NOTA: "A Formal Arrangement" es un fanfic muy popular dentro de las historias que circulan en el fandom de Frozen en idioma inglés y con previo permiso de su autora es que me daré a la tarea de traducirlo al español para que los hispanohablantes a los que se les dificulta, puedan conocer y apreciar esta bella historia. Espero les guste y pueda avanzar a buen ritmo para alcanzar pronto la versión original.
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Un Acuerdo Formal / A formal Arrangement
Por: Requ / Traducción por Berelince
Capítulo 1
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Hubo cierto debate entre los consejeros de Arendelle antes de la boda en relación a quién debía ser el novio, pero se decidió unánimemente que la Reina Elsa debía serlo simplemente porque era la más alta. Ella contaba también con un porte regio que la complementaba bien como novio junto a la apariencia de novia de la Princesa Anna, sin mencionar que Arendelle, al ser una nación mayor, debía ser masculina ante la pequeña Corona. Había cierta lamentación entre el público porque la Reina Elsa no luciría el hermoso vestido que su madre hubiera portado antes que ella, pero aun así era un pequeño sacrificio. Una Boda Real se iba a llevar a cabo y ¡la celebración que le sucedería! ¡Y las finas comidas y vinos que se distribuirían! La expectativa resultaba en realidad emocionante.
La Reina Elsa apareció ataviada galantemente en el mismo uniforme que previamente hubiera vestido el Rey, con las debidas alteraciones, por supuesto, para calzarle la esbelta figura. Existía cierta preocupación de que la monarca cortara su magnífica cabellera rubia platinada para interpretar el rol, pero fue disipada cuando se aproximó hacia el altar con su melena sujeta en un trenzado recogido en alto bajo la corona de oro. La Reina Elsa resultaba una figura gallarda, sus guantes blancos contrastaban con el uniforme oscuro militar, brillantes medallas, faja roja y la espada de plata pendiente de su cadera.
Algunos la miraron en asombrada admiración, especialmente aquellos quienes nunca habían asistido a una Boda Real con una mujer haciéndola de novio, rara como resultaba. Era una ceremonia realmente encantadora, todo había sido meticulosamente planeado hasta el último pétalo de flor.
El coro se escuchó tan pronto la Princesa Anna cruzó las puertas. Estaba resplandeciente en su vestido de novia de seda color crema con su velo. Caminaba lentamente el pasillo del brazo de su padre, el Rey Frederick, con una sola dama de honor llevándole la cola. La Princesa estaba visiblemente nerviosa, sus mejillas y orejas estaban coloradas, y su mirada era tímida. Pero aún así resultaba una visión adorable, su cabello cobrizo le caía suelto sobre los pálidos hombros y una pequeña tiara le fulguraba bajo la tenue luz del sol que se filtraba por el cristal de los vitrales superiores.
Cuando llegaron al altar, la Princesa se liberó del brazo de su padre, adoptó una mirada de feroz concentración y dio el primer paso.
Un suspiro de alivio fue casi audible desde la sección de Corona en la audiencia.
La Princesa Anna dio otro paso.
Y entonces en el tercer paso su suerte la abandonó y se tropezó con el vestido.
Cayendo directo a los brazos de la Reina.
La Reina Elsa soportó el peso de su novia con gracia, sus manos enguantadas sostuvieron a la Princesa Anna por los codos. La mejilla de la Princesa le rozó a Elsa una de las medallas ornamentales del pecho en su caída y se enderezó avergonzada, susurrándole sus disculpas. La Reina le dedicó una pequeña sonrisa, la guió al sitio que debía ocupar como la novia, tomó las manos de la Princesa entre las suyas, y le asintió al obispo para comenzar a recitar sus promesas.
Los votos fueron sellados con un beso casto. La Princesa Anna se ruborizó notoriamente y se encogió en su sitio cuando cada persona de la audiencia se levantó y las aplaudió animadamente. La Reina Elsa se permitió otra pequeña sonrisa y envolvió la mano de la Princesa bajo su brazo con distinguida familiaridad, como si estuviera habituada a tomar parte en roles masculinos, y apremió a su nueva esposa.
La Princesa reaccionó y levantó en alto su ramo. La audiencia soltó una aclamación. Se sonrió, cerró los ojos y lo lanzó por sobre su cabeza con todas sus fuerzas.
El ramo salió volando en alto y casi cruzó todo el pasillo, pero fue atrapado cuando un entusiasmado joven caballero corrió y dio un salto para atraparlo en el aire. Regresó trotando hacia la regia pareja para presentarles orgulloso su premio. Todos disfrutaron del jolgorio cuando realizó una reverencia con exagerada floritura, se enderezó y soltó: "¡Que vivan las Reinas!, ¡y que disfruten de los placeres de la vida conyugal!
Y así, las recién unidas herederas de las casas de Arendelle y Corona se retiraron, con el sonido de las campanas de la iglesia y las ovaciones de la multitud que se quedaron atrás mientras se enfilaban al Castillo de Arendelle.
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Asomándose por la ventana del carruaje, Anna saludaba a los aldeanos que las celebraban, su alegría resultaba contagiosa. Todos parecían tan felices. Anna estaba feliz. Era el día de su boda. Se había casado con Elsa.
Ahora era la esposa de Elsa.
Al tiempo que se alejaban y las multitudes disminuían, los caballos avanzaron a paso raudo, Anna se recargó contra los cojines del carruaje bajando su vista a su regazo y al anillo que ahora le adornaba la mano. Era una sencilla banda de oro, una antigua reliquia que se remontaba hasta la fundación de Arendelle cuando este era un pequeño reino y el oro se consideraba aún más precioso. Ella pudo ver la historia en ese simple pedazo de metal, e imaginó la manera en la que habría cargado con todas las esperanzas y promesas de incontables Reinas de Arendelle. Cerró su mano sobre su alianza, y a su izquierda, le dedicó una mirada a su nueva… ¿Esposo? ¿Esposa?, ¿Reina?
No estaba muy segura de las formalidades para un matrimonio del mismo sexo, especialmente de uno Real. Podría arreglárselas y averiguarlo, estaba segura de ello. Pero más allá de las formalidades…
Anna trazó con los ojos el contorno del perfil de la Reina. Elsa era tan… tan… bueno, todo. Resultaba difícil siquiera pensar en todas las palabras que se necesitarían para describir a Elsa. Era hermosa. Incluso en su uniforme que se suponía debía hacerla ver guapo, lo cual hacía, pero aun así lucía muy bella en él. El limpio corte militar la favorecía tanto como cualquier vestido de gala habría hecho. El cuello le enfatizaba su esbelta garganta y la grácil línea de su mandíbula. Su complexión era nevada, pero no enfermiza, como había escuchado a muchas damas comentar con envidia sobre la piel de la Reina. Anna quería acercársele y tocarle la mejilla para asegurarse que aquello era real. Sus dedos se retorcieron en su regazo.
Elsa se percató que la observaba y giró el rostro para mirarla. Su expresión era solemne. "Prometo que haré lo mejor por ti", le dijo suavemente, como un juramento.
No fue la cosa más romántica que hubiera escuchado, pero Anna era lo suficientemente mayor para saber que no todo lo que se escribía en las novelas era real. Aunque, viniendo de Elsa, ella sabía que la Reina significaba de verdad cada palabra. Anna le ofreció una media sonrisa. "Lo sé, también te lo prometo."
El momento era perfecto, simplemente perfecto para un beso. Elsa estaba ahí mirándola con esos preciosos ojos azules y ambas estaban casi tocándose, la mano enguantada de Elsa descansaba sobre el asiento entre ellas, los dedos casi rozándole el muslo. Anna alzó su cabeza y la inclinó para cumplir su fantasía, su respiración se aceleró en anticipación. Era justo como se lo había imaginado de niña, una hermosa boda, un hermoso príncipe – o Reina en este caso, pero Anna era flexible – y un hermoso primer, y privado beso como una mujer casada.
Los párpados de Elsa descendieron, sus ojos posándose en la boca de Anna. Respiró profundamente, tratando de ignorar las mariposas de su estómago. Anna, pensó con embeleso. Anna era suya. Su Reina, Su anillo estaba en su dedo y era suya. Su mente aún vacilaba ante la realidad de aquello. Al fin podría besarla todo lo que quisiera, enterrar sus manos en esa gloriosa caída de cobre fundido y… hacer todas esas cosas que no resultarían propias al encontrarse dentro de un carruaje.
Trató de apaciguar el surgimiento de su posesividad. Era vulgar lo mucho que quería a Anna, pero no podía convertirse en un animal, esclava de sus deseos. Y la noche de bodas, Oh Dios. Eso la llenaba con una cantidad igual de culposa lujuria y pavor. Ella iba… ella iba… No tenía idea de qué demonios iba a hacer, y besar a Anna (Su esposa, su hermosa esposa, suya, suya, suya) no iba a ayudarle para nada a controlar esas urgencias. Elsa seguramente iba a moverse muy rápido y eso podría arruinarlo todo. Después de todo, Anna era inocente.
Entonces se percató de la manera en la que Anna la miraba y su mente se quedó en blanco.
Comenzó casto. Un encuentro de labios, ligeramente torpe dada la inexperiencia. Elsa no esperaba que fuera de otra manera. Pensó por un momento que Anna se retiraría. Pero en lugar de eso, los ojos de Anna se cerraron y la joven se dejó llevar y Elsa se perdió. Los labios de Anna eran suaves, muy suaves. No pudo evitarlo. Profundizó el beso, acomodándose en su sitio para acariciar la mejilla de Anna con una mano, la otra apretaba el cojín del asiento, los dedos se enterraban en él. Las rodillas se le debilitaban.
Los labios de Anna se separaron, exhalando un raudo suspiro contra la boca de Elsa. la pelirroja sintió el estremecimiento de la Reina y, decidida, colocó sus temblorosas manos sobre el pecho de Elsa, tratando de encontrar donde agarrarse. El uniforme estaba demasiado bien hecho, no tenía un solo pedazo de tela suelto, doblez y tristemente, no tenía solapas. Elsa soltó un suave gemido ante su exploratorio toque y la sostuvo con más firmeza, acunando la curva del mentón de Anna con su palma, los dedos enguantados se deslizaban entre la rojiza cabellera y le descansaron en la nuca. Rozó con la lengua el labio inferior de Anna y la joven jadeó, sus manos encontrando soporte finalmente en los hombros de Elsa para afianzarse.
La advertencia parpadeó entre las estrellas que Elsa veía tras sus párpados cerrados mientras mimaba la boca abierta de Anna. Su mano derecha, la que casi perforaba agujeros en el asiento aterciopelado tratando de contenerse a sí misma, había encontrado su camino hacia la espalda de la pelirroja. Sus dedos se separaron para abarcar la esbelta cintura de su esposa, codiciosa por tocar tanto como le fuera posible.
En ese momento, Elsa despreciaba la barrera sobre sus manos, y se encontró a sí misma deseando que ese hermoso vestido de novia se fuera al infierno, incluso si Anna se veía como una diosa en él, solo para ser capaz de sentirle la cálida piel desnuda. Y ante el pensamiento de Anna sin ropa, Santo Dios. Elsa se estremeció. No soy un animal, se repetía. No lo soy… El esfuerzo se desperdició tan pronto sintió los dedos de Anna presionándole los hombros. Todo pensamiento coherente se le disipó como humo.
Anna se agarró a las charreteras de Elsa, sin importarle que estuviera retorciendo la fina seda debajo de sus dedos. Si tan solo imaginara en dónde se encontraban los pensamientos de la Reina en relación al estado actual de su vestimenta, se habría escandalizado por completo. El interior del carruaje se sentía sofocante, el aire pesado, y a ella le habría encantado tirar del vestido y pasárselo por sobre la cabeza, siempre que Elsa siguiera besándola de aquella manera. Sus labios los sentía hinchados y muy sensibles, al borde del dolor. Y cuando se separaron en busca de aire, tenían las frentes juntas y sus narices se tocaban, Elsa exhalaba acaloradamente por su boca mientras se preguntaba aturdidamente qué cruel Dios hacía que la gente tuviera que escoger entre besarse y respirar.
Anna nunca, nunca había sido besada así antes, como si pudiera ser consumida por ello y ni siquiera le importara si sobrevivía. la pelirroja se orilló a sí misma hacia – ¿Su esposa?, ¿Esposo?, ¿Siquiera le importaba cómo tenía que llamarla? – y casi gateó hacia el regazo de Elsa con la misma indiferencia para con su sedoso vestido de novia como para el uniforme de la Reina. Quería sentir a Elsa contra su cuerpo. Anna arqueó su espalda, su cuerpo sabía exactamente lo que deseaba aunque ella no lo comprendiera, pero se dejó guiar por sus instintos. Cuando sus pechos acariciaron el frente de Elsa, ambas se separaron con un jadeo.
Las dos se miraron mutuamente, resoplando. Elsa recorrió a Anna con la mirada, entonces tragó saliva cuando la realidad la golpeó. El vestido de Anna estaba notoriamente arrugado y un sugestivo rubor le coloreaba las mejillas. Sus pechos se le tensaban contra la seda con cada respiro que tomaba. Su cabello estaba revuelto y resultaba obvio, muy obvio, lo que habían estado haciendo. No, lo que Elsa había estado haciendo.
Elsa cerró los ojos en profunda mortificación en cuanto recobró su sentido común. Aún estamos en el maldito carruaje y ya la he asaltado. Su cerebro seguía entorpecido por la intoxicación del beso, así que no podía recordar quién lo había comenzado, pero estaba segura que ella había sido la culpable.
El par de pronto pareció percatarse del mundo exterior cuando el camino bajo las ruedas del carruaje pasó de la piedra a la madera. Anna miró por la ventana y las aguas resplandecientes de los fiordos la saludaron. Estaban cruzando el puente que conectaba la ciudad con el castillo. Percatándose en dónde se encontraba –o sea, en las piernas de Elsa. – tartamudeó con un chillido de pánico y se alejó de su lado, intentando frenéticamente alisar las arrugas de su vestido.
Elsa se cubrió la cara con una mano, avergonzada más allá de lo creíble y disgustada consigo misma… No es un auspicioso inicio para nuestro matrimonio, pensó. Se inspeccionó a sí misma y mientras que su uniforme estaba un poco magullado, no era nada comparado con el desastre que era el vestido de Anna. Y todo el mundo podría ver y saber que ni siquiera había podido mantener las manos quietas en el viaje desde el altar al maldito castillo.
Ya he deshonrado a mi esposa, se pensó con una mueca. Elsa se avergonzaba en favor de Anna. Miró de reojo y casi se ofreció a ayudarla, pero lo reconsideró en el último segundo. Dudaba que su esposa fuera a apreciar tenerle las manos cerca, dado que esa había sido la causa de aquella calamidad en primer lugar.
Evitaron mirarse. El resto del camino resultó tenso en su incomodidad, pero afortunadamente terminó por ser corto.
En cuanto el carruaje rodó por el camino recién pavimentado, Anna se aclaró la garganta.
Elsa se paralizó en su sitio, esperando una fría amonestación por su comportamiento. Se la habría merecido.
Anna tocó el hombro de Elsa y gesticuló vagamente. "Tu uniforme", le susurró. "Están… ah…"
La Reina frunció el entrecejo, confusa. "Perdona, ¿cómo has dicho?"
Anna se rindió y se inclinó hacia la Reina, enderezándole las borlas destrozadas de sus charreteras. Estaba de nuevo ruborizada cuando se apartó de su lado.
El cochero anunció su arribo y uniformados lacayos aparecieron ante las puertas. Normalmente, el novio, o el esposo, se bajaría primero para ayudar a su dama. Pero la ocasión era especial y el dilema se les ocurría apenas a los sirvientes -¿Qué hacer si ahora la Reina era considerada un Rey? Aún era una mujer, por supuesto, ¿pero se le tendría que tratar con las diferencias y costumbres como a un varón?
Elsa se habría reído si no hubiera estado tratando de escapar del carruaje tan pronto como le resultara posible. Despidió con una seña al mayordomo que le extendía la mano y descendió. Aguardó un instante para ver si Anna esperaba que la ayudara a bajar, y quiso abofetearse. Seguramente Anna no querría que la tocara. Se sentía tan idiota. En su lugar, rodeó el carruaje y esperó a su lado pacientemente, dándole tiempo a su esposa para que alisara su vestido. Los lacayos no parecieron notar nada malo, pero los buenos sirvientes eran discretos.
Elsa suspiró, todavía reprendiéndose. Era una idiota. Una gran, gran idiota con la finura y la libido de un muchacho adolescente.
Anna miró a Elsa. La Reina tenía la vista fija en una de las largas torretas del castillo, sus mejillas aún se veían un poco rosas. No estaba muy segura de cómo debía dirigirse a Elsa enfrente de otros ahora que estaban casadas. Ellas no lo habían hablado. De hecho, ni siquiera había visto a Elsa en los últimos 4 años antes de que el viejo Rey muriera, viviendo en Corona, esperando alcanzar la mayoría de edad para cumplir con los esponsales que el padre de Elsa, el Rey Alexander, había arreglado.
El Rey y La Reina de Corona, quienes siempre habían sido cercanos a la Familia Real de Arendelle, quedaron devastados cuando recibieron las noticias de la muerte del Rey Alexander y la Reina Marina. Muchos habían esperado que el compromiso entre las princesas se rompiera después de que la última integrante de la familia de Arendelle desapareciera enteramente del ojo público, su presencia, si bien, antes comparada a menudo con una luna azul.
Pero entonces, un mensajero llegó a Corona portando el sello de Elsa un año antes con una corta misiva, dos años después de la desastrosa partida de los soberanos: Que Arendelle y Corona unan sus familias.
El Rey Frederick estuvo más que gustoso e hizo que el Príncipe Hans rompiera por fin su compromiso –que era todo menos oficial– con su única hija. A Hans no le había hecho nada de gracia y Anna se sentía casi igual. A ella le gustaba Hans, aunque suponía que su ira se debía más a cómo su futuro estaba siendo completamente reorganizado con toda la indiferencia y elocuencia de una tarjeta de felicitación. Anna incluso había hecho planes sobre cuáles de las Islas del Sur visitarían para su luna de miel y esa carta –Tan poco romántica ¡y que ni siquiera estaba firmada! ¡O dirigida hacia ella!– había decidido el resto de su vida en su lugar.
Anna había desplegado un berrinche real al respecto, por supuesto. Eso fue al principio, pero incluso si se trataba de la descendiente de una de las familias más viejas y nobles del continente, le seguía perteneciendo a su padre. El Rey la había confinado a sus habitaciones y le había prohibido siquiera asomarse al salón comedor, bien consciente de la posibilidad de que su hija se fugara con su pretendiente si su temperamento no se apaciguaba antes y era bien contenido.
Hasta ese día, Anna había pensado que Elsa debió al menos tener la cortesía de escribirle, especialmente si el motivo concernía al asunto del matrimonio. No era como si Elsa no supiera cómo hacerlo. Ellas habían pasado muchos años de su juventud comunicándose por carta, la distancia entre Arendelle y Corona evitaba que las visitas fueran muy frecuentes; pero se encontraban lo suficientemente cerca como para compartir las fiestas. A pesar de eso, las cartas de Elsa se detuvieron después que aquella tormenta le arrebatara la vida de sus padres en el mar.
Aun así.
Bueno, al menos no se había matrimoniado con un perfecto extraño como muchas otras desafortunadas damas de la corte. A su entendimiento, esas uniones se saban usualmente por motivos financieros. Arendelle se encontraba muy lejos de esa incitación particular, resultaba hasta risible. En extremo risible. Tal vez hasta el punto de llorar y ulular groseramente.
Anna al menos conocía a Elsa. En cierta forma, habían crecido juntas.
Aunque ese beso en el carruaje había sido… revelador. Hans nunca la había besado de esa forma. Él era… no podía creer que lo estuviera pensando, pero ellos eran de hecho muy propios. En aquel tiempo no hubiera creído que lo eran, creyéndose tan versada y experimentada. Pero la verdad la estaba mirando directamente a la cara y Anna se vio forzada a admitir que los besos de Hans eran apropiados para un galanteo cortés, pero no para un romance apasionado.
Y propio no era la palabra correcta para describir lo que había ocurrido entre ella y Elsa. Su piel aun le cosquilleaba en donde las manos de Elsa habían estado. Anna juntó sus labios, saboreando aquel delicioso beso.
Si, a no ser que uno se esperara obtener una carcajada socarrona, aquel no había sido un correcto beso virtuoso.
Elsa se giró para ver a Anna observándola con mirada especulativa. La Reina se sintió un tanto incomoda bajo el escrutinio e inconscientemente jugueteó con la espada a su costado. Juiciosa de la pequeña armada de sirvientes que las rodeaba. Elsa le ofreció el brazo a su esposa.
"¿Entramos?"
Para su alivio, Anna lo tomó sin protestar, ni declarar que se arrepentía del matrimonio y caminaron juntas al interior del que sería su nuevo hogar.
