DISCLAIMER: Nada de esto es mío.
ACLARACIÓN: Al lado de ciertas palabras hay un número, abajo, al final, hay una "Brújula Cultural" para cierto tipo de acepciones y explicaciones que me parecieron pertinentes.
EL EXTRANJERO
"El espíritu sereno acepta el placer y el dolor con una mente tranquila y no se conmueve por ninguno"
[Bhagavad-Gita(1)]
Inglaterra se movió incómodo en una de las gigantescas sillas que habían colocado en el jardín y miró su reloj de pulsera por enésima vez. India había especificado que la cita era las cuatro de la tarde, cuando ya el calor no se pegaba como saliva pesada en los brazos. Y ya eran las cinco pasadas. Según lo que veía, se saltaría con toda la hora del té.
Y la hora del té era algo importante. Tan importante que había aprendido a beber té helado en agua, con tal de seguir con la tradición a pesar del calor sofocante de la India. Eso sí: tenía que tener en cuenta que India había escogido una buena hora para su reunión. Una brisa de atardecer soplaba, y se escabullía entre la red de miles de ramas que rodeaban el gigantesco jardín donde la mujer había aceptado recibirlo. Frente a él, había un diván. Un diván gigantesco, y lleno de cojines. Esperaba que ella no se echara allí. Sería una gravísima falta de decoro.
Él hombre frunció las cejas, y a su lado, una de las miles de sirvientas con las que contaba el palacios (esta también anciana, igual que todas) dejó una taza de chai (2) a su lado.
—¡Oh, por la Reina! Al menos tienen la decencia de dejarme el té —pensó malhumorado, expendiendo la mano hacía la pequeña taza de té.
Estaba sumamente caliente. Aún así se lo llevo a la boca y antes de que el líquido le entrara a la boca, el vapor de jengibre, clavos, cardamomo y canela le entró por la nariz. Cerró los ojos. Ese olor era quizás lo que más disfrutaba ese tipo de té. Ese olor que le parecía tan increíblemente exótico, que súbitamente le daba la impresión de que todo se volvía más luminoso. Las hojas y las flores se volvían eróticamente voluptuosas como si sus pétalos se llenaran de sangre, hinchándose y tensándose como muslos de doncella. Como los antebrazos de Alfred. Movió la cabeza vigorosamente alejando esos pensamientos de la cabeza.
Claramente Alfred se había creído lo suficientemente maduro como para irse de su lado. A veces le llegaban cartas a su residencia en Londres, sí, pero las enviaba siempre sin abrirlas. Él, con territorios ultramarinos, en todos los continentes del mundo no debía de mendigar el cariño de ningún patán de Kentucky. Pero había aprendido. Le había dado demasiada libertad a Alfred. Lo había malcriado a más no poder, alejándolo de todo peligro y no exigiéndole nada. En cambio, ahora, manejaba con mano de hierro a sus hermanos. Sus muchos hermanos. Irlanda (a pesar de que tenía que tenerlo encerrado para que no tratara de matarlo o volar el Parlamento), Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Emiratos Árabes Unidos, y ahora de manera oficial, India, Sri Lanka y Pakistán.
Y en ese momento otros tres sirvientes llegaron y colocaron una especie de corral al lado del diván. Él suspiró molesto y trató de llamar la atención uno.
—Disculpe… —empezó tratando de sonar molesto. Una mujer de unos setenta años, con un sari de un blanco impoluto se giró.
—¿Dígame? —preguntó con un marcado acento.
—¿La señorita Lakshmí se encuentra ocupada, acaso? Podría venir mañana si lo desea —empezó, ya dispuesto a pararse. Y fue cuando la vio.
Una mujer de una piel más oscura que la canela venía caminando envuelta en un sari del color de los pétalos de los lotos, bordeando en dorado. Desde la distancia él, que no era un letrado en ese tema, podía reconocer la calidad de la seda. El rosado brillaba con leves destellos de dorado y supuso que estaría entretejido con hilos dorados. Luego la misma India le contó que era, de hecho, oro al igual que el brocado del borde. Una pesada corona descasaba sobre sus cabellos negros como el alquitrán, que se veían trenzados en hilos de sedas y hebillas de oro que colgaban. Brillaban como recién mojados. Entre sus cejas, un solitario punto rojo parecía centrar toda la atención de su cara. Iba descalza. Detrás de ella, una anciana cargaba un bebé, que dejaron en el corral. Debía ser Muhammad. El pequeño Pakistán que India había adoptado.
Así que esa era Lakshmí. La reunión era necesaria y ciertamente gustaba de conocer a India, siendo que ahora su jefe estaría a cargo de dicha región. Era necesario explicarle a la mujer como cambiaria ahora el gobierno sobre la India, ya que no estaría bajo control de una empresa, sino, a órdenes directas de la Corona. Además, por supuesto, empezar a ganarse si bien no su cariño al menos sí su respeto, y que ella entendiera su lugar como colonia. Importante para el Imperio sí, pero siempre y cuando mantuviese la cabeza baja.
La mujer le miró, y se estiró en el diván como un gato. Debajo de su sari, los dedos de los pies, largos y de uñas cuidadas se vieron. La anciana dejó a Pakistán en el corral, que prácticamente al instante empezó a dormir. Al lado de Lakshmí dejaron una mesa con frutas. No podía distinguirlas todas pero creía que había mangos cortados en trocitos, voluptuosas papayas, guayabas. Miles de frutas tropicales, que brillaban bajo el sol. Lakshmí clavó en él sus ojos y extendió una mano hacía su mesa. Su brazo estaba cubierto de brazaletes de oro, que tintinearon con el movimiento. Entre sus dedos pintados de henna agarró un pedazo de mango. El jugo escurrió, y la henna brillo. Arthur frunció el ceño ligeramente. Le parecía sumamente descortés que estuviese comiendo. Más aún con las manos.
Se acomodó en su silla, mientras India masticaba el mango con lentitud. Ahora que la tenía más cerca podía verle la cara. Físicamente no se diferenciaba mucho de cualquier mujer hindú que hubiera visto. Tenía la piel morena y suave, como una fruta madurada al sol. Los labios eran grandes, y la cara más bien redonda, de mejillas suaves y nariz afilada. Los ojos se veían grandes, sí, pero estaban entrecerrados en un gesto somnoliento. Debajo de las pesadas pestañas negras como cortinas, apenas si podía distinguir el iris tan profundamente castaños. Como pozos. Volvió a llevarse la taza de chai a los labios, y volvió a tomar un sorbo. Esto iba a ser largo.
Empezó a hablar con voz monótona. Era su discurso que siempre preparaba para sus nuevos hermanitos. Sencillamente les explicaba la situación en la que estaban ahora. Trataba de ser lo más amable posible tomando en cuenta que por lo general, sus nuevos "hermanitos" estaban asustados. Pero no India. De hecho, casi ni le ponía atención, más cuidadosa de evitar comer dos veces seguidas la misma fruta de su plato. O cada vez que un ave graznaba arriba de su cabeza levantaba los ojos de Buda cansada para mirarlo. No entendía por qué. Él era en grandioso Imperio Británico, ella sólo… una colonia.
—¿Me está poniendo atención? —preguntó Arthur, frunciendo el ceño. Sí, había sido descortés. Ella más.
La mujer bajó sus ojos, como si fueran dos pesadas bolas de metal, en un movimiento lento y armonioso. Se llevó a los labios un trozo de guanábana y una gota de blanco jugo le escurrió por la barbilla, dejando un rastro de brillante humedad. Por fin le volvía a mirar.
—No.
La respuesta fue seca, de hecho, era la primera vez que escuchaba la voz de Lakshmí y era sumamente suave. Pero… la mandíbula casi se le desencajó y se puso de un extraño tono cenizo. Es decir… ¡Al menos podía fingir que lo hacía! ¡Y ni siquiera le daba razones! Un tic nervioso en la ceja empezó a ser claramente perceptible. Ella no se movía. El sol destellaba en su ropa, como si brillase con propia luz. Que le den. Se levantó de golpe, perceptiblemente afectado. EL chai ya estaba frío así que no entendía porque terminarlo.
—Si mi presencia no era grata, me podría haber avisado. Por favor, envíe un mensaje con uno de los sirvientes y acudiré en cuanto sea posible —decretó, encaminándose hacia la entrada del jardín, dispuesto a salir de allí en cuanto antes.
Pakistán dormía profundamente en su corral, y en el plato de India apenas si quedaban unos pocos trozos de fruta.
Siguió caminando, profundamente ofendido. Definitivamente India necesitaría ciertas medidas de mano más dura que las demás. Quizás más que el pobre Irlanda. Pero no era su problema ella misma se lo había buscado. Y fue cuando la súbita voz los detuvo.
—No quise decir eso —detrás de él escuchó el rumor de sedas, y cuando se giró, India se encontraba parada al lado del diván. La punta de los dedos de su mano derecha, adornados en henna se apoyaban delicadamente en el diván. Tenía los ojos abiertos.
Eran gigantescos. Parecían dos pozos son fondo, profundamente nublados como si súbitamente entre ella y él hubiese una gruesa cortina de humo. Con los ojos esplendorosamente abiertos, Lakshmí parecía contemplar el mundo entero, abarcar cada polo de la tierra con el reborde de sus pestañas. Los ojos de Lakshmí eran el tiempo puro, detenido como si metiera dentro de un horno un reloj. Y le temió. Durante unos instantes las piernas de Arthur flaquearon. Porque esa mujer, con su cara de adolecente y sus manos de doncella, y su tekka (3) de casada parecía deslizarse entre sus venas como si le hubiesen inyectado miel. Y dolía.
—Sólo he dicho que no le ponía atención, siendo que no es usted el primero que dice ese discurso. Los mongoles lo dijeron también, al igual que Macedonia, que usted no podría haber conocido. Y todos dicen lo mismo, así que no considere necesario prestarle mayor atención. Aún así… —una leve sonrisa estiro los labios regordetes— considero de mal gusto que usted hable de los beneficios que va a obtener con la… "relación de mutua colaboración" que tendremos. Siendo serios, Señor Arthur, ni las tierras hindúes ni las islas de Sri Lanka le van a devolver lo que perdió. Su deseo de juntarnos a todos para tratar de reemplazar una pérdida es fútil, a pesar de lo mucho que lo desee creer. Namaste(4) —y juntando la palma de sus manos sobre su cara, haciendo una leve inclinación de la cabeza, le indició que se fuera. Él enrojeció, pero hizo una pequeña reverencia y se fue corriendo.
Y esa noche en el hotel, Arthur vomitó toda su cena. Temblaba, con los dedos fuertemente agarrados a los bordes de cerámica del sanitario. Lakshmí. Esa mujer. Ella lo sabía. Temblaba aterrado, y pesadas gotas de sudor le escurrían por entre la camisa, le bajaban por las sienes, le lamían en el cuello. Se convulsionó en otra violenta arcada y la amarga bilis le escurrió por entre los dientes. Alfred. Se había obligado a odiarlo y a buscarlo por todas partes. ¿Alfred le extrañaría? Hacía siglos no se hablaban. Nunca había respondido las cartas. Se las reenviaba selladas, para que supiera que no le importaba. Apoyó la frente sudorosa en la pared de loza helada. Los labios de Alfred. Las manos de Alfred. La piel de Alfred. Los gemidos ahogados de Alfred. ¿Lakshmí dejaría que él le pusiera una mano encima? ¿Acaso ella, en su omnisapiente conocimiento de entidad semidivina, dejaría ensuciar el borde limpio de su sari, así como Alfred dejaba que le ensuciara el gabán entre los bosques?
Jamás. Tenía que irse de la India. En el primer barco del día siguiente. Allí ni encontraría lo que buscaba. Se levantó como pudo y se lavó la cara en el lavabo. En el espejo se contempló con asco. Solías ser tan… grande. Ya no lo era. Aunque tuviera los ojos milenarios de Lakshmí en la Torre de Londres, y el salvajismo de Arabia(5). No era grande. Nunca más para él. Las lágrimas le afloraron. Se quitó la camisa, empapada en sudor, que cayó pesadamente a su lado. Se dio la vuelta y caminando con pasos temerosos se sentó en el escritor. Una carta con sello de salida New York, y otro sello de Benarés descansaba en se mesa. Estaba cerrada. La abrió. La letra de Alfred le acarició las pupilas después de años sin leerla. Los las pupilas acariciaba las Z como si fueran sus caderas y lamían la suave oscilación de las S, pensando que así sonaría su pecho. Sabía a hiel y a miel. A partes igual. Y abriendo su pluma, en una hoja nueva empezó a escribir.
Estimado Alfred,
Efectivamente, Frances te ha dicho bien: me encuentro en un viaje en India. Pero volveré a más tardar mañana puesto que la comida hindú (tan cargada en especias) me ha sentado mal…
Y mientras más escribía el tono era más febril, más cálido. Más como la fruta debajo del sol, exuberante como lirios, y refrescante como el Ganges. Cada vez más, la sola idea de que Alfred lo lea le llenaba de juvenil emoción, de infantil cariño. Su pluma corría rauda y no importaban las manchas de tinta. Y ya no piensa en Lakshmí, ni en India. Piensa en Alfred. Y punto. Porque es lo que ahora importa.
Afuera el Ganges corría como desde hacía miles de años, por los cauces de Benarés (6), ignorante de que ahora es agua británica. Como importante.
—Mamá fue mala con el señor — balbuceo un sonriente Pakistán
Lakshmí levantó la cabeza del suelo. Frente ella una imagen de Deví (7), y decenas de lotos flotando en sangre de sacrificio. Sobre su frente, la misma sangre, formando una masa pega soja. Ella sonrió y volvió a apoyar la frente en el suelo, en un movimiento repetitivo.
—No estaba interesado en algún acuerdo. He escuchado ese discurso innumerables veces. Sí le asuste estuvo bien, pues nos dejara en paz querido. Y quizás así se ocupe de él, por una vez.
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Brújula Cultural:
1 Bharagav Gita: Uno de los textos sagrados del hinduismo.
2 Chai: Forma tradicional de preparar el té en India. Se hace mezclando té negro, con agua, leche, clavos, cardamomo, canela, jengibre, anís verde y azúcar. Se sirve caliente.
3 Tekka: Es el adorno que usan las mujeres hindúes para mostrar su rango de casadas. La henna, en cambio, se usa el día de su boda en su transición de doncella a mujer.
4 Namaste: Es el saludo, despedida, agradecimiento, etc más común en el sureste asiático. Traduce literalmente "te reverencio"
5 Arabia Saudí: No, no considero a Arabia unos barbaros. Pero si era la concepción del buen inglés victoriano, agregado al hecho de que la población en ese territorio era principalmente nómada.
6 Benarés: Es una de las siete ciudades sagradas del hindú, siendo uno de los más grandes centros de peregrinación de la India. Actualmente se ubica en el estado de Uttar-Pradesh. Según la creencia hindú, cualquiera que muera en Benarés (o setenta kilómetros a su alrededor) se libera del ciclo kármico de la reencarnación.
7 Deví: Es la manifestación femenina de Dios. Principalmente se la representa como una diosa tripartita: Lakshmí (la fortuna), Parvatí (el amor y la belleza) y Sárasuati (las bellas artes), pero cualquier diosa se considera parte de Deví.
Yeih! Tenía este fic en mente desde hacía mucho. No me ha gustado demasiado como me ha quedado (no se me parece quedó como cursi… ¿ustedes que opinan?), y la pareja ArthurxAlfred es como difícil de manejar, al menos para mí… ¡Pero son tan liiindos! La historia está planeada para ser un twoshot y espero la próxima semana tener el otro, que será un Kiku/Alfred. Así como el estilo de este, es decir, un Arthur metido allí xD.
En fin, espero que les haya gustado, pues me he esforzado (llevo casi semana y media haciéndolo) y ya sabéis, los rewievs son amor.
