Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de propiedad de Hajime Isayama.

Advertencias: OOC, Riren, one-shot, lenguaje vulgar, mucho fluff por todas partes, ligero lemon.

Dedicado a mi bella y preciosa Gihei, ¡por fin pude traerte lo que tanto me pediste! Ojalá te guste, me divertí un montón escribiéndolo :3 ¡Besos, preciosa!


Isabel odiaba acompañar a papá a comprar al supermercado, y se lo hacía saber todo el camino al lugar, inflando sus mejillas en actitud infantil y haciendo pucheros cada dos segundos, pidiéndole que le comprara un helado para luego irse a casa a jugar con sus muñecas.

¡Papá tardaba tanto comprando las cosas! Se desconcentraba demasiado rápido, y la lista de compras que solía hacer para recordar todo lo que debía comprar solía perdérsele al menos quince veces porque, o la botaba al suelo, o la dejaba entre las frutas, o se la echaba en el bolsillo más pequeño del pantalón.

Pero a Isabel realmente no le importaba que papá fuera olvidadizo, para nada, porque al menos nunca había olvidado ir a buscarla luego del colegio, a su salón de primaria, y siempre le preparaba el almuerzo –un desastre de almuerzo, por supuesto, sin embargo, lo hacía. Papá no era muy bueno cocinando cosas sanas, pero cuando se trataba de pasteles, era el mejor de todos.

Su papá era tan joven…

E Isabel lo quería, demasiado, y muchas veces lamentaba que no tuviera a alguien a su lado haciéndole compañía. Se percataba de ello casi siempre por las mañanas, cuando bajaba a tomar desayuno, y lo encontraba sentado solo en la cocina, mirando la taza, pensativo. Se daba cuenta de ello por las noches, cuando a veces no podía dormir, e iba a la cama de papá, viéndolo dormir abrazado a la almohada, babeando como nunca antes.

Solo tenía seis años, pero se daba cuenta de las cosas muy bien.

Soltó un suspiro mientras tomaba el azúcar que papá le había mandado a buscar, y cuando se giró, chocó con alguien.

—¡Wah! —Isabel cerró sus ojos, pero no cayó al suelo. Unas manitos pequeñas la sujetaron de los hombros, y al volver a abrir los ojos, se encontró con Mikasa.

—Hola, Isa —saludó su compañera de curso con tranquilidad—. ¿Estás sola?

—Hola, Mika —respondió frotando su nariz debido al golpe—. No, estoy con papá —se giró, buscándolo en el pasillo, pero no lo encontró y frunció el ceño—. ¿Y tú?

—También —respondió la pelinegra.

Isabel miró a la chica frente a ella, observando sus ojos grises, su cabello largo y negro, su rostro pálido y su mirada estoica. Si algo podía describir a su compañera, era hermosa.

Se le hacía raro que se le hubiera acercado a saludarla, siendo que las dos apenas hablaban algo y no compartían demasiado en el salón de clases, pero quizás la pobre chica había perdido a su papá, por lo que decidió acercársele para no estar sola por mientras. El supermercado era demasiado grande para una niña de seis años, ella lo sabía muy bien: un año antes, se había perdido y su papá estuvo enloquecido todo el día, sin soltarla luego de haberla encontrado.

—Oi, Mikasa —dijo una fría voz detrás de Isabel—. Vamos a casa, ya tengo todo.

Por algún motivo, la pelirroja se giró chocando con unos helados ojos grises exactos a los de Mikasa, y tragó saliva.

Sin saber exactamente el por qué, Isabel de pronto creyó que el pálido hombre frente a él era perfecto para estar con su papá. Y no le pregunten a una niña de seis años cómo puede saber eso: simplemente, de pronto quería que ese bajito, delgado y con aspecto de malhumorado hombre fuera su papá.

¡Dos papás! ¿Había algo mejor que eso?

Se giró hacia Mikasa con los ojos como platos.

—¡Isa! ¿Conseguiste la comida para el perro? —preguntó su papá de pronto apareciendo por el pasillo, llevando el canasto con la comida.

Y Mikasa se giró para ver al ruidoso papá de su compañera pelirroja, quedando enmudecida al notar la amplia, enorme sonrisa del moreno frente a ella, con unos intensos ojos verdes que la hicieron sentir cálida como nunca antes en su vida y un largo cabello castaño que llevaba atado en una coleta.

Ni siquiera la interesada de su mamá la había hecho sentir así alguna vez.

Quería a ese joven como mamá. O papá. Quería que fuera algo suyo. Que la hiciera sonreír así como hacía sonreír a Isabel.

¡Si hasta quizás ese hombre podía hacer reír a papá!

—¿Son compañeras? —preguntó de pronto su papá, analizando crípticamente a Isabel a su lado.

—Sí, papá —contestó Mikasa.

Casi podía escuchar el suspiro de hastío de su progenitor, que acto seguido extendió su mano para saludar al papá de la pelirroja.

—Levi Ackerman —se presentó educadamente.

—Oh, soy Eren Jaeger —saludó también el castaño con una media sonrisa, un poco confundido.

Mikasa se volvió rápidamente a Isabel, que seguía mirando a su papá como si estuviera en shock.

—¿Él es tu papá? —preguntó en voz baja, pero demandante, y la pelirroja la miró con sorpresa—. ¿Tu papá es soltero? Quiero que sea mi papá. Debe ser mi padre.

Isabel la miró de forma extraña un momento, para luego sonreír ampliamente, mostrando todos sus dientes.

—Bueno, ¿a tu papá le gustan los hombres? —dijo también en un susurro mientras los dos adultos conversaban de cosas ligeras—. Mi papá es soltero y completamente gaaaay —hizo una pequeña pausa, sus ojos brillando de pronto—. Ellos deberían casarse, así tu papá se convertiría en mi papá también.

Mikasa asintió en señal de aprobación, queriendo agregar algo más, pero entonces su papá le llamó la atención, marchándose unos segundos después.

Isabel tomó la mano de su papá, llamando su atención.

—Tengo el azúcar —dijo dejando la bolsa sobre el canasto—. No quedaba comida para el perro.

—¡Ah, demonios! —se quejó su papá—. ¡Estúpido supermercado de mier–!

—¡Un dólar, papá!

—¡No terminé de decir la grosería!

—¡Eso es trampa! —se rió cuando su papá le sacó la lengua en actitud infantil mientras caminaban hacia la caja. Mientras estaban allí, pasando las cosas, Isabel dijo de forma casual—: ¿Qué te pareció el papá de Mika?

Vio cómo su papá fruncía el ceño, un poco desconcertado, y la niña quiso pegar el grito al cielo.

—¿Quién?

Oh, ¿cómo era posible que su padre fuera tan despistado, con una memoria de Dory y que se distrajera como un niño de cinco años?

—¡El señor Ackerman! —chilló, sabiendo que Mikasa debía estar interrogando a su papá también.

—Ah, ¿el hombre con cara de gato amargado? —se aventuró su papá sacando la billetera—. Bueno, parece un hombre correcto.

Isabel supo interpretar las palabras de su padre, por lo que sonrió de forma malvada, sus ojos entrecerrándose casi con burla.

—¿Y…? —insistió sin poder borrar un poco su sonrisa.

Vio a su papá resoplar. Era tan fácil de leer.

—Es sexy —agregó tomando las bolsas de compras.

—¡Tendré nuevo papá! —saltó Isabel riéndose.

—¡Isabel!

La chica solo sonrió mientras su papá negaba con la cabeza, incrédulo, pero a la chica no le importaba. Porque ella haría todo lo posible para que el señor Ackerman se convirtiera en su papá, o dejaba de llamarse Isabel Jaeger.


Mikasa, en cambio, estaba sentada en el asiento delantero con su papá, que conducía calmadamente hacia su casa, con la música puesta a bajo volumen.

—¿Qué te pareció el papá de Isabel? —preguntó de pronto con calma, mirando al frente.

Pudo sentir, sin embargo, el ceño fruncido de su papá cuando la vio de reojo.

—¿Ese mocoso? —su papá se encogió de hombros, sin entender un poco a donde se dirigía la pregunta—. Parece muy joven para tener una hija. ¿Cuántos años se supone que tiene? Lucía de quince.

La chica casi estuvo a punto de sonreír, pero solo se limitó a encogerse de hombros como había hecho su papá segundos atrás. Definitivamente era la viva imagen de su papá.

—Isabel dijo que su mamá murió en el parto y que desde entonces está sola con su papá —respondió Mikasa, sabiendo que de esa forma llamaría la atención del hombre, quien ya lucía bastante interesado en el castaño.

—Nada mal —murmuró su papá sin dejar de conducir, calmado.

Mikasa asintió, pudiendo comprender la frase de su papá con facilidad. Para él no había sido fácil criarla luego del divorcio con su mamá, cuatro años atrás. La muchachita apenas guardaba recuerdo bueno de esa mujer, ya que como madre dejaba bastante que desear, y para Mikasa era realmente desagradable verla los días en que los iba a visitar, ya que normalmente solo iba cuando necesitaba dinero.

Ella siempre creyó que no iba a necesitar otra presencia en su vida aparte de su padre, con quien, si bien para los demás, podía lucir como alguien frío y bastante estoico, para ella era alguien cálido y suave. Amaba a su papá más que a nada en el mundo, por lo que cuando vio al papá de Isabel, supo enseguida que haría feliz a su papá si estaban juntos.

Mikasa quería que estuvieran juntos. Por ella y su papá.

—Papá, ¿tú no eres gay? —preguntó de pronto.

Su papá estuvo a punto de chocar con el auto de adelante.

Alcanzó a detenerse, por supuesto, centímetros antes de que algo realmente grave ocurriera.

Bueno, quizás no fue una buena idea hacerle esa pregunta en ese momento.

—¿Estás bien? —preguntó su papá preocupado, observándola.

Afortunadamente, estaba utilizando el cinturón de seguridad, por lo que Mikasa estaba bien, si no mencionaba el susto pasado.

—Sí, papá, no te preocupes —se apresuró a decir.

Levi la miró no muy convencido, pero entonces el semáforo se puso en verde y tuvo que mirar hacia adelante y seguir avanzando.

—¿Por qué hiciste esa pregunta? —inquirió el hombre con la voz tranquila, aunque Mikasa pudo notar un poco de enfado en su voz.

La chica mordió su labio inferior, repentinamente temerosa de responder.

—Solo lo pregunté —desvió la vista cuando su papá la miró con esa expresión de que no le creía nada—. El papá de Isa es gay —respondió entonces suspirando.

Su papá no dijo nada y Mikasa temió haberlo enfadado de verdad.

Llegaron a casa, Levi estacionando el auto y la chica tomó las bolsas más ligeras, cargándolas hasta la cocina con su papá detrás.

Cuando se disponía a ir a su cuarto para hacer la tarea, su papá la llamó y se volteó, reacia a hacerlo.

—¿Quieres que tenga una relación con el papá de Isa? —preguntó con la voz llena de regaño y una mirada que decía que si se atrevía a mentirle, la iba a castigar como nunca antes la había castigado.

—El papá de Isa es lindo —dijo en voz baja.

Vio a su papá suspirar, enderezándose.

—Mika, nunca he salido con hombres —dijo su papá con paciencia, sin saber realmente cómo comportarse en este caso. Su hija, normalmente, nunca pedía nada ni venía con ideas demasiado extrañas, sin embargo, ¿esto? Nunca lo habría creído ni en un millón de años—. Además, soy bastante viejo para ese chico.

—¡No importa! —se apresuró a decir Mikasa tomándole la mano—. ¡Estoy segura de que no le debe importar! —lo miró con súplica—. Papá, anda, solo conócelo. No te pido nada más, y prometo sacarme diez en todo.

—Ya tienes diez en todo —señaló Levi.

—¡Bueno, entonces once!

—Eso es imposible.

—¡No para mí!

Levi soltó un bufido, sorprendido de notar la insistencia y terquedad en el rostro y voz de su hija, por lo que terminó dejando escapar otro resoplido.

—Lo pensaré —mintió cruzándose de brazos.

Pero lo que más le sorprendió en ese momento era ver como en el rostro de Mikasa se extendía una amplia sonrisa que nunca antes había visto en su cara, en especial desde el divorcio con Petra.

—¡Gracias, papá! —chilló la chica dándole también un fugaz abrazo antes de irse a su cuarto.

Levi negó con la cabeza, sin saber exactamente en qué se había metido.


El lunes, cuando la profesora dio por terminada la jornada y empezaron a llegar los adultos al salón, retirando a todos los niños, Mikasa e Isabel se miraron, asintiendo fugazmente para ubicarse en sus posiciones.

Habían ideado ese pequeño plan en la mañana, cuando la pelirroja había llegado saltando diciendo que le fue bien con su papá, que simplemente necesitaba un pequeño empujón más para darse cuenta de las cosas, y Mikasa le dijo que también las cosas con su papá iban excelentes.

Ambos se sentaron en la mesa más cercana a la puerta, esperando a que apareciera el papá de Mikasa, si todo iba bien.

Unos segundos después, el hombre entró a la habitación, saludando a la maestra Christa y yendo a la mesa donde estaba su hija con Isabel al lado, quien parecía a punto de llorar en ese momento.

—Vamos, Mika —dijo su papá en ese momento.

La pelinegra estuvo a punto de rodar los ojos por el obvio despiste de su papá.

—Bueno —se giró hacia Isabel—. No te preocupes, Isa, tu papá ya vendrá a buscarte.

Los ojos del azabache se movieron hacia la niña pelirroja, que asentía con pena.

—¿Qué pasó? —preguntó frunciendo el ceño.

—El papá de Isa no vendrá enseguida —respondió Mikasa—, llamó diciendo que le pusieron trabajo extra, así que se debe quedar aquí a esperarlo.

Levi frunció el ceño, mirando desde su hija hacia la pequeña pelirroja de enormes ojos verdes, expresivos y bonitos, y soltó un suspiro sin saber exactamente qué hacer.

—Podría venir contigo a casa–

—¡SÍ! —chilló Isabel demasiado pronto, ganándose una mirada sorprendida de su futuro papá. Sin embargo, no pudo disfrutar demasiado su felicidad al notar como Mikasa la fulminaba con la mirada. Se aclaró la garganta, tratando de dejar de lucir tan entusiasmada—. Mhn, se lo agradecería mucho señor Ackerman —dijo con timidez.

—¿Debería llamar a tu padre…? —Levi frunció el ceño levemente.

—¡No, no se preocupe, yo lo llamo! —se apresuró a decir la muchacha yendo donde la maestra Christa para pedirle que marcara el número de su papá y así conversar con él.

—¿Desde cuándo eres amiga con Isabel? —preguntó de pronto su papá volteándose a verla, sin perder el ceño fruncido.

Mikasa sabía que debía estar pensando en que ella nunca antes la había nombrado en conversaciones con su papá, o si lo había hecho, había sido al paso, nunca remarcando que tenían una amistad.

—Desde siempre —mintió con facilidad, sabiendo que debía lucir inocente si no quería salir pillada.

Levi la observó críticamente, analizando si su hija estaba mintiendo o no, pero antes de dar un veredicto Isabel llegó saltando, agarrando su mochila.

—¡Papá dijo que pasaría a buscarme a las siete! —se apresuró a decir prácticamente rebotando en su lugar.

El azabache quiso, por un breve momento, pedirle el número a la maestra para saber si estaba todo bien, pero decidió no hacerlo al ver la emoción de la muchacha. Bueno, y si Eren ya había permitido que fuera para su casa, ¿por qué no?

De todas formas, al salir, la maestra Christa le tendió el número del papá de Isabel en caso de cualquier emergencia, y dándole una mirada de agradecimiento, salió del salón del kínder con las dos niñas tomando sus manos, conversando entre ellas.

A Levi se le hacía extraño que su estoica hija conversara con tanta tranquilidad con alguien tan parlanchina como Isabel, quien parecía siempre tener una sonrisa enorme en su rostro y hablaba fuerte y claro, llamando la atención de todo el mundo apenas abría la boca. De seguro se comportaba así gracias a su padre, que todavía era un mocoso.

Las dos chicas se subieron a la parte trasera del auto, poniéndose el cinturón de seguridad en tanto el azabache encendía el carro, saliendo del estacionamiento escuchando las palabras de las niñas con calma.

Hasta que algo captó su atención.

—… papá siempre me dijo que le gustaron los hombres, entonces de vez en cuando trato de conseguirle un novio…

—¿Tu papá siempre fue gay? —le interrumpió Levi mirando hacia atrás por el espejo retrovisor—. Entonces, ¿cómo fue que te tuvo?

—Papá —regañó de pronto Mikasa, incómoda, tratando de decirle que retirara su pregunta ya que era demasiado personal.

Sin embargo, Isabel solo se encogió de hombros, indiferente a las palabras del azabache.

—Papá me trata de "pequeño accidente" —respondió Isabel como si nada—. Dijo que fui producto de una noche loca, pero que estuvo con mi mami durante todo el embarazo e incluso cuando nací —la niña sonrió ampliamente—. Soy la pequeña alegría de papá, también.

Levi asintió comprensivamente, de alguna forma admirando que un chico como Eren, que lucía bastante joven, impulsivo y rebelde, tuviera una hija y fuera capaz de hacerse cargo de ella. Por lo que podía deducir, el mocoso había tenido a Isabel alrededor de los diecisiete años.

Un escalofrío recorrió toda su espina dorsal al pensar en esos intensos ojos verde-azulados que compartía con la pelirroja.

Llegaron a su casa, la niña pelirroja saliendo detrás de Mikasa, quien no dudó en llevarla a su habitación para jugar. O eso creía Levi.

Pero en realidad su hija le estaba mostrando el plano que dibujó de su casa, indicándole cuál sería su cuarto cuando Eren e Isabel fueran a vivir con ellos.

Porque esas pequeñas diablillas harían lo posible para cumplir su objetivo, aunque tuvieran que vender su alma a Satanás o invocar espíritus con la Ouija. Y estaban dispuestas a hacerlo si este plan no funcionaba.


Eren soltó un resoplido, cansado, mientras se bajaba de la bicicleta para dejarla apoyada contra el buzón de cartas que la familia Ackerman tenía fuera de su bonita y pintoresca casa.

Había tratado de terminar lo antes posible el pastel que tenía que decorar en su trabajo de medio tiempo como asistente de cocina de Armin, pero resultó imposible considerando que era un pastel de bodas y que debía estar cuidadosamente decorado si no querían tener algún reclamo, por lo que cuando le avisó a Isabel que tendría que quedarse con la maestra Christa, los ojos de la pequeña parecieron brillar con entusiasmo en lugar de hacer la típica pataleta que hubiera hecho en situaciones normales.

Y luego, cuando lo llamó para preguntarle si podía ir a la casa de una amiga… bueno, a Eren le pareció extrañamente sospechoso.

En especial porque esa niña se llamaba Mikasa.

Soltó un suspiro, viendo el pequeño pastel que hizo con apuro para agradecerle a la familia de Levi por haber cuidado de su hija esa tarde.

Tocó la puerta, unos segundos después siendo abierta por Levi.

Eren no pudo evitar mirar de nuevo de arriba hacia abajo al hombre como había hecho en el supermercado días atrás, estremeciéndose al ver esa profunda mirada gris puesta sobre él.

Santa madre de todos los pasteles, Isabel lo había molestado tanto con ese hombre que Eren estaba empezando a mirarlo con otros ojos.

Contrólate, Eren, se regañó mentalmente.

—Hola señor Ackerman —saludó sonriendo, tratando de relajarse.

O eso quiso hacer hasta que el hombre extendió un dedo hacia su rostro, acariciándoselo con suavidad.

Mierda, ¿qué?

Podía sentir sus mejillas calientes, a punto de desmayarse por lo que estaba pasando.

—Tenías crema en tu mejilla, mocoso de mierda —espetó el hombre, y su fantasía sexual –que incluía crema, desnudos y pasteles– se rompió en mil pedazos—. ¿Qué traes allí?

—Oh —el chico sacudió levemente la cabeza—. Traje pastel, para agradecer que pudieran cuidar a Isabel —mordió su labio inferior al ver que su hija no estaba detrás—. Me iré con ella ahora, así no los molesto–

—Ah —Levi frunció el ceño—. ¿Quieres quedarte a cenar? Ya está casi lista la comida e hice bastante pensando que llegarías más tarde.

—No quiero ser una molestia, señor Ackerman–

—Dime Levi —le interrumpió el pelinegro sin aligerar un poco el ceño fruncido— y no me molestas. Pasa, que se me quemará la comida.

Se te quemará el arroz, Levi, bromeó el castaño en su interior.

Pasó al comedor, esperando encontrarse con la esposa de su anfitrión, sin embargo, solo observó a las dos niñas pintando uno de los cuentos para colorear de Mikasa. Isabel, al verlo, se puso de pie con alegría.

—¡Papá! —chilló emocionada, corriendo a abrazarlo.

Eren tuvo que hacer malabares para devolverle el abrazo y darle un beso en la mejilla, pero logró hacerlo, haciendo que la chica se riera con fuerza.

Cuando volvió a enderezarse, observó a la amiga de su hija, que tenía aspecto tímido en ese momento.

—Hola Mika —saludó sonriendo ampliamente, inclinándose.

—Hola señor Jaeger —murmuró la chica sin levantar la vista.

—¡Oye, dime Eren! Señor Jaeger me hace sentir muy viejo —protestó el castaño revolviéndole el cabello.

—Bueno… Eren —la niña esbozó una pequeña sonrisa.

El muchacho soltó una risa baja mientras Levi entraba al comedor con una ceja enarcada, contemplando la escena en silencio.

Extrañado de que Mikasa pudiera sonreír con tanta facilidad con la presencia del castaño.

Sorprendido porque el chico se había ganado la confianza de su hija con una facilidad increíble.

Un poco celoso porque los ojos de Mikasa lucían emocionados con la presencia de Eren.

—Vamos a comer —dijo enarcando una ceja.

Isabel aplaudió, acercándose a Mikasa y susurrándole algunas palabras al oído, a lo que su hija contestó con un asentimiento de cabeza.

—Oigan, ¿qué están cuchicheando ustedes allí? —dijo de pronto Eren sin borrar la sonrisa en su rostro.

—¡Nada! —clamaron las dos niñas inmediatamente.

Levi no pudo evitar pensar que la sonrisa de Eren lucía bonita.

Se obligó a alejar esos pensamientos de su cabeza, mirando a Mikasa, recordando la insistencia de la chiquilla sobre darle alguna oportunidad a Eren.

Pero, ¿cómo lo iba a hacer? Si apenas conocía algo del muchacho. Que estuvieran cenando en ese momento juntos fue solo mera casualidad–

Oh, esas pequeñas demonios salidas del mismo Inframundo.

Observó calculadoramente a Mikasa, bufando al notar las claras intenciones de las niñas. ¿Qué clase de tonto juego habían creado para que ellos dos se conocieran más?

—Papá, ¿el pastel lo hiciste tú? —preguntó de pronto Isabel llamando la atención de todos en la mesa.

—Claro que sí Isa, sabes que me gusta cocinar pasteles —respondió Eren exasperado.

—¡El papi perfecto! —chilló de pronto Mikasa antes de ruborizarse.

Levi podía sentir como se derretía de a poco por dos cosas: la primera de ellas, por el adorable rubor de su hija en ese momento, y la segunda, porque el mocoso sabía cocinar postres que eran realmente deliciosos.

Y una de las debilidades que casi nadie conocía de Levi era eso: los postres, principalmente los pasteles.

Mierda, quizás podía darse el tiempo de conocer un poco más a ese mocoso.

Para, de paso, pedirle que cocinara algún otro pastel más adelante.


Y, unas semanas más tarde, recibió toda confirmación de que, quizás, debería juzgar seriamente si el mocoso ese le gustaba o no.

Todo había comenzado cuando Mikasa le pidió en la mañana pasar la tarde con los Jaeger, ya que Eren tenía el día libre e Isabel la había invitado a jugar a su casa.

Levi había tratado de buscar alguna excusa para negarse, pero luego de ver el brillo especial en los ojos de su hija, no pudo decir que no. No pudo negarse aunque quisiera.

Sabía que esas dos diablillas seguían adelante con su maquiavélico plan de lograr que Eren y él estuvieran juntos, y no sabía cómo decirle a su hija que no siguieran planificando porque Levi no estaría jamás con Eren.

Jamás, jamás, jamás–

O eso esperaba hasta que tocó la puerta del departamento de la familia Jaeger, y el castaño apareció con su rostro lleno de crema y un mandil rosado femenino que se ajustaba bien a sus caderas.

Un mandil. Rosado. Femenino. Y crema. En su rostro.

Levi se imaginó pasando su lengua por su cara.

No, basta, no, ¿qué mierda le pasaba?

—¿Interrumpo algo? —preguntó Levi con la voz ronca, y tuvo que aclarársela para no lucir alterado.

—Oh, no, pasa Levi —se apresuró a decir el castaño haciéndose a un lado—. Theo, anda, estoy ocupado, no puedo acariciarte —Levi supuso que le estaba hablando al pequeño perro que tenían en el lugar, que miraba a Eren con emoción y ganas de salir a jugar—. Nos pusimos a cocinar cupcakes con Mikasa e Isabel… —soltó una risa nerviosa—. ¿Te gustan los cupcakes, Levi?

Me gustaría verte desnudo dentro de un cupcake.

Carajo, ¿cuánto llevaba sin sexo? ¿Acaso la abstinencia lo estaba haciendo sentir así?

—Uhm, ¿señor Levi?

—Solo Levi —murmuró negándose a mirar al castaño a los ojos mientras entraba al pequeño departamento, el perro saltando para llamar la atención de Eren.

Podía escuchar los gritos provenientes de la cocina, y al llegar allí no pudo evitar hacer una mueca de horror al ver el desastre que eran las niñas, con sus rostros embetunados en crema de distintos colores y sus manos llenas de harina.

—Hola, papá —saludó Mikasa sonriendo ampliamente.

—¡Les dije que comenzaran a ordenar! —chilló Eren entrando también a la cocina.

—A Mika se le cayó la harina porque Theo se le cruzó —respondió Isabel inocentemente.

—¡Mentira, Isa reventó la manga pastelera peleando por ella conmigo! —se apresuró a decir Mikasa.

—¡¿QUÉ USTEDES HICIERON QUÉ CON MI MANGA PASTELERA?! —farfulló Eren incrédulo.

Levi no pudo evitarlo: soltó una risa baja, tan repentina que cubrió su boca con su mano debido al asombro, y encontrándose con tres pares de ojos que lo miraban llenos de sorpresa.

Se aclaró la garganta, tratando de recuperar su rostro estoico, pero sabía que a estas alturas había perdido gran parte de su dignidad.

—¡Papá! —y para peor, Mikasa corrió a abrazarlo a pesar de estar toda sucia y los reclamos de Levi.

Entonces, más tarde, mientras salía del departamento de Eren, con Mikasa dormitando en sus brazos, vaciló un poco antes de preguntarle al castaño si quería salir con él el próximo fin de semana a una cena los dos solos.

Y Eren, completamente ruborizado, balbuceó una respuesta avergonzado por la extraña situación que estaba viviendo con el padre de Mikasa.

Sin embargo, ambos estaban tan absortos el uno del otro que no notaron como Mikasa le guiñaba el ojo a Isabel, quien simplemente esbozó una sonrisa amplia mientras levantaba su dedo pulgar en señal de que todo había salido perfectamente bien.

En definitiva, ambas eran las Cupidos perfectas para cualquier situación.


Eren no sabía cómo es que había terminado en la cama de Levi.

Desnudo.

Jadeando.

Gimiendo.

Con las piernas abiertas.

Y el padre de Mikasa sobre él.

Ah, no.

Dentro de él.

Tuvo que morder el hombro de Levi cuando recibió una embestida suave, el hombre besando su cuello, enviando escalofríos por todo su cuerpo, haciéndolo tocar el cielo mismo con algo tan simple como empujar suavemente contra él.

En realidad si recordaba bastante bien cómo terminó en toda esa situación que habría parecido irreal semanas atrás.

Terminaron allí gracias a las muchas citas que tuvieron, gracias a sus insistentes angelitos de Dios –sí, claro– que hacían que se vieran prácticamente cada día y gracias al poco alcohol en su cuerpo producto de la salida de esa noche que ingirió para pasar los nervios.

Eren cerró sus ojos, pero entonces sintió las manos del pelinegro acariciando sus mejillas, sin dejar de moverse, para luego recibir un suave beso sobre sus labios, que pasó a ser un beso devorador luego de unos segundos, lenguas y saliva entremezclándose en el calor de esa noche.

—Mírame a los ojos… —murmuró Levi—, cuando te esté haciendo el amor, mocoso de mierda.

Si antes no había perdido totalmente el control de sus acciones, ahora lo estaba haciendo por completo, sintiendo como su corazón se derretía por las palabras de Levi.

Nunca habría creído posible que ese amargado enano pudiera ser romántico de vez en cuando.

Un romántico de vez en cuando, pero sucio la mayoría de las veces.

Eren tenía claro que no habrían terminado así si Levi no hubiera susurrado cosas sucias a su oído cuando estaban cenando, tocando su pierna con suavidad, y Eren tuvo que beber un poco más de la cuenta para no dejar escapar todos los gemidos que quería soltar.

—Eres… ngh… terrible… —jadeó Eren arqueando su espalda mientras parpadeaba, avergonzado, sintiendo las manos del mayor recorriendo su cuerpo nuevamente, tocándolo en aquellas partes tan sensibles que lo volvían loco, que le hacía perder la cabeza en un santiamén.

—No gimas tan fuerte —pudo sentir la burla en las palabras de Levi, y quiso gritarle, quiso golpearlo, porque si estaban en esa situación era por culpa de ese maldito enano—, despertarás a Mika.

Las ganas de querer golpearlo aumentaron a mil, pero no pudo hacerlo porque Levi, con una sonrisa de mofa, lo embistió nuevamente ahora sin control y tuvo que morder su brazo para no gemir en voz alta como tanto quería.

Se las iba a pagar. Ese maldito enano se las iba a pagar.

Mientras tanto, la pequeña e inocente Mikasa –ese pequeño ser salido del Inframundo– estaba sentada contra la pared del pasillo, frente a la puerta de su papá, frunciendo el ceño ante los sonidos provenientes de la habitación –gemidos y rechinidos de la cama–, para luego bajar su vista a su móvil.

El plan resulto un exito. Papá Levi está haciendo bebés con Papá Eren

Luego, presionó enviar, y el mensaje le llegó a Isabel.

Segundos después, recibió la respuesta.

Eso significa k ahora somos hermanas? \(•.)/

Mikasa suspiró.

Komo hiciste eso? :'c

Debido al ruido proveniente del cuarto de su padre, la chica estuvo a punto de tocar la puerta y pedir que se quedaran en silencio, pero sospechó que aquello quizás no le iba a gustar ni a su papá ni a su futuro padre.

Magia, Michoza, magia… ¯\_()_/¯

Mikasa frunció el ceño.

Me vuelves a decir asi y te saco la navaja

La niña se puso de pie y se fue saltando a su cuarto antes de recibir el último mensaje de la noche.

No me trates mal, futura hermana _Ya, dejo de estar pendeja, lo siento :'c Dile mañana a mis papis que los quiero :*

Definitivamente, no estuvo mal ser el Cupido de su padre y, de paso, conseguirse un nuevo papá con una hermanita que sería, por lo demás, irritable.

Pero había valido completamente la pena.


Esto es una de las cosas más fluff y tiernas que he escrito alguna vez :'v

Khe me ezta pazando :'vvvvvvvvvv

Sobre Under Pressure: espero traerles actualización la siguiente semana.

Y Gihei, de verdad que ojalá te haya gustado este pequeño regalo uwu Ya pronto te traeré lo otro que me pediste y eso tendrá más fluff y humor :3

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¡Saludos!