Aquella tarde de verano parecía una tarde como cualquier otra para Oikawa e Iwaizumi; el calor iba aumentando por minutos y no parecía que ocurriría nada reseñable en ella. Los dos niños de 5 años se sentían energéticos, a pesar de haber estado mucho tiempo corriendo por el campo que se encontraba cerca de sus casas y jugando a voley de muy mala manera, por no decir nefasta. Ambos se dirigieron al jardín de casa de Oikawa para terminar de pasar tarde.

-¡Iwa-chan! Quiero intentar subirme al árbol de mi jardín- dijo un pequeño Oikawa, tan risueño como siempre.

-¿Qué dices? No vas a poder.

-¿Cómo que no voy a poder?- respondió ofendido Oikawa.

-¡Te vas a matar!
-¡Te voy a demostrar que no, Iwa-chan, ya verás!

Así pues, Oikawa comenzó a escalar el árbol, mientras que Iwaizumi seguía convencido de que no podría conseguirlo: era bastante torpe y el árbol tenía pocas ramas donde apoyarse, por lo que razones no le faltaban. Sin embargo, Oikawa se las apañó para llegar a la mitad del tronco.

-¡Baja de ahí, estúpido! ¡Que te vas a caer! – gritó Iwaizumi.

-Que no Iwa-chan, que no. Que casi llego a la rama grande. – contestó, intentando persuadir a su mejor amigo de que podría llegar a la cima del árbol. - ¿Ves? ¡Si no me queda nada!

Solo hizo falta un paso en falso para que la rama en la que había apoyado Oikawa el pie se rompiese, haciendo que el pequeño niño cayese del árbol y se golpease contra el suelo, cayendo primero sobre el brazo.

-¡Te lo dije, estúpido!- chilló Hajime, acercándose hacia él. Oikawa había empezado a llorar lo que hizo que las madres de los dos chicos apareciesen en escena a toda prisa.

Así fue la primera vez que Oikawa se rompió un hueso. Asimismo, aquel fue el día en el que Hajime se dio cuenta de dos cosas sobre Tooru: que era un cabezota, y que si se proponía algo, tenía que conseguirlo.

Cuando Oikawa llegó del hospital, con un brazo vendado, se dirigió hacia Iwa-chan.

-Ya verás, Iwa-chan. ¡Cuando me quiten esto, terminaré de escalar ese árbol! ¡Te lo prometo!