Disclαimer. ¿Y qué creen? ¿Que viajé hasta Japón, me tiré con unos negros con ametralladoras, los dejé como a Bob Esponja y me robé los derechos? Pf, lo intenté. Pero me retrasé en el vuelo. Si,si. Son de Rumiko Takahashi


Mrs. Pαrαnoiα;

¿Sabés cuantos lunes desperté y dejé sonar aquel CD, buscando una caricia lenta?

Se asomó por la ventana de aquel departamento alquilado, y la extrañó. «Lunes, que patético comienzo», prendió la radio y la música nostálgica sonaba y retumbaba por las cuatro paredes de la habitación.

¿Por qué tenía que ser así su destino? Esa mujer lo enloquecía y perdía todo su orgullo al decirle que la amaba todas las noches que estaba con él. Todas las posibles noches.

—Maldición—masculló entre dientes.

Junto sus cosas en una valija, recordando cada beso dado en cada rincón de ese lugar, en los muebles, en el baño, dónde una tubería del lavatorio goteaba por culpa de su descontrol la pasada noche. Y aún escuchaba su risa, continuado por un par de gemidos.

Y fue todo tan rápido. Era como si ese mismo día se hubieran conocido, y despedido.

Era una fiesta, y quizás la mayoría de las personas que estaban ahí no se conocían, y tampoco querían hacerlo. Tan jodido como estaba, tomó la dirección del baño, cruzándose con un par de mujeres con cuerpos voluminosos y un rostro angelicales, más sus miradas indicaban otra cosa.

Tropezó con alguien, y su copa de vino cayó al suelo, maldijo por la o el estúpido que no se fijó por dónde iba.

Y ahí la vio, con las mejillas sonrosadas por la borrachera, su vestido un poco arrugado, pero aún así le pareció tan conmovedora la imagen; era una señorita con todas las imperfecciones que alguna vez alguien amaría. Y justamente la flecha de Cupido hizo el tiro perfecto.

—Disculpa, no te vi. InuYasha.
—No hay problema, Kagome.

Cerró su mano, convirtiéndola en un puño, y volvió a empacar todas sus cosas. ¿Desde cuándo él se volvía tan débil por una simple muchacha? Era tan caprichosa y dulce, que aún así seguía añorando su compañía. Imposible no hacerlo.

Suspiró y tomó entre la palma de su mano, la última foto de los dos juntos, en la playa. Felices, sonriendo como si la vida se le fuese en ello. La giró y leyó lo que esta decía.

Para mi ángel de ojos dorados. Aunque por las noches seas un demonio.
Te amo.

Y luego de esto venía una fecha, que se veía borrosa, pero se podía leer con facilidad. «dos de mayo».

Se encontraban a pleno Julio; él empacando sus cosas, y ella lejos de dónde justamente debía estar. ¿Por qué debería ser así? Las historias de finales felices prohibían estas cosas, pero era la realidad. La realidad que apesta.

—InuYasha, no seas inmaduro.
—No lo soy, eres mía.

Roló los ojos con diversión, y siguió cocinando el delicioso estofado que a InuYasha le encantaba. Siguió indiferente, cuando las manos de su hombre se posicionaron en sus caderas e iniciaron esas caricias que a ella la volvían loca.

—Te lo advierto— amenazó, con el cucharón que tenía en la mano, viéndolo a los ojos, desafiante— si no quitas tus manos de mis caderas-

—¿Qué pasa? ¿Me vas a pegar con tu cucharón?— rió con muchas ganas ante la cara de Kagome, y dejó un fugaz beso en sus labios.

—No, no te voy a pegar con esto—señaló la cuchara—, sino que te vas a quedar sin comer, porque se va a quemar el estofado—sonrió amablemente, y luego le dio un codazo para que se alejara.

—Con lo que estoy apunto de hacer, no creo que tenga hambre—

Y se lanzó contra ella, dejando en cada espacio de su piel, la marca invisible del deseo.

Todo a su alrededor le hizo añorar la compañía de Kagome, pero él ya no podía seguir con la misma farsa. Se lo había dicho, le había propuesto irse lejos, escaparse de esa realidad que enjaulaba a sus sentimientos. Que los hacía actuar como títeres a su gusto.

Y está vez, iba a ser él mismo, el que rompiera los hilos.

Iba a irse, alejarse de esa mujer que lo perturbaba con una simple mirada. Aunque sea tarde como para olvidarla, para dejarla ir, porque él estaba atado a ella y no podía hacer nada como para romper esa unión.

Se cercioró de que todo estuviera listo, y tomó el teléfono fijo marcando el número de un taxi, para marcharse ya.

Luego de colgar, y fijar la hora de su partida, se asomo por la ventana, abriéndola y caminando hasta el pequeño balcón que se abría paso ante él.

Encendió su pucho, y sorbió de este.

Había aprendido a olvidar, su vida le había enseñado a hacerlo. Pero esta vez lo dudaba enormemente.

La abrazó por la cintura, escuchando su dulce tarareo.

—¿Qué te sucede? Te noto tan pensativa.
—Solo me preguntaba hasta cuando iba a durar este romance.

InuYasha frunció el ceño. Él no quería por nada del mundo separase de Kagome; ella era la simple demostración de cariño que siempre le faltó. Algo que anhelaba de la mujer que lo hizo sentir tan vivo. Pero no entendía ese cambio radical en ella, ¿sería por culpa de él?

Pero cuando conoció a Kagome, volvió a confiar en su forma de conquistar, en esa parte salvaje de él, de sentirse bien, y volver a sonreír. Aunque el remordimiento de saber que Kikyo no sospechaba, le carcomía la mitad de su felicidad, y aún así, él seguía viendo a Kagome a escondidas.

—No lo sé, pero lo que tengo en claro— susurró en su oído, dándole un revuelo más de mariposas en el estómago de la chica—, es que me he enamorado de ti.

—¿Enserio?

La mujer que se encontraba a su lado, sonrió, y las lágrimas bajaron por sus mejillas. InuYasha era el tipo de hombre que buscó en toda su vida, aquel hombre que no la golpeaba y la trataba como basura. Odió el momento en el que se enamoro de ese sujeto que ahora era su ex. Le dio tanto asco, que sin darse cuenta lastimó la piel de sus manos, clavándose las uñas en su palma.

—Si. No quiero dejarte ir.
—Te amo.

Se giró entre sus brazos, y lo besó. La felicidad era completa, realmente Kami-sama daba recompensa a tantos años de sufrimiento.

Se pegó a él, queriendo sentirlo más cerca, y él lo entendió. La alzó y la llevó a la cama, para demostrarle aquel amor que con palabras se lo había dicho.

Observó que un auto aparcaba enfrente del hotel. El sentimiento de felicidad, y tristeza se albergaron en su cabeza, nublando cualquier otra distracción. Dos cosas aparecieron en su mente: Kagome, o quizás la locura ya estaba abriéndose paso y deliraba. Podría ser un tipo común, parando en un hotel, justo en dónde él se encontraba. Pero ¿porque seguía con la esperanza de que ella, volvería a tiempo?

—¡Kagome! Ese tipo fue el que te maltrató por tanto tiempo y tú—, gritó. Pateando el canasto de ropa que se encontraba por ahí—, ¡vuelves solo porque él te necesita!

—InuYasha, está en peligro de muerte. No puedo-
—Sí puedes.

La joven se acercó a él, y trató de calmarlo. Se veía tenso y enojado. Si bien, InuYasha fue el que curo y cicatrizó todas sus heridas. Pero ella tenía miedo de lo que le pasase a Kouga, y tenía que hacerlo. Aunque fuese una época mala en su vida.

—Regresaré, sana y salva.

Él, cabizbajo como se encontraba, tuvo ganas de susurrar que él no estaría allí para ella, que se iría. Pero no. Ni siquiera en chiste podría decir eso.

—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.

Y todavía no entendía qué estaba haciendo. Porqué antes esa promesa, él quería marcharse, cumplir con las palabras que no salieron, que no se atrevieron a hacer pronunciadas. Se estaba odiando, pero ella había elegido a su ex, y él no tenía nada que ver con su vida.

Aunque le haya dicho lo contrario.

El taxi estaba esperándolo, observó por última vez el apartamento, y cerró la puerta.

«Perdón Kagome»

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No podía creerlo. No salía de su estupefacción. La había dejado porque creyó que iba a tener una aventura con Kouga.

¿Estaba loco? ¿No lo había llamado miles de veces, diciéndole que pronto volvería? ¿Por qué él era tan inmaduro de no creerle?

Volvió a bajar las escaleras, saliendo del hotel, mirando para todos lados, queriendo tener una señal de él. Que era una mala broma, que se había mudado a otro lado solo porque ese cuarto era un asco. O Kikyo se había dado cuenta de su amor escondido, que fue a despedirse de ella.

Cualquier excusa, pero no que se había marchado. Se había ido por una estupidez más grande que el rascacielos.

—¡Oh cielos, InuYasha!

No pudo contener las lágrimas, y llevó sus manos a su rostro, impidiendo que alguien la viera en ese estado tan deplorable.

Realmente no comprendía la estupidez que acaba de hacer InuYasha. ¡Juraba que si lo volvía a ver iba a darle un puñetazo!

Subió las escaleras con desgano, ya prediciendo que iba a irse de ese lugar, lejos de todos los recuerdos que le traían. Cuando abrió la puerta, se tiró en la cama, llorando con fuerzas, extrañándolo, ¡pero era tan idiota! ¡Tan cabeza hueca!

Palpó a su lado una fotografía y la tomó. Era ese día en la playa, en dónde él le prometió quedarse con ella. «Carajo»

Seré un idiota, con todas las letras. Pero necesito tiempo. Vivo amarrado a ti, Kagome.
Déjame pensar, mantenerme lejos de todos estos sentimientos que me rodean.
Y aún así te extrañé, y no niego que pensé lo peor. Discúlpame.
Te amo, y todavía no pienso soltarte.

InuYasha.


N/A. Bueno, quizás se les torne confuso, pero es así. Uno a veces no puede enterder los sentimientos de la pareja a la cual ama, porque un día está así como feliz, y al otro, nosé. Andrés tiene la culpa (?

Inspirado por; la canción de Alex Ubago. Amarrado a Tí.

Fin de transmisión. (: