Preguntas sin respuestas. No tenía nada, no sabía nada. Buscaba algo que quizás nunca llegaría, venganza. Su sed de venganza crecía cada vez más y más, y se tenía que conformar con las vagas suposiciones de que algún día lo conseguiría, pero ese algún día lo iba matando, pudriéndolo por dentro. Las preguntas que asaltaban su mente se venían sobre él como la fuerte lluvia que golpeaba la ventana, tratando de infiltrarse por las inconmensurables grietas del alma. A su lado, la melodía fúnebre de un ser atrapado por un infierno abrasador danzaba lentamente por su cabeza, la música comenzaba a clavarse en cada célula de su cuerpo, haciéndolo pesado y sin vida, cansado. La música era lenta, llena de dolor y en su cabeza adquirían un sentido amorfo, tal cual pasaban los segundos por sus ojos.
Sacudió la cabeza, tratando de alejar las notas de su mente, le estaba pesando el cerebro el tanto pensar o más bien, el no pensar y mantenerse ausente todo el tiempo. Se levantó y con pasos tardos se encaminó hacia el lavado, refrescándose la cara, contrastando el frío del líquido con el ardor de su cara. Hizo una mueca, estaba demasiado helada para su gusto, pero quizás eso le aliviara el calor que había comenzado en su cara y se extendía a todo su cuerpo. Aunque después de todo, no parecía más fría de lo que sus ojos podían expresar en este momento, y en tantos momentos pasados también. En el espejo, su reflejo mostraba claramente las marcas de su trabajo incesante, su rostro pálido bajo la noche nublada, sus ojos vacíos, las gotas frías estilando de su cara y su pelo y… su… aro? Cuando fue la última vez que se acordó de él? Bueno ,si bien es cierto, no se andaba mirando la cara cada vez que entraba a un baño, pero era algo tan preciado, de tanto tiempo, tan… de él, que no se perdonaba haberlo olvidado allí, siempre con el, en una parte de su cuerpo y que ahora brillaba como si el sol se abriera paso a través del cristal. Eso era raro.
Senritsu vio de reojo como Kurapika caminaba con una tranquilidad atípica en él, siempre parecía estar intranquilo o preocupado, sin dejar nunca esa mirada vacía que se había echo dueño de sus ojos. Caminaba cabizbajo, mirando absorto algo que llevaba entre sus manos. Sin embargo, lo dejó pasar, no le dio importancia y puso nuevamente su mirada en la partitura y en las notas. Ya se hacían 4 años, largos años desde la muerte de su compañera y así, un día cualquiera como este, su vida había cambiado, dejando además de una transformación irreal, una marca de la flauta infernal, que nunca se borraría de su carne. Estaba marcada de por vida.
Apartó los pensamientos de su mente, perdiéndolos en el mar de recuerdos y siguió tocando el triste Réquiem en honor a su compañera. Quizás… quizás en algún lugar esté ella, escuchando esta melodía y afrontando la adversidad del destino.
Con suma pesadez se sentó en la cama, frente a la ventana que daba al jardín, mostrando triste parámetro de lo que se había convertido su vida. Si bien es cierto de que la familia Nostrade había perdido una gran cantidad de dinero debido a la pérdida de nen de su hija y habían tenido que despedirles a los jardineros y a gran parte de los empleados que atendían la familia.
Miró al jardín. Casi parecía mostrar su alma aquella vista! Solo que el jardín deslucido tenía la bendita suerte de estar al aire libre y recibía de vez en cuando, los cálidos rayos solares y a veces la refrescante y suave lluvia furtiva de algún verano. ¿Qué estarían haciendo los chicos ahora? Quizás en una divertida aventura, o visitando a un estudioso Leorio, o hasta quizás disfrutando la pereza de una noche de Viernes en Isla Ballena, con Mito-San y la abuela.
Sintió nuevamente una presión en la cabeza, más fuerte que la anterior, producto de la lluvia recia, los pensamientos, el frío, todo.
Todo lo que veía o hacía lo presionaba, le distorsionaba la vista, el tiempo y, en una esquina de la habitación, una araña de 12 patas caminaba lenta y burlonamente hacia él, moviendo con sumo cuidado cada una de sus patitas, siguiendo la cabeza. Se exaltó y parpadeó, sintió el calor apoderarse de sus ojos y al mirar furiosamente a la famosa esquina, donde ya no se hallaba sino el líder de la araña, Kuroro, bajando perezosamente de una telaraña colgada desde lo alto del techo. Pronto vio como se dirigía hacia Pakunoda, que sentada al borde de la cama le miraba expectante a cualquier movimiento de Kurapika y de forma amistosa le sonreía a una persona parada frente a ella. La sangre de Ubogin caía como el rocío de la noche a los matorrales espesos y sus ojos rojos, atándolo a la tierra, impidiéndole cualquier movimiento.
"El sol brilla en el cielo, la hierba crece en el suelo…"
la presión iba en aumento, las frases lo envolvían en un torbellino de desesperación, resonaban en la habitación vacía de su mente, haciendo mil ecos que no quería escuchar. Un eclipse inundaba su ser, no podía ver nada, pero allí, a lo lejos, divisó la pequeña figura brillosa que aún sostenía entre sus manos y pronto se sumergió en el calor rojo que emanaba el mismo
"…compartiré la alegría y la tristeza con mis compañeros…"
Las locas alucinaciones, las frases girando en torno a su cabeza, la presión, el tiempo, la jodida música y la jodida lluvia que lo hundía más y más, pararon y se perdieron en el tiempo. Unas imágenes comenzaron a pasar en su mente, en reversa quizás, fugazmente sin lograr divisar nada común en ellas. A los pocos segundos, disminuyeron de una forma casi imperceptible su velocidad, pero fue lo suficientemente lento, para que pudiese ver, entre las masas de imágenes, un cuerpo familiar, cabello negro, ojos negros, ropa negra, pero ante la oscuridad de su persona, se notó el color pálido de su cara y la inconfundible cruz invertida en su espalda, que llevaba con tanto orgullo entre los suyos, sosteniendo un libro en su mano y en otra, una cosa indescriptible donde claramente se distinguían 2 gemas rojas brillantes, entre el baño de sangre oscura que cubría la cabeza de un miembro kuruta.
Sintió como su cuerpo se contraía y, antes de un arranque de furia y lágrimas, sintió que todo él se movía de una manera violenta y las imágenes parecían ser esparcidas nuevamente en su cerebro, como las hojas de invierno eran llevadas con el viento, solo que esta vez, en ves de ser cafés, eran rojas. El sonido de la lluvia volvía, al igual que notaba caer el peso de los cadáveres de los minutos muertos sobre su espalda. Las imágenes se iban y su odio quedaba, aún latente.
Miró hacia el frente, con una mirada fría y roja, clavando la vista en un pequeño cuerpo.
-kurapika! – Senritsu movía desenfrenadamente al muchacho, trantando de hacerlo volver en si. Sus ojos retornaron el color azul cansado y hueco de siempre – Kurapika…– ponía su mano por todas partes de su cara, agobiándole.
Clavó la vista nuevamente en ella. Se vio reflejado en esos ojos negros, tenía un aspecto horrible y lastimero.
-estoy un poco cansado – sabía que mentía y sabía que ella estaba enterada de eso, pero agradecía mentalmente el que no le preguntara el porqué, ya que ni él mismo lo sabía.
-bien, te traeré un poco de agua, recuéstate un rato y trata de descansar – salió por la puerta con un paso rápido y firme, pero silencioso.
Kurapika se acostó boca arriba, mirando el techo donde hacía momentos – minutos, horas tal vez, no estaba seguro – se encontraba una poco común araña dirigiéndose hacia él. Apartó la vista de inmediato, perdería el control de si mismo si seguía pensando afanosamente en el Ryodan. Pero se le aparecía! Que había sido eso? Nadie, en su sano juicio, anda viendo visiones de gente muerta y cosas raras. Al parecer el trabajo le había afectado un poco la cordura. O quizás estaba realmente extenuado, que ya su subconsciente comenzaba a jugarle bromas pesadas.
Se percató de que ya no tenía el frágil objeto entre sus manos y lo vió botado en el piso alfombrado, a causa del bruto zarandeo de Senritsu. Estaba rojo aún.
Lo tomó entre sus dedos, desde la vez que lo había tomado así como estaba, brillante, había notado un raro cambio en el ambiente, quizás nen, seguro que era eso. Ese aro tenía algo y quería saber que era, pero era demasiado tarde y el estaba demasiado cansado como para andar deduciendo o investigando cosas. Se lo acomodó en su oreja, intentando dormirse.
Sintió a Senritsu acercarse y dejar el vaso a su lado. Cerró los ojos, no quería hablar con ella, sin embargo, ella pareció percatarse de ello, ya que puso las manos en su frente y luego las retiró murmurando un leve 'buenas noches', que apenas alcanzó a escuchar. Ya había caído en la inconciencia del sueño, aplastado por una ráfaga abrumante de calor.
