Diario de una Hufflepuff

Puedes pertenecer a Hufflepuff

donde son justos y leales.

Esos perseverantes Hufflepuff

de verdad no temen el trabajo pesado.

Mi nombre es Brittany Dindfoil. Soy una chica de estatura promedio, tengo cabello castaño y ojos azules. Todos dicen que son los ojos de mi abuelo: "Profundos y azules como el océano". Mi padre es entrenador de dragones, pero trabaja en una tienda de mascotas. Mi madre tiene una tienda de ingredientes para pociones. He cumplido dieciocho la semana pasada, y este es mi último año en la escuela de magia y hechicería Hogwarts. Me gustaría ir directo al grano y contarte mi último año de principio a fin, pero primero vamos por partes y empecemos por el principio: Mi primer año. Comienza una semana antes del inicio de clases…

-Ya te lo digo yo, la pondrán en Gryffindor como a su padre.

Dijo mi madre a una de sus amigas.

-Pues yo le veo más un futuro en Slytherin. Es astuta, perspicaz y escurridiza. Pero no te

preocupes, no todos los magos de Slytherin se volvieron malvados.

-En su mayoría sí. Pero creo que Gryffindor le quedará mejor. En Slytherin son muy…

-¿Malos? Tranquila Margaret, cada casa tiene sus tipo de personas. ¡Recuerda al chico Potter y sus amigos, qué distintos eran los tres! Hubiera jurado que la niña iría a Ravenclaw, como tú.

-Si, bueno…El sombrero siempre nos sorprende, ¿no?

-Eso es cierto, sí. Y tú, Tina, ¿Qué piensas?

Tina es una de las amigas de mi madre. Solía ser una profesora suya en sus últimos años en Hogwarts, pero siempre se llevaron bien, y luego de que mi madre se graduara continuaron como amigas. Tina enseña pociones en Hogwarts, y siempre busca a mi madre cuando necesita recursos para sus clases. Helen, por su parte, es secretaria en el Ministerio de Magia. Las tres fueron a Ravenclaw en su tiempo, y hoy se han reunido, como hacen cada quince días, a tomar el té en casa.

Tina es la más sabia de todas, puesto que les lleva diez años de edad a mi madre y a Helen.

-Pues yo creo que Hufflepuff.

-¿Hufflepuff? ¿De verdad lo crees? Espero que no, no quiero que se rían de ella.- Dijo mi madre.

-No te preocupes querida. Si bien se reirán de ella, los Hufflepuffs entre ellos saben cómo hacerse sentir mejor el uno al otro, créeme.

-¡Pero qué dices! – Helen la interrumpió súbitamente. – Los Hufflepuffs siempre son objeto de burla. Lo recuerdo bien, a la pobre Mary Lionheart siempre le tiraban los libros porque era Hufflepuff.

- Sí, es cierto, ¿pero sabes dónde está ella ahora? – Dijo Tina.

- ¿No había salido en aquella revista por algo que había inventado?...Oh, bien, tienes razón.—Helen se resignó y continuó bebiendo té.

Al otro día fuimos a un lugar llamado callejón Diagon. Mis padres me contaron, hacía ya tiempo, que cuando fuera a Hogwarts deberíamos pasar una tarde entera comprando materiales. Y no se equivocaron, puesto que desde el almuerzo hasta casi la cena estuvimos de aquí para allá buscando, comprando y probando. El problema no era ese, sino que no éramos los únicos. A menos de una semana del comienzo de clases, muchas familias dejaron las compras para último momento.

Lo primero fue Fluorish y Blotts, la librería. La lista de primero tenía como ocho libros que comprar. Mientras mis padres trataban de llamar la atención del encargado de la tienda, como muchos otros padres, yo estaba ocupada admirando los libros de hechizos. Había para todos los niveles, para todos los aspectos, para cada objetivo…era maravilloso. Es decir, yo lo encontraba maravilloso, pero sentía que no tenía que estar ahí. Efectivamente, sentí una mano sobre mi hombro, y cuando me di vuelta, una mujer de unos sesenta años estaba detrás de mí. Llevaba una túnica verde, unas gafas y sombrero en punta. Sus ojos eran claros, verde esmeralda en realidad. Se clavaron en mí con tan seriedad que sentí que me habían arrojado una cubetera de hielo entera en la espalda.

-¿Observando los libros de hechizos, jovencita?—Me preguntó. Yo no sabía si responder, alejarme corriendo o llorar.

-Sí. Me llaman mucho la atención.—Dije con una valentía sacada de no sé dónde.

-Ya veo. Buena suerte en tu primer año en Hogwarts. – Dijo, y le agradecí. Pero al segundo recordé que nunca le había dicho que iba a Hogwarts, mucho menos que era mi primer año.

Cuando quise voltearme para preguntarle por qué sabía eso, la mujer ya no estaba. Sólo alcancé a ver un gato atigrado saliendo de la tienda hacia el callejón Diagon.

Mi madre vino a buscarme unos diez minutos después, diciendo que ya tenían todo. Lo siguiente sería Madame Malkin.

Verán, ya les he hablado de la muchedumbre que había en todas las tiendas, ¿verdad? Pues Madame Malkin's no era la excepción. Vaya que no lo era. La tienda, según mis padres, era enorme, pero yo la veía tan atestada de gente que me parecía muy reducida. La mujer que atendía era menuda y regordeta, con cabello canoso y un atuendo completamente rosado. Parecía una mujer adorable, pero pronto descubrí que no era tan así. Al parecer unos niños de cuarto año estaban discutiendo sobre casas, copas y Snitches, y de un momento a otro habían sacado las varitas. Pues bien, ambas familias fueron obligadas a retirarse.

Un asistente de la tienda estuvo con nosotros momentos después. Me tomó muchas medidas, algunas las creí algo innecesarias, pero como yo no sabía nada de costuras, no iba a reclamar nada. En fin, entre esto y aquello, conseguimos lo necesario en lo que ropa respecta.

Ahora bien, ésta fue mi parte favorita del día, porque lo que ocurrió allí lo recordaré toda la vida.

Ollivander es un hombro alto, muy alto y delgado, y muy mayor. Vende varitas en el callejón Diagon, y muchas personas de otros países han ido en busca de sus varitas por su máxima calidad. El lugar está lleno de estantes, repisas y un depósito lleno de…adivinen. ¡Sí! ¡Cuernos de unicornio!. No, para nada, está atiborrado de varitas. Por aquí, por allá, por arriba y si se pudiera, también por debajo. Para mi sorpresa, la tienda estaba casi vacía. Casi, exceptuando un grupo de gente con tres niños probando varitas. No es raro que algunos estantes se desestabilicen o algo se rompa cuando uno prueba varitas, a veces el señor Ollivander no atina a la primera vuelta cuál es la adecuada para ti. Lo mismo pasó conmigo, luego de que la otra familia se fue. Ahora sí la tienda estaba para mí sola. El señor Ollivander me hizo un par de preguntas, tomó unas medidas y se puso a pensar.

- Centro de Dragón, madera de sauce, 25 cm de largo. – Dijo el señor Ollivander mientras me entregaba una varita. –Anda, pruébala, agítala.—Así lo hice, y un estante entero salió volando. Aparentemente no era mi varita, porque apenas dejé el objeto en su caja, el dueño de la tienda se la llevó y, tras subir y bajar unas escaleras, trajo otra.

- Centro de Fénix, madera de serbal, 27 cm de largo – Tomé la varita y la agité. Por alguna razón, no lo sé, quizás esa varita me odiaba, las luces se apagaron. Podía sentir la mirada fusilante de todo el mundo y, ciertamente, la luz de afuera me mostró que un grupo de gente se había amontonado frente a la tienda a husmear.

Algo nos sacó de esa nube de tensión, la ruptura del silencio. Sonaba a algo sacudiéndose, fuerte, muy fuerte, como si una de las varitas estuviera viva y quisiera salir de la caja. El señor Ollivander se aproximó a uno de los estantes detrás de él y, efectivamente, una varita estaba moviéndose.

Me la acercó y, cuando la tomé, al principio no pasó nada. Pero luego, de a poco, un vapor azulado y extremadamente brillante comenzó a salir de mi varita. Se hizo más y más grande, era hermoso. Hizo un camino circular alrededor de la tienda antes de esfumarse. Todas las luces volvieron a encenderse y, al hacerlo, vi las caras de asombro del señor Ollivander, de mi madre, mi padre y el gentío que miraba por la ventana. Yo no lo sabía, pero en ese momento había hecho un Patronus incorpóreo.