Disclaimer: Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, más bien son propiedad de Masami Kurumada y Toei Animation. Fin sin fines de lucro.

Nda: Me agrada mucho la pareja de Shiryu y Shunrei así que me animé a escribir algo sobre ellos. Este será un two-shot, así que posiblemente suba el próximo y final capítulo el próximo jueves sino es que antes, mientras tanto espero este primero les guste.

¡Saludos!


Para sonreír.

I

Cuando Shiryu al fin logró regresar a Cinco Picos, estaba lloviendo.

Le parecía extraña la visión con la que se encontró y al mismo tiempo le asustaba. Ni si quiera él entendía muy bien porqué. Había peleado con dioses poderosos, había viajado al mismo infierno y no había sentido un miedo semejante.

No, no era aquella clase de miedo que ofrece desesperación. Más bien, incertidumbre.

Llovía. Llovía mucho y sabía que a Shunrei no le agradaba mucho mojarse tanto porque sabía que podía pescar un resfriado y eso le dificultaría realizar las tareas domésticas. Siempre debía estar todo limpio y la comida debía estar lista.

Pero, era verdad, pensó Shiryu, preguntándose para quien debía estar lista la comida si el maestro se había ido para siempre y él, luego de meses de haberse marchado recién era capaz de llegar para verla. Hubiera querido volver pronto pero luego de que Athena los sacara de Los Campos Elíseos su cuerpo necesitaba recuperarse y fueron las ordenes de la diosa misma que se quedara en el hospital hasta que estuviera bien para irse.

Había deseado llegar cuanto antes.

Y quizá ya era demasiado tarde.

Ahí estaba la lluvia creando un suave halo alrededor de la fina silueta sentada donde durante doscientos cuarenta y tres años hubiese reposado el Antiguo Maestro. Ahí estaba ella, sentada con las manos sobre el regazo y mirando hacía la cascada. El cabello lo traía suelto y se mecía amablemente con el viento y la lluvia que azotaba su frágil cuerpo, pero ella solo contemplaba la cascada volviéndose su mirada agua. Sus ojos se habían negado el consuelo de las lágrimas, pero durante tantos años viviendo una vida en silencio, había aprendido a llorar por dentro.

—Shunrei… he vuelto… —Dijo Shiryu, arrodillándose a su lado. Todo era distinto. No estaban esos brazos extendidos para abrazarle, ni aquellas manos suaves para acariciarle el rostro.

—Shiryu… Me alegra. —Ella elevó la mirada para que ésta se conectara con los ojos del Dragón. Sonrió y Shiryu entendió que ella estaba mintiendo.

Lo sabía porque en ocasiones antes ella siempre lo recibía rechazando sus sonrisas. Ella solía decir: "Uno está acostumbrado a sonreír con los mismos labios con los que a veces miente. Por eso es mejor sonreír con el estómago lleno, con el hígado feliz y los pulmones tranquilos porque una vez tu cuerpo está feliz, la sonrisa es sincera" Y seguido de eso lo invitaba a tomar los alimentos y a reposar en una calma tan acogedora que solo el aura de ella era capaz de brindar. En silencio se miraban y entonces Shunrei aceptaba sus sonrisas. Así como él las suyas.

Pero ahora todo era diferente. Le pidió que entraran juntos a la tranquila morada que hubieran compartido con el Antiguo Maestro durante años, pero ella se negó. Le pidió un poco más de tiempo. Aunque llovía, ella se empecinaba a estar ahí. Shiryu estuvo insistiendo, preocupado por la salud de ella. Al final, ella le sonrió, se levantó aceptando amablemente la mano que el Dragón le había ofrecido para levantarse y ambos se adentraron a su pequeño hogar.

Todo estaba limpio, como de costumbre. Shunrei calentó lo que había sobrado de su desayuno. Se disculpó por no tener algo preparado para Shiryu, pero estaba desprevenida con su llegada. Le sonrió y le deseó buenas noches para luego retirarse a su habitación.

Shiryu bajó la mirada y contempló su plato de comida. Comió. La comida era buena, como siempre. Pero había algo diferente. Cenar solo no era lo mismo, no hubo sonrisas silenciosas ni miradas cómplices y pensó que Shunrei tomó los alimentos estando sola mucho tiempo.

II

Se levantó temprano, era costumbre suya levantarse temprano. Sin embargo, esta vez era distinto. Quería levantarse temprano y preparar algo para el desayuno y dejar a Shunrei descansar. No sabía mucho sobre cocina. Era algo que se había acostumbrado a ignorar desde el día en que la conoció y probó su sazón que, con el tiempo, indudablemente mejoró. Ahora, seguramente sería inigualable.

Pero confiaba en sí mismo. La había contemplado, innumerables veces, cocinar. Se sabía de memoria la medida de las manos que ella utilizaba para los pimientos, la forma en como cortaba las verduras, la cantidad de agua que utilizaba. La había visto, muchas veces, ir y venir a través de la cocina, como la ninfa que salta juguetonamente en sus jardines. Tan dulce y grácilmente que cualquiera hubiera querido robarla. Pero ella estaba a salvo. A salvo en cuatro paredes.

Cuatro paredes que terminarían volviéndola loca.

Y consumirían su felicidad.

Sacudió la cabeza y se concentró en las verduras que estaba picando. Ella era fuerte. Él lo sabía. Dulcemente fuerte. Fuertemente dulce. Y aunque no abandonaba su tristeza cuando la ocasión en que él tuviera que irse de nuevo llegaba, ella sabía aceptarla. Derramaba lágrimas y luego esperaba pacientemente. Y sonreía. Y se quedaba a salvo en aquella casa solitaria en medio de las montañas.

Ahí ella estaría a salvo.

El mundo de afuera era cruel y brutal.

Él no quería eso para ella. Solo quería su bienestar.

Decidió concentrarse en lo que estaba cocinando. Las burbujas ya saltaban impacientemente sobre los fideos que estaba hirviendo y el vapor se dispersaba por encima de la olla, ayudándole a alejar los tristes pensamientos.

Se esforzó.

Aunque no cometió errores como cortarse los dedos, quemarse o cosas por el estilo, realmente se esforzó porque la comida quedara bien. Un ligero atisbo de orgullo se dibujó en sus labios al contemplar su comida. A simple vista se veía bien y experimentando el sentimiento de la deseada aprobación esperó a que Shunrei estuviera lista para desayunar y ella le diera su opinión.

Tenía muchas expectativas.

La joven, apenada por no haberse levantado antes, se disculpó. Pero él sonrió y negó con la cabeza. Afirmó que él quería hacerlo.

—Decías que uno debe sonreír con el estómago lleno. —Afirmó, sentándose a su lado en la mesa.

—Tienes razón. —Dijo ella, suavemente mientras contemplaba su plato y se atrevía a degustar. Shiryu la contempló. Observó cada uno de sus rasgos, él podría asegurar que no pasó desapercibido ninguno. La mirada de ella. Su exquisita piel blanca. La forma en como la línea de sus labios se deformaba para probar los alimentos. La manera en como sus comisuras se alzaban hacía arriba para sonreírle. Las flores rosas que nacían en sus mejillas.

—Está delicioso. —Ella le sonrió amablemente, dulcemente, y de la manera en como solo ella sabía hacerlo, ese cuadro idílico que solo su rostro podía ofrecer. Aquella pintura que solo los dioses pudieron haber destellado. Un regalo que se le concedió cuando llegó a Rozan. Shiryu pensó que al fin era sincera aquella sonrisa. Al fin, ella estaba alegre de tenerlo de vuelta en casa. Y sintió que su corazón rejuvenecía.

Fue cuando entonces se decidió él mismo a probar su platillo.

Estaba salado.

III

Él se había acostumbrado a trabajar la tierra. Le parecía buen trabajo, aunque agotador, le aliviaba el alma y lo hacía sentir bien. La tierra era feliz de que sus frutos fueran bien recibidos. Pero la primera vez que se decidió a volver al trabajo en el campo luego de haber regresado se dio cuenta de algo: la tierra fue feliz en su ausencia.

Y las manos de Shunrei estaban cansadas y tristes. Ellas habían tomado el lugar de Shiryu. Las verduras no vendrían solas a ella y ahora no estaba el maestro Dohko para ayudar.

Cada vez que Shunrei le acariciaba el rostro, podía sentir esa aspereza en sus manos. Como si fueran otras manos las que lo acariciaban.

Otros ojos los que lo miraban.

Otra mujer la que le cocinaba.

Otra mujer, una triste y resignada, al igual que sus manos.

IV

Siempre al atardecer, cuando Shunrei ya hubiese acabado las labores domésticas, la joven descansaba su noble cuerpo en el lugar donde anteriormente su maestro se sentaba a vigilar el sello de Athena. Pero ella contemplaba la cascada y rememoraba las enseñanzas de su maestro. Pensaba en las historias que le contaba y la forma que él tenía de hacerla sentir amada. Esperaba a que la noche llegara para saludarlo en las estrellas.

Shiryu siempre iba a sentarse con ella. Le pedía que no agotara más su cuerpo, pero ella sonreía y afirmaba que todo estaba bien. Cuando Shunrei contemplaba las estrellas sus sonrisas se develaban como algo real y fue esa la única razón por la que Shiryu le permitía quedarse hasta tarde, no sin antes sentarse a su lado y compartir una manta. Pero, aunque hiciera frío y lluvia, Shunrei decía que no importaba.

—El cosmos de nuestro padre me da calor. —Le afirmó ella a Shiryu, en una ocasión. —Me gusta sentarme aquí porque siento como si me abrazara con su recuerdo.

Shiryu le sonreía. Pero al mismo tiempo se sentía inútil. Shunrei se aferraba al cosmos de su maestro, mientras los brazos del Dragón, que estaban ahí, le eran inservibles como refugio. Quizá para ella, eran más fríos que la lluvia.