Capítulo 1: La historia de Lily Evans

Para narrar esta historia, empezaré con la historia de Lily, la historia de Liliane Marie Evans.

Lily Evans tenía once años. No era una niña corriente. Todo en ella era especial, muy especial.

Desde su largo, espeso y brillante pelo del color del fuego, hasta sus enormes y preciosos ojos verdes. De un verde intenso, tanto que casi dolía la vista el mirarlos. Sus ojos no tenían nada que envidiar a la esmeralda.

Su piel, blanca, suave, delicada cual fino copo de nieve alcanzaba preciosos tonos rosados al llegar a sus mejillas. Un rubor, que junto con su dulce rostro de ángel y sus adorables pequitas alrededor de la nariz, hacía que muy poca gente pudiera evitar el caer rendida a ella.

Pero no sólo su aspecto era especial. También lo era su personalidad. Una personalidad ante todo dulce y tierna, inocente y sincera, fiel y valiente, comprometida responsable y luchadora, a la vez que terca y meticulosa. Pero sobre todo y ante todo... llena de magia.

Llena de una magia que aunque ella nunca hubiera visto, sí sentía, y sabía que existía.

Tan especial era esta niña, que una calurosa y soleada tarde de verano, mientras ella se columpiaba con su hermana Petunia en el parque más cercano a su casa, un búho dejó una gruesa carta en su regazo. La niña abrió desmesuradamente sus ojos sorprendida, mientras un enorme sentimiento de alegría comenzaba a extenderse por su cuerpo. Lily se dispuso a abrir el sobre que contenía la carta, pero en ese instante, su hermana con un rapido movimiento se le adelantó, y le robó la carta de las manos.

Petunia no podía ser más distinta de Lily. Rubia, alta, huesuda y de rostro cetrino, era la persona más entrometida que jamás Lily había conocido. Su pasatiempo favorito era burlarse de su hermana. A pesar de todo ello, Lily la quería, siempre tenía un huequecito en su corazón reservado para su hermana Petunia.

En cuanto Tuney (como Lily la llamaba) agarró la carta, una mueca de sonrisa burlona se formó en su rostro, y unas palabras ofensivas salieron de su boca:

- ¿Quién te escribe, Lily, quién escribe a la tonta y rara de mi hermana? ¿Será tu novio, ese andrajoso del hijo de los Snape?

Sin embargo, antes de que Lily pudiera siquiera responder, la sonrisita socarrona de suficiencia fue borrándose de la cara de la niña, dando paso a una expresión de ceño y disgusto.

- ¡AHHH!, y...¿por qué ha caído del cielo, por qué la ha traído ese pajarraco, cómo sabía quién eras tú?...

Antes de que pudiera contestar, Petunia se apresuró a añadir con desdén:

- ¡Es de ese sitio horrible para bichos raros y peligrosos, ¿verdad! ¡ No lo niegues, anoche te oí hablar con el apestoso de Snape, llevo días espiándoos!

En ese momento, la cara de sorpresa de Lily fue reemplazada por unas lágrimas silenciosas de rabia y disgusto, entonces, con la voz rota, habló:

- ¡¿Por qué nos has estado espiando, Tuney?, tú puedes venir con nosotros cuando quieras! ¡Y no hables así de Sev, él es un niño muy simpático que me entiende, no como mi hermana!-dijo Lily estallando en llanto, y tras esas palabras se alejó de su hermana, desconsolada, mientras Petunia, todavía sentada en el columpio, la observaba con superioridad e indiferencia. Ésta, decidió al momento abrir la carta dirigida a su hermana, y comenzó a leerla a voz en grito, en tono burlón.

Sin embargo, cuando llegó a la segunda línea, cambió de opinión, y con una cruel sonrisa dirigida hacia Lily, rompió la carta en pedazitos, lo que hizo que su hermana llorara más.

Pero a Lily no le importaba esa carta. Ella sabía que más cartas como esa llegarían a sus manos. La niña no lloraba por la carta, lloraba por su hermana. Sufría porque la quería, y necesitaba su apoyo y comprensión, le dolía su rechazo como nada le había dolido nunca. Nada deseaba más Lily que la aceptación de su hermana.

La pequeña Lily sabía muchas cosas. Sabía que existía la magia, y que ella era especial, era una bruja. Sabía también que sus padres eran muggles. Gente corriente, sin magia. Sabía que existía una escuela de magia llamada Hogwarts, llena de niños magos y brujas, donde aprender conjuros, pociones y hechizos... Un mundo donde tus mayores deseos e ilusiones podían hacerse realidad...

El motivo de toda esa información era un niño. Un tímido niño de once años, pálido y delgaducho, de rostro cetrino y amarillento, y pelo oscuro y grasiento como dos cortinas sobre su rostro. El nombre de éste niño era Severus Snape. Él había descubierto a Lily una tarde haciendo magia involuntariamente, y le había contado todo. También le había informado de que recibiría una carta de ese colegio, donde le explicaría todo. Y así fue.

Lily sabía muchas cosas, pero lo que no sabía era que las burlas y despechos de su hermana Petunia se debían a un profundo deseo de ésta de ser como ella, como Lily. Tan linda, tan amable, y tan... especial. Ella también quería tener magia, y por encima de todo deseaba ir al colegio al que iba a ir la tonta de su hermana. Deseaba con todas sus fuerzas pertenecer a ese mundo de fantasía.

Pero lo que tampoco sabía Lily era que aquél niño tímido y cabizbajo, Severus Snape, estaba perdidamente enamorado de ella desde el primer instante en que la vio.