Claim: Finnick Odair/Annie Cresta.
Notas: Pre-series.
Rating: T.
Género: Romance.
Tabla de retos: Abecedario.
Tema: 23. Felino

*Situado en el período de tiempo antes del primer libro, después de los juegos de Annie, claro.


Finnick observa la mano de Annie de reojo, de cuando en cuando, con el cuidado de alguien que ya ha pasado por los Juegos del Hambre y está buscando la mejor manera de aprisionar a su objetivo; sin embargo, la sensación es, a la vez, muy diferente. Porque aunque el corazón le martillea con la misma velocidad con la que lo hizo en la arena, rápido, veloz, como si tratara de escapar, no hay impotencia o miedo paralizando sus venas, no hay incertidumbre o rencor hacia el Capitolio, sólo los nervios de alguien que, aunque quiere negarlo, está locamente enamorado.

Mientras trata de luchar con dichos nervios, que le hacen un nudo en la garganta, tan apretado e intrincado como los que él hace, Finnick se distrae con el paisaje, el color tostado de la arena bajo el sol de la tarde, las suaves ondas de colores, púrpura, azul, dorado, rojo y amarillo, que se desdibujan entre las olas, entre el cielo y el mar, Annie y él.

De vez en cuando Annie también lo mira de reojo, pero todavía le cuesta trabajo adivinar sus pensamientos bajo la fachada inexpresiva, una máscara para miles de pesadillas, sentimientos y recuerdos horribles. Todavía no sabe si debe intervenir o cómo hacerlo —a pesar de que es el rompecorazones del Capitolio, a pesar de que ha pasado por tantas camas, con la agilidad de un felino, la seducción de una serpiente tan sucia como Snow—, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo saber cuando ella lo necesita? ¿Es cuando sus ojos verdes —de ese precioso verde que sólo se ve una vez en la puesta de sol— se vuelven lejanos? ¿O cuando ríe sin motivo, sin razón?

No le da mucho tiempo para pensarlo, pues como si Annie hubiese leído sus pensamientos —y a veces piensa que ella puede—, procede a cubrirse los oídos con las manos, a encogerse como un niño pequeño ante la inmensidad del mar, la vida y la crueldad y cierra los ojos para no ver, para no verlo a él tampoco, ignorante de que su mano siempre estará ahí cuando ella lo solicite, para sostenerla y adorarla, Annie Cresta, la chica que le robó el corazón.

—Todo está bien, Annie —murmura Finnick, lleno de pánico, dolor y furia, pues no puede soportar verla así y también muy en el fondo, porque él mismo no puede evadirse de tal manera, evadir las peticiones de Snow, evadir las caricias furtivas en la noche propagadas por desconocidos, hombres y mujeres repugnantes por igual—. Estás conmigo. ¿Escuchas el mar? Estás en el distrito 4 y hay un hermoso atardecer, mira las nubes, Annie, son rosas y doradas, color oro y púrpura, tu favorito.

Se permite tomar su mano izquierda para apartarla de su rostro con suavidad, regalándole una caricia a la mujer con sus manos entrelazadas. Y a pesar de la situación, de que ella no está, de nuevo, mentalmente estable, el corazón de Finnick Odair, el tan aclamado rompecorazones del Distrito 4, vuelve a andar a saltos ante la proximidad, la inexperiencia cuando se trata de amor verdadero, donde no hay líneas que decir, cámaras que filmar.

Sin embargo, es ella quien nuevamente lo saca del apuro y regresa a sus sentidos, al paisaje que está pintado, quizás por la mano de un Dios olvidado, con una perfección hermosa, casi onírica. Annie aprieta suavemente su mano y la deposita sobre la arena, sin soltarla. Es cálida como el sol, como la vida que irradia de ella, como sus ojos acuamarinos y Finnick sabe que no necesita ser un felino seductor para poder alcanzarla, ni saber todo tipo de trucos sexuales. Sólo hace falta una sonrisa para Annie Cresta y para él, una mirada de sus ojos extraños.