«Hey, mamá».

«Buen día, cariño»

Se saludaron madre e hija como todos los días. Emma bajó corriendo las escaleras, con el cepillo de dientes aún en la boca (un movimiento propio de su madre), apresurándose a escupir en el lavabo de la cocina. La rubia sacó de su bolsillo un spray de menta y echó una brisa del contenido en su boca, para luego guardarlo y terminar de abotonarse la camisa, una de satén que Mary Margaret no sabía que Emma tenía. Ella se apuró a deslizarse en su chaqueta y despedirse rápidamente de su mamá con un beso en la mejilla, saliendo de inmediato del loft. Todo bajo la mirada divertida de Mary Margaret.

"Todas las malditas mañanas", pensó ella sacudiendo la cabeza.

Emma, por su parte, estaba demasiado perdida en llegar a tiempo para darse cuenta de que había un poste de luz en su camino y se chocó con él.

«Ay, rayos» siseó la rubia.

Se acarició la frente, intentando ignorar el dolor mientras seguía su camino hasta la cafetería. Cuando ella llegó, se preguntaba si le dejaría un moretón pero enseguida hizo sus pensamientos a un lado y tomó las dos bolsas que Ruby siempre dejaba para ella todas las mañanas con exactamente el mismo pedido, aunque esta vez era un poco diferente. Emma agarró ambas bolsas con una mano, y con la otra revisó su celular para ver la hora. Disparando las cejas, apuró sus pasos hasta la alcaldía.

Entró en la oficina y ahí estaba Regina, sentada en su escritorio. Emma sabía que ella fingía ignorar su presencia. Entonces la morena levantó la vista, aparentemente percatándose de Emma, y sonrió. Dios, era hermosa.

«Emma» exclamó.

«Hey, Regina. Traje el desayuno» dijo levantando las bolsas.

Los ojos chocolate se dirigieron al movimiento y luego subieron nuevamente a su rostro, un poco demasiado lentamente, admirando sin sutileza a Emma.

«Ya veo» replicó Regina. «¿No pensaste que quizás ya desayuné?».

Emma levantó las cejas, consciente de que la alcaldesa estaba jugando con ella. Dejó la comida para llevar en el escritorio y cruzó miradas con la mujer.

«Sería la primera vez» replicó con una sonrisita, antes de mirar a otro lado y sentarse.

Por el rabillo del ojo, Emma notó que, aunque estaba enfocada en los papeles, la morena también tenía una pequeña sonrisa dibujada en el rostro, que la iluminaba de una manera...buena, muy buena. Cuando Emma se dio cuenta que la había estado observando, sacudió la cabeza y empezó a sacar la comida de las bolsas.

«Sé que no te gusta el queso a la parrilla pero...»

«Oh, no. No pienso comer eso» se negó Regina antes de que pueda terminar la oración.

«No sabrás si es bueno o no si no lo pruebas antes» dijo Emma con su mejor sonrisa compradora.

Desafortunadamente, la morena no se dejaría manipular con eso, ni por esos malditos ojos de cachorrito.

«Es dos pedazos de pan con queso en medio» discutió ella. «No hay nada que bueno que probar».

«Vamos» insistió Emma haciendo un puchero, agarró uno de los sándwiches y lo acercó a la boca de Regina. «Sólo una mordidita y te dejaré en paz».

La rubia vio como Regina arrugó los labios luchando contra la tentación. Debía resistir a ese puchero y esos ojos. Suspirando, la morena mordió el sándwich que Emma aún sostenía. De su garganta emergió un vergonzoso sonido de placer y Emma sonrió victoriosa, a la vez que un rubor pintaba sus mejillas.

«Te lo dije» dijo Emma intentando ignorar la repentina tensión en el aire.

Regina no dejó de mirar los ojos de Emma, mientras tragaba y su cabeza se enfocaba entre discutir la delicia del queso a la parrilla y la forma en la que Emma la estaba observando. La alcaldesa carraspeo y le arrebató la comida de la mano.

«Cállate» dijo dando otra mordida.

La tensión se había levantado y Emma estaba riendo.


Era la medianoche. Ella podía escuchar los ronquidos de Henry desde su habitación en el silencio de la mansión. Estaba sola en la cama. Era un poco triste, considerando que Regina tenía un Alma Gemela con la cual compartir cama pero no estaba allí. Robin había ido al bosque, algo sobre una noche con los Hombres Valientes, aunque ella no le prestó mucha atención.

Cuando él se fue, Regina no pudo evitar sentirse culpable. Estaba aliviada de que él no esté ahí con ella. De no tener que tocarlo o terminar atrapada en sus brazos y bajo el peso de su cuerpo. A pesar de no quererlo a Robin con ella, tampoco quería estar sola. Estaba siendo muy exigente. Menospreciaba a un Alma Gemela, su oportunidad asegurada para un final feliz, ¿y quería más? Sí, ya de por sí era una mala persona y ahora también se creía merecedora de más.

La morena dio una vuelva entre las sábanas, intentó reprimir un gruñido exasperado y un sonido diferente la sobresaltó. No era Henry, no era ella, y estaba bastante segura de que si fuera Robin su magia no lo sentiría. A diferencia de la magia de esta otra persona, a la cual podía sentir bastante bien.

Se sentó en la cama, agudizando los oídos para comprobar si había alguien en la mansión o si estaba en su cabeza. Un sonido brusco llegó desde bajo las escaleras seguido de una alta y muy conocida serie de groserías. Regina saltó fuera de la cama, suspirando y sacudiendo la cabeza.

Abajo, en la cocina, Regina encontró a una bonita pero torpe rubia mirándola con los dientes apretados y esperando que no la mate. Sin decir nada, la morena suspiró una vez más y se giró en sus talones para volver a su habitación.

«Espera» escuchó a Emma. «¡'Gina!».

Regina tiró la cabeza atrás y ojeó a Emma sobre su hombro.

«¿No vienes, Swan?».

La rubia la miró como un perrito perdida pero la siguió en su camino hasta la habitación. Frunció el ceño un momento ante el cuarto vacío.

«¿Robin no está aquí?».

«¿No lo sabías ya?» Regina arqueó una ceja.

«No...» negó con poca convicción.

«Como digas, Emma» dijo acostándose de lado y haciendo ojitos a Emma en la oscuridad. «Ahora, ven aquí».

Emma sonrió y fue hasta sus brazos. Regina sabía exactamente lo que ella necesitaba, siempre. Se sentía en el Cielo en el calor que emanaba su amiga y sus brazos. Todavía no sabía por qué fue a la mansión, normalmente había una razón. Esta vez, era como si algo la empujara a estar ahí, con Regina. Emma sabía que la morena la necesitaba, pero no el porqué. Así que apareció de todas formas.

«¿Está todo bien?» susurró a Regina.

Sintió a Regina apoyar su mentón sobre su cabeza mientras Emma seguía con su nariz enterrada en su cuello.

«No sé» respondió Regina.

«¡Guau! La gran y poderosa alcaldesa no sabe algo, debe haber hielo en el infierno» bromeó Emma en un intento de aligerar el ambiente.

Para su fortuna, la morena rió entre dientes. Si Emma estuviera enfrentándola, podría notar las lágrimas ardiendo por caer en los ojos de Regina, quién utilizaba toda su fuerza de voluntad para evitar derramarlas. No quería que Emma la vea débil y mucho menos que sepa las razones de tal debilidad. No quería que sepa a quién amaba de verdad.

Regina dejó un beso en la cabeza de Emma, quién apretó su agarre en la morena ante la acción. Regina sonrió, justo antes de dejarse caer en el sueño, seguida por Emma pocos minutos.


«Mmm».

Regina se estiró, complacida por ese aroma a lavanda que desprendía su compañera. No miró demasiado a su alrededor, cegada por el nido de ondas doradas. Regina sentía una pierna enredada entre las suyas y se acercó al cuerpo que le daba la espalda, envolviendo sus brazos alrededor de ella y posando un beso en su hombro. Conociendo a la rubia, iba a necesitar una bomba para despertarla.

Intentando desenredarse de Emma, Regina salió de entre las sábanas y se dirigió al baño. Después de una ducha rápida, ella se estaba secando el cabello, ya vestida pero sin maquillaje cuando Emma hizo su aparición, apoyada en el marco de la puerta abierta con los brazos cruzados y admirando la vista que se le ofrecía. Regina le disparó una sonrisa y un guiño.

«¿Ves algo que te guste?».

Emma sacudió la cabeza y la morena se vio desconcertada. ¿No? Eso dolía, más que le vale que esté bromeando.

«Me encanta» reformuló.

Regina luchó la sonrisa en vano, que al final apareció pequeña pero radiante junto con ese tierno sonrojo por el cual Emma moriría si lo llamaba 'tierno'. Cuando Regina desenchufó el secador, Emma finalmente tuvo permitido acercarse y dejó un beso suave en su mejilla.

«Buenos días» murmuró Regina.

«Buenos días, hermosa».

Se saludaron y Emma se quedó viendo a Regina aplicándose el maquillaje. La morena abría ligeramente la boca mientras se aplicaba el delineador y Emma mordió su labio y decidió revisar su celular.

Incontables llamadas perdidas de Mary Margaret. Se había olvidado de regresar antes de que su ausencia sea percibida. Conocía demasiado bien a su mamá, y probablemente los enanos ya se habían separado en grupos de búsqueda por el pueblo. Sin saber si reír o preocuparse, Emma pensó que quizás debía regresar si no quería hacerla perder la cabeza.

«Hey, Regina» la llamó y ella levantó la vista. «¿Puedo agarrar un poco de tu ropa?».

Regina arqueó una ceja, mirándola de arriba abajo. La rubia se percató de que ya estaba usando una camisa de ella. Había dormido con la ropa puesta. Notó que la morena hizo una mueca, enfocándose en las arrugas que quedaron en el satén.

«¿Alguna vez me vas a devolver esa?».

«Nop» contestó con una sonrisa descarada.

Regina suspiró, sacudiendo la cabeza.

«Ve» le permitió y Emma corrió hasta la habitación.

La rubia rebuscó en el armario de Regina las prendas menos probables a valer un millón de dólares con una sonrisa tonta dibujada en el rostro, lo que sucedía usualmente cada vez que estaba cerca de la Reina.

Emma nunca tuvo amigas, excepto Lily y Mary Margaret, pero esas amistades no duraron mucho. Ahora tenía a Regina, quién la entendía mejor que nadie, con quién compartía un hijo y a quién...apreciaba como a nadie. Siempre que algo malo le sucedía, de alguna forma la morena lo sabía. Ella simplemente lo sabía y nunca fallaba en demostrarle que estaba allí, junto a ella, y que no la iba a dejar.

A veces, Emma creía que estaba siendo un poco ingenua, para no decir estúpida. Sentirse confundida como ella lo estaba en respecto a la amiga con un Alma Gemela (quién ciertamente no era ella), no fue su decisión más brillante. No que fue su decisión, no. Si algo aprendió con el paso de los años era que uno no elige de quién se enamora. Sí, Emma estaba tan jodida.

Para el momento en el que encontró unos pantalones vaqueros y una camiseta en un mar de satén, trajes y vestidos, la sonrisa de la rubia se había desvanecido. Debía dejar de hacer eso, dormir con Regina, aunque platonicamente. No hacía más que confundirla y empeorar su situación. Cortar lazos con Regina era lo correcto, antes de sea insoportable estar lejos de ella. Ya estaba decidido.

Se cambió de ropa rápidamente y bajó por el balcón para no tener que enfrentarse a Henry...o Regina. Durante el camino de regreso a casa, el aire helado contra su rostro no hizo más que confirmar su decisión; le aclaró las ideas. Amaba a Regina y por eso a partir de entonces su relación con ella era estrictamente de madres de Henry.


Regina estuvo pensando mucho en ello últimamente y llegó a la conclusión de que sí, Emma Swan es una idiota. Durante la semana pasada, escuchó de ella dos veces, ambas para preguntar por Henry y cuando era su turno de ir con ella. Ya no había almuerzos (ni camas) compartidas, conversaciones profundas o prácticas de magia que terminaban con Emma enviándolas a algún otro universo. Evidentemente, Swan la estaba evitando.

¿Qué sucedió ahora? ¿Acaso Regina hizo algo mal? Fuera lo que fuera, Regina no pensaba tolerar el berrinche de una niña. Entró a la estación del Sheriff y divisó a David y Emma en la habitación. Le dio una mirada asesina a David como señal para que desaparezca y él obedeció.

«¿Qué pasa, Regina? Estoy ocupada».

La morena arqueó una ceja, mirando de reojo el dardo en la mano de Emma.

«Ya veo. No te preocupes esto no va a tardar».

Se acercó a la rubia y le dio un manotazo en la cabeza.

«¡Eh! ¿Qué te pasa?».

«Oh, no lo sé... Mi mejor amiga me está ignorando, eso me pasa» espetó Regina.

«No sé de qué me hablas» dijo Emma, desviando la mirada.

«¿Me estás tomando por tu madre? Yo te conozco, Emma. Me tomó un tiempo, pero de verdad te conozco. Sé que algo está mal, ¿qué es?»

«Creo que sería mejor si dejáramos de ser amigas, limitemos nuestra relación a compartir la custodia de Henry» admitió con una expresión derrotada.

«¿Por qué?».

«Porque estoy interfiriendo en tu relación con Robin».

«¿Qué?» Regina la miró como si fuera una idiota, lo cual era probable.

«¡Lo que escuchaste, Regina! Todas esas pijamadas y cosas... No tienes idea de lo que provocas en mí».

Emma desorbitó los ojos, eso no debía salir a la luz, Regina nunca debía saber lo que sentía por ella. Ahora lo había arruinado todo. Regina se reiría de ella o se enojaría o peor, y todo porque no pudo mantener la boca cerrada. Pero Regina no se veía tan desconcertada. Parecía saber exactamente de lo que estaba hablando.

«¿Y qué hay de lo que tú provocas en mí?» la desafió Regina.

Eso no podía ser bueno. Si Regina sentía lo mismo... No, no debía pensar en ello. Regina tenía un Alma Gemela, ella era un amor imposible y Emma no quería escuchar lo que tenía para decirle sobre sus sentimientos sobre ella.

«No vayas ahí».

«¿No? ¿Por qué no? ¿Asustada de que sea demasiado para ti?».

Emma rodó los ojos.

«Esto era justo lo que quería evitar. Tú no puedes sentir nada por mí».

«Eso no es algo que te corresponde decidir».

«No lo entiendes, Regina. No puedo arruinar tu final feliz, ¡no puedo!» exclamó y se llevó las manos a la cabeza en desesperación. «Lo mejor será que me aleje de ti, y te deje tener tu final feliz con Robin».

«¿Y si eso no es lo que quiero?».

«Una vez que me vaya todo estará claro. Amas a Robin. Cuando no me interponga más, tendrás tu final feliz, Regina. Tendrás lo que siempre quisiste».

«Eso no es lo que quise, nunca quise eso» frunció el ceño. «¿Qué te hizo pensar que mi final feliz es sin ti?» gritó Regina.

«Él es tu alma gemela» discutió Emma.

Regina miró entre los ojos de Emma, intentando averiguar su siguiente movimiento. Emma la quería. Ningún polvo de hadas se lo dijo, pero de todos modos la quería. Después de pensar en eso, no fue tan difícil para la Reina tomar la siguiente decisión.

«No me importan las Almas Gemelas ni el Destino. Todo lo que me importa, eres tú».

La morena lo dijo con tanta pasión, que cuando Emma fue tomada por las solapas de la chaqueta y empujada a un beso, no se hizo rogar. Llevó una mano al cuello de Regina y otra a su cabello, mientras la mujer tenía ambas en sus mejillas. La rubia deslizó sus manos por su cuerpo, acercándolo más a ella, sin separándose de sus labios. Todo estaba allí, es esa hermosa mujer. Su hogar estaba allí.

Repentinamente, sintió a Regina sacudirse un poco en sus brazos y pronto notó las lágrimas cayendo por sus mejillas. Preocupada, Emma inmediatamente se apartó. ¿Hizo algo mal? Quizás se arrepintió. Sí, debía ser eso, Regina se dio cuenta de que amaba a Robin. Ella tan sólo fue un experimento. Un doloroso experimento.

Regina, notando el pánico coloreando el rostro de Emma, frunció el ceño, ignorando sus mojadas mejillas, y tomó las de Emma en sus manos.

«Hey, ¿qué sucede?» dijo con una voz suave pero temblorosa.

«Estás llorando».

Y ella comprendió. Emma creía que ella pensaba que fue un error. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba llorando. Como un reflejo, se llevó una mano a su propia mejilla y lo comprobó. Efectivamente, estaba llorando, pero se sentía todo menos triste.

«No, no» sacudió la cabeza, sonriendo aliviada de que Emma no la rechazaba. «Son lágrimas felices. No tienes idea cuánto estuve esperando por esto».

«¿De verdad?».

Regina estiró su sonrisa aún más. Emma era adorable con ese tono incrédulo y completamente esperanzado. No pudo evitarlo, se acercó a ella otra vez y dejó un suave beso en sus labios. Y ahí estaba esa sonrisa tonta que tanto amaba.