Realidades del Corazón

Un fan fic de Candy Candy

Por: Alisa Roma

Capitulo I

Llegada a Casa


Tu amor es...

Tu amor es flecha que corta el aire, directa a su destino.

Tu amor es secreto que se pasea a la luz del día,

sin preocupación ni recato.

Tu amor es el sueño que me falta por las noches,

Cuando mi piel se llena de sensuales recuerdos

Tu amor es silencio escuchado tiempo atrás,

susurrando palabras al compás imaginario de una razón cualquiera.

Tu amor es vacío y esencia:

esa esencia que se derrama a través del vacío.

Tu amor es pasado, presente y futuro,

y a veces es espera sin final.

Tu amor se disfraza de ruido o se viste de fiesta y adorna de risas

para no contar la angustia, la soledad, el miedo.

Tu amor es fuente y mar de abismos,

es ladera y vertiente.

Tu amor se canta, se grita, se llora

si la sientes ardiendo en las entrañas.

Tu amor es universo entero en mi corazón,

aunque a veces sólo sea amor.


La Primera Guerra Mundial duró cuatro años, tres meses y catorce días. El conflicto representó un coste de 186.000 millones de dólares para los países beligerantes. Las bajas en los combates terrestres ascendieron a 37 millones, y casi diez millones de personas pertenecientes a la población civil fallecieron indirectamente a causa de la contienda.

El conflicto militar que comenzó el 28 de julio de 1914 como un enfrentamiento localizado en el Imperio Austro-Húngaro y Serbia; se transformó en un enfrentamiento armado a escala europea, pasó a ser una guerra mundial, en la que participaron 32 naciones y finalizó en 1918.

Estados Unidos no fue la excepción. Al unirse este país el 6 de Abril de 1917 a la Guerra, a favor de los Aliados, se movilizaron las Fuerzas Expedicionarias Americanas, con ellas un par de jóvenes viajaron a Europa, junto al personal medico militar, Candy White Andric y William Albert Andric llegaron a las costas de Francia.

Ese mismo año, un joven actor de Brodway celebraba junto con su esposa el primer aniversario de su hijo, Alan, el pequeño fue bautizado asi por su madre, decía que el niño era el Rey de todos, por eso su nombre, Alan Richard Grandchester era un hermoso bebe de castaños cabellos y ojos verdi-azules como su padre, el nuevo miembro de la familia Granchester nació el 24 de enero de 1916, su madre Susana se quedaba en el hospital por casi un mes después del alumbramiento. Su salud precaria no había resistido del todo el parto y su recuperación fue lenta. Terry Granchester con su hijo en brazos regresaba a la casa que compartía con su esposa cerca de Central Park.

Tras un mes de recuperación Susana regresó a casa, y pocos días después de que el presidente Thomas Woodrow Wilson declaraba la guerra a Alemania, discutía amargamente con su esposo, ella quería tener mas familia, sin embargo el medico les había indicado que sería un riesgo para la saluda de la madre, de por si precaria, por lo que Terry no encontrando forma de evitar que su esposa siguiera presionándolo, en contra de los deseos Susana, de su madre y de su suegra se enrolo en el ejercito americano como voluntario. Terry comprendería después que su decisión era una manera de huir del destino que equivocadamente eligió. Cuando se embarco hacia Europa sus pensamientos mas amargos eran sobre un pequeño niño de ojos iguales a los suyos que dejo dormido en su recamara dias antes. Se decía a si mismo que iba a luchar por el futuro de su hijo, por su país y sus ideales. Dentro de él sabía que no era del todo cierto, Terry huía de los recuerdo, de un par de ojos verdes que lo atormentaban en las noches, en sus sueños, cuando dormía y cuando estaba despierto.

Después de un año y medio de lucha, los Aliados vencieron el 11 de noviembre de 1918 se firmaba el armisticio con Alemania, esa misma mañana cesaron las hostilidades en el frente occidental.

la mayor parte de las potencias aliadas acudieron a la Conferencia de Paz de París (celebrada en Versalles) con la determinación de obtener indemnizaciones en concepto de reparaciones de guerra equivalentes al coste total de la misma y de repartirse los territorios y posesiones de las naciones derrotadas según acuerdos secretos. Durante las negociaciones de paz, el presidente estadounidense Wilson insistió en que la Conferencia de Paz de París aceptara su programa completo organizado en catorce puntos, pero finalmente desistió de su propósito inicial y se centró en conseguir el apoyo de los aliados para la formación de la Sociedad de Naciones.

Soldados de todas las naciones regresaban a sus hogares. Ganadores y derrotados, igualmente cansados llegaban con sus familias con los corazones llenos de tristeza y sus mentes y almas destrozadas por la horribles visiones de la guerra. Igualmente la fuerza médica, doctores, enfermeras y voluntarios regresaban a casa.

En Illinois, Chicago, esa navidad de 1918 trajo más acontecimientos que conmovieron a la familia Andric. Además del Armisticio en Europa, regresaban a casa Albert y Candy Andric, quienes vivieron juntos los horrores de la Guerra, haciendo todo lo posible por ayudar a los soldados que llegaban heridos de las trincheras. Lo más impresionante era que no regresaban solos, con ellos venía un chico que se pensó muerto. Alistear Cronwell estaba vivo. Cuando Albert lo reconoció en un Hospital de Lorena, Francia, el joven heredero Andric estaba entre los soldados sin identificación, entre los casos mas graves. A pesar de sus heridas, se logro una recuperación lenta pero completa, al llegar a Chicago, Stear, como cariñosamente le llamaban, caminaba recargado en un bastón que pronto dejaría. Quizás las heridas mas graves de estos 3 personajes eran en el alma. Cada uno cargaba sus propios demonios.


El Tren llevaba un ritmo acompasado, en el carro privado una hermosa mujer de cabellos dorados, vestida aun con el uniforme de enfermera militar, trataba de concentrarse en la lectura de su libro. Junto a ella un par de ojos azules miraba a través de la ventana. William Albert Andric, vestido igual, en uniforme, tenía en su mente recuerdos de otros trenes, de otras vidas. Cada vez que subía a uno no podía dejar de pensar que, en una de estas enormes maquinas de vapor cambio por completo el curso de su vida. No lamentaba nada de lo que vivió a partir de ese día, ya que todo lo llevó hasta el lugar donde el amor y la amistad florecieron, aun en contra del mundo, su sociedad y su guerra. Regresando de sus recuerdos miro a Candy, siempre estaba en la misma página, sabía que no leía en realidad, si no que se perdía en sus recuerdos, de hecho en el recuerdo que la había acompañado todo ese tiempo y que tenía un solo nombre: Terrence.

-¿Candy? – dijo al fin.

-Dime Albert.

-¿Sabes que debes olvidar?

El joven millonario no pudo escuchar la respuesta, el otro compañero de viaje que hasta ese momento seguía dormido comenzó a inquietarse, los sonidos que hacía eran ya bien conocidos por Candy, presagiaban una de las interminables pesadillas que asaltaban sus sueños. Candy se levantó inmediatamente con aire preocupado, cuando llegó hasta la improvisada cama, Stear ya gritaba, la chica lo tomo por los hombros y con seguridad comenzó a llamarlo, suave y dulcemente por su nombre. Este dejo de moverse y lentamente abrió sus ojos. Después de unos segundos de parpadeos, su mente olvido el miedo y reconoció a la chica a su lado.

-¡Oh Candy!, de nuevo otra vez la misma pesadilla. – dijo en con la voz ronca del esfuerzo.

-Lo sé cariño, ¿Puedes recordar algo? – contestó aquella abrazándolo protectoramente

-No, en cuanto despierto, parece que vengo de algún lugar oscuro, pero nada más.

-Tranquilo Stear, ya verás, pronto todas esas pesadillas se irán.

-A veces creo que nunca lo harán Candy.

La mirada de la joven enfermera busco a Albert, este le sonrió en cuanto sus ojos se encontraron. Candy siempre sacaba fuerzas de esa mirada. El hombre que siempre la ayudo, la salvo y protegió durante toda su infancia y adolescencia, causaba ese efecto en ella. Apretando más fuerte a Stear, lo reconforto con palabras de esperanza. Le animaba con una sonrisa, mientras le decía una y otra vez que de todas las personas que los esperaban en la estación de Chicago, había una en especial que estaba ansiosa de verlo. Lo que Candy no sabía es que esas palabras de consuelo, precisamente son las que mas lo inquietaban. El hombre que regresaba de la guerra, el piloto de la Fuerza Aérea Norteamericana, no era mas el muchachito que años antes dejó Chicago. El ya no era el novio que escribió cartas desde el frente a su novia. Demasiadas cosas habían sucedido y el miedo siempre creciente de enfrentarse a un par de ojos miel que el recordaba, lo llenaban de angustia. Ella tan tierna, tan dulce, seguramente no se imaginaba la clase de hombre que era ahora. Un hombre lleno de cicatrices, de remordimientos y con las manos manchadas de sangre. ¿Cómo? Se preguntaba siempre, iba a enfrentar a la hermosa chica que amaba algo que ya no era, algo que se había perdido para siempre en los cielos de Europa. Sonriendo forzadamente dejo que su querida prima lo consolara. No le había dicho nada de sus temores a ella. Su único confidente en esos tiempos era Albert. Este si sabía de sus temores y angustias, y los comprendía a la perfección.

-¿Cuánto falta aún para llegar? – pregunto

-Solamente unas dos o tres horas – contesto Albert.

-Creo que deberíamos comer algo, ¿no creen? – pregunto con voz cantarina Candy – Iré a traerles un bocadillo.

Se levantó dirigiéndose diligente a la puerta y salió rumbo al carro comedor. Ambos hombres la vieron salir. Después de un momento de silencio. Albert miro a su sobrino y aun sin palabras, se levanto y poso su mano en el hombre del más joven. Stear miro a Albert y sonrió un poco.

-Incasable optimista – dijo – Nunca se cansa de animar, de prodigar cariño.

-No, nunca se cansa – fue la respuesta de Albert

-Cuando estábamos en el Hospital, Candy sufría muchísimo cuando te enviaban al Hospital Ambulante, pero nunca dejaba que el desanimo la alcanzara, trabajaba, reía y rezaba. Su amiga Flammy siempre me decía que Candy era una fuente inagotable de amor, que ni siquiera ella pudo resistirse a su fuerza.

-Si, si hubieras visto como nos recibió la Teniente Hamilton, no lo creerías. Al principio nos mando a realizar los trabajos mas duros, y a Candy le asignaba los pabellones de heridos por quemaduras. Tal vez intentaba que renunciáramos. Pero Candy hacía su trabajo diligente, con una sonrisa.

-¿Cuándo cambió? – pregunto asombrado

-Cuando regresaron del Frente, la primera vez que fueron asignadas al Hospital ambulante. No se que sucedió ahí Stear, pero cuando regresaron, Flammy ya no era una mujer dura como antes. Candy y Flammy se volvieron inseparables.

-Fue cuando me encontraste.

-Si – dijo recordando - yo fui asignado al Hospital donde estabas. Candy se fue a despedir de mí. Hice lo posible por evitar que fuera al frente, pero no pude hacer nada. Yo sabía que estaría en un gran peligro, a mi me habían asignado al ambulante en 2 ocasiones y te puedo asegurar que son de los recuerdos que quisiera borrar de mi memoria.

-¡¿Crees que alguna vez podremos olvidar!? – contestó con amargura

-No lo sé Stear, pero debemos intentarlo, por ellas, por la familia pero aun mas por nosotros mismos, espero que si.

Candy salió del carro privado y recorrió parte del pasillo dirigiéndose al carro comedor, doblando la esquina del pasillo sorprendió a una pareja besándose, estos al percatarse de la presencia de Candy, riendo se disculparon y siguieron su camino. Candy los siguió con la mirada y sin poder evitarlo volvió a escuchar la pregunta de Albert.

-"¿sabes que debes olvidar?"

- ¿Cómo? – murmuró - Cómo olvidar tu amor si es lo único que me queda. Tu amor que es esencia y vacío de mi alma. ¡Dios tengo miedo de olvidar y también tengo miedo de no hacerlo!, esta ironía duele tanto.

Mientras ordenaba la comida y pedía un servicio de te para sus amigos, recordó la última vez que viajo de Nueva York a Chicago, también era invierno, también llevaba el corazón destrozado. Su mente volvió al momento de la despedida. Al instante de las promesas.

-Ay Terry, cumple tu promesa amor y… se feliz. – dijo en voz alta

-Disculpe Señorita, decía algo – pregunto el mesero que le traía el servicio de te

-No, no se preocupe. A veces hablo conmigo misma sabe, es una manía.

-Por supuesto. Le ayudo a llevar el servicio.

-No gracias, ya lo llevo yo. Le encargo la comida para dentro de 1 hora.

-No se preocupe, estará puntual

-Gracias de nuevo – contestó Candy pagando y dejándole una buena propina.

Mientras se alejaba el mesero pensaba "es demasiado joven y bella para estar tan triste, además es simpática y deja buenas propinas"

Candy entró con una bandeja de te y galletas, alegremente sirvió el liquido ámbar y caliente mientras les informaba sobre la comida que les traerían a continuación. Entre sonrisas, los dos hombres disfrutaron de la compañía de la rubia mujer que se movía incansable por el carro. Candy jamás se enteró de los pensamientos de ambos hombres y ellos nunca supieron sobre los de Candy.

Al mismo tiempo que Candy llegaba por fin a Chicago, un hombre que ella conocía muy bien desembarcaba en el puerto de Nueva York. Enfundado en uniforme y botas militares, luchaba contra la marea de gente que se amontonaba en el desembarco. Mientras murmuraba palabras de disculpa, su prisa podía ser confundida con ansiedad por llegar con sus seres queridos, pero si cualquiera se hubiera detenido a mirar su cara se habría percatado de que era angustia y dolor lo que se dibujaba en su rostro y no esperanza.


Emilia Elroy miraba por enésima vez el reloj en la pared de la estación, sentada en lo que ella llamaba despectivamente "bancas" esperaba el regreso de sus nietos. Nada pudo impedir a la matriarca de ir a recibirlos a la estación, ni el frío, ni las recomendaciones de Archie, ni los ruegos de las chicas que los acompañaban. Después del último pronostico de su médico, la mujer que había condenado tan amargamente a Candy y Albert por sus decisiones, no podía esperar a tenerlos en sus brazos. El perdón era lo único que necesitaba para sentirse tranquila. Además no iba a dejar de ir a recibir a Stear. Era irónico pensar que lloro aun más con la noticia de que de saberlo vivo, que con su muerte misma. Emilia Elroy sentía que la vida le daba la oportunidad de enmendar los errores cometidos en el pasado antes de…morir.

-Estas seguro que ese reloj esta en lo correcto Archie, yo creo que se ha detenido – dijo la mujer en tono desesperado

-Tía Abuela, el reloj esta bien, solo faltan unos minutos para que el tren arribe, fui a preguntar hace apenas un minuto – contestó Archie en tono impaciente

-No me hables así jovencito, bastante tengo con esta espera.

-Lo siento Tía.

-Annie, hija podrías ir tú a ver. – pidió mirando a la elegante mujer que estaba a su derecha

-Por supuesto Tía, me acompañas Paty. – dijo una mujer hermosa de cabellos negros y ojos grandes, levantándose del asiento

-Claro querida. – contesto la interpelada.

Ambas chicas se levantaron y en un susurro de seda por los movimientos se dirigieron a la ventanilla donde podrían consultar si el tren de Nueva York llegaría a tiempo, una vez más. Ambos Andric miraron a las mujeres alejarse, cada uno perdido en distintos pensamientos.

Archie miraba a su esposa, la gentil elegancia de Annie era sin duda una de las cosas que mas le gustaba de su mujer, pero era la forma en como lo había conquistado en todo ese tiempo lo que unía su corazón al de ella. Archie aún recordaba como la tímida chica que pretendió a instancias de Candy, lo había despreciado. Pensar que casi se casa con ese estupido ingles y todo por sus tonterías. Annie había adivinado que Archie no la quería como una mujer debe quererse. Lejos de conformarse, la Srita. Britter rompió su compromiso. Después se dedicó con toda el alma a trabajar en cuanta causa estaba a favor de mandar ayuda a Europa. Ella y Paty, se dedicaron a conseguir dinero y provisiones que mandaban a las Fuerzas Americanas apostadas en Europa. Las jóvenes decían que era su manera de contribuir, ellas sabían por las cartas de sus amigos cuanta falta hacían los suministros.

En su particular modo de ser, muy diferente al de la mujer que consideraba su hermana, Annie encontró la forma de ayudar, y en el camino se encontró a si misma y se aceptó como era. Con su elegancia y encanto, hacía fiestas a beneficencia, hacia te- canastas y tertulias donde conseguía las donaciones. De la mano de la abuela Martha, Patricia O´Brian y Annie Britter se convirtieron en grandes mujeres.

Fue en esos días cuando Archie se dio cuenta del error que cometió, cuando en una de las tantas tertulias organizadas, vio a Annie aceptar los galanteos de un ingles, un escritor joven y adinerado. Los celos que lo persiguieron esos meses casi lo empujan a matar a duelo al hombre. Si no hubiera sido por su Tía Abuela, seguramente lo habría hecho. Annie perdonó su estupidez y lo acepto nuevamente. Archie, incapaz de pasar de nuevo por ese amargo trago, se caso en pocos meses, los necesarios para que la madre de Annie organizara la boda de su única hija.

Emilia Elroy en cambio, pensaba en la otra joven, Paty era sin duda una joven hermosa, una rica heredera, pero igual que todas las personas que conocían a Candy, esta niña distaba mucho de ser una niña mimada. Cuando se entero de que Paty decidió estudiar en la Universidad, tras la supuesta muerte de Stear, pensó que se había vuelto loca. Después de unos años, se dio cuenta de que la decisión no fue una idea que su nieta adoptiva había puesto en la cabeza de Paty. Por el contrario, la chica estudio cursos de Pedagogía, y se convirtió en partidaria del "Movimiento Feminista", aunque esto escandalizaba totalmente a la matriarca, no pudo menos que admirar a la chica que seguía amando el recuerdo de su nieto. La conquista del corazón de Emilia se dio cuando al recibir la noticia de un Stear vivo, la chica quiso viajar a Europa, ir con él y ayudarlo. De no haber sido por el mismo Stear, quien le pidió que no se arriesgara causándole más preocupación, seguramente nada hubiera detenido a la joven. La heredera de Martha O´Brian era sin duda una gran mujer, que amaba a su nieto.


El tren detuvo su marcha. El andén se lleno de vapor, de gente que subía y bajaba, de maletas, de bienvenidas y adioses, en medio de todo, Albert, Candy y Stear fueron recibidos por su familia. Candy se entregó a un abrazó lleno de amor por parte de Annie, Archie dejó lugar a Paty quién sin dejar de mirar en los ojos de Stear, murmuraba bienvenidas sin sentido y se acercaba con pasos lentos al hombre que se sostenía en el bastón, el dueño de su corazón, de su amor adolescente, para después enterrar su cara en el pecho del joven, y llorar mientras Stear la rodeaba con sus brazos. La Tía Abuela recibió a su nieto William sin decir palabra, con los brazos abiertos y lo ojos llenos de lágrimas, la matriarca se dejaba embargar por los sentimientos de alivio al ver a sus nietos regresar de la Guerra. Todo fue abrazos y lágrimas de alegría. Archie miraba a su hermano en brazos de Paty, el mas que ninguno adivinó que su hermano no era el mismo, pero la alegría de verlo vivo, opaco todo lo demás, en cuanto sus ojos se encontraron Stear y Archie se fundieron en un abrazo profundo, mientras las lagrimas de Paty apenas la dejaban ver el reencuentro de los hermanos. Candy abrazaba a todos y sonreía, con esa luz que siempre llevaba a los que la conocían. Cuando llego el turno de la Tía Abuela, la chica miró a la matriarca y en seguida su experiencia profesional le dijo que la mujer no se encontraba bien, se notaba en sus ojos, en la palidez debajo del polvo, en su delgada figura. La chica espero a que la matriarca dictara la pauta a seguir en ese saludo. Esperando una reacción contraria, Candy fue recibida en los brazos de Emilia Elroy en un abrazo que significaba todo: disculpas, agradecimiento, cariño. Candy intuyó que el cambio en la mujer tenía origen mas allá del dolor y el agradecimiento, la rubia incapaz de sentir rencor, aceptó el abrazo llena de alegría.

Cuando se terminaron las lagrimas y las frases de bienvenida, la siempre practica Tia Abuela Elroy, dirigió el movimiento de maletas y personas hacia la mansión de los Andric en Chicago. Al llegar los tres viajeros fueron llevados a las habitaciones que les arreglaron y los dejaron descansar.


Eleanor Baker estaba sentada junto a la madre de su nuera, en sus brazos un niño de 2 años dormía placidamente, inconsciente del dolor a su alrededor. La actriz miraba con lástima a la mujer que lloraba sin consuelo. Como madre podía entender su dolor. Recordaba como si hubiera sido ayer, como ella misma sufría el arrebato de su único hijo. ¿Qué se le podía decir a una madre que pudiera consolar la muerte de un hijo?

Por el pasillo del Hospital se oyeron los pasos apresurados de un hombre. Las dos mujeres miraron hacia el ruido y reconocieron a la figura antes de que esta hablara. Terrence había regresado al fin.

-¿Cómo esta? – preguntó sin dirigirse a nadie en particular

-A penas llegaste a tiempo, falta poco – contestó su madre

Los sollozos de su suegra se hicieron mas sonoros, el pequeño en brazos de su madre se movió incomodo, cuando Terry lo vió, lo invadieron miles de sentimientos encontrados. "Ha crecido tanto" pensó, el amor y el orgullo se inflamaron en su corazón. Dió dos pasos hacia su madre y acaricio la castaña cabellera del niño, luego deposito un beso en su frente y mirando a su madre con agradecimiento, se irguió y camino hasta la puerta de la habitación de su agonizante esposa. Tras unos segundos de titubeo, Terry respiro profundamente y entró.

Ambas mujeres miraron todo el tiempo hacia la puerta. Como si a fuerza de verla esta se desvaneciera o cambiara. Después de casi una interminable hora, Terry salió, pálido y con gran dolor en su rostro, se dirigió a su suegra.

-Quiere hablar con usted y a pedido un sacerdote – le dijo.

-Entiendo, la enfermera nos dijo que la llamáramos cuando se necesitara el servicio de uno – contestó su suegra limpiándose las lágrimas

-Iré a avisarle entonces – le dijo, y mirando al pequeño – quiere verlo, quiere despedirse de él.

La mujer ahogo un sollozo en su pañuelo y asintió. Tomo a su nieto de los brazos de Eleanor y entró en el cuarto. Terry se dirigió a donde las enfermeras. Al llegar a la pequeña oficina su mirada recayó en un uniforme blanco, no pudo evitar pensar en ella, inmediatamente se sintió como un traidor y con las mínimas palabras pidió el sacerdote. Cuando regreso, su madre extendió sus brazos y Terry dejo que su madre lo consolara.

-No debes culparte cariño, ella sabía que si tenía un hijo esto podría pasar.

-No debí complacerla Madre, es mi culpa.

-¿Porqué?, ella ha sido feliz contigo, el hijo de ambos es su mayor alegría y su mayor consuelo cuando te enrolaste.

-Sabía que estaba huyendo, me lo dijo.

-Pero ahora estas aquí.

-¡Madre! Mi hijo, que voy a hacer con él. Como le diré que su mamá…

-Habrá alguna forma querido, siempre hay esperanza

-No… hace tiempo que la esperanza me abandono. – diciendo esto, regreso a la habitación de Susana.

Una hora después, el sacerdote anunciaba la muerte de su esposa.

El funeral fue hermoso, intimo y frío, el invierno de Nueva York era blanco, la nieve caía mientras Terry Graum Grandchester y su hijo Alan enterraban a la esposa y madre. Los ojos de ambos hombre y niño, estaban secos, el color azul verdoso que lo hacia tan parecidos, ese día reflejaba solo dolor.

Tras la muerte de su hija, la Sra. Marlow decidió dejar Nueva York. Después de casi un mes de su muerte, Terry, Alan y Eleanor regresaban de la estación de Ferrocarriles la tarde de navidad.

-Papá, la abuela no va a regresar, va a morir. – dijo el niño sorprendiéndolo por su afirmación

-¿Por qué crees eso? – pregunto Terry hincándose para ver con mas atención a su hijo.

-Porque se despidió como mi mamá.

Terry abrazo al pequeño y le dijo que todo iba a estar bien. Tomando su mano alcanzaron el automóvil y junto a su madre regresaron a casa. Terry miraba las calles de la ciudad, la nieve caía y en ese momento recordó otro día de nieve en esa misma ciudad, otro día en que se despidió de la felicidad. Sus pensamientos volaron hasta ese momento, cuando ella le prometió que sería feliz.

"Candy – pensaba – mi hermosa pecosa. Tu amor ahora es solo silencio, un eco escuchado tiempo atrás, y solo en recuerdos se hace presente. Recuerda que prometiste que serías feliz amor y aunque me muera de celos solo de pensarte de otro, deseo que lo seas."

-¿Papa? – dijo el pequeño Alan

-Dime hijo – contesto

-¿Esta triste? – le pregunto mirándolo – ¿es por mamá?

-…Es por que perdí el amor, Alan… - respondió Terry sin mentirle a su hijo.

-Yo te amo Papa.

-Tienes razón, tu me amas y yo te amo a ti – le dijo sonriéndole

Miró de reojo al pequeño mientras pensaba. "Alan, eres todo el amor que tengo ahora".


Hola, mi nombre es Alisa tengo 34 años y soy mexicana, del D. F.

De la información que hay en mi fic sobre la Primera Guerra Mundial, esta basada en los datos de la Enciclopedia Encarta 2003. El poema es uno de mis favoritos, la autora es Roxana Pixz.

Quisiera que me enviaran sus comentarios, criticas y también ideas a mi mail, sin olvidar los

Se recibe de todo.

Alisa.