Hola a todos una vez más, soy María. Esto no es nada del otro mundo, es simplemente un regalo hacia una persona a la que estimo mucho… Gema, alias Copia pirata, etc, etc...
Hace tiempo que fue su cumpleaños y lo estoy publicando desde entonces en el foro de HP, o el foro loco como ella lo llama. Pero pensé que tal vez a algunos de los lectores de fanfiction les gustaria leerlo y finalmente decidí publicarlo aquí también. Aun no está terminado pero no tardaré mucho en acabarlo.
A ella le gustó mucho el formato que utilicé para Una historia de coincidencias, por eso he escrito este minific regalo volviendo a ese formato. Tiene un Prólogo, un epílogo y cuatro pequeños capítulos, viñetas, llámalos como gusteis.
Espero que os guste...
Prólogo.
Rozaban las once de la noche. Nunca solía llegar tan tarde a casa pero aquel día en la comisaría todo se había vuelto un caos y no tuvo más remedio que quedarse hasta que todo volvió a la normalidad. Cerró el portón de entrada de su casa con sumo cuidado, intuyendo que su familia ya estaría sumida en sueños o a punto de alcanzarlos. Se despojó de su pesado abrigo, el calendario señalaba que se encontraban a quince de Febrero y aun nevaba en Londres con bastante ahínco. Pequeños copos de nieve se esparcían por su anaranjado cabello humedeciéndolo un poco, con unos enérgicos movimientos de sus manos se sacudió el pelo y los copos se desperdigaron por la habitación hasta desaparecer. Bostezó con fuerza, tenía sueño, y se encontraba muy agotado después de una larga jornada laboral. Lentamente y casi sin fuerzas, arrastro sus pasos peldaño a peldaño hasta alcanzar al fin el piso superior de su acogedora casita. Antes de entrar en su habitación se detuvo en la de su hija. Con mucha cautela, para no despertarla en el caso de que estuviese dormida, se aproximó a su cama y depositó sobre su infantil frente un suave y amoroso beso. Luego apartó con delicadeza un mechón rojo que caía sobre uno de los parpados cerrados de la niña. Sonrió orgulloso de ella. Rose era tan hermosa que intuía que tarde o temprano la belleza de su hija le traería más de un dolor de cabeza, y de estómago. Tan sigilosamente como entró, abandono la habitación de la niña, no sin antes echarle un último vistazo a su hija para asegurarse que nada podía perturbar su placentero sueño.
Se escuchaban débiles voces provenientes de su dormitorio. Abrió la puerta y allí estaba ella, sentada sobre la cama y en sus brazos dormitaba un bebé con la cabeza hundida en el seno materno de Hermione. Una ráfaga de ternura y sana envidia sacudió el cuerpo de Ron, amaba ver como su esposa amamantaba al pequeño Hugo, que apenas tenía unos meses de vida. Se veía en la obligación de despertarla porque ni la posición de Hermione ni la del bebé eran las más idóneas, pero sentía profundamente romper aquella tierna escena. Lánguidamente apagó el televisor de donde procedían las incesantes voces y luego se acercó a su esposa con intención de despertarla, pero en vez de eso, agarró con delicadeza el frágil cuerpecillo de Hugo y tiró de él arrebatándolo de los cálidos brazos de su madre. La mujer abrió los ojos instintivamente al sentir que ya no tenía al bebé.
—Soy yo Hermione, dejaré a Hugo en su cunita, sigue durmiendo.
Hermione se tranquilizó al ver que era Ron quien mantenía en brazos al bebé, le sonrió y luego se acurrucó en las mantas a la vez que susurraba.
—Llegas tarde querido, mañana me contarás…
Y no dijo más porque sus castaños ojos se cerraron sin intención de volver a abrirse hasta que al pequeño Hugo volviese a sentir hambre, y para eso aún faltaban algunas horas. Ron llevó al niño hasta la cuna y lo dejó allí, arropándolo con las mantitas. Se quedó mirándolo durante unos segundos porque el pequeño comenzó a mover sus bracitos y sus puños cerrados de forma perezosa mientras gruñía un poco. Parecía que iba a despertarse, pero finalmente fue una falsa alarma y los movimientos de Hugo cesaron regresando su inocente e infantil sueño. Ron resopló suavemente, luego se aflojó el nudo de la corbata y se giró hacia su esposa que ya dormía profundamente. No podía apartar sus azules ojos del rostro de la mujer que compartía cada noche su lecho. Suspiró orgulloso de ella y de lo todo lo que habían logrado juntos, haciéndose siempre las mismas preguntas…
¿Quién se lo iba a decir cuando la conoció a los nueve años?...
¿Cómo podía imaginarlo cuando con trece años se reencontró con ella?...
¿Qué le hizo pensar que todo sería diferente cuando la miró en aquella fiesta de cumpleaños a los dieciocho?...
Nada, absolutamente nada podría haber convencido a Ron Weasley que Hermione Granger era la persona que todos esperamos, aquella que necesitamos, a quien estamos destinados. Aunque si lo meditaba bien, Ron en el fondo siempre supo que Hermione debía ser ella.
Gracias por leerlo, subiré pronto...
Besos,
María.
