¡Hola a todos!

Ahora sí, esta es la continuación de la saga cómica, concretamente de "Un caballero para una amazona".

En esta ocasión, me centraré más en los caballeros de plata y bronce que pululan por el Santuario, y los enredos que se dan por la convivencia de tantas personas en el día a día.

En cada capítulo hay varios escenarios, teniendo en común el Santuario, pero con distintos personajes y a medida que avanzo, en cada capítulo se sabrán más cosas de las movidas entre ellos.

Espero que os guste esta historia y la disfrutéis.

**Fic sin ánimo de lucro**
**Todos los personajes aquí aparecidos son propiedad de Masami Kurumada, TOEI y quien tenga los derechos sobre Saint Seiya**
**Fic escrito con temática cómica. Personalidades llevados a la comicidad y con lenguaje más mundano a propósito**
**La imagen que acompaña el fic es Saint Seiya Environment Design, de fgao1**


Historietas del Santuario y sus ilustres habitantes

1. Enredos de noche

Volvemos al Santuario de la Orden de Atenea, lugar anclado en unas costumbres un tanto atávicas, pero que no impiden que el reine la paz y armonía entre los habitantes.

O bueno, no tanto…porque la convivencia es dura y cada uno es de su padre y de su madre, por lo que las afinidades y las repulsiones están a la orden del día.

Así pudieron comprobarlo los caballeros de bronce una vez asentaron sus vidas junto al resto de habitantes del Santuario.

A pesar de que su lugar estaba en Grecia, los cinco jóvenes héroes preferían pasar la mayor parte del tiempo en Japón, China o Siberia, lugares de entrenamiento. Pero de vez en cuando se dejaban caer por el Santuario, y eran testigos de las vicisitudes de sus compañeros de armas.

—Mírale, ahí viene— musitó con desdén Misty de Lagarto, al ver aparecer a Seiya de Pegaso por la entrada del Santuario, acompañando a Atenea—, todo el día ejerciendo de guardaespaldas, como si no tuviera otra cosa que hacer…
—Es que no tiene otra cosa que hacer— espetó Argol de Perseo, limpiándose el sudor de la frente, tras terminar de realizar una serie de ejercicios tonificantes—, es su cometido principal. Al menos está ocupado en algo, no como tú, que vas chismorreando de todo y de todos por todo el Santuario, en lugar de entrenar…

El francés abrió los ojos desorbitados y frunció los labios con rabia.
—¡Si entreno me ensucio, si me ensucio tengo que ir a bañarme y si voy a bañarme os enfadáis conmigo!— contestó airado.
—¡Porque te bañas en pelotas y donde no debes!— replicó el árabe—. Tienes ducha en tu cabaña o incluso puedes usar las duchas del Coliseo, pero es que no es la primera vez que te vemos con todo al aire en ese arroyo— dijo Algol, señalando un pequeño riachuelo de aguas claras—, que además apenas cubre….me dan ganas de arrancarme los ojos cuando te veo ahí…
—Pues no te me quedes mirando— contestó divertido el francés, dándole unos toques a su compañero, quien dio un golpe con la mano—. En fin, me voy a dar una vuelta, a ver qué novedades hay…au revoir, mon amour!

Argol se quedó con cara de asco, mientras le dedicaba una peineta.
—¿A quién le dedicas ese gesto?— preguntó Tatsumi, quien se asomó por detrás del caballero de plata como una gigantesca sombra—. ¿Acaso estás insultando a la señorita Saori?
—¡No!— exclamó el aludido, sorprendido por la repentina aparición—. Se lo decía a Misty, que hoy está en plan cotilla amargada.
Tatsumi se retiró las gafas de sol y apuntó al muchacho con su shinai.
—Espero que tus palabras sean ciertas, porque de lo contrario— dijo acercándose al caballero—, te estaré vigilando. Día y noche. Seré tu sombra…
—¡Tatsumi!— se escuchó la voz de Saori—. ¡No molestes a los caballeros, ven con nosotros que hay que cenar!
El guardaespaldas oficial frunció el entrecejo y señaló al Argol con cara de pocos amigos, antes de unirse a Seiya y Atenea.

—Lo que tengo que aguantar— resopló el caballero de Perseo, echándose la toalla al hombro y dirigiéndose a su cabaña—. Y encima el notas va con gafas de sol por la noche…

No lejos de allí, Misty había encontrado un par de orejas que estaban dispuestas a escuchar sus desvaríos mentales. Y lo peor de todo, a creerlos.
—¡No!— contestó el caballero de Piscis abriendo los ojos—. ¡No puede ser! ¿Esos dos?
—Tal y como te lo cuento— aseveró el francés con una sonrisa burlona en los labios.
—¿Pero estás seguro?— preguntó Afrodita extrañado—. Si ella dijo que no quería nada con nadie…
—A un cincuenta por ciento…
—Eso significa que no lo sabes con certeza…— apostilló el sueco, haciendo brotar una flor entre sus dedos y comenzó a girarla entre ellos.
—No, pero me han dicho que les han visto besarse.
—¿Qué dices? Pues bien que disimula porque el otro día, cuando se marchó con Camus, ella le propinó una ostia de padre que hizo eco y todo.
—Bah, eso es solo para fingir que todo sigue igual que ellos, pero en realidad están enamorados como dos tortolitos— insistió el caballero de Lagarto.
—Pues que quieres que te diga, a mí me cuesta creerlo— replicó incrédulo el caballero de Piscis—. Más que nada porque hay otros rumores…
—¿Más?—exclamó el francés— ¡Adoro a Milo, es una fuente de misterios! Cuenta, cuenta…

Afrodita miró en derredor, buscando posibles espías, y al no localizar a nadie, bajó la voz.
—Dicen las malas lenguas que él y Camus…— susurró realizando un gesto obsceno con los dedos— ¿Me entiendes?
—Igual le va la carne y el pescado…— siguió insistiendo el caballero de Lagarto.
—No lo sé, pero me resultaría más creíble que esos dos estuvieran liados que él con Shaina, sinceramente—aseguró el sueco, realizando un gesto desdeñoso con el cabello.
—A saber— concedió su interlocutor—…Oye, y sobre Aioros…
—¿Qué?
—¿No sabrás algo nuevo?
—Nada— dijo negando con la cabeza— Siempre que trato de preguntarle algo me mira con ojos inexpresivos. Es como si no entendiera o no quisiera entender.
—¿No te ha dicho nada?— preguntó decepcionado Misty.
—Ya te dije, nada de nada.

Por el camino que conducía a los templos de oro, dos caballeros de plata charlaban animadamente, mientras compartían una bolsa de patatas, sentados sobre unos pilares derruidos.
—Qué tranquila se ha quedado la noche—dijo Dante de Cerbero, cogiendo una patata y metiéndosela en la boca—. Me gustan las guardias tranquilas…sin sobresaltos…
—Sí— replicó su compañero, Dio de la Mosca, mientras le arrebataba la bolsa y la agitaba para dejar caer un puñado de patatas en la mano—, al menos podemos estar a nuestra bola. Por cierto, ¿qué tal tus alumnos? ¿Mejoran?
El italiano asintió mientras masticaba.
—Horacio sobre todo— dijo sacudiéndose las migas—, aunque debo insistir más en Marco, porque flojea mucho últimamente. Dice que siempre está cansado. Los he dejado al cuidado de Marin esta noche, mientras ando de guardia…

El mexicano iba a responder cuando una luz se acercaba hacia ellos.
—Tío, mira ahí— dijo aterrado el caballero de Mosca, soltando la bolsa de patatas que se desparramó por el suelo—. ¿Qué es eso? ¿No será lo que llaman un fuego fatuo?
Su compañero se frotó los ojos y frunció el ceño.
—Peor que eso— respondió poniéndose de pie y dándole una patada a la bolsa—, corre disimula…
El mexicano fue izado rápidamente por el por el italiano que aún estaba algo en shock y contuvo la respiración cuando la luz llegó a su altura.

Shaina estaba absorta en la pantalla de su móvil, tecleando a toda velocidad y con media sonrisa en la boca.
—Buenas noches Shaina— declaró su compatriota, carraspeando.
La amazona alzó la vista de la pantalla y frunció el ceño.
—¿Qué hacéis? ¿Qué os pasa?— masculló, apagando la pantalla de su móvil y ocultándolo en trapo amarillo que solía llevar en la cintura.
—No, nada— tartamudeó Dio, aún inquieto—. Aquí, pasando la noche.

La amazona alzó una ceja y se acercó más a los dos compañeros, pero paró en seco cuando escuchó un crujido bajo sus pies. La muchacha se agachó y recogió la bolsa de patatas, ahora hechas polvo por el pisotón.
—¿Se puede saber quién es el guarreras que va tirando basura por el Santuario?— preguntó la joven alzando las pruebas delante de los dos.
—No es nuestro— mintió el mexicano, alzando las manos—. De hecho íbamos a recogerlo ahora pero te has adelantado.
La joven repasó a ambos caballeros, de arriba abajo. Primero a Dante, de quien recogió un trozo de patata que tenía sobre el pecho y después a Dio, al que le olisqueó los dedos.
—No solo ensuciáis el lugar sino que encima tenéis la poca vergüenza de intentar ocultar el hecho tras una vil mentira— espetó la italiana—. Y en horas de trabajo, muy bonito todo.

Los dos hombres se miraron de reojo y tragaron saliva. Conocía de sobra el carácter incendiario de la muchacha, quien mantuvo la compostura pero con cabreo visible.
—Mañana a las diez de la mañana os quiero a ambos frente al Coliseo. Y no quiero retrasos.
—Pero Shaina, si estamos de guardia nocturna, hasta las seis de la mañana no nos darán el relevo— se quejó Dio, viendo que sólo podría dormir cuatro escasas horas.
—Estar sentado comiendo patatas fritas no cansa— advirtió la joven cruzándose de brazos—. A las diez frente al Coliseo, repito— dijo dándose la vuelta—. Buenas noches.
La joven se esfumó rápidamente, casi sin dar tiempo a que sus compañeros se despidieran.

—La hemos cagado— pronosticó Dante temeroso—, en fin, mañana toca sufrimiento con ella…
Una vez que ella se hubo alejado los dos comenzaron a caminar unos pasos hasta que Dio se percató de que había algo en el suelo. Se agachó y lo recogió.
—Es un móvil— dijo examinándolo, al tiempo que Dante se lo quitaba de las manos.
El italiano presionó la única tecla visible y la pantalla se iluminó. El menú de inicio estaba en su idioma natal y esbozó una sonrisa siniestra.
—Creo que ya sé de quién es— dijo mirando a Dio—. Y hasta mañana no se lo devolveremos, que quiero ver unas cosas…
A continuación, silenció el móvil y lo guardó en el bolsillo de su pantalón, con la risa cómplice de su acompañante.

En un barracón, Marin encomendaba a varios niños a que fueran a dormir de una vez. Agotada por el trajín de los pequeños, la amazona trataba en vano de calmarlos.
—Pero que os han dado de cenar, por todos los dioses— suspiró angustiada, mientras veía cómo los niños, alumnos de compañeros, seguían incombustibles a pesar de que era muy tarde para que siguieran despiertos—. ¡Andrea! ¡Deja de tirarle del pelo a Jacques!— bufó regañando a la alumna de Capella, quien inmediatamente soltó a su víctima, el alumno de Misty.

En ese mismo momento entraron Jabu de Unicornio acompañado de Ichi de Hidra.
—Buenas noches Marin— saludaron los dos caballeros de bronce.
La joven alzó la mirada al tiempo que cogía al vuelo a Dalvinder, el alumno de Moisés, quien en su estado eufórico había estado corriendo y gritando sin cesar, jugando con Horacio.
—¡Vale ya los dos!— gritó la japonesa—. ¡A vuestras camas!— dijo señalando los pequeños catres dispuestos en dos filas.
Jabu capturó a Horacio, el otro fugitivo y lo llevó en volandas a la cama al lado de Marco, quien se hallaba ya profundamente dormido.
—Vaya revuelo tienes montado aquí— declaró el japonés—. ¿Cómo es que están despiertos aún?
—Eso me gustaría saber a mí, exceso de azúcar supongo— contestó la amazona de Águila—. Hoy le tocaba a Shaina cuidarles de noche, pero se fue hace un rato y aún no ha regresado.
—Si quieres nos quedamos nosotros hasta que vuelva ella— sugirió Ichi, al ver el nerviosismo de la pelirroja.
La mujer se rascó la cabeza unos segundos.
—Pues la verdad es que me haríais un gran favor— musitó —, había quedado con Aioria hace cuarenta y cino minutos…

—Pues no se hable más— contestó Jabu empujando a la joven fuera de la cabaña—, corre a ver a tu novio, que nosotros nos quedamos aquí hasta que regrese Shaina.
—¿No os importa, de verdad?— preguntó ella, aún no muy convencida.
—Que sí, tú déjanos a nosotros que nos ocupemos de ellos— aseguró el caballero de Hidra, apoyando a su compañero.
Por lo que Marin se despidió de ambos agradeciéndoles el gesto y salió corriendo en dirección a los templos.

Una vez a solas, los dos muchachos se dirigieron hacia donde estaban los nenes.
—¿Quién quiere escuchar una historia para dormir?— preguntó el caballero de Unicornio.
Los pequeños rápidamente exclamaron alegres, mientras terminaban de ser tapados con las mantas.
De repente se escuchó un llanto que fue in crescendo. Jabu giró la cabeza en la dirección de la procedencia y vio a su compañero Ichi sujetando una manta y a Andrea llorando a moco tendido.
—¿Qué te pasa?— preguntó el caballero de Unicornio a la nena—. ¿Qué te ha hecho el tío Ichi?— y miró a su compañero con suspicacia—. ¿Qué le has hecho, bruto?
—¡Yo nada!— exclamó asustado el caballero de Hidra—. La fui a arropar con la manta y se ha puesto a llorar.
El japonés se sentó al borde de la cama y abrazó a Andrea, preguntándole el por qué de sus lloros.
—¡Me da miedo!— dijo entre sollozos.
—¿Quién te da miedo?— preguntó Jabu a la nena.
—¡Él!— dijo señalando a su compañero, quien exhaló un suspiro.
—¿Y por qué te da miedo? Si no pasa nada, es Ichi, compañero nuestro y amigo de tu maestro— prosiguió el caballero de Unicornio tratando de consolarla.
—¡Pero es muy feo!
Jabu se mordió la lengua para no echarse a reír, y giró la cabeza al ver al aludido alejarse cabizbajo.
—Está bien Andrea, está bien— dijo Jabu calmándola y haciendo que se tumbara boca arriba en su camita, mientras la arropaba con la manta—. Ya se marchó, ¿ves? Ahora vuelvo y os cuento una historia.

El joven se incorporó de la cama y fue hacia su compañero, quien había abierto la puerta del barracón y ya se alejaba.
—¡No se lo tengas en cuenta, son niños!— exclamó Jabu a Ichi, quien seguía cabizbajo.
—Los niños y los borrachos nunca mienten— respondió triste el caballero de Hidra—. Pero no pensé que mi fealdad pudiera asustarlos de ese modo…
Jabu le dio un golpe en la espalda para animarlo.
—Todo es relativo, además, si los niños ven que eres simpático, te querrán igualmente— dijo pausadamente—. Venga, regresa al barracón y vamos a contarle una historia, que tú sabes hacerlo muy bien.
Pero Ichi negó con la cabeza.
—Van a tener pesadillas conmigo. Déjalo.

A pesar de los esfuerzos de su compañero, el caballero de Hidra se alejó del lugar, sin que hubiera posibilidad de que regresara.
—Pues sí que…— murmuró Jabu, rascándose la cabeza. Dejó escapar un suspiro y regresó al barracón.