CAPÍTULO I

"NADA ES LO MISMO"

Gary Sanders trataba de alcanzar el control remoto del televisor sin mucho éxito. Apenas podía moverse con el yeso en su tórax. Exhaló frustrado. Su hermana no llegaría hasta dentro de dos horas y estaban por pasar un juego de los Mets. Maldijo en silencio. Su vida estaba bastante estropeada desde el accidente. Y aunque recordaba muy poco de ello, la muerte de aquel chiquillo… Estaba muy afectado, por no decir hundido. La empresa para que la trabajara estaba afrontando muchos problemas legales, sobre todo después de la explosión de la planta de la ciudad hacía dos semanas, así que aunque no lo habían despedido era obvio que ya no trabajaba ahí más. Tenía orden de reposo por seis meses más y no podía hacerse cargo de sus necesidades más básicas. Asco de vida. Y si tan solo su hermana llegara ya…

Entonces escuchó la puerta abrirse. Muy raro, porque ella trabajaba hasta las siete. Pero no importaba. Podría ver el partido.

-Hey, Leticia. Gracias a Dios. ¿Puedes ayudarme con el televisor?

Nadie respondió. Hubiese girado la cabeza pero tenía una banda en el cuello. Frunció el entrecejo, ella no solía ser tan callada. De hecho, le sorprendía que no hubiese empezado ya a quejarse de los precios del supermercado, como hacía casi siempre.

-¿Leticia?

Y entonces se dio cuenta que ni siquiera había escuchado sus pasos de la puerta a la cocina. Sólo la puerta. Algo andaba mal.

-¡Eh! Si eres un ladrón, has perdido muchacho. No hay mucho que te puedas llevar antes que te atrapen. Pudieron dejarte entrar pero el guardia jamás te dejará salir cargando algo.

Más silencio. Nada, ni un solo movimiento. Hubiera empezado a creer que había escuchado mal y nadie estaba allí pero se dio cuenta de la silueta que se reflejaba en la pantalla de la tele. Una figura que le miraba.

-Te he dicho que no te saldrás con la tuya, así que desaparece.

La voz suave y muerta de la figura casi le heló la sangre.

-Por supuesto que me saldré con la mía.

Y Gary sintió unas gélidas manos que le cogían de las sienes.

Dos horas después, Leticia Sanders encontraba a su hermano muerto sobre su cama.

El verano decaía tímidamente sobre Ohio. Aún se sentía el calor estival propio de la zona aunque por las noches el viento se apoderaba de las calles. Sin embargo, por alguna extraña razón, las flores, prados y árboles seguía reverdecía con gratitud como si se avecinaran tiempos tropicales y no al revés.

Al final de la carretera, dónde comenzaba la autopista interestatal, se encontraba el cementerio de Lima. Era un lugar hermoso por esas épocas si se dejaba a un lado el olor a muerte implícita. Pero a pesar de su belleza no era muy visitado. La mayoría de las familias seguían de vacaciones aunque muy pocos salían del estado y menos del país. Lima aún amanecía desierta.

Ese día en particular, sábado al atardecer, sólo una persona se encontraba allí. Vestía de color lila y llevaba un lindo sombrero de paja. La figura femenina se encontraba arrodillada, como si fuera una estatua de hielo, frente a una tumba bastante nueva. Había colocado un ramo fresco de flores variadas encima. La piedra relucía a la tenue luz del sol mostrando las letras talladas en ella con cierta elegancia.

Noah Puckerman

Hijo y hermano amado

1993 – 2010

La muchacha parpadeó. Los ojos brillantes no aguantaban más las lágrimas que se le escaparon por las largas pestañas. Se lamió los labios y secó su cara con una mano. Se escuchó un quejido.

-Shhh…shhh. Vamos preciosa –dijo con dulzura mirando el bulto que cargaba en brazos-. Tu padre ha estado encantado de verte.

Y Quinn se puso de pie con cierta dificultad, tapando un poco más con la manta de tela a la pequeña bebé que tenía en brazos. Se dio media vuelta y siguió su camino, dedicando una última mirada a la tumba.

Al borde de la carretera había un chico apoyado en una gran camioneta esperando por ella. Tenía el pelo más largo de lo usual pero sus modos y su forma de vestir no habían cambiado en absoluto. La remera de colores pastel, los pantalones de tela ajustados y las gafas de sol delataban el gusto vintage de Kurt sin dificultad. Él la miró con pesar pero sin decir nada, le abrió la puerta del copiloto y se dio prisa para subirse a la del conductor. Arrancó de inmediato.

-Mercedes nos espera en la cafetería. –se animó a decir luego de un rato.

Quinn no pareció procesar lo escuchado a la primera, se mantenía con la vista fija en su durmiente bebé, con los labios fruncidos y los ojos aún enrojecidos. Había sido una difícil decisión quedarse con su bebé. Si antes no la quería porque arruinaría su futuro, ahora el panorama se mostraba peor, sin un padre que provea. Pero por alguna insana razón, lo había hecho. Era el más grande recuerdo que podría tener de Puck y su manera más fácil de recordarlo. Además se aseguraría que Beth creciera sabiendo que su padre murió como un héroe.

-Eh… ¿Quinn? –la cara de preocupación de Kurt era habitual cuando estaba con ella así que no se sorprendió.

-¿Decías?

-Mercedes nos espera. Tendrá la bolsa lista en cuanto lleguemos y podremos tomar algo entre tanto. Creo que Beth despertará dentro de nada con hambre, otra vez.

Le sonrió tímidamente y ella se la devolvió. Su pequeña vampirita hambrienta. Era realmente insaciable, pero recordaba lo que el padre de Artie le había dicho. Alimentarla cada dos horas, así pidiera antes o después.

-Realmente no tengo hambre pero tomaré algo. Por ella.

Su mirada volvió a perderse, esta vez en el paisaje cada vez menos agreste conforme entraban de lleno en la ciudad. De repente, Kurt vio que sus ojos caramelo brillaban de forma extraña observando fijamente hacia el frente. Se dio cuenta al fin. Okley Road. Giró el volante con ligera violencia a tiempo. No tenían que pasar por allí. No era momento. Quinn se giró hacia él con ferocidad en sus ojos, reclamándole en silencio. Pero se mantuvo imperturbable ante ella y no le dio explicaciones. Pasar por el lugar donde había muerto un amigo, abusivo pero amigo al fin y al cabo, no estaba en sus planes. De hecho, todo el club, incluidos Mr. Shue y Ms. P habían evitado el lugar desde lo sucedido tres meses atrás. Es más, Ms. P había puesto a la venta el almacén y contratado a un agente para que se haga cargo de todo. En todo caso, no habían visto el lugar desde que la ambulancia se los llevó.

-Me tenías preocupada, chica –fue lo primero que dijo Mercedes al verlos bajar del auto. Se acercó a abrazarla. Kurt se unió brevemente al abrazo sonriendo cálidamente. Alguien se quejó de nuevo-. Oh, pero miren quién ha despertado. Nuestra pequeña Amy Winhouse. Voz de chocolate en envoltura blanca. Esta mujercita va a ser una estrella, lo digo ahora.

Los tres se rieron y la morena tomó a la nena en brazos con gran cuidado.

-Vamos, entren. Mi abuela nos tiene té helado listo. Los demás chicos se reunirán en casa de Rachel a las ocho como quedamos –decía mientras entraban al café que regentaba Mrs. Jones, la matriarca de la familia de Mercedes.

El móvil de Kurt lanzó a Gwen Stefany de pronto.

-¿Qué pasa, Brit? –dijo inmediatamente el muchacho. Quinn casi se tropieza con Mercedes que se detuvo de pronto, arreglando la manta de Beth-. Ok, no hay problema. Estoy en camino. Me disculparán, damas –dijo guardando el móvil-. Asuntos que cubrir. Nos veremos por la noche. Dile hola de mi parte a tu abuela, Mercedes. Adiosito, nenita. –añadió haciendo un pucherito a la bebé que lo miraba fijamente. Acto seguido, el muchacho salió por dónde había entrado diciendo adiós con una mano.

-¿Es cierto que irán juntos a Nueva York? –preguntó Quinn sentándose en un sillón y recibiendo a su bebé de brazos de la morena.

-Finn irá también. El Sr. Hummel los lleva, a él y su a su madre. Ah, y Rachel no tardó en apuntarse. La obra de la Srta. April va a estrenarse el próximo jueves–Mercedes miró hacia otro lado-. Pareciera que cada uno lleva a su noviecita si no fuera porque Kurt…-se interrumpió durante un segundo-. Traeré tu té. Espera aquí.

Y la morena desapareció casi de inmediato. La ceja de Quinn se mantuvo levantada por bastante tiempo mientras jugaba con la manito de su hija hasta que una ráfaga de viento hizo temblar los vidrios de la cafetería.

-Mírenlos. Del tamaño de unas hormigas, moviéndose en su propia inercia. Trajes sastre, ternos costosos, cada mañana directo al trabajo. Por la noche una película, palomitas de maíz, televisor plasma. Durante el verano, creen romper rutinas, pero hacen lo de siempre, escogen un lugar para veranear, probablemente en su misma ciudad si no tienen dinero. Entonces la rutina será despertar tarde, colocarse la menor ropa posible, ir a la playa o al campo, fiestas y alcohol, regresar a casa tarde, y al día siguiente lo mismo. Los humanos son animales rutinarios y si algo rompe ese horario, esa agenda autoimpuesta, el pánico cunde, el miedo los paraliza, el mundo se viene abajo. Pero ¡si no son más que hormigas! ¿A alguien le importan las hormigas? Oh no, para nada. Aunque ellos sueñen que las estrellas y su posición en el espacio absurdamente se ocupen de su destino, aunque crean que un ser superior observa sus mínimos fallos para castigarlos. ¡Ja! Patéticos. Eso es lo que son.

-¿De qué estás hablando?

Artie se giró hacia Tina con rapidez, como sorprendido. Bueno, de hecho no esperaba que ya hubiese despertado, aunque a juzgar por la altura del sol ya debía ser casi mediodía.

-Nada, nada mujer. Pensamientos que vienen y van, eso es todo.

Las cejas de la muchacha se curvaron aunque no dejaba de mirarlo con preocupación. Esas palabras no eran cosas normales en Artie. Al menos no antes de lo del choque. La muerte de Puck lo había golpeado de una forma inesperada.

En realidad, todos habían quedado muy marcados. Dudaba si las cosas volvieran a ser como antes. Ni siquiera 'el accidente' había hecho tanto en ellos. Pero Artie había cambiado. Era como si una parte de él hubiera muerto también, como si su inocencia le hubiese sido quitada del todo y aunque ella, Tina, había intentado que le contase como se sentía, nunca había llegado tan profundo. La mayor parte seguía siendo una incógnita. Y era la tercera vez que lo pillaba teniendo estos pensamientos. Las primeras dos veces fueron expresiones extrañas en su rostro. Miradas de claro desprecio sobre todo. Alarmante sí, pero no gratuitas. Un hombre muy violento con su mujer o novia en el centro comercial. Un niño torturando una paloma. Ambas situaciones muy escabrosas, que la aterrorizaron, más en el caso del niño. Pero no había rastro de terror o disgusto en Artie. Era puro y total desprecio. Y eso le asustaba mucho más. Porque si algo había hecho que se enamorase de él era su pasividad, su sentido del humor, su vivacidad pura. Y no es que ya no tuviese nada de eso. Lo tenía, y mucho, pero por segundos pareciese que le abandonaban por completo.

Y ahora, de pie, al borde de la colina en que acampaban, mirando la ciudad cercana, y diciendo lo que decía, le había hecho sentir un frío inusual en ese verano decadente. Un frío que le nacía de los huesos. Un frío que le helaba la sangre.

-Hey, Tina. ¿Crees que hoy podríamos ir al lago antes de regresar a Lima? –dijo él muy tranquilo mientras se ponía a desarmar la tienda.

-Creo que podremos acampar ahí, pero primero por provisiones.

-Oh, mi chica quiere ir de compras. ¡Qué sorpresa! –Artie se rió de una forma tan natural y dulce que no pudo hacer más que reír con él. Sus preocupaciones se habían ido para cuando le lanzó uno de los platos desechables de la comida de la noche pasada.

-Llegaste rápido –saludó Brittany con una sonrisa de oreja a oreja. Se encontraba sentada en el columpio del parque frente a su casa. El sol había salido un poco aunque un ligero viento podía sentirse. Las hojas del suelo se removieron ligeramente mientras Kurt corría a su encuentro con una sonrisa-. Mamá ha preparado mis maletas esta mañana.

-Sí, me lo dijiste antes –él le sonrió apoyándose en la baranda del columpio. De repente adquirió una expresión más preocupada-. ¿Te ha dolido la cabeza?

-Un poco, pero ya no. Ya estás aquí. Ella mostró una sonrisa traviesa.

-¿Es por eso que me llamaste? ¿Soy tu aspirina ambulante?

-No es que tenga mucho polvo en la cabeza, Kurt. Eso no es amable. –Brit hizo un puchero bastante ofendida pero él no pudo evitar soltar una carcajada. Ella le miró aún más molesta-. ¿Qué es tan gracioso?

Hubiera sido adecuado decirle que no hablaba de una aspiradora pero se contuvo, realmente no tenía que malgastar el tiempo así.

-De todas formas –continuó la muchacha sin dejar de mostrar el entrecejo fruncido-. Te llamé porque quería decirte algo, pero si vas a burlarte de mí...

-Oh vamos, Brit. Me rio porque me haces reír, no me rio de ti. Y es fabuloso estar aquí. Dejé a Quinn y Beth con Mercedes en la cafetería.

-Diablos, esa niña tiene un temperamento único. Una quejumbrosa.

-Yo la veo muy linda.

-Eso es porque no tienes que escuchar lo que piensa, aunque hoy me sacó una lágrima. Le entristece ver a Quinn llorando.

-Tiene sólo dos meses, ¿cómo es posible?

-La leche, nunca subestimes a la leche. Eso decía mi abuela.

-Wow, pareces muy entendida.

Brittany se tocó la nariz con vivacidad lo que le hizo reír nuevamente. Era tan divertido pasar el tiempo con ella. Y su padre había sido inmensamente amable al permitirle llevarla y pagar los gastos. Aunque lo fue menos cuando aceptó que Rachel también los acompañara. Claro que con el dinero que los padres de ella habían soltado pues no veía cómo negarse. Felizmente, Brittany lo alejaría bastante de la azucarada compañía de esos dos tórtolos.

Y es que, desde que los chicos del equipo de fútbol no andaban rondando, por las vacaciones, Finn se había revelado como el noviecito de la década. Una vez que hubo pasado toda la conmoción que les produjo el choque, las cosas se habían alivianado para esos dos y no había lugar al que no fueran juntos.

Trató de advertirle de las implicancias que eso significaba a su padre, pero este le aseguró que estarían bien vigilados todo el tiempo, y que además Finn no haría nada así con su madre cerca. Padre, padre. No sabes nada de lo que Nueva York hace con la gente.

-¡Oh! ¡Quiero mostrarte lo que he comprado para el viaje! –dijo Brittany después de un rato de estarse columpiando en silencio. Seguramente el sonido de algunas sirenas a lo lejos le había despertado de sus pensamientos internos. Se preguntó si sabría el motivo de ellas. Posiblemente tenía bloqueada su mente, a juzgar por la vivacidad de sus palabras.

-¡Rayos, Brit! Te dije que no hicieras eso, que todo lo compraríamos en la 'gran manzana'.

Brittany pareció arrepentida hasta que finalmente logró que la dureza de su rostro desapareciera. Desde hace mucho le era imposible enojarse con ella ni un poquito.

-Espero que por lo menos sea algo que valga la pena.

-¿Cuándo he vestido mal? –dijo ella alegremente.

-Bueno, siempre te veo con ese uniforme de animadora así que no sé.

-¡Vamos! –ella le cogió de la mano y jaló en dirección a su casa.

-Iremos pues –él se dejó llevar y agregó, mientras se alejaban- Dime que no lo compraste en el centro comercial del centro, esos modelos son tan temporada pasada…Pero, ¿no tenías algo que decirme?

-Oh, cierto. Es el chofer del accidente. Está muerto. Y no ha acabado.