Reto de los mini-fics de septiembre del foro "El Diente de León". Personaje: Peeta Mellark.
Marrón
Marrón era la chamarra de piel de su padre. Marrón eran las botas de montaña que siempre usaba. Y Marrón eran también sus trenzas despeinada por el viento.
Había muchas razones por las cuales amar el marrón.
Cuando Peeta la había visto por primera vez había pensado que era linda, su papá le había dicho que su madre también era muy linda. Entonces había cantado y se había dado cuenta que no era linda. Era algo distinto, algo increíble, era hermosa.
No era el único que había pensaba eso, lo sabía.
Había visto como los ojos multicolores del resto del niños habían brillado con intensidad cuando su melodiosa vos había brotado de su pequeña boca. Las niñas habían ido con ella durante el recreo y los niños le habían dedicado sus goles.
Él no había podido hacerlo. No por qué no hubiera querido sino por qué a él el futbol no le gustaba. Prefería los pasteles y los colores.
Dibujar era la cosa que más le gustaba en ese mundo, junto con ayudar a sus hermanos a decorar las galletas. Y como su mamá no le permitía regalar galletas solo le quedaba una cosa por dedicarle. Un dibujo.
Primero pensó en hacer un pájaro, pues todos decían que cuando su papá cantaba los pájaros se detenían a escucharlo y no dudaba que ella lograría pronto hacer lo mismo. Sin embargo, por más que se esforzase, nunca logro que uno se quedara quieto el suficiente tiempo como para copiar bien sus plumas.
Entonces recordó que su papá siempre le compraba ardillas a su familia para comérselas y seguido era ella misma la que hacia el trato (claro que siempre supervisada) por lo que seguramente le debían gustar las ardillas. Le costó mucho pero finalmente convenció a sus padres que dejaran dibujar una, se ganó un buen golpe de parte de su madre cuando tardo tanto que esta termino por echarse a perder pero logro hacerla y hay que decir que bastante exacta. Orgulloso por su trabajo se la enseño a sus hermanos mayores que cumpliendo como dios manda su papel le preguntaron entre risas si planeaba darle el dibujo de una rata muerta a su novia. Tal vez no había sido tan buena idea después de todo.
Los días se convirtieron en semanas y estas en meses pero el pequeño niño seguía sin saber que dedicarle a su amada. Porque sí, en ese tiempo había descubierto que la forma en la que arrugaba la frente cuando estaba seria o como jugaba con las puntas de su cabello mientras estaba aburrida se le hacía completamente perfecto e hipnótico, lo que solo podía significar que estaba irremediablemente enamorado. Entonces paso.
El grupo de niñas que la rodeaban durante el recreo se había reducido dramáticamente y los goles que se metían en su honor ya era prácticamente nulo pero para él seguía siendo increíblemente hermosa. Así que no podía evitar observarla a lo lejos y eso era exactamente lo que hacia ese día. Se encontraba bastante seria, recargada en un árbol, mientras comía su modesta versión de un almuerzo. El otoño estaba a punto de acabar por esas fechas así que las plantas dejaban caer sus últimas hojas y aquel árbol no sería la excepción. Como si danzase una pequeña hoja se posó sobre el hombro de la castaña, que al notarla la tomo con la delicadeza con la que se agarraría un diamante y empezó a estudiarla. Entonces supo que dedicarle.
En cuanto llego a su casa Peeta fue corriendo al pequeño árbol que había en su jardín, por suerte sus hermanos aún no habían recogido las hojas. Así que busco decididamente entre el pequeño montón que se había formado hasta que la encontró. Marrón como su cabello en su gran mayoría pero con una sección aun verde que recordaba a una flor. Era la hoja más hermosa que había visto, tal como su futura dueña.
Al día siguiente, con el corazón en la boca, mientras el resto de sus compañeros jugaban o comían dejo el dibujo (perfectamente recortado con la forma de su modelo) entre las páginas de uno de los cuadernos de su amada.
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Katniss se sentó en su lugar en la esquina del salón, como siempre. Su estómago rugía, Prim había tenido un leve resfriado en esos días y aunque no había sido nada grave tuvieron que usar el dinero destinado a su almuerzo en carbón para mantener caliente la casa.
La maestra les pidió que dibujaran su lugar favorito en el mundo. No le fue difícil elegir, era y siempre seria el bosque. Cuál sería su sorpresa cuando se encontrara con un trozo de este plasmado en papel dentro de su cuaderno.
Instintivamente busco con la mirada a ver si encontraba al causante de tal milagro. Sin embargo no pudo más que distinguir un tímido brillo azul.
