Dean miró a su alrededor, preguntándose como podía haber salido todo tan mal. El plan era perfecto y teniendo en cuenta todo lo que habían hecho durante los últimos meses, aquel era un trabajo fácil. Pero tenía que haberse dado cuenta, tenía que haber sabido que algo le ocurría a Castiel; era su amigo, una de las personas, si es que podía llamarle así, que mejor lo conocía y Dean también debía conocerlo a esas alturas.

Se cobijó tras una pared, aunque hasta que no encontrara a su amigo y al ángel no se sentiría completamente seguro. No sabía que más podía hacer, pues no era fácil escapar de unos ángeles cabreados. Tras la muerte de Uriel, algunos miembros de su facción habían decidido ir tras los hermanos, olvidando lo importantes que eran para los planes del Apocalipsis, simplemente querían acabar con ellos por matar a su líder.

Los habían acorralado en aquel almacén abandonado, al menos allí, no había inocentes que pudiera salir heridos en la pelea. Pero estaba Sam y no había tenido noticias de él, desde que se habían separado hacía unos minutos, casi media hora ya y en cuanto a Castiel, sabía que el ángel sabía protegerse y cuidar de si mismo, pero cuando se trataba de luchar contra, al menos, seis ángeles, tal vez su amigo estuviera en ligera desventaja.

Deseaba coger el teléfono y llamar a los dos, asegurarse de que estaban bien antes de salir ahí fuera, al descubierto y enfrentarse a los ángeles. Toda la vida, su padre le había enseñado a cuidar de su hermano y por muy mal que lo hubiera hecho al tomar la sangre de vampiro, al elegir a Ruby antes que a Dean, pese a todo, el mayor de los cazadores, todavía quería a su hermano pequeño… en realidad, en su corazón sabía que jamás dejaría de quererle, por mucho daño que le hiciera.

Sin embargo se quedó donde estaba al escuchar ruidos a su alrededor. Los ángeles se acercaban. Tal vez ya supieran donde estaba él y tan sólo estuvieran jugando al gato y al ratón con él. Por lo menos gracias al conjuro de Castiel no podían verlo con sus poderes y tenían que buscarlo a la forma humana.

Casi había dejado de respirar, clavado su cuerpo contra la pared y su mano aferrando el arma, que sabía que no haría nada contra un ángel. Tenía que pensar en una forma de salir de allí antes de que fuera demasiado tarde, pero no podía quitarse de la cabeza la idea de que Sam y Castiel podían necesitarle. ¿Por qué tenía que ser siempre el héroe que se jugaba el cuello por los demás? Lo hacía sin pensar, sin preguntarse si debía o no, si había otra forma de hacer las cosas, para Dean lo primero era proteger a su familia y en ese mismo momento, Sam y Castiel, eran sin duda su familia.

"Está cerca, los tres." Escuchó decir a uno de los ángeles. Se asomó por la esquina de la pared y vio a dos hombres, eran tan altos como él, parecían humanos normales y corrientes, pero en su mirada había algo distinto, algo aterrador incluso. "Tenemos que cazarlos juntos, si alguno escapa podría volver a por los otros y poner la misión en peligro."

"Entonces será mejor darnos prisa." Contestó el otro y tras asentir, se desvaneció en el aire.

Dean volvió a apretar su cuerpo contra la pared. Quiso gritar al ver una sombra aparecer a su lado, pero una mano le tapó la boca con fuerza. Se fijó más en aquella persona, algo más pequeña que él, ojos azules fijos en los suyos y la misma sensación que le habían producido aquellos dos ángeles, sólo que esta figura no le daba miedo, si no que se sentía protegido cerca de ella. La luna iluminó su gabardina.

"No podemos salir de aquí." La voz recia de Castiel era tan baja que aunque hubieran estado cerca, los ángeles no hubieran podido escucharle. "Al menos no de la forma humana."

"¿A qué te refieres?"

Antes de poder responder, Castiel sintió que perdía las fuerzas, apoyó la mano con fuerza contra la pared, intentando que Dean no se diera cuenta de lo agotado que estaba. Pero el cazador lo conocía de sobras como para reconocer cada una de sus expresiones. El ángel respiraba con dificultad, o al menos, comenzaba a notar que el humano al que poseía, estaba llegando a su límite y no sabía cuanto más aguantaría.

"Puedo sacaros de aquí, transportaros a otro sitio, aunque estoy seguro que me seguirán el rastro, tenemos que ir más lejos." Castiel cerró un momento los ojos, no pudo evitarlo, por mucho que quería demostrar que estaba bien.

"Cass…"

"Tal vez si nos movemos en el tiempo tarden más en buscarnos." Dijo el ángel como si no hubiera escuchado hablar al cazador. "Puedo llevaros de nuevo al pasado, treinta años tal vez…"

Estaba fatal, podía sentirlo, había llevado hasta el límite el cuerpo que estaba habitando y dentro de poco se desplomaría en el suelo, tan sólo deseaba aguantar hasta poder sacar de allí a los Winchester, si es que primero encontraban a Sam antes que los ángeles que los perseguían.

"¿Por qué no descansas aquí un momento mientras voy a buscar a mi hermano?"

La mano de Dean sobre su hombro hizo abrir los ojos a Castiel y se dio cuenta que, el muchacho se estaba preocupando por él, el humano estaba protegiendo al ángel, el ser más débil, como siempre lo había visto Castiel, intentaba salvarle la vida a él. No estaba seguro si sentía alagado y orgulloso o simplemente avergonzado por no poder hacer bien su trabajo.

"Dean estoy bien."

"No lo estás, te conozco demasiado bien como para que intentas mentirme ahora." Dean mantuvo la mano sobre le hombro de su amigo, sin apartar la vista de él. "Se que no tengo mucha experiencia a la hora de enfrentarme a ángeles que quieren patearme el culo, pero no estás en condiciones de seguir así, descansa un poco y…"

"¡Creo que los tengo!" La voz sonó demasiado cerca como para pararse a pensar lo que hacer.

Dean quiso protestar al notar que Castiel tiraba de él. No le gustaba la forma de desplazarse del ángel, le dejaba siempre a punto de vomitar, con el estómago completamente revuelto, pero no pudo evitarlo, aún con las energías por los suelos, el ángel seguía siendo mucho más rápido que él y le hizo desaparecer.

El ángel dio la vuelta a la esquina, pero ya no había nadie allí. Los había escuchado, no andaban lejos y además, podía sentir perfectamente el agotamiento de Castiel.

"Ese ángel no aguantará mucho y cuando los hermanos no tengan su ayuda, los cazaremos, serán nuestros y podremos vengar a nuestro hermano." Los dos ángeles sonrieron. Castiel no aguantaría mucho más, sobretodo si continuaba transportando a los hermanos de esa forma.

Sam se refugió tras unas cajas. Tenía que haber despistado ya a aquella mujer, había dado tantas vueltas que había perdido la noción de donde estaba. Había perdido de vista a su hermano y esperaba que estuviera bien, pero no podía hacer nada para encontrarlo, sin dejar a la vista su posición. Ese almacén estaba atestado de ángeles por todos lados, sin duda furiosos por la muerte de Uriel.

¿Todo esos ángeles querían el Apocalipsis? ¿Estaban dispuestos a dejar a morir a millones de seres humanos? No se lo podía creer, o más bien no se lo quería creer, pero dadas las circunstancias no era el momento para esperar algún tipo de clemencia por parte de aquellos seres, que lo primero que harían en cuanto lo vieran sería matarlo o algo peor.

"Han perdido a Castiel al mayor de los hermanos." La voz de aquel hombre, al que Sam no podía ver, sonaba furiosa y le puso el vello de punta, sólo pensar caer en sus manos, seguramente no sería nada agradable lo que podría hacer con él.

"No te preocupes, en cuanto tengamos a su hermano, Dean saldrá como un cachorrillo. ¿Todavía no sabes cual es la gran debilidad del temido cazador Dean Winchester? Eres nuevo en esto, pero deberías ponerte al día. Dean lo daría todo por su hermano, incluyendo su vida, otra vez. Sam será la carnaza perfecta."

Sam se estremeció. ¿Acaso toda la existencia del universo sabía lo unidos que estaban los dos hermanos? Se apretó más entre las cajas, pero unos pasos llamaron su atención. Las voces habían desaparecido, todo estaba en demasiado silencio. Sam comenzó a imaginarse uno de esos documentales en los que los leones en completo silencio, comienzan a rodear a las despistadas gacelas.

Estaba armado y en otras circunstancias podría haber escapado de allí, pero un arma no haría nada contra un ángel y el cuchillo, la única forma de acabar con uno de ellos lo tenía Castiel. Podía sentir las respiraciones de los ángeles acercándose a él, uno por cada lado, hasta que en unos pocos segundos saltarían sobre él.

Ahogó con un grito al ver aparecer de la nada a su hermano y a Castiel. El ángel no tenía buen aspecto estaba demasiado pálido y sus ojos apenas reflejaban la energía que era habitual en ellos, pero el cazador no pudo decir nada.

Les hizo un gesto a los dos para indicarles donde estaban los ángeles que le perseguían. Dean asintió y al ver que Castiel daba un paso adelante para volver a transportarlos, apartó a su amigo y negó con un gesto de cabeza.

"Vaya, que honor, Castiel ha venido a vernos." La voz de aquel ángel resonó en todo el almancén, aunque estaba muy cerca de ellos. ¿Cuándo vas a dejar de proteger a los malditos Winchester cuando sabes todo el mal que han causado?"

Sin que Castiel se diera cuenta, Dean sostuvo su cuerpo, rodeando sin cintura con fuerza, estaba seguro que de lo contrario, el ángel caería al suelo irremediablemente.

"Vamos Castiel, todavía puedes volver al bando correcto de esta guerra. Sólo tienes que entregarnos a los hermanos y en cuanto consigamos que cumplan su papel, las cosas serán mucho más rápidas."

"Tenemos que irnos de aquí. Dijo el ángel en poco más que un largo suspiro.

"Pero no podemos salir de aquí, en cuantos nos vean te matarán." Sam miró hacia los dos lados, esperando que los ángeles aparecieran en cualquier momento y se lanzaran a por ellos.

"No vas a volver a hacerlo." Dean sonó rotundamente, como si hubiera leído el pensamiento de Castiel. "Estás agotado y no deberías haberlo hecho la última vez, si lo haces ahora…"

"No tenemos otra posibilidad, si os encuentran, todo lo que hemos hecho hasta ahora no habrá servido para nada. no importa si yo vivo o muero, siempre y cuando vosotros no lleguéis a estar en manos de Michael y Lucifer."

"Cass, no." Sam se acercó a ellos evitando mostrarse ante los ángeles. Desde luego ya sabían que estaban allí y para aquellas criaturas no se trataba más que de un juego, cuando se aburrieran irían a por ellos. "Se lo que pretendes y no tiene sentido sacrificarte por nosotros, ya ha muerto demasiada gente por ayudarnos, no queremos que seas el siguiente."

Los tres se miraron durante un momento, el tiempo se acababa, cuantas veces habían dicho eso ya en los últimos meses. Su vida se había convertido en un completo embrollo en el que cada día podía ser el último para los tres. Hacían un buen equipo, ninguno podía negarlo, hasta para poner sus vidas en peligro, a los tres se les daba realmente.

"Lo siento, pero no hay otra solución."

"¡Cass no!" No le importó a Dean que le escucharan gritar, aunque sabía que hacerlo no serviría de nada, pues si en algo se parecían Castiel y él, era en ser unos completos cabezotas.

La mujer que los perseguía se dio la vuelta al escuchar el grito y corrió hasta allí, al llegar, tal y como le había pasado la primera vez, no había nada. aspiró con fuerza, siempre había tenido muy buen olfato para saber donde iba un ángel; cada uno de los ángeles tenía una cualidad y mientras que todos sabían que la cualidad, aunque para algunos era más un defecto, de Castiel era la empatía con los humanos, la suya era descubrir su paradero.

"¿Dónde están?" otro ángel apareció tras ella; la chica, que no pasaba de los treinta años agachó la cabeza, temiendo lo que su jefe pudiera hacerle cuando le dieran las noticias. "¿Dónde está ese maldito de Castiel?"

"Demasiado lejos señor, necesito más tiempo para rastrearlos."

"¿Acaso hay lugar al que no puedas llegar? ¿O es que estás perdiendo facultades?" Estaba visiblemente enfadado por lo que ella tuvo que cuidar mucho las palabras que elegía.

"Lo que quería decir es que están demasiado lejos en el tiempo."

"¿Cómo cuanto?"

"Al menos dos siglos, tal vez más."

- o -

Merlin disfrutaba estando allí, sentado en la orilla de aquel lago, fuera del reino, fuera de las exigencias de Arthur, que tanto se divertía metiéndose con él y haciéndole rabiar. Le gustaba el silencio, cerrar los ojos y escuchar a los pájaros en los árboles; nada de gritos humanos o el chocar de las espadas. Era su momento preferido de la semana, esos minutos que Arthur le permitía volver a encontrarse con su yo interno y de paso reafirmarse en que cuando se levantara de allí, estaría deseando volver con su señor, para protegerle y estar a su lado en todo lo que necesitara.

Miró al horizonte, agua, una brisa fresca de primavera y el sol que todavía no había llegado a lo más alto del cielo. Ese día haría calor, por primera vez en todo el año, indicando que el verano no tardaría en llegar, algo más pronto aquel año.

Se estremeció de repente, como si su cuerpo supiera que algo iba a ocurrir, miró al frente, sus ojos sabían donde mirar aunque el muchacho no sabía lo que tenía que buscar. tal vez fuera cosa de sus poderes, que se estaban haciendo más grandes o simplemente, que tanto tiempo luchando al lado de Arthur, ya no sabía vivir tranquilo sin una batalla.

Sonrió… siempre pensando en Arthur, cuando estaba con él todos sus pensamientos iban a lo que el príncipe necesitaría, pero cuando estaba lejos de él, no hacía más que preguntarse lo que su amigo estaría haciendo.

Una intensa luz frente a él, justo encima del lago, le hizo salir de sus pensamientos. Se quedó petrificado, pues aquello parecía que fuera a ser el mismísimo fin del mundo. Se levantó, esperando para averiguar que hacer, si salir corriendo hacia el reino para avisar a Uther y Arthur, o quedarse allí y luchar contra lo que fuera que apareciera delante de él.

La luz desapareció en seguida, dentro del agua y durante un segundo, todo se quedó en silencio, incluso los pájaros habían enmudecido de repente. El agua se tranquilizó y el muchacho se acercó lentamente. Tan atemorizado de aquellas cosas que había sido hacía casi un año y ahora estaba allí, dispuesto a enfrentarse al peligro que se le pusiera delante.

De repente, el agua comenzó a removerse y un momento más tarde, dos figuras salieron a la superficie. Merlin dio un paso atrás y esperó, mientras los desconocidos nadaban hacia la orilla. También se dio cuenta que uno de ellos llevaba consigo a una tercera persona, un hombre que parecía inconsciente.

Los dos extraños se dejaron caer en la orilla y el que portaba al otro lo acomodó a su lado. Poco, el tercero estaba volviendo en si. Las ropas mojadas de los desconocidos, estaban pegadas a ellos, mostrando dos cuerpos enormes; sobretodo no de ellos era mucho más grande que Merlin. Sus cabellos despeinados, les daban un aspecto joven, pero por lo que Merlin podía ver tan sólo uno de ellos debía tener treinta años. El mayor de los dos recordaba lejanamente a Arthur… tanta gente le recordaba a su amigo.

"¿Dean qué ha sido eso?" Dijo el menor de los hombres, mientras los dos se ponían en pie, dejando que el agua escurriera de sus ropas hasta el suelo.

"No lo se, espero que Cass nos lo pueda decir." El segundo que se estaba quitando la extraña chaqueta que vestía y desabrochaba su camisa, se volvió hacia el tercer hombre que entre fuertes toses iba abriendo los ojos. "¿Cass, estás bien?"

"Si, no te preocupes, me repondré en seguida." Incluso Merlin sabía que aquel hombre estaba mintiendo, pues su aspecto no era nada bueno.

Cuando Merlin lo vio ponerse, como pudo, en pie, parecía un perro mojado, envuelto en aquel largo abrigó, con ojillos de cachorrillo, que no ocultaban la debilidad de todo su cuerpo.

"Si claro, ¿no lo dirás por las pintas que tienes verdad?" El hombre que ahora Merlin sabía que se llamaba Dean, tiró al suelo la camisa mojada y se dio la vuelta hacia el joven mago. "Eh… hola."

"¿Quiénes sois?" Preguntó Merlin, sin bajar en ningún momento la guardia, pero sin poder apartar la mirada del torso desnudo de aquel extraño. "¿Y de donde habéis salido?"

"Yo soy un ángel del…"

"Perdona a nuestro amigo, pero creo que tiene algo de fiebre y no sabe lo que dice." Dean apretó contra él el cuerpo de Castiel, sintiendo sobre su piel la gabardina mojada.

"Si, hemos pasado por mucho, yo soy Sam, este es mi hermano Dean y él el un amigo, Castiel." En ángel, con un terrible dolor de cabeza y sin saber muy bien lo que los hermanos estaban haciendo no dijo nada y tan sólo los miró. "¿Serías tan amable de decirnos donde estamos? Lo cierto es que no reconozco este lugar."

Merlin no sabía si contestar, tal vez fueran bandidos, tal vez magos que quisieran hacer daño a Arthur o a Camelot entera o tal vez druidas que buscaban venganza con Uther. Sin embargo, aquellos tres hombres no le daban mala espina y era bastante bueno con las primeras impresiones; por eso, decidió ser relativamente sincero con ellos.

"Estamos a las afueras de Camelot."

"¿Cómo has dicho? ¿Qué estamos donde?" Preguntó Dean levantando la voz más de la cuenta.

"Camelot, reino de Uther Pendragon."

"No puede ser." Contestó Dean, sintiendo que perdía el equilibrio. "Como para saber donde estábamos…" Miró a Castiel, que apenas se tenía en pie ahora. "Supongo que podrías explicarnos esto."

"Por supuesto." En lugar de continuar la respuesta, Castiel cerró los ojos y perdió el equilibrio completamente, si no Dean no lo hubiera sostenido, hubiera caído al suelo. Dean se lo echó al hombro.

"No tenemos a donde ir, ¿podríamos ir contigo a la cuidad?" Merlin miró a Sam, le gustaba aquel hombre, parecía completamente sincero y su voz no parecía esconder nada.

"Bueno, supongo que si, pero será mejor que no volváis a hacer ninguna de esas apariciones tan… bueno con tanta luz. La magia no está nada bien vista en Camelot y Uther os mataría."

"Claro, nada de magia." Dijo Dean, pensando que mientras Castiel estuviera fuera de combate, la magia sería lo que menos usarían.