Disclaimer: Trollhunters no me pertenece, es de Dreamworks, Netflix y Guillermo del Toro. Tampoco me pertenece esta historia, es de itsanotherfanficwriterohno, quién me ha dado la oportunidad de traducirla. ¡Espero que os guste!


Blue Moon Rising

Becoming: Part 1 (I)


El sol de la mañana alcanzó su punto máximo desde los bordes de la ciudad, otra noche de insomnio llegaba a su fin.

Los amaneceres en Arcadia eran los mejores. No es que él hubiera estado en ningún otro lugar. Viajar fuera de los perímetros de la ciudad estaba prohibido. Había sido una vista tranquila para el adolescente, lo cual era raro, considerando la compañía que mantenía.

Era casual que tropezara con la escena. Normalmente, estaba dentro del punto, lejos de miradas indiscretas, pero algo lo hizo alejarse de su rutina habitual.

Quizás fue el aburrimiento. Después de todo, Atlas tenía poco que hacer en la Orden de Janus fuera de sus tareas regulares. Supuso que podría haber entrenado, pero eso hubiera significado ser golpeado un poco hacia la muerte (los cambiantes no controlar la fuerza de sus golpes) y ya lo había sido lo suficiente en su vida diaria.

Entonces, cuando se encontró con la pelea entre Bular y el Cazador de Trolls en el canal, bastaba decir que se desvió un poco.

Se sintió mal por el Cazador. Bular era un monstruo en todos los sentidos de la palabra. Incluso ahora, casi seis años después, todavía temblaba de miedo cada vez que se cruzaba con el troll. No fue una sorpresa para la Orden que, cuando Bular se presentó, Atlas estuviera fuera.

Aún así, el Cazador se mantenía.

—Ríndete, Kanjigar.

—Un Cazador de Trolls nunca se rinde.

Atlas resistió el impulso de rodar los ojos, porque honestamente, ¿quién decía eso en la vida real?

Espera, mejor era tachar eso. La imagen de su mentor le llegó a la mente.

Sacando un tentempié, el chico observó con abierta curiosidad mientras la pelea continuaba. Por suerte, las hojas lo mantenían escondido de la vista de los trolls. No es que se hubieran dado cuenta. Ambos estaban completamente absortos en matarse entre sí.

Atlas tenía que admitirlo. El Cazador era un luchador formidable, capaz de igualar la mayoría de sus golpes con los trolls más grandes. Aún así, no estaba ganando.

Bular lo pateó y el Cazador soltó su espada, la cuál se deslizó bajo la luz de la mañana. Atlas hizo una mueca de dolor cuando el Cazador la buscó, su mano se quemó por la luz del sol. Eso tenía que haber dolido.

Sus dedos ansiaban ayudar, lanzar al pobre troll algún tipo de ayuda, pero sabía que sus respuestas acabarían en no.

Probablemente, el Cazador hubiera negado su oferta. Atlas frunció el ceño, mirando sus garras más pequeñas. Era solo el bastardo de un cambiante, la desafortunada descendencia de un humano y un cambiante. Como híbrido, era inútil. En el mejor de los casos, simplemente sería una distracción menor, otra razón para que el hijo de Gunmar lo matara. En el peor, lo matarían antes de entrar en el campo de batalla. Aunque fuera rápido, era considerablemente más débil, careciendo de la fuerza monstruosa, la durabilidad y el acceso a la magia que tenían otros trolls.

A medida que el sol salía, la batalla aligeraba, con el Cazador corriendo por el canal hasta la parte inferior del puente de Arcadia, con Bular detrás.

Tan entretenida fue la batalla que parecía estar llegando a su fin, al igual que el tiempo antes de que Atlas tuviera que volver a casa. El sol estaba saliendo con rapidez, lo que significaba que tenía deberes que atender muy pronto.

Mordió su comida, la manzana crujiente y dulce. Si fuera optimista, estaría alentando a ese "Kanjigar." No era frecuente que alguien pudiera ir a la par con Bular. Parecía un tipo valiente, alguien que Atlas podría haber admirado algún día.

Pero ese día no era hoy.

En cambio, sentía tristeza por el troll. Bular conocía su entorno mejor que el Cazador y aprovecharía cualquier oportunidad que tuviera ante él. El Cazador de Trolls había perdido el momento en que salió en busca del monstruo.

Sus pensamientos pronto demostraron ser ciertos. Bular acorraló a Kanjigar en el borde del puente, forzando a que la mitad de la cara del otro saliera al sol. Esto no sería bonito.

—Seré yo o será el sol —dijo Bular—. El caso, es que es tu fin.

Para sorpresa de Atlas, el troll no se rindió, diciendo:

—No, el Amuleto encontrará un campeón. Os detendremos a ti y a tu amo. Quizá perezca, mas la lucha seguirá.

Y luego se tiró desde puente.

Atlas se lanzó hacia adelante por instinto, luego se agarró de una de las ramas de los árboles. No había nada que él pudiera hacer. Observó, con el estómago cayendo, como el trol caía convirtiéndose en piedra en un tiempo récord. El sonido de la roca rompiéndose contra el fondo del canal casi hizo que Atlas vomitara.

Ni siquiera Kanjigar podría derrotar a Bular.

Sacudió la cabeza y se dio la vuelta.

Atlas se compadeció del pobre tonto que el Amuleto elegiría como su próxima víctima.


Escabullirse fue fácil; volver fue la parte difícil.

Especialmente cuando tu guardaespaldas era Nomura.

El camino a casa había sido mucho menos emocionante que lo ocurrido en la mañana. Los túneles a la Orden de Janus eran complejos, pero Atlas los conocía como la palma de su mano. Se había colado por uno de los pasajes sin vigilancia y se dirigió a la cocina.

Gable, el jefe (y único) cocinero de la Orden, se había quejado al verlo. Atlas ignoró al cambiante, enfocándose en su tarea.

Se apresuró en hacer un buen desayuno ligero; algunas tostadas con mantequilla y mermelada con un poco de harina de avena espolvoreada con canela y azúcar moreno. No fue su mejor trabajo. Seguía siendo perfectamente comestible, pero ciertamente no estaba a la altura de sus estándares (que, con toda honestidad, eran más altos que la mayoría). Solo esperaba que Stricklander estuviera demasiado ocupado para darse cuenta.

Lástima que se olvidó de Nomura.

Ella lo atrapó en el pasillo del despacho de Stricklander, su mirada era ilegible, pero penetrante. Nomura inmediatamente bloqueó su camino.

—Llegas tarde —dijo, con los brazos cruzados sobre el pecho.

Sus hombros se alzaron instintivamente. Miró hacia abajo, avergonzado.

—Lo siento, me distraje.

Ella comenzó a caminar delante de él, sus talones chocaban contra el suelo.

—Stricklander te ha estado buscando.

Él igualó su ritmo.

—¿Para qué?

—El Cazador de Trolls atacó a Bular por la noche.

—¿Ah, sí? —dijo Atlas en un tono elevado.

Los ojos de ella lo recorrieron.

—¿Qué sabes?

—Sólo lo que he visto.

—¿Qué viste?

Puso un dedo en su labio juguetonamente.

—Eso es información clasificada, Nomura. ¿Qué harás por mi?

Probablemente esa no fue la mejor manera para responder.

Ella se movió rápido, poniendo su brazo debajo de su cuello, apretándolo lentamente como el agarre de una serpiente. Como guerrero, a Atlas le gustaba pensar por sí mismo, estaba prácticamente indefenso contra Nomura, con forma troll o sin ella. La mujer conocía sus puntos débiles. Luchó por mantener la bandeja en posición vertical, el zumo de naranja colgaba de ésta.

—¿Cuál es la Regla Número Tres, mocoso?

Él soltó:

—No jugar con Nomura. No me mates, por favor.

—¿Entonces me lo contarás?

—Sí, sí —su cara se puso roja—. Déjame… respirar…

Aflojando su agarre, se alejó, dándole tiempo para respirar. Ella golpeó su pie con impaciencia.

Él abrió la boca para decir "qué demonios, Nomura" pero la cerró. Ahora no era el momento.

Normalmente, la cambiante habría sonreído ante su respuesta y le habría dado golpecitos en la cabeza, sin intentar estrangularle.

Si ella estaba tan nerviosa en este momento, entonces había pasado algo.

Algo grande.

—¿Y bien? —preguntó ella.

—Pude o no haber visto parte de la pelea entre Bular y el Cazador.

—¿Parte?

—Vale, puede que toda —admitió.

—Stricklander te matará si se entera —señaló ella, revisando sus uñas—. Se suponía que volverías al amanecer.

Él abrió una de las puertas para ella, apoyando la espalda contra ella.

—Es por eso que Stricklander no va a enterarse.

—¿De qué no puede enterarse Stricklander? —una voz británica hizo eco desde el otro lado de la puerta.

Se enderezó cuando apareció el hombre de la hora.

Oh, oh.

Sacudió la cabeza hacia Nomura. Por favor no se lo digas, intentó decirle a ella a través de sus grandes ojos.

Nomura se detuvo, como si lo considerara, y luego sonrió.

—Atlas había pasado su toque de queda.

Su mentor, alto e imponente, miró al adolescente claramente impresionado, pero afortunadamente no enfadado. Al menos todavía.

—Ha sido un accidente —confesó Atlas—, no pasará otra vez.

—Eso es lo que dices siempre —dijo Stricklander con cara inexpresiva—. ¿Qué ha sido esta vez?

—Pues… —comenzó, solo para que Nomura hablara por él.

—Estuvo viendo la pelea entre Bular y el Cazador de Trolls.

Stricklander hizo click con su bolígrafo.

—¿Y eso lo consideras un accidente, joven Atlas?

—No fue a propósito… —murmuró en voz baja.

Su mentor suspiró y luego hizo un gesto con la mano a Nomura.

—Ya puedes irte, Nomura. Me encargaré de él.

La mujer asintió, golpeando al chico en la espalda mientras se iba.

—Estás en problemas —cantó ella.

Atlas pronunció lentamente la palabra "traidora."

La puerta se cerró detrás, dejando a los dos solos.

El despacho de Stricklander era amplio, una de las salas más grandes de la Orden. Atlas se acercó a su escritorio, dejó la comida y luego se giró para sentarse en la silla más pequeña del otro lado. Él sabía el procedimiento. Todos lo sabían.

La espera fue lo peor. Stricklander tomó una muestra del desayuno preparado por Atlas, primero mordiendo la tostada, luego bebiendo del vaso de zumo de naranja recién exprimido. Usando una cuchara, recogió delicadamente un poco de avena y la sopló, no una, ni dos, sino tres veces, antes de ponérsela en la boca. Giró el escritorio hacia Atlas, luego se recostó de una manera equilibrada.

El hombre se relajó, su expresión también Finalmente dijo:

—Sabes que no tienes que hacerme el desayuno todos los días, joven Atlas.

—Lo sé, pero te gusta.

Stricklander sonrió.

—Sí.

—Esto significa…

Él señaló al chico con su boli.

—No es excusa para lo que hiciste. ¿Qué te dije acerca de irte por tu cuenta sin mi permiso?

Atlas bajó los hombros, igual que sus orejas en culpa.

—Que no debería hacerlo.

—Precisamente —suspiró—. No solo te pones a ti mismo en peligro, sino al resto de nuestra especie, cuando no cumples las órdenes. ¿Y si te vio otro troll? ¿Y si lo hiciera un humano?

—Señor, estaba siendo…

—No he terminado. Ver la pelea entre el Cazador y Bular fue una tontería. Fin de la historia.

Atlas se frotó el brazo distraídamente, con la espalda encorvada.

—Lo sé.

—Recibirás un castigo bajo mi discreción, ¿entendido?

Él asintió, comentando en voz baja:

—Entendido, señor.

El cambiante se inclinó ligeramente hacia adelante, jugando las manos.

—Ahora, informa. ¿Qué fue lo que viste?

Atlas se enderezó mientras daba su reporte.

—Llegué al canal aproximadamente entre las cuatro y cinco de la mañana. Me quedé fuera del alcance de la vista escondido en unos árboles. Bular peleó contra el Cazador justo debajo del Puente Arcadia. Lo acorraló en éste, pero el Cazador se sacrificó lanzándose al sol.

—Ya veo —comentó, tomando otro trago de su zumo—. ¿Qué hay del amuleto?

—Si no me equivoco, todavía está junto a los restos del Cazador, señor.

Stricklander se puso de pie, caminando alrededor del escritorio, hacia el chico.

—Pues alguien tiene que recuperarlo.

—Deje que lo haga yo, señor —suplicó Atlas.

Le dio al chico una mirada desconcertada.

—¿Tú? ¿Durante el día? Es absurdo.

—Tendré cuidado —él aseguró—. Usaré los túneles del alcantarillado. Nadie me verá, lo prometo.

Stricklander cruzó los brazos detrás de la espalda, examinando a Atlas.

—Esto no va a quitar el castigo, joven Atlas.

Él asintió.

—Lo sé, señor. Déjeme hacerlo.

—¿Por qué?

El adolescente apretó los puños.

—Quiero hacer más por la Orden. Los otros ponen de su parte y yo no hago nada.

—Haces algo, joven Atlas. Eres mi fiel ayudante.

—Solo soy eso, señor. Los otros no me aceptan como usted. Quiero demostrar que soy útil, que no soy un estúpido inútil medio-humano.

Stricklander se quedó quieto, acercándose al adolescente. Sus manos se levantaron de su posición y cayeron sobre los hombros de Atlas.

—¿Es así como piensas sobre ti mismo?

Atlas se encogió de hombros, mirando hacia otro lado.

—¿Qué más debería pensar?

—Joven Atlas, eres un miembro valioso de la Orden Janus y nada de lo que digan cambiará eso. Nuestra Señora se sentiría honrada de tenerte como uno de sus seguidores si te viera como yo te veo.

—Entonces déjeme hacer esto, señor —él dijo—. Seré cuidadoso. Lo prometo.

Stricklander golpeó el flequillo de Atlas con su dedo índice.

—Vale. Está bien. Pero debes volver a la base lo antes posible. ¿Lo entiendes?

Él sonrió, casi saltando de su asiento.

—Lo entiendo perfectamente.

¡Sí! Atlas estuvo a punto de lanzar su puño al aire. Era raro que Stricklander diera tareas a los adolescentes fuera de las cotidianas, como alimentar a los goblins o pulir la antigua colección de espadas de los hombres. Que el hombre confiara en él le alegró. Con suerte, estaría de vuelta dentro de una hora con el amuleto.

Tal vez los cambiantes pensaran mejor de él. Incluso Bular podría dejar de intentar golpearle la cabeza.

Lástima que Atlas tuviera mala suerte.