Prefacio

Las veces en que pensé que la vida era un éxtasis fue solo en un sueño, la monotonía de mis días me llevaba a esa decisión, solo era cuestión del día indicado, y ese día había llegado. No sabía que me esperaba o si mi alma divagara pero al menos era el fin de mi existencia.


Pastillas


El viento corría acariciando la piel, el reloj andaba sin prisa, y el frasco de pastillas, que gritaba a más no poder que las ingiriera, reposaba en mi mesa de noche, ya había elegido y no iba a esperar más, destape el frasco y tome una pastilla, luego otra y luego otra más y todas, luego tire el frasco vacío al tacho y voltee para mirar la revista que estaba recostada en mi cama, lo había puesto ahí adrede porque sabía que el efecto de las pastillas tardaría en surgir efecto una hora o quizás dos, que porque elegí la forma más lenta de morir si estaba segura de mi decisión, pues por que una mujer solo elige dos formas dignas de matarse, la primera que era ingerir pastillas o la otra que era cortarse las venas, ambas del romanticismo, cortarse las venas me era tentador pero no quería que cuando una monja llegue a buscarme porque no salía de la habitación me encuentre en medio de un charco de sangre, y luego tengan el desagrado de limpiarla no se merecían eso.

Me recosté en mi cama y empecé a leer página por página la revista que en nada me interesaba, hasta que leí un apellido peculiar en este pueblo, el apellido más respetado por ser aquí donde nació aquel hombre que ahora era embajador en otro país, la noticia no era muy importante que digamos leí cada palabra sin interés exceptuando el Masen.

No se cuento tiempo paso pero las pastillas no surgían efecto, y yo ya estaba aburrida así que me pare y mire por la ventana de mi pequeño cuarto, lo llevo alquilado desde hace 3 años a las mojas, tan buenas ellas conmigo, y el nerviosismo me crispaba la nuca, ya quería que la muerte venga por mí o sino yo la obligaría.

Saque la cabeza por la ventana y calcule la distancia hasta el suelo, y era considerable, si me tiraba desde allí moriría instantáneamente pero no lo iba hacer porque me llevarían a la morgue y ahí mis padres tendrían que pasar por el doloroso trabajo de reconocerme, me quede mirando la nada a través de mi ventana y veía como las personas caminaban de un lado a otro dirigiéndose a su destino, como todos los días cada semana del mes, vidas tan vacías.

Mi "vida" por así decirlo era absurda me levantaba temprano para dirigirme a mi trabajo en la biblioteca, ahí me refugiaba hasta el atardecer para luego ir al mismo bar a encontrarme con mis amigos y hacer más amigos para luego cuando el silencio reinaba retirarme y regresar a la habitación del convento, por eso debía de acabar no había motivo alguno para que siga en ese abismo, sabía que mis padres iban a sufrir, pero sería un pequeño costo que con el tiempo iba desaparecer.

Los amigos que tenía tampoco me entenderían porque para ellos era el ejemplo de chica independiente realizada y bella, que lo tenía todo, no lo niego me esforcé para que mi envase fuera el mejor para que me aceptasen y vean una vida normal, pero me cansé de fingir, aparentar una sonrisa en mi rostro.

El aburrimiento ya me estaba cansando pero el efecto de las pastillas seguía ausente, entonces se me ocurrió escribir una carta para Jacob, ya había escrito una para mis padres explicándoles que no debían sufrir por mí, pero algo me motivaba a escribirle una a mi gran amigo y amante, nunca lo llegue a ver más que un amigo pero siempre lo use para mis beneficios y satisfacciones y eso él debía saberlo, no siento remordimiento pero se que está en todo su derecho si es que llega a odiarme. Para cuando encontraran mi cuerpo llegarían a la conclusión de que mi suicidio fue motivado por el arrepentimiento que sentía, por el remordimiento hacía Jacob, porque nunca lo quise y siempre lo usé.

El buen humor de esa conclusión hizo que tuviera otros pensamientos respecto a la necesidad de morir, pero ya me había tomado las pastillas y era demasiado tarde para arrepentirme. De cualquier manera, ya había tenido momentos de buen humor como ése, y no me estaba suicidando porque fuera una mujer triste y amargada que viviera víctima de una constante depresión.

Me consideraba una persona normal y mi decisión de morir se debía a dos razones que estoy segura que si dejaba una nota explicándolas, mucha gente me comprendería.

La primera razón: todo en mi vida era igual y, una vez pasada la juventud, vendría la decadencia, la vejez me dejaría marcas irreversibles, llegarían las enfermedades y se alejarían los amigos. En fin, continuar viviendo no añadía nada; al contrario, las posibilidades de sufrimiento se incrementaban notablemente.

La segunda razón era más filosófica: yo leía la prensa, miraba la televisión, estaba informada de lo que pasaba en el mundo. Todo estaba mal, y a mi me era imposible remediar aquella situación, lo que me daba una sensación de inutilidad total.

A cierta distancia de mi ventana, en medio de la plaza a la que daba, se encontraba un grupo de amigos charlando amenamente, uno de ellos me miro fijamente al notarme ahí parada luego me dedico una sonrisa trasparente de esas que te transmiten paz, seguridad y confianza y lo único que pude hacer fue responderla con otra que no transmitía nada más que la misma cortesía. ¿Qué es lo que ese chico hubiera hecho si sabía que sonreía a una suicida?, no buscaba una respuesta concreta, solo una que me haga pasar el rato pero un leve mareo empezó a aparecer e iba creciendo rápidamente.

A los pocos minutos ya no podía prestar atención en la plaza, sabía que era invierno, eran aproximadamente las cuatro de la tarde y el sol se estaba poniéndose, levanto la mirada y el amigo del que le había sonreído anteriormente la miraba fascinado, y una sonrisa llena de deseo se formo en su rostro, ella por su parte le dedico una mirada llena de coquetería, no tenía nada que perder.

Me quede satisfecha por sentirme una vez más deseada, No era por ausencia de amor por lo que me estaba suicidando. No era por falta de cariño de mi familia, ni problemas financieros, o por una enfermedad incurable.

Me aleje de la ventana para apoyarme en la pared más cercana, las fuerzas poco a poco me traicionaban, y el zumbido aumentaba.

El estómago, ahora, empezaba a dar vueltas y me sentía muy mal. Qué gracia; pensé que una sobredosis de tranquilizantes me haría dormir inmediatamente. Pero lo que me sucedía era un extraño zumbido en los oídos y la sensación de vómito.

Si vomito, no moriré.

Me las arregle como pude para olvidar aquellos cólicos inesperados, e intentaba concentrarme en cosas triviales, que la noche se estaba presentando rápidamente, comparando a ambos amigos de la plaza, en las monjas, en ese convento pero el zumbido se volvió más agudo e insoportable, y por primera vez, sentí miedo, miedo a lo desconocido.

Pero fue rápido, en seguida perdí el conocimiento.


ste es el 1er cap. espero les agrade y comenten ... tambien lean un mañana sin esperanzas! altamente recomendable jaja xD!