La fresca brisa del mar acarició su cara con dulzura. El día era soleado y la arena estaba caliente bajo sus pies finos. La mar se mecía en calma.
En la orilla una niña pequeña danzaba con elegancia. Jugaba tranquila con el agua, la hacía levitar y la guiaba con sus manitas. Bailaba con ella, como si fuesen dos largas cintas y giraba haciéndola trazar ritmos serpenteantes, amplios arcos y espirales.
Creyó no haber visto nada tan bonito. La niña danzaba una especie de ballet, tan grácil y pequeña que parecía levitar, y por unos instantes así fue.
Su danza le atrajo hasta ella, lentamente como hipnotizado, tratando de no romper aquella hermosa magia.
La niña se giró, su pelo castaño brillaba dorado bajo la luz del sol. Le dedicó una sonrisa radiante y lejos de detenerse, le hizo una reverencia para que se uniera a ella, sus ojos marrones también le sonreían expectantes.
Definitivamente, jamás había visto nada tan bonito.
Se despertó de repente, tan rápido que apenas fue capaz de concebir la eternidad que le distaba de aquellos hermosos recuerdos. Cerró los ojos con fuerza tratando de volver a aquel mundo onírico, pero era tarde. Una sensación de angustia inundó poco a poco su cuerpo, hasta anegar sus ojos grises.
Había vuelto a la realidad, yacía sobre su cama de Hogwarts y pese a que el dosel le escondía, trató de sumergirse bajo su manta verde esmeralda. Ese nunca había sido un buen escondite.
Se incorporó con rabia, incómodo, corrió el dosel con furia y fulminó la realidad con la mirada. Al otro lado de la habitación Zabini se abrochaba la camisa. Todo lo que pudo dirigirle fue un gruñido.
-Buenos días, Draco- Contestó éste con desdén.
Para él ya no existían los buenos días.
Ya no estaba en Belle Dune.
Draco se vistió a desgana y se dirigió al Gran Comedor con su habitual pandilla sin dirigirles ni una palabra. Se limitó a encabezarles como siempre, y a tratar de no asesinar a Pansy, la cual le resultaba especialmente irritante ese día. Cuando empezó a ponerse demasiado pesada le pasó un brazo por encima del hombro sin darle demasiada importancia, y aquello bastó para callar a la chica que centró su atención en lucirse provocando miradas recelosas de las otras. A Draco eso le solía divertir, pero aquel día se sentía vacío y nada podía atraer su atención. Agradeció que aquel día se enfrascara en una conversación con Daphne Greengrass mientras él le daba vueltas a una tostada que no parecía muy deseoso de ingerir.
El chico se mantenía firme e inexpresivo, mientras por dentro se ahogaba en la angustia que crecía en su interior. Comenzaba el curso y con él la realidad de tener que llevar a cabo su tan esperada misión.
Recordó a su padre, preso en Azkaban y lo mucho que sufría su madre en casa, con no más compañía que la de su tía Bellatrix.
En días como aquel le costaba mostrar esa faceta de orgullo y prepotencia que lucía por el "Honor" de la confianza que el Señor Tenebroso había depositado en él. Temía que las cosas no salieran bien, temía por su familia y por él.
Todos se levantaban rumbo a las clases, Snape les esperaría en Defensa Contra las Artes Oscuras. Les acompañó y llegó al aula casi sin inmutarse. Zabini le esperaba con una amplia sonrisa para tomar asiento. El profesor entró y Draco le observó reticente, examinó el aula y a sus compañeros de diferentes casas. Sintió una punzada en el corazón.
Al lado de Potter una melena indomable y castaña se acomodaba en su asiento, atenta a la introducción de Snape.
Desvió la mirada, dolido, pero inconscientemente sus ojos volvieron a ella, y la examinó. Ya no era aquella niña de la playa. Su cara dulce se había convertido en la de una bella joven de facciones refinadas, sus ojos continuaban igual de brillantes.
Draco apenas podría recordar cuándo la conoció, pero sí cómo. En noches afortunadas podía verla danzando en aquella costa de Belle Dune. Se estremeció al recordarlo y una sensación de añoranza le envolvió, pues ahora todo lo que sentía no pertenecía más que a eso, a un sueño.
Hacía años que sus padres decidieron no volver a aquella casa de verano. Una eternidad desde que las preocupaciones consistían en acordarse de volver antes del anochecer y en que los juegos no se les fueran de las manos.
Draco se sorprendió a sí mismo pensando así sobre ella. Algo extraordinario.
En ese momento la chica habló, contestando una pregunta de Snape que Draco no conseguió escuchar tras lo que éste respondió de mala manera, como de costumbre.
Blaise hundió el codo en las costillas de Draco despertándole por completo de sus divagaciones para compartir una de sus gracias.
-Qué bien empieza el curso- rió sarcásticamente con voz arrastrada- nada cambia en la sangresucia.
Draco le correspondió asintiendo con una sonrisa, y sin saber bien cómo, volvió a la tierra.
Hermione Granger era una sangre sucia. Una sangre sucia sabelotodo. Una adicta de los libros insoportable. Así había sido desde la carta.
No pudo recordar la época en la que ni siquiera le importaba la pureza de la sangre. Pues decidió que era mejor no hacerlo.
Se deshizo de la amargura y cerró su corazón a cualquier sentimiento.
Draco Malfoy, el mortífago, había vuelto.
