Prólogo - El niño al que no se le permitía soñar.

La casa llevaba allí mucho más tiempo de lo que nadie podría imaginar, y las leyendas sobre la misma eran tantas como años tenía el lugar.
Hasta los más ancianos de la ciudad decían recordarla de niños, y era vieja y decadente, incluso entonces.
Se decía que ya estaba allí cuando la ciudad se construyó.

Decían que allí vivían las hadas, o que una bruja poderosa se había establecido allí.

Él, por supuesto, no creía en esas leyendas. Era completamente ilógico, y él era un hombre de raciocinio; lógica sobre los sentimientos, escepticismo sobre la fantasía.

Cada vez que alguien le decía algo sobre la casona abandonada, él sonreía y negaba con la cabeza. Luego daba fundamentos lógicos, explicando el porqué de su escepticismo.

Los charlatanes solían quedar contentos con su explicación, y lo dejaban en paz.
Ese era un mundo inhóspito y cruel, y él tenía otras preocupaciones. Debía educar a sus hijos, soñadores por naturaleza, y enseñarles lo cruel que la vida podría ser.
Con suerte ellos también tendrían hijos, y deberían enseñarles lo mismo que él a ellos.
Justamente por eso la gente decía que él no disfrutaba de estar vivo. Lo hacía, pero a su manera.

—Padre, ¿es verdad que en esa casa vive una bruja? ¿Y qué esa bruja hace que tus sueños se vuelvan pesadillas?
Su hijo, el menor, el más inocente de sus niños.
El niño podía pasarse horas y horas buscando duendes y hadas en el jardín trasero.

"Los elfos viven en tazas pequeñitas. Lo sé, estoy seguro de ello"

—No, no existen las brujas, Kiddo. Los sueños son solamente reflejos de tus deseos y miedos, que aparecen mientras duermes; mientras que las fantasías son cosa de los hermanos Grimm. Déjaselo a ellos, y a los cuentos de las abuelas.

—Pero…
—Pero nada. Esta vida es cruel; y si te duermes, la pasarás muy mal.

Y día tras día, noche tras noche, el hombre pasó a aleccionar a su hijo; matándole su ilusión de a poco, encargándose de que el niño dejara de soñar.

Y así creció él, aprendiendo de su padre que los cuentos de hadas eran sólo eso: cuentos.

Mientras tanto, su hermana mayor continuaba soñando, siendo feliz, imaginando cosas. Ella creció como cualquier otro niño.

Y el joven le repetía día tras día que era inútil pensar en esas cosas, que ella debía abrir los ojos y despertar.

Él llegó a ser el presidente de una corporación, sí; ella trabajaba de ejecutiva debajo de él.

Y él jamás se cansaría de repetirle a su hermana que, si ella le hubiera hecho caso y hubiese dejado de pensar en tonterías, hoy podrían trabajar a la par.

Sin embargo, la Casa de las Telarañas seguía allí. Tentándolo a "perder el tiempo en tonterías"
Se quitó los pensamientos de la mente y continuó su vida, siendo un hombre exitoso…

Pero aburrido de su propia vida.