Fandom: Big Hero 6/6 Grandes Héroes/Grandes Héroes.

Parejas: Callaghan (Yokai)/Cass. Mención de Hiro/Honey.

Rating: PG.

Categorías: Romance, Hurt/Comfort.

Sinopsis: De la vez que Cass Hamada visitó a Robert Callaghan en la cárcel.

Advertencias: Demasiado OOC, ya lo sé, no hace falta que me lo digan.

Notas/Spoilers: Fic dedicado a Fernanda Gonzalez, porque sé que a ti también te gusta mucho Big Hero 6, y por ser la mejor prima del mundo, y por compartir conmigo mi amor por Hiro y mi sensación de que Callaghan pudo mostrar mucho más. Aquí está una pequeña compensación por lo sosín que nos salió en la película. También, una pequeña mención a mi otro fic de este fandom El Amor Es.

Disclaimer: Los personajes son propiedad del genio Walt Disney y Marvel. Yo solo uso mi loca imaginación sin fines lucrativos.


Perdón

por La Bruja Grimm

"Solamente aquellos espíritus verdaderamente valerosos saben la manera de perdonar.
Un ser vil no perdona nunca porque no está en su naturaleza."

- Laurence Sterne.


Robert no supo exactamente el momento, ni el por qué, pero el caso era que había sucedido.

El tiempo en la cárcel era largo y aburrido, tanto que él ya había perdido la cuenta de los días que pasaban y toda esperanza de salir algún día. Pasaba la mayor parte del tiempo sentado en la litera, con la vista clavada en la pared de la esquina, pensando. Simplemente le bastaba con recordar a su fallecida esposa y a su hija Abigail para pensar que todavía existía una pequeña posibilidad de que lo dejaran salir y, con eso, una posibilidad de comenzar de nuevo, de volver a vivir.

Algunas veces se sentaba y pensaba inevitablemente en la razón exacta por la que estaba allí. Regresaba a su memoria siempre; las tardes solitarias encerrado en su celda, simplemente mirando al vacío; las mañanas en las que rostros familiares aparecían en su tazón de cereal; o simplemente las noches de insomnio donde permanecía recostado y mirando al techo.

En ocasiones creía ver un par de ojos azules y amables grabados en una esquina. En otros, una sonrisa cálida estampada en su almohada. Y, en otros, simplemente una voz cargada de tristeza, gritando:

—¿¡Cómo pudo hacerlo!? ¿¡Cómo pudo hacerlo!?

Algunas veces Robert se preguntaba como habría sido todo si lo hubiera hecho un poco diferente.

¿Estaría en la cárcel aun así? ¿Estaría libre? ¿Podría volver a estar con Abigail? ¿Ella lo odiaría? Esa simple pregunta atormentaba su cabeza todos los días. Robert no era un mal padre; nunca lo había sido. Había estado al lado de Abigail desde muy pequeña, pues su esposa falleció mientras daba a luz a la pequeña. Su tía, el único pariente vivo que Abigail había sostenido durante sus primeros años, falleció en un accidente en la fábrica en la cual trabajaba. La fábrica, al parecer, había tenido una fuga de gas, y todos los empleados que allí trabajaban fueron encerrados para evitar que aquel gas mortal se extendiese por toda la ciudad. La fábrica pertenecía a las empresas Krei, mismas del ex-compañero de clases y mejor amigo de Robert: Alistair.

Desde los días de escuela, Alistair y Robert habían mantenido una excelente y estrecha relación. Se apoyaban mutuamente en todo y solían reír juntos por tonterías, ir juntos a las cafeterías después de clases, estudiar juntos... En resumidas cuentas, eran los amigos más cercanos que se pudieran imaginar.

Las cosas habían empeorado notablemente con la graduación; ambos se habían ido por sus propios lados, forjado sus propios caminos.

Se habían distanciado tanto que Alistair ni siquiera se había dignado a asistir a la boda de Robert con su esposa, Abigail. A pesar de ello, Robert no se permitió a sí mismo entristecerse y mostró su mejor sonrisa junto a su esposa durante las fotografías y los bailes. Abigail no tardó mucho tiempo en embarazarse.

Fue precisamente ese embarazo el que terminó con la vida tranquila y feliz que Robert había llevado durante aproximadamente siete meses.

Robert había caído ya antes en la cuenta de que su esposa no podía tener hijos. Su médico, el doctor Hale, prácticamente se lo había advertido desde la primera falsa alarma hacia meses y por eso no fue de extrañeza general que Robert empezara a preocuparse de más por su esposa. El embarazo de Abigail, el cual estaba terminantemente prohibido por Hale, lograba preocuparlo bastante, y con justa razón, pues si el parto no se llevaba a cabo con el éxito debido, su esposa Abigail podría perder la vida.

Robert se había mostrado muy agitado cuando, cierto día, ya con el vientre muy abultado, su esposa fue presa de fuertes y repentinos dolores, los cuales propiciaron la locura en él. Abigail había tenido que soportar a un Robert al borde de la desesperación apretando su mano tan fuerte como si él mismo fuera a dar a luz en algún momento, y en algún punto indeterminado del día, Robert se hallaba esperando fuera de una sala de parto mientras su esposa daba a luz.

Robert había tomado muchas precauciones a la hora del parto. Había rezado y cuidado de su esposa todo lo que el doctor Hale le sugirió para que el parto no afectara la salud íntegra de ella. Pero todas las preocupaciones y cuidados aplicados fueron en vano, porque Abigail I Callaghan murió pocos minutos después de nacer su bebé. Una niña preciosa y tan parecida a su madre, que incluso las enfermeras lo afirmaron.

Cuando la vio, Robert por un instante tuvo una visión olvidada. Pudo ver a su mujer como fue en un principio; y pudo ver, con tan solo una mirada a la pequeña, que realmente su esposa no era tan distinta de grande a como lo fue de pequeña.

Abigail nunca fue especialmente bonita. De hecho, Robert estaba seguro de qué, si no fuera tan inteligente, con entera seguridad nunca se habría acercado a conocerla. Pero la muchacha tampoco era fea. Robert prefería clasificar a Abigail en algo que él llamaba "término medio". Abigail tenía el cabello castaño, ojos azules y grandes y la piel un poco tostada por las largas horas pasadas al sol, dedicada más que nada a dibujar y tomar fotografías. Su gusto por el arte era una razón bastante fuerte como para acercarlos, ya que el mismo Robert también tenía cierto cariño por las arte visual.

Se habían conocido de una manera bastante cómica. Robert se había iniciado como profesor de Ciencias en una escuela pequeña, en la cual acudían adolescentes de quince a diecisiete años.

Abigail estaba entre ellos. Robert la había conocido mientras ella realizaba una acción bastante temeraria; devolver a un pajarito herido a su nido, mientras su prima le gritaba desde abajo que se haría daño, que bajara. Pero Abigail no le hizo caso jamás.

Robert había pasado por ahí en tanto que la joven se encargaba de la pequeña misión. Claro que la rama en la cual estaba montada no pudo resistir mucho y la chica acabó cayendo de un gran y terrible centón sobre el pobre profesor Callaghan, el cual logró amortiguar su caída de un modo u otro con su cuerpo.

Robert había decidido llevarla a la enfermería después del incidente. Por supuesto que fue inevitable que ambos empezaran a acercarse un poco después de eso.

Para cuando Abigail salió de la preparatoria, ella ya sostenía una íntima amistad con el profesor. Para cuando salió de la universidad, ellos ya estaban saliendo. Para cuando consiguió su primer trabajo como fotógrafa profesional, ya se habían comprometido. Para cuando su prima ya se había comprometido, ya se habían casado.

Los primeros años de relación fueron difíciles.

Robert había tenido otros amigos además de Alistair, no muchos, pero sí los suficientes para quedarse un día tomando en un bar y que, de repente, la conversación girara al tema de las novias y se generara un intenso debate entre ellos y el encargado de la barra sobre sus parejas. Thomas, uno de sus "amigos", se había encargado de alabar a su novia, Becca, y, a su vez, también había criticado con franqueza a la novia de Robert.

Louise, la hermana mayor de Abigail, siempre fue mucho más bonita que su prima. Por esa razón, los amigos de Robert no lograban entender cómo su amigo pudo preferir a la prima menor, por encima de la otra. Robert había defendido a capa y a espada a su entonces novia, claro, pero también había tenido, por desgracia, sus momentos de duda. Sin embargo, las críticas a las que Abigail fue sometida no disminuyeron su cariño por ella ni, posteriormente, lo echaron para atrás a la hora de tomar la decisión de casarse con ella.

La propuesta fue realizada a altas horas de la noche, en un muelle. Robert había acompañado a Abigail a su casa, porque la noche estaba cerca y él prefería evitar posibles peligros a su novia. Abigail había asentido deshecha en un mar de lágrimas, pero Robert se había contenido de expresar su entusiasmo hasta haber llegado a su casa. Una vez allí, fue libre de gritar y sonreír todo lo que quisiera.

Esa misma noche empezó a realizar planes.

Debía conseguir un trabajo nuevo, por supuesto. El sueldo que ganaba como profesor de la preparatoria St. Vincent, hasta entonces, había sido suficiente como para sostenerlo, pero ahora que se casaría con Abigail, debía conseguir un trabajo que pudiera brindarle el sustento económico necesario para comprarle cosas a Abigail, y también a sus futuros hijos.

Hijos...

En aquel entonces, ese simple pensamiento había conseguido estremecerlo. Ahora, ya no le importaba tanto.

La pequeña Abigail había nacido un día a mediados de Octubre, y Robert se había encargado de ir a recogerla junto a Louise, la prima de Abigail, entusiasmada de ver a su sobrina. Robert había decidido nombrar a la pequeña Abigail, como su madre, y Louise había aceptado encantada este hecho. La muerte de Abigail había sido en ese entonces un suceso demasiado reciente como para que Louise expresara su placer por el nombre de la pequeña demasiado abiertamente, pero lo había aceptado al fin y al cabo. Louise no negó cuando Robert le propuso ser la madrina de la niña, sintiendo tremenda compasión por ella, al haberse tratado Abigail I de su única familia viva. Los padres de las chicas habían muerto en el mismo incidente de avión, de tal modo que ellas habían permanecido viviendo con su abuela materna, hasta que ésta falleció por su edad avanzada y ambas jóvenes habían tenido que vivir solas desde entonces. El nuevo trabajo de Robert en el Instituto Tecnológico de San Fransokyo, pensó él, había ayudado mucho a solventar los gastos de la casa que antes habían requerido de varios meses de ahorros (y algunos días de ayuno) para ser solventados. No fue un problema para él mantener a Louise en su casa durante algunos días, mientras ella lo ayudaba a cuidar de la pequeña. Cuando Louise se fue, la relación entre ambos se había estrechado, pero Abigail seguía siendo el núcleo de su unión, a pesar de todo.

Abigail se había convertido en una excepcional, al pasar del tiempo. Era, con diferencia, la más inteligente de su clase. Fue adelantada un año más debido a su inteligencia. Era algo más bonita que su madre. Era una buena hija, educada y amable. Robert la amaba tanto como amó a su madre alguna vez, y por eso, no extrañó a nadie que la jovencita fuera siempre tratada con todo el respeto y el cariño que como padre Robert pudiese proporcionar, incluso en los momentos de regaño. Cuando Abigail expresó su deseo de colaborar con Alisteir Krei, Robert estaba orgullosísimo. Los primeros años fueron muy pacíficos. Nada parecía salirse de lo que debía ser, hasta que, a los veintiséis años de Abigail, sucedió el incidente en el laboratorio de Krei, culminando, con ello, la amistad de ambos hombres de una manera en la que Robert nunca hubiera imaginado.

Robert había empezado a urdir sus planes de venganza desde entonces. Era un hombre inteligente, pero desgraciadamente, no conseguía encontrar una manera de cobrarle a Krei por la desaparición de su hija, tan preciada para él tanto por el hecho de parecerse tanto a su difunta mujer, como por sus propias acciones. Cuando vio los microbots en el escenario, apoyados en Hiro, Robert urdió enseguida un plan en la mente. Era sencillo. Utilizar los microbots para destruir las empresas de Krei. Solo necesitaba tomarlos y listo.

De una manera u otra, logró convencer a Hiro de quedarse en el Instituto Tecnológico de San Fransokyo y creó en incendio que había desencadenado todo. Tomando el aparato con el cual Hiro había controlado a los microbots, para copiarlo en otro objeto diferente y no tan perceptible, logró protegerse del fuego con ellos. Robert había estado planeando y re-planeando muchas cosas desde entonces. Tenía más que decidido el hecho de que destruiría las empresas de Alistair... de Krei. Solo necesitaba planear todo de modo que no fuera descubierto.

Al cabo de un tiempo, logró diseñar esa máscara empleando un mecanismo similar al usado por el pequeño Hamada. Y pudo controlar a los microbots. Oh, todo le estaba saliendo tan bien... Todo tan bien... Pero, desgraciadamente, todo lo bien que le estaba saliendo el plan, terminó en fracaso. Hiro Hamada y su grupo de amiguitos nerds empezaron a entrenarse como superhéroes. Sonaba ridículo tan solo pensarlo. Pero lo consiguieron. Fueron ellos los que lo derrotaron, destruyendo su precioso plan y desvelándolo como el autor de diversos crímenes (entre ellos, la destrucción de muchos edificios, la casi extinción de la raza humana, y el asesinato indirecto de Tadashi Hamada). Robert fue arrestado, pero al menos pudo tener una visión apartada antes de marcharse.

A lo lejos, pudo ver a su hija. Su princesa no había crecido desde su desaparición a manos de la máquina de Alistar. Era como si la joven hubiera permanecido suspendida en el tiempo, congelada, incapaz de crecer o morir. Ella solo mostraba estar aturdida, lo cual sin duda hubiera sido sorprendente para cualquiera. La joven había sido fuerte y había logrado sobrevivir en aquella cámara en medio de un tiempo congelado; tenía que ser fuerte para aguantar eso. Robert, desde lo más profundo de su sincero corazón paternal, se sentía muy orgulloso de ella. Lástima que el orgullo no lo iría a librar de esa situación nunca.

Todos los crímenes, los testigos... Cadena perpetua fue inevitable. Robert al menos esperaba que su hija estuviera bien, que Abigail no estuviera sufriendo por culpa suya. En ocasiones se sorprendía pensando en ella. En cómo se debía de sentir al saber todo lo que hizo su padre. Al encontrarse, de repente, en un mundo quizás totalmente desconocido para ella, rodeado de personas desconocidas, sin ningún amigo. Lo pensaba y se sentía terriblemente culpable. ¡Oh! Si tan solo no hubiera sido tan ciego, si no se hubiera obsesionado tanto con destruir a Krei... Pero, quizás, si no lo hacía, su hija no hubiera salido. O, quizás, las cosas pudieron haber sido diferentes. Hiro Hamada era un genio, y lo admiraba, vaya que lo hacía. El profesor sabía perfectamente que, si él se lo hubiera pedido, Hiro lo hubiera ayudado (no importaba cuán denigrante pudiera ser el que un hombre adulto pidiera ayuda a un niño de catorce años). Y hubiera podido seguir adelante, pero con su hija a su lado.

¡Estúpido Robert Calaghan, eres un estúpido!

Pero, ya estaba hecho. Le habían dado una cadena perpetua que Robert estaba seguro no se rompería, y todo había terminado, al menos para él.

El sonido de las gruesas franjas de hierro que delimitaban la celda abriéndose interrumpió aquel torrente de pensamientos negativos que empezaban a oscurecer más y más su mente.

Robert alzó la mirada, dispuesto a enfrentarse al policía en turno que le llevara la comida y se burlara de él, como siempre. Lo esperaba, se había acostumbrado.

Lo que sí no se esperaba, era la visión de una mujer pelirroja parada en el umbral, con una bolsita entre las manos, mirándole fijamente. No, no, no. Robert tuvo el impulso de frotarse los ojos, para asegurarse de que lo que estaba viendo no era una visión. Definitivamente, estaba perdiendo la cabeza. Sino, ¿cómo Cass Hamada podría encontrarse allí parada enfrente de él, con una bolsa en la mano? ¿Qué acaso no sabía lo que Robert había hecho? Eso sí que era una soberana estupidez. Robert estaba seguro de que Cass lo sabía. Pero entonces, ¿qué hacía allí?

Cass exhaló con pesadez, liberando su rostro de un denso mechón de cabello cobrizo que caía sobre su cara. Sus ojos se achicaron, oscureciéndose ligeramente. Robert se estremeció. Cass parecía estar preparada para regañar, y eso nunca podía significar nada bueno, al menos para él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó abiertamente, decidiendo qué, en momentos como ese, los modales no importaban. Cass suspiró, tomando asiento enfrente de él, en una silla pequeña que habían colocado expresamente para los visitantes. Como si Robert los tuviera.

—Hiro me lo dijo todo —indicó Cass, apartando nuevamente un mechón de pelo de su rostro. Robert arqueó las cejas con escepticismo.

—¿Qué haces aquí? —repitió, adoptando un tono más agresivo. Cass volvió a suspirar.

—Te traje esto —dijo, tendiéndole la bolsita. Robert la tomó, sin poder evitar lanzar una mirada de completa desconfianza a Cass. Verdaderamente, no podía fiarse de una mujer como Cass, y menos si él era el responsable de la muerte de su —probablemente— sobrino favorito.

Robert abrió la bolsa con tanto cuidado, como si esperara que de un momento a otro saltara del interior una bomba nuclear.

—Es comida —puntualizó Cass—. Sé que la comida que te sirven en la cárcel no debe ser muy buena, así que te traje esto. Disculpa si lo hice hasta ahora, pero me temo no podía traerla antes, con Hiro siempre vigilando. No creo que le hubiera hecho mucha gracia —añadió, soltando una débil risa. Una carcajada irónica brotó de los labios de Callaghan, inevitablemente.

—¿Es enserio? —preguntó. Cass arqueó las cejas.

—¿Enserio qué?

Robert no contestó a su pregunta. Se encontraba demasiado ocupando mirando las croquetas de pulpo que Cass, con mucho esmero, parecía haber preparado. Las miraba con la misma desconfianza y escepticismo con que miraba a la cocinera. Robert sabía que no podía confiar en Cass en un momento como ese.

—¿Por qué eres tan amable conmigo? —preguntó abiertamente, haciendo las croquetas de pulpo a un lado. A pesar de que su estómago estaba rugiendo de hambre, Robert no podía desembarazarse de un peligroso presentimiento. Su cabeza le gritaba, una y otra vez: "¡No toques la comida!"—. Mira, no es personal, pero sé perfectamente que en situaciones como esta una persona no debe confiar en la primera mujer que le lleve comida. ¿Cómo puedo saber que no la ha envenenado, o algo peor? —preguntó con ironía. Cass soltó una risa amarga, nada propia de ella. Pero, vamos. Últimamente, en San Fransokyo nadie estaba siendo propio de nadie.

—No es personal, pero yo tampoco tenía por qué traerle de comer, ni siquiera comida envenenada, al hombre que mató a mi sobrino, Callaghan —Ugh, una mujer con carácter. Robert sonrió de medio lado. Sinceramente, ya se esperaba eso. Nunca vio a Cass como una de esas mujeres que se rezagaban, sino como alguien totalmente contraria. Una llama que se encendía a la más mínima provocación. Era un detalle de carácter que le agradaba mucho de ella.

—¿Entonces, qué haces aquí? —preguntó Callaghan, lanzándole a Cass una mirada que decía claramente: "Y quiero la verdad". Cass suspiró, enredando sus piernas de un modo que Callaghan no podía imitar. Se inclinó, tomando uno de los vasos de Capuccino que Robert tenía a un lado. Bebió un sorbo y luego lo miró de reojo.

—Quería hablar contigo.

—Ajá, ¿y era necesario traerme comida para hacerlo?

—Pensé que te agradaría —repuso Cass, arqueando las cejas. Robert desvió la mirada. El obsequio le había agradado, claro, pero el hecho de que fuera específicamente esa mujer la que se lo trajera, lo ponía nervioso.

—Esas croquetas las hizo Abbie, por si eso te tranquiliza —dijo Cass, apoyando su mentón en el puño, mirándolo sonriendo. Esta vez, sonreía de una manera propia de Cass. Eso calmó un poco a Robert. Claro que, su afirmación no ayudó mucho a que se calmara aún más.

—¿Abbie? ¿Abigail? —preguntó, repentinamente aturdido. La sola idea de que su única hija le hubiera enviado comida a la cárcel, después de todo lo que hizo, se le antojaba imposible. Pero Cass asintió.

—La misma. Y está viviendo conmigo, por si te lo preguntas. Y es una chica simpatiquísima —añadió, mirándolo con la cabeza ladeada, como si esperara que él explotara de un momento a otro. El mismo Robert también lo estaba esperando. La sorpresa recibida, la noticia de que su hija se hallaba viviendo con la familia Hamada, fueron como un crudo golpe en el estómago. Agradecimiento mezclándose con asombro, por la bondad de los Hamada. Nadie era más amable, para él, que la familia que perdió a un sobrino por su culpa y, aún así, fueron capaces de acoger como uno más entre ellos a su hija.

—¿Por qué? —volvió a preguntar, y esta vez, Cass sabía exactamente a lo que se refería.

—Porque yo lo , Robert. Sé lo que se siente.

Robert asintió. Realmente, no necesitaba preguntarle más al respecto a Cass. Ya le había quedado bastante claro a lo que se refería realmente. Cass también sabía lo que se sentía, por supuesto. Sabía lo que se sentía estar consciente de que habías perdido, quizás para siempre, a una persona muy querida, y la incertidumbre consumiéndote poco a poco ante la triste perspectiva de no saber jamás donde se encuentra. Robert frunció el ceño aún más, dispuesto a echar a Cass de la celda si era necesario en aquel momento. Cass leyó sus pensamientos justo antes de que él mismo los manifestara; así de bien conocía ella al profesor Callaghan.

No habían sido pocas las veces en las que éste había ido a visitar a su sobrino a la cafetería, o simplemente pasaba por ella para saludar o pedir un café. Cass mordió su labio inferior al recordar las animadas charlas que habían sostenido. Si hubiera sabido...

Ugh. Robert la miraba con la nariz arrugada y Cass conocía aquella expresión. Era una expresión tan poco propia de Robert como lo había sido todo él en las últimas semanas.

—Vete.

La orden fue recibida con toda la calma del mundo. Cass ya había previsto aquellas palabras por parte de Robert, pero no estaba dispuesta a obedecerlas. Tenía un plan. Incluso si podía quedar como una manipuladora por ello, la verdad era que a ella le importaba bien poco lo que pudiera pensar Robert al respecto. O Callaghan, vaya.

—No.

Robert la miró, con los ojos entrecerrados.

—Vete.

—No pienso hacerlo, Robert.

Robert masajeó sus sienes, más preocupado por su propio estado de sanidad mental que por el tremendo cambio de carácter que había adoptado Cass desde la última vez que la había visto. Desde las primeras veces, Robert forjó en su mente la idea de que Cass era una mujer alegre y enérgica por naturaleza, que siempre tenía una sonrisa en el rostro y podía no ser exactamente brillante. Pero, aquella nueva Cass que se presentaba aquel día ante él era diferente. Más agradable. Y desde luego mucho más interesante.

Ya no era esa mujer alegre y animada que él había visto en la cafetería durante sus últimas visitas, para nada. Aquella nueva Cass era bastante diferente. Más seria, más tranquila y más inteligente. Robert aun no acababa de entender como las personas podían cambiar tanto cuando apenas y pasaban algunos días desde la última vez que uno las veía. Cass apartó un mechón rojizo de su rostro, y torció los labios en una mueca peligrosa. Robert aspiró con fuerza.

—¿Qué quieres?

Cass torció los labios, adoptando una expresión recelosa.

—Sólo quiero hablar contigo.

Robert arqueó las cejas.

—¿Hablar de qué, exactamente?

Cass suspiró.

—Muchas cosas.

Robert asintió, sentándose al borde de la diminuta cama inferior de la litera.

—Te escucho.

Cass compuso una sonrisa torcida en su rostro salpicado de pecas. Robert se fijó más en ella y fue capaz de registrar algunos aspectos de ella en los que nunca se había fijado antes. Nariz respingada y pequeña. Piel blanca. Ojos azules y grandes. Cabello cobrizo. Labios delgados y rojos. Pecas en el puente de la nariz. Dientes pequeños y blancos. Robert ladeó la cabeza, observando con atención aquel rostro. Hasta el momento, Robert podría jurar que Cass, como era de verdad, no había sido vista realmente por él. Ni siquiera por sus sobrinos. Robert dudaba que Tadashi y Hiro hubieran visto aquella faceta por parte de su tía. Podría considerarse privilegiado —si no estuviera en aquella situación.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Cass, abiertamente. Robert arqueó las cejas.

—No pensé que fueras tan directa. Generalmente la gente suele tener más modales en este tipo de situaciones. —observó. Cass gruñó.

—No me interesan los modales. Simplemente quiero que me expliques por qué.

—Oh, cuidado, ¡estamos ante toda una rebelde! —Un gruñido amenazador fue su respuesta—. Está bien, está bien... Lo hice porque... Quería venganza.

—¿Venganza por qué? —Robert suspiró, molesto.

—¿Vas a interrogarme de ese modo todo el rato? —preguntó.

—Sí —contestó Cass simplemente. Robert asintió.

—De acuerdo. En ese caso no me queda de otra opción más que contestarte. —Robert volvió a suspirar. Es más, empezaba a predecir, desde ya, que aquel interrogatorio estaría lleno de suspiros y cejas alzadas—. Qué vengarme por... Abigail.

Cass alzó las cejas, repentinamente interesada.

—¿Abbie? ¿Qué sucedió exactamente, Robert?

—¿Qué, acaso Hiro no te contó toda la historia? —preguntó Robert alzando las cejas. Cass negó con la cabeza—. Un genio, verdaderamente.

—No te burles de él, es mi sobrino —gruñó Cass por lo bajo. Al cabo de un minuto, recuperó la compostura. Al verla, Robert se frustró. ¿Qué acaso esa mujer no podía apagarse de ninguna manera?

—Está bien... Supongo.

—¿Por qué querías vengarte por Abbie? ¿Qué tiene ella que ver con todo esto? —preguntó Cass.

—Oh, mucho. —contestó Robert. Cass ladeó la cabeza, adoptando una actitud más bien infantil ante su confesión.

—¿Cuánto, exactamente, Robert? —Él gimió.

—Dios, mujer, lo suficiente. De hecho, si no hubiera sido por ella... Y por Krei, claro... Nada de esto hubiera sucedido.

—Por favor, explícamelo.

Así que, Robert se lo contó todo.

. . .

Mientras Robert le contó la historia completa a Cass, ella había permanecido anotando en la inconfundible libreta de pedidos que, al parecer, había llevado consigo. Robert había permanecido impasible, hasta que llegó al momento en que Abigail desapareció y finalmente bajó la mirada y se permitió a sí mismo derramar una sola lágrima. Cass no lo miró, no siquiera cuando Robert pasó saliva y la miró a ella, esperando a que lo criticara.

Robert fue capaz de admirar a Cass por eso. El perfume a almendras que emanaba su cabello lo alcanzó y él aspiró con fuerza. No alcanzó a llenarlo, así que aspiró de nuevo. Se estaba dando cuenta, por primera vez, de lo bonita que realmente era Cass. ¿Cómo pudo no notarlo antes?

—Extraño —observó Cass, rompiendo el silencio que los invadió tiempo después de que terminara el relato. Robert arqueó las cejas, buscando adoptar de nuevo esa expresión sarcástica e indescifrable que sostenía al principio. Pero el caso era que, después de la historia, ya no podría volver a hacerlo.

—¿Qué cosa?

—Es extraño... Pero te entiendo. Es extraño, pero te entiendo, Robert. No sé cómo, pero lo hago. Entiendo que te sintieras triste y frustrado y todo lo demás por lo de Abbie. Era tu única hija, y el único recuerdo vivo que te quedaba de tu esposa. Por eso no puedo... No puedo odiarte por lo que hiciste. Estabas movido por el rencor, Robert.

—Soy un monstruo —susurró Robert, permitiendo por fin aflorar los sentimientos que había escondido por parte tiempo, buscando no parecer débil. Cass ladeó la cabeza, confundida.

—¿Qué?

—Soy un monstruo —repitió Robert, alzando la mirada con desdén, no por Cass, sino por sí mismo. Sentía frío. Mucho, mucho frío. Pero, sobre todo, repulsión por sí mismo. Porque era un monstruo y, aunque Cass habría querido convencerlo de lo contrario, a partir de entonces nadie lo lograría jamás. Ni siquiera Abigail.

—No lo eres, Robert.

—Sí, lo soy. He matado a una persona, y casi a un montón de gente, por una estupidez —Robert suspiró y se reclinó en la cama. Cass se irguió, cambiando la posición inicial.

—Robert, entiendo que te sientas frustrado, pero... En un momento como éste, debes aceptar tus errores y... Aceptar sus consecuencias. —Robert gruñó.

—Las acepto. No creas que no lo hago. No me he quejado en absoluto por estar aquí en la cárcel, pero Abigail... —Bajó la cabeza. Cass asintió, entendiendo.

—Robert... Saldrás de aquí, tarde o temprano.

—No puedo. Me dieron cadena perpetua.

—Yo abogaré por ti —Robert soltó una carcajada irónica.

—¿? ¿Tú, cuyo sobrino murió por mi culpa? No me hagas reír, Cass Hamada. Mejor vete. No quiere meterte en problemas con tu otro sobrino. —Cass suspiró.

—Hiro está con su novia.

Robert detuvo abruptamente el discurso que planeaba soltarle a Cass para que lo dejara tranquilo. Alzó la mirada, incrédulo.

—¿Novia? ¿Hiro?

Cass asintió.

—Sí.

—Pero, ¿quién?

—Es... Complicado. Él... ¿Recuerdas a Honey Lemon?

Robert frunció el ceño, en entendimiento. Pero... ¿Honey? ¿La misma Honey tímida y dulce que él recordaba? Cass cabeceó al notar su expresión.

—No es... Lo que parece. Lo que pasa es que... Ella se quedó muy triste, por lo de Tadashi y todo eso, ¿sabes? Y por eso Hiro... Hiro y ella empezaron a verse más a menudo, y pues, ellos empezaron a salir juntos, pero como amigos, y ahora ya no... Ya son pareja. Desde hace semanas.

—Vaya, quién lo diría, ¿eh? —Robert sonrió, arrogante ante el descubrimiento—. El pequeño Hiro con la gran Honey Lemon. Sinceramente, yo siempre esperé que saliera con Gogo. Parecía más el tipo de chica para él.

Cass asintió.

—Lo sé, todos lo pensamos. Yo no tenía ni idea... Pero el otro día se lo pidió. Y Hiro parece ser más feliz con ella. Al menos lo parece, y eso es bueno, ¿no? —Cass desvió la mirada hacia sus manos, cuyos dedos jugaban entre ellos—. Siempre está sonriendo, y va a recoger a Honey a su casa para ir juntos a la universidad, y ella a veces viene a la cafetería y se quedan platicando juntos en una mesa, y ella siempre le está dando de comer a Hiro en la boca y él se ríe y entonces se besan y todo el mundo dice que se ven adorables y muy felices juntos... —Las palabras escapaban, atropelladas, pero aún así Robert lograba entenderlas todas. Pudo sacar bien en claro que Hiro estaba saliendo con Honey, que llevaban cierto tiempo y estaban felices, a pesar de todo. A pesar de Tadashi. Eso lo hizo pensar por un momento en él. ¿Él también lo lograría algún día? ¿Él también lograría superar el asesinato de Tadashi? ¿Lograría algún día tener un poco de paz, aunque fuera un poco? ¿También podría volver a ver a los Hamada a la cara, después de todo?

—No quiero verte. No soporto verte. Vete, por favor —pidió. Cass intentó acercarse más a él, estirando un brazo.

—Robert...

—¡QUE NO PUEDO VERTE, MALDITA SEA! —gritó Robert, alzándose de golpe. Cass retrocedió, pero no estaba asustada. Estaba, simplemente, impasible—. ¡SOY UN MONSTRUO, UN MALDITO MONSTRUO, CASS! ¿¡POR QUÉ NO LO ENTIENDES!?

Cass, finalmente, se levantó. Robert estuvo casi seguro de que se iría. Pero no lo hizo.

Se limitó a permanecer allí, de pie, mirándolos con los ojos entrecerrados y los labios apretados.

—No eres un monstruo —dijo al fin. Robert parpadeó, confuso. Estaba seguro de que Cass era la que más merecía (y debía) llamarlo monstruo. Así que... ¿Por qué no lo hacía?

—Lo soy —dijo. Cass negó con la cabeza.

—No eres un monstruo, Robert, porque yo no te veo como uno. Eres, simplemente, un hombre que se ha sentido muy solo toda su vida y que finalmente tuvo la oportunidad de iniciar desde cero cuando se casó, pero que, por desgracia, perdió a su esposa al poco tiempo. Y, después, perdió al único recuerdo que le quedaba de su esposa. Cualquiera habría enloquecido en tu caso. Yo aún tengo a Hiro, y a los amigos de Tadashi, y a Baymax, pero tú... —Cass suspiró—. Estás tan solo, Robert. Y por eso que el odio te cegó y no te importó nada más que recuperar a tu hija. A Abbie. Y te entiendo, porque yo haría lo mismo si no tuviera a Hiro, si solo él me faltara. Solo... Solo tienes que pensar que no eres un monstruo tú tampoco, para que nadie más crea que eres un monstruo.

Robert parpadeó, mirándola. Las palabras de Cass ejercieron, de algún modo, una especie de control en él. Pensó que quizá tenía razón, pero ahí estaba la duda, ¿cómo seguir adelante cuando la mayoría del tiempo, el recuerdo de Tadashi Hamada susurrando un débil: "¿Cómo pudo...?" justo antes de morir lo atormentaba? Sería una tarea larga y ardua, incluso dolorosa, y Robert sentía que no estaba preparado para ella. Y, mucho menos, preparado para lo que viniera después, si llegaba a salir de la cárcel.

Cass pareció leer sus pensamientos en su rostro, porque tanteó en el aire frío y de un segundo a otro, entrelazó su propia mano con la suya. Robert no prestó atención a nada más en aquel momento que la sensación de los dedos de Cass jugando con los suyos, y por un momento, la imaginó como realmente era ella. Más bonita, más dulce y más madura de lo que la hubiera visto nunca. Solo tuvo que hacer contacto visual con ella para darse cuenta de que jamás la había visto realmente como una persona, sino como un mero objeto. Nunca se había sentido tan arrepentido por eso como en ese preciso instante.

—Gracias —soltó de pronto. Su voz sonó tan baja que Robert dudaba seriamente que lo hubiera oído, pero Cass alzó la mirada para clavarla en la suya. El mensaje en sus ojos fue claro. Continúa—. Por... Por todo. Por todo.

Cass asintió, sin que ninguno de los dos se viera en la necesidad de seguir respondiendo. Permanecieron así durante bastantes minutos, en silencio.

Robert no estaba listo para olvidar a Tadashi Hamada, mucho menos, para perdonarse a sí mismo por su asesinato. Tampoco estaba listo para salir y comenzar de nuevo. Pero, quizás, con la ayuda de Cass Hamada lo lograría.


Notas de la autora:

¡Y listo! Dios, este me costó casi tanto como Historia de un sueño (mi fic Tadashi-Hiro-Honey), y desde ya, aviso que este fic transcurre exactamente en el mismo universo que mi otro fic, El Amor Es. Sí, como escucharon. Estoy hablando de mi fic HiroxHoney, para saber más de la pareja simplemente léanlo y sabrán como fueron sus inicios y como poco a poco se fueron enamorando. Así, verán en carne propia a los tortolos como dijo la tía Cass; todos pegaditos xD.

Bueno, yo siempre pensé que Callaghan merecía otra oportunidad. Al fin y al cabo, lucía arrepentido al final de la película, mientras lo llevaban a la cárcel. Y, ¿para qué negarlo? Me encanta shipearlo con la tía Cass. Casi tanto como me gusta shipearla con Wasabi.

Espero que les haya gustado este pequeño one-shot.

¡Besos de colores!

La Bruja Grimm.