Hola gente, tiempo sin pasarme por la página, de verdad que he abandonado todo esto de la escritura pero al menos me ha servido para verme la serie de One Piece como le prometí a Hessefan :) Y bueno, por eso mismo vengo ahora a traer mi primer Zoro/Sanji; y por supuesto empezaré a escribir de nuevo porque ando bastante oxidado.

En fin, la idea se me ocurrió a partir de un fanfic que leí hace mucho —ni recuerdo que fandom era— pero no es un copia, ojo, sólo es inspirado en esa idea, porque me pareció peculiar y me agarré de ciertas virtudes/defectos de Zoro para darle más forma y quedara más creíble la trama. Pero en fin, eso ustedes lo juzgan mis queridos lectores.

Quería un One-shot al principio, pero la idea se me ha hecho bastante fluida y lo dividiré en un par de capítulos, aunque no muchos, tres o cuatro por largo. Tampoco hay tanta tela xD

Bueno, espero les guste. Gracias por leer.


La deuda

Zoro/ Sanji

*BL*


Disclaimer: Ya saben que esto no es mío, pertenece a Eiichiro Oda.


No supo en qué momento le quedó debiendo tanto dinero a esa mujer. "Eres una estafadora", le decía furioso el espadachín a la navegante, quien sonriendo con malicia recalcaba con descaro los quinientos mil berries que debía devolverle antes de que zarparan de la isla a la que habían llegado para abastecerse.

—¡Sanji, dame otro trozo de carne!— como de costumbre, Luffy interrumpía y robaba la comida del pobre Ussop a la hora del almuerzo, sin reparar en la pequeña pero intensa discusión que tenían Zoro y Nami.

—¡No te daré más prórrogas, Zoro!— exclamó la navegante, señalando con descaro al pobre espadachín—. Si no me pagas antes de que partamos, te confiscaré las katanas y las venderé— remató sonriendo de oreja a oreja, dejando al hombre boquiabierto por su desfachatez.

—Maldita mujer, ¿no serías capaz de eso?— intentó refutar sacando levemente de su estuche a su Wadō Ichimonji, en un intento por intimidarla, pero una pierna larga y negra se interpuso entre ellos.

—¡Oye, oye, Marimo! Ni se te ocurra ponerle una mano encima a mi querida Nami-san— intervino el cocinero, quien sostenía una olla con sopa al tiempo que la removía.

—¡¿Qué dices? No te entrometas, cocinero de mierda. ¿Qué acaso no ves como esta mujer me está extorsionando?— explicó molesto. Ahora no sólo tendría que defenderse de Nami, también de su perro guardián.

—Gracias, Sanji-kun, pero no necesito ayuda. Mejor tráeme el almuerzo ¿vale?— la navegante sabía bien que Roronoa no haría nada estúpido si atacaba en su punto débil: sus espadas.

—¡Síiiii, Nami-swan!— el cocinero, sonorizando alegremente la frase, bajó su pierna y rápidamente dispuso a cumplir la orden que le dio la pelirroja— ¡Oye, marimo!—llamó, antes de darse vuelta—. Te lo advierto, no te metas con Nami-san porque tendrás que enfrentarte a mí, ¿entiendes?

—¿Crees que te tengo miedo, cejas rizadas?

Y de un movimiento ágil se pusieron en posición de batalla, listos para luchar. Pero un golpe seco de Nami sobre sus cabezas les hizo arrodillarse y sobarse por el chichón que les había quedado.

—¡Más les vale que no comiencen con sus juegos!— gritó ella, enfadada—. ¡Sanji-kun, tengo hambre!

—¡Sí, mi querida Nami-swan. En seguida!— y levantándose como si nada, se fue a buscar los alimentos que había preparado especialmente para ella.

—Tienes un mes, Zoro. Si no me pagas, ya sabes cuáles serán las consecuencias— su voz fue firme y decidida, tanto, que Luffy rio a carcajadas, desperdigando migajas de comida por todas partes.

—¡Vamos, Nami! No seas tan cruel. ¿Por qué no le perdonas la deuda al pobrecito de Zoro?— dijo riendo mientras los demás seguían, o pendientes del pequeño conflicto, o comiendo.

A la chica le brillaron los ojos antes de que su capitán terminara hinchado por los golpes que esta le propino por su insolencia.

—¡Cállate, Luffy! No tienes derecho a defenderlo, también me debes unos cuantos miles, por si no lo recuerdas—reveló satisfecha—. Si no quieres que te confisque ese sombrero— lo señaló, enarbolando una tétrica sonrisa—, será mejor que no opines— y elevando la cabeza con orgullo observó como todos volvían a lo suyo, sin chistar.

El espadachín no podía creer el poder que tenía esa mujer sobre la tripulación, ¡era una descarada manipuladora! Pero sabía que no podía hacer mucho contra ella cuando de dinero se trataba.

—Mujer del demonio— le dijo derrotado, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada por el disgusto—. Está bien— terminó por ceder—, tendrás tu dinero.

Nami sonrió triunfante, mientras se sentaba en el comedor para por fin almorzar.

—El apodo de gata ladrona te queda a la perfección— agregó Roronoa en un bisbiso, destilando un camuflado veneno.

—¡¿Qué has dicho?

Y antes de que Nami le lanzara una silla salió de la cocina molesto y espantado. ¿Cómo podía ser posible tanta desvergüenza de su parte?

Bajó hasta la cubierta y decidió recostarse un momento sobre el pasto. Necesitaba pensar en algo; no se le daba muy bien eso, pero tenía que intentarlo. Si quería conservar sus katanas y su dignidad, tenía que encontrar la forma de obtener dinero. Además, lo había prometido, y él jamás rompía sus promesas. El detalle consistía en cómo hacerlo.

—Podría robar, después de todo soy un pirata— dijo para sí, recostado y con los brazos hacia atrás, encerrando las manos tras su nuca.

—No creo que esa sea buena idea— intervino súbitamente la arqueóloga.

—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar comiendo con los demás?— masculló. No tenía muchos ánimos de conversar.

—Terminé hace rato. Es hora de mi lectura y estás en el lugar que frecuento habitualmente para hacerlo— explicó, sonriendo y acercándose a él.

—Ya veo. Me voy entonces.

—Oye, Espadachín-san— llamó, antes de que éste se marchara—. Veo que tienes problemas con Navegante-san a causa del dinero. Si lo deseas puedo darte una solución— ofreció mientras se sentaba y cogía el libro.

—¿En serio? ¿Vas a prestarme dinero?— preguntó ilusionado.

—No. No tengo dinero— aclaró, para desdicha del otro. La mujer sonrió y agregó—: Tengo una idea, ¿Por qué no buscas un trabajo temporal? Eres fuerte y seguramente lograrás hallar un empleo en donde tus habilidades sean requeridas. Además, estaremos en esta isla un poco más de un mes. Al parecer se le deben hacer muchas reparaciones al barco, según Franky.

El espadachín, con el ceño fruncido y la boca torcida, respondió no muy convencido:

—No lo sé. Soy un pirata, no creo que alguien quiera contratar a personas como yo.

—Es cierto, pero considero que deberías intentarlo. Sé que robar no es tu estilo y eso sólo traería más consecuencias negativas a la banda, ¿no lo crees, espadachín-san?— concluyó sonriendo cordialmente.

Roronoa suspiró. Abatido, decidió que lo mejor sería considerar la propuesta de Robin.

Pensó momentos antes que si capturaba a algún pirata ingenuo, y lo entregara a la Marina, obtendría dinero fácilmente. Pero por fortuna se percató de que ahora él mismo era uno y, si hacía tal cosa, terminaría tan cautivo como quien cayera bajo el poderoso filo de sus espadas.

En vista de que no tenía más opciones viables se encaminó hacia el pueblo con la intención de trabajar, pero justo antes de desembarcar, el cocinero lo abordó, pedante y con un cigarrillo entre sus labios.

—¿Qué harás, marimo?— preguntó, apoyado sobre la baranda que daba a la salida del Thousand Sunny.

—¿Y eso a ti qué te importa, cocinero?— refutó, mirándolo receloso.

Sanji aspiró y exhaló el humo con parsimonia.

—Me importa porque no quiero que le faltes a mi querida Nami-san— explicó, devolviendo la mirada, retándolo.

—Ah, ya veo— sonrió y se cruzó de brazos—. No te preocupes, le pagaré a esa mujer como sea.

El espadachín le dio la espalda y siguió con su camino. Aunque lo que Sanji pronunció después lo hizo parar en seco:

—Cuídate, marimo. Y no te metas en problemas.

Zoro no podía creer lo que escuchó. Le dijo que se cuidara. Debía estar enfermo o algo similar. Ese cocinero sólo estaba interesado en mujeres y en ingredientes y recetas exóticas. Pero en otro hombre, y en él, le resultaba extraño y perturbador.

Prefirió no prestarle demasiada importancia a un comentario que no lo valía. Eran nakamas después de todo. Suponía que por muy egoísta que fuera debía recelarlo de vez en cuando.

Espabiló rápidamente sus pensamientos y volvió a mirar al frente. Debía llegar al pueblo lo antes posible si quería obtener un empleo, lo cual era bastante improbable. En muy pocas ocasiones recordaba haber trabajado. Si bien cuando entrenaba en el Dojo de Koshiro debía ganarse su alimento y su estancia haciendo diversas tareas, él nunca lo consideró un trabajo propiamente dicho. Una vez salió de allí tuvo la necesidad de capturar piratas para así cobrar sus recompensas y tener algo de dinero para comer. Nada de eso podía ser considerado como un trabajo.

Trabajo.

Qué absurdo. Tener que trabajar para pagarle a esa mujer, no era su estilo.

—¡Quinientos mil berries!— había exclamado a todo pulmón una noche, alarmado por tal cifra—. ¡Estás loca! ¡Si sólo me prestaste cincuenta mil!

—Te dije que te los prestaría con la condición de que te cobraría intereses— aclaró ella, levantando su dedo y señalándolo maliciosa—. ¿Y qué crees? Por eso la cifra aumentó de esa forma.

—¡Maldita mujer, eres una usurera!—gritó, molesto ante su descaro—Te daré únicamente lo que me prestaste, es todo—sentenció altivo.

Nunca olvidará la sonrisa malévola que esbozó cuando le dijo aquello. Supo que algo había fraguado, pero nunca imaginó que iba a utilizar sus katanas como garantía.

—Eh, ¿Dónde estoy ahora?

Detuvo su recorrido al darse cuenta de que se hallaba en un bosque. Al parecer, se había perdido de nuevo. No comprendía cómo si había seguido al pie de la letra el camino que le habían señalado unas personas que se encontraban cerca de la bahía "ve recto por este camino", le habían dicho. Siguió caminando con la idea de que no tardaría en encontrar el poblado. Pero no fue así. Llegó a un acantilado abandonado, pasó por un desierto, cruzó algunos ríos y casi por arte de magia llegó hasta la cima de un cerro bastante alto y empinado, desde donde podía observar la gran y vasta ciudad.

—¡Sí, allí está! ¡Sabía que estaba bien orientado!

Unas cuantas horas después logró llegar al infame pueblo que, según su juicio, se alejaba de él.

Miró al cielo y se percató de que estaba anocheciendo. Consideró regresar y volver temprano por la mañana. A esas horas no hallaría algún oficio en lo que pudiera ser útil. Decidió igualmente adentrarse un poco al centro del pueblo, mirando de reojo algunos establecimientos con la esperanza de encontrar algo de donde pudiera aferrarse, al menos por esa tarde. Ya al día siguiente volvería para concretar lo que fuera.

A pesar de que aún no anochecía completamente, los establecimientos nocturnos ya habían encendido sus luces. Algunos de ellos tenían grandes letreros luminosos y, en sus entradas, algunas chicas invitaban incesantemente a la multitud que pasaba por allí a que entraran.

Zoro no estaba interesado en eso, pero tanto ajetreo le llamaba sutilmente a explorar. Fue entonces cuando sintió su garganta seca. Toda una tarde caminando lo había dejado sediento. Decidió que no era mala idea entrar y distraerse un rato, tomar unos cuantos tarros de cerveza y más tarde regresaría al Sunny. Después de todo, sus actividades consistían en dormir, comer y luchar. Hacer algo distinto de vez en cuando no le vendría nada mal a su monótono estilo de vida. Afortunadamente, tenía algunos berries en su bolsillo.

Observó un gran cartel a un lado de la calle que decía: Madame Butterfly, pero lo que llamó su atención fue la promoción que ponía más abajo: Si bebes tres barriles enteros de cerveza sin emborracharte, no pagas. El espadachín sonrió complacido, no sería problema para él beber tan poca cantidad de licor. Sostuvo sus espadas con fuerza, con vehemencia, para sentir su fuerte espíritu y entró en el lugar. Al retirar las cortinas que separaban la entrada del interior apreció que reinaba un ambiente acogedor y quizá un poco extravagante para su gusto: decoraciones pintorescas, mesas y sillas de madera y una tenue luz embargaba la estancia. No había muchos clientes, pero se percató de que se encontraban algunos piratas, como él. Su olfato nunca fallaba, por muy despistado que fuera. Por suerte, se encontraban ocupados bebiendo o interactuando con las mujeres que muy seguramente laboraban allí y se encargaban de su entretenimiento. No quería problemas, sólo pasar un buen momento.

Igualmente, no pasaría mucho rato en ese lugar tan ajeno a él.

—¡Buenas noches, pirata-san! Sea usted bienvenido— le dijo una chica que se aproximó a recibirlo— Por favor, pase. ¿Dónde desea tomar asiento? —preguntó atenta.

—¡Eh! En aquel sitio estará bien— respondió, señalando un pequeño banco que se encontraba al frente de un mesón de madera. No había nadie que pudiera molestarlo allí, excepto una vieja gorda que al parecer servía los tragos y se situaba tras el mesón.

—Está bien, adelante.

La chica lo guió hasta el lugar y tomó asiento sin contratiempos. Excepto claro por las muchas miradas mudas y asesinas que algunos le dirigieron, pero no se inmutó.

—¿Qué te sirvo, dulzura? —dijo la mujer gorda, guiñándole un ojo.

—¿Dulzura?

La mujer elevó las cejas y torció un poco la boca. Lento pero seguro, el hombre comprendió el pedido implícito.

—Ah, un tarro de cerveza— pidió sin cortesía. El mote que usó la mujer le causó escalofríos.

—Es la primera vez que vienes por aquí, ¿verdad? — preguntó ella, mientras secaba un vaso.

Roronoa se tomó de un sorbo el contenido del tarro y lo dejó reposar de un golpe bastante sonoro, disimulado sólo por la tenue música que sonaba de fondo. Sonrió satisfecho y con el antebrazo se limpió los rastros de licor.

—Sí, llegué a la isla esta mañana. Estaré un poco de más de un mes en este lugar—respondió, acercándose un poco a ésta— Por cierto, ¿Aún es válida la promoción que dice afuera?

La mujer sonrió.

—¿Crees ser capaz de beber tres barriles enteros, dulzura? Hasta los momentos nadie ha sido capaz. Y si no la terminas, tendrás que pagarlos— explicó, cruzada de brazos y enarcando una ceja.

—Acepto el desafío— Zoro sonrió ampliamente, seguro de sí mismo.

La mujer asintió y se fue en busca del licor, no sin antes gritar a todo pulmón que alguien estaba dispuesto a cumplir con el reto. Antes de desaparecer tras la puerta trasera, al ver la expresión mítica del espadachín, agregó: —Es un juego muy popular, atraerás muchos clientes.

A los pocos minutos regresó con los tres barriles de 5 litros cada uno. Zoro tomó asiento en una de las mesas para mayor comodidad y, tal como había dicho la mujer, muchas personas se aglomeraron a su alrededor.

—Te lo advierto, dulzura, si no tienes el dinero para pagar, es mejor que no te arriesgues— condicionó ella bajo el fuerte bullicio que los acompañaba.

—No se preocupe, señora, no perderé— dijo esbozando una sonrisa orgullosa y prepotente— ¿Y bien? ¡¿Qué esperan para servirme?

Zoro comenzó a tomarse tarro tras tarro de cerveza sin turbarse. La muchedumbre asombrada, no era capaz de quitarle la vista de encima mientras ingería grandes cantidades de líquido y, cuando trataban de verificar si éste aún era consiente, se encontraba perfectamente lúcido.

—¡Imposible! —gritó la mujer pasmada, cuando Roronoa terminó con el tercer barril, sin si quiera tambalearse— Este hombre no puede ser normal, cualquiera estuviera desmayado con semejante cantidad de alcohol ingerido.

—Lo siento, señora. Pero creo que he ganado— declaró triunfante y elevando por los aires el último tarro con cerveza.

La audiencia lo ovacionó con ahínco, celebrando una victoria que nunca antes se había conseguido en ese lugar.

—Vaya que eres un chico con suerte— dijo la mujer, impresionada ante tal proeza.

Pero la presencia de unos hombres que estuvieron al pendiente del espadachín disolvieron el alegre momento.

—¡Oye, tú!— el bullicio súbitamente cesó. Zoro rápidamente se puso en alerta, agudizó sus sentidos y el momento se tornó tenso e inamovible— ¿Eres el Cazador de Piratas, Zoro?— preguntó osado, confiado y con una horrenda sonrisa.

—Sí, soy yo. ¿Quién quiere saberlo?— su tono fue certero. No permitiría que alguien lo importunara esa noche.

La mujer atisbó en los ojos de Roronoa peligro, así que antes de que éste hiciera algo, se retiró junto con sus chicas a un lugar seguro.

—Lo sabía, este es el hombre con ciento veinte millones sobre su cabeza, ¡A él, muchachos!

Los hombres le pusieron el ojo encima tan pronto Zoro pisó suelo en el pueblo, y les parecía una excelente oportunidad capturarlo con la guardia baja. Pero se equivocaron.

Santoryu: Oni Giri— un golpe seco, elegante y muy poderoso mandó a volar por los aires a los cinco hombres que intentaron hacerse con él, así como varias mesas y sillas del local.

Inmediatamente enfundó sus espadas y se levantó lentamente con estilo y satisfacción. Observó a su alrededor y apreció como las personas lo miraban espantados; ahora que sabían quién era en realidad, saldrían despavoridas de allí, sin contar con el gran alboroto que causó.

Y en efecto, así fue.

En cuestión de segundos el local estaba casi vacío, excepto por los cuerpos heridos de aquellos hombres y las empleadas del lugar que no sabían dónde meterse.

Al analizar la situación decidió que no tenía caso permanecer más allí, por lo que resolvió marcharse lo antes posible.

—¿A dónde crees que vas?— dijo la mujer gorda a la distancia.

—No te debo nada. Me voy— respondió, ladeando la cabeza hacia donde se encontraba ella.

A la mujer le brillaron los ojos y saltó ágilmente. Zoro apenas reaccionó esquivando poco antes de que cayera como una bala de cañón en dónde él estaba situado.

—¡¿Qué coño te pasa, vieja bruja?

—De aquí no te vas sin que me pagues, dulzura— explicó, poniéndose en guardia.

—No te debo nada, me tomé los tres barriles de cerveza sin emborracharme, tal como decía en la promoción.

—No me refiero a eso. Me refiero a este desastre, Roronoa.

—¡¿Cómo?

Zoro miró a los alrededores buscando los daños que según ella había generado. Tal cual, había causado unos cuantos destrozos.

—Pero esto no es mi culpa, esos desgraciados se aparecieron de repente y tuve que ocuparme de ellos— explicó alterado.

—Eso no es mi problema. Si bien ellos llegaron a buscarte, debiste darles su merecido afuera, no en mi negocio. Ya luego me ocuparé de ellos. Así que responde por esto, dulzura, o si no…

—O si no, ¿Qué?— Contraatacó, serio y dispuesto a luchar —¿Me entregarás a la marina y cobrarás mi recompensa?— dijo, sonriendo prepotente.

—Eso es mala idea— admitió poniendo las manos en sus anchas caderas. No era estúpida. Alguien con una recompensa tan elevada no sería un blanco fácil—. Es obvio que puedes matarme si tú lo deseas. Pero sé que no eres esa clase de chico, dulzura.

Zoro retrocedió. No se esperaba algo como eso. Ahora no sólo le debía a esa navegante del demonio, también debía responderle a otra mujer, más demonio aún. El chico volvió a poner su vista en la salida, tenía que escapar. Si no lo hacía, acabaría con una mano adelante y otra atrás y, aún así, jamás acabaría de pagar la nueva deuda que había adquirido.

—Oye, dulzura, ni lo intentes.

Justo en el momento en el que pretendía darse a la fuga, vio en las manos de la mujer sus preciadas Katanas. Instintivamente revisó su cinturón y no las tenía allí.

—Pero qué co… ¡¿Por qué tienes mis espadas? ¡¿Cómo las conseguiste, vieja bruja?— gritó sorprendido.

De repente, observó como hacía despliegue de una rara técnica. Cosas aparecían y desaparecían de sus manos como por arte de magia.

—No me digas que tú…

—Sí, soy usuaria de la fruta del diablo. Comí la fruta seru-seru no mi*. Soy capaz de separar células de mi cuerpo y hacer lo que quiera con ellas— explicó, mientras las demás chicas se reunían a su alrededor—. Formé un hilo hecho de colágeno, una proteína bastante resistente, y con ella amarré y atraje tus katanas hacia a mí sólo en un segundo. No fue difícil.

—¡Devuélvelas!— exigió Zoro muy molesto.

—Ya te lo dije, hasta que no me pagues estos daños, no te las devolveré— condicionó la mujer, mirándolo desafiante.

Roronoa se descolocó. Ahora no sólo la infame de Nami lo amenazaba con quitarle sus katanas, sino que una vieja gorda podía arrebatárselas cuando quisiera sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. La miró un segundo, el suficiente para analizar la situación y buscar una manera de poder salir del problema.

—Antes de que intentes algo— irrumpió de nuevo, sacándolo de sus pensamientos—, te lo dejaré bien claro: Una vez que tengo el objeto en mis manos, puedo localizarlo donde sea y atraerlo hacia a mí. Así que no importa en qué lugar de la isla te encuentres, tus espadas siempre terminarán en mis manos si yo lo quiero así.

Eso tampoco se lo esperaba. Ahora estaba atado de manos. Lo peor de todo es que tendría que recurrir de nuevo a Nami para que le prestara algo de dinero, ya que él sólo tenía lo que escasamente les proporcionaba cuando llegaban a una isla, y estaba seguro que sería insuficiente para cubrir los gastos por los daños que causó.

—¿Y bien?— preguntó, regodeándose con la expresión del pirata.

—Yo… yo no tengo dinero— confesó, abatido y enojado consigo mismo y con el destino. ¿Por qué tenía que pasarle esto a él?—. Haré lo que sea, pero devuélvamelas— pidió serio, sin una pizca de súplica lastimosa en su tono. Sólo las quería de vuelto, nada más.

La mujer sonrió enternecida.

—Veo que en verdad estas espadas son importantes para ti—suspiró—. Hagamos un trato, si trabajas para mí a partir de mañana, durante veintincinco días, te perdonaré la deuda. ¿Estás de acuerdo?— propuso, acercándose un poco.

A Zoro le parecía un abuso. Pero entendía que por su culpa —en parte, por supuesto— el establecimiento había terminado hecho trizas. Además, el trabajo no le caería nada mal, al contrario, era justo lo que estaba buscando y seguramente hallaría la forma de convencerla para que le ayudara a conseguir el dinero que necesitaba para pagarle al demonio de Nami.

—Entonces, dulzura, ¿Aceptas mi propuesta?— le dijo la mujer, sacando de la nada un abanico y batiéndolo contra su cara con ordinariez—. ¡Ah, qué calor hace esta noche! ¿No te parece?

—Es… está bien. Acepto— no estaba muy convencido, pero ya le daba igual. No podía ser tan difícil.

Con un apretón de manos dieron por sellado el compromiso que ambos habían adquirido. La mujer le entregó las katanas a Zoro y le advirtió que si se escapaba, les dijera adiós. Él, mirándola directamente a los ojos, le dijo en voz gruesa y firme: —Yo jamás incumplo mis promesas—. Ella sonrió encantada. No conocía a ese pirata, y precisamente por ese hecho debía desconfiar de él. Pero no era así.

—Comenzarás mañana por la mañana, sé puntual— le exigió—. Por cierto, me llamo Madam Butterfly y soy la dueña de este bar— explicó risueña.

Ahora comprendía el por qué de la actitud de la mujer.

—En relación a eso— continuó ella—, es necesario que debas aceptar ciertos términos para que…

—¿De qué se trata? ¿Me cobrarás intereses o algo por el estilo? — interrumpió rabioso. Debía ser precavido, no quería que lo tomaran por sorpresa.

Madam rio con fuerza, sus chicas también sonrieron ante la ocurrencia y evidente ignorancia del espadachín.

—No, dulzura. Tendrás tu sueldo como todas ellas y una parte la confiscaré para reponer estos daños— aclaró, a lo que Zoro agradeció mentalmente.

Ahora sólo restaba preguntar una cosa:

—¿Y qué cosa haré en este lugar?— consultó serio. Si bien la situación se le escapó de las manos y estaba muy incómodo, algo en su interior le decía que quizá le iría bien. Pasarían un mes en esa isla y probablemente no haría nada más excepto dormir, entrenar y comer.

—Esa es la cuestión— dijo, señalando hacia arriba—. Para que puedas terminar de pagarme en el tiempo estipulado, deberás trabajar durante varias horas de la tarde, ayudándome a ordenar y cargar cosas y, por la noche… bueno, esto es un poco vergonzoso, pero no hay otra forma: tendrás que trabajar al igual que todas mis chicas, sirviendo y congeniando con los clientes— remató, sonriendo con naturalidad.

Zoro se quedó pasmado un instante. Comprendía perfectamente el oficio de esas mujeres en ese lugar. ¿Acaso insinuaba que tenía que acostarse con otro hombre, para pagarle la deuda?

—¡Estás loca, maldita vieja! Jamás haré tal cosa. Además, yo soy un hombre, ¿Cómo podría servirte si se supone que todas aquí son mujeres? Es algo ilógico— espetó furioso, su hombría había sido herida.

—Espera, dulzura. No es necesario que me grites, déjame explicarte y verás cómo asimilas mejor el trato, ¿te parece? Además, recuérdalo— señaló las katanas y el espadachín tuvo que bajar la guardia, a su pesar.

Estaba seguro que fuera lo que dijere, no estaría de acuerdo. Debió preguntar antes de aceptar el trato. Por culpa de su mala intuición ahora estaba metido en un lío mucho peor.

—Te lo advierto, vieja bruja, no me obligarás a hacer algo como eso— le advirtió, cruzándose de brazos y sentándose bruscamente en el suelo— ¿Y bien? Exactamente qué debo hacer.

—Es cierto que aquí sólo trabajan mujeres, por lo que tu ayuda por las tardes con los trabajos pesados nos vendrá de maravilla— dijo, cambiando el tono por uno más accesible—. Pero el sueldo de esa labor no será suficiente para que me pagues todo en tan sólo un mes. Por eso necesito que nos colabores con los clientes por las noches, sirviéndoles tragos y sonriéndoles de vez en cuando para que se sientan a gusto. Eso es todo.

Zoro elevó las cejas y entrecerró los ojos, ofendido y atónito.

—¿Eso es todo?— dijo con sarcasmo. Se levantó con lentitud nuevamente y agregó, furioso: ¡Olvídelo! ¡¿Cree que voy a dejar mi hombría de lado? ¡Qué vergonzoso! No lo haré— sentenció decidido.

La mujer que ya sabía bien por donde atacar, volvió a repetir:

—¿Estás seguro?— preguntó enarcando una ceja con superioridad.

El espadachín volvió a caer en la realidad. Por momentos olvidaba que estaba atado de manos. No renunciaría a su hombría de esa forma, pero tampoco dejaría a sus espadas, eran parte de él… y su palabra pesaba más que su masculinidad, por mucho que le doliera. Se encogió de hombros y le dio la espalda a Madam y a las empleadas. Suspiró derrotado, no le quedaba más opción.

—Sólo tengo una duda— continuó diciendo, cabizbajo—: Se supone que los hombres que vienen aquí quieren ser atendidos por mujeres, no por otro hombre como yo— le dijo, aún de espaldas. Le resultaba incómodo que le estuvieran mirando, se sentía humillado—. Así que no comprendo cómo… cómo… haré el trabajo en estas condiciones. No creo que alguno quiera interactuar conmigo, a menos que sea para tomar mi cabeza— pensó que si le explicaba las cosas desde un punto de vista lógico y congruente, la mujer cambiaría de parecer.

—Tienes razón, dulzura. Aquí los hombres vienen por mujeres—aclaró. El pirata sonrió y se dio la vuelta, confiado—. Por eso te tendremos que vestir como mujer y enseñarte cosas básicas para que te comportes, así sea un poco, como una dama.

El pirata abrió la mandíbula todo lo que pudo. No podía ser cierto eso. En su ser no cabía la más mínima pizca de femineidad, ¿y ahora Madam le decía que debía convertirse parcialmente en una? Debía estar bromeando. Una broma disparatada y de mal gusto...


Bien, cómo les dije la idea es un poco disparatada y sólo espero que no se vea... forzada. Si bien es algo tonto pensar en Zoro vestido de mujer, pensé que envuelto en semejantes condiciones no le quedaba más opción. Y bueno, por ahí vendrá el rollo con Sanji xD

*El nombre de esa fruta es inventado por mí: seru-seru no mi: Seru en japonés es célula, y en sí lo que quiero que entiendan básicamente es que Madam puede usar los componentes de la célula y hacer lo que quiera con ellas, si la miembro de la CP9 Califfa hacía jabón creo que esta es más comprensible xDD Por cierto, el colágeno es una proteína muy resistente que se encuentra en muchos tejidos de organismo como la piel, los huesos y la mayoría de los órganos y cumple funciones muy importantes. Por ahí más o menos me guié xD Tenía que buscar razones poderosas para que Zoro se viera totalmente acorralado, y tomando en consideración su apego con las espadas y su increíble pasión por seguir su instinto y cumplir siempre sus promesas xD

En fin, dejen sus reviews al respecto y díganme qué les pareció, estaré encantado de saber que están ahí. Espero que les haya gustado, prometo actualizar pronto :)


Mérida, Venezuela.

31 de marzo de 2012.