deseaba hacerlo- y después el silencio total.

En el exterior.

Porque en el interior de la muchacha parecía que se estaba librando una batalla.

Una que no sabía ni quién era el enemigo, ni si tenía posibilidades de salir vencedora.

— ¡Kagome! ¡Kagome, dime algo! ¡¿Qué te pasa, joder?! ¡Por favor, abre los ojos! ¡Kagome! ¡Kagome! ¡Kagome!

Kagome... Kagome... Kagome...

Su cuerpo cayó, como si de un muñeco inerte se tratase, y no pudo volver a abrir los ojos.

Luchó por permanecer consciente, por no sucumbir al fuego que amenazaba con acabar con ella.

Luchó por ella, por sus amigos, por su madre, su hermano y su abuelo, y luchó por InuYasha, quién a pesar de todo, le seguía escuchando llamándola, incansable, devastado y perdido.

Kagome... Kagome... Kagome...

Luchó.

Perdió.

Y la oscuridad la abrazó.

·

Sentía el cuerpo como si le hubieran atropellado tres camiones seguidos, uno detrás de otros.

Cuando la consciencia volvió a ella, se encontraba en un lugar cálido. Había un fuego a un lateral, de donde provenían el chasquido que se oía cuando la madera se consumía. Oía también el murmullo de una voces, unas que por mucho que se esforzaba no era capaz de reconocer.

Quiso abrir la boca, decir algo, pero tenía la garganta tan seca, que cuando tragaba era como si tuviera una lija en su interior. Pensó en el agua y lo mucho que le gustaría poder beber ahora mismo, pero las voces seguían hablando sin reparar en su estado y sus deseos, y ella no podía pedirla.

Hizo un intento para hacer ver que se había despertado, que estaba consciente, pero fue un fracaso. Su cuerpo no le hacía caso y ni siquiera tenía fuerza alguna para pronunciar aunque sea un sonido lastimero. Durante un instante, se sintió atrapada en su propio cuerpo, una mente viva en un cuerpo inerte, y algo dentro de ella se rompió.

¿Tan graves habían sido sus heridas? ¿Y si permanecía toda su vida así? ¿En ese estado... vegetal?

No, no, no podía ser...

En contra de sus pensamientos, Kagome no se dejó vencer. Lo intentó una segunda vez, y una tercera, y cuarta...

A la sexta pensó que lo habría conseguido porque las voces se callaron de pronto, como si hubieran visto algo extraño o sorprendente.

Entonces, sintió un nuevo calor junto a ella. Uno familiar y agradable.

— ¿Kagome?

Oh, ¿cómo no pudo reconocer esa voz con anterioridad?

— Kagome, ¿me oyes?

«Sí, te oigo. Ayúdame. Sálvame. Abrázame», quiso responderle. Pero como suponía, su boca no se movió.

Sintió una caricia en el rostro, en la frente, sus pómulos, sus labios... Deseó acercar su cara a aquel bálsamo, esconderse ahí y olvidar todo. Deseó dejar atrás este dolor e ir hacia él. Deseó que jamás dajara de tocarla.

— Kagome, por favor, estés donde estés, quédate a mi lado. No te vayas, que yo no me moveré jamás de tu lado. No he conocido a nadie más fuerte que tú, así que, por lo que más quiera, lucha... Te necesito...

Se aferró a ese calor, a sus palabras y a la calidez que se extendió en su pecho. Por un instante, Kagome se sintió viva y capaz de enfrentarse a cualquier cosa, sabiendo que InuYasha creía en ella y la estaba esperando.

Sin embargo, por más que lo intentó, no pudo hacer nada cuando la inconsciencia se la volvió a tragar tiempo más tarde.


¡Bienvenidos/as a mi nuevo proyecto!

Primero de todo me gustaría agradecer a todos los que se han tomado la molestia de llegar hasta aquí. Espero que os haya gustado, o al menos haya despertado el gusanillo de vuestra mente para saber como continuará. Como viene siendo muy común en mi, a Kagome le ha pasado algo (o le pasará) y habrá que descubrir el qué.

¿Cuales son vuestras opiniones?

Se tratará de una historia corta, no sé exactamente cuántos capítulos durará, pero supongo que seguirá en la linea de mis otras historias y rondará sobre los 10.

En fin, ¡nos vemos en el siguiente capítulo!

PD: para los que seguís mi otra historia, no os preocupés. He tenido que pausarla por problemas de inspiración, pero nada más me reponga, prometo que la continuaré. Ellos todavía tienen mucho que contar.