¿Qué había sucedido? Tenía mucho miedo, demasiado quizá. Mary temblaba, friolenta y ahogada en el más profundo temor que podía existir. Todo sea por ganarse la confianza del Doctor Arden, alimentaría a, lo que fuese que estaba alimentando noche tras noche. Cuando sintió que las rodillas se le doblaban, Mary no pudo contenerse, y corrió lo más rápido posible. Árboles y más árboles. Era débil, y ella lo sabía. "Corre y no mires atrás"- Pensaba mientras sus delgadas y largas piernas la ayudaban a escapar. Hasta que escucho su voz, y ya no había escapatoria.

- -¿A dónde va con tanta prisa, hermana? – Lana Winters. La mujer. Esa mujer. Mary siempre fue una pequeña soñadora, confundida por la realidad que debía de tomar como vida. Había dejado esos pensamientos mortales en el pasado, pero la señorita Lana había llegado a su vida como una bomba para abrir la caja del pecado.

- -Por favor, no le diga a la hermana Jude que estuve aquí. –Le suplicó. La mujer miró a la rubia con una sonrisa pícara. Quería jugar con ella, y robarle información exclusiva del caso de "Bloody Face". A lo lejos, un gruñido, algo… monstruoso.

- -¿Qué fue eso? ¿Alguna especie de animal, o algo por el estilo? – La reportera miraba ansiosa y un tanto asustada.

- -¡Debemos de irnos! – La rubia tomó su mano, y corrieron hacía el pasaje secreto. Lana tirando su cigarrillo en el camino, sabía que le sacaría toda la información posible a la inocente monja.

Al llegar a la entrada de la cocina, Mary respiraba agitada… llena de emociones y angustias. Miraba hacía el piso para no chocarse con los ojos chocolate de la reportera que sonreía frente a ella. Para Lana, esto era un juego en el cuál siempre terminaba ganando. Mary le resultaba adorablemente frágil e inocente, sus ojos azules verdosos eran una ventana directa a la sinceridad más pura. Lana Winters era suertuda, sabía que tenía a la monja en sus manos. La amenazó con contarle todo a la hermana Jude si no le presentaba a Kit Walker, la rubia derrotada tuvo que aceptar el trato.

La noche pasó, fría e intensa. Llena de sucesos inexplicables, llena de emociones sin sentido, llena de pecados capitales. Ahora que el sol salía reluciente, y alumbraba al manicomio, ella se despertaba en su propio infierno. Mary se sentía culpable, todo por su estúpida inocencia había perjudicado a la reportera. Jude no daba su brazo a torcer, y era cruel, tan cruel que Mary no podía mirarla a los ojos. Lloraba y lloraba. Escuchaba los gritos de la señorita Winters resonando por todos los pasillos. La rubia se cubría los oídos y rezaba en su interior. Luchó y luchó, pero finalmente terminó perdiendo contra su propia voluntad.

- -¿Señorita Lana? – Abrió la celda con suma delicadeza. Lana alzó la cabeza para mirarla, para despilfarrar todo su odio hacía la joven monja.

- -Fuiste tú. ¿Por qué Mary? Nunca te hice nada. – Lana cerró los ojos – Ahora estoy atrapada en este agujero por el resto de mis días. – Sollozó -

- -No diga eso. Verá que podrá recuperarse y salir. – Trató de alentarla, escondiendo su culpa.-

- -¡Nunca cambiaré! Nunca. Fui y siempre seré lesbiana. ¿Entiendes? –Mary cogía su rosario. Rezaba, una y otra vez. No podía. – Déjame sola, no te vengas a hacer la santa conmigo. ¡Vete! ¡Vete!

Los ojos se le llenaron de lágrimas, y Lana explotó. Mary no soportaba, quería abrazarla y prometerle que todo estaría bien, pero quiso obedecer, y salió de la celda con el ceño fruncido, lleno de angustia y desesperanza. Para su distracción tenía "La Sala de Música", así era como los guardias llamaban aquellas cuatro paredes inundadas con Dominique. Aún tenía los lagrimales húmedos, llenos de sentimientos de culpabilidad.

Lana la odiaba, y siempre la odiaría. Cerró los ojos en busca de la ayuda de Dios, pero no encontró nada más que oscuridad. No quería ser aquella mujer indecente que había sido en el pasado, todos la odiaban, todos la rechazaban… ella era su mayor peligro. Pero, ¿Cómo evitarla? Lentamente se había comenzado a apoderar de sus recuerdos, nuevamente tentándola con pensamientos indecorosos. Su corazón palpitaba con una frecuencia un tanto veloz, cada escena reaparecía poco a poco, sin cuidado, sin medida.


Junio 16, 1955

Mi madre había llegado con las compras para la semana y otras cosas. Resulta, que es una compradora compulsiva y ni siquiera puede reconocerlo. Mi padre arreglaba el techo, a pesar de no saber cómo hacerlo, lo intentaba. Siempre me sermoneaba con que los McKee's debíamos de ser útiles para todo.

Faltaba exactamente un mes para cumplir 18 años y sinceramente, estaba muy emocionada. Ya me había graduado, y ahora esperaría a que algún estúpido muchacho aristócrata se enamorara de mí, o al menos esas eran las expectativas de mis padres. Sentía que nunca llenaba las esperanzas que ellos tenían para mí, o que más bien, siempre terminaba arruinándolas. Para papá nunca fui una alumna ejemplar, mi promedio era estándar y eso nunca le bastó. Para mamá siempre había sido un fracaso en la cocina, y su sueño de verme realizada como una ama de casa ideal se había desvanecido hacía un par de años.

Una y otra vez escuchaba como mi madre gritaba mi nombre para que la ayudara a ordenar todo lo que había comprado. Bajé corriendo las escaleras, para que su voz se esfumara. Comencé sacando todos los productos de las bolsas marrones, uno por uno, eran infinitos. El silencio inundó la cocina, y solo escuchaba como un huevo se rompía dentro de la bolsa. De repente, escuché el chillido de un carro frenando bruscamente. Curiosa, miré por la ventana. "Nuevos vecinos", mi madre susurró entusiasmada. Fruncí el ceño, algo frustrada, pero la vi; sus ojos marrones combinaban con su cabello. Sus labios rojizos, embaucadores. Mordí mi lengua, no quería, no debía. Ella volteó y descubrió mi mirada tan perdida, hizo un ademán con la mano y esbocé una sonrisa sin poder evitarlo.


Mary perdida en sus recuerdos, sin aviso, sintió una mano fría posarse sobre su hombro. Volteó veloz, volviendo a la realidad y lo vio; Ojos negros – Cejas gruesas – Lentes grandes – Cabello brillante – Sonrisa torcida y…. – Voz desnivelada.

- -¿Hermana, se encuentra bien?

- -¿Quién es usted? – Preguntó nerviosa.

- - El nuevo psiquiatra. – Estrechó su mano.- Oliver Thredson.

Los ojos de Mary se iluminaron, y su mente estallaba con magníficas ideas para combatir a aquel monstro que habitaba dentro de ella. "Si, él es mi única salida" – Se lo repetía una y mil veces. No encontraba su voz, ni las palabras correctas para suplicarle al psiquiatra que la ayudara a salvar a Lana Winters, y de paso, a ella misma.