Editado: 2010

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Al fin vuelvo aparecer por estos lugares… XD ¡Hahaha sí, cómo no! Con otro nuevo Fanfic me digno hacer presencia. Les he de advertir que desde la última semana tengo rondando esta idea, no está muy bien definida… pero no contuve el impulso latente de hacer el capítulo (o prólogo, lo que sea…) No tengo idea si les guste o no, pero a mí, me entretiene en estos días de absorta falta de inspiración en mis demás Fics. Es un Universo Alterno, no tengo parejas definidas pero habrá por ahí un triangulo amoroso importante xD ¡Jo! O al menos es lo que creo por ahora ¬¬UUu

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Ya saben, ninguno de los personajes me pertenece (quizás uno que otro original, pero vaya… dudo enormemente en colocar un OC) todos son de su respectivo autor o lo que sea, sólo hago este Fic sin fines de lucro.


Entre la pared
Prólogo a la miseria

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—¡Los odio!

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El sonido de la puerta ser azotada con fuerza resonó en toda la casa. La chica rubia había subido, en tan sólo unos cuantos segundos, la escalera larga de su casa hasta encerrarse en su habitación. Sola en su tormento y con las lágrimas acumuladas en sus ojos cielo había descargado parte de su furia en apretar sus puños. Y es que era realmente tormentoso, doloroso y denigrante todo eso. "Me lo ocultaron…" Había sido su pensamiento al haberse arrojado hasta la cama y sostener la almohada entre sus brazos. Era amargo, era horrible aquello que sentía en su pecho al recordar una y otra vez las palabras de sus padres, y sabía de ante mano, que seguramente su madre estaría en esos momentos en un mar de lágrimas al verla tan enfurecida. Pero no le importaba en esos instantes, si su madre o no estaba llorando… o si su padre se encontraba dando grandes suspiros de nervios abajo en la sala, donde los había visto por última vez.

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¡Ellos estaban locos! Pensar que solamente por tener 17 años de edad podrían manejar su vida como se les diera la gana. Quizás no era mayor de edad todavía, quizás faltaba poco tiempo para hacerlo o quizás el ser hija única le afectaba, pero estaba segura, que aquella decisión de sus padres había arruinado su vida por completo. Apretó lo dientes al momento de tomar la almohada con fuerza y morderla, ahogando un grito de frustración y golpear el colchón de su cama. Sabía que no haría daño material alguno a sus cosas, pero al menos, descargar toda esa rabia le ayudaba de cierta forma.

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Su largo cabello rubio se esparció por su cama mientras respiraba con agitación. Odiaba llorar, odiaba llorar… ¡Odiaba llorar! Aún más, por culpa de sus padres. Ella los quería, los respetaba y los amaba; era su única hija y ellos su única familia. Pero ahora, por muy odioso y extraño que sintiera aquello en su pecho, el vínculo entre ellos se había vuelto tan delgado y estrecho como un mismo hilo. Se limpió los restos de lágrimas con su mano, sintiendo el rimel manchar su rostro y tomó el pequeño teléfono que estaba cerca. Tragó algo de saliva marcando con torpeza un número específico, el sonido de la llamada en espera sonó en su oreja para que segundos después la llamada entrará:

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¿Hola?

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Alguien había hablado con voz tranquila desde el otro lado de la línea. La chica contuvo su saludo y se quedó callada, esperando que la persona desde el otro lado reconociera quién marcaba. No pasó mucho tiempo para que nuevamente le descubriera.

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¿Zelda? ¿Eres tú?

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Era ella, más que obvio, tenía identificador de llamadas.

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—Sí… —su voz se notaba cansada, malhumorada y destruida.

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¿Qué sucede?

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—Saria… no me encuentro bien. —habían sido sus palabras entrecortadas, reprimiendo el hecho de llorar nuevamente. Frunció algo el ceño para dejar salir un suspiro y mirar el reloj de la habitación. Eran las 11:26 p.m, ya era tarde y no había mucha gente en las calles a esas horas excepto los chicos vándalos y demás. Bien sabía que sus padres se molestarían si salía a esas horas, y que posiblemente, a Saria le darían un buen sermón por escaparse de su casa para ir en su ayuda.

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Pero lo necesitaba, necesitaba el apoyo de su mejor amiga.

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Está bien Zel, no te preocupes… Cuéntame todo. —hubo un momento de silencio desde el otro lado del teléfono mientras se escuchaba un suspiro— Escucha, mis padres no están. Se fueron a una boda, así que no habrá problema en salir de mi casa… ¿No tendrás dificultades para ir al parque?

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—Lo único que quiero es largarme de aquí Saria. —su amiga enmudeció ante la confesión de la rubia— En el parque, ya sabes dónde. No te preocupes, sé cómo salir de aquí sin ser vista.

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Muy bien, voy para allá.

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La llamada terminó mientras la rubia adolescente arrojaba el teléfono en alguna parte de su habitación.

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Se levantó con cuidado de su cama para dirigirse al armario y sacar una chaqueta delgada. No era temporada de frío pero últimamente había lluvias en la ciudad, por lo cual, las noches eran frescas y húmedas. Así que para prevenir pescar un resfriado, tomó la pequeña chaqueta de color blanco y se la colocó. Suspiró nuevamente sintiendo el leve temblor de su cuerpo al recordar la rabia; el coraje… las palabras de sus padres.

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Dio un golpe sonoro a la pared lastimándose los nudillos, no le importó… su dolor espiritual era más fuerte que aquello. Pateó algún peluche que estaba en el suelo y levantó la ventana de su habitación. A lo lejos se escuchaba el leve canto de los grillos y el perro del vecino ladrando a la luz de la Luna. Miró hasta la puerta de su habitación recordando que le había puesto seguro, rezando que todo saliera bien, colocó un pie sobre el marco de la ventana para ver el espeso árbol de enfrente. Agradeció en silencio que su padre no lo hubiera derribado hace años, pues al parecer, aquel viejo árbol había crecido notablemente que sus ramas chocaban con las paredes de su vieja casa. Pero al menos, esas ramas viejas y gruesas le eran de ayuda cada vez que quería escapar de su casa, agradeció a las Diosas no haber resbalado cuando había saltado hasta la rama más cercana pero ahogó un gritito de miedo al ver un gato saltar desde las hojas.

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Pisando tierra firme, después de haber caído de rodillas sobre el césped y maldecirlo, echó un leve vistazo a su casa. Notó la luz de la habitación de sus padres, seguramente, ya se irían a dormir. Esperó al menos unos minutos hasta constatar de que las luces eran apagadas y que podría irse sin problemas.

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Caminó con despreocupación por las solitarias calles del barrio y por un momento, hasta le pareció algo tenebroso. Soltó un bufido y cruzó unas cuantas calles más para llegar al parque, el cuál, no estaba lejos de su casa. Miró con disimulo las calles cercanas para asegurarse que ninguna banda de chicos se encontrara por ahí y fuera seguro pasar, no habiendo problema, se adentró al parque. Caminó por el pequeño puente cerca del lago artificial y escuchar el canto de los grillos… A lo lejos en el área de juegos de niños, cerca de la montaña resbaladiza y gigante del parque –la cual era visitada por todos los niños en el día-, encontró a su amiga sentada en alguno de los columpios cercanos.

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El sonido de sus pasos pisar la tierra alertó a la chica de cabello verde.

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—Al fin llegaste… pude haberme congelado aquí. —bromeó Saria señalando discretamente el columpio de a lado.

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—Disculpa, esperaba que mis padres durmieran. —y ocupó lugar en el columpio para aferrarse con fuerza a las cadenas de éste.

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—Supongo que debe ser algo urgente para que me hayas citado a tales horas de la noche. —sonrió su amiga— Pero siempre hay tiempo para todo, ya sabes que te apoyaré en lo que pueda…

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—Gracias Saria, ya he mojado tu hombro muchas veces…

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Hubo tan sólo un pequeño momento de silencio mientras el sonido del viento mover las copas de los árboles cantó en el ambiente. Decidida a romper aquel incómodo momento, la rubia giró su cabeza para ver a su amiga peliverde observarle con detenimiento. Lo sabía, ella esperaba el momento para escuchar el por qué de la urgencia de su amiga para hablarle. Zelda era –posiblemente- la mejor amiga que tenía desde hace años. Ambas se habían conocido en el primer grado de Secundaria, cursaron juntas la Preparatoria y actualmente estudiaban en la misma Universidad. Vivían cerca, no muy lejos, pero todos los días se frecuentaban además de que compartían un par de clases juntas en la Universidad. Pero con el paso del tiempo, Saria había notado que –quizás- ella era la única que conocía profundamente aquella rubia de mirada peculiar. Y sabía, que cuando ella se sentía atormentada u agobiada por algo, generalmente recurría hasta ella para contarle sus penas y desgracias.

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Y debía ser algo serio como para estar a tales horas de la noche, en aquel parque solitario y en los oxidados columpios.

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—Zelda por qué no…

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—Saria no sé qué hacer… —le interrumpió la rubia— Estoy desesperada, incluso quisiera irme a vivir a Termina. Es una pesadilla… ¡de verdad! —frustrada, ahora pequeñas lágrimas amenazaban por salir de sus ojos cielo nuevamente. Apretando sus labios para no dejar salir un gimoteo infantil, Zelda sintió con lentitud la mano de su amiga en su hombro izquierdo en forma de consuelo.

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—Dímelo Zelda, ¿qué es lo que te perturba?

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Saria escuchó el leve suspiró que su amiga había dejado salir con pesar.

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—Estoy comprometida.

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Aquel susurró fue tan entendible para Saria, que por un momento pensó que era una broma. Pero ver la expresión triste y vacía de su amiga, comprendió que no era así. Comprometida… ¿cómo era posible eso? Pensaba que aquellos tratados -pues no encontraba otra palabra para expresarlo así- en estar obligados a casarse con otra persona ya no eran tan bien aceptados en Hyrule. Estaban en una edad moderna, donde las costumbres viejas como hacer festivales a la luz de la Luna cada vez que había lluvia de estrellas fugases, rendir tributos a las Diosas o incluso, estar comprometido/a desde nacimiento ya no existían. Pero al parecer, no era así. Quiso entender el dolor de su amiga, colocarse en su lugar y ofrecerle sus brazos como apoyo incondicional, pero aquello era incómodo y extraño. Ni siquiera pasaba por su mente cómo se sentía su amiga al descubrir de la noche a la mañana que estaba comprometida desde antes de haber nacido.

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—Pero… ¿cómo? —apenas si logró hacer aquella pregunta Saria, ausente en su asombro por la confesión de su amiga.

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—No lo sé… —y acomodó con torpeza el mechón de cabello rubio que había caído por su frente— Mis padres me lo explicaron todo esta noche. Saria, fue horrible… ¡yo no tenía ni la menor idea! ¿Puedes creerlo? He estado comprometida con un completo extraño desde que estaba en el vientre de mi madre… —apretó sus puños con furia— ¡Me han arruinado la vida! ¡Y ni siquiera puedo hacer algo para evitarlo! Saria, no quiero casarme con alguien que no conozco…

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—P-pero Zelda, quizás lo conozcas pronto y…

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—Mis padres dijeron que lo presentarían la próxima semana. —hubo una pausa en su hablar torpe— Pero no quiero, así que tengo al menos una semana para planear mi huída hasta la ciudad de Termina y comenzar una vida alejada de todo esto. Quizás Nabooru pueda ayudarme a conseguir contactos que puedan echarme una mano y…

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—¡Pero estás loca! —le gritó ahora asustada la peliverde— ¿Zelda, acaso no piensas lo que dices? ¡Irte a Termina! Es una locura, por el amor de la Diosa Nayru, que te perdone de escucharte decir eso… ¡no puedes huir de esto! ¡No! —se calló por un rato para mirar fijamente a su amiga directo a sus ojos— Zelda, escucha… sé que esto es muy doloroso para ti y puede que-

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—¡No Saria! —gritó ella levantándose del columpio con rapidez— ¡No lo entiendes! ¿Cómo crees que me siento? ¿Qué harías tú al saber que estás obligada a compartir tu vida con alguien por un estúpido compromiso? ¡Es injusto! ¡Que tengan que decirme todo esto justamente ahora! Todos estos años me lo ocultaron, y ahora, me dan esta noticia como si fuera tan fácil.

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—¡Es que, escúchate Zelda! ¡Por las Diosas! No puedes irte a otra ciudad. Por favor, tienes 17 años y estamos al principio de la Universidad, ¿y piensas dejar todo esto por una idiotez? ¿Qué piensas hacer allá? No tienes familiares en esa ciudad, ni amigos ni quien te apoye… ¡Es una estupidez!

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—Pero…

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—Escucha Zelda… —lentamente se removió de su columpio para colocar una mano en su hombro con amabilidad. Sintió el cuerpo de la rubia temblar y alcanzó a sostenerla entre sus brazos, antes de que ella se desplomara en su llanto en la tierra— Lo siento, de verdad… Es tan doloroso, pero también me duele verte así Zel. Tú no eres una chica débil que huye de sus problemas, sabes enfrentarlos y salir adelante. —escuchó el leve gimoteo de su amiga, apretándola con aún más fuerza entre sus brazos, colocó su mejilla en la cabeza de su amiga— Te apoyaré en todo lo que pueda amiga, de verdad… como todos estos años. Pero por favor, no te dejes vencer. Estoy segura, que quizás, esto no es tan malo como parece. Tal vez, deberías intentarlo un poco.

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—Pero… no puedo… —murmuró ella con un hilo de voz.

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—Tienes una semana antes de conocer a tu prometido. Pero por ahora, quítate esas ideas absurdas de tu mente. —miró entonces el gran cielo oscuro aquella noche, observando en lo alto aquella Luna que alumbraba la ciudad de Hyrule. Sonrió un poco para ayudar a su amiga a levantarse con cuidado— Escucha, podremos hablar más tranquilas mañana. Estoy segura que estarás mejor y bueno, no debemos desvelarnos, hay que ir a la Universidad.

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Haciendo un leve puchero, la rubia se limpió amargamente las lágrimas de sus ojos.

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—Sí… —miró al fondo del parque notando las farolas alumbrar levemente el ambiente— Gracias Saria…

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No dijeron nada más, Saria había sonreído tranquilamente. Caminando ahora por aquel oscuro parque, ambas se sumieron en un silencio necesario. Muy en el fondo, Saria sentía el pesar de su amiga… y pensó, que verla así de derrotada era tan embriagador. Zelda era su mejor amiga, y tal vez, la hermana que siempre quiso tener. Ella también era hija única pero para eso, estaban las amigas como Zelda, para respaldar la ausencia de hermanos cuando lo necesitaba.

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Incluso en los peores momentos.

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Para cuando ya había terminado de colocarse las sandalias con pesar, ya había pasado alrededor de una hora desde que se encontraba en su habitación arreglándose. Se miró por última vez en el espejo para dejar salir un murmuro sin razón alguna. No le importaba si se veía linda en esa ocasión o el escuchar el sonido del timbre de su casa. Dirigió una mirada de soslayo a la ventana sin ni siquiera molestarse en descubrir de quién se trataba, ya lo sabía de ante mano.

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Había pasado una semana.

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Una semana desde haber recibido aquella noticia sobre su compromiso. Sostuvo el celular de entre sus manos observando la hora, al fondo escuchó la risa de su madre dejando pasar a los invitados a la casa. Zelda gruñó un poco, no había hablado mucho con sus padres desde la última pelea, y ahora, inconcientemente necesitó el apoyo de su madre. Estaba entonces, dando lugar al nerviosismo, pues abajo se encontraba su prometido. Sujetándose con firmeza la coleta de su cabello y que todo estuviera en orden por última vez, contó hasta 10 para abrir la puerta.

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Otra vez escuchó la voz de su madre mientras ella caminaba por las escaleras. Bajando con lentitud y con una mirada fría en su rostro, recordó las últimas palabras de ella, que con voz entrecortada y arrepentida, la había sugerido comportarse decentemente a la hora de conocer a su prometido. Prometido. Aquella palabra causó náuseas en su boca y sintió unas terribles ganas de vomitar, bueno, quizás no… pero de igual forma, sentía un desagradable cosquilleo en la boca de su estómago.

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¿Y si era feo?

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Negó con rapidez ante aquel pensamiento. Qué estupideces estaba pensando, cómo se le ocurría pensar eso… Medio sonrió con tristeza recordando el por qué de su compromiso. Según sus padres, antes de que ella naciera, ambos habían entablado un trato especial con un sujeto -del cual ni recordaba su nombre- con el propósito de casar a su primogénito con su hija. Quizás al fondo de todo eso, había relaciones económicas de por medio. Pero Zelda no lo comprendió, su padre tenía un buen empleo y vivían cómodamente… ¿acaso quería casarla para poder heredar una fortuna o algo así? Había visto en casos anteriores de compromisos –todos ellos al ver tanta telenovela- que el suegro de la pobre chica obligada a ser casada era un multimillonario que le daría la fortuna a los padres de ésta una vez que conllevará nupcias. Qué irónica se había vuelta su vida en tan sólo una semana. "Sí es guapo, me lo dejas a mí." Había dicho su amiga Ruto, y por un momento, aquel comentario le levantó los ánimos. Ruto… simplemente era una chica loca de tez blanca y cabello extravagantemente de color azul marino que había conocido en 2º de Secundaria.

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Llegó a la sala de su casa, para encontrarse a tres invitados de más ahí. Su madre sonrió satisfecha diciendo un comentario sobre lo linda que se veía ese día, ella contuvo casi las ganas de gritar y huir por la ventana en aquellos instantes… Entonces entornó su mirada hasta el adulto rubio que le dedicó una sonrisa nerviosa, a su lado, en el sofá, se encontraban dos chicos más de su edad aproximada.

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—Cariño, me alegra que hayas bajado ya. Déjame presentarte a tus prometidos…

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¿Prometidos?

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—Olvidamos decirte que debes escoger a uno de ellos para casarte.

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El padre de ambos se aclaró un poco la garganta para echarles una mirada a sus hijos.

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—Por favor, no sean groseros con la jovencita. Saluden a su prometida, Link y DarkLink.

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Y tres pares de ojos le miraron con extrañeza en la sala antes de que la rubia soltara una exclamación de susto.

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Continuará…

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¡Buf! Aquí terminando el prólogo xD Hahaha ya estoy terminando el primer capítulo, sólo necesito pulir algunas cosas. Sí, LinkxZeldaxDarkLink será el trío, ni me pregunten por qué. No lo sé, estoy loca xD Ya les dije que este Fanfic nació repentinamente sin una idea tan clara, con respecto a las actualizaciones trataré de hacerlo rápido, pero no prometo nada. Me gusta la pareja de ZeldaxLink, lo confieso… fui una mega fanática de ellos pero ya saben, a uno le dan ideas medios raras o intenta experimentar cosas nuevas, por eso me entró una pequeña manía de DarkLinkxZelda. Jejeje, loco… ¿No? En fin, esperó sus reviews o correos electrónicos, saludos a todos los que me han estado animando los últimos días por el Messenger a colocar un Fanfic nuevo, bueno, pues aquí está.

Que curioso, me pasó la mayor parte del tiempo buscando buenos Fanfics que leyéndolos ¬¬Uu que últimamente escasean en mis secciones favoritas…