Partícipes de la lujuria

By Flow

Diariamente se escuchaban golpes y ruidos provenientes de mi habitación, persistían por varios minutos hasta que finalmente cesaban. Nuestra madre, Simone, ya se encontraba extrañamente acostumbrada a ellos, aún no sabía con certeza la razón pero escucharlos le brindaba tranquilidad de saber que nosotros, sus hijos, estábamos bien. Entrada la noche, faltando pocos minutos para la cena, comenzaban las agresiones que últimamente se habían vuelto tan inevitables y placenteras como nuestro encuentro.

Conocía por completo tus acciones, ingresabas a mi cuarto con cierta seriedad en tu semblante, pero la confianza y el deseo que tus ojos irradiaban burlaban tus gestos, haciendo que tus facciones sean aún más perfectas. Apenas nos encontrábamos solos y encerrados, me disponía a caminar con lentitud hasta donde tú te encontrabas, pero tus ansias eran aún mayores y frente al menor contacto entre nuestros labios ya te permitía abalanzarte por completo sobre mí.

Con violencia me atrapabas entre la pared y tus brazos, me encasillabas donde tú querías, eras el dueño total tanto de mis movimientos como de mi cuerpo y pensamientos. Tras separarnos un pequeño momento para intentar recobrar el aliento, me tirabas brutamente contra mi propia puerta y ese día en especial no te importó si me había causado dolor alguno, las hormonas se apoderaban ciegamente de tu verdadera persona.

Instintivamente luego de agredirme, me levantaste en peso y me llevaste hacia mi cama. De manera salvaje me quitabas la ropa, mientras yo recurría aún a la delicadeza que era habitual en mí y que te encantaba. Ese día estabas diferente, te encontrabas más sediento de mi cuerpo, me deseabas con desespero entre jadeos y leves gemidos. Te relamías al pensar qué podrías llegar a hacer en algunos instantes con mi persona.

Respirabas agitadamente al verme una vez más despojado de todo material que nublara tu vista, te mordías el labio inferior e intentabas ignorar el llanto desesperado de tu alma al no estar haciéndome gritar de placer en ese preciso instante. Aguardabas algo más, estaba seguro de ello.

Finalmente estabas logrando tu cometido, una vez más. Me encontraba acostumbrado al dolor, pero en aquellos momentos la duda se mezclaba con el eterno sentimiento de confusión que me abarcaba al verte sobre mí desnudo y la incapacidad de reaccionar frente a alguno de tus ataques.

Escuchaba ruidos provenientes de la escalera, alguien estaba ingresando a la planta alta de nuestra casa, fue difícil notarlo mientras intentaba inútilmente hacer oídos sordos a tus gemidos incesantes. Esa persona estaba cerca, sus pasos retumbaban en el corredor, quise explicárselo pero se encontraba lo suficientemente ocupado haciendo que mi cuerpo sea de su posesión una vez más. Saber que corríamos riesgos nos alentaba a seguir nuestro perverso juego, pero la verdad estaba tras la puerta.

La entrada de mi habitación se abrió rápidamente al escuchar el grito de placer que surgió de mi boca por error, allí se encontraba nuestra madre. Sus ojos expresaban duda, incertidumbre, desconfianza y enojo, pero por sobre todo, decepción, podía notarlo con claridad. Por ser el menor, pero el más maduro, no pudo evitar lanzarme una mirada cargada de profunda confusión.

Tras una larga charla, prometimos no volver a caer en la tentación de entregarnos respectivamente nuestros cuerpos, pero ambos sabíamos que no sería así. Luego de tantos meses jugando con la perversión, tu cuerpo era una necesidad natural, tanto como el resonar de tus gemidos en mis oídos. Aún así siendo concientes de los riesgos y las consecuencias que nos ocasionaría seguir llevándolo a cabo, nos es imposible negarnos al placer y la lujuria que corre por nuestras venas al momento del contacto entre su piel y la mía.