Hola lectores,
Ésta es una nueva historia que tengo hace tiempo en la cabeza y llevo más o menos un mes armandao. Es un Cossover entre Trilogía Los Juegos del Hambre de Suzanne Collins y Saga Forastera de Diana Gabaldon, que son nueve libros, hasta ahora.
Me llevó a hacerla el carácter fuerte de la protagonista de Forastera, Claire, que me recuerda mucho a Katniss, y la devoción de Jamie, su protagonista, por Claire, que me recuerda mucho a Peeta.
Aclaro que los personajes son de Los Juegos del Hambre y todo transcurre en Panem. Los hechos, son similares a Forastera, con ciertas adaptaciones a nuestros queridos Peeta y Katniss.
Espero que les guste.
María del Valle
Siempre desaparece gente. Preguntad a cualquier policía. Mejor aún, preguntad a cualquier periodista. Las desapariciones son moneda corriente para los periodistas. Las jóvenes escapan de sus casas. Los niños se pierden y jamás vuelven a verse. Las amas de casa llegan al límite de sus fuerzas y cogen el dinero de la comida y un taxi a la estación. Financieros internacionales cambian sus nombres y se desvanecen en el humo de cigarros importados. Algunos de los desaparecidos son encontrados, vivos o muertos. Después de todo, las desapariciones tienen explicaciones. Casi siempre.
Diana Gabaldon, Forastera.
Cuando yo era pequeña nunca quería pisar charcos. No porque temiera mojarme los calcetines o pisar gusanos ahogados; era, en general, una criatura sucia, con una bienaventurada indiferencia hacia cualquier tipo de mugre. Era porque no creía que aquel espejo liso sólo fuera una fina película de agua sobre la tierra sólida. Estaba persuadida de que era una puerta hacia algún espacio insondable.
Diana Gabaldon, Viajera.
Ch 1 Rearmando nuestras vidas
A primera vista, la primavera en el Distrito 12 no parecía ni tiempo ni lugar para las desapariciones, pero los hechos, indicarían lo contrario.
Cuando Gale y yo salimos del Capitolio hacia nuestro distrito natal, Finnick Odair acababa de ganar los Sexagésimo Quintos Juegos del Hambre, con sólo catorce años. Oriundo del Distrito 4, pertenecía a la mimada elite de los distritos profesionales, lo que le daba una ventaja a la hora de entrar a la arena. Pero además del entrenamiento, la naturaleza lo había dotado de una extraordinaria belleza: alto, atlético, con piel dorada, pelo color bronce y unos ojos verdes increíbles. Con sólo su apariencia enamoró a los patrocinadores del Capitolio y, mientras algunos mentores se desvivían para conseguir un poco de comida o fósforos para poner en sus paracaídas, a Finnick nunca le faltó nada, ni comida ni medicina ni armas. Sus enemigos tardaron una semana en darse cuenta de que él era el enemigo a batir, pero ya era demasiado tarde. Con grandes dotes para la lucha, cuando recibió un paracaídas con un tridente, lo que debe de ser el regalo más caro que he visto en la arena, ya se había acabado todo. Aparentemente, el tridente era una extensión natural, letal, de su brazo. Tejió una red con alguna planta que encontró por ahí, la usó para atrapar en ella a sus oponentes para luego ensartarlos con el tridente. En cuestión de días, la corona fue suya. Para cuando llegamos a la casa de Ripper Wakefield, mi tía, en el Distrito 12, Finnick había conquistado a todas las damas de la alta sociedad del Capitolio, que hacían cola para pedir una cita con él.
La casa de mi tía Ripper en el barrio minero de La Veta no había cambiado mucho en los últimos siete años. Limpia y tranquila, seguía teniendo la pintura un poco descascarada y el piso reluciente. Mi tía, hermana de mi padre, viuda desde muy joven, se llevaba bastante bien con Gale y le había perdonado que me hubiera llevado tan lejos hace ya un tiempo.
Salgo de mi viejo dormitorio, al que hace dos días que he vuelto, y me encuentro con ella en el vestíbulo. Me detiene sujetándome del brazo con su regordeta mano:
- ¡Katniss! No puedes salir así, déjame acomodarte la trenza- me toca el pelo un poco- ¡Así está mejor!
- Gracias, tía- le contesto un poco avergonzada.
- Serás una señora ahora, pero para mí, todavía eres la pequeña Katniss.
- Voy al pueblo a buscar a Gale, a ver si avanzó con los trámites de nuestra mudanza. Volveremos a la hora del té.
- Los espero y . . . ya sabes, siempre pueden quedarse aquí conmigo.
- Ya lo sé, gracias nuevamente.
Me doy la vuelta y salgo lo más rápido posible, para impedir que pueda encontrar más defectos en mi desordenada apariencia. Después de siete años de usar uniformes de aprendiz de Agente de Paz o el ambo de médico, disfruto enormemente ponerme vestidos de algodón de colores vivos, preferentemente verdes, totalmente inadecuados para caminar por La Veta. Aunque tampoco había planeado recorrer el barrio minero en dónde pasé mi niñez y adolescencia, primero, junto a mis padres y luego junto a mi tía. Originalmente, había planeado dormir hasta tarde por las mañanas y pasar largas y tranquilas tardes en la cama con Gale, sin dormir. Pero me fue difícil mantener un espíritu romántico y lánguido, ya que Gale tenía miedo de que mi tía pudiese escuchar nuestros ruidos al otro lado de la puerta.
- No podría volver a mirarla a los ojos- me había confesado Gale la primer mañana de nuestra estancia en mi viejo dormitorio.
- ¿Piensas que ella no sabe lo que hacemos en la cama?- le pregunté sorprendida mientras él apartaba mi mano que intentaba tocar su erección matinal.
- Sospecho que sí, pero una cosa es imaginarlo y otra es escucharlo en vivo y en directo.
- ¿Piensas que deberíamos haber aceptado la habitación de hotel que te ofrecieron?
- No, tu tía se habría ofendido. Además, pronto nos asignarán una casa en el pueblo y podrás hacer lo que quieras con migo.
Sin haberlo planeado previamente, estábamos de vacaciones en nuestro distrito natal antes de que Gale asumiera el puesto de Jefe de Agentes de Paz del Distrito 12 y yo me hiciera cargo del puesto de médico del destacamento de Agentes de Paz del distrito. Y sin hablarlo, creo que ambos pensamos que era un lugar simbólico para recomenzar nuestro matrimonio. Nos casamos, en secreto, el día que terminé la escuela. Había cumplido 18 años el 8 de mayo. Y, el último día de mayo, cuando salí de la escuela, Gale Hawthorne estaba esperándome afuera con un bolso con mis pocas pertencencias. Me llevó a Edificio de Justicia, firmamos los papeles y, con un permiso especial, me subió al tren con dirección al Distrito 2. Ahora, siete años después, nos encontrábamos de nuevo en dónde todo había comenzado.
Los Hawthorne y los Everdeen son familias oriundas del Distrito 12. De hecho, mis padres y los suyos se conocían. Además, Gale siempre se vanagloriaba de que su abuelo había sido uno de los enviados al Distrito 12 por el Capitolio para acabar con los rebeldes durante los días oscuros, hace más de 65 años.
- ¿Cómo se llamaba ese abuelo tuyo?- le pregunté ésta mañana - El que anduvo por aquí durante los Días Oscuros . . . No recuerdo si era Willy o Walter.
- De hecho, se llamaba Cato.
Gale se tomaba con bastante buen humor mi completa indiferencia en la historia familiar, pero se mantenía siempre alerta, presto a aprovechar la más leve expresión de curiosidad como excusa para contarme todos los datos conocidos hasta el momento sobre los primeros Hawthorne y sus conexiones. Conexiones que le permitieron emigrar al Distrito 2 luego de la muerte de su padre.
- Cato Hawthorne. Sin embargo, se le conocía con el llamativo apodo de Jack el Negro, que adquirió en el ejército, probablemente durante su estancia aquí.
Para hacerlo enojar, me tiré boca abajo en la cama y fingí roncar. Gale me ignoró y prosiguió con su historia.
- Hizo su entrenamiento de elite en el Capitolio, en donde nació, y fue capitán de los Agentes de Paz. Y, según pude escuchar, le fue bastante bien en el ejército. Una buena elección para un segundo hijo, ya sabes; su hermano menor también siguió la tradición y se capacitó como maestro, pero todavía no he averiguado mucho sobre él. De todos modos, Séneca Crane padre, el célebre consultor de la familia Snow, alabó las actividades de Jack Hawthorne antes y durante los Días Oscuros.
- Entre nosotros, algunos acá no parecen haberse dado cuenta de que Coriolanus Snow es el presidente, que los Días Oscuros pasaron y los rebeldes fueron derrotados- le dije mientras lo miraba vestirse para su reunión con el Jefe de Agentes de Paz saliente- Oí que el cantinero de la taberna de anoche nos llamó gringos.
- ¿Y por qué no?- dijo Gale- Sólo significa extranjeros. Es precisamente lo que somos.
- Sé lo que significa, pero nosotros nacimos aquí y, además, el tono en que lo dijo . . .
- Él no sabe que nacimos en el Distrito 12 y tenemos un fuerte acento del Capitolio después de tantos años de estar afuera. Pero además, estaba fastidiado porque le dije que la cerveza era suave.
- Creo que te acostumbraste al licor blanco de mi tía Ripper.
- Es probable.
Comienzo a caminar por la calle principal de La Veta hacia el pueblo. A media mañana, con los mineros ya en sus puestos, las calles del barrio minero están casi desiertas. Pero a medida que me acerco al pueblo, comienzo a ver unas cuantas personas, en su mayoría amas de casa haciendo sus compras diarias en los negocios que rodean la plaza principal. Se las ve locuaces y chismosas, sus cuerpos sólidos cubiertos con vestidos estampados, a diferencia de las mujeres flacuchas de La Veta, llenan las tiendas de calor hogareño; un refugio en la niebla fría de la mañana.
Me acerco a la vidriera de uno de los negocios y, recordando que no tengo casa propia, no necesito comprar mucho. Disfruto mirando las estanterías, nada más que por la alegría de ver muchas cosas en venta. Poso la mirada en una vidriera llena de artículos para el hogar: mantelitos bordados, jarras y vasos, un montón de moldes para pasteles y un juego de tres jarrones.
No recuerdo haber tenido un jarrón propio. Durante mis años de entrenamiento como Agente de Paz, había vivido en las barracas asignadas del Distrito 2 y, a medida que avanzaba en mi entrenamiento y me designaban a otros distritos, en las barracas designadas. Pero incluso antes de eso, jamás había tenido dinero suficiente como para justificar una compra así. Si hubiera tenido un jarrón, mi tía Ripper lo hubiera vendido en El Quemador para poder conseguir materia prima para hacer licor blanco.
Ripper Everdeen Wakefield, se había casado con Reginald Wakefield muy joven, como toda buena muchacha de La Veta. En El Quemador la llamaban sólo Ripper, para mí, siempre había sido la tía Ripper. Única hermana de mi padre, dos años mayor, y mi único pariente con vida en aquel entonces, cuando había tenido que hacerse cargo de mí, con once años de edad, cuando mis padres y su esposo murieron como consecuencia de una explosión en las minas. Mi madre trabajaba con enfermera en la mina y estaba embarazada de cinco meses. En aquel momento, con un magro resarcimiento por la muerte de su esposo más el dinero que recibí por la muerte de mis padres, sólo se le ocurrió comenzar a destilar licor de papa y venderlo en El Quemador. Hizo los preparativos para organizar el triple funeral, dispuso los pocos bienes de mis padres y se aseguró que siguiera asistiendo a clases.
Con el tiempo, me acostumbré a mi nueva vida y a la muy no conveniente amistad de las personas que rondaban el mercado clandestino del Distrito 12. Y no sólo eso, comencé a cazar clandestinamente en las afueras de la alambrada del Distrito 12 con el arco que había sido de mi padre. Las piezas limpias terminaban en lo de Rooba, la carnicera del pueblo y las pieles las intercambiaba en El Quemador. Y poco a poco, fui aprendiendo del submundo del distrito, a cavar letrinas y a hervir agua y a realizar una cantidad de cosas nada apropiadas para una jovencita de buena cuna. Aunque ser criada por mi tía no había sido lo que soñaba de niña, había sido mucho mejor que haber quedado en el orfanato. No había evitado alguna que otra noche de hambre y frío, pero por lo menos estaba con un familiar.
El destino de Gale, en cambio, había sido otro. Embarazada de su hermanita menor Posy, Hazelle, la madre de Gale había llamado a un pariente de su padre que vivía en el Distrito 2 y se había mudado con sus tres hijos a un mejor lugar. Gale, dos años mayor que yo, se había destacado en la escuela y había entrado prematuramente a la academia de Agentes de Paz. Y, para cuando vino a buscarme al Distrito 12, con sólo 20 años, ya tenía un puesto importante que le permitió burlar la prohibición de casamiento que tienen todos los integrantes de la fuerza.
Convertida en su esposa, me había subido con él al tren que me llevó al Distrit un futuro mejor: además del entrenamiento de elite de la academia militar opté por convertirme en médica, un poco por vocación y un poco porque no me interesaba entrar en conflicto con otras personas. Incluso después de nuestra boda, Gale y yo llevamos la vida nómada de los militares. Yo intercambiaba seis meses de estudios con seis meses de práctica, que no siempre coincidían con los distritos a los que era destinado Gale. Él, se encargaba del adiestramiento físico de los nuevos ingresantes y estaba a cargo de las tareas de inteligencia. Aunque habíamos estado casados durante casi ocho años, la casa que nos entregarían en el Distrito 12 será nuestro primer hogar de verdad.
Pensando en que por fin tendríamos un lugar para los dos, entro en la tienda y compro los jarrones. Luego, cruzo la plaza principal y, en la esquina de la Delegación de Agentes de Paz, me encuentro con Gale. Me abraza y veo que enarca una ceja al ver mi compra:
- ¿Un jarrón?
- Si, para nuestra casa. ¿Te dijeron cuándo podríamos ir?
- Recién en dos semanas- me contesta en tono triste- Tendremos que esperar que la acondicionen.
- ¿Te dijeron en dónde estará?
- Si, cerca de la delegación en el pueblo.
De repente, mi estómago hace un ruido embarazoso.
- ¿Ya tienes hambre?- me pregunta asombrado.
- Siempre tengo hambre- contesto bajando la vista.
- Vamos a almorzar, entonces.
- ¿A dónde?
- A la taberna del pueblo, vamos- dice mientras me toma el brazo y me conduce a lo largo de la calle principal hasta la única taberna del pueblo.
El camino de la Delegación a la taberna no es largo, sólo dos cuadras, que caminamos en cinco minutos. Dentro, es como una sucursal de la delegación , porque el noventa por ciento de los comensales son Agentes de Paz. No sé cómo puede haber tantos para un distrito de tan sólo ocho mil habitantes, pero teniendo en cuenta las minas . . . .
En una mesa al fondo encuentro a mi tía sentada, tiene que haber venido a entregar un pedido de licor. Junta a ella está Roger, un niño de cabello negro brillante y unos enormes ojos grises, muy parecidos a los míos, que adoptó mi tía hace dos años. Recuerdo cuando me contó la situación por teléfono, una vez que logré que fuera a la delagación para poder comunicarme con ella.
- Es hijo de una sobrina -me confió- El padre y la madre trabajaban en las minas. Estaban juntos cuando hubo un derrumbe en uno de los pasillos. No pudieron sacarlos.
La situación me estremeció, me recordaba demasiado a mi propia historia y me conmovió la fuerza de mi tía, que seguía haciéndose cargo de los parientes huérfanos de la familia. Cuando le pregunté si no le traería demasiados inconvenientes, me contestó:
- Me gusta la idea de tener un poco de juventud en la casa. Además, le di mi apellido porque me pareció lo más apropiado, dado que vive aquí. Pero tampoco quiero que olvide sus orígenes.
- ¿A qué te refieres?- le pregunté confundida.
- Me temo que nuestra familia no es gran cosa desde el punto de vista genealógico, pero la de Roger viene de muchos años antes de los Días Oscuros, los Aberthany. Desde ayer se llama Roger Abernathy Wakefield.
Pasarían unos años hasta entender las implicancias de lo que mi tía Ripper me había dicho.
Sin hacer muchas preguntas, me siento al lado de ella y del pequeño Roger y me pido un plato del guiso que ellos están comiendo. El almuerzo transcurre en silencio, pero a lo lejos puedo ver a Gale que está charlando muy animadamente con otros Agentes de Paz.
- ¿Por qué no vas con él?- me pregunta mi tía.
- Tengo toda la vida para juntarme con otros agentes, no almuerzo muy seguido con mi tía y primo preferido- le contesto guiñándole un ojo a Roger que se pone colorado de inmediato.
Al poco rato, Gale se separa del grupo de Agentes de Paz y se acerca a nuestra mesa. Deja un billete para pagar nuestra cuenta y decidimos volver los cuatro a casa de mi tía. El cielo está oscuro para la hora del día, indicando que se acerca una tormenta. La luz espectral que se cuela entre las nubes da a las casas de La Veta un aspecto aún más añejo. Todo indica que sería una tarde y subsecuente noche propicia para estar dentro de casa con los postigos cerrados.
Sin embargo, en lugar de quedarse en la sala de mi tía compartiendo un rico cordero asado con papas, Gale decide acudir a la cita para beber una copa de con un viejo discípulo de su abuelo.
- Trata de regresar antes de que empiece la tormenta -dije y me acerco a darle un beso- Y saluda de mi parte al señor Bainbridge.
- Ah, sí, por supuesto.
Con cuidado de no mirarme a los ojos, creo que como consecuencia de la culpa, Gale se pone el impermeable, toma un paraguas y sale.
Después de una tranquila y agradable velada con mi tía y Roger, me dirijo a mi habitación para prepararme antes de que Gale regrese. Sabía que su límite son dos copas de licor, así que espero que vuelva pronto. Al otro lado de la ventana, siento que se está levantando viento y el aire de la habitación comienza a cargarse de electricidad. Desarmo mi trenza para poder cepillarme el cabello y los rizos se encrespan hasta formarse furiosos enredos. Evidentemente, tendré que irme a dormir sin darle sus cien cepilladas. Considerando el clima, debería conformarme con lavarme los dientes, ya que con la electricidad, algunos mechones se me adhieren a las mejillas y se pegan con insistencia cuando intentaba acomodarlos hacia atrás. Para colmo, no hay agua en la jarra que mi tía coloca sobre mi cómoda. Gale debe haberla utilizado para arreglarse antes de salir a su reunión con el señor Bainbridge y no tengo ganas de ir a llenarla con agua del baño. Al lado de la jarra, hay una botella de agua de colonia con olor a madreselva. Como es un buen sustituto, coloco una generosa cantidad de colonia en la palma de mi mano, las froto un poco y comienzo a pasármelas por el pelo. Luego, echo otro poco de colonia en el cepillo y comienzo a estirar mis rizos hacia atrás. Me miro al espejo con orgullo, pienso mientras muevo la cabeza de un lado a otro para examinar el resultado. La humedad de la colonia disipó la electricidad estática del pelo, y ahora mi pelo cae ondas pesadas y brillantes. Además, al evaporarse el alcohol, ha dejado un perfume agradable.
De pronto, me sobresalto por el fogonazo de un relámpago, seguido casi de inmediato por un poderoso trueno. De repente, las luces se apagan. Mientras protesto entre dientes, busco a tientas las velas y los fósforos en los cajones. Los cortes de luz son tan frecuentes en el Distrito 12 que las velas son parte necesaria del mobiliario de toda habitación. Las velas que mi tía había dejado en un cajón son muy prácticas: blancas y rústicas. Había muchas, acompañadas por tres cajitas de fósforos. Con el destello del siguiente relámpago, coloco una vela en el candelabro de cerámica azul que había sobre la cómoda. Camino por la habitación prendiendo otras velas hasta que todo el cuarto queda iluminado por un tenue y vacilante resplandor. Muy romántico, pienso. Entonces, decido cerrar el interruptor de la luz para que un repentino regreso de la electricidad no arruine el ambiente en un momento inoportuno. Gale y yo no solemos preparar mucho nuestros encuentros amorosos, pero creo que no nos vendrá mal un poco de romanticismo.
Para cuando Gale entra a nuestro cuarto, las velas se han derretido alrededor de un centímetro. Y lo hace como si lo hubiera traído la tormenta, porque la corriente de aire que lo sigue cuando abre la puerta apaga tres de las velas, y, cuando la cierra, a otras dos. Puedo ver que Gale está sorprendido por la súbita penumbra y se pasa la mano por el cabello desordenado por el viento. Con tranquilidad, me levanto y comienzo a encender las velas faltantes. Sólo cuando termino y me doy vuelta para ofrecerle una copita de licor observo que está pálido y agitado.
-¿Qué te ocurre? -pregunto-. ¿Acaso has visto un fantasma?
- En realidad -dice despacio - No estoy seguro.
Miro por la ventana y veo que los árboles que rodean la casa de mi tía, unos viejos olmos, se sacuden como látigos. Un postigo suelto golpea con fuerza al otro lado de la casa y se me ocurre que tal vez debiéramos cerrar los nuestros, aunque la tormenta tiene un aspecto muy excitante.
- Es una noche un poco violenta para fantasmas –comento- ¿No les gustan más las veladas tranquilas y brumosas en los cementerios?
Gale sigue impávido, pero contesta:
- Bueno, supongo que es culpa de las historias de Bainbridge y de un exceso de licor. Nada, seguramente.
Pero ahora siento curiosidad.
- ¿Qué has visto exactamente?- pregunto mientras me acerco a él.
Con mi cabeza le señalo la botella de licor que está al otro lado de la jarra sobre la cómoda y Gale enseguida sirve dos copas.
-En realidad, era un hombre – comienza al tiempo que sirve una medida para él y dos para mí - Estaba parado fuera, en el camino.
- ¿Fuera de casa?- rio - Entonces, debía de ser un fantasma. No creo que haya ningún mortal fuera en una noche como ésta.
-Sí, estaba en el borde del jardín, a este lado, junto a la valla. Creí que miraba hacia tu ventana.
-¿Mi ventana? ¡Qué extraño!
No puedo evitar sentir un escalofrío. Cruzo la habitación para cerrar los postigos, aunque ya era algo tarde para eso. Gale me sigue sin dejar de hablar.
-Sí, yo podía verte también. Te estabas cepillando el cabello y protestando porque se te encrespaba.
-En ese caso, el hombre debía de estar riéndose.
Gale niega con la cabeza mientras se acerca para acariciar mi pelo.
-No, no se reía. Parecía muy triste por algún motivo. No podía verle el rostro, pero podía notarlo en su postura. Me acerqué por detrás y al ver que no se movía, le pregunté cortésmente si podía ayudarle en algo. Al principio, actuó como si no me hubiera oído y pensé que quizá no me había oído por el ruido del viento. Volví a preguntarle y estiré el brazo para tocarle el hombro. Ya sabes, para atraer su atención. Pero antes de que pudiera tocarlo, se volvió y pasó junto a mí en dirección al camino.
-Más parece un maleducado que un fantasma – le digo mientras vacio mi copa -. ¿Qué aspecto tenía?
-Era un tipo grande -responde Gale con el entrecejo fruncido- Espaldas anchas, rubio con rizos y con uniforme tipo militar, como de Agente de Paz, pero verde oscuro.
La charla me está intrigando, entonces me acerco a la cómoda y me sirvo otra copa.
-Bueno, no es una vestimenta muy rara en estos lugares, ¿no? He visto hombres así en el pueblo algunas veces. ¿No es como andaban los rebeldes, sabes, los de los Días Oscuros?
-Nooo..., no sé -Gale parece confundido- No, no fue la ropa lo que me llamó la atención. Cuando pasó junto a mí, podría jurar que estuvo tan cerca que tenía que haber sentido su roce. Pero no fue así. Me intrigó tanto que me volví para mirarlo mientras se alejaba. Caminó por la calle principal de La Veta y cuando llegó a la esquina... desapareció. Fue entonces cuando sentí un escalofrío en la columna.
-Tal vez te distrajiste un segundo y él se perdió entre las sombras -insinué-. Hay muchos árboles cerca de la esquina.
-Podría jurar que no le quité la vista de encima – insiste Gale.
De pronto, levanta la mirada
- ¡Ya sé! Ahora recuerdo por qué me pareció tan extraño, aunque no me di cuenta en aquel momento.
-¿Por qué?
La historia del fantasma me está aburriendo y quiero aprovechar el ambiente generado por la velas para intentar captar la atención de Gale y llevarlo a la cama. Quiero pasar a un tema más interesante.
- El viento soplaba muy fuerte, pero no se le movía un pelo.
Nos miramos.
-Bueno - digo por fin - suena un poco fantasmagórico.
Gale se encoge de hombros y sonríe de repente, como quitándole importancia.
-Al menos tendré algo que contar en la delegación mañana. Tal vez se trate de un conocido fantasma local y así podrán contarme su tenebrosa historia – mira el reloj-. Bueno, creo que es hora de ir a la cama.
-Lo es -murmuro.
Lo miro en el espejo mientras se quita la camisa y busca una percha. De pronto, se detiene.
-¿Has asistido a muchas personas así en los distritos a dónde has ido, Katniss? –pregunta.
-Por supuesto –replico, algo intrigada – Siempre llegan heridos a la delegación que no pueden o no tienen un hospital cercano.
A pesar de que me sonrío, me doy cuenta de que Gale está incómodo, como suele estarlo cuando le cuento alguna de las historias de mi entrenamiento. Sobreponiéndose al disgusto, camina hacia mí y me abraza por detrás, dándome un beso en la cabeza.
- Mmmm. Me encanta como huele tu pelo.
-¿Te gusta?
- Aha- dice mientras comienza a acariciarme los hombros.
Sus manos siguen bajando hasta posarse en mi cadera y luego suben despacio, tocándome los senos sobre el fino camisón de seda.
- Sabes que me gusta todo de ti- me dice con voz ronca- Más, a la luz de la velas. Tu ojos parecen mercurio y tu piel color oliva brilla. Pareces una hechicera a la luz de las velas. Había olvidado la ventajas que tienen las velas sobre la luz eléctrica.
- No podrías leer en la cama- respondo haciéndome la desinteresada a pesar de que se me acelera el pulso.
-Hay cosas mejores que hacer en la cama -murmura.
-¿Sí? –le digo.
Roto mi cuerpo entre su brazos, me pongo en puntas de pié y le rodeo el cuello con los brazos
- ¿Cómo qué?- le susurro sugestivamente al oído.
De antemano sé que no pasará nada acá, parados junto a la ventana, Gale es muy estructurado. Por eso no me sorprendo cuando empieza a caminar conmigo entre sus brazos hasta que chocamos con la cama y caemos los dos haciendo rechinar las patas contra el piso.
Gale es el primer hombre y el único con el que he tenido relaciones sexuales. Nuestra primera vez, fue la noche en que arribamos al Distrito 2 desde el 12. Apenas arribó el tren, fuimos a un hotel no muy lujoso, nos registramos, dejamos mi pequeño equipaje y salimos a caminar.
El Distrito 2 es mucho más grande que el 12 y, sin dudas, mucho más impresionante. Es un conjunto de pequeños pueblos esparcidos entre montañas. Durante los Días Oscuros, cada montaña era una mina o una cantera de dónde se extraían piedras para la construcción. El pueblo principal, aunque no es tan lujoso como el Capitolio, tiene muchos edificios altos y sobre todos, mucha variedad de tiendas. Gale se encargó de comprarme un ajuar nuevo, ropa interior, vestidos coloridos y dos camisones de seda blancos, los que siempre uso cuando dormimos juntos. Luego, comimos algo en un pequeño restaurant cerca de la plaza principal, para luego seguir caminando hasta donde está el Centro de Entrenamiento de Agentes de Paz, conocido como "La Nuez"
El Capitolio construyó "La Nuez" luego de haber perdido el Distrito 13 durante los Días Oscuros. Estaban desesperados por una nueva fortaleza bajo tierra en dónde poder situar algunos de sus recursos militares, misiles nucleares, aviones, tropas, en un lugar fuera del Capitolio. Por eso, las antiguas minas del Distrito 2 fueron casi una bendición. Desde el aire, la Nuez parecía ser tan sólo otra montaña con unas cuantas entrantes en sus caras. Pero en su interior había enormes espacios cavernosos donde pedazos de piedra habían sido cortados, arrastrados hasta la superficie, y transportados por caminos estrechos y resbaladizos para hacer edificios en la lejanía. Incluso había un sistema de trenes para facilitar el transporte de los mineros desde la Nuez hasta el mismo centro del Distrito 2.
Luego de conocer el lugar en dónde pasaría gran parte de mi tiempo por los siguientes siete años, caminamos hasta el hotel, pedimos algo de comer y subimos a nuestra habitación. Y ahí comenzó un ritual que se repetiría todas las veces que dormimos juntos. Ir al baño, lavarnos los dientes, peinarnos, ponerme el camisón que Gale había elegido y meternos en la cama. No voy a negar que, por ese entonces, no sabía que esperar de Gale. Nos conocíamos, pero no tenía idea de cuáles eran sus intenciones, si realmente me quería como esposa o si lo que había hecho lo había hecho como un favor.
- No me tengas miedo- me susurró al oído mientras acariciaba mi mejilla luego de haber apagado la luz.
Primero me besó la mejilla, luego la frente y, despacio, comenzó a bajar por mi cuello. Yo estaba inmóvil panza arriba en la cama, sin saber qué esperar. Cuando sus manos comenzaron a acariciarme por encima del la suave tela del camisón, comencé a relajarme. Mi pulso se aceleraba de a poco y mi respiración seguía su ritmo. Un cúmulo de nuevas sensaciones empezó a llenar mis pensamientos, porque nunca había fantaseado estar con un hombre, no me había interesado, a pesar de haber escuchado de todo en los pasillos de El Quemador.
Sus manos parecían estar por todos lados, hasta que se detuvieron, una sobre un pecho y otra en mi rodilla. Despacio, fue subiendo esa por mi muslo, por debajo del camisón hasta tocar la tela de mi ropa interior. Cuando de a poco, Galo comenzó a remover mi calzón de algodón, me sobresalté un poco.
- ¿Eres virgen?- me preguntó.
- Si- fue todo lo que pude decir.
- Perfecto- respondió con entusiasmo.
Ya desnuda debajo de mi camisón, posó su mano en mi entrepierna. No es que nunca me hubiera tocado ahí, lo hacía cuando me bañaba, pero parecía que Gale sabía más de lo que podría encontrar que lo que yo me imaginaba, porque el momento en que hundió sus dedos entre mis labios el sonido que salió de mi boca fue de total asombro. Pero eso no fue todo, porque los gemidos aumentaron su intensidad a medida que rozaba toda la extensión de mi entrepierna y luego se concentraba en un lugar, al que luego, en mi clase de anatomía aprendí, se llamaba clítoris. Me tocó ahí hasta que sentí que el mundo exterior desaparecía y yo explotaba en mil pedazos, convirtiéndome en una masa informe de músculos.
Sin embargo, eso no me preparó para lo que vendría después. Luego de chuparse el dedo, levantó todo mi camisón, se sacó los calzoncillos, separó mis piernas, agarró su pene con una mano y se posicionó a mi entrada. No voy a negar, que después del orgasmo, estaba lubricada, pero, para ser la primera vez, hubiera necesitado algo más,. La primera penetración fue dolorosa. No sólo por la novedad de la intrusión, sino también porque no lo hizo despacio ni de a poco. Cuando Gale se acostó sobre mí, yo estaba tensa y creo que mi cara revelaba mi incomodidad.
- ¡Perdón!- gimió antes de comenzar a moverse.
La forma en que nuestros encuentros íntimos se llevaban a cabo no había cambiado en los últimos siete años. Yo siempre estoy acostada, panza arriba y Gale es el encargado de llevar a cabo los movimientos. A diferencia de la primera vez, ya no es tan doloroso y, si Gale no está cansado y dura un poco más, disfruto bastante. Hoy, por ejemplo, dos o tres copas de licor de por medio, se mueve dentro mío un poco más relajadamente y, los cambios de ritmo y ángulo de penetración, me estimulan un poco mejor.
Aproximadamente quince minutos después, cuando Gale ya ha eyaculado dentro mío, se levanta para buscar un pañuelo mojado para limpiar mi entrepierna y la suya. Un rato más, tarde, abrazados en la cama, levanto un poco la cabeza y le pregunto:
- Gale, ¿por qué me preguntaste si he asistido a algún hombre que no haya sido un Agente de Paz en los distritos? Tú sabes que todo tipo de hombre se acerca a nuestros hospitales en busca de ayuda.
Gale levanta un poco su cabeza para mirarme a los ojos.
-Mmm. Por nada, en realidad. Sólo que cuando vi a ese tipo fuera, se me ocurrió que podría ser...
Su voz parece entrecortada y siento que me abraza con más fuerza.
- Ya sabes, alguien a quien atendiste, tal vez... Quizá se enteró de que estabas aquí y vino a ver... Algo así.
-En primer lugar, es casi imposible. Salvo los Agentes de Paz, está prohibido transportarse entre distritos. Y nunca antes atendí a nadie aquí. Pero aún si se hubiera escapado, ¿por qué no entró y preguntó por mí?
-Bueno... - dice Gale tratando de sonar indiferente - Puede que no quisiera encontrarse conmigo.
Sus palabras me sorprenden y, instintivamente, me siento en la cama y me quedo mirándolo. Las velas me permiten ver perfectamente su expresión. Tomo su barbilla y lo obligo a mirarme.
- ¿Insinúas que tuve algo con ese hombre? ¿Qué tuve un amante?
- No, no quise decir eso- me contesta, aunque su voz no me convence.
Siento como la rabia comienza a consumirme y es evidente que se me nota en la cara, porque Gale me toma del cuello con una mano y comienza a acariciarme para que me relaje.
- Katniss- me dice suavemente- Fueron siete años. Y nos vimos apenas tres veces. La última, sólo por el día. No sería extraño que... Quiero decir, todo el mundo sabe que los médicos y las enfermeras se encuentran bajo una enorme presión en las emergencias y... Bueno, yo... Es sólo que... Bueno, lo entendería, sabes, si algo... espontáneo...
Sus palabras, en vez de calmarme, me encienden aún más y salto de la cama como un resorte.
-¿Crees que te he sido infiel? ¿Lo crees? Porque si es así, puedes irte de este cuarto ahora mismo. ¡Fuera de esta casa! ¿Cómo te atreves a sugerir una cosa así?
La cara de asombro de Gale me dice que no esperaba esa reacción de mi parte. Se sienta en la cama y comienza a incorporarse, desnudo, para acercarse a mí.
- ¡No me toques! Dime, ¿de veras supones que he tenido un romance apasionado con uno de mis pacientes sólo porque has visto a un hombre extraño mirando hacia mi ventana?
A pesar de mi advertencia, Gale se pone de pie y se acerca a mí. Me toma en sus brazos. Aunque estoy tensa como una estatua, él comienza a acariciarme el cabello y los hombros como sabe que me gusta.
- La verdad, no lo creo- dice con voz grave.
De a poco, sus caricias me van calmando, pero no tengo ganas de devolverle el gesto.
-No, sé que no harías algo así. Sólo quería decir que si lo hubieras hecho... No me importaría, Katniss. Te quiero tanto. Nada que hicieras podría cambiar este amor.
Tomando mi cara con sus manos, me obliga a hacer contacto visual:
-¿Me perdonas?
Su cara está a milímetros de la mía, siento su aliento caliente con aroma a licor. Sería muy simple romper su rutina y mostrarme su devoción por mía haciéndome suya contra mi vieja cómoda. Pero como todo en la vida de una Agente de Paz, estaba programado y estructurado. Si intentara algo nuevo ahora, ¿ pensará que lo hice con mi amante?. Cambio de opinión y, despacio le devuelvo el abrazo.
- Por supuesto que te perdono- contesto suavemente.
Así abrazado, nos acercamos a la cama. Me pongo el camisón y él su calzoncillo. Mientras no acomodamos debajo de las sábanas, los relámpagos indican que la tormenta está aumentando su intensidad. El sonido de las gotas de lluvia sobre el techo es el mismo que me arrulló durante muchas de las noches de mi niñez.
Gale, se duerme inmediatamente, como lo hace siempre después de tener relaciones. Yo, en cambio, mientras escucho su respiración mezclada con el ruido de la lluvia, no puedo dejar de hacerme preguntas. Durante estos siete años, nunca se me había pasado por la cabeza serle infiel, pese a las incontables ofertas de compañeras de barracas o compañeros de hospital. Pero siete años, como había dicho Gale, era mucho tiempo.
Frases de Forastera, de Diana Gabaldon, Ediciones Salamandra, 1999, de Collins, Suzanne. "Sinsajo". Editorial Del Nuevo Extremo en itálicaen itálica
