Mi intención era escribir un oneshot conciso y directo, con mucha angustia, pero se me fue un poco de las manos y terminé escribiendo 27 páginas de Word. De todas formas espero sea del agrado de alguien.

Hice un par de alusiones a los cómics La Búsqueda y La Brecha, pero como aún no leo el último, Smoke and Shadows, lo ignoré completamente, así que no inciden esos eventos en la historia.

Avatar, el último maestro aire y sus personajes no me pertenecen, esta historia sí.

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La lista de sus errores era ciertamente muy larga. A través de los años y durante mucho tiempo pareció ir de error en error, equivocándose y nunca aprendiendo. El primero de todos había sido no distinguir la maldad de su padre desde el inicio, el más reciente estaba apenas comenzando. No podía dejar de recriminarse por lo que hacía, estaba volviendo a ensuciarse las manos y no podía detenerse porque, aunque no quisiera admitirlo, de este error no se arrepentía y volvía a cometerlo cada noche con una necesidad más imperiosa quemándole por dentro. ¿En qué momento había perdido de vista el camino correcto y se había vuelto tan débil? Intentó recordar la última vez que cometió un error tan grande, quizás ese fuera el de Yu Dao, aunque si bien sus razones eran correctas, sus acciones distaron mucho de serlo, casi había comenzado una guerra de dimensiones descomunales sólo por no poder pensar más claramente y darse cuenta que hablar era la solución para todo. Pero ahora no podía hablar con nadie al respecto, llevaba el secreto de su error como una cicatriz interior, desgarrándolo y pidiéndole más. Porque quería más. Era tan malo siendo bueno.

Tres años pasaron desde el fin de la guerra, los planes de Ciudad República tomaban formas cada vez más concretas, sus amigos tenían vidas prósperas aportando grandes cosas al nuevo mundo que estaban creando, su tío era feliz en Ba Sing Se y él aún no se acostumbraba a las tensiones de su nuevo cargo. Ser el Señor del Fuego lo llenaba tanto de gratificaciones como de frustraciones y estrés. Y había encontrado una forma de manejarlo.

Solía sentirse solo en ese gran palacio así que cada cierta cantidad de meses enviaba halcones a sus amigos para que lo visitaran y ellos aceptaban gustosos, no podían estar separados demasiado tiempo, se extrañaban mucho. Aunque había encontrado a su madre y ahora tenía una hermana pequeña, no habían querido retornar a la capital de la Nación del Fuego, el palacio deprimía a Ursa. Zuko había vuelto a hablar con Mai hace unos meses y pensaba que en poco tiempo podrían retomar su relación de buena forma, pasaban tiempo juntos y ella iba a visitarlo a menudo, eso lo hacía sentirse aún más culpable ¿Habría un límite, dejaría de sentirse mal en algún momento o después de cierto punto su cuerpo no resistiría la culpa y estallaría? Lamentablemente estaba dispuesto a averiguarlo, a llevarlo todo hasta el límite sólo porque no iba a renunciar a algo que lo hacía sentir tan vivo.

Todo comenzó con una de esas cartas que tanto le gustaba enviar, en ellas invitaba al viejo equipo avatar a reunirse en su gran y formidable palacio. Habían estado mucho tiempo separados, debieron declinar un par de ofertas de visita porque estaban todos muy ocupados en sus asuntos, lo que realmente frustró al Señor del Fuego y lo sumió en una irritación progresiva, pero en cuanto pudieron aceptaron la invitación y se fueron rumbo a la Nación del Fuego cuando el invierno de ese año estaba comenzando y prometía ser crudo. Zuko los recibió en su imponente palacio junto a Suki y Ty Lee, que aún trabajaban como sus guardaespaldas, ellos llegaron todos juntos sobre Appa, el que lamió al Señor del Fuego alegremente en cuanto lo vio y Momo se acurrucó en su hombro. Aang saltó hacia su amigo abrazándole con fuerza, Sokka y Katara lo imitaron. Mientras todos se saludaban se escucharon quejas y maldiciones provenientes del bisonte. Se voltearon y pudieron ver cómo una pálida Toph se abría paso a patadas entre los bolsos y cosas atadas a la montura. Se veía realmente afectada.

-Estúpido bisonte, maldita sea ¿Por qué teníamos que volar? ¡Podía venir perfectamente por mí misma! –Le lanzó una patada a un saco de dormir y lo arrojó lejos, luego bajó del animal y se llevó una mano a la boca, intentando no vomitar, afirmándose de Appa.

-¡Mi saco! –Gritó Sokka corriendo a buscarlo.

-¿Qué le pasa? –Preguntó Suki mirando a Toph con preocupación.

-Bueno, no se subía en Appa hace un año, creo que está mareada –Le contestó Aang con cara de duda.

-¿Estás bien? –Le preguntó Zuko acercándose a ella.

-¡Claro que sí! ¿No ves mi maldita cara de felicidad? –Le dijo Toph con una profunda expresión de molestia que hizo sonreír al Señor del Fuego –Dios, ¿Por qué hace tanto frío? –Siguió quejándose mientras se abrazaba el cuerpo e intentaba recuperarse de las náuseas.

-Toma –El Señor del Fuego se quitó la capa y la pasó sobre los hombros de la maestra tierra.

Ella no se esperaba ese gesto y su expresión molesta de borró. Se envolvió con la cálida capa y escondió el rostro detrás de su flequillo.

-Gracias –Murmuró sin muchas ganas. Esa fue la primera vez que una peligrosa idea se pasó fugazmente por su mente, una idea que luego se volvería un reto que, si llegaba a aceptar, los metería en terribles problemas.

Zuko sonrió observándola después de mucho tiempo, estaba muy cambiada, quedaba poco de la pequeña niña que había conocido, era ahora una joven más alta y bonita, pero conservaba aquellas cosas típicas de ella, como su peinado, su carácter tan especial y su fuerza. No supo por qué tuvo ganas de abrazarla y protegerla del frío, pero lo descartó rápidamente teniendo una idea más sensata.

-Entremos para tomar una taza caliente de té –propuso.

A todos les encantó la idea y lo siguieron por el palacio hasta una cómoda sala donde los sirvientes ya estaban sirviendo el té. Hablaron animadamente sobre lo que habían hecho desde la última vez que se vieron, era siempre maravilloso volver a verse, recordaban buenos tiempos y se reían juntos, como si volvieran a estar en medio del bosque rodeando una precaria fogata mientras se ocultaban de la Nación del Fuego para salvar sus vidas. A Zuko se le hacía extrañamente interesante todo lo que decía la maestra tierra, la escuchaba con atención y sonreía cuando ella lo hacía, le gustaba verla cubriéndose con su roja capa. Estaba tan contento hablando con sus amigos y mirando a Toph, que olvidó el estrés que sentía desde esa mañana por los problemas que habían surgido en la ciudad a manos de unos revoltosos que aún pensaban que Ozai había sido un mejor soberano y querían derrocarlo.

El equipo avatar decidió quedarse en la Nación del Fuego un buen tiempo, querían relajarse y estar entre amigos era la mejor forma de hacerlo. Zuko no podía estar con ellos todo el tiempo que quería, pasaba corriendo de reunión en reunión, Ciudad República la estaba dando algunos dolores de cabeza, además las revueltas de esos estúpidos rebeldes lo volvían loco, pero no podía atacarlos, no sería bueno mostrarse como su padre, él no era un tirano ni quería que su pueblo lo viera así. Cada noche llegaba exhausto a su habitación, tenso y sin saber qué hacer para deshacerse de esa molestia que lo tenía cansado. Mai iba a verlo de vez en cuando, pero ella no lograba calmarlo completamente, sólo lo abrazaba como si eso fuera a disipar el peso que cargaba, ni sus ideas de comer frutas exóticas o de pasear por los jardines alcanzaban a relajarlo o distraerlo lo suficiente. No, no era suficiente.

Una tarde el Señor del Fuego pasó por un jardín real con la idea de acortar camino hacia una reunión a la que iba con algo de retraso y se encontró con las flores aplastadas, la tierra removida y las esculturas regadas por el suelo.

-¡¿Qué demonios pasó aquí?! –Gritó enojado por el estado de su precioso jardín.

-Ah, Chispita, lo siento –Toph apareció ante él con un ligero traje verde de entrenamiento –creo que desordené algunas cosas.

-¿Desordenaste algunas cosas? ¡Arruinaste el jardín entero! –Le dijo visiblemente molesto.

-Cálmate, sólo es un poco de tierra –ella le bajó el perfil mientras limpiaba su oído con el dedo meñique.

-¡Destruiste esculturas de más de cien años!

-Aquí todo tiene más de cien años –Dijo ella intentando rodar los ojos –Además no es mi culpa si no hay buenos lugares para entrenar en este estúpido palacio.

Zuko apretó los dientes, aguantó las ganas de lanzársele encima y estrangularla con sus manos. No tenía humor para esas cosas, se sentía irritado y no necesitaba que le dieran razones para matar a alguien. Recordó la reunión a la que iba y pensó en algo rápidamente.

-En el patio trasero en una hora –Le dijo golpeándole el hombro con un dedo amenazador, no podía cobrárselo en ese momento pero lo haría más tarde, después de esa condenada reunión a la que tenía que asistir.

Toph sintió sus pasos alejarse y se llevó una mano al hombro que le había golpeado Zuko, le dolió. Frunció el ceño y se fue por otro camino pisando la tierra pesadamente.

La reunión fue un maldito fastidio, sus consejeros estaban molestos con él por haberse retrasado, luego buscaron soluciones para abordar la situación de los rebeldes, las opiniones estaban divididas y el parloteo era incesante, algunos querían acción, otros comprensión. No pudieron decidirse por qué camino tomar, se desacreditaban entre ellos y Zuko no tenía tiempo para palabras inútiles.

Se fue con la sangre a punto de hervirle, caminó por los pasillos con los puños apretados y se dirigió al patio trasero del palacio. El viento corría frío y con fuerza, pero no lo notó, estaba controlándose para impedir una combustión espontánea. Esperó y esperó, su rabia aumentaba y comenzaba a enfocar todo su malestar en Toph ¿Por qué diablos se tardaba tanto esa maldita maestra tierra? Primero llegaba a su nación quejándose, le arruinaba el jardín y ahora lo dejaba plantado ¡Él era el Señor del Fuego! No puedes plantar al Señor del Fuego, menos en su palacio, debería ser un crimen ¿y si lo convertía en un crimen? Estaba pensando en un par de leyes que le gustaría instaurar cuando escuchó pasos detrás de él, alguien se acercaba corriendo. Se volteó con el ceño fruncido, su cuerpo desprendía olas de calor involuntarias que en cualquier momento se convertirían en brillantes llamas. Toph corría por el pasillo hacia el patio, al llegar frente a él se detuvo y apoyó sus manos en las rodillas, doblándose para recuperar el aire.

-¡Este lugar es enorme! –Le dijo entre jadeos -¡El piso es de madera!

-¿Dónde estabas, destruyendo otro jardín? –Le soltó Zuko parado completamente derecho, en posición autoritaria, emanando aires de realeza por todos sus poros, hecho que no pasó inadvertido para Toph.

-¡Estaba buscando este lugar! ¿A quién se le ocurre cubrir la tierra con madera? Es estúpido, no veo nada.

-¡Estoy harto de tus reclamos! –Explotó Zuko poniéndose en guardia -¿Querías un lugar para entrenar? ¡Aquí lo tienes!

De sus puños se desprendieron lenguas de fuego para demostrar que hablaba en serio. Toph se quedó quieta decidiendo qué hacer ¿Estaría bien luchar contra Zuko en su propia mansión? Pensándolo bien hace bastante tiempo no tenía un encuentro interesante, sus alumnos, aunque prometedores, no podrían darle una pelea como la que sabía que el Señor del Fuego le daría. Dejó que las vibraciones de Zuko llegaran abiertamente hasta ella, estaba muy molesto por algo, irritado ¿Estaba así por el jardín? Sólo era un estúpido pedazo de tierra, de todas formas ya lo había arreglado antes de llegar hasta ahí para que el llorón de Zuko dejara de gritarle por sus ridículas estatuas. El viento cambió de dirección y le llevó el intenso calor que desprendía el maestro fuego. Sonrió malvadamente y se alejó de él unos pasos para ponerse en guardia.

-Bien, aquí estoy, princesita –Le dijo retadoramente.

-¡Soy el Señor del Fuego, deja de llamarme así, maldición! –Se acercó amenazadoramente hacia ella y comenzaron a luchar.

Zuko descargaba en cada llamarada todo el malestar de los últimos meses, escupía fuego como limpiándose a sí mismo de todo lo malo que llevaba dentro. Toph luchó con una sonrisa en el rostro que no pudo borrar durante toda la pelea, le encantaba frenar los ataques de Zuko y golpear sus puntos débiles. Sabía que no era una pelea seria, él no estaba cubriéndose a conciencia, sólo quería distenderse y ella lo notaba perfectamente, aún así era emocionante, el calor de las llamas la reconfortaba en medio de todo ese aire congelado. Lucharon hasta que el sol ya no era visible en el cielo, la noche cayó sobre ellos con fríos soplidos de aire, giraron haciendo acopio de sus últimas energías y se detuvieron en el momento en que sus puños estaban a escasos centímetros del rostro de su oponente. Se quedaron ahí, inmóviles mientras sus pechos subían y bajaban buscando aire desesperadamente. Zuko miró fijamente los muertos ojos de la maestra tierra y se sintió más ligero, había logrado deshacerse de la angustia, Toph le había ayudado a liberarse de ella. Miró su sonrisa torcida y se desconcertó.

-¿De qué te ríes? –Le preguntó bajando su brazo aún recuperando el aliento.

-De ti –Le dijo sin más, perdiendo su postura de ataque para estirar sus brazos sobre la cabeza –Sigues siendo muy cambiante.

-¿Qué quieres decir con eso? –Zuko estaba interesado en la respuesta pero no lo demostró, habló como si le molestara que opinara sobre él.

-Ya sabes, estabas muy enojado antes de pelear, pero ya no, siempre has sido así –Se alzó de hombros y señaló sus pies –Cuando te nos uniste antes del cometa me costó acostumbrarme a tus cambios. Iroh me dijo algo sobre luchas internas, pero yo qué sé, no entiendo esas cosas.

-¿Le preguntaste a mi tío sobre mis vibraciones? –Zuko alzó su ceja sin poder ocultar su curiosidad esta vez.

-Quizás –Toph sonrió maliciosamente, se arregló la diadema que sujetaba su peinado y comenzó a caminar directamente hacia Zuko, cuando estuvo a su alcance lo empujó decididamente hacia un lado para pasar y dirigirse al palacio.

Él observó cómo se iba mientras las dudas brotaban en su mente, sabía que su tío y Toph se llevaban especialmente bien, pero nunca pensó que hablaran sobre él ¿Y qué había de malo con sus vibraciones? Levantó un pie y lo observó como queriendo decir "¿Qué pasa contigo, pie?" luego se avergonzó de hacer algo tan ridículo y se fue a su habitación.

Los días siguientes Zuko le propuso a Toph entrenar todas las tardes, se preguntaba si ella sabía lo bien que le hacía tener una salida, un lugar al que escapar y liberar las tensiones después de un largo día de trabajo. Al principio Mai iba a verlos entrenar, pero luego decidió que era muy aburrido esperar sentada a que terminaran de atacarse, así que se iba a casa más temprano, lo que al maestro fuego le pareció bien. No pasó mucho tiempo para que el momento de luchar con Toph fuera el más esperado por Zuko, soportaba sus tareas y obligaciones con valentía sólo porque sabía que luego podría ir con ella.

Un día, mientras entrenaban, comenzó a llover con fuerza sobre la Nación del Fuego, las vibraciones de las gotas al estrellarse contra la tierra le dificultaban la vista a Toph, por lo que en un descuido Zuko logró arrojarla al suelo, con lo que terminó completamente empapada.

-¿Estás bien? –Le preguntó tendiéndole la mano para ayudarla a levantarse.

-¡Estoy congelada! –Le dijo ella aceptando su ayuda.

Zuko supo que ya no podrían seguir practicando y dio por terminada la jornada. La invitó a protegerse de la lluvia bajo uno de los pasillos techados y ella se sentó abrazando sus rodillas.

-No sé si a ti te molesta la lluvia –Le dijo Toph desde el suelo –Pero a mí me pone las cosas difíciles.

-A mí tampoco me gusta mucho –Zuko se sentó junto a ella y comenzó a calentar su cuerpo para que la humedad de su ropa se evaporara.

-No es que no me guste –Toph sintió el calor que desprendía Zuko y se acercó a él para tomar su brazo y alejar así un poco el frío. Él se sorprendió –Me confunde que tantas cosas choquen con la tierra a la vez.

El Señor del Fuego no pudo evitar recordar la última vez que ella había hecho algo similar, cuando en la isla Ember se aferró a su brazo exigiendo un viaje con él y e sonrojó igual que en aquella ocasión. Miró la lluvia intentando calmarse, Toph sostenía su brazo estrechamente contra su cuerpo y, en un movimiento que pareció involuntario, apoyó su cabeza sobre el hombro de Zuko. El pulso del maestro fuego se disparó ¿Qué hacía tan cerca de él? Pensó que no era correcto, si Mai lo viera con ella así se enfadaría mucho, aún sabiendo que ellos sólo eran buenos amigos. Pero Mai no estaba por ahí.

Toph sonrió para sí misma, sabía muy bien lo que estaba ocasionando en el Señor del Fuego y le gustaba jugar con eso. Lo sospechaba, Zuko la miraba mientras comían todos juntos en el palacio, Katara se lo había dicho y también había estado sintiendo vibraciones extrañas provenientes de él esos últimos días cuando se quedaban solos. Lo había decidido, quería averiguar si sus pensamientos eran correctos y deseaba que así fuera. Procuró borrar su sonrisa y poner cara de inocencia, entonces se giró hacia él.

-¿Qué pasa, Chispita? –Le preguntó intentando parecer despreocupada.

-¿Eh? ¿Por qué? –El Señor del Fuego no se esperaba que ella girara su rostro y quedara tan cerca de él, miró esos opacos ojos que se dirigían hacia los suyos y se sintió nervioso.

-Tu pulso cambió –Toph estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por no reírse.

Zuko se sintió acorralado, quiso escapar de ahí pero ella sostenía su brazo con fuerza, no iba a dejarlo ir.

-Debe ser el frío ¿Por qué no entramos al palacio?

La maestra tierra no pudo seguir reprimiendo su sonrisa y mostró sus dientes peligrosamente.

-No, estás nervioso –Le dijo ella -No te gusta que esté tan cerca ¿verdad?

Zuko tragó saliva. Eso era lo que debió haber pensado en cuanto ella tomó su brazo, pero no lo había hecho, no le molestaba. Algunas gotas de lluvia aún adornaban el oscuro cabello de Toph y rodaban por su pálido rostro helado ¿Por qué no le molestaba aunque lo ponía nervioso? Ella comenzó a acercarse y él sólo la observó sin moverse. Sabía lo que iba a hacer ¿La detendría? ¿Para qué? Sintió el pulgar de su amiga buscar su boca por su rostro y luego los fríos labios de Toph tocar los suyos para presionarlos. Un calor reconfortante creció en su estómago y cerró los ojos. Ella se separó luego de unos segundos, esperando la respuesta. Zuko abrió sus ojos y se encontró con los de Toph puestos fijamente sobre él, como si de verdad pudiera verlo, como si supiera algo que él no. Con su mano libre tomó el rostro de la maestra tierra y la acercó para poder besarla otra vez. Atrapó sus labios sin cerrar los ojos, la miró fijamente, pues ella tampoco los cerraba, como si fuera un desafío. Sintió cómo ella entreabrió su boca, invitándolo a profundizar ese beso de prueba que no debería estar sucediendo. Él lo hizo, su lengua encontró la de Toph y ella por fin cerró los ojos, entonces se concentró en besarla profundamente, disfrutando la frialdad de sus labios, sintiendo su respiración chocar contra su rostro, explorando el interior de su boca. Toph respondía con habilidad, aferrándose a la ropa de Zuko para acercarlo a ella. Para el Señor del Fuego no pasó desapercibida la pericia que parecía tener su amiga, se preguntó si había besado a alguien antes que a él porque parecía saber bien lo que hacía, le robaba el aire, lo besaba con pasión y él respondía con gusto y profundidad. Se separaron con sus corazones latiendo con fuerza. Toph sonrió burlonamente, le satisfacía comprobar sus suposiciones.

-¿Lo habías hecho antes? –Le preguntó el Señor del Fuego, curioso.

-Puede ser –Respondió ella poniéndose de pie sin dejar de sonreír y comenzando a caminar –Vamos adentro, aún estoy empapada.

Zuko la observó un momento antes de seguirla. No lo sabía, pero estaba cayendo en el juego de Toph y pronto no podría escapar de él.

Por supuesto lo que pasó ese tarde quedó en completo secreto entre ellos dos. A Zuko lo devoraba la curiosidad por saber a quién había besado Toph anteriormente, de alguna forma le molestaba no haber sido el primero ¿Y por qué querría serlo? No debían molestarle esas cosas, él estaba arreglando su relación con Mai, le había costado bastante llegar hasta ese punto e intentar ganarse su confianza otra vez ¿Qué había pensado al momento de besar a Toph? Si Mai llegara a saberlo lo mandaría al diablo y él no quería eso ¿Verdad? En un intento por parecer decidido y consecuente canceló sus entrenamientos con Toph, ella aceptó sin inmutarse, dejando a un gruñón Señor del Fuego, pues él esperaba alguna resistencia, o que se enojara al menos, pero nada.

Como ya no tenía con qué descargarse, su mal humor regresó y sus amigos lo notaron rápidamente, pasaba todo el día molesto y se irritaba fácilmente con cualquier comentario, sus reuniones no iban a ningún lado, los protocolos lo sacaban de quicio y para colmo le habían llegado noticias de los rebeldes, al parecer estaban reuniéndose para encontrar una forma de acabar con él. Guerreras Kyoshi y soldados de la nación custodiaban el palacio, el equipo avatar rondaba las calles de la ciudad para cuidar que todo estuviera en orden, pero nada hacía que Zuko se sintiera realmente bien. Y ciertamente pronto estaría peor.

Los rumores tomaron forma y atacaron al Señor del Fuego, lograron infiltrarse en el resguardado palacio y acorralaron a Zuko en el salón real. En primer lugar tuvo que defenderse solo, pero la ayuda llegó pronto con Suki y las demás guerreras Kyoshi, los amigos del avatar llegaron más tarde, pues se encontraban ocupados en otras cosas mientras se desarrollaba la acción. Zuko no fue realmente dañado, los rebeldes fueron reducidos y apresados, el peligro parecía haber desaparecido, pero el Señor del Fuego no recuperó la calma. El resto del día se la pasó encerrado en su habitación, se sentía inseguro, desprotegido, débil. Golpeó y arrojó sus muebles y adornos por todos lados, ahogaba sus gritos de impotencia para no ser oído, sentía vergüenza y, aunque no quisiera admitirlo, hasta ganas de llorar mientras la rabia se le atoraba en la garganta. No pudo dormir, ni siquiera podía estar quieto, miraba por la ventana el brillante resplandor de la luna y dejaba que el viento helado se colara en la habitación, como si el frío pudiera llevarse su mal humor, su irritación, sus desatinos. Durante esas horas muchas ideas se cruzaron por la mente de Zuko, pensaba que quizás renunciar era una buena idea, ya no se sentía capaz de continuar con todo eso, quizás simplemente no estaba hecho para ser un líder. Había crecido y madurado mucho pero aún se sentía como un niño jugando a ser adulto. Quiso correr, quiso escapar, evadir todas sus responsabilidades y no volver a tener el destino de su nación en sus incapaces manos. Recordó alguien que lo había hecho, alguien que se había atrevido a dejar todas esas cosas atrás sin remordimientos, quizás podía encontrar respuestas o valor ahí. Se precipitó fuera de su habitación y caminó, casi sin pensar qué hacía, por los pasillos. Encontró la habitación que buscaba, derritió el seguro y entró sin preguntar. Ahí estaba Toph, despertándose por el sonido que hizo la puerta al cerrarse.

-¿Quién mierda está ahí? –Preguntó ella intentando parecer despierta.

Zuko había llegado hasta ese lugar con la intención de preguntarle cómo había decidido huir de su casa, cómo pudo desprenderse de ese sentimiento horrible de traicionar descaradamente a alguien, pero ahora ya no quería hacerlo. La figura fuerte y delicada de Toph recortada contra la luz de la noche le recordaba lo pequeño que se sentía, la angustia que cargaba, las dudas constantes sobre su capacidad para gobernar.

-Estoy cansado –Susurró derrotado.

-¿Zuko? –Toph no entendía por qué la voz de Zuko le hablaba dentro de su habitación ¿Qué hora era, había amanecido?

El maestro fuego caminó hasta la cama y se sentó en el suelo, apoyó sus brazos sobre el colchón y escondió su rostro. Él nunca podría ser como ella, no podía irse, no podía abandonar a su nación, las cosas no eran tan simples. ¿Cómo seguiría, entonces? No tenía ganas de levantarse, no quería ir a enfrentarse a sus consejeros ni a los ciudadanos, no podría pararse en frente de esos locos que lo habían atacado, no quería buscar una condena justa, quería freírlos él mismo, pero no podía, no podía. Sintió un movimiento y alzó la vista, Toph estiraba sus manos en su dirección, buscándolo. Le pareció un gesto de una gracia muy inocente y no pudo evitar sonreír. Tomó las manos de la maestra tierra con las suyas y las guió hasta su rostro, sintiéndose encontrado en medio de toda esa oscuridad, el tacto de Toph le infundía seguridad. Ella acarició su suave piel y el rugoso contraste de la cicatriz en su ojo izquierdo. Los pensamientos que la mente de Toph cruzaban se alejaban mucho de la inocencia. Zuko no sabía por qué había llegado hasta ahí, pero ella sí, podía entenderlo, había estado esperando que esas vibraciones que sentía lo llevaran hasta ella. Pasó un dedo por los labios de Zuko, trayendo el recuerdo del beso que habían compartido ese lluvioso día. Se acercó hasta él y reemplazó su dedo por sus labios. El Señor del Fuego se dejó besar, envolviéndose por la resolución que emanaba la maestra tierra. Quizás no era necesario ser como Toph para soportar todo lo que estaba pasando. Quizás sólo tenía que tomar de ella toda su fuerza, robarle la fortaleza que solía destilar y llenarse de ella por completo. No dejó de besarla mientras se ponía de pie y la empujaba contra la cama, dejándola bajo su cuerpo. Estaba decidido, tomaría de ella todo lo que quisiera y entonces podría continuar. Zuko pensaba que las decisiones eran tomadas por él, pero si lo que estaba pasando tenía lugar era solamente porque Toph había jugado bien sus cartas, cada prenda de ropa que se desprendía tenía la orden directa de Toph para desaparecer de su camino, iba a capturar el dañado corazón del Señor del Fuego, lo haría suyo por completo, aun si él no quería. Zuko dejó que las determinadas manos de la maestra ciega lo recorrieran por completo. El cuerpo delgado de Toph le pareció anguloso y lleno de peligros, como una roca afilada contra la que podría cortarse si no tenía suficiente cuidado. En un principio ella aceptó su suavidad y se dejó acariciar lentamente por las cálidas manos de Zuko que exploraban su cuerpo sin restricciones, dejó que su lengua cansada de hablar saboreara su piel mientras ella disfrutaba la increíble sensación, pero pronto no quiso tener más cuidado, le exigió más esfuerzo, lo que fue una agradable sorpresa para él, la situación se le antojaba como un juego peligroso donde podría perder muchas cosas. Y en realidad lo hacía, su integridad se desangraba sobre su cuerpo, al entrar en ella rompía las promesas que había jurado cumplir, al ser envuelto por sus piernas renunciaba a su honor intachable, al embestirla y disfrutar inmensamente con cada roce y fricción traicionaba su moral y sus valores. Pero no le importaba, lo perdería todo por conseguir la fuerza que necesitaba, sería un traidor, un maldito bastardo insensible y superficial, un mentiroso, pero podría seguir gobernando su nación y eso era lo único que importaba. Y fue así casi cada noche desde ese día, Zuko esperaba que la oscuridad lo cubriera para ir en busca de la desvergonzaba lengua de Toph que lamía su cuerpo con impaciencia. Necesitaba que sus uñas se le clavaran en la piel por el incontenible placer que los envolvía y los quemaba. Esa era la palabra que mejor definía todo, se estaban quemando entre la vergüenza y el placer. En los fuertes brazos de esa sarcástica mujer el Señor del Fuego encontraba consuelo suficiente para todo su dolor, cada día a cada hora sólo deseaba volver con ella, hacerla suya y despojarla de todo, de su decencia y su resistencia, de la cuidada distancia que ella conservaba mientras estaban frente los demás. Estaba mal, estaba jodidamente mal, lo sabía, lo tenía tan claro que le dolía, pero no le importaba, nada importaba más que continuar, seguir vendiendo su alma para así poder gobernar con resolución, porque Toph no sólo le daba una salida feroz y definitiva a toda su rabia contenida, también le enseñaba a ser más duro y más confiado, le aconsejaba con su inmenso orgullo y suficiencia, Zuko se dio cuenta de lo similar que era a él y puso en práctica todo lo que aprendía y robaba de ella, comenzó a creerse capaz de llevar una nación entera sobre sus hombros, a confiar en sus decisiones y guardar todas sus frustraciones para luego liberarlas con ella.

No dejó de lado a Mai, seguía visitándolo y él aceptaba su compañía, porque en el fondo él no quería a Toph y ella no lo quería a él, no más que como una pertenencia, como un trofeo que volvía ganarse cada noche. Él lo sabía porque cada vez que abría la puerta y se colaba en su habitación, ella sonreía sádicamente como diciendo "sabía que hoy también vendrías", ella tenía muy claro que no podía dejar de ir. Además lo que hacían estaba mal, era un error, una medida desesperada para contenerse a sí mismo, nada más. En ocasiones se preguntaba cómo Toph le permitía continuar con eso, él la conocía hace tiempo y nunca habría imaginado que fuera capaz de algo tan deshonesto y erróneo, lo estaba acompañando hasta el infierno y para ella no tenía ningún beneficio, él al menos fingía que era amado con locura, se mentía a sí mismo diciéndose que Toph lo comprendía como nadie y se fundía en sus brazos creyéndose seguro, protegido, entregándole toda su debilidad, sus miedos e inseguridades para renovar sus fuerzas, cargarse de energías y volver a la carga el día siguiente, desquitado, listo, decidido, aún si la vergüenza se lo comía y la culpa lo aplastaba contra el suelo cada vez que veía el rostro de Mai, cada vez que Aang le decía que hacía un buen trabajo, cada vez que un consejero le preguntaba si estaba seguro de los caminos que tomaba. A pesar de todo era ella quien se quedaba con la peor parte, durante la noche tenía toda su atención, ella era lo único que él conocía, pero al llegar el día era ignorada, la dejaba sola en esa amplia cama y se iba a cumplir con sus obligaciones. No sabía qué hacía Toph después, si desayunaba o no, en qué ocupaba su día. A veces se la encontraba por los pasillos y apenas lo saludaba con una inclinación de cabeza. Era su culpa, él le había pedido que nadie sospechara absolutamente nada, que sólo ellos supieran lo bajo que habían caído y ella lo cumplía quizás demasiado bien. ¿A qué la estaba condenando? La arrastraba con él y no podía detenerse. Sin embargo, en ocasiones le parecía que ella disfrutaba todo eso, el descaro y la mentira con que actuaban aparentemente no hacían más que deleitarla. Y aunque no quisiera admitirlo a Zuko le gustaba pensar eso, que cada mordida que Toph le daba era provocada por el morbo de lo incorrecto, lo que sabían que estaba mal, lo sacrílego. Los gemidos de la maestra tierra le erizaban la piel, y por eso sabía que no podría detenerse, porque esos sonidos que se desprendían de su garganta eran por él y nadie más, porque ese cuerpo que se aferraba con fuerza a él era suyo, completamente suyo. Le encantaba la forma en que el largo y oscuro cabello de Toph profanaba la pulcritud de las sábanas doradas, la desesperada manera de abrazarlo, cómo curvaba su espalda y el leve temblor de sus labios, la fuerza de sus manos y sus bruscos movimientos, porque si algo sabía de Toph era que tenía muy claro lo que quería y nunca se había detenido al momento de exigirlo. De alguna manera, y sin saber cómo, cada noche se libraba una lucha que ella siempre ganaba, pero la victoria la dejaba vacía. Ese era el precio.

Las semanas pasaron lentas, el crudo invierno se encontraba en su apogeo y ante los ojos de sus consejeros el Señor del Fuego parecía tomar por fin en serio su importante papel. El equipo Avatar pensó que era hora de partir, habían estado ya dos meses visitando a su amigo y sus obligaciones los llamaban. Para Zuko no fue una noticia grata, pero no le quedó más que aceptar. Cuando le preguntaron a Toph si quería que la llevaran a su academia se enteraron que estaba en remodelación, había hecho un trato con Satoru, el ingeniero que habían conocido en la refinería, para poder ampliar su academia, que ahora tenía más demanda de la que podía soportar, a cambio de enviar de vez en cuando a algunos de sus alumnos para ayudar en la refinería que manejaba junto al padre de Toph. El relato les hizo sentido a todos, no lo habían pensado pero de otra manera ella jamás habría podido estar tanto tiempo lejos de sus discípulos. Se despidieron con un gran abrazo y Sokka, Aang y Katara se subieron en el bisonte volador y dejaron la Nación del Fuego por otro largo período de tiempo. Una vez solos, Zuko le agradeció a Toph.

-¿Gracias por qué? –Preguntó ella cruzando los brazos sobre su pecho.

-Por quedarte.

Toph alzó las cejas, sabía que Zuko pensaría que había mentido por él, que creyera eso no era conveniente.

-Tengo que hacerlo, no puedo volver hasta que terminen con la academia.

-¿Entonces es verdad? –Zuko se sorprendió, pensaba que ella había inventado todo eso para quedarse con él, pero ahora que lo pensaba ¿Por qué querría quedarse? Sólo la estaba utilizando y ella lo sabía, no importaba lo interesante y gratificantes que resultaran sus noches juntos, ella no se quedaría por eso, no se quedaría por él.

-Sí, lo siento, pero me quedaré un poco más. No te molesta ¿Verdad, Chispita? –Dejó escapar una enigmática sonrisa y desapareció de ahí.

Zuko no sabía qué pensar ¿Estaba jugando con él? ¿Había mentido o no? Pensar que se quedaba porque no podía volver no le agradaba, una parte de él, muy egoísta, se había atrevido a creer que después de todo lo que habían pasado ella lo quería, y quizás él había hecho lo mismo, pero ¿Era eso cierto u otra de sus mentiras para sentirse menos culpable? Mai lo sacó de sus pensamientos con un tierno llamado y él entró al palacio de su mano, intentando calmarse y tragarse todas sus dudas.

Al no estar sus amigos para distraerlo, el remordimiento atacó a Zuko con insistencia, Mai se le acercaba más, se mostraba incluso cariñosa, era bastante obvio que ya confiaba en él otra vez y quería volver a ser su novia. Zuko se preguntaba si podría engañarla hasta ese punto ¿Sería capaz de volver con Mai mientras en las noches corría a los brazos de Toph? Posiblemente la mejor opción sería terminar de una vez con esa insana relación, decirle a la maestra tierra que habían llegado demasiado lejos, que él quería enmendarse y retomar el camino honesto y correcto que siempre debió seguir. Pero no podía. Se imaginaba diciéndoselo mientras ella ponía su expresión de "haz lo que quieras, no me importa" y no lo soportaba ¿Sería como lo imaginaba o le diría que ella en realidad lo quería y no podía terminar con eso? No, era ridículo, pensarlo era tonto, Toph no era así y había estado disfrutando con la situación sólo porque tenía unos gustos muy retorcidos, él no tenía nada que ver.

Esa noche dudó por primera vez frente a la habitación de Toph. No se atrevía a entrar y tampoco a irse. Se quedó ahí un largo rato, mirando fijamente la puerta hasta que ésta se abrió por sí sola. Alzó la mirada y se encontró con Toph enfundada en una sencilla y larga túnica blanca, lo que acostumbraba usar para dormir.

-No tienes que entrar si no quieres –Le dijo ella sin molestarse en orientar su rostro hacia él.

Zuko la observó pensando qué hacer. Quizás debía decirle en ese mismo instante que ya nunca volvería, que prefería ser honesto con Mai, que la elegía a ella. ¿Elegir? Él no tenía que elegir, Toph no era una opción, ellos no podían estar juntos, así de simple ¿Verdad? Pero ese largo cabello negro como la noche que caía sobre sus hombros, esa marcada clavícula, sus opacos ojos, todo lo invitaba a continuar equivocándose y a conducir sus pasos hacia la ya no tan pequeña figura de la maestra que había acumulado el poder suficiente para destruirlo completamente si lo quisiera. Quizás lo quería.

Toph estiró un brazo hasta Zuko y apoyó su mano sobre su corazón, ese corazón que se había jurado robar aún si lo destruía en el proceso. Lo sintió latir con fuerza contra su pecho. Zuko pensó que con un simple movimiento ella podría arrancárselo, sin embargo, no se movió, le daba igual, podía hacerlo, podía comérselo si quería, de cualquier forma ya había perdido muchas cosas entre las manos de esa mujer. La mano de Toph subió hasta encontrarse con el rostro del Señor del Fuego, al acercarse a él sintió su cálida respiración y sonrió. Sentía sus dudas, en realidad él no quería estar ahí.

-Buenas noches, Chispita –Dio un paso hacia atrás y luego giró sobre sí misma para entrar en la habitación.

Zuko se quedó perplejo ante las acciones de Toph ¿Iba a dejar que se fuera? ¿Había sentido algo en sus vibraciones y por eso lo dejaba en paz? ¿O quería castigarlo por pensar en decirle que todo eso se acababa? Era imposible que lo supiera, entonces… ¿Lo hacía por él? ¿Podía sentir sus dudas? Se apresuró a detener la puerta que quería cerrarse, entró en la habitación y los encerró dentro. Abrazó a Toph sin saber por qué y ella contra todo pronóstico lo abrazó también. Estaba confundido ¿Si volvía con Mai no podría volver nunca a la habitación de Toph? ¿Por qué no le gustaba pensar en eso? ¿Se había acostumbrado a ella? Sin darse cuenta ese lugar se había convertido en un refugio para él, ahí podía ser todo lo débil y defectuoso que era, no tenía que ser correcto ni noble, no debía ser un ejemplo para los ciudadanos ni tenía que preocuparse por los demás. Dentro de esas paredes él era libre. Se sentía libre con Toph. Pero el Señor del Fuego no podía ser una persona libre, estaba anclado a su cargo y nunca renunciaría a él. Toph le acarició la espalda, conteniéndolo como si fuera un niño perdido. Después de todo había hecho un buen trabajo, Zuko la había seguido. A Toph no se le escapaban las vibraciones de nadie y las de Mai le habían advertido sobre lo que vendría, suponía que Zuko pronto tendría que decidir. Lo que sucedía en ese momento no significaba que él no llegaría un día a decirle que ya no la necesitaba, pero era un buen comienzo. Zuko se separó un poco de ella y buscó sus labios para besarla. No había forma en que pudiera acabar con eso, la necesitaba más de lo que quería admitir. De nuevo se rindió ante ella y se dejó guiar hasta la satisfacción por esa peligrosa maestra.

-A ella le gustas –Toph no pudo evitar decírselo mientras soplaba un mechón de su largo cabello, estaba tendida en la cama boca abajo al lado del Señor del Fuego, aún faltaba mucho para que amaneciera.

-Ya lo sé –Respondió él sin ganas de hablar sobre eso, si había alguien en el mundo que no podía recriminarle nada, esa persona era Toph.

-¿Van a volver? –Preguntó como si estuviera hablando de cualquier cosa.

Zuko la miró. No parecía estar celosa, ni siquiera interesada ¿Por qué era así? ¿Por qué podía hablar de eso sin molestarse, sin sentirse mal?

-¿Te preocupa que no vuelva a venir? –Quería dar vuelta las cosas, ser él quien hiciera las preguntas y manejara el asunto, que ella estuviera nerviosa por sus palabras y no al revés. Zuko le había mostrado y contado lo peor de él, pero ella nunca lo hacía, casi no hablaba de sí misma, no le contaba ni confiaba nada. Quería verla mal y triste, destruirla para luego ayudarla a armarse de nuevo, doblegar toda su fuerza y quebrar su voluntad impenetrable. Quería ver lo más profundo de esa terrible mujer que lo llevaba a cometer terribles errores, pero no sabía cómo.

Ella giró su rostro lentamente hacia él y apoyó una mano en su mejilla para sostener su cabeza. Él era muy tonto, aún no lo notaba, no se daba cuenta de sus propias intenciones. Iroh tenía razón, las luchas internas de Zuko eran constantes y ni si quiera se daba por enterado ¿Cómo podía hacer para que él sintiera sus propias vibraciones y lo tuviera todo más claro? Suspiró, ella no podía meterse en sus decisiones, si estaba empeñado en salir con Mai ¿quién era ella para detenerlo? Aún si sólo se estaba engañando a sí mismo.

-Como si pudieras no venir.

-No podría hacerlo si estoy con Mai, eso sería… incorrecto –Zuko se tumbó para quedar más cerca de Toph y se cubrió con las suaves mantas girando hacia ella.

-Tú no vienes aquí porque sea lo correcto. Es simplemente lo que te funciona.

-¿Te funciona a ti? Quiero decir, no obtienes nada de esto –Zuko miró a Toph con pesar, quizás era el momento de acabar con todo.

-¿Y? A mí no me molesta –Ella hablaba desenfadada, casi con expresión aburrida, como si no entendiera lo mal que se sentía Zuko –Deberías dejar de llorar y hacer lo que quieres hacer, nada más.

-Hay cosas que no se pueden hacer –Sentenció Zuko, el príncipe criado para gobernar una nación entera con honor y rectitud.

-¿Qué no puedes hacer, Señor de la nación del Fuego? –Toph sonrió desafiante.

Antes habría respondido rápidamente "No puedo engañar a Mai", pero últimamente había hecho cosas que pensaba nunca haría. Había logrado por fin someter a esos malditos consejeros que en un principio se creían mejor que él por ser mayores, consiguió desbaratar a los rebeldes que querían asesinarlo, estaba construyendo una ciudad en la que había impreso los ideales de un nuevo mundo, gobernaba su nación con sabiduría y templanza, por fin obtenía el respeto que merecía y todo por los consejos de esa desvergonzada maestra que ahora le sonreía esperando una respuesta. ¿Había algo que no pudiera hacer? Era joven y fuerte, lo rodeaban personas que lo querían y junto a las que había luchado por el equilibrio. Le había ganado a su padre, derrotó a su hermana, encontró a su madre y ahora restauraba el honor de su pueblo, aun si había sacrificado el suyo.

-Nada –Dijo por fin –No hay nada que no pueda hacer.

Pasaron los días y Mai por fin sacó el tema, iba a darle otra oportunidad, quería que fueran novios otra vez. Zuko aceptó, alguna parte de él la veía como su salvación, la única capaz de salvarlo de su terrible condena, ella podría alejarlo de Toph, tenía que alejarse de ella porque no podía continuar dependiendo así de una persona, ella era todo lo que quería al terminar la jornada, dormir abrazando su suave cuerpo luego de fundirse irremediablemente con ella, que marcara su piel con sus uñas y dientes, que lo destrozara por completo si era necesario. No podía seguir deseando las noches sólo porque podía escabullirse hasta sus brazos, no podía seguir confiando ciegamente en sus palabras y en sus consejos, aunque fueran efectivos, debía desprenderse de esa necesidad abrumadora que lo quemaba por dentro como lumbre.

Y así intentó hacerlo. Se hizo novio de Mai una vez más, la noche en que eso sucedió no fue a visitar a Toph y no pudo dormir pensando en qué estaría haciendo ¿Se habría dormido o aún lo esperaba? ¿Estaría enfadada o lo tomaría como un descanso? ¿Volvería a hablarle por la mañana o se molestaría al punto de irse del palacio? Él no quería que se fuera, pero debía ser fuerte, ahora estaba con Mai y no podía escabullirse en la cama de otra mujer. No era correcto. No podía.

¿Qué no puedes hacer, Señor de la Nación del Fuego?

Sacudió la cabeza y escondió su rostro bajo la almohada. No dejaría que lo torturara aún sin estar frente a él.

Al día siguiente le hizo falta información para terminar de redactar un documento y se fue hasta la biblioteca real a buscar el pergamino que tenía lo que necesitaba. Lo que se encontró ahí lo sorprendió, Mai y Toph charlaban animadamente sentadas frente a una mesa, parecía que Mai escribía algo en un pergamino.

-Oh, hola Zuko –Le dijo su novia al verlo entrar, se acercó hasta él y lo besó. Él no hizo nada, miró a Toph de reojo, parecía inmutable.

-¿Qué hacen aquí? –Preguntó cuando Mai lo soltó.

-Escribimos una carta –Le contó su novia- Bueno, yo la escribo, Toph me dice qué escribir.

-¿Una carta para quién? –Quiso saber el Señor del Fuego, se acercó a la mesa para poder ver, pero Toph fue más rápida y dobló el pergamino para sacarlo de su vista.

-Para un amigo de Toph –Mai sonrió levemente mientras desviaba su mirada hasta ella –Parece que se llevan muy bien.

-¿Por qué no le cuentas qué desayuné también? –Le espetó Toph sonrojada apretando el pergamino contra su pecho –Soplona.

-Creí que Zuko ya lo sabía, son amigos ¿no? –Mai volvió a su expresión neutra sin rastros de arrepentirse por hablar de más.

-No, no tenía idea –Dijo el maestro fuego frunciendo el ceño.

-Y no tienes por qué tenerla. Ve a encargarte de tus aburridas cosas reales y déjanos en paz.

-¡Bien! –Caminó rápidamente hasta las repisas abarrotadas de libros y pergaminos, tomó lo que necesitaba y se fue sin dirigirles ni una mirada.

Ellas volvieron a la tarea de escribir.

-¿Por qué no se lo dices? –Preguntó Mai entintando la pluma con una mirada fría.

-Porque no le importa –Sentenció ella frunciendo el ceño.

-Como sea –A Mai no le interesaba qué hacía o no Toph, no se llevaban mal y podría decirse que eran amigas, pero eso no quería decir que estuviera pendiente de todos sus pasos –Terminemos con esto.

Fueron un total de cinco noches que Zuko resistió los terribles deseos de correr con Toph. Se le hacía difícil verla por los pasillos ignorándolo y retirándose del salón cada vez que Mai se le acercaba para besarlo. Sabía que estaba escondiendo algo, intentó preguntarle a Mai qué estaba tramando, pero ella no le dijo nada y tampoco insistió demasiado para no levantar sospechas. ¿A quién le enviaba cartas? La vió dirigirse a la torre de los halcones varias veces desde su llegada al palacio, pero él pensaba que eran para su padre, Aang le había contado que había hablado con él y las cosas se arreglaban entre ellos, aunque no mencionó a su madre y no había querido preguntarle nada directamente. ¿Sería para sus alumnos? Si fuera así no se habría sonrojado ¿Por qué le había ocultado el pergamino? La curiosidad lo mataba ¿Sería acaso que Toph tenía un novio del que no sabía nada? ¿Cómo pudo escondérselo todo este tiempo y cómo pudo hacer esas cosas con él si ya tenía un novio? ¿Era por eso que le decía que sólo hiciera lo que quisiera, porque era precisamente lo que ella estaba haciendo? ¿Sería esa la persona a la que había besado antes que a él? ¿Habían hecho algo más juntos? Quería respuestas y las tendría, había aprendido eso de Toph, exigir lo que se quiere hasta obtenerlo.

La sexta noche desde el reinicio de su relación con Mai, Zuko esperó la seguridad de la noche y caminó decidido por los pasillos del palacio real. No tocó la puerta, no fue necesario pues estaba entreabierta. Él maldijo a la maestra tierra ¿Sabía de antemano que vendría esa noche? ¿Cómo podría saberlo? Entró en el cuarto y cerró la puerta tras él. Estaba todo escuro y no veía nada, encendió las velas con fuego control para poder buscarla con facilidad. Ahí estaba ella, de pie junto a la ventana cruzando los brazos sobre su pecho. Sonreía con una satisfacción abrumadora. Volvía a ganar.

-¿Qué quiere el Señor del Fuego aquí? –Preguntó fingiendo inocencia.

Zuko no iba a ser tan tonto como para preguntarle a quién demonios le enviaba todas esas malditas cartas, no. Se acercó hasta ella y tomó su rostro entre sus manos, pudo ver cómo enrojecía levemente ¿Qué la pasaba? Nunca la había visto de esa manera, parecía nerviosa ¿Estaba así por él? Saboreó esa pequeña victoria sobre los suaves y fríos labios de la maestra ciega, la increíble sensación de ser correspondido lo embargó por completo, volver a besarla le hacía sentir como si alguien le lanzara un rayo. Al alejarse unos centímetros de ella la vio diferente, con sus mejillas rosadas y en los labios una mueca de indecisión. Estaba dudando ¿Sería por la culpa? De pronto se sintió terrible, había pensado que ella lo recibiría sin ninguna resistencia, pero era amiga de Mai, seguramente no quería hacerle daño, no más del que ya le habían hecho. Se vió a sí mismo más vil y deshonesto que nunca. Afuera del palacio comenzaba a llover.

-Lo siento, Toph –Se alejó de ella y se sentó en la cama, escondiendo su rostro entre sus manos –No debí venir, nunca debí venir.

¿Qué estaba haciendo? ¿Estaba dispuesto a engañar a Mai y a seguir corrompiendo a Toph? Estaba mal, todo estaba mal.

Ella se sentó a su lado. Lo había estado esperando, hace días lo esperaba y por fin había vuelto, no iba a dejar que los remordimientos le arrebataran a su Señor del Fuego, suyo y de nadie más. De nadie. Sin embargo, ella era Toph y la debilidad era algo que detestaba.

-Si vas a empezar a llorar puedes irte –Espetó con el ceño levemente fruncido. Odiaba los sentimentalismos.

-¿Qué? –A Zuko lo descolocó la actitud de la maestra tierra.

-No viniste aquí a decir esas cosas y yo no las voy a escuchar ¿Te arrepientes? Pues vete –Cruzó sus brazos y cerró sus ojos zanjando el tema.

Zuko la miró sin saber qué decir ¿La había interpretado mal? La luz de las velas brillaba con fuerza sobre las cosas de la habitación, despidiendo resplandores naranjas.

-Entonces… ¿No te sientes culpable?

-¿Por qué debería? –Le dijo sin ninguna vergüenza.

-Pues… estabas roja y nerviosa hace un momento, pensé que quizás... te vi hablando con Mai el otro día…

Ella abrió los ojos, lo había notado, maldición. Lo golpeó en un hombro con fuerza y él se quejó.

-Eres estúpido, no era por eso.

-¿Entonces por qué?

Toph dudó ¿Sería capaz de decirlo? Estaba en juego que Zuko volviera a visitarla por las noches ¿Seguiría con eso aún sabiendo que traicionaría a Mai?

-Porque… te extrañé… un poco –Dijo perdiendo la convicción a ratos.

Zuko sintió entonces que un fuego diferente lo consumía y le encendía las mejillas. Es decir, mírenla con su rostro sonrojado, su expresión complicada, su túnica blanca. Se abalanzó sobre ella y la arrojó hacia atrás besándola con insistencia. Esas palabras bastaron para hacerlo feliz, por un segundo y sin saber bien por qué, lo que Toph había dicho lo hizo completamente feliz. Luego de besarla todo lo que quiso y dejarse envolver por los brazos de la maestra, volvió a la realidad, dejó un pequeño espacio entre ellos y la miró fijamente.

-No puedo dejarla, Toph –Le dijo él con pesar tan cerca de ella que rozaba sus labios cuando hablaba.

-Lo sé.

-Y no puedo dejarte.

Ella sonrió.

-También lo sé.

-Eso no está bien –Zuko se sentó y ayudó a Toph para que lo imitara. La abrazó con fuerza y escondió su rostro en el hueco entre su hombro y su cuello.

-No importa –Toph acarició la espalda del confundido maestro fuego y lo estrechó aún más llenando sus pulmones con el olor de su cabello –No importa si no está bien. No lo sabrá, Chispita, no tiene por qué saber.

Él se alejó para mirarla ¿Se dejaría convencer por esas embusteras palabras? ¿Sería capaz? Sólo tenía algo claro y era que Toph estaba cerca, por fin volvía a tenerla cerca y nada iba a detenerlo.

-Somos horribles –Susurró cerca de su oído mientras comenzaba a besar su cuello y a deslizar lentamente sus manos por debajo de la túnica de Toph.

Ella dejó escapar una carcajada, tenía razón, eran horribles, pero eso daba igual, era el precio por esos momentos maravillosos y excitantes. Era el precio de Zuko y ella lo pagaría sin dudar.

Después de deshacerse de la molesta ropa y de haberse recorrido sin vergüenza por completo, Toph abrió sus piernas sin dudar y sonrió desafiándolo a continuar "¿Qué esperas?" le preguntó. Él le devolvió la sonrisa y la dejó soportar su peso mientras entraba en ella con decisión, apoyando un brazo a cada lado de Toph. No había nada mejor en el mundo para Toph que tener a Zuko en su interior, llenándola de un placer indescriptible que nunca antes pensó en conocer. Estaba segura que la piel de Zuko ardía mientras la tocaba por todas partes, tanto que podrían quemarse en cualquier momento y eso le encantaba. Cada roce y embestida era gloriosa, sus uñas se clavaban siempre en el cuerpo del maestro fuego y él nunca se quejó, nunca le había negado nada de lo que le pedía. Al principio lo hacía para desafiarlo, para probar sus límites y saber hasta dónde estaba dispuesto a soportar, pero en lugar de soportarlo él lo disfrutaba, podía sentir la excitación de su cuerpo, los latidos apresurados de su corazón, y eso la fascinaba. Era perfecto, el Señor del Fuego era simplemente perfecto para ella.

-Eres mío, Zuko –Le dijo Toph entre suspiros contenidos hundiendo sus uñas en la cálida piel de los brazos del maestro fuego, pues se sujetaba de ellos para soportar mejor sus embestidas.

El corazón del agitado Señor del Fuego estaba de acuerdo, una nueva oleada de excitación lo embargó y volvió sus movimientos más violentos.

-Sí –Logró decir pegando sus labios en el oído de Toph mientras intentaba formar palabras que no se convirtieran en gruñidos, hablando a través del cabello que se pegaba a su rostro con el sudor –Lo soy.

Esa noche Zuko fue todo lo infiel que se puede llegar a ser, engañó a su novia sin remordimientos ni culpas, no pensó en ella ni un solo segundo. Ya no era un buen hombre, ni una persona confiable, le dio su honor a esa fuerte y temible mujer a la que la tierra obedecía, lo sacrificó por ella, para tenerla entre sus brazos, y ya no importaba si no estaba bien. Posiblemente era un error, pero era el mejor error que había cometido en su vida.

Despertó al amanecer y se puso en marcha, salió de la cama suavemente para no despertar a Toph, se vistió con sus pantalones y se dispuso a registrar la habitación completa, rápida y sigilosamente, para que ella no lo oyera con su entrenada y aguda audición. ¿Dónde escondería una maestra tierra ciega y amenazadora su correspondencia? Revisó por todos lados y no había nada, iba a darse por vencido cuando encontró en el fondo del armario una caja rectangular forrada en verde terciopelo, la abrió y dentro descansaban varios pergaminos. "Te tengo", pensó Zuko mientras abría uno, comenzaba con Querida hija… y la firma decía Tu padre. Eso estaba bien, respiró tranquilo, las cartas después de todo sí eran para el padre de Toph, entonces no había de qué preocuparse. Abrió otra y leyó el saludo inicial Querida Toph… eso era algo diferente, pasó hasta el final donde se despedía Con cariño, Satoru. ¿Quién mierda es Satoru? Leyó desde más atrás Escríbeme más seguido, has estado mucho tiempo lejos y te extraño. Con cariño, Satoru… ¿Quién pensaba que era ese sujeto? No pudo evitarlo y revisó todos los pergaminos, encolerizado. Habían más de su padre, que le hablaba de su refinería, algunos de sus alumnos y los demás eran todos de ese Satoru, le escribía con mucha confianza, le decía cuánto la extrañaba ¿Es que no conocía a Toph? A ella no le gustaba que la trataran tan familiarmente, seguro era un tonto que ya la tenía harta ¿Verdad? En algunos pergaminos mencionaba el estado de la remodelación de la Academia Beifong de Metal Control ¿Qué tenía que ver él con todo eso? Quería prenderle fuego a todas esas condenadas cartas cuando oyó que Toph se movía en la cama. Se volteó con los ojos bien abiertos y la vió buscándolo entre las sábanas con una mano. Al no encontrarlo suspiró y se sentó. Zuko entristeció ¿Eso era lo que hacía siempre que despertaba y él ya no estaba junto a ella? Toph se restregó los ojos con una mano y buscó su túnica, pero no dio con ella. Zuko la buscó con la mirada y la encontró tirada en el suelo, se levantó y la recogió procurando no hacer ruido y se la arrojó sobre la cabeza.

-¿¡Qué...!? –Exclamó Toph.

-Buenos días –La saludó el Señor del Fuego observando cómo cambiaba su expresión radicalmente.

-¿Zuko? –Preguntó sin creérselo -¿Qué haces aquí?

-Creí que tendrías frío y qué mejor que un maestro fuego para calentarse –Le dijo sonriendo de lado, intentando darle un poco de ánimo.

Se sentó a su lado y ella sonrió, era la primera vez que se quedaba. Zuko la observó mientras se amarraba la tela al cuerpo, se veía muy bonita por la mañana.

-¿Por qué no te fuiste?

-¿Quieres que me vaya?

-No –Toph se sonrojó levemente, ella no se conmovía fácil, pero que se quedara toda la noche y que estuviera ahí al despertar era algo que no se imaginó que pasaría. Después de todo ella no era a quién había elegido.

Zuko los cubrió con las sábanas y la abrazó para darle calor. Le resultaba difícil pensar que todo este tiempo la había dejado sola, pero ¿Qué más podía hacer? Ella sabía muy bien por qué iba a verla cada noche, no se habían prometido nunca nada, tomaban lo que querían y ya, eran muy egoístas.

Toph sólo sintió el agradable calor en silencio, apoyó su mejilla en el pecho de Zuko y se dejó envolver por sus brazos. El frío parecía un recuerdo lejano y perdido en el tiempo, el fuego de Zuko era delicioso y quería que estuviera presente siempre, que ardiera con vigor y fuera imparable. No quería estar sin él nunca más.

Luego de eso se volvieron más desvergonzados que nunca, si se llegaban a encontrar por los pasillos, se acorralaban contra las paredes y se besaban como si se les fuese a acabar la vida al terminar. Se volvió un milagro que la cama de Toph aún se mantuviera en pie y procuraban esconder las marcas que dejaban en el cuerpo del otro en los arranques de pasión que no podían contener. Paseaban por los jardines haciendo bromas y riendo, con frecuencia Zuko debía seguirla por los pasillos pues le encantaba entrar con los pies llenos de barro; desayunaban juntos, hablaban de sus sueños alimentando a los pato-tortugas, recordaban el pasado, imaginaban el futuro y, cuando Zuko tenía tiempo, se iban a la biblioteca y él le leía sus historias favoritas mientras ella descansaba su cabeza en el regazo del Señor del Fuego. Zuko se llenó de tanta alegría y paz que decidió olvidar los pergaminos y a ese maldito Satoru, ahora Toph era toda suya, lo demás no importaba. Mai estuvo a punto de descubrirlos un par de veces, pero los extraordinarios sentidos de Toph les permitían detenerse a tiempo de evitar una catástrofe. De a poco la actitud de Mai con el maestro fuego comenzó a molestar a Toph, no soportaba que se le acercara tanto y lo besara frente a ella, estuvo a punto de gritarle "quítale tus asquerosas manos de encima" varias veces, pero debía controlarse, como se le escapara algo así estaban fritos, se imaginaba que en cuanto Mai lo supiera correría a contárselo a sus amigos, al viejo Iroh, a toda la nación y no quería soportar todas esas vibraciones pendientes de ella, no quería ni imaginar lo que le diría Katara si lo sabía, sin contar los cuchillos que Mai le arrojaría. Se calló aunque sus ganas de sepultar a Mai bajo tierra iban en aumento. Sin embargo, hubo algo un día que la dejó sin palabras y la desarmó por completo. La noche estaba llegando y ella volvía del baño, después de entrenar toda la tarde en el patio trasero del palacio había decidido tomar una ducha. Caminó por los pasillos con la intención de llegar pronto a su habitación hasta que sintió algo extraño. Vibraciones inusuales. Las siguió subiendo las escaleras y a través de los interminables pasillos. Llegó a la habitación principal, la del Señor del Fuego. A Toph se le cayó el alma a los pies en cuanto se paró frente a la puerta, no era necesario abrirla para entender lo que ahí pasaba, Zuko no estaba solo, su novia lo acompañaba y no estaban hablando precisamente. Las piernas de Toph flaquearon y tardaron en responderle, pero no estaba dispuesta a quedarse otro segundo ahí oyendo y sintiendo esa asquerosa escena, se obligó a sí misma a salir corriendo para buscar alguna superficie alta que le permitiera dejar de ser consciente de lo que estaba pasando. Llegó a toda velocidad a su habitación y se lanzó sobre la cama, despegando por fin los pies del suelo. Respiró agitadamente mientras la garganta se le anudaba. Ese maldito hijo de perra ¿Cómo podía hacerle eso? Golpeó la pared con todas sus fuerzas y el sonido retumbó por todo el lugar. Ella misma se había puesto en esa horrible situación creyendo tontamente que Zuko se daría cuenta que en sus vibraciones no había cariño para Mai, Toph lo sabía, se había cerciorado bien antes de comenzar con toda esa locura, pero eso no parecía detener al Señor del Fuego. Quiso ir hasta los jardines para destruirlos todos por completo, pero eso significaba poner los pies en el piso y no era algo que pudiera hacer. ¿Cómo había sido tan tonta? ¿Cómo pudo permitirse sentir algo por Zuko? Comenzó como un juego, un capricho, un desafío para entretenerse mientras la academia estaba lista ¿En qué momento se la había ido de las manos? ¿En qué momento llegó a pensar que Zuko la quería? Él se lo había dicho, no podía dejar a Mai, nunca le mintió y por eso lo odiaba más. Se había acabado, era el fin, por primera vez desde que llegó a la Nación del Fuego, y quizás por primera vez en su vida, Toph sintió la derrota envolviéndola completamente. El sabor de la miseria invadió su boca y sus puños se cerraron con furia. Si el Señor del Fuego quería fuerza que la obtuviera de otro lado, no volvería a tomar nada de ella, ni la más mínima cosa, ni si quiera si volvía arrodillándose, ni si su querida nación se desmoronaba frente a sus ojos. Se envolvió con las sábanas y cerró los ojos intentando no pensar en el inmenso frío que sentía.

Esa noche Zuko no llegó a tocar la puerta de Toph.

Apenas despertó, y sin perder tiempo, la maestra tierra se arrojó a la búsqueda de una sirvienta dispuesta a ayudarle a escribir un carta dirigida a El Oscuro, uno de sus primeros estudiantes que se había quedado en la academia para supervisar el progreso de la ampliación. En el pergamino le preguntaba si ya podía volver, no le importa el estado de la construcción. Envió el pergamino con un halcón confiable y se quedó en la torre hasta que ya no pudo oír el constante batir de alas. No quería permanecer un solo segundo más en ese asqueroso palacio.

Pasó el resto del día destrozando los jardines del Señor del Fuego con la excusa de entrenar y al caer la noche se dirigió a la habitación de Ty Lee para pedirle que le permitiera pasar ahí esa noche. Ella solía compartir su habitación con Suki, pero esa semana estaba de guardia y su cama estaba libre, a Ty Lee nunca le agradó la soledad así que aceptó a Toph enseguida. Se emocionó tanto que comenzó a peinar el cabello de la maestra tierra a pesar de los insultos y quejas que ella formulaba. Al final Toph se rindió y la dejó hacer lo que quisiera, era lo más cercano a los consejos maternales de Katara que tenía, los que se había acostumbrado a recibir cada vez que se sentía mal.

-Puedo notar tu aura más oscura de lo normal ¿Ocurre algo? –Le comentó Ty Lee tranzando el oscuro cabello de su amiga.

Toph suspiró, soportar a la reina del azúcar era una cosa, esta chica derramaba miel por los poros y no estaba segura de querer escuchar lo que tenía para decirle, aún así era mejor que nada y aunque no podía revelarle toda la verdad, bien podrían hablar sobre algunas cosas. Le contó que aparentemente le gustaba alguien que ya tenía novia y no sabía qué hacer con eso. Ty Lee estaba totalmente feliz, pues era la primera vez que Toph le confiaba un secreto y por fin parecían ser amigas. La guerrera Kyoshi le dijo que si la persona que le gustaba demostraba algo de reciprocidad, no estaba mal intentar conquistarlo. No era el tipo de consejos que quería oír Toph, pero al menos la distrajo con su palabrería y sus experiencias, Ty Lee había salido con un montón de personas y muchos de ellos ya tenían novia. Conversaron mucho y aunque la chica de circo quería que Toph le revelara de quién estaba hablando, ella se cuidó mucho de no decir nada que pudiera inducirle a pensar que se refería a Zuko, ella era muy amiga de Mai y no quería que le fuera con el chisme, no sabía si Katara sería capaz de curar puñaladas.

El Señor del Fuego tenía la mente alborotada, el día anterior Mai había tocado la puerta de su habitación al anochecer y había entrado sin darle tiempo a decir nada. Aún no entendía lo que pasaba cuando se le colgó del cuello y lo besó apasionadamente ¿Qué iba a hacer, rechazarla? Era su novia, no podía decirle "lo siento, ya tengo a alguien", ella era lo que tenía. Sin embargo, los días anteriores que había pasado con Toph lo hacían dudar seriamente, incluso había llegado a pensar que la maestra tierra le gustaba. No, no era sólo un pensamiento, era real, Toph le gustaba, la quería, pero eso no era suficiente ¿o sí? Era lógico que se confundiera, había estado engañando con ella a su novia, pero ¿era la situación tan fría como sonaba? ¿Realmente sólo estaba con Toph por lo que se suponía era el motivo original? Recordó las tardes en que le leía a la maestra ciega las antiguas leyendas que en otros tiempos su madre le había leído a él, mientras pasaba sus dedos suavemente por su cabello negro e infinito. Eso no era mentira y no tenía ningún motivo oculto, lo hacía porque quería, porque le gustaba compartir con ella lo más profundo de su alma, porque Toph lo removía todo en su interior, tal como lo hacía con la tierra. Pero no estaba bien, ella estaba prohibida, todo lo que había hecho con ella era profano y sucio, no podía ahora ignorarlo y fingir un cariño puro nacido de la inocencia, porque era todo lo contrario. Toph traía la condena, no podía decirle a Mai "no puedo estar contigo, porque acostándome con Toph descubrí que en verdad me gusta y voy a dejarte por ella justo cuando volvías a confiar en mí". Si ya le había hecho tanto daño no podía romperle así el corazón. Debía estar con Mai y punto, por ella y por su propia imagen ¿Qué diría su pueblo si se sabía que el Señor del Fuego era un escandaloso infiel? No, eso no podía pasar. Cerró los ojos y se prometió intentar olvidar a esa maestra tierra mientras besaba a Mai con la impaciencia de quien necesita deshacerse de un recuerdo doloroso. Con ella iba a olvidar a Toph, Mai lo salvaría del calvario.

Sin embargo, nuevamente se equivocó, no había podido saciar su sed de olvido, sólo había comenzado en su mente un frenético marco de comparación entre Mai y Toph. No podía evitarlo, intentaba concentrarse sólo en su novia, en sus labios y sus manos, pero se sorprendía pensando "Sus manos son más suaves que las de Toph", "No hunde sus uñas en mi espalda como Toph", "No se siente como ella" y es que eran muy diferentes. Aunque no podía decirse que Mai fuera sumisa, le falta mucho para ser la mitad de osada que Toph, sus piernas no lo envolvían como un depredador a su presa, sus dientes no se clavaban en su piel juguetonamente, sus manos no estaban llenas de esa morbosa aspereza y desvergonzada confianza que caracterizaba a las de Toph. Además olía horriblemente dulce, Toph no perfumaba su cuerpo con finas fragancias, ni se ataviaba con cosas presuntuosas, se notaba que Mai se había preparado para esa noche, llevaba encima delicados encajes y complicados nudos de finas cintas de seda que le habían dado serios problemas a Zuko a la hora de deshacerse de ellos. Toph era mucho más sencilla, sólo se vendaba el pecho bajo la ropa porque le molestaban las nuevas proporciones que había adquirido su cuerpo con los años. No pudo llegar al clímax sin pensar en ella y en sus adrenalínicas noches juntos, en su estrecho cuerpo al que se notaba aún le quedaba por crecer, en su sonrisa desafiante, en sus lujuriosos gemidos. Se mordió los labios para no llamarla en medio de las embestidas. No podía negarlo ahora, Mai no tenía nada que entregarle, había fallado en la única misión que Zuko tenía para ella. No era capaz ni por asomo de hacerle olvidar, no podía salvarlo, y si ella no podía mantenerlo a salvo simplemente no quedaba esperanza. Deseaba con impaciencia el amargo veneno de esa ponzoñosa mujer. El Señor del fuego completo le pertenecía a una pequeña y ciega maestra tierra.

No pudo ir a buscarla ese día pues aún estaba lleno de dudas y no sabía si sería lo mejor, no podía pedirle consejo a nadie, no tenía a quién recurrir pues la única que siempre estaba ahí para oírlo era Toph y ella era el centro de todo el problema. Cuando terminó su última reunión del día tomó un baño frío para ganar valor y se encaminó a la habitación de Toph. Como ya lo había hecho una vez, se clavó frente a la puerta sin atreverse a golpear, lo que estaba por hacer marcaría un antes y un después en su vida ¿Tendría el coraje de confesarle a Toph que le había robado el corazón y que si ella lo aceptaba como más que un amante desafortunado, lo dejaría todo por ella? Estaba nervioso y ansioso a la vez, decirle a Mai que ya no la quería sería complicado y triste, pensando en lo que les había costado volver a retomar su relación y en su historia juntos, pero a fin de cuentas daba igual si así podía tomar a Toph de la mano sin sentir culpa, podría leerle todas las historias que quisiera a toda hora, y pasearían tranquilamente por los jardines tomados del brazo. No tendrían que esconderse nunca más. Con una sonrisa y una mirada llena de esperanza Zuko tocó la puerta que se abrió sin oponer resistencia. Eso le pareció extraño.

-¿Toph? –La llamó mientras abría la puerta completamente y se adentraba en la oscuridad de la habitación. Encendió las velas y se quedó helado. Toph no estaba por ninguna parte.

No encontrarla esa noche ni en su habitación ni en los jardines lo vació por dentro, sus cosas seguían ahí pero de ella ni rastros. Se preocupó ¿Dónde podría estar a esas horas de la noche? Y había dejado la puerta abierta ¿Le había pasado algo? Fue corriendo a buscar a Suki, que debía estar vigilando la entrada, entonces le preguntó si había visto salir a Toph. Ella lo miró con cara de confundida y le dijo que por lo que sabía estaba en su habitación con Ty Lee y podía mandar a alguien a buscarla si la necesitaba. Zuko se sorprendió y se preguntó por qué querría pasar ahí la noche, estando acompañada él no podría ir a buscarla… Entonces cayó en la cuenta, eso era precisamente lo que ella quería, quizás estaba molesta por no ir con ella la noche anterior. Demonios ¿Cómo iba a explicarle eso? Se despidió de Suki y se fue reflexionando qué debía hacer.

Los días siguientes Toph evitó todo lo que pudo cruzarse con Zuko, esperaba a que el comedor estuviera completamente vacío para ir a comer, si sentía sus pasos por un pasillo cercano cambiaba rápidamente de dirección. Pasaba las horas cerca de la torre de los halcones esperando que llegara uno con noticias para ella. Siguió durmiendo en la habitación de Ty Lee y se hicieron bastante cercanas, hablaban largamente y Toph dejaba que la peinara en las mañanas, incluso la acompañaba y participaba en sus entrenamientos con Suki y las demás guerreras, las que le enseñaron a luchar sin usar tierra control. La cuarta noche que ocuparon la misma habitación, Toph tuvo el impulso de contarle todo y casi lo hizo, alcanzó a detenerse en la parte importante, pero le dijo que la persona que la tenía de los nervios era Zuko. Le contó también que sabía que a él no le gustaba Mai sino ella, estaba segura por sus vibraciones, alguien como Zuko no podía engañarla. Le habló de cómo desayunaban juntos y paseaban por los jardines, cómo le leía esos pergaminos que ella nunca podría entender. Le contó también lo que había sentido hace unas noches atrás en la habitación del Señor del Fuego, la desconcertante traición.

-Ve a decirle a Mai si quieres, no me importa –Le dijo ocultando su rostro bajo su flequillo.

Ty Lee la miró con tristeza.

-Mai es mi amiga, Toph, pero tú también lo eres. No voy a decirle nada.

La maestra tierra alzó la cabeza con sorpresa, no se esperaba esa muestra de lealtad. Sintió que la chica de circo tomaba su mano y la apretó con fuerza, no sabía si podía entenderla, pero daba igual, al menos podía hablar con ella. Le contó que estaba esperando la respuesta de su estudiante para irse cuanto antes de ahí. Ty Lee quiso detenerla pero la decisión estaba tomada.

-No quiero quedarme en su palacio. Voy a volver a mi lugar y olvidaré todo lo que pasó –Sentenció Toph cerrando los ojos.

-Pero sabes que le gustas ¿Por qué sigue estando con Mai?

-¡¿Cómo quieres que lo sepa!? No puedo creer que yo lo tenga más claro que él, pero no voy a esperar a que se dé cuenta. No voy a esperar más.

Muy temprano, al alba del día siguiente, un halcón con noticias para Toph llegó al palacio real de la Nación del Fuego, pero no fue hasta el medio día que una sirvienta fue a entregárselo. Ella lo tomó en sus manos, fue a buscar a Ty Lee y la arrastró hasta la biblioteca real, cerró las puertas y le lanzó el pergamino.

-¡Léelo! –Le ordenó con el alma en un hilo.

Ty Lee obedeció y leyó la carta en voz alta. Decía que aunque no todo estaba listo, ya había habitaciones disponibles en la academia y si era urgente podía volver sin problemas. Ty Lee vió preocupada cómo Toph suspiraba aliviada con la respuesta. La maestra tierra le dijo que se iba al puerto en ese mismo instante para buscar un barco que zarpara a una hora prudente y desapareció por la puerta. La guerrera confiaba plenamente en Toph y le creía cuando decía que no sentía amor en las vibraciones de Zuko hacia Mai. Era difícil no abogar por su amiga de la infancia, pero tampoco estaba bien dejarla sumirse en una relación donde no era apreciada. Lo había decidido, tenía que hablar con Zuko. Lo buscó todo el día, le decían que estaba en una importante reunión y que volviera más tarde, cuando volvía ya se había ido a encerrar a otra reunión en otro extremo del palacio. Se hizo de noche y no pudo verlo, debió desistir cuando Toph volvió para que no supiera lo que planeaba. Había conseguido un boleto en un barco que zarparía al día siguiente al anochecer, y a pesar de ser lo que quería no parecía feliz. Ty Lee quería animar a su amiga y la jaló unos pasos para llevarla a su habitación y darle algún masaje o ponerle ropa bonita, pero ella se soltó de su agarre.

-No, Ty Lee, esta noche volveré a mi cuarto y empacaré mis cosas.

El ánimo de la chica de circo se esfumó y no le quedó más que desearle buenas noches.

Toph metió su ropa y las pocas cosas que se habían traído, en sus bolsos. Cuando fue a buscar la caja que ocultaba en el armario supo que algo andaba mal, pasó sus dedos por el pequeño cerrojo y estaba abierto. Revisó sus pergaminos y estaban atados con nudos diferentes a los que ella solía hacer. Alguien los había leído y creía saber quién. Se llenó de rabia pero se calmó enseguida, algunas de esas cartas eran de Satoru. Sonrió. Deseó haber sentido las vibraciones de Zuko mientras leía sus cartas, el ingeniero se le había declarado hace un tiempo y aunque se habían besado un par de veces, algo en él no lograba convencer a Toph, quizás su personalidad dubitativa y de poca convicción, quizás no le podía atraer alguien más débil que ella y no se refería a que fuera no-maestro, Sokka no lo era y no lo consideraba débil para nada, lo mismo con Suki y Ty Lee, lo que pasaba con Satoru es que no confiaba en sí mismo, era susceptible y no era una persona muy intensa. Aún así ella le había dicho que lo pensaría, aunque no había nada que pensar, lo tenía muy claro, ese ingeniero nunca le gustaría tanto como Zuko. Pero Zuko ya había elegido, a pesar de todo lo que ella le mostró, todo lo que le aconsejó y todo lo que lo contuvo, había escogido a esa Lanza-cuchillos incapaz de sonreír o de hacer una broma. Cerró la caja con fuerza y siguió ordenando.

La mañana pasó rápida y Ty Lee no podía encontrar al Señor del Fuego por ninguna parte, comenzaba a desesperarse pues el tiempo se agotaba. Llegó la hora en que Toph se despidió de ella, no quiso que nadie la acompañara, lo que apresuró aún más a la guerrera para encontrar a su amigo. Cuando por fin lo vio caminaba por los pasillos rodeado de sus consejeros, se acercó a él, lo tomó del brazo y lo alejó de ese lugar antes de escuchar cualquier protesta. Luego de perder a todos de vista, lo soltó.

-¡¿Qué te pasa, Ty Lee?! –Preguntó Zuko sin entender qué sucedía.

-¡Toph se fue! –Le avisó.

-¿Qué? –El maestro fuego la miró sintiendo que algo se le comprimía en el interior.

-¡Se fue a su academia y con el aura más oscura que nunca!

Le contó todo, cada cosa que Toph le había confesado, no le gustaba traicionar su confianza así, pero lo consideraba necesario. El rostro de Zuko se descomponía cada vez más escuchando su relato. Cuando Ty Lee terminó su monólogo, el Señor del Fuego corrió a los establos, tomó un animal ensillado y se fue raudamente hasta donde su amiga le había dicho que estaba anclado el barco que se llevaría a Toph. Pero fueron intentos vanos. Cuando logró divisarlo a lo lejos, el barco ya estaba zarpando y lanzaba imponentes columnas de humo y hollín. Le gritó con todas las fuerzas de sus pulmones, la llamó arrepintiéndose profundamente de no haberlo hecho antes, gritó su nombre sintiendo cómo sus errores lo arrastraban hacia atrás como manos invisibles, impidiéndole alcanzarla, llevándosela lejos. Ella lo escuchó y corrió a la baranda para cerciorarse si era cierto que oía su nombre a gritos, mas sus sentidos sísmicos eran inútiles estando en el agua y ya estaba demasiado lejos para entender qué le decía esa distante voz. Era demasiado tarde.

No hubo tiempo para explicar nada. El espacio entre ellos se abrió sin descanso hasta que la distancia que los separaba fue abismal. Y no había vuelta atrás. El palacio vacío y silencioso era un sarcófago frío e infinito para el triste y avergonzado corazón del Señor del Fuego. No tuvo el coraje para enviarle una carta extensa de disculpas, ni pudo conseguir la valentía para ir hasta la academia y encararla ¿Cómo podría haberlo hecho? Si era ella quien le brindaba resolución todos los días y ya no estaba a su lado, no tenía fuerzas ni razones para levantarse cada mañana. La dejó ir. Simplemente se convenció que ya la había dañado suficiente y no volver a molestarla era el mejor regalo que podría darle. Intentó con ese acto altruista y desinteresado, desde su punto de vista, liberarla de la vergüenza, de la culpa, de los fantasmas de las horribles traiciones que habían cometido. Sumido en la conciencia de haber perdido una gran oportunidad, se consolaba pensando que al menos ella estaría mejor lejos, pues mientras estaban juntos él la destruía por completo. Le gustaba imaginarla libre de él y sus errores, cargando alguno de esos enormes trozos de tierra que tanto disfrutaba destruir, gritándole órdenes a un afortunado que pudiera tenerla cerca. Se volvió una costumbre para Zuko sentarse en la biblioteca a recordar la compañía de Toph mientras ocultaba el rostro con sus manos, a veces leía viejas historias en voz alta deseando que ella estuviera ahí para oírlas. Estaba tan solo sin ella. Todo parecía tan calmado y aburrido sin su presencia, a menudo iba a los jardines a destruirlos, quemaba las plantas y arrojaba las antiguas estatuas a la tierra ante la mirada atónita de sus sirvientes y consejeros. Hacía todo lo posible por encontrarla en sus recuerdos, por traer de vuelta el maravilloso caos en que lo había sumergido, por sentir que aún podía verla si doblaba la esquina, que podía abrazarla cada día, besarla cada noche. Pero todo eso era una triste mentira. Se había enamorado de su amiga más joven, la más extraña, la más formidable y en lugar de hacerle llegar su cariño, procuró utilizarla y herirla profundamente. Quizás estaba condenado a ser así, a sufrir por siempre, a cometer error tras error, a equivocarse terriblemente y luego sólo llorar por lo perdido. Después de todo Toph era una afilada roca contra la que se había mutilado por completo y ahora sólo quedaba sangrar.

Aún en las solitarias noches en el Reino Tierra, y a pesar del tiempo que había pasado, Zuko visitaba a Toph sin falta cada día para torturarla. Aunque se había negado a sí misma la idea del Señor del Fuego gritándole desde el puerto, él no dejaba de acudir a su mente y, ante su recuerdo, no podía evitar llevar lentamente sus finos dedos entre sus piernas, al lugar que en otros días había estado reservado sólo para él. Entonces imaginaba que volvían a encontrarse, que la noche y el deseo los juntaban otra vez, que la prefería a ella antes que a otra, antes que a Mai. Pero todo eso no era más que una nueva y triste mentira, porque él ya no estaba, no la besaba intensamente con sus labios y lengua de fuego, no la abrazaba con sus fuertes brazos ni la buscaba con impaciencia en su habitación. A pesar de estar acostumbrada a rodearse de hombres fuertes y en forma, pues solía frecuentar arenas clandestinas de lucha, Zuko era muy distinto. Aunque había sido entrenado por los mejores maestros, instruido como una máquina asesina certera y sigilosa, era increíblemente cálido y suave. De toda esa dura vida no quedaban más que las cicatrices que lo cubrían por completo y que a Toph le encantaba descubrir y recorrer con sus dedos, con su lengua. Mientras recordaba sus furtivos encuentros, sus dedos se encargaban de traerle otra vez esa sensación terrible y deliciosa que con Zuko había conocido, pero no era igual. Nunca sería igual. Terminaba la excavación de sus memorias con una pequeña sacudida de todo su cuerpo al alcanzar el punto límite, pero al acabar se sentía más tonta que nunca y se odiaba por ser tan débil "no puedo creer que esté cayendo tan bajo" se decía a sí misma "¡Olvídalo! Tienes que olvidarlo" ¿Pero cómo? Él le había llenado el corazón con un fuego capaz de quemarlo y derretirlo todo y ahora se había apagado por completo. En el Reino Tierra no era invierno, pero el frío la congelaba desde adentro y nada podría devolverle lo que Zuko le había quitado.

Sin embargo, a pesar de todo el dolor en el que se perdían, esperaban que el tiempo fuera un aliado importante, que los días pasarían y su cobardía sería olvidada, las heridas sanarían y podrían quizás perdonarse todo el daño que se habían hecho, quizás incluso reparar sus cercenados ánimos, su orgullo sangrante, recuperar el honor perdido. Mas no podrían borrarse de la memoria esos profundos sentimientos que estuvieron cerca de llevarlos a un funesto final, pues ambos se habían visto entre la espada y la pared en reiteradas ocasiones, por los recuerdos, por las mentiras, por el terrible vacío que ahora los asfixiaba. Aún era demasiado pronto, las heridas muy frescas, la traición palpable, pero en el futuro esperaban ser lo suficientemente fuertes para estar uno frente al otro sin sucumbir otra vez a las intensas emociones que despertaban en ellos. Y cada uno en su lugar, ocupándose con sus tareas y responsabilidades, volviendo a veces a la tristeza envolvente de no haber sido suficientemente valientes, continuaron a pesar de todo, lamentándose y deseando que las cosas terminaran de otra forma, en ocasiones jurando venganza, en otras prometiéndose olvidar o simplemente aceptando todo lo ocurrido. A veces se cruzaba por sus mentes la idea absurda del castigo divino, podía ser que los espíritus se encargaran de separarlos por el daño que le hicieron a Mai, a ellos mismos, a quien fuera. Se habían equivocado buscando lo que les faltaba en esos brazos malditos, fue un error querer tan desesperadamente a alguien a pesar de las heridas. El egoísmo los llevó a juntarse de esa manera, a arrancar todo lo que pudieran, a satisfacerse utilizando al otro como si les perteneciera, como si fuera su derecho, como si estuviera bien y como si nadie fuese a salir lastimado de ahí. Qué tontos habían sido. Cuánto lamentaban su estupidez. Cuánto se deseaban aún.

Pero ya no eran más que cenizas.