Oh Death
Vagaba desde hacía milenios por la tierra, ni siquiera me acordaba realmente por qué estaba allí y cómo llegué. Tan solo sabía que mi trabajo era llevarme las almas al otro lado. Algunos me llamaban ella, otros la oscuridad, otros simplemente me llamaban la muerte. Yo prefería que me llamaran Edward. Ese era mi nombre cuando era un simple mortal.
Vagaba por las ciudades sin rumbo alguno llevándome las almas de aquí para allá. A algunas les tocaba bajar al infierno, donde serían torturados por sus pecados. A otras simplemente me las llevaba al cielo…allí encontrarían su propio paraíso personal.
Había visto con mis propios ojos como la humanidad había crecido, se había hecho fuerte y había creado todo aquello necesario para tener una mejor vida. Aun así podía ver la Soberbia, la lujuria, la gula, la avaricia, la envidia, la ira y la pereza. Sí, esos eran los siete pecados capitales cometidos muy a menudo por los seres humanos. Diría yo que a diario.
Siempre caminaba entre las sombras, sólo los que abandonaban este mundo podían verme. Aunque muchas veces me permitía el capricho de tomar mi forma humana y andar entre los humanos como si fuera uno de ellos.
Recuerdo que una vez quise ser como ellos, vivir como ellos y poder amar. Desde ese momento hice un trato con el barquero. El barquero era aquél que recogía las almas en las puertas del infierno o el cielo… allá donde yo acudía con ellas. El trato fue que si conseguía enamorarme alguna de las veces que caminara entre los humanos como mortal y era correspondido, mi alma sería libre para quedarme en la tierra. Aun que como todos los tratos, llevaba sus consecuencias.
Hacía trescientos años que no caminaba entre los humanos. Sin embargo hubo una mirada que me atrajo a intentarlo una vez más. Esa mirada se clavó en mi frío interior haciéndome anhelar de nuevo lo que los humanos obtenían al estar vivos.
