Capítulo I: "Hank".

Era tarde en la noche de martes. O quizás era un miércoles, o un jueves. Nadie lo tenía claro, y ni siquiera importaba. Era solo otra noche más, otra guardia más, otro día más sin un desenlace conocido.

-Uff. - suspiró Hank, tomándose la cabeza entre las manos, pero pronto sintió un escozor en su frente. Había olvidado que estaba herido. Sonrió, había sido una batalla de aquellas!. Pronto su sonrisa se desvaneció, sabía que no podían seguir con este ritmo de vida. Observó a sus compañeros, tirados en el suelo, durmiendo, a sobresaltos. Esperando la batalla, sintiéndola en el aire. "Esto no puede seguir así", pensó Hank. -Esto no puede seguir así- repitió para si.

Se apoyó contra un árbol, y la observó. Le gustaría amarla sin reproches, sin cargos de conciencia. "Me gustaría que ella me amara" pensó Hank, desviando la mirada. - No seas estúpido, Hank - se dijo- Sabes que nada de eso puede suceder.

- Yo no consideraría los problemas del alma estupideces, mi querido arquero. - Un pequeño hombrecito apareció por su costado en tal silencio que ni siquiera las hojas de los árboles lo sintieron. Hank volteó sorprendido, apretando con su mano el arco, y se encontró frente a frente con el amo de los calabozos. - ¿Qué hace aquí, preguntó despacio, sin soltar el arco.

-La pregunta es ¿qué haces tú aquí, arquero?- Hank lo observó intrigado. - ¿Qué hago yo aquí? Eso lo sabe usted mejor que nadie . ¿No fue usted quien nos trajo a este mundo?.-

El hombrecillo suspiró y miró las estrellas. - Noto ciertos sentimientos en tu hablar que nunca habías expresado, arquero.- El amo de los calabozos se le acercó y puso una mano sobre su rodilla- Rabia, impotencia, inquietud. Agonía. Dolor. ¿Olvido alguno?. - Inquirió el anciano con cierta amargura en la voz.

- Desesperanza- respondió Hank, mirándolo directo a los ojos. - Todos la estamos sufriendo. Estamos hartos de tanto caminar sin llegar a parte alguna. Queremos irnos a casa. AHORA. - El amo dirigió su vista al suelo. - Está bien. Es comprensible, arque … - - NO MÁS. - Hank subió su tono de voz, lo suficiente para ser oído por su interlocutor con fuerza, pero a la vez, sin despertar a sus amigos. - Mi nombre es Hank, no "arquero", y usted no lo comprende. Este mundo … Usted vive aquí, no nosotros. Lo único que queremos es irnos a casa y ver a nuestros padres, tomar una ducha con agua de la llave, dormir en nuestras camas sabiéndonos seguros e ir al otro día a clases. -Hank tomó un fuerte respiro - Lo único que quiero es poder invitarla al cine, o llevarla a un restaurante, o simplemente poder decirle lo que siento sin temor a que cualquiera de los 2 sea tomado prisionero u ofrecido como intercambio por un montón de armas de fantasía. ¡Estamos hartos de todo esto!.- Puso una mano en su cabeza y observó la tierra que estaba bajo él. Entonces sintió una pequeña mano posarse sobre su hombro. Alzó la vista y observó los sinceros ojos del anciano y se sintió terrible. - Lo siento, lo siento mucho. Sé que usted no nos hace esto a propósito.

- Está bien, hijo mío, está bien. Debo decirte algo. - Hank lo observó expectante - Todo eso que ustedes quieren volver a tener, todo eso que tú esperas se hará realidad. No debes temerle a tus sentimientos, pues ese amor que sienten los unos por los otros será el que los guiará a casa. -

Hank se puso de pie sonriendo. Esto quería decir que volverían a casa, quizás no ahora pero si algún día cercano. Quiso agradecerlo al amo pero éste ya había desaparecido. - Típico … - comenzó a decir, cuando escuchó una voz tras él "Hank, recuerda: un líder es un verdadero líder cuando deja que el amor gobierne por sobre el poder". Sonrió. Prefería que lo llamara arquero. Pero ya se lo diría. Observó la luz de la luna iluminar el campamento. La piel de Sheila lucía más blanca que la luna misma. Sheila. Ya llegaría el momento para ellos.