No sabía que tipo de impulso le había llevado a hacer todo lo que estaba haciendo, concretamente, lo que estaba haciendo en ese momento, ¿hacia dónde conducía? Quizás solo estaba cansada de la misma historia, de la historia de siempre, su historia. Llevaba meses pensando que no tenía sentido nada de lo que estaba haciendo aunque no tuviese una solución en mente para todo aquello, cansada de la misma rutina de trabajar, llegar a casa, encender la tele, prepararse una taza de fideos chinos instantáneos y ver lo mismo una y otra vez hasta quedarse dormida.

Ese día fue diferente, cumplía 28 años y, de nuevo sola, no estaba dispuesta ha pasarlo igual que sus últimos cumpleaños. Recogió algunas de sus más preciadas pertenencias y algo de ropa, en su coche tampoco es que fuera a entrar demasiado y tampoco es que tuviese mucho que acarrear con ella.

Emma era una persona solitaria desde su robada infancia hasta su adolescencia problemática, nunca tuvo necesidad de atarse a nada ni a nadie, nunca pensó en el pasado como algo bueno sino como algo de lo que hay que huir y refugiarse para vivir más cómodamente.

En dos viajes, subiendo y bajando infinidad de escaleras, terminó de colocar todo en su coche, subió de nuevo para asegurar que no se dejase nada importante "Tampoco tengo nada importante que dejar atrás" pensaba repetidamente mientras observaba aquel apartamento que siempre había estado semi-vacío, suspiró como si se le fuese la vida en ello y cerró con doble pase de llave aquella pequeña parte de su vida.

- Es hora de cambiar – dijo antes de subir al coche para buscar un lugar dónde pudiese sentirse bien, al menos durante un tiempo.

Su coche era peculiar, un escarabajo amarillo que pedía a gritos unos buenos arreglos o una jubilación, el cual había conseguido como pago de uno de sus trabajos más inusuales. No sabía si iba a llegar muy lejos con el ya que siempre le andaba dando problemas pero eso no la iba a detener.

Los edificios fueron alejándose y acercándose, pasando de ciudad en ciudad, observando cada detalle y cada persona, buscando algo que le diese a entender que ese podría ser su refugio pero no encontraba nada. Una de las virtudes de Emma es que le encantaba conducir, podían pasar horas que no percibía el paso del tiempo, solo estaba ella, un par de cigarros, el mismo disco de siempre con música clásica y los paisajes, cualquier tipo de paisaje.

Cuando el sueño empezó a hacer mella en su cuerpo fue cuando único se dio cuenta que no sabía dónde estaba, no sabía en que momento empezó a conducir de forma automática sin elegir los caminos ni la dirección hasta que de repente algo falló.

- Venga abejorro no me hagas esto, ¡no falles ahora! - suplicaba frustrada al ver que su coche empezaba a hacer los mismos sonidos irritantes de siempre - ¡¿Pero no ves que estamos en mitad de la nada?!

Sus suplicas no sirvieron de mucho, su pequeño abejorro falló dejándola tirada en medio de la nada. Emma buscó en su pequeña maleta el móvil, "Oh genial, ¡sin batería", la suerte no estaba de su parte. Salió del coche dando un portazo que sonó en los alrededores de aquella carretera, donde solo había bosque y niebla, se apoyó en su abejorro y se encendió un cigarro mientras pensaba e ideaba estrategias para no morir asesinada en aquel paraje inhóspito hasta que vio dos luces acercándose a lo lejos, no sabía si alegrarse o morirse de miedo.

- ¿Puedo ayudarla en algo señorita? - preguntaba aquella figura que no se distinguía por completo por culpa de la niebla.

- Pues parece ser que hoy mi coche ha decidido jubilarse o algo parecido, aquí, en medio de la nada- decía dando una leve patada a una de las ruedas del coche.
- Si quiere me bajo y la ayudo ya que creo que a estas horas no verá pasar a nadie más por aquí – decía aquella extraña persona con un tono sincero y simpático.
- Se lo agradecería – dijo esbozando una sonrisa aunque dudaba de que se viera con la dichosa niebla.
-No es nada señorita- se bajaba del coche – Por cierto, bienvenida a StoryBrooke.