Eleonor no podía, o más bien no quería creerle a sus oídos. Sin embargo, las palabras pronunciadas por el médico no dejaban hueco alguno para confusiones. Joseph moriría. Tal vez mañana, tal vez la semana próxima, no había forma de saberlo. Pero sucedería, y sería pronto.

-Lo siento, señora Monterrice, pero es inevitable.

La voz de Smitherson era serena pero firme.

-El veneno ha penetrado demasiado en su cuerpo, y me temo que no existe forma alguna de retirarlo.

Las palabras brotaban con total convicción de los labios del doctor y se clavaban como puñales en el corazón de Eleonor, que apretaba con fuerza el rosario que tenía entre las manos.

-N…no…- musitó con los ojos abiertos de par en par –no es posible…-

Sus ojos redondos y brillantes soltaron las primeras lágrimas, que bajaron serpenteando por sus mejillas y fueron a dar al mentón. El doctor reaccionó rápidamente, sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo ofreció. Ella lo tomó delicadamente y secó la cara con un suave movimiento. Ni siquiera la tragedia y el dolor podían opacar su fina gracia, la humedad de sus ojos no hacía más que resaltar su hermosura.

-Escuche señorita – dijo el doctor con dulzura –puedo mentirle si eso es lo que quiere- dijo mirándola fijamente a los ojos –pero eso sólo lo hará mas difícil.

Eleonor tragó saliva y cerró los ojos unos segundos. Cuando los volvió a abrir, lucían mucho más fuertes y seguros que antes.

-Está bien doctor – dijo con decisión – es mejor que sea así –

-Es usted una muchacha muy fuerte Eleonor- dijo el doctor

- Debo serlo, Smitherson- contestó ella –de no ser así, todo lo que me ha enseñado Joseph sería en vano-

El doctor la observo por unos instantes, sonriendo. Luego tomó su sombrero de sobre la mesa y se lo colocó.

-Ya lo sabe, si me necesita, estaré velando por usted.- La voz del doctor era amable y serena

-Pero creo que es mejor que les deje solos-

Eleonor asintió con la cabeza.

-Volveré por la mañana- dijo Smitherson mientras se dirigía hacia la puerta

-Doctor…

-Si?

-Gracias por todo

-No hay problema señorita, es lo menos que puedo hacer. Descanse bien.

La puerta se cerró con un chirrido.

Eleonor giró sobre sus talones. Aún con el rosario entre sus manos, rezó en silencio. Se dirigió hacia la habitación de Joseph y se sentó a los pies de su cama.

Tres horas más tarde, Eleonor colocaba por enésima vez el paño mojado sobre la frente del enfermo. La fiebre no disminuía, Joseph respiraba con creciente dificultad y se ponía más y más pálido.

Eleonor apenas podía mantener los ojos abiertos, cuando la voz de Joseph le sobresaltó.

-Eleonor- dijo con voz débil

-¡Oh Joseph! – exclamó ella con júbilo mientras las lágrimas brotaban una vez más de sus ojos.

-Al fin despiertas!

Joseph sonrió.

-Un beso – pidió con dificultad

Eleonor se inclinó y sus labios se fundieron.

-Eres fuerte Eleonor…- la sonrisa seguía en su cara - ahora ya puedo partir-

Apretó la mano de la joven con fuerza, y cerró los ojos por última vez.