Para: Serena M. Lupin
Pareja: Chris/Jill.
Advertencia: post-RE5.


Jill estaba preocupada. Todos pensaban que la agente Valentine aún tenía secuelas por lo que le habían hecho durante esos dos años desaparecida y que ésa era la causa de su actitud; pero lo que nadie sabía era que lo que inquietaba a Jill no tenía que ver consigo misma, sino con el hombre que la salvó una vez más: Chris.

Estaba distante. A menudo tenía jaquecas. Descansaba menos que nunca. A Jill le recordó demasiado a las semanas posteriores al incidente en la mansión Arklay, cuando Chris decidió por sí mismo llevar el peso de todos los problemas él solo, con tal de no preocupar ni a ella ni al resto de sus compañeros. Una actitud de lobo solitario que sólo acrecentaba su mal humor. Jill veía las ojeras bajo sus ojos, el rostro cansado y el ceño eternamente fruncido. Estaba cansado.

—No quiero molestarte, Jill. Tú necesitas más cuidados que yo. —Eso era toda la respuesta que obtenía cuando Jill intentaba acercarse a él y ayudarle a relajarse. Cuando la coraza de piedra de Chris cayó por su propio peso, y su rostro parecía cada vez más engullido por el agotamiento, Jill decidió que ya era suficiente.

—Chris, escúchame. No estás solo —le dijo, tomándole de la mano—. Yo estoy bien; confía en mí, por favor. Estoy bien gracias a ti. Eres tú quien necesita ayuda ahora; ésta no es una guerra solitaria, siempre hemos estado juntos en esto, ¿no? —Chris la miró en silencio, con palabras a punto de escapar de su boca pero que se negaban a salir. Parecía querer gritar—. Somos compañeros. Amigos.

Entonces él le devolvió una sonrisa; una sonrisa cansada, pero extrañamente feliz. Los ojos hundidos parecieron algo más vivos que antes, y una pizca de arrepentimiento cruzó su expresión. Se acercó hasta ella y apoyó la cabeza contra el hombro de Jill, respirando profundamente.

—Gracias, Jill —masculló contra su cuello; su mano la sujetaba con fuerza, como si temiera que fuese a desaparecer de un momento a otro. Jill llevó sus dedos hasta el cabello de Chris y le abrazó—. Eres… eres increíble.

Intercambiaron una mirada fugaz. Una mirada apenas perceptible, pero en la que los dos entendieron todo lo que se decían sin el uso de palabras: él la necesitaba a ella, y ella a él. Porque eran compañeros.

-fin-