Disclaimer: Tokyo Ghoul es de Sui Ishida.
Prompt: 008. Algodón de Azúcar [Tabla "Infancia"; fandom_insano].
Advertencias: ¿Ooc? Ya no sé qué weonada con esto.
Eeeerrrrr, ¿qué tal? Otra wea para el fandom porque shi (y pensar que lo terminé en un ataque de inspiración estando en el baño de la uni aburriéndome). Ah, talvez publique más Ayahina por estos lares. Bye! *vuela*.
Es Ayato que aborrece aquella melodía que sale impávida de la garganta de Hinami al él llamarla inútil. Pero, por supuesto, eso no hace que cese; en cambio, aumenta el llanto silencioso, o sollozos, que es lo mismo.
Mientras, Hinami no puede evitar adorar todo el sentimentalismo barato que Ayato le otorga a través de sus «Deja de llorar, tonta» y sus «Porque de lo contrario te arrancaré la garganta y me comeré tu boca». Más ella, con sus oídos de felpa a medio rellenar, se sonroja hasta las orejas por tal pecaminosa insinuación y solo alcanza a decir: ¿Entera?, a lo que él responde: Entera, como si estuvieran sellando algún tipo de pacto irrompible.
Es que su relación es así, tan inestable como las curvas que a Ayato tanto le gustan delinear y que se encuentran en el torso de ella; tan oscilantes, tan provocadoras. Pero eso a ella le tiene sin cuidado pues sabe que él nunca la lastimaría —nonono, por supuesto que no—.
Por otro lado está la tan afamada fiebre de la que Hinami es víctima al ambos tomarse de las manos, en un movimiento tan íntimo como el secreto que Ayato —ese que tiene que ver con su tonta hermana, por cierto— guarda para sí. Como...como algo prohibido,
o algo como eso.
(porque todo ello es demasiado familiar para ella, le hace recordar su relación misma con Hermanito y lo demasiado tentador que eso resulta).
Aunque a Ayato Kirishima le resulta casi imposible no dejarse dominar por las asquerosas alas de mariposa —grandestangrandes que logran envolver su cuerpo para protegerlo (destruirlo) y quererlo (odiarlo)— que se extienden majestuosas sobre el horizonte de sus vértebras (las de ella) para hechizarlo a él —un ave rapaz— y a sus alas —hechas de fuego fatuo—. Porque uno, son tan cálidas que siente que su único propósito es cobijarlo en las penumbras, y dos, que no quiere que lo dejen solo (porque la vida le ha dado muchas decepciones ya, con su padre es suficiente, gracias).
Entonces, Hinami con sus ojos de atardecer recién nacido observa cómo el cuervo termina por destruirse solo con aquellas canciones que suele tararear cada que se siente deprimido —una canción que mami le cantaba cuando era niño, cuando no conocía el mundo, cuando era débil— y carente de cariño.
«Es por eso que te clavo mis alas en tu espalda, es por eso que te mancillo, es por eso que te daño».
Y Hinami sonríe apesadumbrada y comprensiva.
—Es por eso que estoy aquí, Ayato-kun. Porque mi felicidad se basa en la de otros y yo soy algo así como una risa melancólica llena de desesperanza y nostalgia.
Ah.
Porque Hinami es una canción afligida y él una guitarra sin cuerdas.
