Escape

Capítulo Uno

Summary: La muerte de una persona siempre es algo difícil de confrontar y superar. Especialmente cuando se sufre en silencio. Un sufrimiento solitario y compartido a la vez en una noche fría.

Disclaimer: Los personajes de Zetsuen no Tempest no me pertenecen, esta historia es sin fines lucrativos sino tan sólo de aficionados para aficionados.

Este FanFinc tiene contexto yaoi, si eres intolerante al tema y/o crees que no estás apto a leerlo, está bajo tu decisión.

No trato de hacerle ningún tipo de propaganda a ninguna marca/artista/escritor/etc. Simplemente uso sus nombres como complemento, sin poseer ningún derecho sobre ellos.

Parejas:MahiroxYoshino.

Advertencia: Lemon, es un NC-17.

Comillas: ' '

Diálogos:- -

Pensamientos: " "


"Estas heridas no parecen sanar,

el dolor es simplemente demasiado real.

Hay tanto que el tiempo no puede borrar..."

Evanescence – My Immortal.


Había sido difícil para Yoshino mantenerse en pie durante toda la ceremonia. Más que difícil, podría categorizarse como una experiencia extrasensorial. Su cuerpo estaba ahí, sus ojos miraban al ataúd, todos podrían verle de pie, pero sus oídos no escuchaban, su mente no procesaba, su corazón casi no quería latir más. Con la mirada gacha evitaba que algo más se reflejara, que la angustia lograra salir de él, o que la desesperación de gritar no lo aplastara.

Mahiro estaba a unos pocos metros con la misma sensación. Su rostro parecía un poco más frío, menos conmovido, más enojado. Se rehusaba a demostrar aprecio por una mujer intrusa en su vida, se rehusaba a que los demás sintieran pena de él. Su cuerpo estaba ahí firme y tenso, pero su mente no. Su puño se apretó con impotencia. Nada tenía sentido para él. No existía un karma lo suficientemente grande para causar tan trágica muerte. Pero el cadáver estaba dentro del ataúd a punto de ser enterrado para jamás volver a ver la luz del sol… y él jamás escucharía de nuevo la voz de su hermana, ni su aroma, ni sus frases descontextualizadas de libros clásicos.

Aika había muerto. Había sido asesinada.

Cuando las horas pasaron y la misa terminó algunos de los invitados comenzaron a retirarse dándole el pésame a la familia. Ambos compañeros de secundaria cruzaron una escueta mirada de despedida antes de salir cada cual por su lado. En un estado casi catatónico el ojiverde caminó varias cuadras, quizás más de las necesarias, hasta que vio el atardecer comenzando a oscurecer el cielo y se dio cuenta que estaba demasiado lejos. Lleno de frustración su compañero había sido llevado en limusina junto a su familia hasta la mansión; no se había dicho ni una palabra durante el trayecto y al llegar Mahiro sólo pudo encerrarse en su alcoba.

Era el fin de la vida.

Pasados un par de días el único hijo de los Fuwa regresó a clases, aunque ya no se podía pretender que nada había pasado. Aika ya no iría con él montada en la parte de atrás de la bicicleta, camino a casa; ni tampoco la vería reacia a socializar con su mejor amigo. Quien por cierto, sentía los días más vacíos que nunca; sin ningún mensaje en su celular, sin nada más que fotos y recuerdos, y encima un par de moretones de la última vez que los brabucones lo habían encontrado sin Mahiro.

Yoshino se había dado cuenta ese mismo día de lo mucho que lo extrañaba cuando no lo tenía al lado. Estaba renuente a admitirlo, especialmente en esa situación; se decía que era su propia sensibilidad, que solamente estaba un poco paranoico. Ni siquiera él mismo quería creer lo dependiente que se había vuelto a la existencia del rubio. Pero lo que ignoraba totalmente era que la sensación era recíproca.

Cuando se vieron esa mañana soleada, ninguno se atrevió a decir nada. Caminaron juntos un par de metros, inmersos en sus mundos pero menguados por la presencia de alguien estimado al lado. Las primeras horas pasaron de la misma manera, solamente cruzando miradas, aparentemente dedicados a las clases. El timbre sonó a medio día indicando la hora del almuerzo y sin mediar acuerdo, salieron rumbo a la terraza urgidos de privacidad, tranquilidad. Afuera el clima era espléndido, tanto que daba miedo; hasta la brisa se sentía tibia acariciando la piel junto a los rayos de sol; apenas un par de nubes blancas en el cielo celeste intenso.

– Takehito es un aburrido –protestó el más alto acostándose sobre el suelo, despreocupadamente–.

El ojiverde lo miró fríamente, sin sorprenderse de que a Mahiro le aburriera la escuela –sonaba muy a él. Se sentó a su lado y abrió el obento casero, sin tener apetito a pesar de ni siquiera haber desayunado.

– Mahiro –le habló entregándole la caja de almuerzo junto a un tenedor–.

El susodicho lo miró desde el piso durante unos segundos.

– ¿No vas a comer?

– Desayuné mucho –mintió hábilmente viendo cómo el otro se sentaba, recargado en un brazo, picando con el tenedor uno de los omelettes salados–.

– Te ayudaré sólo con la mitad; más vale que comas –le protestó mientras picaba una salchicha, con una voz tan falta de enojo que hasta parecía maternal, si no fuera porque venía de él–.

Sin replicarle, el castaño obedeció dejándolo agotar su parte de la comida. Ya pensaría qué hacer con la otra mitad. Sentía el estómago todavía en un nudo. Al tiempo que veía a su mejor amigo masticar y tragar sin problemas los bocados, pensó en por qué se sentía tan tranquilo cuando estaba a su lado, en qué pasaría con ellos el día de mañana, en qué sería de sus vidas. Pero el ceño fruncido sobre las orbes rojizas le dio a entender que algo no estaba tan bien como los demás podían suponer.

El mayor se quedó viendo a la nada con el tenedor todavía sobre la comida. Se formó un silencio tenso. La bronca acumulada contra la sociedad le había vuelto desconfiado, las experiencias previas de su vida le habían enseñado que nadie podía hacer las cosas mejor que él mismo, y la ausencia de su hermanastra lo ponía todavía más adverso a creer en alguien. Sabía que el mundo estaba podrido, sabía que pocas personas eran rescatables (solamente una hasta ahora), sabía que si quería encontrar paz él mismo debería actuar. Y todo se resumía en cuánto odiaba a todos por ser inútiles.

– La policía dice que no hay novedades.

– Esas cosas toman tiempo.

El rubio estaba enojado, y su amigo se las arregló para sonar falto de emoción, aunque el tema lo matara en vida una y otra vez. No era como si enojarse con Mahiro o ponerse dramático fuera a resolver algo, tenía que dejarlo ir.

– No lo van a encontrar –sentenció con voz tajante mientras volvía a comer un bocado–. Si yo no hago algo el culpable quedará libre.

El menor recordó la vez que un vándalo había querido matar al heredero de los Fuwa. Supo cuál era la idea general, pero no pudo encontrar qué decir. Tenía la extraña sensación de que lo perdería pronto, y eso lo acongojaba todavía más –sería otro largo día, estaba seguro de eso cuanto mucho.

Regresaron a clases sin resolver sus emociones, todavía alborotados por los fantasmas del pasado. E inclusive sin poder concentrarse en absoluto tuvieron que esperar hasta el fin de curso para irse, exactamente en ese mismo estado de stand-by que los consumiría los próximos días por igual. Se comenzó a formar una rutina un poco difícil de romper donde se saludaban por las mañanas, asistían a las cursadas, hacían descansos para almorzar, Mahiro comentaba algo cargado de bronca, y volvían a sumirse en silencio. Tenían suerte de encontrar algún grupo de abusivos queriéndoseles enfrentar, donde ambos podían descargar la ira contenida en una intrínseca pelea de puños y patadas. Eran pocas las veces en que salían a recorrer las calles en busca de distracción; la mayor parte de los días Mahiro estaba ocupado haciendo nada productivo de su vida, y Yoshino intentaba saturarse la mente con libros y estudios de varias temáticas, excepto criminología.

Cuando las vacaciones de verano llegaron se encontraron aplastados por la falta de pendientes. Y aunque el castaño seguía yendo a un curso intensivo de verano, le quedaba demasiado tiempo libre. Esa tarde mientras comían un helado sentados al borde de una vereda, viendo la gente pasar con extremo aburrimiento, el ojiverde hizo la proposición que sin saber le cambiaría la perspectiva que había tenido hasta entonces de su mejor amigo.

– Mañana quédate en casa, es viernes.

Mahiro le observó de reojo mientras disfrutaba el sabor intenso en su boca del último mordisco que le había dado al copete. Miró el perfil de la única persona en quien confiaba, hasta que se dio cuenta que de nuevo, no había ninguna emoción implícita en la frase. Jamás la había.

– Está bien. ¿Tus padres?

– De viaje.

– Pervertido –se burló el rubio conteniendo la carcajada–.

Yoshino frunció el ceño volteando a verlo, y habiendo conseguido el éxito de exaltarlo, el mayor se sonrió de lado con egocentrismo.

– Iré, iré –le aseguró dándole otra mordida al frío manjar–.

– A ti te gustan las mujeres –le contestó con el rostro serio y la mirada profunda–. Se supone.

– ¿Por qué, a ti no?

Con un tenue sonrojo y los nervios a flor de piel, su compañero contuvo la exhalación antes de responder:

– Sí me gustan.

Recordó no mencionar nada de Aika, y su nombre también sirvió para de paso olvidar el bochorno anterior.

Mahiro se carcajeó a medias todavía conservando sus aires de altanería. Ya no volvió a torturarlo con el tema quizás porque le interesaba más que la crema helada no acabara de derretirse en su mano.

Cuando llegó la noche el rubio le saludó con la mano, y ya más animado, se volteó para continuar camino. Honestamente no tenía deseos de volver a la casa fría en la que ella había muerto, pero no tenía demasiadas opciones a aquellas horas. Como cada día, esperaba que al llegar alguien le dijera que se había hecho justicia, pero como cada día también sabía lo poco probable que aquello era. Llegado a aquel punto ni siquiera el que un OVNI descendiera a la Tierra le sorprendería: el mundo carecía de lógica, una más no asustaba.

El ojiverde lo miró desde la esquina de la calle, sin moverse. Pensó en que le tocaría hacer la cena, en que no estaba seguro de cocinar vegetales porque al rubio no le gustaban, y en que tendría que preparar el futón para que pudieran dormir en el mismo cuarto. Pero por lo menos podrían escapar a todo el estrés y con suerte, haría que Mahiro olvidara la loca idea de hacer justicia por mano propia. Aunque dudaba lograrlo, quizás porque él también quería hacer justicia, muy en lo profundo de sí, a pesar de que eso no le devolviera a Aika.

Caminaron por inercia un poco motivados por el compromiso que tenían, dejando que el día volviera a pasar sin que lo notaran. Vivir sin estar vivo era una tarea un poco ardua, extenuante, porque las cosas a tu alrededor sucedían sin que uno siquiera pudiera darse cuenta que se encontraba allí, como espectador. La televisión sonaba sin que nadie escuchara, los vehículos pasaban sin que apenas los notaran, la gente les hablaba y ellos respondían incapaces de sentir empatía. La simpatía había muerto, los había empujado desde lo alto de un precipicio, dejando sólo un montón de energía deambulando por las veredas de la ciudad. Y la rueda de hechos fácticos se repetía desde el inicio una y otra vez, con ellos obviando la pregunta más importante: ¿alguna vez volverían a sentir? ¿la vida dejaría alguna vez de ser tan absurda?

Por la noche después de que el castaño pudiera terminar de ordenar lo mayor posible su hogar, eliminando pequeñas imperfecciones para la visita del otro día, no pudo evitar sumirse en una intensa depresión. La intentó contrarrestar leyendo hasta tarde, algo que si bien funcionó, lo dejó con un cansancio notorio apenas amaneció. Le había costado poco dormirse pues había sido muy entrada la madrugada, pero la humedad del clima no lo ayudó a poderse despabilar; se encontraba algo pálido por la falta de nutrientes y líquidos, algo ojeroso por no haber descansado, y un poco ansioso porque el día acabara rápido.

Mientras Yoshino caminaba hacia sus clases matutinas se preguntó si el rubio estaría pasando por mejor situación, aunque se abstuvo de enviarle cualquier mensaje. Ya habían quedado para más tarde.

Cursar con tanto cansancio había sido prácticamente una tortura. El castaño casi podía afirmar que se durmió durante algunas clases, porque apenas salió del instituto perdió la recolección de ciertas horas del día. Sopesó la posibilidad de dormir una pequeña siesta en lo que esperaba a su amigo, pero cuando terminó de descender por la escalinata del edificio estudiantil se encontró al rubio esperándolo apoyado, casual, junto a la entrada.

– Yo –saluda el más alto–.

–… Hola.

Sus miradas se cruzaron un efímero segundo.

– ¿Vamos yendo?

– Estuve pensando, ¿por qué no pasamos por los videojuegos antes de ir a tu casa? Para matar el tiempo –invitó chico con la mayor soltura que tenía, sin siquiera notar cómo los ojos verdes se ocultaban tras los párpados con pesadez–

La respuesta vino por inercia:

– Claro, ¿a cuál quieres ir?

– Hay uno en pleno centro que tiene una nueva consola de carreras uno a uno, podemos competir ahí para estrenar los equipos… –la cabeza de su mejor amigo asintió dándole lugar para que lo guíen hacia el destino–. ¿Qué cenaremos? ¿Quieres pasar luego por el mercado a comprar algo? Podríamos simplemente pedir comida hecha…

– Cocinaré algo más sano, si te dejo así sólo comerías colesterol y grasas…

– ¡Jajaja! Estás hablando como un viejo

El ojiverde contó los minutos en silencio esperando porque emergiera el tema de siempre. Solamente le tomó unos quince minutos a Mahiro decir lo que ya se había convertido en una especie de plegaria diaria: que quería justicia, que nadie estaba haciendo nada, que odiaba a los ineptos policías incapaces de atrapar a un asesino….. Tuvo que cerrar los labios y mirar hacia las vidrieras repitiéndose que esas quejas no servían de nada, que nada de eso los aliviaría. Pasaron un par de minutos de protesta para que por fin pudieran conciliar una conversación más segura, y entonces, ya estaban en donde el rubio quería: en la entrada del bullicioso negocio.

Las cejas castañas se fruncieron ligeramente sintiendo el estrés treparse desde la base de la columna hacia su nuca, pero de todas maneras entró a divertirse. Tanto él como su compañero obligaron a sus cuerpos a relajarse e intentar disfrutar. La actitud duró poco. En realidad era difícil reírse o sentirse felices en un momento así, y con un par de carreras fracasadas el más alto tomó sus cosas y jaló al otro hacia afuera, enojado de nuevo.

¿Por qué tenían la posibilidad de reír, jugar, pasar el tiempo, disfrutar de sonidos y voces, cuando Aika no estaba más entre ellos? ¿No era hipócrita, insensible? ¿Qué clase de hermano era? Debería estar vengándola. Debería estar buscando al desgraciado que acabó con su futuro y hacerlo pagar. Aika podría haber sido una niña difícil, de mal carácter, plana, pero nunca le había hecho el mal a nadie para merecer morir de aquella forma. Tenía que hacer algo, pero no sabía qué ni cómo.

– ¿Y ahora qué quieres hacer? –preguntó Yoshino sentado en una banca del parque casi deshabitado donde se encontraban. Su rostro parecía inerte, aburrido–

– …

Hubo un silencio extenso entre ambos que acabó con las orbes esmeralda mirando a su mejor amigo. Después se recostó cómodamente sobre el respaldar y esperó. Los mal humores del muchacho no duraban demasiado, renegar era inútil y tenía sueño.

Varios minutos pasaron en la misma posición. Muchos autos pasaron por las calles a su alrededor. Varias personas cruzaron por la vereda.

– ¡Maldición! –profirió el mayor poniéndose de pie– Vámonos, Yoshino.

Fueron directo a la casa del susodicho. Ninguno necesitó decir nada para que la situación quedara muy en clara. El recorrido desde la estación de tren, el viaje en él rodeados de otras personas, y después las cuadras que los separaban de la parada hacia la casa del castaño lo hicieron en completo silencio. Fueron los minutos pasando junto a los paisajes lo que acabó por diluir la tempestad.

– Gracias.

La voz sonando repentinamente de Mahiro extraño a ambos por igual, pero mantuvieron la compostura mirando al frente, con estoicidad y orgullo.

– ¿Por qué?

De repente la piel pálida del más alto se puso sensible, sentía calor y frío a la vez. El corazón casi le da un vuelco cuando intentó poner en palabras lo que quería decir.

– ¿Cómo que por qué? Porque somos amigos. Estás aquí.

Yoshino pensó en que era gracioso y hasta tierno verlo luchar con la pena.

– Es cierto. De nada.

Eran amigos, inseparables, aunque opuestos. Quizás eso sólo era suficiente, era lo que les había quedado después de que sus corazones se hubieran hecho de piedra.


N/A:

Ryoko Yuy Eiri Lamperouge