Latin Hetalia no me pertenece.

Personajes: Martín Hernández (Argentina), Miguel Alejandro Prado (Perú), Julio Paz (Alto Perú/Bolivia), Antonio Fernández Carriedo (España)


Tocar

Martín no lo recordaba bien. Se suponía que había vivido con él un par de años, pero no era su culpa olvidar. Sólo habían sido apenas unos niños, apenas abandonando sus formas de bebés, dejando de gatear sobre el suelo para corretearse mutuamente. Fuera de los juegos nunca le prestó mucha atención y por ello rápidamente olvidó su rostro. Pero cuando Julio tuvo que ser devuelto a su "hogar", Antonio le ordenó que lo acompañase hasta Lima.

Y ahí estaba, sintiéndose ridículo, viendo esas zapatillas polidas y limpias, la casaca negra que combinaba con su cabello, toda esa ropa cara y nueva y limpia... Y se sintió una rata de campo mientras el Alto Perú echaba a correr a los brazos de su hermano.

Miguel se veía mucho menor que él, Martín, que no paraba de crecer. Y se veía mucho más como sus indígenas, con ese pelo carbón y su piel trigueña. Martín comenzó a sentir curiosidad cuando lo vio por primera vez luego de tantos años. ¿Cómo se sentiría tocar al favorito de la Metrópoli? ¿Cómo se sentiría...?

Río de la plata no podía darse tan seguido el lujo de visitar la otra capital sudamericana, pero a veces lograba escaparse y caer en la Ciudad de los Reyes. La gran capital virreinal no lo atraía realmente, era otra cosa, como las sonrisas que Miguel le dedicaba cuando llegaba, los pequeños suspiros que con mucho esfuerzo lograba arrancarle cuando con mucha suerte lograba rozar su mejilla con el dorso de la mano.

Martín quería liberarlo.

Lo que no creyó, sería que su mayor oponente, el perro que correría por todo el continente defendiendo donde la mano de Antonio no llegaba, sería el mismo Miguel. "Yo no quise" susurró Miguel cuando Martín recogía el cuerpo magullado de Manuel, pero Martín oyó también un "pero no abandonaré a mi rey".

Una noche fue a verlo. Necesitaba verlo, necesitaba saber que realmente no vendría con ellos.

Antonio no estaba cuando llegó a Lima, o al menos eso creyó cuando caminaba a lo largo de las rejas de la casona colonial en la que Miguel ya llevaba viviendo dos siglos y pico. Entró por el hueco que Manuel le describió, atravesó el patio trasero y abrió la puerta de la cocina. Ningún sirviente lo tomó en cuenta. Cruzó la casona, subió al segundo piso, buscando la habitación de Miguel, cuando sus pies se detuvieron de golpe.

La puerta estaba descaradamente abierta, aunque desde su ángulo no se podía ver la cama. Sin embargo no era necesario, puesto que los gemidos ya lo recibían en el corredor y la impaciencia de Antonio lo había empujado a cogerse a su colonia ahí no más en el suelo.

Martín tragó al ver como las piernas de Miguel se enroscaban en la cintura del español y su estómago se revolvía cada vez más con cada gemido y ruego que soltaba el menor. "Más, dame más!"

Martín cerró los ojos, reprimiendo las náuseas. Quiso tomar aire, pero ese sabor amargo en la boca lo estaba matando.

Se dio media vuelta y echó a correr.