Veneno.

Notas:

Ésta vez, la inspiración viene de la canción Poison del trio Bell Biv DeVoe. Sí, habla de una mujer, pero a quién le importa.

Mi objetivo con ésta historia es experimentar y probar algo nuevo.

I.

Estaba cursando ya la mitad del quinto semestre, y Francis Bonnefoy seguía quedándose dormido en las mañanas debido a la mala costumbre que se le quedó en las vacaciones.

"Es increíble que seas tan desobligado," Dijo su abuela esa mañana, después de prácticamente tirarle un balde lleno de agua en la cabeza para despertarlo.

Su abuelo solo rió en la cocina, y preparó una taza extra de café con leche para que su nieto la bebiera antes de tener que salir corriendo a las calles de la agitada ciudad.

Para llegar a la universidad, Francis debía tomar un autobús, después el tren, e incluso tenía que caminar un buen tramo. A esas horas de la mañana, todo el movimiento en la ciudad era esencialmente rápido, sin embargo con los constantes retrasos, Francis debía acostumbrarse a correr para llegar a tiempo.

No servía de nada sugerirle a Francis que era mejor distribuir bien su tiempo para dormir y despertar temprano. Él prefería adaptarse a las situaciones de tensión.

Lástima que por más prisa que tuviera, Francis era propenso a desviarse de sus objetivos a corto plazo: Al bajarse del tren y empezar a caminar hasta la universidad, se distrajo persiguiendo a un hermoso gato quimera.

Cuando se dio cuenta, estaba en unos callejones que en su vida había visto. Con vida, se puede entender también «los semestres que lleva sufriendo hasta ahora».

Eran calles muy animadas, llenas de florerías y pequeñas tiendas de curiosidades, donde vendían cosas súper raras. Incluso, encontró alimento para iguana de la mejor calidad, (o al menos eso le dijo el dueño de la tienda; un anciano tosco de acento pronunciado). Está claro que llegó tan tarde a la universidad, que hasta se perdió sus dos primeras clases.

Después de esa excursión reconfortante, usó con sabiduría aquellas calles, que resultaron ser una forma de acortar camino a su recorrido de las mañanas.

Cada vez que tomaba el atajo, saludaba a quien sea que se encontraba y les deseaba un buen día, pues para Francis algo esencial en la vida, era ser amable. Si dijera que piensa así sólo porque sí, estaría mintiendo. Francis no hacía nada sin antes pensar en los resultados positivos y los negativos. Al pasar los días, los dueños de los establecimientos y amas de casa le tomaron confianza, y ahora incluso la señora tuerta de la panadería le regalaba croissants de vez en cuando. He aquí, sus resultados positivos.

Pero de todas las rarezas que Francis veía al pasar por ahí, un solo establecimiento tomó su atención desde el inicio. Era un local pequeño, con dos grandes ventanales semi-polarizados en los cuales se leía «tattoo parlour» en una letra cursiva exageradamente estilizada y de color verde chillante, pero que contrastaba muy bien con la fachada negra en las paredes. La puerta también tenía vidrio, con la diferencia de que a través de ella sí se podía apreciar bien el interior a pesar de tener el horario de trabajo grabado en la parte superior.

Lo primero que vio Francis a través del vidrio de la puerta, fue un par de pantorrillas libres de ropa moviéndose rápidamente de aquí para acá, seguidas de una escoba que ágilmente acumulaba escasas partículas de polvo que estaban alrededor. Francis no describiría nunca aquellas pantorrillas como «desnudas», pues podrían estar todo menos desnudas. En la distancia, se podían apreciar tatuajes siendo mostrados en diferentes lugares de aquella pálida piel. La pantorrilla derecha tenía unos pocos; entre ellos, un enorme escorpión y algunos símbolos raros por el tobillo. Mientras que la izquierda, estaba prácticamente tapizada de colores y formas estrafalarias. No se veían mal, Francis se vio obligado a admitir. A pesar de ser visiblemente imágenes totalmente diferentes, se podía apreciar una extraña armonía entre cada dibujo. Evidentemente, eran un buen trabajo.

Dentro de lo que Francis podría llamar «buen trabajo», claro, ya que para él, los tatuajes eran un poco desagradables. Mucho más si se presentaban en exceso en la piel; justo como estaban las piernas de aquel joven.

De una forma u otra, ahora Francis se veía incapaz de ignorar aquella tienda cada vez que pasaba por ahí en las mañanas. Se le había hecho costumbre pasar y voltear para ver brevemente por la puerta al joven rubio que (seguramente) era el dueño del establecimiento.

Normalmente lo veía limpiando, y vistiendo ropa que dejaba visible gran parte de sus miembros, así como aquellos garabatos permanentes en su piel.

Luego de esa pequeña pausa, debía apresurarse para llegar a la facultad. Desafortunadamente para él, sus primeras clases eran con profesores muy intolerantes a los retrasos, y ni su sonrisa ni sus hermosos ojos azules le podían salvar en momentos desesperados.

Al terminarse sus clases, Francis podía tomarse la libertad de caminar con tranquilidad por la ciudad y llegar a cierto café cerca de la universidad. El dueño del lugar era un joven español llamado Antonio Fernández, y era un buen amigo de Francis. Lo conoció en el tiempo de sus primeros días de universitario, de la misma forma en que encontró aquel lugar donde veía siempre al rubio de los tatuajes: Había estado distraído mientras iba a dejar sus papeles a la universidad y por casualidad se encontró delante de la puerta del acogedor lugar.

Ahora, frecuentaba el café con regularidad luego de las clases, y después de pasar un rato platicando sobre nada en especial, regresaba a casa. Regresaba por el mismo camino que lo llevaba hasta ahí. Pasaba con especial detenimiento frente al lugar de los tatuajes, y de vez en cuando veía cómo el dueño trabajaba poniendo sus agujas y herramientas sobre la piel de sus clientes. Francis pensaba cada vez en qué significado tendrían los tatuajes en la piel del joven rubio, y por qué se habría marcado de por vida con ellos.

Sin demorarse mucho, procuraba llegar temprano a casa, pues además de los deberes de la escuela, debía ayudar a su abuela con la limpieza.

Sus días pasaban esencialmente de esa forma. Claro que, a veces, había cambios en su itinerario. Cambios que iniciaban con una llamada telefónica a las diez de la noche.

"Hey Francis," Se escuchó la voz de Antonio al otro lado de la línea. "Afonso sacó una de las mejores calificaciones en su examen del otro día," Dijo, aparentemente radiante de alegría. A Francis le pareció extraño tanto entusiasmo.

"Ah, ya veo," Dijo simplemente. "Felicítalo de mi parte."

"¿De qué hablas?" Rió el español. "¡Iremos a celebrar! En cinco pasamos por ti." Y cortó la llamada. Francis ahora entendía el entusiasmo.

.

Era el bar favorito de Francis, y de Antonio, y posiblemente incluso el de Afonso. El ambiente era muy tranquilo; no atacaban ni los oídos de los clientes con música ruidosa, ni tampoco sus ojos con luces neón o reflectores. Quizá porque, en su mayoría, eran personas muy adultas las que acudían a ese lugar.

Y aquella habría sido una agradable reunión, de no ser porque estaban a mediados de semana y Francis debía entregar un reporte sobre un texto del que ni siquiera había leído la introducción.

"¿De verdad era necesario salir a celebrar justo este día?" Preguntó Francis en un gruñido.

Antonio dejó su bebida por un lado para responder. "¡Por supuesto! Al parecer era un examen muy difícil."

"Lo era," Sonrió Afonso, mientras acomodaba una larga y castaña cola de caballo en su hombro.

"A mí me parece que solo querían una excusa para salir a beber."

"Posiblemente."

"Sí, justo eso."

Francis suspiró, sin molestarse en presentar más quejas. "¿Mañana no vas a trabajar?"

"¡Claro que sí!" Respondió Antonio. "Vamos, tranquilo… solo serán unas cuantas copas inocentes."

.

Media hora después, las «copas inocentes» tenían a los acompañantes de Francis hablando sin tapujos sobre cada cosa que recordaran.

"Está completamente hipnotizado por el loco aquel de los tatuajes," Continuó Antonio con su plática. "Y ni siquiera ha hablado con el tipo, ¿puedes creerlo?"

"¿De qué loco hablamos?" Afonso pareció tener especial interés con esa plática.

"Me alegra que sepas mantener secretos, Antonio…"

"¡Bah, no te preocupes Franny! Estamos en confianza," Sonrió el español, para después responder a Afonso. "El británico, ya sabes. El que abrió su tienda el verano pasado."

La expresión de asombro que puso Afonso fue como si de repente un rayo le hubiera caído en la cabeza. "¡Claro, hablas de Arthur! ¿Lo recuerdas, Tony? Estaba conmigo en la uni."

"Oh, sí, sí, por supuesto. Arthur," Sin embargo, por su fingida impresión, Antonio obviamente no tenía ni la más remota idea de quién era.

"¿Se llama Arthur?" Preguntó Francis, sin poder procesarlo del todo. Se escuchaba tan… correcto para aquel joven rubio. Encajaba perfecto de alguna forma.

"Sí, Arthur Kirkland. Llevamos algunas clases juntos, pero dejó los estudios al mismo tiempo que abrió su tienda," Explicó Afonso, pero ignoró los detalles y continuó bebiendo.

Para Francis solo eso era suficiente. Aquel extraño al que había estado observando por todo ese tiempo sin esperanzas de nada, al menos ahora por fin sabía su nombre e incluso algunos detalles de su vida. La satisfacción se dibujó tan evidente en su rostro, que hasta el ebrio Afonso pudo verlo, y le advirtió:

"Es un completo y total gruñón," Dijo en tono severo, con la finalidad de que Francis comprendiera. "Una persona difícil."

A Francis no podía importarle menos. No era como si planeara hablarle algún día; de hecho, hasta ahora, ni siquiera había considerado acercarse al tattoo parlour lo suficiente como para ver de forma clara el rostro de… Arthur, era su nombre.

Hundido en sus alucinaciones como estaba, no supo en qué momento Antonio llamó a Govert para que fuera a recogerlos. Se dio cuenta de la presencia del otro, cuando se acercó a tocar su hombro.

"Francis," Saludó de forma seca, mientras masticaba un palillo de madera. Afonso se burlaba a menudo de él por eso, ya que era una forma patética en que el alto y rubio hombre intentaba dejar su vicio con el cigarro. "He venido por estos dos. ¿Te llevo a casa?"

Francis negó amablemente la oferta, diciendo que ellos iban en una dirección totalmente opuesta a su casa. Salieron lentamente del bar luego de pagar la cuenta. Al despedirse, Francis emprendió camino hasta su hogar, aún sin dejar de pensar en sus recientes descubrimientos. Iba tan distraído, que no vio a un hombre que luchaba por caminar en línea recta frente a él.

Al pasar junto a él, el hombre se tambaleó a su lado, y chocaron. Francis se sostuvo de una lámpara cercana, pero el otro cayó al piso de sentón y se quejó en voz alta.

"Discúlpeme," Dijo Francis de inmediato, y se acercó para ayudarlo a ponerse pie. Lo tomó del brazo, y lo levantó. "¿Se encuentra bien?"

"Claro que no, estúpido hooligan," Respondió el hombre con voz ronca, y pronunciando mal el francés. "Fíjate por dónde vas…"

Estaba oscuro, y Francis no se molestó en ver la cara de aquel extraño completamente ebrio, pero al soltar su brazo, vio una pálida mano claramente. Tenía tatuajes. Uno en cada dedo y la parte de otro que al parecer iniciaba en su brazo. Esto último no lo sabía con certeza, pues el tatuado llevaba puesto un suéter delgado.

"Suéltame, qué esperas," Se quejó el extraño, y al voltear a verlo, Francis inmediatamente lo reconoció como Arthur Kirkland. El rubio pálido, dueño de aquel local de fachada oscura, y dueño también de sus más recientes dilemas.

Francis lo soltó. No podía creer a sus ojos. Frente a él, estaba la única persona que en su vida le había hecho dudar de su capacidad por conquistar a quien él quisiera cuando él quisiera. Y Arthur, sin tener idea de que la persona frente a él estaba viviendo el mayor shock de su vida, empezó a caminar sin cuidado y tropezándose hasta con su sombra.

Antes de pensar en otra cosa, Francis lo siguió, y llegó a su lado justo en el momento para sostenerlo de los hombros para ayudarlo a mantenerse de pie. El cabello de Arthur olía ligeramente a jazmín, ya que de momento el hombre apestaba más que nada a alcohol y humo de cigarro. Francis luchó con él y su terquedad por un buen rato hasta quitarle su teléfono celular y buscar entre sus contactos. Sólo tenía aproximadamente diez personas registradas. Francis pensó que quizás el aparato era nuevo, ya que (además) se veía de esa forma. Buscó en las conversaciones; la última era con un tal Chris, a quien le avisaba que llegaría tarde a casa. Inmediatamente supo que a esa persona debía hablarle.

"¿Hermano?" Escuchó una voz delgada y tranquila. "¿Ya vienes?"

"Hola, buenas noches," Respondió Francis amablemente. "Mi nombre es Francis—"

"¿Quién eres? ¿Dónde está mi hermano? ¿Por qué tienes su teléfono?" Se escuchó al joven, frenético.

"No le ha pasado nada malo, no se preocupe," Intentó calmarlo. "Me topé con él en la calle. Está muy ebrio, y es evidente que no puede regresar solo a su casa, así que me tomé la libertad de llamar a algún familiar suyo para avisar…"

Se escuchó un prolongado suspiro al otro lado. Francis supuso que fue de alivio. "Ya… ya veo. Disculpe las molestias. Si me dice en dónde están puedo ir ahora mismo hasta allí."

Mientras esperaban sentados en las pequeñas escaleras de un edificio departamental, Arthur se quedó profundamente dormido sobre su hombro. Francis intentó hablarle, pero apenas logró presentarse. Arthur apenas gruñía. No pasó mucho tiempo cuando se acercaron a toda prisa dos muchachos altos y delgados.

"Buenas noches," Saludó el más pequeño, sin aliento. Tenía cejas pobladas, y su cabello se formaba en rulos desordenados detrás de las orejas. Reconoció su voz como la del muchacho del teléfono, Chris. "Muchísimas gracias por cuidar de nuestro hermano, no sabe cuánto se lo agradecemos."

"No hay cuidado," Dijo Francis, y estiró su mano derecha hacia enfrente. "Francis Bonnefoy, para servirle."

"Chris Kirkland," Respondió el joven con una ligera sonrisa y estrechando la mano frente a él.

El otro muchacho, un poco más alto y de cabello más oscuro, se había agachado para levantar a su dormido hermano. "Yo soy Kyle," Saludó con una pequeña reverencia, mientras acomodaba un brazo de Arthur sobre sus hombros. Tenía unas cejas muy parecidas a las de Chris, y solo entonces Francis pudo ver que Arthur compartía esa característica con sus hermanos. "Arthur es totalmente insoportable en este estado. Me sorprende que lo toleraras, Francis."

Chris le dio un ligero codazo a Kyle en un costado. "Hey, no seas irrespetuoso," Dijo despacio. Luego, se volvió a Francis. "¿De casualidad conoce a nuestro hermano?"

Francis dudó. Por un momento pensó en mentir, pero si Arthur era su hermano, seguro algún día le tocaría ver a esos dos muchachos en el tattoo parlour, y no serviría de nada mentir. "No en realidad… paso con regularidad frente a su establecimiento, para ir a la universidad, pero nunca hemos hablado."

"Ya veo," Asintió el muchacho. "Entonces cuando quiera puede pasar de nuevo, y así le devolvemos el enorme favor que nos hizo."

"No, no es necesario," Sonrió. "Uno no hace favores esperando algo a cambio."

Chris devolvió la sonrisa, y agradeció de nuevo para después despedirse. Francis observó cómo los tres hermanos desaparecieron en la distancia.

Luego de estar un buen rato de pie en el mismo lugar, viendo hacia nada en especial, Francis recordó que tenía un reporte que presentar el día siguiente a primera hora. Está de más decir que no durmió esa noche.

II.

"Es normal que no te recuerde," Dijo Antonio de nuevo. Ya se había aprendido la línea y la decía de modo automático, pues Francis solo repetía lo mismo una y otra vez, y no escuchaba lo que el otro tenía por decir. "Me acabas de decir que estaba ahogado en alcohol..."

"¡Yo que cuidé su borracho trasero!" Seguía quejándose Francis. "No dormí ni un puto segundo porque debía terminar una maldita tarea que la estúpida Jean ni siquiera pidió, y al pasar por su estúpida tienda esta mañana ¿sabes lo que me dijo el desgraciado cuando lo saludé?"

"Sí, lo sé… ya lo repetiste como veinte veces…"

"«¿Y tú quién jodidos eres?»" Imitó Francis un tono de voz grosero y tosco, que al parecer era el que usó Arthur esa mañana. "¿Pues quién voy a ser? ¡El imbécil que te ayudó cuando cualquiera pudo asaltarte o violarte, hijo de tu—!"

"¿Qué pasa aquí?" Interrumpió Emma, curiosa. Era una muchacha rubia, que trabajaba ayudando a Antonio en el café. Siempre estaba sonriendo, contrario a su estoico hermano mayor Govert. "Francis, ya te he dicho que por más que estés enojado, no puedes venir aquí a gritar groserías sobre tus profesores."

"No es eso, Emma," Empezó Antonio, y en menos de lo que canta un gallo ya le había explicado a la chica toda una exageradamente elaborada historia sobre amor a primera vista y primer encuentro entre Francis y Arthur.

"De verdad debo dejar de confiarte mis asuntos a ti, Toño," Gruñó Francis. "Ya veo que rápido lo escupes todo."

"No seas así, Francis. Eras tú el que gritaba majaderías a los cuatro vientos en mi tienda; es normal que Emma se interese en el asunto."

"Y es normal que tú te calles la boca y me dejes explicar a mí."

"No hace falta, Francis," Sonrió la muchacha. "Ya sé que Toño está exagerando. Entonces lo ayudaste estando ebrio, y esta mañana no te reconoció, ¿es eso?" Francis asintió. "Es normal; Arthur nunca soportó el alcohol, nada de nada," Dijo Emma, y luego rió un poco al recordar quién sabe qué.

"¿Lo conoces?" Preguntó Francis. Cada vez descubría más cosas inesperadas.

A Antonio le importó más otra cosa. "¿Cómo es que sabes de sus hábitos al beber?"

La chica se mostró algo incómoda e insegura sobre lo que debía decir. "Eh… bueno, llevamos algunas clases juntos unos años de preparatoria…"

En ese momento, un muchacho rubio que llevaba parte del cabello sobre su ojo derecho entró al café y saludó a todos. "¿Ya has terminado, hermana?" Preguntó amablemente.

"Ah, sí, claro. Solo espera un poco," Emma corrió a quitarse el delantal, aprovechando la interrupción de su hermano menor, Henri. Como los hermanos sobreprotectores que eran, Henri y Govert se turnaban para ir todos los días por su hermana al terminar su turno, ya que usualmente salía al atardecer.

Antes de que Francis o Antonio tuvieran tiempo de preguntar algo más, Emma ya estaba arrastrando a su hermano fuera de la tienda y marchando a casa.

Francis suspiró. "Se escapó, eh…"

Antonio respondió con una extraña seriedad. "No puede hacerlo por siempre. En algún momento la interrogaré."

Luego de decidir que sería mejor cambiar el tema, Francis le contó a Antonio sobre las atrocidades de tareas que debía presentar para el final del parcial. Ese semestre debía llevar fotografía como una materia (con un nombre exagerado y elegante que escondía el verdadero significado del curso, claro), y era un dolor de cabeza. Ajustarse a las exigencias del profesor era lo más difícil de todo, y tenía muchas dificultades con su trabajo final.

"El parcial pasado ya presentaste algo parecido," Dijo Antonio sin mostrar mucho interés. "Solo has algo como eso y ya."

"Imposible, no puedo," Negó con la cabeza. Sus largos mechones de cabello le golpearon las mejillas. "Ahora nos ha dado otras indicaciones incluso más detalladas, y no tengo idea de qué hacer…"

Francis parecía juguete al que le habían dado cuerda. Estuvo hablando y quejándose sin fin sobre profesores y compañeros de clase. Llegó el momento en que Antonio no soportó más sus quejas, y le dijo a Francis de forma poco sutil que se fuera a casa.

Indignado por la forma grosera en que le empezó a hablar Antonio luego de que Emma se marchara a casa, Francis se fue del café rápidamente, y en el camino no dejaba de pensar en la extraña forma en que sus amigos se estaban comportando.

"Señor Bonnefoy," Le hablaron despacio y con cautela. Una vez Francis salió de su mundo y volteó a la persona que le llamaba, se encontró con la amable sonrisa de Chris. Iba saliendo de la tienda de Arthur. Francis ni siquiera se había percatado de que ya había caminado tanto. "Buenas noches," Saludó el muchacho.

Francis devolvió el saludo, y no se le pasó agregar: "No me digas señor, por favor… me hace sentir como un anciano…"

"Ah, claro, disculpe," Dijo algo incómodo, y después intentó corregirse. "Quise decir… huh…"

Francis rió despacio. No pudo evitar pensar que aquel muchacho era muy lindo con todos sus gestos tímidos. "No pasa nada, no te esfuerces."

"¿Apenas salió de la universidad?" Preguntó Chris, esperando deshacerse de la atmósfera incómoda.

No le llegó una respuesta, porque en ese momento se volvió a abrir la puerta del tattoo parlour, dejando expuesto a un rubio de expresión gruñona en pantalones cortos y camiseta de mangas rotas; todos los garabatos en su piel se alcanzaban a ver gracias a la luz que salía del local. Llevaba en las manos unos aparatos extraños e intimidantes, y tenía expresión de estar soportando algún dolor. "Chris, pensé que ya te ibas, ¿qué haces—?"

El hombre se interrumpió al ver a la persona que estaba junto a su hermano. La fría y distante mirada de Arthur quemó a Francis lentamente mientras lo registraba de arriba abajo, con desdén. "Ah," Dijo de forma seca. "El idiota de esta mañana. ¿Lo conoces, Chris?"

Francis se esforzó en no decir palabra, para no perder su dignidad, e intentó juntar todo su coraje en una expresión que indicara su indiferencia hacia lo que Arthur dijera de él. Chris inmediatamente se disculpó con Francis, mortificado, y empezó a reprender a su hermano. "Es Francis Bonnefoy, ya te hablé de él… ¡fue quien amablemente te ayudó ayer!"

Arthur entonces puso una expresión exagerada de entendimiento. "¡Ah, claro!" Dijo de forma cínica. Luego, se volvió a Francis. "Es el entrometido." Terminó, viéndolo como si fuera la criatura más asquerosa que hubiera presenciado hasta ahora.

Chris de nuevo intervino, completamente avergonzado mientras se disculpaba, y empujó a su hermano de vuelta a la tienda. Arthur protestó, pero Chris le dijo que debía atender a sus clientes antes que otra cosa, y el hermano gruñón entró a regañadientes sin decir algo más. De nuevo Chris se disculpó, y se excusó por parte de su hermano diciendo que desde el día anterior estaba de muy mal humor a todas horas.

Francis intentó mostrase comprensivo, y sonreír, pero en realidad no dejaba de pensar en que Arthur era posiblemente la persona más desagradable que alguna vez hubiera tenido la desdicha de conocer.

En casa no podía concentrarse en sus deberes. Seguía quejándose inconscientemente de la forma despreciable en que Arthur lo había visto. Estaba enojado consigo mismo. No tanto por la humillación, o porque no pudo decir nada en el momento; más bien porque aún y siendo alguien con una personalidad horrible, Francis no podía dejar de pensar en Arthur y eso le estaba molestando en tantas formas distintas que simplemente no había cómo explicar lo que estaba sintiendo.

Entre sus rabietas y quejas internas, Francis de repente se dió cuenta de algo. El día anterior, en que ayudó al borracho malagradecido de Arthur, estaban justo a mediados de semana. Y ese día, abrió la tienda a pesar de seguramente estar cargando con un tremendo dolor de cabeza. También, esa noche en que abrió la puerta, tenía sus aparatos de trabajo en la mano, e incluso Chris le dijo que atendiera a sus clientes. Francis no sabía bien cómo funcionaba todo eso, pero tenía ciertas sospechas de que en un establecimiento así, se trabajaba normalmente con citas. Entonces… ¿Por qué Arthur había bebido tanto el día anterior, si tenía la obligación de abrir la tienda?

Y ahí estaba de nuevo, sin poder alejar sus pensamientos de aquel punk jodido.


Notas:

Estoy trabajando en dos historias a la vez, ¿no son geniales las vacaciones?

Solo para aclarar: Afonso es Portugal, Govert es Holanda, Emma es Bélgica, Henri es Luxemburgo, Chris es Nueva Zelanda y Kyle es Australia.

Por cierto, se ambienta en Francia. Por eso, cuando Arthur está borracho «pronuncia mal el francés». No me había dado cuenta de que eso no estaba aclarado.